MARTES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: el Espíritu Santo sigue la obra de Jesús en el mundo: nos lleva a la alegría de la salvación, y a difundirla en los demás.
Hch 16, 22-34: 22La multitud se alborotó contra ellos y los pretores les hicieron quitar sus vestidos y mandaron azotarles. 23Después de haberles dado numerosos azotes, los arrojaron en la cárcel y ordenaron al carcelero custodiarlos con todo cuidado. 24Este, recibida la orden, los metió en el calabozo interior y aseguró sus pies al cepo.
25Hacia la medianoche Pablo y Silas oraban y cantaban alabanzas a Dios, y los presos les escuchaban. 26De repente se produjo un terremoto tan fuerte que se conmovieron los cimientos de la cárcel e inmediatamente se abrieron todas las puertas y se soltaron las cadenas de todos. 27Despertado el jefe de la prisión, al ver abiertas las puertas de la cárcel, sacó la espada y quería matarse pensando que los presos se habían fugado. 28Pero Pablo le gritó con fuerte voz: No te hagas ningún daño, que todos estamos aquí. 29El jefe de la prisión pidió una luz, entró precipitadamente y se arrojó temblorosamente ante Pablo y Silas. 30Los sacó fuera y les dijo: Señores, ¿qué debo hacer para salvarme? 31Ellos le contestaron: Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa. 32Le predicaron entonces la palabra del Señor a él y a todos los de su casa. 33En aquella hora de la noche los tomó consigo, les lavó las heridas y acto seguido se bautizó él y todos los suyos. 34Les hizo subir a su casa, les preparó la mesa y se regocijó con toda su familia por haber creído en Dios.
Salmo responsorial: 137, 1-2a.2bc-3.7c-8: Señor, tu derecha me salva.
«Te doy gracias, Señor, de todo corazón; delante de los ángeles tañeré para Ti. Me postraré hacia tu santuario. Daré gracias a tu nombre: Por tu misericordia y lealtad, porque tu promesa supera a tu fama. Cuando te invoqué me escuchaste; acreciste el valor en mi alma. El Señor completará sus favores conmigo: Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos».
Evangelio de Jn 16, 5b-11: Ahora voy a quien me envió y ninguno de vosotros me pregunta: ¿Adónde vas? Pero porque os he dicho esto, vuestro corazón se ha llenado de tristeza; mas yo os digo la verdad: os conviene que me vaya, pues si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros. En cambio, si yo me voy os lo enviaré. Y cuando venga Él, argüirá al mundo de pecado, de justicia y de juicio: de pecado, porque no creen en mí; de justicia, porque me voy al Padre y ya no me veréis; de juicio, porque el príncipe de este mundo ya está juzgado.
Comentario: 1. Comienzan los conflictos de Pablo y los no judíos: era de esperar… toma forma de denuncia legal ante los magistrados locales, y alegan alborotos y falta de religiosidad –sin mostrar la envidia que les mueve y el afán de dinero-. También hoy vemos ataques a la libertad religiosa, con excusas de legalidad sin mostrar los auténticos motivos ideológicos… La gente se amotinó contra Pablo y Silas... Les arrancaron los vestidos, les azotaron con varas... Molidos a palos, los echaron a la cárcel. ¿Por qué todo esto? Sencillamente, porque Pablo había exorcizado a una pobre muchacha, endemoniada, que daba mucha ganancia a sus amos por sus dotes adivinatorias. Así, los azotes recibidos en Asia procedían de los judíos, descontentos de ver la creciente expansión de la nueva Fe... Pero los primeros azotes, recibidos por san Pablo en Europa, ¡proceden de una historia de brujería! Señor, ¿qué es lo que quieres decirme, por medio de estos detalles? La violencia es de todos los tiempos. En todo tiempo se ha tratado de impedir a la Iglesia que llevara a cabo su obra. «Dichosos seréis, si, por mi causa, se dice cualquier clase de mal contra vosotros.»
-“Hacia la medianoche, Pablo y Silas oraban cantando himnos a Dios, y los otros prisioneros los escuchaban”. Viven esa bienaventuranza. Son felices. ¡Cantan! Su actitud misma es una predicación del Evangelio: los otros prisioneros parecen sorprendidos: ¡Gente "molida a palos" y cantando! Esto ha de tener una explicación... Dios es el todo de su vida. En las dificultades de la vida puede suceder que uno se rebele, y así es a veces. O bien, de modo un tanto misterioso, uno puede aceptar la extraña "bienaventuranza": ¡Felices los que lloran! Repítenos, Señor, cómo ha de ser asumido el sufrimiento para que se convierta en un valor. No es porque sí -por nada- que se está contigo en la cruz, porque no es porque sí -por nada- que Tú estuviste primero en la cruz. De hecho, ¿por qué, Señor, padeciste en la cruz? Muéstranos esa verdad…
-“De repente, un terremoto... la puertas de la cárcel quedan abiertas... El carcelero se despierta y quiere suicidarse creyendo que los presos habían huido”. El pobre hombre, al cuidado y servicio de la cárcel está perturbado. Se cree en falta.
-“Pablo le grita al carcelero: «No te hagas ningún mal, estamos todos aquí. Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y toda tu familia.»” ¡Divertida situación! Es el prisionero quien reconforta a su guardián y quien le comunica la "buena noticia": ¡no te hagas ningún mal! ¡Dios no quiere el mal de los hombres! ¡Dios quiere que la humanidad sea feliz!
