sábado, 26 de mayo de 2012


SÁBADO DE LA SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA: confiar en Jesús y seguirle, proclamar su Reino, es el camino de la felicidad: el Espíritu Santo viene a darnos esta alegría y abandono en el amor de Dios.

1ª: Hch 28, 16-20. 30-31: 16Cuando llegamos a Roma le fue permitido a Pablo vivir en casa particular con un soldado que le custodiara.
            17Tres días después convocó a los principales judíos, y una vez reunidos les dijo: Hermanos, sin haber hecho nada contra el pueblo ni contra las tradiciones de los padres fui apresado en Jerusalén y entregado en manos de los romanos, 18que después de interrogarme querían ponerme en libertad por no haber en mí ninguna causa de muerte. 19Pero ante la oposición de los judíos, me vi obligado a apelar al César, no para acusar de nada a los de mi nación. 20Por esta razón os he pedido veros y hablaros, pues llevo estas cadenas por la esperanza de Israel.
            30Pablo permaneció dos años completos en el lugar que había alquilado y recibía a todos los que acudían a él. 31Predicaba el Reino de Dios y enseñaba lo relativo al Señor Jesucristo con toda libertad y sin ningún estorbo

Salmo responsorial: 10,5-7: El Señor examina al justo y al impío, / y aborrece al que ama la violencia. / Hará llover ascuas y azufre sobre los impíos; / un viento abrasador será la porción de su copa. / El Señor es justo / y ama la justicia; / los rectos verán su rostro.

Jn 21, 20-25: Volviéndose Pedro vio que le seguía aquel discípulo que Jesús amaba, el que en la cena se había recostado en su pecho y le había preguntado: Señor, ¿quién es el que te entregará? Viéndole Pedro dijo a Jesús: Señor, ¿y éste qué? Jesús le respondió: Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme. Por eso surgió entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué?
            Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero. Hay, además, otras muchas cosas que hizo Jesús, y que si se escribieran una por una, pienso que ni aun el mundo podría contener los libros que se tendrían que escribir.

Comentario: 1. Nos encontramos delante del pasaje final del libro de los Hechos. En él se nos informa, sucesivamente de la llegada de Pablo a Roma acompañado desde el Foro de Apio y Tres Tabernas por los hermanos de la ciudad, que habían salido a su encuentro; de la situación de arresto domiciliario en que queda (vv 15-16), y del encuentro, alocución y reto final a los judíos (17-29). De pronto, el libro se cierra bruscamente indicando que, a pesar de todo, durante dos años siguió predicando Pablo el reino de Dios y enseñando lo que se refiere al Señor Jesús con toda libertad y sin estorbos.
-Cuando entramos en Roma, se le permitió a Pablo vivir en una casa particular con un soldado que le custodiara... Permaneció dos años enteros... en una casa que había alquilado. Mientras espera su juicio y su muerte. En sólo dos años la huella de Pablo quedará en Roma, lo mismo que la de Pedro que morirá allá también. Pablo se encuentra ahora en el centro. El centro de un inmenso Imperio pagano. Hoy todavía son dignos de contemplar la suntuosidad de las ruinas de los Foros y de los numerosos Templos. En esa civilización brillante y decadente a la vez y que aparece a la luz del día, segura de su fuerza... Pablo humildemente, obstinadamente, desde su casita particular desconocida, propaga el evangelio en el corazón de algunos hombres y mujeres, una «levadura que levantará toda la pasta». A menudo suelo pensar, Señor, que HOY todavía tu evangelio se encuentra frente a un mundo impermeable; masivamente alejado de las perspectivas de la fe. Concédenos, Señor, confiar en el progreso de tu evangelio, sin acciones ruidosas, por el apostolado humilde, por la oración perseverante de los cristianos que te han encontrado. San Pablo, tan sólo con algunas decenas de cristianos, en la Roma inmensa... ¡rogad por nosotros!
