sábado, 22 de enero de 2011

2ª semana, martes: «Dios no olvida vuestro trabajo y el amor que le habéis demostrado… Que cada uno demuestre el mismo empeño hasta el final y no seái

2ª semana, martes: «Dios no olvida vuestro trabajo y el amor que le habéis demostrado… Que cada uno demuestre el mismo empeño hasta el final y no seáis indolentes»: el deseo de cumplir la voluntad de Dios es lo que nos salva, y no el cumplimiento como esclavos: «El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado».
Hebreos 6: 10-20: 10: Porque no es injusto Dios para olvidarse de vuestra labor y del amor que habéis mostrado hacia su nombre, con los servicios que habéis prestado y prestáis a los santos. 11 Deseamos, no obstante, que cada uno de vosotros manifieste hasta el fin la misma diligencia para la plena realización de la esperanza, 12 de forma que no os hagáis indolentes, sino más bien imitadores de aquellos que, mediante la fe y la perseverancia, heredan las promesas. 13 Cuando Dios hizo la Promesa a Abraham, no teniendo a otro mayor por quien jurar, juró por sí mismo 14 diciendo: ¡Sí!, te colmaré de bendiciones y te acrecentaré en gran manera. 15 Y perseverando de esta manera, alcanzó la Promesa. 16 Pues los hombres juran por uno superior y entre ellos el juramento es la garantía que pone fin a todo litigio. 17 Por eso Dios, queriendo mostrar más plenamente a los herederos de la Promesa la inmutabilidad de su decisión, interpuso el juramento, 18 para que, mediante dos cosas inmutables por las cuales es imposible que Dios mienta, nos veamos más poderosamente animados los que buscamos un refugio asiéndonos a la esperanza propuesta, 19 que nosotros tenemos como segura y sólida ancla de nuestra alma, y que penetra hasta más allá del velo, 20 adonde entró por nosotros como precursor Jesús, hecho, a semejanza de Melquisedec, Sumo Sacerdote para siempre.
Salmo 111: 1 - 2, 4 - 5, 9 – 10: 1 ¡Aleluya! Doy gracias a Yahveh de todo corazón, en el consejo de los justos y en la comunidad. 2 Grandes son las obras de Yahveh, meditadas por los que en ellas se complacen. 4 De sus maravillas ha dejado un memorial. ¡Clemente y compasivo Yahveh! 5 Ha dado alimento a quienes le temen, se acuerda por siempre de su alianza. 9 Ha enviado redención a su pueblo, ha fijado para siempre su alianza; santo y temible es su nombre. 10 Principio del saber, el temor de Yahveh; muy cuerdos todos los que lo practican. Su alabanza por siempre permanece.
Evangelio (Mc 2,23-28): Un sábado, cruzaba Jesús por los sembrados, y sus discípulos empezaron a abrir camino arrancando espigas. Decíanle los fariseos: «Mira ¿por qué hacen en sábado lo que no es lícito?». Él les dice: «¿Nunca habéis leído lo que hizo David cuando tuvo necesidad, y él y los que le acompañaban sintieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en tiempos del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió los panes de la presencia, que sólo a los sacerdotes es lícito comer, y dio también a los que estaban con él?». Y les dijo: «El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es señor del sábado».
Comentario: 1.- Hb 6, 10-20. a) La carta a los Hebreos nos propone hoy argumentos para exhortarnos a la perseverancia: o sea, para que los cristianos no nos cansemos de ser cristianos y a pesar de las dificultades permanezcamos fieles a nuestra fe: Dios no olvida nuestra situación, tiene en cuenta todo lo que hemos hecho para mantenernos en su voluntad: «no se olvida de vuestra trabajo y del amor que Ie habéis demostrado»;
- Dios mostró su fidelidad en el caso de Abrahán: le prometió «con juramento» que le llenaría de bendiciones y multiplicaría su descendencia; a pesar de que no parecía poderse cumplir la promesa, Dios lo hizo; por eso el Salmo de hoy nos hace decir que «el Señor recuerda siempre su alianza»;
- una hermosa comparación la toma del mundo marinero: estamos «anclados» en el cielo; como una barca, para encontrar seguridad en medio de las olas, echa el ancla buscando terreno firme, nosotros hemos lanzado nuestra ancla, que es Cristo, al puerto del cielo: en él tenemos, por tanto, garantía y seguridad.