-“En seguida el carcelero los llevó consigo a su habitación, lavó sus heridas, preparó la mesa y exultó de gozo con toda su familia”. La no-violencia desarma. Extraña escena final, en la que se ve al verdugo curando a la víctima y recibiéndola en su mesa familiar. Escena simbólica. ¿Es quizá el anuncio del mundo de mañana? ¿Cómo puedo comprometerme en esta vía ya desde HOY? ¿Con quién puedo reconciliarme?
-“Exultó de gozo, por haber creído en Dios”. Después de una comerciante, ahora un policía del Imperio. La fe progresa... como la alegría que la acompaña. Alegría y fe. ¡Aumenta nuestra fe, Señor! ¡Aumenta nuestra alegría, Señor! Y que la cruz no sea fuente de tristeza (Noel Quesson).
El relato es una buena muestra del entramado de hechos y narraciones maravillosas…: todo esto, que constituyó las delicias de los primeros lectores y de tantas generaciones de creyentes hasta hoy, puede convertirse en piedra de escándalo para los lectores de nuestro mundo secular, puede hoy sonar a raro... y sin embargo es la presencia del Espíritu anunciada por Jesús, que continúa en la historia. Podemos también apreciar la tendencia redaccional de Lucas a establecer paralelos en el curso de la narración: compárese el caso de la pitonisa (16-18) con el del poseso de Cafarnaum (Lc 4,33-36), la liberación milagrosa de Pablo y Silas (25-34) con la de los apóstoles y Pedro (Hch 5,17-20; 12,1-11). También debemos resaltar en este relato la valiente actitud de Pablo, que no duda en invocar sus derechos de ciudadano romano (cf. también 22,25-28 Y 25,10-12) y fuerza a los magistrados a presentar excusas. Eso nos lleva a no hacer dejación de derechos que son deberes, y defenderlos sin dejar que nos aplasten en nuestras libertades civiles (cf. F. Casal).
Ayer tocaba éxito. Hoy, la persecución, la paliza y la cárcel. Instruye en la fe al carcelero y a toda su familia, y les bautiza (es una de las primeras experiencias de bautismo de niños), y todo termina en una fiestecita en casa del carcelero. Lo que podía haber sido un fracaso, termina bien. Y Pablo y los suyos pueden seguir predicando a Cristo, aunque deciden salir de Filipos, por la tensión creada. Pablo podía cantar con toda razón el salmo que hoy cantamos nosotros: «Señor, tu derecha me salva... te doy gracias de todo corazón... cuando te invoqué, me escuchaste». ¿Cuántas “palizas” hemos recibido nosotros por causa de Cristo?, ¿cuántas veces hemos sido “detenidos”? Quizá ante dificultades mucho menores que las de Pablo, hemos perdido los ánimos. ¿Seríamos capaces de estar a medianoche, molidos de una paliza, cantando salmos con nuestros compañeros de cárcel? Pablo nos interpela en nuestra actuación como cristianos en este mundo. La comunidad cristiana está empeñada también hoy, después de dos mil años, en la evangelización: en guiar a la fe a los niños, a los jóvenes, a los ambientes profesionales, a los medios de comunicación, a las comunidades parroquiales, a los ancianos, a los enfermos... Cada uno de nosotros, no sólo nos hemos de conformar con creer nosotros, sino que debemos intentar dar testimonio de Cristo a los demás, de la mejor manera posible y con toda la pedagogía que las circunstancias nos aconsejen. Pero con la valentía y la decisión de Pablo. ¿Sabemos aprovechar toda circunstancia en nuestra vida para seguir anunciando a Jesús, como hizo Pablo en el episodio del carcelero? (J. Aldazábal).
Me impresiona en esta escena, desde siempre, ver el ímpetu del carcelero, esclavo de la obligación, que pasa de querer quitarse la vida por no cumplir la ley (escena digna de “Los miserables” de Victor Hugo) a ser un hombre libre, que libera Pablo sin importarle ya su vida (pues tiene la Vida). El efecto de la fe es la salvación. Quien cree vive ya como un salvado, como alguien que sabe por qué y para qué existe, que se siente amado, libre, con razones para esperar. ¿Puede ser creíble lo que llamamos fe cuando no produce en nosotros frutos de salvación? Se trata, además, de una salvación de largo alcance: afecta también a quienes comparten nuestra vida. Hoy somos tan absolutamente sensibles al individuo que nos cuesta entender eso de que se pueda bautizar una familia entera (caso de Lidia) o de que se prometa la salvación a otra familia (caso del carcelero; cf. gonzalo@claret.org). Comenta San Juan Crisóstomo: «Ved al carcelero venerar a los Apóstoles. Les abrió su corazón, al ver las puertas de la prisión abiertas. Les alumbra con su antorcha, pero es otra la luz que ilumina su alma... Después les lavó las heridas y su alma fue purificada de las inmundicias del pecado. Al ofrecerles un alimento, recibe a cambio el alimento celeste... Su docilidad prueba que creyó sinceramente que todas las faltas le habían sido perdonadas» (cf. los comentarios de la Biblia de Navarra, con citas de Padres de la Iglesia, sobre estos pasajes): «Concédenos, Señor, darte gracias siempre por medio de estos misterios pascuales; y ya que continúan en nosotros la obra de tu redención, sean también fuente de gozo incesante» (Ofertorio).