-Tres días después de nuestra llegada, convocó a los principales judíos... «Hermanos, no he hecho nada contra «nuestro» pueblo... pues precisamente por la esperanza de Israel, llevo yo esas cadenas.» Sin pérdida de tiempo, emprende la evangelización de Roma. Tres días después de su llegada convoca a cuantos puede. Y como de costumbre empieza por los de «su» pueblo, y se apoya en la escritura para poner de manifiesto que la fe en Jesús es la prolongación de toda la tradición de Israel. "Innovador" y a la vez «tradicionalista»... Tiene toda la novedad del evangelio, infusa en toda la fidelidad a la tradición recibida de las generaciones precedentes. El Antiguo Testamento era portador de una "esperanza", que Jesús ha realizado. El Antiguo Testamento era una preparación: Conservado violentamente como norma intangible, pasó a ser caduco... leído y releído en la perspectiva de la novedad de Jesucristo, conserva todo su valor.
-“Recibía a todos los que iban a verle, proclamando el Reino de Dios y enseñaba con toda valentía lo referente al Señor Jesús”. Ayúdanos, Señor, a que sepamos aprovechar toda ocasión para proclamar la «buena nueva». Y en primer lugar ayúdanos a conocer mejor ese «reino» de Dios, a conocer mejor «todo lo concerniente a Jesús». Ante todo, Señor, que yo te deje «reinar» en mí, que tu voluntad se haga en mi propia vida a fin de que pueda hablar válidamente de ti a todos aquellos que de algún modo se acerquen a mí, como lo hacía Pablo en su casa de Roma. Fue durante esos dos años de su presencia en Roma cuando Pablo escribió sus Epístolas a los Colosenses, a los Efesios y el breve escrito a Filemón.
Los Hechos de los Apóstoles terminan aquí. La historia final de Pablo acaba en algo vago, en la noche. Posiblemente al cabo de dos años sería liberado... emprendería un nuevo viaje misionero... Encarcelado otra vez, morirá en Roma, bajo la persecución de Nerón, hacia el año 67 (F. Casal/Noel Quesson). En ciertas ocasiones podemos sentirnos también nosotros en parte coartados por la sociedad o por sus leyes, o mal interpretados en nuestras intenciones. Pero si de veras creemos en el Resucitado, que sigue presente, y confiamos en su Espíritu, que sigue siendo vida, fuego, savia y alegría de la comunidad eclesial, la energía de la Pascua debería durarnos y notársenos a lo largo de todo el año en nuestro estilo de vida (J. Aldazábal).
Muchos autores se preguntan por qué Lucas no narra el destino final de Pablo, si fue liberado o muerto. Algunos piensan que el libro termina abruptamente, que posiblemente se perdió el final del libro, que el texto quedó truncado, que el libro fue terminado antes de que se produjera el desenlace final del juicio de Pablo. Estas afirmaciones nacen de una mala comprensión de Hch. Lucas no pretende escribir una biografía de Pablo. En ese caso era lógico que narrara su liberación final o su condenación. Tampoco Lucas quiere narrar la historia de la misión o de los orígenes del Cristianismo. En ese caso sería una muy mala historia, pues omite cantidad de datos fundamentales para dicha reconstrucción histórica. Lo que Lucas realmente nos narra es el triunfo de la misión, el triunfo de la Palabra de Dios, el triunfo del Espíritu Santo, desde Jerusalén hasta Roma como punto de partida para la misión hasta el extremo de tierra (1, 8). Lo que Lucas especialmente nos narra, al interior de esa historia de la misión, es la conversión al Espíritu de los personajes claves de la misión: Pedro, Esteban, Felipe, Bernabé, Marcos, y finalmente Pablo. Cuando estos personajes se convierten al Espíritu, ya no se habla más de ellos en Hch. Ahora que Pablo se convierte finalmente al Espíritu, Lucas puede ya terminar tranquilamente su obra. Ahora, al final de su obra, nos narra la conversión final de Pablo al Espíritu: su orientación misionera definitiva hacia los gentiles. Las dos últimas palabras de Hch son fundamentales y finales: "con toda valentía sin