sábado, 26 de enero de 2019

Domingo semana 3 de tiempo ordinario; ciclo C


Domingo de la semana 3 de tiempo ordinario; ciclo C

Formación doctrinal
“Ilustre Teófilo: Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el Libro del Profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor»Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: -Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír” (Lucas 1,1-4; 4,14-21).
I. La Primera lectura de la Misa nos narra con gran emotividad la vuelta a Judea del pueblo elegido, después de tantos años de destierro en Babilonia. En suelo judío, un sacerdote, Esdras, explica al pueblo el contenido de la Ley que habían olvidado en aquellos años pasados en "tierra extraña". Leyó el libro sagrado desde el amanecer hasta el medio día, y todos, de pie, seguían atentamente las enseñanzas, y el pueblo entero lloraba. Es un llanto en el que se mezclan la alegría por reconocer de nuevo la Ley de Dios, y la tristeza, porque su anterior olvido de la Ley les acarreó el destierro.
Cuando nos congregamos para participar en la Santa Misa escuchamos de pie, en actitud de vigilancia, la Buena Nueva que siempre nos trae el Evangelio. Hemos de oírlo con una disposición atenta, humilde y agradecida, porque sabemos que el Señor se dirige a cada uno en particular. "Nosotros -escribía San Agustín- debemos oír el Evangelio como si el Señores tuviera presente y nos hablase. No debemos decir: "felices aquellos que pudieron verle". Porque muchos de los que le vieron le crucificaron; y muchos de los que no le vieron creyeron en Él. Las mismas palabras que salían de la boca del Señor se escribieron y se guardaron y conservaron para nosotros".
Sólo se ama a quien se conoce; por eso, muchos cristianos dedican además, cada día, unos minutos a leer y meditar el Santo Evangelio, que nos conduce como de la mano al conocimiento y a la contemplación de Jesucristo. Nos enseña a verlo como lo vieron los Apóstoles, a observar sus reacciones, su modo de comportarse, sus palabras llenas siempre de sabiduría y autoridad; nos lo muestra compasivo ante la desgracia en unas ocasiones, santamente enfadado en otras, comprensivo con los pecadores, firme ante los fariseos falsificadores de la religión, lleno de paciencia con aquellos discípulos que no entienden muchas veces el sentido de sus palabras...
Nos sería muy difícil amar a Jesucristo, conocerle de verdad, si no escucháramos frecuentemente la Palabra de Dios, si no leyéramos con atención, cada día, el Santo Evangelio. Esa lectura -quizá unos pocos minutos- alimenta nuestra piedad.
Al terminar el sacerdote cada una de las lecturas de la Sagrada Escritura, dice: Palabra de Dios. Y todos los fieles contestan: ¡Te alabamos, Señor! Y ¿cómo le alabamos? El Señor no se contenta con nuestras palabras: quiere también una alabanza con obras. No podemos arriesgarnos a olvidar la ley de Dios, a que las enseñanzas de la Iglesia queden en nosotros como verdades difusas e inoperantes, o conocidas sólo superficialmente; eso supondría para nuestra vida un destierro mucho más amargo que el de Babilonia. El gran enemigo de Dios en el mundo es la ignorancia, "que es causa y como raíz de todos los males que envenenan los pueblos y perturban a muchas almas".
Y sabemos bien que el mal que afecta a gran número de cristianos es la falta de formación doctrinal. Es más, muchos están inficionados del error, enfermedad más grave que la misma ignorancia. ¡Qué pena si nosotros, por falta de la necesaria doctrina, no supiéramos darles a conocer a Cristo y la luz necesaria para que comprendan sus enseñanzas!
II. En la Misa de hoy leemos el comienzo del Evangelio de San Lucas, quien nos dice que ha resuelto poner por escrito la vida de Cristo para que conozcamos la solidez de las enseñanzas que hemos recibido. La obligación de conocer con profundidad la doctrina de Jesús, cada uno según las circunstancias de su vida, atañe a todos y dura mientras continúe nuestro caminar sobre la tierra. "El crecimiento de la fe y de la vida cristiana, y más en el contexto adverso en que vivimos, necesita un esfuerzo positivo y un ejercicio permanente de la libertad personal. Este esfuerzo comienza por la estima de la propia fe como lo más importante de nuestra vida. A partir de esta estima nace el interés por conocer y practicar cuanto está contenido en la fe en Dios y el seguimiento de Cristo en el contexto complejo y variante de la vida real de cada día". Nunca hemos de considerarnos con la suficiente formación, nunca deberemos conformarnos con el conocimiento de Jesucristo y de sus enseñanzas que hayamos adquirido. El amor pide siempre conocer más de la persona amada. En la vida profesional, un médico, un arquitecto o un abogado, si son buenos profesionales, no dan por terminado su estudio al acabar la carrera: siempre están en continua formación. Lo mismo ocurre con el cristiano. También a la formación doctrinal se le puede aplicar aquella sentencia de San Agustín: "¿Dijiste basta? Pereciste".