2. Comienza el salmo con la alabanza a Dios por los bienes recibidos, pues «Cristo tenía que padecer y resucitar de entre los muertos, para entrar en su gloria. Aleluya. (cf. Lc 24,46.26; ant. comunión): «con alegría y regocijo demos gloria a Dios, porque el Señor ha establecido su reinado. Aleluya» (Ap 19, 7.6). Es la petición de la colecta de hoy: «Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu; y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resucitar gloriosamente». Es un canto de acción de gracias, que a su vez dispone el corazón del orante para terminar en súplica confiada. Este salmo proclama la "trascendencia" de Dios: "¡qué grande es tu gloria!" Jesús lo hizo suyo al proclamar ¡La gloria del Padre! "Santificado sea tu nombre, venga tu reino". "Padre, glorifica tu nombre". (Juan 12,28). "Que vuestra luz brille ante los hombres, para que viendo vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5,16). Dar gloria al Padre, que se manifiesta también en el amor a los humildes, a los pequeños... Esta "mirada" divina que transforma las situaciones, desinflando a los orgullosos, y exaltando a los pequeños. Escuchamos, anticipadamente el canto de acción de gracias del Magníficat. Para Jesús, la "grandeza del Altísimo", lejos de ser un poder aterrador, era la seguridad llena de dulzura de que un amor todopoderoso se ocupa de esta creación hecha por Él. "Ni un pajarillo cae a tierra sin que vuestro Padre celestial lo vea". Y continúa el salmo: "por excelso que sea el Señor, atiende al más humilde". Fórmulas como éstas, nos muestran hasta qué punto Jesús estaba familiarizado con el pensamiento de los salmos.
El redescubrimiento de la "adoración". Cuanto más se manifiesta el mundo moderno como un mundo vacío de Dios y de sentido, hombres y mujeres experimentan por contraste el deseo de una gran "respiración" en "aquello que los supera": la opinión cada vez más frecuente de que el hombre es pequeño, de que la naturaleza y el cosmos son más grandes que nosotros. Esto ha sido siempre verdad. No es nada nuevo. Pero puede llevar al hombre contemporáneo hacia "el más allá de todo", Dios. Hay días en que estamos forzados a reconocer que "¡Dios es el más fuerte!" Y lo que llama la atención, como dice el salmo, es que nuestra derrota aparente, nuestra confesión, se convierten maravillosamente en acción de gracias. Porque el poder, la trascendencia de Dios es de amarnos con amor de "Hessed", de ternura hacia los más pequeños. Entonces, alegre, me rindo, me doy por vencido, y estoy feliz. ¡Adoro la prodigiosa grandeza de tu amor que supera todo!
El redescubrimiento del "amor"... Del amor de Dios para nosotros. Pensamos demasiado en los esfuerzos que tenemos que hacer para amar a Dios. ¡Dejémonos amar por Él! ¡No sé si te amo, Señor, pero si de algo estoy seguro, es que Tú me amas! Y este amor, el tuyo, es eterno... Aun si el mío es voluble, pasajero, infiel. Para Ti, lo "dado" es dado. Lo "prometido, es prometido". "Te doy gracias por tu palabra". La fidelidad conyugal, los esfuerzos que muchas parejas tienen que hacer para mantenerla y acrecentarla, son gracia de Dios. ¡La fuente del amor es Dios! "Todo hombre que ama verdaderamente, conoce a Dios", nos dice San Juan (Juan 4,7-8). Hagamos la experiencia: somos amados de Dios, y "el otro-difícil-de-amar" ¡es también amado por Dios! Eso cambia todo. Nos preguntamos a veces cómo Jesús pudo decir: "amad a vuestros enemigos". Pues bien, meted en la cabeza y en el corazón que Dios, Él, ama a vuestros enemigos. Entonces, si decís que amáis a Dios... sacad la conclusión.
El universalismo del proyecto de Dios. Que Israel, pueblo "escogido", haya podido, hace más de 20 siglos, pensar en una religión universal, en una inmensa "acción de gracias" que sube de todos los pueblos, da una idea de la verdad de su experiencia religiosa. Nosotros, creyentes de hoy, no pensamos a veces que nuestras "eucaristías" no son un pequeño culto de privilegiados, sino la inmensa proa de este navío que lleva hacia Dios la humanidad, ¡lo sepa ella o no! Las pobres eucaristías de nuestras grandes ciudades paganas... son la punta de lanza de la caravana humana. ¡Un día, "todos los reyes, todos los pueblos, celebrarán la acción de gracias" que es ya la nuestra por el amor y la verdad de Dios que se han revelado en Jesucristo muerto y resucitado por nosotros!
"¡No abandones Señor, la obra de tus manos!" Oración que debemos repetir, constantemente, en el mundo de hoy. Dios en acción, hoy. Y si mi oración no es perezosa... Yo también, Señor, en acción contigo. En "acción"... ¿para hacer qué? Para amar, porque "Dios es amor" (Noel Quesson). Así lo comentaba Juan Pablo II: “El himno de acción de gracias que acabamos de escuchar, y que constituye el salmo 137, atribuido por la tradición judía al rey David, aunque probablemente fue compuesto en una época posterior, comienza con un canto personal del orante. Alza su voz en el marco de la asamblea del templo o, por lo menos, teniendo como referencia el santuario de Sión, sede de la presencia del Señor y de su encuentro con el pueblo de los fieles.
