Martes de la semana 6ª: el pecado es la mala levadura de la que nos previene Jesús, que cuando le dejamos actuar genera la muerte
Carta del apóstol Santiago 1,12-18: Queridos hermanos: Dichoso el hombre que soporta la prueba, porque, una vez aquilatado, recibirá la corona de la vida que el Señor ha prometido a los que lo aman. Cuando alguien se ve tentado, no diga que Dios lo tienta; Dios no conoce la tentación al mal y él no tienta a nadie. A cada uno le viene la tentación cuando su propio deseo lo arrastra y seduce; el deseo concibe y da a luz el pecado, y el pecado, cuando se comete, engendra muerte. Mis queridos hermanos, no os engañéis. Todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba, del Padre de los astros, en el cual no hay fases ni periodos de sombra. Por propia iniciativa, con la palabra de la verdad, nos engendró, para que seamos como la primicia de sus criaturas.
Salmo 93,12-13a.14-15.18-19. Dichoso el hombre a quien tú educas, Señor.
Dichoso el hombre a quien tú educas, al que enseñas tu ley, dándole descanso tras los años duros.
Porque el Señor no rechaza a su pueblo, ni abandona su heredad: el justo obtendrá su derecho, y un porvenir los rectos de corazón.
Cuando me parece que voy a tropezar, tu misericordia, Señor, me sostiene; cuando se multiplican mis preocupaciones, tus consuelos son mi delicia.
Lectura del santo evangelio según san Marcos 8, 14-21. En aquel tiempo, a los discípulos se les olvidó llevar pan, y no teman mas que un pan en la barca. Jesús les recomendó: -«Tened cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes.» Ellos comentaban: -«Lo dice porque no tenemos pan.» Dándose cuenta, les dijo Jesús: -«¿Por qué comentáis que no tenéis pan? ¿No acabáis de entender? ¿Tan torpes sois? ¿Para qué os sirven los ojos si no veis, y los oídos si no oís? A ver, ¿cuántos cestos de sobras recogisteis cuando repartí cinco panes entre cinco mil? ¿Os acordáis?» Ellos contestaron: -«Doce.» -« ¿Y cuántas canastas de sobras recogisteis cuando repartí siete entre cuatro mil?» Le respondieron: -«Siete.» Él les dijo: -«¿Y no acabáis de entender?»
Comentario: 1.- St 1,12-18. De nuevo nos habla Santiago de las pruebas de la vida. Un cristiano, ante las tentaciones que le salen al paso, no tiene que echar la culpa a Dios ni a ningún factor de fuera. Nos vienen de nosotros mismos: «A cada uno le viene la tentación cuando su propio deseo lo arrastra y seduce: el deseo concibe y da a luz el pecado, y el pecado, cuando se comete, engendra muerte». Es un análisis psicológico y religioso de nuestra debilidad humana. De Dios sólo nos vienen dones y fuerza. El sólo sabe ayudar y nos ha destinado a ser «primicia de sus criaturas».
-¡Feliz el hombre que soporta la prueba! Superada ésta, recibirá la «corona de la vida» que ha prometido el Señor a los que le aman. La tentación, el mal, la prueba... Hoy más que nunca es ésta una de las objeciones más corrientes contra Dios: «Si Dios es bueno, como decís, ¿por qué?...» Santiago contesta. El mal, lo que daña es pasajero. Es una «prueba», en el sentido moderno de la palabra, cuando se «pone a prueba una máquina, o cualquier elemento técnico» para asegurarse de su «valor», calidad y buen estado. Lo mismo ocurre con el hombre que, destinado al gozo y a la felicidad, pero habiendo de pasar por la prueba... recibirá la «corona de la vida», una vez reconocido su «valor». Si cree en ello, ya desde ahora el hombre puede hallar gozo en sus pruebas, sabiendo lo que «Dios ha prometido»: se trata aquí de la virtud de la esperanza. Una «corona de la vida» (1 Cor 9,25; Ap 2,10): símbolo de alegría, de felicidad, de victoria... recompensa mesiánica, prometida para los últimos tiempos.