Por eso, «cobremos ánimos y fuerza los que buscamos refugio en él, agarrándonos a la esperanza que nos ha ofrecido». Se trata de serle fieles no sólo al principio, que es fácil, sino «que cada uno de vosotros demuestre el mismo empeño hasta el final y no seáis indolentes».
b) Todos necesitamos que se nos anime en nuestro camino de fe. Porque podemos encontrar dificultades dentro de nosotros mismos -fatiga, desvío, desesperanza- o fuera, en el mundo que nos rodea. Podemos decaer de nuestro fervor inicial y hasta llegar a ser infieles a nuestra vocación cristiana.
Los argumentos del pasaje de hoy van también para nosotros:
- la fidelidad de Dios que no se desdice nunca de sus promesas y no se dejará ganar en generosidad; Jesús nos dice que hasta un vaso de agua dado en su nombre tendrá su recompensa: cuánto más la entrega de nuestra vida en seguimiento de Jesús;
- los ejemplos de tantas personas que, como Abrahán, han seguido con perseverancia los caminos de Dios y han experimentado su cercanía y su fidelidad,
- y sobre todo, la invitación a aferrarnos al ancla de nuestra esperanza, que es Cristo Jesús, nuestro Hermano, que habiendo entrado ya en el cielo, nos enseña el camino y nos da la seguridad de poderle seguir hasta el final, por mucho que nos zarandeen las olas de esta vida.
¿Necesitamos también que se nos diga que «no seamos indolentes», y que no nos tenemos que cansar de «demostrar el mismo empeño hasta el final»?
El pastor ha denunciado el pecado de sus cristianos (la indolencia) y ha señalado su raíz (la incredulidad) y el peligro último (la apostasía y la perdición). No es preciso demostrar que también hoy se dan situaciones muy paralelas; es importante, pues, ver qué solución propone y cómo piensa conseguirla. Así descubre el autor la meta que se propone conseguir con su escrito: «Desearíamos que todos mostraseis el mismo empeño hasta que esta esperanza sea finalmente realidad» (v 11). No se trata básicamente de realizar unos determinados actos ni de cumplir ciertas normas. Si los síntomas delatan una debilitación de la fe, es esta raíz lo que es preciso curar. El único camino de renovación para la mediocridad humana es la vivificación de la fe y la esperanza personales. La carta subraya dos aspectos: la intensificación y la perseverancia; son precisamente los que dan el sello de madurez y eficacia a la fe tras el entusiasmo y la generosidad del primer momento. Para conseguir este objetivo el autor propone una reflexión profunda sobre el misterio de Jesucristo Hijo de Dios y Salvador nuestro. Esta es la segunda lección del gran pastor. La vivificación de la fe no se consigue fundamentalmente con exhortaciones o amenazas; la fe se enriquece en cada fiel por una renovada contemplación del misterio de Cristo, en el cual encuentra el hombre la grandeza del Dios vivo y su adecuación a las más íntimas aspiraciones humanas. Sólo así se puede cambiar el curso del proceso hacia la mediocridad que amenaza siempre la comunidad cristiana. Escuchar el anuncio de la fe, también en una forma de explicación que nosotros llamaríamos «exposición teológica», es un aspecto del respeto debido al hoy, la palabra del Espíritu que quiere hacerse oir día tras día: «Si hoy oís su voz no endurezcáis el corazón» (3,7; G. Mora).
La carta a los Hebreos ha denunciado el pecado de muchos de aquellos cristianos: la indolencia, la rutina, la despreocupación de los cristianos viejos por la vida auténticamente cristiana, y ha señalado su raíz: la incredulidad, y el peligro último en el que pueden caer: la apostasía y la perdición. Ahora el autor descubre la meta que se propone conseguir con su escrito: "Deseamos que cada uno de vosotros demuestre el mismo empeño hasta el final, para que se cumpla nuestra esperanza". No se trata de realizar unos determinados actos ni de cumplir ciertas normas. Si los síntomas delatan una debilitación de la fe, es esta raíz la que es preciso curar.