En efecto, el salmista afirma que «se postrará hacia el santuario» de Jerusalén (cf. v. 2): en él canta ante Dios, que está en los cielos con su corte de ángeles, pero que también está a la escucha en el espacio terreno del templo (cf. v. 1). El orante tiene la certeza de que el «nombre» del Señor, es decir, su realidad personal viva y operante, y sus virtudes de fidelidad y misericordia, signos de la alianza con su pueblo, son el fundamento de toda confianza y de toda esperanza (cf. v. 2).
Aquí la mirada se dirige por un instante al pasado, al día del sufrimiento: la voz divina había respondido entonces al clamor del fiel angustiado. Dios había infundido valor al alma turbada (cf. v. 3). El original hebreo habla literalmente del Señor que «agita la fuerza en el alma» del justo oprimido: es como si se produjera la irrupción de un viento impetuoso que barre las dudas y los temores, infunde una energía vital nueva y aumenta la fortaleza y la confianza…
Como proclama Isaías, «así dice el Excelso y Sublime, el que mora por siempre y cuyo nombre es Santo: "En lo excelso y sagrado yo moro, y estoy también con el humillado y abatido de espíritu, para avivar el espíritu de los abatidos, para avivar el ánimo de los humillados"» (Is 57,15). Por consiguiente, Dios opta por defender a los débiles, a las víctimas, a los humildes (...) el orante vuelve a la alabanza personal (cf. Sal 137,7-8). Con una mirada que se dirige hacia el futuro de su vida, implora una ayuda de Dios también para las pruebas que aún le depare la existencia. Y todos nosotros oramos así juntamente con el orante de aquel tiempo… Las palabras conclusivas del Salmo son, por tanto, una última y apasionada profesión de confianza en Dios porque su misericordia es eterna. «No abandonará la obra de sus manos», es decir, su criatura (cf. v. 8). Y también nosotros debemos vivir siempre con esta confianza, con esta certeza en la bondad de Dios.
Debemos tener la seguridad de que, por más pesadas y tempestuosas que sean las pruebas que debamos afrontar, nunca estaremos abandonados a nosotros mismos, nunca caeremos fuera de las manos del Señor, las manos que nos han creado y que ahora nos siguen en el itinerario de la vida. Como confesará san Pablo, «Aquel que inició en vosotros la obra buena, él mismo la llevará a su cumplimiento» (Flp 1,6).
Así hemos orado también nosotros con un salmo de alabanza, de acción de gracias y de confianza. Ahora queremos seguir entonando este himno de alabanza con el testimonio de un cantor cristiano, el gran san Efrén el Sirio (siglo IV), autor de textos de extraordinaria elevación poética y espiritual.
«Por más grande que sea nuestra admiración por ti, Señor, tu gloria supera lo que nuestra lengua puede expresar», canta san Efrén en un himno, y en otro: «Alabanza a ti, para quien todas las cosas son fáciles, porque eres todopoderoso»; y éste es un motivo ulterior de nuestra confianza: que Dios tiene el poder de la misericordia y usa su poder para la misericordia. Una última cita de san Efrén: «Que te alaben todos los que comprenden tu verdad»”. En la Postcomunión pedimos: «Escucha, Señor, nuestras oraciones, para que este santo intercambio, en el que has querido realizar nuestra redención, nos sostenga durante la vida presente y nos dé las alegrías eternas».
3. En su primer discurso después de la Cena (Jn 13, 33; 14, 31), Jesús había anunciado a sus apóstoles su próxima partida y estos le asaltaron a preguntas más o menos oportunas (Jn 13, 36; 14, 5). Jesús les había respondido que todos se volverían a encontrar junto al Padre (Jn 14, 1-3), y que el amor (Jn 13, 33-36) y el conocimiento (Jn 14, 4-10) podían compensar la ausencia. En su segundo discurso, Cristo anuncia de nuevo su partida (v. 5). Como los apóstoles se guardan de hacerle preguntas, aun cuando la tristeza se refleja en sus rostros (v. 6), Jesús observa, no sin ironía, que, sin embargo este sería el momento oportuno para interrogarle (v. 5). Él vuelve al Padre (Jn 14, 2, 3, 12; 16, 5), porque su misión ha terminado y el Espíritu Paráclito será el testigo de su presencia (Jn 14, 26; 15, 26). Jesús compara la misión del Espíritu con la suya; en efecto, no se trata de creer que ha terminado el reino de Cristo y que es reemplazado por el del Espíritu. Sino que de hecho, la distinción reside más bien entre el modo de vida terrestre de Cristo que oculta al Espíritu y el modo de vida del que Él se beneficiará después de su resurrección y que no será ya perceptible por los sentidos, sino solamente por la fe: un modo de vida "transformado por el Espíritu" (Jn 7, 37-39). Volvemos a encontrar aquí, pues, la pedagogía del Cristo resucitado, que no deja de utilizar para convencer a sus apóstoles de que no busquen ya una presencia física, sino que descubran en la fe la presencia "espiritual" (entendiendo aquí espiritual no solamente como opuesto a físico, sino designando verdaderamente el mundo nuevo animado por Dios; cf. Ez 37, 11-14-20; 39, 28-29). La nueva presencia del Señor en medio de los suyos presentará las características de un juicio y de una contestación. En efecto, si el nuevo modo de vida en "espíritu" se opone al modo de vida del mundo, resultarán de ello enfrentamientos e incluso persecuciones (Jn 15, 18-16, 4). Por eso la presencia del Espíritu revestirá un carácter judicial (tema del Paráclito