-Cuando uno se ve tentado, no diga que Dios lo tienta; lo malo no tienta a Dios y El no tienta a nadie. La interrogación vuelve de nuevo: «¿Por qué nos somete Dios a veces a tales pruebas?...» Santiago contesta: Lo he dicho ya, la prueba forma parte del designio de Dios, como fase pasajera y misteriosamente útil... Empero no es directa ni inmediatamente querida por Dios. Dios «no nos afrenta», sólo esparce bondades. Y Santiago continúa argumentando: Dios es santo, inaccesible al mal, no puede querer el mal ni puede proponerlo al hombre. Luego, ¿de dónde viene la tentación? Viene de la naturaleza de las cosas: de la creación, que forzosamente es imperfecta porque no es Dios... y del deseo del hombre, imperfecto también. Si se insiste en el primer párrafo -Dios se sirve de las pruebas para probar nuestro valer y para conducirnos a la corona de la vida-... si se insiste en el segundo -Dios no nos prueba directamente-... se puede decir «Dios me ha enviado esta prueba», o bien «no es Dios quien me ha enviado esta prueba.» En el contexto ateo del mundo contemporáneo, es sin duda prudente no emplear la primera fórmula, que podría dar a entender que Dios no es verdaderamente bueno. De otra parte, resulta indispensable saber tomar las cosas con cierta filosofía y aceptar los golpes de la fortuna, las desventuras de la existencia, o las malas consecuencias de las leyes naturales... viendo en todo ello una ocasión de profundización. Desde este punto de vista las permite Dios. Y Jesús no ha estado tampoco exento de ellas.
-No os engañéis, hermanos queridos, toda dádiva buena y todo don perfecto viene de lo alto, descienden del Padre, creador de las estrellas... Santiago insiste en ello. ¡Dios es todo bondad, todo amor, todo luz! En El no hay tiniebla alguna. ¡Sólo puede «querer» el bien! Con su Palabra de verdad, quiso darnos la vida (Noel Quesson).
Dios quiere que nosotros seamos los mejores frutos que ha engendrado el Evangelio. Así, unidos a Cristo, somos primicias de sus criaturas. Pero, así como el oro se acrisola en el fuego, así el hombre de fe se acrisola en la prueba, en la tentación que ha de ser vencida. Ciertamente somos frágiles e inclinados al mal; sin embargo no podemos escudarnos en esa debilidad para justificar nuestras malas acciones; pues Dios nos ha dado su Espíritu para que en todo salgamos más que victoriosos. Si muchas veces la tentación engendra el pecado y el pecado la muerte en nosotros es porque no sabemos orar y pedirle a Dios que nos conceda la sabiduría necesaria para serle siempre fieles. La vigilancia y la prudencia deben ser parte activa de nuestra vida, de tal forma que no nos dejemos ni sorprender, ni vencer, ni dominar por el pecado. Recordando que todo beneficio y todo don perfecto viene de lo alto, no dejemos de pedirle constantemente al Señor que no nos deje caer en la tentación, y que nos libre del malo.
2. Sal. 93. Dios es quien nos educa y enseña a cumplir sus mandamientos. Si nos dejamos instruir por Él y le somos fieles, entonces vendrá a nosotros y hará en nosotros su morada. Y entonces, teniendo a Dios, jamás vacilaremos, pues Él saldrá en defensa nuestra, ya que Él no rechaza a los suyos ni los deja desamparados. A Jesús Dios lo libró de sus enemigos, no porque acabara con ellos haciendo que murieran, sino porque a Él lo resucitó y lo libró así de la muerte, que era el último enemigo a vencer. Desde entonces sabemos que no debemos temer a los que matan el cuerpo, sino más bien a quien puede arrojar al fuego eterno tanto al cuerpo como al alma. Esto, ciertamente, sería la peor de las desgracias. Por eso nuestro corazón se llena de esperanza, y en medio de las grandes pruebas no vacila, pues desde Cristo no es la muerte, sino la vida, la que tiene la última palabra en nosotros.