La calidad del instrumento -eso somos todos: instrumentos en manos de Dios- puede mejorar, desarrollar nuevas posibilidades. Cada día podemos amar un poco más y ser más ejemplares. Esto no lo conseguiremos si nuestro entendimiento no recibe continuamente el alimento de la sana doctrina. "No sé cuántas veces me han dicho -comenta un autor de nuestros días- que un anciano irlandés que no sepa más que rezar el Rosario puede ser más santo que yo, con todos mis estudios. Es muy posible que así sea; y, por su propio bien, espero que así sea. No obstante, si el único motivo para hacer tal afirmación es el de que sabe menos teología que yo, ese motivo no me convence; ni a mí ni a él. No le convencería a él, porque todos los ancianos irlandeses con devoción al Santo Rosario y al Santísimo que he conocido (...) estaban deseosos de conocer más a fondo su fe. No me convencería a mí, porque si bien es evidente que un hombre ignorante puede ser virtuoso, es igualmente evidente que la ignorancia no es una virtud. Ha habido mártires que no hubieran sido capaces de anunciar correctamente la doctrina de la Iglesia, siendo el martirio la máxima prueba de amor. Sin embargo, si hubieran conocido más a Dios, su amor hubiera sido mayor".
La llamada "fe del carbonero" (lo creo todo, aunque no sepa qué es) no es suficiente para el cristiano que, en medio del mundo, encuentra cada día confusión y falta de luz en cuanto a la doctrina de Jesucristo -la única salvadora- y a los problemas éticos, nuevos y antiguos, con que se tropieza en el ejercicio de su profesión, en la vida familiar, en el ambiente en que se desarrolla su vida.
El cristiano debe conocer bien los argumentos que le permitan contrarrestar los ataques de los enemigos de la fe y saber presentarlos de forma atrayente (no se gana nada con la intemperancia, la discusión y el malhumor), con claridad (sin poner matices donde no los puede haber) y con precisión (sin dudas ni titubeos).
La "fe del carbonero" puede salvar quizá al carbonero, pero en otros cristianos la ignorancia del contenido de la fe significa generalmente falta de fe, desidia, desamor: "frecuentemente la ignorancia es hija de la pereza", repetía San Juan Crisóstomo. Es de gran importancia en la lucha contra la incredulidad poseer un conocimiento preciso y completo de la teología católica. Por eso "cualquier chico bien instruido en el Catecismo es, sin él sospecharlo, un auténtico misionero". Con el estudio del Catecismo, verdadero compendio de la fe, y de las lecturas que nos aconsejen en la dirección espiritual, combatiremos la ignorancia y el error en muchos lugares y en muchas personas, que podrán hacer frente a tantas doctrinas falsas y a tantos maestros del error.
III. La buena formación requiere tiempo y constancia. La continuidad ayuda a comprender y a incorporar, a hacer vida propia la doctrina que llega a nuestro entendimiento. Para eso, debemos procurar, en primer lugar, que los canales estén expeditos y circule por ellos la sana doctrina: dedicar el interés necesario a nuestra formación, convencidos de la trascendental importancia que tiene para nosotros cuidar con esmero la práctica de la lectura espiritual, de acuerdo a un plan bien orientado, de modo que su contenido deje continuo poso en nuestra alma.
Se ha dicho que para curar a un enfermo basta ser médico; no es preciso contraer la misma enfermedad. Nadie debe ser "tan ingenuo como para pensar que, si se quiere tener formación teológica, es necesario tomarse todo tipo de brebajes..., aunque sean emponzoñados. Esto es de sentido común, no sólo de sentido sobrenatural, y la experiencia de cada uno podría corroborarlo con muchos ejemplos". Por este motivo, pedir consejo en las lecturas de libros es parte importante de la virtud de la prudencia, de modo muy particular si se trata de libros teológicos o filosóficos, que pueden afectar esencialmente a nuestra formación y a la misma fe. ¡Qué importante es acertar en la lectura de un libro! Pero esta importancia se acrecienta en aquellos libros que específicamente deben estar destinados a la formación de nuestra alma.
Si somos constantes, si cuidamos aquellos medios por los que nos llega la buena doctrina (lectura espiritual, retiros, círculos de estudio, charlas de formación, dirección espiritual...), nos encontraremos, casi sin darnos cuenta, con una gran riqueza interior que incorporaremos poco a poco a nuestra vida. Por otra parte, cara a los demás nos hallaremos, como el labriego, con el cesto de la siembra repleto ante el campo en barbecho dispuesto a recibir la buena semilla, pues aquello que recibimos es útil para nuestra alma y para transmitirlo a otros. La semilla se pierde cuando no se hace fructificar, y el mundo es un inmenso surco en el que Cristo quiere que sembremos su doctrina.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Santa Ángela de Mérici, virgen y mártir