defensor). En el curso de su pasión, Cristo perderá su proceso contra el mundo: será convicto de pecado (Mt 26, 65), no le será reconocida su justicia (Act 3, 14) y un juicio le condenará a muerte (Jn 19, 12-216; 8, 15). Pero el Espíritu apelará y cambiará la sentencia: el mundo será convicto de pecado y se hará justicia a Cristo ante el tribunal del Padre. El juicio final pronunciará la condenación del Príncipe de este mundo (vv. 3-11). La vida del cristiano en el Espíritu y el modo de vida de Cristo plenamente divinizado por su resurrección constituirán este juicio de apelación que establece que Cristo es realmente Dios. Aparte del aspecto judicial de la presencia del Espíritu, el Evangelio subraya su papel educativo (v. 13). En efecto, Cristo que aún tiene muchas revelaciones que hacer (contrariamente al primer discurso: Jn 15, 15), confía esta tarea al Espíritu. ¿Quiere esto decir que el mundo aprenderá verdades nuevas que Cristo no habría enseñado? No. Jesús es la Palabra, Él lo ha dicho verdaderamente todo. Pero aún queda el profundizar en su enseñanza, el comprenderla mejor y el confrontarla con los acontecimientos. Los apóstoles no pueden realizar este trabajo, porque sólo disponen aún de un conocimiento demasiado material, únicamente basado en la visión y en la inteligencia. Una vez que participa en la Eucaristía, el cristiano está habilitado para emprender la contestación del mundo. Es la forma concreta del juicio del Espíritu. En efecto, el Espíritu suscita hombres particularmente sensibles a los valores auténticos y la Eucaristía los capacita para comprometerse efectivamente en la contestación de los pseudos-valores. Es cierto que un hombre animado por el Espíritu no puede tolerar el beneficio económico erigido en absoluto, la prosecución alienadora del rendimiento, el totalitarismo que desprecia las libertades fundamentales, el ultra-nacionalismo que pone a una comunidad por encima de otra y a expensas de las colaboraciones internacionales, o la guerra considerada como medio de mantener el orden establecido. Por otra parte, la contestación del cristiano y del Espíritu no se detiene en el simple hecho de no tolerar estos abusos, sino que debe tomar forma concreta y manifestar su juicio mediante acciones eficaces. El cristiano se juega hasta su salvación en estas cuestiones, porque implica en ellas al Espíritu Paráclito (Maertens-Frisque).
Quisiera proponer tres aspectos de reflexión, de oración. Primero: no estamos solos, tenemos en nosotros, en cada uno de nosotros, en la realidad de nuestra vida personal, el don, la presencia, la fuerza del Espíritu. Es muy importante que nos lo digamos, que seamos conscientes de ello. Segundo: este don del Espíritu nos ha sido dado para ser testigos de Jesucristo. Es decir, pide de nosotros una coherencia de vida según el evangelio de Jesús. Cada vez más, paso a paso, debemos ponernos en camino de seguimiento de Jesucristo. Tercero: nuestra oración debe ser PEDIR con toda confianza esta venida a nosotros del Espíritu de Jesús, del Espíritu de Dios. Para que fecunde nuestra vida de cada día. Pidámoslo hoy y durante toda la semana. -Voy al que me ha enviado... Voy al Padre... Jesús está a pocas horas de su muerte. Él lo sabe. Lo ha dicho. Lo comenta así. Es para Él algo muy simple, como un "retorno a casa". Sé a dónde voy... Alguien me espera... Soy amado... Voy a encontrar a Aquel a quien amo... Dejo resonar en mí estas palabras. Pensando en mi propia muerte, son también estas palabras las que he de repetir después de Jesús y con Él. Paz. Certidumbre. Gozo íntimo. -Ninguno de vosotros me pregunta "¿A dónde vas?" Atmósfera de partida. Como cuando en el andén del tren o en el aeropuerto, se abraza a un ser querido que se va por mucho tiempo. -Antes, porque os hablé de estas cosas, vuestro corazón se llenó de tristeza. Mientras Jesús estaba con ellos, era una "Presencia" reconfortante. El anuncio de su partida ahoga cualquier otra reflexión. Más tarde, quizá, llegarán a dominar su tristeza porque comprenderán la "significación" de esta partida: el retorno de Jesús al Padre, el paso a la Gloria del Padre, origen de la efusión abundante del Espíritu. -Pero os digo la verdad: os conviene que Yo me vaya. Porque si no me fuere, el Espíritu Santo, el Defensor, no vendrá a vosotros; pero si me fuere, os lo enviaré. Cada uno puede probar a entender estas frases misteriosas. He aquí un intento de explicación. Durante su estancia en la tierra Jesús ha sido una "Presencia" visible de Dios. Pero esta Presencia, tan útil para nosotros, seres corpóreos y sensibles, era al mismo tiempo, una pantalla, un límite: a causa de su humanidad, a causa de su cuerpo, Jesús estaba "limitado" a un tiempo y a un lugar. Y era consciente de ello: "os conviene que Yo me vaya". Enviando al Espíritu, Jesús es consciente de multiplicar su Presencia: el Espíritu no tiene ningún límite, puede invadirlo todo. "Oh Señor, envía tu Espíritu para que renueve la faz de la tierra". El Espíritu es la Presencia "secreta" de Dios... después de la Presencia "visible" que ha sido Jesús. Pero el "tiempo del Espíritu" es también el "tiempo de la Iglesia". Es la Iglesia, somos nosotros, los que hemos venido a ser el Cuerpo de Cristo, su "visibilidad"... con todo lo que esto comporta de "límites" y de imperfecciones... pero también con