obstáculo alguno". La valentía (parresía) en relación al Espíritu Santo (cf.4, 29)  significa confianza, la de un niño que se abandona en su padre (la de la oración del Padrenuestro). Pablo está ahora totalmente en la estrategia del Espíritu. La ausencia total de obstáculos (akolutos) se refiere a los obstáculos que el mismo Pablo ponía a la misión. El principal obstáculo para la misión a los gentiles era el carácter prioritario y necesario que Pablo daba a la conversión del pueblo judío. Ahora que Pablo deja esta estrategia y da definitivamente razón al Espíritu Santo, desaparece el obstáculo que Pablo mismo colocaba a la misión. La fidelidad al Espíritu es la nota final con la cual termina el libro de Lucas. Es un final lógico y coherente. ¿Predicamos nosotros hoy el Reino de Dios y enseñamos todo lo referente al Señor Jesús con toda valentía y sin estorbo alguno? ¿Logramos nosotros hoy en la Iglesia esa plenitud espiritual a la cual llegó Pablo? Al terminar la lectura de los Hch podemos ya decir que tenemos este libro en nuestras manos, en nuestra mente y en nuestro corazón. Después de entender lo que Lucas, a través del relato de Hch, comunica a su Iglesia (representada por Teófilo), podemos también nosotros hoy discernir, a través del mismo relato de Hch, lo que el Espíritu comunica a nuestra Iglesia de hoy. Terminada la lectura del texto comienza el trabajo principal de descubrir el sentido espiritual del texto para nuestra Iglesia hoy (mercaba.org).
2. Sal. 10. Dios se deleita en los justos, a quienes ve como a sus hijos amados en quienes Él se complace. Pero no se olvida de los pecadores. Él no quiere castigar ni destruir al pecador sino que se convierta y viva. En su gran amor hacia nosotros nos envió a su propio Hijo, para el perdón de nuestros pecados y para hacernos participar de su Vida y de su Espíritu, haciéndonos así hijos suyos. Aprovechemos este tiempo de gracia del Señor, pues Él ha venido a buscar y a salvar todo lo que se había perdido; Él es el Buen Pastor que busca la oveja descarriada, hasta encontrarla para llevarla sobre sus hombros de vuelta al redil. Dejémonos encontrar, salvar y amar por el Señor de tal forma que, renovados en Cristo, seamos una continua alabanza del Nombre de nuestro Dios y Padre. “La alabanza conclusiva refleja la esperanza del justo. Ver el ‘rostro’ de Dios significa aquí tener libre y confiado acceso a Dios en el Templo, de modo parecido a como la expresión ‘ver el rostro del rey’ indica en otros pasajes del AT poder acceder a él libre y confiadamente (cf. Gn 43,3.5;44.23-26; 2 S 3,13). Jesús en las Bienaventuranzas promete asimismo a los limpios de corazón que verán a Dios (cf. Mt 5,8)” (Biblia de Navarra). Esta “promesa supera toda felicidad… en la Escritura, ver es poseer… el que ve a Dios obtiene todos los bienes que se pueden concebir” (S. Gregorio de Nisa).
3. Jn. 21, 20-25. Dice S. Ireneo que Juan vivió mucho tiempo, alcanzando el imperio de Trajano (98-117). Jesús nunca habla de manera curiosa o inútil del futuro, sino de lo que necesitamos para ser fieles.
Jesús acaba de anunciar a Pedro el "género de muerte" que va a tener: una muerte violenta, forzada, un martirio, una coerción. Pedro que sabe cómo murió Jesús, hace cincuenta días, podría tenerse por dichoso de "dar gloria a Dios" por una muerte parecida a la de Jesús. Pero, y es muy natural, tiene miedo. Y en su turbación hace una pregunta: "Y Juan, ¿morirá mártir?" Dame, Señor, la gracia de vivir mi destino personal, el que Tú has escogido para mí, sin compararme con los demás.
Lo que es precisamente sorprendente es que unos hombres frágiles, parecidos a la media de la humanidad, hubieran podido fundar una obra que perdura aún. Hay aquí una fuerza más que humana. En medio de sus errores han estado protegidos en lo esencial: podemos confiar en la Iglesia... ella tiene la verdad esencial y puede transmitirla a veces a través de expresiones aproximativas.