Dios no tienta a nadie. Ni inclina a nadie al mal, aunque popularmente digamos que Dios nos envía tales o cuales pruebas y tentaciones. Somos nosotros mismos los que nos tentamos, porque somos débiles, porque no nos sabemos defender de las astucias del mal y hacemos caso de nuestras apetencias: el orgullo, la avaricia, la sensualidad. Tenemos siempre delante la tremenda posibilidad de hacer el bien o el mal, de seguir un camino u otro. A veces con las ideas claras de a dónde tendríamos que ir, pero con pocas fuerzas, y la tentación constante de hacer lo más fácil. De Dios sé que podemos estar seguros de que lo suyo es ayudar: «cuando me parece que voy a tropezar, tu misericordia. Señor, me sostiene; cuando se multiplican mis preocupaciones, tus consuelos son mi delicia», como dice el salmo de hoy. El nos va educando -también a través de nuestras caldas- a lo largo de toda nuestra vida. El que supera la prueba «recibirá la corona de la vida que el Señor ha prometido a los que le aman».
Cuántas veces le pedimos a Dios: «no nos dejes caer en tentación», «líbranos del mal». Esta fuerza de Dios es la que hará posible que se cumpla su plan sobre nosotros: «que seamos como la primicia de sus criaturas». Que no sólo nos salvemos nosotros, sino que ayudemos a otros a seguir el camino que Dios quiere.
3.- Mc 8,14-21 (par: Mt 16,5-12). A partir de un episodio sin importancia -los discípulos se han olvidado de llevar suficientes panes- Jesús les da una lección sobre la levadura que han de evitar. Jesús va sacando enseñanzas de las cosas de la vida, aunque sus oyentes esta vez, como tantas otras, no acaban de entenderle. La levadura es un elemento pequeño, sencillo, humilde, pero que puede hacer fermentar en bien o en mal a toda una masa de pan. También puede entenderse en sentido simbólico: una levadura buena o mala, dentro de una comunidad, la puede enriquecer o estropear. Jesús quiere que sus discípulos eviten la levadura de los fariseos y de Herodes.
El aviso va para nosotros, ante todo en nuestra vida personal. Una actitud interior de envidia, de rencor, de egoísmo, puede estropear toda nuestra conducta. En los fariseos esta levadura mala podía ser la hipocresía o el legalismo, en Herodes el sensualismo o la superficialidad interesada: ¿cuál es esa levadura mala que hay dentro de nosotros y que inficiona todo lo que miramos, decimos y hacemos? Al contrario, cuando dentro hay fe y amor, todo queda transformado por esa levadura interior buena. Los actos visibles tienen una raíz en nuestra mentalidad y en nuestro corazón: tendríamos que conocernos en profundidad y atacar a la raíz.
El aviso también afecta a la vida de una comunidad. Pablo, en l Corintios 5,6-8, aplica el simbolismo al mal que existe en Corinto. La comunidad tendría que ser «pan ázimo», o sea, pan sin levadura mala: «¿No sabéis que un poco de levadura fermenta toda la masa? Purificaos de la levadura vieja, para ser masa nueva, pues sois ázimos». Y quiere que expulsen esa levadura (está hablando del caso del incestuoso) y así puedan celebrar la Pascua. «no con levadura vieja, ni con levadura de malicia e inmoralidad, sino con ázimos de pureza y de verdad» (J. Aldazábal).
En el entramado del relato evangélico se introduce, de una forma un poco artificiosa, un episodio bastante curioso. Al subir en la barca, los discípulos se habían olvidado de llevarse pan; por casualidad les quedaba un pequeño pedazo. Estando en esta tensión psicológica, oyen a Jesús que, dándole vueltas a la respuesta negativa que había dado a los fariseos, decía: "Cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes". Los discípulos no entienden; a lo sumo creen que se trata de una regañuza por no haber llevado el alimento necesario. Sin embargo, el significado de aquellas palabras era más profundo. Para comprender este texto, hay que conocer antes el significado de la palabra "levadura". La fiesta de la pascua implicaba, entre otras cosas, el rito de comer panes no fermentados. La levadura era considerada como signo y causa de corrupción. La pascua era la fiesta de la novedad, de la renuncia a lo viejo, de la búsqueda de un Dios que se revela en lo nuevo. El NT profundiza este sentido de la novedad y ve en Jesús el ácimo por excelencia, el hombre nuevo frente al hombre viejo (1 Co 6,6-8; 15, 20-23; Rm 6,1-11). Así queda patente cómo la levadura se pone en relación con la maldad y la bondad: "Rechazad la vieja levadura, para llegar a ser una masa nueva, ya que sois ácimos... Celebremos, pues, la fiesta, no con el fermento antiguo, ni con el fermento de la maldad o de la iniquidad, sino con los ácimos de la pureza y de la verdad" (1 Co 5,7-8).