esta certeza de que el Espíritu está aquí, con nosotros, animando siempre el Cuerpo de Jesús. -Y en viniendo éste, argüirá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. Mañana por la mañana, ante el Gran Consejo de la Sinagoga, y ante el Gobernador romano, Jesús será "condenado"... y todas las apariencias irán contra Él: podrá creerse que no era más que un impostor y un blasfemo, y que después de todo recibió el castigo merecido por su pecado, por su osadía en decir que era Hijo de Dios y que destruiría el Templo. Pero he aquí que la situación se invertirá: el mundo será condenado, y Jesús será glorificado. Y el Espíritu Santo vendrá para convencer interiormente a los discípulos de que Jesús no es el "vencido", el "pecador", sino el vencedor del mal; el muy amado del Padre (Noel Quesson). Así lo dice el Catecismo (1848): “Como afirma S. Pablo, "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rm 5, 20). Pero para hacer su obra, la gracia debe descubrir el pecado para convertir nuestro corazón y conferirnos "la justicia para la vida eterna por Jesucristo nuestro Señor" (Rm 5, 20-21). Como un médico que descubre la herida antes de curarla, Dios, mediante su palabra y su espíritu, proyecta una luz viva sobre el pecado:
‘La conversión exige el reconocimiento del pecado, y éste, siendo una verificación de la acción del Espíritu de la verdad en la intimidad del hombre, llega a ser al mismo tiempo el nuevo comienzo de la dádiva de la gracia y del amor: "Recibid el Espíritu Santo". Así pues, en este "convencer en lo referente al pecado" descubrimos una 'doble dádiva': el don de la verdad de la conciencia y el don de la certeza de la redención. El Espíritu de la verdad es el Paráclito’ (DeV 31)”.
Juan Pablo II lo explicó con más detalle: “Cuando ya era inminente para Jesús el momento de dejar este mundo, anunció a los apóstoles "otro Paráclito". Durante la cena pascual precisamente lo llama Paráclito, Consolador y también Intercesor o Abogado. "El Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo he dicho". No sólo seguirá inspirando la predicación del Evangelio de salvación, sino que también ayudará a comprender mejor el justo significado del contenido del mensaje de Cristo, asegurando su continuidad e identidad de comprensión en medio de las condiciones y circunstancias mudables. El Espíritu de la verdad, dice luego, "os guiará hasta la verdad completa"... el misterio de Cristo en su globalidad. En el Espíritu Santo la Iglesia continúa incesantemente la presencia histórica del Redentor sobre la tierra y su obra salvífica.
El Espíritu Santo vendrá cuando Cristo se haya ido por medio de la Cruz; vendrá no sólo después, sino como causa de la Redención realizada por Cristo por voluntad del Padre. Así, en el discurso pascual de despedida, se llega al cúlmen de la revelación trinitaria. Dios, en su vida íntima, "es amor", amor esencial, común a las tres Personas divinas. El Espíritu Santo es Amor personal, es Persona-Amor. Es Amor-Don increado del que deriva como de una fuente toda dádiva a las criaturas: la donación de la existencia a todas las cosas mediante la creación y donación de la gracia a los hombres mediante la economía de la salvación.
Cristo, describiendo su partida como condición a la venida del Paráclito une un nuevo inicio porque entre el primer inicio y toda la historia del hombre -empezando por el pecado original- se ha interpuesto el pecado que es contrario a la presencia del Espíritu de Dios, contrario a la comunicación salvífica de Dios al hombre. A costa de la Cruz redentora, y por la fuerza de todo el misterio pascual de Jesucristo, el Espíritu Santo viene para quedarse desde el día de Pentecostés, para estar con la Iglesia y en la Iglesia y, por medio de ella, en el mundo. De este modo se realiza definitivamente el nuevo inicio de la comunicación de Dios uno y trino en el Espíritu Santo por obra de Jesucristo, Redentor del hombre y del mundo.
Jesús, en el discurso del Cenáculo, añade: "Y cuando Él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, a la justicia y al juicio. En lo referente al pecado, porque no creen en mí; en lo referente a la justicia, porque me voy al Padre y ya no me veréis; en lo referente al juicio porque el príncipe de este mundo está juzgado". En el pensamiento de Jesús, el pecado, la justicia y el juicio tienen un sentido muy preciso, distinto al que quizá alguno sería propenso a atribuir... Esta misión del Espíritu Santo es convencer al hombre de la salvación definitiva en Dios, del juicio o condenación con la que ha sido castigado el pecado de Satanás, "príncipe de este mundo". El Espíritu Santo al mostrar en el marco de la Cruz de Cristo el pecado, hace comprender que su misión es la de "convencer" también en lo referente al pecado que ya ha sido juzgado definitivamente. El Concilio explica cómo entiende el mundo: "la entera familia humana con el conjunto universal de las realidades entre las que éste vive; el mundo, teatro de la historia humana, con sus afanes, fracasos y victorias; el mundo que los cristianos creen fundado y conservado por el amor del Creador, esclavizado bajo la servidumbre del pecado, pero liberado por Cristo crucificado y resucitado, roto el poder del demonio, para que el mundo se transforme según el propósito divino y llegue a su consumación" (GS, 2)...