Y nosotros mismos, en el día de hoy, estamos "rodeados de flaqueza" (Hb 5, 2). Algunas de nuestras opiniones pueden falsearse por interpretaciones demasiado humanas. Resulta verdad ahora igual que entonces, que la Verdad de Dios pasa poco a poco a través de la Iglesia.
Es volviendo a meditar constantemente el evangelio, es decir, las palabras de Jesús, como la Iglesia verifica su Fe... en la humildad, en la docilidad a esta Palabra. Este relato ha sido probablemente compuesto después de la muerte de Pedro en Roma. ¿Quién debía sucederle? Algunos pensaban que Juan, único superviviente de los doce, debía ser el sucesor.
Sabemos, históricamente, que la Iglesia de aquel tiempo hizo otra elección: un humilde sucesor de Pedro en Roma, tomó de hecho la sucesión... ¡incluso en vida de otro apóstol, Juan! En lugar de un Apóstol "inmortal", designado para siempre y que regiría la Iglesia hasta el fin de los tiempos -utopía sostenida por los partidarios de Juan, apoyándose en una Palabra mal comprendida de Jesús-, la Iglesia, seguidora de Jesús prefirió la permanencia del Espíritu en una sucesión de distintos hombres... asegurando así a la Iglesia una mayor facultad de adaptación. Mañana celebramos la Pascua de Pentecostés. Te ruego, Señor, por esta Iglesia, tan humana y tan divina, testigo de tu Verdad, en medio incluso de sus balbuceos y de sus búsquedas de todos los tiempos.
La muerte de Pedro, hacia los años 64-67 en los jardines de Nerón debió de plantear a la Iglesia primitiva una engorrosa cuestión: su "primado" tan evidente en todos los relatos del evangelio, era una prerrogativa personal que se acababa con él... o debía pasar a sus sucesores... y ¿a quién elegir como sucesor...? Esta cuestión es central en el Ecumenismo. Mañana, es ¡Pentecostés! La Iglesia es incomprensible sin el Espíritu. Hoy todavía, así creo yo, este mismo Espíritu anima las decisiones aparentemente más humanas de tu Iglesia. Mi Fe es una inmensa confianza en tu obra: Tú estás siempre presente, tú trabajas siempre en el corazón del mundo (Noel Quesson).
El evangelio de Juan termina afirmando que Jesús «hizo muchas otras cosas», pero que no caben en los libros. Pero las palabras señaladas son las que necesitamos para –como Pedro- madurar por obra del Espíritu, y así él nos dio más tarde magníficos testimonios de su amor a Jesús. Irá a Roma como Pablo… Mientras tanto, el evangelio de Juan parece como si no acabara: hay muchas otras cosas de Cristo que no caben en los libros. Ahí estamos nosotros, los que creemos en Jesús dos mil años después, los que no le hemos visto pero le seguimos. Los que estamos desplegando la Pascua en la historia que nos toca vivir. Los que hemos celebrado estas siete semanas, que concluirán con el don mejor del Resucitado, su Espíritu. Nosotros, que estamos intentando vivir en cristiano y anunciar ante el mundo que Cristo Jesús es el que da sentido a toda la historia y a nuestra vida. Y que nos estamos dejando llevar por el Espíritu de Jesús a la verdad plena, a la verdad encarnada en cada generación. Porque la finalidad de todo el evangelio, como dice Juan en su primera conclusión, es que todos crean «que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre» (Jn 20,31) (J. Aldazábal).