Pero en la literatura judea-helenista la metáfora de la levadura se aplicaba frecuentemente no a cualquier "corrupción" moral, sino muy concretamente al orgullo, a la soberbia, a la hipocresía. En el pasaje paralelo Lucas añade expresamente: "Guardaos de la levadura (esto es, de la hipocresía) de los fariseos" (Lc 12, 1).
Así pues, nos inclinamos a creer que Jesús hubiera puesto en guardia a sus discípulos contra el orgullo y la soberbia de los fariseos, los cuales pensaban probablemente en un mesías triunfal, en un jefe, que con prodigios grandiosos sometía al mundo al nuevo superpoder de Israel. Para Jesús no se trata de alcanzar el poder, sino de servir a la humanidad necesitada. Este es el único milagro que se debe realizar en este mundo mientras se va proclamando la gran noticia del reino de Dios. Los discípulos habían recibido recientemente una espléndida lección con respecto a ello, lección insistentemente repetida: en la primera multiplicación habían recogido cinco cestas llenas de las sobras, en la segunda, doce. Esto significa que el hecho de compartir el pan no empobrece, sino que, todo lo contrario, enriquece. Esta era la lección del " hijo del hombre", que los discípulos, contagiados en parte por los fariseos, no lograban entender (Edic. Marova).
La escena que nos propone hoy Marcos es una de las más dolorosas del evangelio. Jesús acaba de romper voluntariamente el diálogo con los fariseos ante su "ininteligencia" y su "endurecimiento"... ahora bien, en el barco mismo que les aleja, encontramos a Jesús ante la misma "incomprensión" y aquí, de parte de sus amigos más próximos, los Doce elegidos. Inmensa soledad. Jesús está rodeado de incredulidad. Nadie comprende en verdad su mensaje. No, el evangelio no está engalanado, no es un bonito cuento color de rosa inventado por los Doce. Las cosas debieron pasar así para que hayan sido relatadas con esta dureza.
-Los discípulos al embarcar se olvidaron de tomar consigo panes, y no tenían en la barca sino un pan. Jesús les daba esta consigna: "¡Mirad de guardaros del fermento de los fariseos y del fermento de Herodes!" Pero ellos iban discurriendo entre sí porque no habían llevado panes. Este malentendido revela que ellos no se encuentran en la misma longitud de onda. Jesús quisiera ponerles en guardia contra el "fermento" -considerado como fuente de impureza y de corrupción. 1 Co 5, 68, Ga 5, 9- de los fariseos. Jesús continúa todavía bajo el peso de la tentación anterior. El gran problema es el "fariseísmo": ¡Estad atentos, desconfiad! ¡Pero los apóstoles están preocupados por problemas materiales: Temen no tener suficiente para comer... ¡sólo se han llevado un pan de la panadería!
-Por qué discutís por no tener pan? Todavía no comprendéis? ¿Sois obtusos de entendimiento? ¿Teniendo ojos no véis y teniendo oídos no oís? Ellos son también "ciegos" y no entienden en absoluto a Jesús! Notemos que antes de la "profesión de fe" de Pedro (Mc 8 27-30) Jesús ejercerá su poder iluminador, curando, como con dificultad, a un ciego (Mc 8,22-26). "¡Tenéis ojos y no véis!" Los mismos discípulos tendrán que ser curados de su ceguera espiritual para reconocer quién es Jesús. Así los Doce reciben el mismo reproche que las multitudes que no comprendían las parábolas (Mc 4,12). Esta ininteligencia de los apóstoles es aquí subrayada fuertemente. Continuará hasta el final... hasta después de la resurrección: "Jesús se manifestó a los once cuando estaban a la mesa y les reprochó su incredulidad y la dureza de su corazón, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado" (Mc 16,14). Esta ininteligencia, esa incredulidad, debe interpelarnos hoy también a nosotros. ¿No estamos a veces muy orgullosos de nuestra Fe, muy seguros de nosotros mismos? Y sin embargo ¿no somos también a menudo ininteligentes e incrédulos? Señor, ven en ayuda de nuestra falta de Fe. Haznos humildes. Guarda nuestras mentes y nuestros corazones abiertos, alertados, siempre atentos, disponibles para nuevos progresos. Purifícanos, Señor, del "fermento" de la suficiencia, sánanos de nuestras certidumbres orgullosas. Mantén en nosotros, Señor, un espíritu de búsqueda (Noel Quesson).