En la raíz del pecado humano está la mentira como radical rechazo de la verdad. Por consiguiente, el Espíritu que "todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios", conoce desde el principio lo íntimo del hombre. El Espíritu de la verdad conoce la realidad originaria del pecado, causado en la voluntad del hombre por obra del "padre de la mentira", de aquel que ya está juzgado. Al hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, el Espíritu Santo da como don la conciencia... es para el hombre la luz de la conciencia y la fuente del orden moral. A pesar de todo el testimonio de la creación y de la economía salvífica, el espíritu de las tinieblas es capaz de mostrar a Dios como enemigo de la propia criatura y, ante todo, como enemigo del hombre, como fuente de peligro y de amenaza. Esto lo vemos confirmado en nuestros días en los que las ideologías ateas intentan desarraigar la religión en base al presupuesto de la "alienación del hombre", como si el hombre fuera expropiado de su humanidad cuando, al aceptar la idea de Dios, le atribuye lo que pertenece al hombre y exclusivamente al hombre. El rechazo de Dios ha llegado hasta la declaración de su "muerte". Esto es un absurdo conceptual pero la ideología de la "muerte de Dios" amenaza al hombre, como indica el Vaticano II cuando sometiendo a análisis la cuestión de la "autonomía de la realidad terrena", afirma: "La criatura sin el Creador se esfuma... Más aún, por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida".
Convencer al mundo del pecado quiere decir demostrar el mal contenido en él. La Iglesia cree y profesa que el pecado es una ofensa a Dios. Si el pecado ha engendrado el sufrimiento del hombre, en Jesús redentor, en su humanidad se verifica el sufrimiento de Dios. En el sacrificio del Hijo del hombre el Espíritu Santo está presente y actúa del mismo modo con que actuaba en su concepción, en su vida oculta y en su ministerio público. El Espíritu Santo actuó de manera especial en el sacrificio de la Cruz para transformar el sufrimiento en amor redentor. En el Antiguo Testamento se habla varias veces del "fuego del cielo" que quemaba los sacrificios. El Espíritu Santo desciende al centro mismo del sacrificio que se ofrece en la Cruz: él consuma este sacrificio con el fuego del amor que une al Hijo con el Padre.
¿Por qué la blasfemia contra el Espíritu Santo es imperdonable? Por que la blasfemia consiste en el rechazo de aceptar la salvación que Dios ofrece por medio del Espíritu Santo que actúa en virtud del sacrificio de la Cruz y encuentra una resistencia interior, como una impermeabilidad de la conciencia, una "dureza de corazón". En nuestro tiempo a esta actitud de mente y corazón corresponde quizá la pérdida del sentido del pecado, el rechazo de los Mandamientos de Dios "hasta el desprecio de Dios". La conversión es purificación de la conciencia por medio de la sangre del Cordero.
Bajo el influjo del Paráclito se realiza la conversión del corazón humano que es condición indispensable para el perdón de los pecados. Sin una verdadera conversión que implica una contrición interior, y sin un propósito sincero y firme de enmienda, los pecados quedan "retenidos", como afirma Jesús. La Redención es realizada por la sangre del Hijo del hombre, "sangre que purifica nuestra conciencia". Esta sangre pues, abre al Espíritu Santo el camino hacia la intimidad del hombre, es decir, hacia el santuario de las conciencias.
Si la conciencia es recta, ayuda entonces a resolver con acierto los numerosos problemas morales que se presentan al individuo y a la sociedad. Fruto de la recta conciencia es llamar por su nombre al bien y al mal como hace la Constitución conciliar Gaudium et spes: "Cuanto atenta contra la vida -homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado-; cuanto viola la integridad de la persona, como por ejemplo la mutilación, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos para dominar la mente ajena; cuanto ofende a la dignidad humana como las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes que reducen al operario al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona humana". Y después de haber llamado por su nombre a los numerosos pecados tan frecuentes y difundidos en nuestros días, el mismo documento conciliar añade: "Todas estas prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes, degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador" (GS,16).
El Espíritu Santo convence en lo referente al pecado y así el hombre, lejos de dejarse enredar en su condición de pecado, apoyándose sobre todo en la voz de su conciencia, "ha de luchar continuamente para acatar el bien y sólo a costa de grandes esfuerzos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de establecer la unidad de sí mismo" (GS,37).
La Iglesia no cesa de implorar a Dios la gracia de que no disminuya la rectitud en las conciencias humanas, que no se atenúe su sana sensibilidad ante el bien y el mal... tan unida a la acción íntima del Espíritu de la verdad.
