miércoles, 29 de mayo de 2024

Jueves de la semana 8ª (año par): Jesús nos cura la ceguera para con su luz poder ver con ojos de fe, y contemplar todo como obra Suya.

Jueves de la semana 8ª (año par): Jesús nos cura la ceguera para con su luz poder ver con ojos de fe, y contemplar todo como obra Suya.

 

A. Lecturas

   1. I san Pedro (2,2-5.9-12): Como el niño recién nacido ansía la leche, ansiad vosotros la auténtica, no adulterada, para crecer con ella sanos; ya que habéis saboreado lo bueno que es el Señor. Acercándoos al Señor, la piedra viva desechada por los hombres, pero escogida y preciosa ante Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo. Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa. Antes erais «no pueblo», ahora sois «pueblo de Dios»; antes erais «no compadecidos», ahora sois «compadecidos». Queridos hermanos, como forasteros en país extraño, os recomiendo que os apartéis de los deseos carnales que os hacen la guerra. Vuestra conducta entre los gentiles sea buena; así, mientras os calumnian como si fuerais criminales, verán con sus propios ojos que os portáis honradamente y darán gloria a Dios el día que él los visite.

   2. Salmo 99, 2.3.4.5: Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores.

   Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño.

   Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos, dándole gracias y bendiciendo su nombre.

   «El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades.»

   3.  Marcos 10,46–52. 46: "Llegan a Jericó. Y cuando salía de Jericó,  acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. Al  enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: «¡Hijo de David,  Jesús, ten compasión de mí!» Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!» Jesús se detuvo y dijo: «Llamadle.» Llaman al ciego, diciéndole: «¡Animo,  levántate! Te llama.» Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino  donde Jesús. Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: «¿Qué quieres que te  haga?» El ciego le dijo: «Rabbuní, ¡que vea!» Jesús le dijo: «Vete, tu fe  te ha salvado.» Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino" ().

 

B. Comentario:

    1. Dice San Pedro: -"Hermanos, desead todos la leche espiritual, pura, de la Palabra de Dios". Todos hemos visto a niños recién nacidos lanzarse ávidamente sobre el pecho materno. ¡Pedro nos desea esta misma avidez! Ser bautizado es estar ávido de la Palabra de Dios. ¿Lo estoy? El texto griego es casi intraducible a nuestras lenguas. Los términos empleados sugieren netamente «una leche de palabras», una leche pura, no adulterada, sin engaño». La «leche» en la Biblia es tradicionalmente símbolo de lo mejor en alimentación. La tierra prometida es aquella de la que mana leche y miel... y son también ellas los alimentos del festín paradisíaco.

   -"A fin de que por ella crezcáis para la salvación si es que habéis «gustado que el Señor es bueno»". Así como el crecimiento del niño, queda asegurado por la leche de la cual se nutre, así también nuestro crecimiento de bautizados queda asegurado por la asimilación de la Palabra de Dios. Asimilar a Dios. Crecer en Dios. Gustar de Dios. Pensar en el crecimiento rápido del recién nacido durante las primeras semanas.

   -"Acercaos a El: piedra viva, elegida por Dios... Y también vosotros sed piedras vivas, materiales, del templo espiritual que se está construyendo". Recuerda el nombre que le dio Jesús: Simón, tú te llamarás en adelante Pedro; y sobre esta piedra edificaré... Dirigiéndose a cristianos dispersos en tierra pagana, y que seguían soñando en las grandiosas ceremonias del Templo de Jerusalén... Pedro repite que el verdadero Templo es Jesucristo y que todos ellos son el culto espiritual que Dios espera en adelante. Ya no es necesario entrar en el Templo de Jerusalén para ofrecer sacrificios: quienquiera que adopte, en su vida cotidiana, la actitud de Cristo -es decir, la actitud filial de sumisión respetuosa y amorosa a la voluntad del Padre- constituye el nuevo templo.

   -"Así seréis un sacerdocio santo para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios, por mediación de Jesucristo". Los bautizados ya no han de descargarse en una casta sacerdotal como la de Aaron, especializada en el culto... El Pueblo cristiano entero está encargado de ese papel sacerdotal. Ser bautizado es "ofrecer a Dios un sacrificio espiritual" permaneciendo unidos al Señor Jesús. Y esta ofrenda o sacrificio es "nuestra propia vida". Esto decía san Pedro a los bautizandos, a los hombres y mujeres que iban a recibir el bautismo.