Jesús pone en alerta al grupo de discípulos sobre el plan que están organizando los fariseos y los herodianos contra él. Jesús sabe que el proyecto del Reino que ha venido predicando de pueblo en pueblo, está incomodando a los líderes del poder religioso y político de Jerusalén. Por eso Jesús le dice al grupo de sus amigos que se cuiden de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes; esas dos levaduras pueden corromper la masa.
Frente a la llamada de atención que hace Jesús, sus apóstoles no le prestan atención, sino que se preocupan de la falta de alimento y de esa forma distorsionan el mensaje de alerta que el Maestro estaba dando. El pan no es el problema fundamental. Siempre que ha faltado ha habido forma de conseguirlo para saciar el hambre del grupo y de la multitud hambrienta. Jesús deseaba que sus seguidores cayeran en cuenta del complot que se estaba preparando contra él.
En el proseguimiento de la causa de Jesús, es decir en el asumir el proyecto del Reino, la persecución es una de las realidades que acompañan a todos aquellos que asumen con radicalidad la obra liberadora iniciada por el Maestro. Los poderosos siempre estarán descontentos con las propuestas de humanizar esta historia y de equilibrar este mundo desequilibrado por el egoísmo institucionalizado. La misión es difícil. Pero tenemos que ser capaces de continuarla para hacer posible el Reinado de Dios en medio de nuestro mundo. La utopía del Reino nos sigue interpelando y nos sigue llamando a desinstalarnos y a dejar las seguridades que nos impiden ponernos en camino para vivir como Jesús vivió. La Iglesia tiene un compromiso con el Reino de Dios. Nosotros que somos Iglesia estamos llamados a combatir con nuestro propio testimonio el poder de dominio e instaurar en medio de nuestro mundo una realidad alternativa, así se nos persiga y se nos calumnie (Juan Mateos).
La levadura de los fariseos, según vemos en Luc 12,1, es la hipocresía. Hemos de guardarnos tanto de compartirla cuanto de ser su víctima. La levadura de Herodes es la mala vida, que se contagia como una peste. Véase Mt 16,6 y 12: "Y Jesús les dijo: "Mirad y guardaos de la levadura de los fariseos y de los saduceos. Entonces, comprendieron que no había querido decir que se guardasen de la levadura de los panes, sino de la doctrina de los fariseos y saduceos".
Hoy notamos que Jesús —como ya le pasaba con los Apóstoles— no siempre es comprendido. A veces se hace difícil. Por más que veamos prodigios, y que se digan las cosas claras, y se nos comunique buena doctrina, merecemos su reprensión: «¿Aún no comprendéis ni entendéis? ¿Es que tenéis la mente embotada?» (Mc 8,17).
Nos gustaría decirle que le entendemos y que no tenemos el entendimiento ofuscado, pero no nos atrevemos. Sí que osamos, como el ciego, hacerle esta súplica: «Señor, que vea» (Lc 18,41), para tener fe, y para ver, y como el salmista dice: «Inclina mi corazón a tus dictámenes, y no a ganancia injusta» (Sal 119,36) para tener buena disposición, escuchar y acoger la Palabra de Dios y hacerla fructificar.
Será bueno también, hoy y siempre, hacer caso a Jesús que nos alerta: «Abrid los ojos y guardaos de la levadura de los fariseos» (Mc 8,15), alejados de la verdad, "maniáticos cumplidores", que no son adoradores en Espíritu y en verdad (cf. Jn 4,23), y «de la levadura de Herodes», orgulloso, despótico, sensual, que sólo quiere ver y oír a Jesús para complacerse.
