viernes, 26 de febrero de 2010
Día 10º. VIERNES PRIMERO (26 de Febrero): Dios quiere nuestra conversión, que se vea en el amor a los demás Los profetas escuchan de Dios:
Día 10º. VIERNES PRIMERO (26 de Febrero): Dios quiere nuestra conversión, que se vea en el amor a los demás
Los profetas escuchan de Dios:
-“¿Es que quiero yo la muerte del malvado y que no se convierta de su camino y viva?” Claro, para esto está la Cuaresma, para hacer las paces, el arrepentimiento: «Convertíos a Mí de todo corazón». Lo importante es el amor. La conversión ha de verse en las buenas obras: ser más caritativos, más serviciales, más cariñosos, más amables, más desprendidos, más bondadosos. Dice San Clemente Romano: «Seamos humildes, dejando toda chulería, aparentar y tontería, y los arrebatos de la ira..., emprendamos otra vez la meta de la paz…» recemos también por todos los pecadores, pues dice también el profeta: “Si el malvado se convierte de todos los pecados… vivirá, y no morirá. Ninguna de las ofensas que haya cometido le será recordada: a causa de la justicia que ha practicado, vivirá… preserva su vida. El ha abierto los ojos y se ha convertido de todas las ofensas que había cometido: por eso, seguramente vivirá, y no morirá”.
«Desde el fondo del corazón a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz; estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica. Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón y así infundes respeto. Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la aurora; porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa; y Él redimirá a Israel de todos sus delitos». Qué bonito el salmo de perdón, que me lleva a sentirme perdonado por Dios, porque yo también perdono a los demás. Lo explica el Evangelio… Jesús dijo:
-Todo aquel que se enfade contra su hermano, será culpable ante el tribunal; pero el que llame a su hermano "imbécil", será culpable ante el Sanedrín; y el que le llame "renegado", será reo de la gehenna de fuego.
Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda”. (Esto no quiere decir que tenga que salir de la fila de comulgar para ir a hacer las paces, pero sí que en mi corazón piense que las haré en cuanto pueda, y que pida ayuda a Jesús en aquella comunión. Además, qué bonito saber que mientras que todos los que mueren serán juzgados, el que no juzga a los demás no tendrá juicio, se lo salta, va directamente al cielo…)
Jesús en este nuevo Sinaí está volviendo a escribir la ley que Dios dio a Moisés, con las palabras del sermón de la Montaña, de las Bienaventuranzas, de su Vida. «Yo digo» completa el «se dijo» que Dios dijo a Moisés, «Yo digo» es “El que soy” que habla de nuevo: «He aquí que hago nuevas todas las cosas».
El gran propósito de hoy es no irritarnos contra nuestros hermanos, ni con palabras, no ser caprichoso que es la fuente de discordia: debes morir a la ley del gusto: hacer las cosas porque me gusta, me apetece, me va bien.... A ver si te gusta esta historia que me acaban de mandar por e-mail de AMOR EN LA LATITA DE LECHE:
Dos hermanitos vestidos de forma harapienta, provenientes del arrabal, uno de cinco años y el otro de diez, iban pidiendo un poco de comida por las casas de la calle que rodea la colina.
Estaban hambrientos y cuando mendigaban por las casas, escuchaban frases detrás de la puerta como "vaya a trabajar y no molesten", o "aquí no hay nada, pordiosero..."
Las múltiples tentativas frustradas entristecían a los niños...
Por fin, una señora muy atenta les dijo: "Voy a ver si tengo algo para ustedes...¡Pobrecitos!".
Y volvió con una latita de leche.
¡Qué fiesta! Ambos se sentaron en la acera. El más pequeño le dijo al de diez años: "tú eres el mayor, toma primero... y lo miraba con sus dientes blancos, con la boca medio abierta, relamiéndose".
Yo contemplaba la escena como tonto... ¡Si vieran al mayor mirando de reojo al pequeñito...!
Se lleva la lata a la boca y simulando que bebía, apretaba los labios fuertemente para que no le entrase ni una sola gota de leche.
Después, extendiéndole la lata, decía al hermano: "Ahora es tu turno. Sólo un poquito."
Y el hermanito, dando un trago exclamaba: "¡Está sabrosa!"
"Ahora yo", dice el mayor. Y llevándose a la boca la latita, ya medio vacía, no bebía nada.
"Ahora tú", "Ahora yo", "Ahora tú", "Ahora yo"...
Y, después de tres, cuatro, cinco o seis tragos, el menor, de cabello ondulado, barrigudito, con la camisa afuera, se acababa toda la leche... él solito.
Esos "ahora tú", "ahora yo" me llenaron los ojos de lágrimas... Y entonces, sucedió algo que me pareció extraordinario.
El mayor comenzó a cantar, a danzar, a jugar fútbol con la lata vacía de leche. Estaba radiante, con el estómago vacío, pero con el corazón rebosante de alegría.
Brincaba con la naturalidad de quien no hace nada extraordinario, o aún mejor, con la naturalidad de quien está habituado a hacer cosas extraordinarias sin darles la mayor importancia.
De aquél muchacho podemos aprender una gran lección: "Quien da es más feliz que quien recibe."
Es así que debemos amar. Sacrificándonos con tanta naturalidad, con tal elegancia, con tal discreción, que los demás ni siquiera puedan agradecernos el servicio que les prestamos."
¿Cómo podrías hoy encontrar un poco de esta "felicidad" y hacer la vida de alguien mejor, con más "gusto de ser vivida"?
¡Adelante, levántate y haz lo que sea necesario!
Cerca de nosotros puede haber un amigo que necesita de nuestro hombro, de nuestro consuelo y, quizá aún más, de un poco de nuestra paz....
Un cristiano hace las cosas por dar gusto a Jesús, a los demás: porque les gustará a Jesús, les dará una alegría, les interesará que yo haga esto, o lo otro. Madre mía, que siempre actúe para darle gusto a mis padres, a mis hermanos; que muera a la ley del gusto mío. Esta es la elección que tengo que hacer vivir esclavo de mis caprichos, o vivir con la ilusión de hacerme amador de Dios, esclavo del amor. Prefiero esto último, María, pero ayúdame.
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