miércoles, 16 de enero de 2019

Jueves semana 1 de tiempo ordinario: año impar


Jueves de la semana 1 de tiempo ordinario; año impar

La comunión sacramental
“En aquel tiempo, vino a Jesús un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme». Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio». Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al instante prohibiéndole severamente: «Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio». Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a Él de todas partes” (Marcos 1,40-45).
I. El mismo Cristo nos espera cada día en la Sagrada Eucaristía. Allí está verdadera, real y sustancialmente presente, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Allí se encuentra con el esplendor de su gloria, pues Cristo resucitado no muere ya (Romanos 6, 9) Todo el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios está contenido en la Hostia Santa, con la riqueza profunda de su Santísima Humanidad y la infinita grandeza de su Divinidad, una y otra veladas y ocultas. En la Sagrada Eucaristía encontramos al mismo Señor que dijo al leproso: Quiero, queda limpio, el mismo que contemplan los ángeles y los santos por toda la eternidad. Nosotros lo encontramos en el Sagrario y podemos decir en sentido estricto cuando lo recibimos, o cuando lo visitamos: hoy he estado con Dios.
II. El cuerpo del leproso quedó limpio al sentir la mano de Cristo. Y nosotros podemos quedar divinizados al contacto con Jesús en la Comunión. Hasta los ángeles se asombran de tan gran Misterio. Nada escapa a la mirada amable y amorosa de Cristo: Él conoce el pasado, el presente y el porvenir. La Segunda Persona de la Trinidad Beatísima, el Hijo Unigénito de Dios, por Quien todo fue hecho, igual en poder, en sabiduría, en misericordia a las otras Personas de la Trinidad Santísima, nos espera en el Sagrario. Nuestro mayor fracaso sería que nos pudiesen aplicar en algún momento aquellas palabras del Espíritu Santo puso en la pluma de San Juan: Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron (Juan 1, 11), porque estaban –podemos añadir- ocupados en sus cosas, asuntos que sin Él no tienen la menor importancia. Hoy hacemos el propósito de permanecer siempre con un amor vigilante.
III. El Señor nos da en la Sagrada Eucaristía, a cada hombre en particular, la misma vida de la gracia que trajo al mundo por su Encarnación (SANTO TOMÁS , Suma Teológica). Este sacramento es alimento insustituible de toda intimidad con Jesús. En contacto con Cristo, el alma se purifica, y allí encontraremos el vigor necesario para vivir la caridad, para vivir ejemplarmente los propios deberes, para vivir la santa pureza, para realizar el apostolado que Él mismo no ha encomendado. Con Él restauramos nuestras fuerzas: Venid a Mí todos los que andáis fatigados y agobiados, y Yo os aliviaré, nos dice el Señor. Nuestra Madre la Virgen nos impulsa siempre al trato con Jesús sacramentado: “Acércate más al Señor..., ¡más! –Hasta que se convierta en tu Amigo, en tu Confidente, en tu Guía” ( J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Surco)
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
San Antonio, abad