"Si alguna persona, por su estado de vida, no puede vivir sin riquezas y posición, que al menos mantenga su corazón vacío del amor a estas"  -Sta. Angela Merici
También conocida como Sta. Angela de Brescia. Nació en Desenzano, cerca de Brescia, norte de Italia, el 21 de Marzo de 1470 o 1474; murió en Brescia, el 27de enero de 1540; canonizada en 1807.
Como a menudo ocurre, Angela creció gracias a muchas dificultades. Huérfana a los 10 años, Angela, su hermana y hermano fueron criados por un tío rico, Biancozi, at Salo. En su primera experiencia de éxtasis, se le apareció la Virgen Santísima con su hermana mayor quien había muerto de repente sin los sacramentos. Ella había estado preocupada por la salvación de esta hermana.
Angela se hizo terciaria franciscana a la edad de 13 años y vivió en gran austeridad, a veces comiendo solo pan y vegetales. Desde entonces no quiso poseer nada, ni siquiera una cama (porque el Hijo del Hombre no tenía donde recostar su cabeza)
Al morir su tío, Angela con 20 años, vuelve a su pueblo natal y da catecismo a los pobres. Pequeña en estatura, pero muy grande en amor y entusiasmo por servir a Dios, Angela compartió con sus amigas su gran preocupación por la ignorancia religiosa de tantos niños. Pronto, con un grupo de terciarias organizó la formación de jovencitas. Una familia adinerada le invitó a abrir una escuela en Brescia.
Angela tenía el don de recordar todo lo que leía. Hablaba bien en latín y conocía el significado de algunos de los pasajes mas difíciles de la Biblia. En Brescia conoció a las familias mas influyentes y comenzó un grupo de personas devotas.
En un viaje a la Tierra Santa, de repente perdió la vista en Creta. Continuó con devoción el viaje y en el regreso recuperó la vista en el mismo lugar que la había perdido.
En su visita a Roma para el año santo 1525, el Papa Clemente VII le pidió que se hiciese cargo de un grupo de hermanas enfermeras en Roma, pero ella le dijo de una visión que ella había tenido años antes de doncellas ascendiendo al cielo en una escalera de luz. Esta visión la inspiró a formar un noviciado informal. En la visión, las santas vírgenes era acompañadas en la escalera por ángeles gloriosos que tocaban dulces melodías con arpas doradas. Todas llevaban preciosas coronas decoradas con piedras preciosas. Después de un tiempo, la música paró y el Salvador en persona la llamó por su nombre para crear una sociedad de mujeres. El Santo Padre le dio permiso para formar la comunidad.
Poco tiempo después, se le apareció Santa Ursula, quien desde entonces fue la patrona de la comunidad. Un día Angela cayó en éxtasis y se dice que levitó.
Poco después de su retorno a Brescia, tuvo que retirarse a Cremona por la guerra. Carlos V estaba a punto de hacerse con Brescia y los civiles debían abandonar la ciudad. Angela mas tarde regresó para el gran gozo de la población que ya la tenía por santa y profeta.
En la Iglesia de San Afra en Brescia, el 25 de Noviembre de 1535, Angela y 28 compañeras mas jóvenes se unieron ante Dios para dedicarse el resto de sus vidas a su servicio, especialmente para la educación de niñas. Angela puso al grupo bajo la protección de Santa Ursula, patrona de las universidades medievales y veneradas como lider de mujeres. Este fue el comienzo de la Compañía de las Ursulinas, la primera orden de mujeres dedicada a la enseñanza. Esto era una idea novedosa que tomó tiempo en ser aceptada. Sta. Angela no lo vio ya que murió cuatro años después de fundar.
La orden no usaba hábito (solo un sencillo vestido negro), no hacía votos, no tenía vida de clausura, ni votos ni vida comunitaria. Su trabajo era la educación religiosa de niñas, especialmente las pobres, y el cuidado de los enfermos. Las Ursulinas fueron reconocidas formalmente por el Papa Pablo III cuatro años después de la muerte de Sta. Angela (1544) y se organizaron como Congregación en 1565.
Al comienzo mucha de la enseñanza la hacían en las casas de los niños.
Angela tenía una gran paciencia y amabilidad. Atendía con esmero a los pobres, enfermos e ignorantes. Pronto tuvo 150 hermanas.
Al momento de morir, rodeada de sus hermanas, un hermoso rayo de luz brilló sobre la santa. Murió con en nombre de Jesus en sus labios.
EN 1568, San Carlos Borromeo llamó a las Ursulinas a Milán y las persuadió a entrar en la vida de clausura. En un sínodo provincial dijo a sus obispos vecinos que no conocía mejor forma de reformar una diócesis que introducir a las Ursulinas en las comunidades muy pobladas.

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