El “discípulo amado”, el que ha estado firme al pie de la cruz y ha recibido de Jesús moribundo el encargo de velar por su madre, el que después de una noche infructuosa de pesca ha sido el primero en reconocer a Jesús en el hombre misterioso que les pregunta si tienen algo para comer, sigue a Pedro y a Jesús que dialogan (Pedro y Jesús siempre dialogan, y a los demás nos toca seguirles). Y es objeto de una extraña profecía: que si Jesús quiere que él permanezca hasta su vuelta, a Pedro no le debe importar. Es la gratuidad del amor: a Pedro se le anuncia el martirio, al discípulo amado un destino glorioso; no porque haya hecho cosas mejores que Pedro, sino simplemente porque también ha amado mucho al Señor, hasta merecer tan honroso título. Al final de la lectura nos enteramos de que este discípulo amado es el que ha dado testimonio de todo lo que contiene el evangelio y de que él mismo lo ha escrito. Y los primeros cristianos que leyeron el 4º evangelio estaban convencidos de la veracidad de su testimonio. Tal vez ellos mismos añadieron la nota según la cual los hechos y las palabras de Jesús fueron muchos más de los narrados; que de escribirse todos no habría lugar suficiente en el mundo para los libros que los contuvieran. Por el bautismo que nos asocia íntimamente a la muerte y resurrección de Jesús, también fuimos hechos apóstoles, fuimos enviados a predicar el Evangelio como Pedro, como Juan, Como Pablo. No podemos vivir nuestra fe de cristianos en el anonimato y en la pasividad. Debemos, al contrario, abrirnos a testimoniar nuestra fe, a difundir el evangelio, la alegre noticia del amor de Dios por todos nosotros (Diario Bíblico. Cicla). «Si quiero que se quede hasta que yo venga» (Jn 21,22) puede indicar más esta continuidad que un elemento cronológico en el espacio y el tiempo. S. Agustín interpreta este privilegio de Jesús para su íntimo amigo, diciendo: "Tú (Pedro) sígueme, sufriendo conmigo los males temporales; él (Juan), en cambio, quédese como está, hasta que Yo venga a darle los bienes eternos". La Iglesia celebra, además del 27 de diciembre, como fiesta de este gran Santo y modelo de suma perfección cristiana, el 6 de mayo como fecha del martirio en que S. Juan, sumergido en una caldera de aceite hirviente, salvó milagrosamente su vida. Durante mucho tiempo se creyó que sólo se había dormido en su sepulcro (Fillion). El discípulo amado se convierte en testigo de todo ello en la medida en que es consciente de que el Señor permanece con él en toda ocasión. Ésta es la razón por la que puede escribir y su palabra es verdadera, porque glosa con su pluma la experiencia continuada de aquellos que viven su misión en medio del mundo, experimentando la presencia de Jesucristo. Cada uno de nosotros puede ser el discípulo amado en la medida en que nos dejemos guiar por el Espíritu Santo, que nos ayuda a descubrir esta presencia (Fidel Catalán). Este texto nos prepara ya para celebrar mañana domingo la Solemnidad de Pentecostés, el Don del Espíritu: «Y el Paráclito vino del cielo: el custodio y santificador de la Iglesia, el administrador de las almas, el piloto de quienes naufragan, el faro de los errantes, el árbitro de quienes luchan y quien corona a los vencedores» (San Cirilo de Jerusalén). El pecado es el gran drama de este siglo XXI. Aunque volvamos la mirada al activismo que nos domina, o al placer en el que creemos encontrar consuelo, la muerte (¡la de verdad!), sonríe irónicamente ante los “imprescindibles”, los “necesarios”, los “indispensables”… y promueve, muy sutilmente, todo tipo de “urgencias” que habían de realizarse “ayer”. Un cristiano (¡el de verdad!), no sólo predica que Jesucristo ha vencido al pecado y a la muerte, sino que con su propia vida es capaz de decir “¡no!” a todo aquello que le aparte de su Señor.
“Señor, y éste ¿qué?”. A veces nos paramos en las comparaciones que no vienen a cuento. Hablamos de “mentiras piadosas”, “envidias buenas”… pero, en realidad, seguimos buscando el tesoro en el lugar inadecuado. Otros tienen cosas de las que nosotros carecemos, un buen motivo para dar gracias a Dios, sí, pero además es conveniente recordar las mismas palabras que dirigió Jesús a Pedro: “¿a ti qué? Tú sígueme”. ¿Es que somos tan torpes de “entendederas” para comprender que sólo Cristo es capaz de colmar todas mis ambiciones y deseos? ¡Mira que somos “cabezotas”! No sólo necesitamos tropezar doscientas veces en la misma piedra, porque aunque un ángel de Dios me recordara “en carne mortal” mis continuas torpezas, aún sería lo suficientemente hábil para razonarle lo contrario.