«Y se le acercó uno, y le dijo: Maestro, ¿qué cosas buenas debo hacer para alcanzar la vida eterna? El le respondió: ¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno sólo es el bueno. Por lo demás, si quieres entrar en la Vida, guarda los mandamientos. Le preguntó: ¿Cuáles? Jesús le respondió: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no dirás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Díjole el joven: Todo esto lo he guardado. ¿Qué me falta aún? Jesús le respondió: Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los Cielos; luego ven y sígueme. Al oír el joven estas palabras se marchó triste, pues tenía muchas posesiones. «Jesús dijo entonces a sus discípulos: En verdad os digo: difícilmente entrará un rico en el Reino de los Cielos. Es mas, os digo que es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios.
Cuando oyeron esto sus discípulos, quedaron muy asombrados y decían: Entonces, ¿quién podrá salvarse? Jesús, fijando su mirada en ellos, les dijo: Para el hombre esto es imposible, para Dios, sin embargo, todo es posible.» (Mateo 19, 16-26)
1º. Jesús, hoy considero contigo la escena del joven rico.
Quería saber qué «cosas buenas» debía hacer para ser santo, para «alcanzar la vida eterna».
Tu respuesta es sencilla: «guarda los mandamientos.»
Algunos mandamientos están escritos en forma negativa no porque se trate de «no hacer» cosas malas, sino porque el único límite está en el mínimo.
Guardar los mandamientos -que es más que el simple cumplir-  consiste en hacer cosas buenas, y ahí -en lo positivo- no hay límite.
No hay límite en amar a los padres o al prójimo; no hay límite en la virtud de la sinceridad, de la pureza o de la justicia; y mucho menos hay límite en amar a Dios sobre todas las cosas.
«¿Qué cosas buenas debo hacer? Guarda los mandamientos».
Jesús, que no me confunda: guardar los mandamientos no es un conjunto de limitaciones, sino una guía, un compendio de direcciones que debo seguir para «entrar en la Vida.»
Esas direcciones que marcan los mandamientos son las virtudes; especialmente las virtudes teologales -fe, esperanza y caridad- y las virtudes morales -prudencia, justicia, fortaleza y templanza-.
Mi vida cristiana consiste en luchar por mejorar en las virtudes.
Por eso, la Iglesia no proclama santa a una persona sin demostrar antes que ha vivido las virtudes en grado heroico.
Jesús, guardar los mandamientos, crecer en las virtudes, es un programa válido para todo cristiano.
La llamada a la santidad es universal: de todos esperas esa lucha por vivir las virtudes en grado heroico.
Pero a algunos les pides más, dándoles una gracia interior que les hace preguntarse: «¿qué me falta aún?»
¿No podría hacer más por Ti?
«Vende cuanto tienes y dalo a los pobres; luego ven y sígueme.»
Jesús, cuando llamas a alguien a seguirte más de cerca, no le pides solamente unas cosas buenas, sino todo: recursos materiales, ilusiones profesionales, tiempo, y -sobre todo- el corazón; ese corazón que has creado para amar y que, al entregártelo, se hace aún más capaz de amar.
De esta manera, Jesús, el apóstol vive en el mundo con un corazón ensanchado, engrandecido por tu cercanía y por el trato íntimo contigo, pues Tú eres el verdadero Amor.
Y ese Amor se vuelca en obras de caridad para con las demás personas, y tiene como fruto característico la alegría: una alegría inmensa  -lo contrario de la tristeza con la que se marchó el joven rico- que nada ni nadie puede arrebatar.
2º. Jesús, ante la respuesta negativa del joven rico cuando Tú le llamas a dejarlo todo y seguirte, adviertes a tus discípulos: «difícilmente entrará un rico en el Reino de los Cielos.»
Quieres aprovechar el ejemplo para enseñarles que «no se puede servir a Dios y a las riquezas» (Mateo 6,24).
Son dos fines que se excluyen: o Tú eres mi último fin o, en el fondo, mi último fin soy yo mismo: tener, dominar, pasármelo bien, sobresalir.
El tema no es tanto el tener más o menos riquezas, sino el «servir a Dios o a las riquezas»ser pobre o rico de espíritu.
Por eso, en las Bienaventuranzas, dices: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos» (Mateo 5,3).
Se puede «servir a las riquezas» con muy poco dinero, y al revés: con mucho dinero se puede «servir a Dios».
Por eso, he de tener cuidado de cómo pongo el corazón en las cosas materiales: un coche de tal marca, un artículo de lujo, un capricho, una comodidad.
¿Uso lo que tengo con moderación y con cuidado para que dure?
¿Me creo necesidades superfluas?
Jesús, me pides que tenga el corazón desprendido de lo material, que sepa prescindir de lo que otros «necesitan» por lujo, capricho, comodidad o vanidad.
Sólo así seré pobre de espíritu, que significa libre de espíritu: libre para amar a Dios y a los demás.

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