Por desgracia, la cercanía y presencia de Dios en el hombre y en el mundo, encuentra resistencia y oposición. En el hombre, ser compuesto espiritual y corporal, existe una cierta tensión, una cierta lucha entre el "espíritu" y la "carne", herencia del pecado. No se trata de discriminar o condenar el cuerpo... La obra del Espíritu "que da vida" alcanza su cúlmen en el misterio de la Encarnación con el que se abre la fuente de la vida divina en la historia de la humanidad: el Espíritu Santo. El Verbo, "primogénito de toda la creación", se convierte en "el primogénito entre muchos hermanos" y así llega a ser también la cabeza del cuerpo que es la Iglesia... y es en la Iglesia la cabeza de la humanidad: de los hombres de toda nación, raza y cultura, lengua y continente, que han sido llamados a la salvación.
"La Palabra se hizo carne... a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios". Hijos de Dios son, en efecto, los que son guiados por el Espíritu de Dios. La filiación de la adopción divina nace en los hombres sobre la base del misterio de la Encarnación. Por tanto, aquella filiación divina, insertada en el alma humana con la gracia santificante, es obra del Espíritu Santo.
Es necesario ir más allá de la dimensión histórica del hecho; es necesario insertar, abarcando con la mirada de fe, los dos milenios de la acción del Espíritu de la verdad... Pero hay que mirar atrás, aun antes de Cristo: desde el principio, en todo el mundo y, especialmente en la economía de la antigua alianza. El Concilio Vaticano II nos recuerda la acción del Espíritu Santo incluso fuera del cuerpo visible de la Iglesia. Nos habla justamente de "todos los hombres de buena voluntad en cuyo corazón obra la gracia de modo visible. Dios es espíritu y los que adoran deben adorar «en espíritu y verdad»". Estas palabras las pronunció Jesús en su diálogo con la samaritana.
Orando, la Iglesia profesa incesantemente su fe: existe en nuestro mundo creado un Espíritu que es un don increado. Es el Espíritu del Padre y del Hijo; como el Padre y el Hijo es increado, inmenso, eterno, omnipotente, Dios y Señor. A Él se dirige la Iglesia a lo largo de los intrincados caminos de la peregrinación del hombre sobre la tierra; y pide de modo incesante la rectitud de los actos humanos como obra suya; pide el gozo y el consuelo; pide la gracia y las virtudes; pide la salvación eterna, la felicidad, la alegría; pide "justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo", en el que, según san Pablo, consiste el reino de Dios”.
Nos duele no ver a Jesús, pero en la Eucaristía y las demás manifestaciones del Espíritu de la Verdad (entre paréntesis, los pecados imperdonables pienso que son los que cierran el corazón al perdón: presunción y desesperación, por eso es tan importante promover hoy la Divina misericordia), Él continúa entre nosotros, como explica San Agustín: «Veía la tormenta que aquellas palabras suyas iban a levantar en sus corazones, porque, careciendo aún del espiritual consuelo del Espíritu Santo, tenían miedo a perder la presencia corporal de Cristo y, como sabían que Cristo decía la verdad, no podían dudar de que le perderían, y por eso se entristecían sus afectos humanos al verse privados de su presencia carnal. Bien conocía Él lo que les era más conveniente, porque era mucho mejor la visión interior con la que les había de consolar el Espíritu Santo, no trayendo un cuerpo visible a los ojos humanos, sino infundiéndose Él mismo en el pecho de los creyentes... Os conviene que esta forma de sierpe se separe de vosotros: como Verbo hecho carne, vivo entre vosotros, pero no quiero que continuéis amándome con un amor carnal... Si no os quitare los tiernos manjares con que os he alimentado no apeteceréis los sólidos... No podéis tener el Espíritu de Cristo mientras persistáis en conocer a Cristo según la carne... Después de la partida de Cristo, no solamente el Espíritu Santo, sino también el Padre y el Hijo estuvieron en ellos espiritualmente...».
“Promesa hecha realidad de forma impetuosa en el día de Pentecostés, diez días después de la Ascensión de Jesús al cielo. Aquel día —además de sacar la tristeza del corazón de los Apóstoles y de los que estaban reunidos con María, la Madre de Jesús (cf. Hch 1,13-14)— los confirma y fortalece en la fe, de modo que, «todos se llenaron del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu Santo les impulsaba a expresarse» (Hch 2,4). Hecho que se “hace presente” a lo largo de los siglos a través de la Iglesia, una, santa, católica y apostólica, ya que, por la acción del mismo Espíritu prometido, se anuncia a todos y en todas partes que Jesús de Nazaret —el Hijo de Dios, nacido de María Virgen, que fue crucificado, muerto y sepultado— verdaderamente resucitó, está sentado a la diestra de Dios Padre (cf. Credo) y vive entre nosotros. Su Espíritu está en nosotros por el Bautismo, constituyéndonos hijos en el Hijo, reafirmando su presencia en cada uno de nosotros el día de la Confirmación. Todo ello para llevar a término nuestra vocación a la santidad y reforzar la misión de llamar a otros a ser santos. Así, gracias al querer del Padre, la redención del Hijo y la acción constante del Espíritu Santo, todos podemos responder con total fidelidad a la llamada, siendo santos; y, con una caridad apostólica audaz, sin exclusivismos, llevar a cabo la misión, proponiendo y ayudando a los otros a serlo. Como los primeros —como los fieles de siempre— con María rogamos y, confiando que de nuevo vendrá el Defensor y que habrá un nuevo Pentecostés, digamos: «Ven, Espíritu Santo, llena el corazón de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu amor» (Aleluya de Pentecostés)” (Lluís Roqué).
No hay comentarios:
Publicar un comentario