Mañana es Pentecostés. Es hora de ponernos en marcha, junto con toda la Iglesia, para anunciar los grandes dones de Dios. No nos importen los “dimes” y “diretes” de lo que opinen otros. Nosotros a lo nuestro: unidos a María, Madre de la Iglesia, y esposa del Espíritu Santo, somos reconocidos como predilectos de Dios: “El Señor está en su templo santo, el Señor tiene su trono en el cielo; sus ojos están observando, sus pupilas examinan a los hombres”.
Mientras dura la espera de la venida del Espíritu Santo, Nuestra Señora vive como un segundo Adviento, a la vez muy semejante y muy diferente al primero, el que preparó el nacimiento de Jesús. En ambos se da la oración, el recogimiento, la fe en la promesa, el deseo ardiente de que ésta se realice. En el primero, María llevaba a Jesús oculto en su seno, permanecía en el silencio de su contemplación. Ahora, Nuestra Señora vive profundamente unida a su Hijo glorificado, en compañía de los apóstoles y de las santas mujeres, todos en el cenáculo, animados de un mismo amor y de una sola esperanza. La tradición, al meditar esta escena, ha visto la maternidad espiritual de la Virgen sobre toda la Iglesia. Nosotros esperamos la llegada del Paráclito muy unidos a nuestra Señora rezando el Santo Rosario, contemplando sus misterios.
El Espíritu Santo, que ha habitado en María desde el misterio de su Concepción Inmaculada y la llenó de su gracia, que la cubrió con su sombra (Lc 1, 35) cuando concibió a su Hijo Jesús, ahora, en el día de Pentecostés vino a fijar en Ella su morada de una manera nueva, con una plenitud única. Su corazón era el más puro, el más desprendido, el que de modo incomparable amaba más a la Trinidad Beatísima. La Virgen es la criatura más amada de Dios. Pues si a nosotros, a pesar de tantas ofensas, nos recibe como el padre al hijo pródigo; si a nosotros siendo pecadores, nos ama con amor infinito y nos llena de bienes cada vez que correspondemos a sus gracias, ¿qué hará para honrar a su Madre Inmaculada, Virgo Fidelis, Virgen Santísima, siempre fiel? (J. Escrivá de Balaguer). Todo cuanto se ha hecho en la Iglesia desde su nacimiento hasta nuestros días, es obra del Espíritu Santo. “Lo que el alma es al cuerpo del hombre, eso es el Espíritu Santo en el Cuerpo de Jesucristo que es la Iglesia. El Espíritu Santo hace en la iglesia lo que el alma hace en los miembros de un cuerpo” (San Agustín). El Espíritu Santo es también el santificador de nuestra alma. Después de Pentecostés la Virgen es “como el corazón de la iglesia naciente” (R. Garrigou-Lagrange). El Espíritu Santo, que la había preparado para ser Madre de Dios, ahora, en Pentecostés, la dispone para ser Madre de la Iglesia y de cada uno de nosotros. Santa María, Madre de la Iglesia, ruega por nosotros y ayúdanos a preparar la venida del Paráclito en nuestra alma (F. Fernández Carvajal).
Esta semana entre la Ascensión y Pentecostés podemos meditar hasta saturarnos que Jesús es el Señor: ha resucitado (es más fuerte que la muerte y el pecado), ha subido a la gloria de Dios y allí nos prepara las habitaciones para nosotros, si nos portamos bien. Quiere que le ayudemos a decir a todos que hemos de ser felices en el cielo, después de creer, de rezar, de amar aquí en la tierra. ¡Qué pena, que mucha gente no conoce a Jesús! ¡Muchos no saben que somos hijos de Dios! Que las penas también sirven, para unirlas a la cruz de Jesús, y resucitar con Él. Nosotros no vemos a Jesús, pero tenemos la esperanza que ha puesto en nuestro corazón, vamos a decirle: "Jesús, quiero estar siempre contigo, aquí en la tierra y después en el cielo, y quiero ayudar a muchos a ser felices, a ir al cielo". Jesús nos dice: ... “que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo»" (Jn 16,33). Hoy vemos cómo el egoísmo parece que se hace más grande en las familias, en los amigos, en el mundo... la gente no es más feliz sino todo lo contrario, porque le falta Dios, no rezan y por eso la gente se enfada más, tiene más violencia, agresividad... pero Jesús nos dice que tengamos confianza: «¡Ánimo!» Él ha ido al cielo a prepararnos un lugar feliz, y está pendiente de que aquí no estemos solos, se ha quedado en la Eucaristía, ese maravilloso sacramento: Él está ahí, en la Misa, en el sagrario, para que podamos comerlo y hacernos como Él, para acompañarle como nuestro mejor amigo. Y nos manda el Espíritu Santo, el Amor, para poder seguir viviendo dentro de nosotros. Como es Dios, puede hacerlo.