   -"En efecto, sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido por Dios y encargado de anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz... A los que no habiais alcanzado misericordia, ahora Dios os ha mostrado su amor". Los cristianos son el «nuevo Israel». Todos los títulos y privilegios pasan a los cristianos. Ser bautizado, es anunciar las maravillas de Dios (Noel Quesson).

   2. El salmo nos anima: "aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en la presencia del Señor con vítores". En la perspectiva de los dones se hace más patente: Señor, te pido experimentar esa leche espiritual, en la escucha de su Palabra; te pido sentir que tú eres "la piedra viva escogida y preciosa ante Dios", y quisiera sentir esa responsabilidad que nos recuerda san Pedro: "también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu": esta vez es la dinámica imagen del edificio de la Iglesia, basado en la piedra angular de Cristo, pero formado por las piedras vivas que somos cada uno de los bautizados; quisiera sentirme como parte de la comunidad cristiana, «raza elegida, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo adquirido por Dios»: Era éste el espíritu que animaba a los cristianos de los primeros siglos: saberse participantes del real sacerdocio de Cristo, tener conciencia de que su papel en la celebración de los sagrados misterios es activo y eficaz, y de que su contacto con Dios no se limita a los instantes del culto, sino que toda la vida, alimentada y transformada por la virtud del Señor, de quien es miembro, es una constante prolongación del santo sacrificio de Cristo, y , por ende, es un vivir ya en cierto modo con El glorificado, en calidad de ciudadanos del cielo, a pesar de peregrinar todavía en esta tierra lejos aún de Dios, pero cada vez más cerca de la patria. Estos pensamientos llenaban de entusiasmo a los primeros cristianos y los convertían en vencedores del mundo (Emiliana Löhr).

   Por eso sigue el salmista: "sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, ovejas de su rebaño". ¿Tenemos conciencia, y conciencia gozosa, de las riquezas que supone para nosotros el pertenecer al pueblo de Dios, a la Iglesia del Resucitado?

   Se nos anima a alabar a Dios y darle gracias: "el Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades."

   3. Marcos  nos cuenta de la curación de un ciego: "Llegan a Jericó. Y cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!» Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!» Jesús se detuvo y dijo: «Llamadle.» Llaman al ciego, diciéndole: «¡Animo, levántate! Te llama.» Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús. Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: «¿Qué quieres que te haga?» El ciego le dijo: «Rabbuní, ¡que vea!» Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado.» Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino".

   La ceguera de este hombre es símbolo de otra ceguera espiritual… Como cuando vamos al oculista a hacernos un chequeo de nuestra vista, hoy podemos reflexionar sobre cómo va nuestra vista espiritual. ¿No se podría decir de nosotros que estamos ciegos, porque no acabamos de ver lo que Dios quiere que veamos, o que nos conformamos con caminar por la vida entre penumbras, cuando tenemos cerca al médico, Jesús, la Luz del mundo? Hagamos nuestra la oración de Bartimeo: «Maestro, ¡que pueda ver!». Soltemos el manto de nuestro pasado, malas experiencias… y demos un salto hacia él, su luz.

   Señor, que no piense solo en mí; que tantos que no encuentran sentido a su vida, puedan encontrar en mí tu esperanza, que pueda yo decirles amablemente: «ánimo, levántate, que te llama» (J. Aldazábal). 

   Muchas veces quiero seguridades, controlar algo que se me va de las manos. También me preocupa estar en un mundo marcado por las guerras y el hambre, por el egoísmo que provoca tantas crisis. Me siento ciego, no entiendo nada… y tengo ganas de decirte una vez más: "¡Maestro, que pueda ver!" Eres tú, Jesús, quien me inspira este deseo de ver, de ti, de tu palabra de salvación que me da luz, porque en tu luz, Señor, puedo ver la luz. Por tu gracia puedo oír esta voz que me dice: "¡Animo, levántate, que te llama!".

Llucià Pou Sabaté

 

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