Y, ¿cómo preservarnos de esta "levadura"? Pues haciendo una lectura continua, inteligente y devota de la Palabra de Dios y, por eso mismo, "sabia", fruto de ser «piadosos como niños: pero no ignorantes, porque cada uno ha de esforzarse, en la medida de sus posibilidades, en el estudio serio, científico de la fe (...). Piedad de niños, pues, y doctrina segura de teólogos» (San Josemaría).
Así, iluminados y fortalecidos por el Espíritu Santo, alertados y conducidos por los buenos Pastores, estimulados por los cristianos y cristianas fieles, creeremos lo que hemos de creer, haremos lo que hemos de hacer. Ahora bien, hay que "querer" ver: «Y el Verbo se hizo carne» (Jn 1,14), visible, palpable; hay que "querer" escuchar: María fue el "cebo" para que Jesús dijera: «Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan» (Lc 11,28; Lluís Roqué Roqué).
La levadura, en la mentalidad judía, tiene una imagen negativa. Igualmente en el NT, con excepción de la parábola para ilustrar el Reino (Lc 13,20-21; Mt 13,33). Los rabinos veían en la levadura una fuerza maligna que predispone a las personas hacia al mal. Dado que la levadura tiene la función de fermentar, era considerada como signo y causa de corrupción. Sobre esto nos dice 1 Cor 5,7-8 "echen fuera la vieja levadura y purifíquense; ustedes han de ser una masa nueva, pues si Cristo es para nosotros la víctima pascual, ustedes son los panes sin levadura. Entonces basta ya de vieja levadura, la levadura del mal y del vicio, y celebren la fiesta con el pan sin levadura, que es pureza y sinceridad". Podríamos concluir diciendo que la metáfora de la levadura se aplicaba a la corrupción moral, pero sobretodo al orgullo, la soberbia y la hipocresía.
En el pasaje paralelo a nuestro texto de hoy, Lucas dirá expresamente "cuídense de la levadura de los fariseos que es la hipocresía". Jesús advierte entonces de la soberbia, el orgullo y la hipocresía de los fariseos, deseosos de un mesías triunfalista, revelado a través de grandes prodigios cósmicos, que someta el mundo conocido bajo el poder de Israel, y les permita mantener su poder religioso. Al fin y al cabo, ellos parecen ponerse como los únicos jueces autorizados para determinar quien es el verdadero mesías.
En la misma línea están los herodianos, temerosos de perder sus privilegios políticos. Cuando Jesús dice a sus discípulos "abran los ojos", se contrapone a la actitud de los fariseos y herodianos, que hasta el momento han cerrado sus ojos ante Jesús de Nazaret, la verdadera señal revelada por Dios para que la humanidad tuviera vida, y vida en abundancia. Al contrario, ambos grupos se habían puesto de acuerdo para intentar eliminar a Jesús (Mc 3,6). Los discípulos deben estar atentos para no dejarse contagiar de esta levadura. Las palabras de Jesús no parecen tener eco en los discípulos que siguen preocupados por la falta de pan. Jesús entonces los reprocha, utilizando advertencias echas precedentemente a sus adversarios (Mc 3,5; 4,12), que a su vez tiene su origen en los profetas"."Oye pueblo estúpido y tonto, que tienes ojos y no ves, orejas y no oyes" (Jer 5,21). Llama la atención que la expresión "ojos que no ven y oídos que no oyen", se encuentra en medio de relatos de curaciones de un sordomudo y un ciego. Esto significa que, aún los discípulos, dependen totalmente de Jesús para abrir sus ojos y sus oídos, o lo que es lo mismo, sólo Jesús abre los ojos y los oídos para ver y escuchar el verdadero proyecto de Dios.
A partir del v. 19, Jesús evoca el recuerdo de los dos relatos de multiplicación, en los que solo se mencionan los panes omitiendo los peces. Esto permite afirmar la lectura simbólica cristológica y eucarística que hace Marcos de estos relatos. Aquí incluso, podríamos releer de manera simbólica, el único pan (v. 14) como una alusión a Jesús. En las preguntas sobre los relatos de la multiplicación, Marcos insiste en las expresiones "repartir" (o "partir el pan", término con que en el cristianismo primitivo llamaba a la eucaristía) y "recoger". Podríamos interpretar estas palabras diciendo que lo que aún no logran entender, ni ver, ni oír los discípulos, es que lo opuesto a la levadura de los fariseos y los herodianos, es el repartir o compartir el pan con los necesitados, sólo así recogeremos la riqueza del Reino de Dios.