 No queda aquí espacio para hablar del Decenario al Espíritu Santo, que en otro momento trataremos: estos 10 días antes de la fiesta del Espíritu Santo, podemos rezarle y pedirle sus dones, para poder vivir esta docilidad: seguir a Jesús.
“Sígueme”. Nuestro seguimiento del Señor debe ser consecuencia de haberlo conocido, de amarlo y de estar totalmente comprometidos con Él y con su Evangelio. Nosotros debemos ser los primeros en hacer nuestra la Vida nueva que Dios nos ha ofrecido en Cristo Jesús, su Hijo, Hermano y Señor nuestro. Pero esa vida que Dios nos ha comunicado no podemos encerrarla, sino que la hemos de proclamar al mundo entero para que a todos llegue la salvación de Dios. A través del tiempo la Iglesia de Cristo continuará escribiendo esa historia del amor de Dios no sólo mediante sus palabras, sino también mediante sus obras, sus actitudes y su vida misma. Esto nos debe llevar a no romper la unidad en la Iglesia, y a saber respetar los carismas que Dios ha derramado a manos llenas en su Iglesia para el bien de la misma. Son Pedro y los apóstoles, al igual que sus sucesores, quienes sabrán discernir esos carismas e impulsarlos para que cada uno, a la medida de la gracia recibida, pueda colaborar para que el Reino de Dios llegue cada día con mayor fuerza entre nosotros. Así, unidos en torno a Cristo, caminando tras sus huellas llegaremos, finalmente ahí donde Él, nuestra Cabeza y Principio, nos ha precedido.
Reunidos en torno a Cristo para celebrar la Eucaristía no venimos como extraños que sólo se dedican a rezar. Venimos como los amigos íntimos de Cristo para escucharlo y para ser testigos de su Muerte y Resurrección. Venimos a fortalecer nuestra unión en el amor fraterno. Venimos para alimentarnos en la Mesa en que el Señor mismo se convierte en nuestro Pan de Vida. En la Eucaristía resuena en nuestro corazón aquel mandato de Cristo: Ámense los unos a los otros como yo los he amado. Para el cumplimiento de esta misión el Señor nos comunica su Espíritu Santo, que no es un espíritu de cobardía sino de valentía y de fortaleza para que vayamos a dar testimonio de la verdad en el mundo.
La Iglesia, que somos nosotros, extendida hasta el último rincón de la tierra, debe hacer cercano a Cristo a todos los pueblos. Por medio de la Iglesia el mundo debe continuar escuchando a Cristo, debe seguirlo tocando, debe seguirlo contemplando. Nosotros tenemos esta altísima dignidad, pero también esa gravísima responsabilidad. Tal vez muchos traten de apagar la voz del enviado y acabar con la vida del testigo. Pero no tengamos miedo. No podemos, por querer ganarnos el aprecio de los malvados, que no quieren convertirse, hacer acomodos o relecturas de la Palabra de Dios. El Señor nos quiere como testigos de su amor, de su gracia, de su misericordia. Todo esto debe generar una auténtica conversión en aquellos que escuchan a Cristo por medio de su Iglesia. Si por dar testimonio de la verdad somos crucificados, no olvidemos que detrás de la cruz está la resurrección y la vida eterna. Roguémosle al Señor, por intercesión de 

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