"Y no seáis indolentes sino imitad a los que con fe y perseverancia consiguen lo prometido". -No seáis indolentes. Si nos miramos a nosotros mismos descubriremos también esa negligencia habitual con la que convivimos durante todo el día. Porque no se trata de hacer más cosas de las que hacemos, sino de hacerlas de otra manera: hacerlas con Dios y para Dios. Porque hacemos las cosas de cada día porque las tenemos que hacer, pero no las hacemos para Dios. Y la mayoría de las cristianos se conforman con ofrecer a Dios todas las cosas cuando se levantan y después actúan durante el día de una manera puramente individual, sin descubrir que están haciendo las cosas juntamente con Dios. El único camino de renovación para nuestra mediocridad consiste en vivificar la fe y la esperanza. Para conseguir este objetivo, el autor de la carta propone una reflexión sobre el misterio de JC. Hijo de Dios y Salvador nuestro. La vivificación de la fe no se consigue fundamentalmente con exhortaciones o amenazas; la fe se fortalece en cada cristiano por una continua contemplación del misterio de Cristo, en el cual descubre el hombre la grandeza del amor de Dios. Solamente así podemos alejar el peligro de la mediocridad que amenaza siempre al cristiano.
-No es injusto Dios para olvidarse de vuestra labor y del amor que habéis mostrado hacia El, con los servicios que habéis prestado y prestáis a los fieles. El autor invita al optimismo. No hay que tener miedo de Dios, sobre todo cuando se procura amarle amando a los hermanos. Fórmula notable en la que la caridad fraterna es la prueba y la expresión del amor a Dios... según la revelación de Jesús: «lo que hiciereis al más pequeño de los míos, a Mí lo hacéis.»
-Es deseo nuestro que cada uno de vosotros manifieste hasta el fin la misma diligencia, para que vuestra esperanza se realice plenamente. No seáis indolentes, sed más bien imitadores de aquellos que mediante la fe y la perseverancia, obtienen la herencia que Dios nos ha prometido. Encontramos de nuevo la triada tan apreciada por san Pablo: caridad, esperanza, fe. Es, en verdad, el núcleo de la vida cristiana: amar, esperar, creer... Estas tres virtudes están íntimamente ligadas y se apoyan sobre las «promesas» de Dios.
-Cuando Dios hizo la promesa a Abraham, no teniendo a otro mayor por quien jurar, juró por sí mismo. Sí, nuestra seguridad no está en nosotros, sino en Dios. El compromiso de Dios es incondicional. No es un contrato bilateral -da tú porque doy yo-, es un contrato que obtiene toda su solidez del compromiso unilateral de una de las dos partes, ¡Dios!
-Dios interpuso el juramento cuando quiso mostrar más plenamente a los herederos de la Promesa que su decisión era irrevocable. Alianza incondicional, irrevocable. Dios resulta así «comprometido» doblemente y de modo irrevocable, por lo cual es imposible que Dios mienta. Comprometido doblemente: por «promesa» y por «juramento». Gracias, Señor. Conociendo mi flaqueza, tengo yo también doblemente necesidad de Ti.
-Esto nos anima poderosamente a mantenernos firmes en la esperanza que nos ha sido propuesta. La esperanza cristiana no es una simple «espera» humana que se apoya en la hipótesis que todo acabará arreglándose o en la suerte -azar- que mezcla en paridad los éxitos y los fracasos. La esperanza no es tampoco una actitud optimista propia de temperamentos felices. Subsiste cuando todo parece derrumbarse, porque se apoya únicamente en la fe, en Dios, fiel a sus promesas. Cumple, Señor, tus promesas. Sálvanos, Señor.
-Tenemos esta esperanza como ancla segura y sólida de nuestra alma, que penetró hasta más allá del velo del templo adonde Jesús entró por nosotros, como precursor. El «áncora», solidez del marino es un símbolo habitual de la esperanza. Aquí la imagen es usada con una audacia suplementaria: nuestra «áncora» está ya clavada en los cielos... basta tirar del cabo para lograrlo seguramente. ¡Mi barca está ya anclada en el cielo! El autor quiere tranquilizar, una vez más, a sus oyentes hebreos: os sentís frustrados sin la liturgia del Templo, pero no añoréis nada... pues vuestra «áncora», Jesús, atrae tras sí a todo el nuevo pueblo en el Santo de los santos, el santuario detrás del velo del Templo donde sólo penetraba antaño el sumo sacerdote (Noel Quesson).