Si el Señor repartió cinco panes y dos pescados entre cinco mil hombres y se recogieron doce canastos de sobras; y siete panes entre cuatro mil y se recogieron siete canastos de sobras ¿acaso no podía repartir un pan entre doce haciendo que, incluso sobrara bastante? Si el Señor invita a sus discípulos a cuidarse de la levadura de los fariseos y de la de Herodes en el fondo les está pidiendo más lealtad a la fe que han depositado en Él. Ir en la barca con Jesús no es tanto un viaje de placer, es el compromiso de remar incansablemente para que todos lleguen a la otra orilla a encontrarse con nuestro Dios y Padre. Pero no podemos ir con una religiosidad de pacotilla; no podemos dar culto a Dios de un modo meramente externo, más para exhibirnos que para unirnos con el Señor; no podemos buscar a Jesús sólo por curiosidad, con tal inmadurez que por cualquier motivo nos faltara el carácter suficiente para defender la vida y los intereses de los demás. El Señor nos quiere firmes en la fe, comprometidos con la esperanza de un mundo cada día más justo y fraterno porque brille en él el rostro de Dios; pero también nos quiere como un signo claro de su amor que se hace entrega generosa, más aún: total, en favor de los demás. No permitamos que las cosas pasajeras emboten nuestra vida, de tal forma que nos dejen con la mirada puesta en la tierra y con el corazón vacío del amor, que debe guiar al hombre de fe tanto en sus obras como en sus palabras.
Dios sólo engendra el bien en nosotros. Su Palabra es sembrada en nosotros, como la mejor de las semillas, para que germine, crezca y produzca frutos abundantes de buenas obras. Dios jamás ha sembrado en nosotros una semilla de maldad ni de pecado. Todo beneficio, todo don perfecto y toda la abundancia de salvación llega a nosotros gracias al Misterio Pascual de Cristo, cuyo memorial estamos celebrando. Vivamos atentos, vigilantes, para que el pecado no anide en nosotros, pues el pecado tiene como consecuencia la muerte; y nosotros no estamos llamados a la muerte, sino a la vida, y Vida eterna. Esta Vida comienza a hacerse realidad en nosotros ya desde ahora, especialmente al participar de la Eucaristía. Ojalá y no tengamos los ojos cerrados, ni el corazón endurecido tanto para comprender como para aceptar el amor, el perdón y la salvación que Dios nos ofrece en Cristo Jesús.
Si en verdad la Palabra de Dios ha sido pronunciada eficazmente en nosotros, nosotros debemos transparentarla en nuestra vida desde unas obras llenas de bondad, de rectitud, de justicia y de amor fraterno. Quien se contenta con escuchar la Palabra de Dios, y después vive como si Dios no se hubiera dirigido a esa persona para llamarla a la conversión, con esa actitud está demostrando que, aun cuando dé culto a Dios vive como si no conociera al mismo Dios. Por eso debemos procurar que nuestras buenas obras sean un signo del amor de Dios en medio de nuestros hermanos. No dejemos que la levadura del pecado eche a perder nuestra vida. Si queremos darle un nuevo rumbo a nuestra vida personal y a nuestra historia dejemos que el Espíritu Santo habite en nosotros, nos transforme y nos haga ser fermento de santidad en el mundo. Cuando lleguemos a serlo sabremos también escuchar la voz de Dios que nos reclama un poco más de amor, de generosidad, de justicia social por la voz de aquellos que se encuentran faltos de todo eso, y necesitan de una mano que se tienda hacia ellos. Entonces, no sólo con palabras, sino con la vida misma, estaremos colaborando para que desaparezca el mal de entre nosotros y vaya surgiendo, con toda su fuerza, el Reino de Dios entre nosotros.
Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de no ser ocasión de pecado para nadie, sino más bien de ser portadores de Cristo y de su salvación para todos. Amén (www.homiliacatolica.com).
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