2. El Salmo (111,1-2,4-5,9–10) da gracias a Yahveh y proclama su memorial, su nombre santo. Aunque el temor pueda parecer malo, si se entiende bien puede ser principio del saber, y alabar a Dios es la mejor ciencia.
3. Hoy como ayer, tomamos el rábano por las hojas, y entendemos la moral como cumplir cosas. Para mí, es paradigmático el momento del ensayo “Lo bello y lo sublime”, de Kant, cuando dice que la bondad del corazón se equivoca, que lo ético hay que situarlo en normas externas a la persona… ya tenemos una separación entre ética y corazón del hombre, y de ahí derivan otras muchas: estética y bondad, bondad y verdad, etc. Total, que estamos ante un nuevo fariseísmo, y para decirlo en dos palabras, ha degenerado en puritanismo, actualmente estatalista, y si el Gobierno dice que lo criminal es fumar, pues con no fumar ya puedo tener la conciencia tranquila. Pero Jesús nos dice, a nosotros, nuevos fariseos, que la cosa no es así. San Agustín lo resumió con aquel: «Ama y haz lo que quieras». “¿Lo hemos entendido bien, o todavía la obsesión por aquello que es secundario ahoga el amor que hay que poner en todo lo que hacemos? Trabajar, perdonar, corregir, ir a misa los domingos, cuidar a los enfermos, cumplir los mandamientos..., ¿lo hacemos porque toca o por amor de Dios? Ojalá que estas consideraciones nos ayuden a vivificar todas nuestras obras con el amor que el Señor ha puesto en nuestros corazones, precisamente para que le podamos amar a Él” (Ignasi Fabregat).
Los judíos han mitificado el sábado, como algo santo, divino, y Jesús se pone en su lugar: «Mi yugo es ligero, yo os doy descanso. El Hijo del hombre es el verdadero señor del sábado. Pues el Hijo del hombre es ahora el sábado de Israel; es nuestro modo de comportarnos como Dios» (rabino Neusner). Está en juego la reivindicación de autoridad por parte de Jesús: «Ahora Jesús está en la montaña y ocupa el lugar de la Torá… Tu maestro ¿es Dios?"» (id). Que Jesús fue mitificado cae por su peso, como bien dijo hace medio siglo Romano Guardini: si no se cree que Jesús es Dios podría considerarse un loco o un mentiroso, pero la locura no es correlativa a su magnífica doctrina de lógica impecable, doctrina como nunca hubo, y culmen de sabiduría humana; y la sublimidad de su vida que entrega hasta la muerte no es tampoco la que corresponde a un malvado, un mentiroso perverso.
También nosotros podemos caer en unas interpretaciones tan meticulosas de la ley que lleguemos a olvidar el amor. La «letra» puede matar al «espíritu». La ley es buena y necesaria. La ley es, en realidad, el camino para llevar a la práctica el amor. Pero por eso mismo no debe ser absolutizada. El sábado -para nosotros el domingo- está pensado para el bien del hombre. Es un día en que nos encontramos con Dios, con la comunidad, con la naturaleza y con nosotros mismos. El descanso es un gesto profético que nos hace bien a todos, para huir de la esclavitud del trabajo o de la carrera consumista. El día del Señor también es día del hombre, con la Eucaristía como momento privilegiado. Pero tampoco nosotros debemos absolutizar el «cumplimiento» del domingo hasta perder de vista, por una exagerada casuística, su espíritu y su intención humana y cristiana. Debemos ver en el domingo sus «valores» más que el «precepto», aunque también éste exista y siga vigente. Las cosas no son importantes porque están mandadas. Están mandadas porque representan valores importantes para la persona y la comunidad. Es interesante el lenguaje con que el Código de Derecho Canónico (1983) expresa ahora el precepto del descanso dominical, por encima de la casuística de antes sobre las horas y las clases de trabajo: «El domingo los fieles tienen obligación de participar en la Misa y se abstendrán además de aquellos trabajos y actividades que impidan dar culto a Dios, gozar de la alegría propia del día del Señor o disfrutar del debido descanso de la mente y del cuerpo» (c. 1247). El Código se preocupa del bien espiritual de los cristianos y también de su alegría y de su salud mental y corporal. Tendríamos que saber distinguir lo que es principal y lo que es secundario. La Iglesia debería referirlo todo -también sus normas- a Cristo, la verdadera norma y la ley plena del cristiano (J. Aldazábal). Llucià Pou Sabaté

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