MARTES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA: el cristiano está llamado a ser sembrador de paz y de alegría, fruto de la unión con Jesús.
“En aquellos días llegaron [a Listra] unos judíos de Antioquía y de Icono y se ganaron a la gente; apedrearon a Pablo y lo arrestaron fuera de la ciudad dejándolo medio muerto. Entonces lo rodearon los discípulos; y él se levantó y volvió a la ciudad. Al día siguiente salió con Bernabé para Derbe.
Después de predicar el Evangelio en aquellas ciudades y de ganar bastantes discípulos, volvieron a Listra, Icono y Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que es preciso que entremos en el Reino de Dios a través de muchas tribulaciones. Después de ordenar presbíteros en cada iglesia, haciendo oración y ayunando, les encomendaron al Señor en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia; y después de predicar la palabra en Perge bajaron hasta Atalia. Desde allí navegaron hasta Antioquía, de donde habían salido, encomendados a la gracia de Dios, para la obra que habían cumplido. Cuando llegaron y reunieron a la iglesia, contaron todo lo que el Señor había hecho por medio de ellos y que había abierto a los gentiles la puerta de la fe; y se quedaron no poco tiempo con los discípulos” (Hechos 14, 19-28).
Comentario: 1. El pasaje que meditaremos hoy es la conclusión del "primer viaje misionero" de san Pablo. Pablo y Bernabé hacen, en sentido inverso, el itinerario que acaban de recorrer para afianzar las «comunidades» fundadas. Ese viaje ha durado tres años aproximadamente. Se desarrolló, más o menos, entre los años 45 y 48. Solamente quince años después de la muerte y resurrección de Jesús, y fue ya una primera experiencia de aclimatación del evangelio en tierra pagana. En Listra, Pablo había curado a un tullido. Al día siguiente marchó a Derbe... Habiendo evangelizado esa ciudad, Pablo y Bernabé volvieron a Listra, Iconio y Antioquía.
-Fortalecían el ánimo de los discípulos, alentándolos a perseverar en la fe. De Jerusalén, y pasando por Siria, vemos que el evangelio ha penetrado ya en varias provincias del Imperio romano -en Asia-. Cientos de kilómetros, a pie, montados sobre asnos, en barco. Todas esas ciudades existen todavía en la Turquía actual. Ciertamente, Señor, la Fe tiene que enraizarse en una tierra, en comunidades humanas y en sus culturas, en grupos humanos. La Fe no es un tesoro material, que un día se recibe y queda tal cual... Es una vida que puede consolidarse o debilitarse... que puede crecer o morir. Pablo es consciente de ello. Retoma hacia los nuevos conversos para afianzarlos en la fe.
-Les decía: «Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios.» Es uno de los temas esenciales de san Pablo: la aflicción. La fe no suprime la tribulación. El sufrimiento acompaña al cristiano, como a todo ser humano, pero su sufrimiento puede tener sentido: sabemos que es un «paso», un momento doloroso que conduce al Reino, es decir, a la felicidad total junto a Dios. Pablo ya se atrevía a decir esas cosas a los recién convertidos. ¿Considero yo así también mis propios sufrimientos?
-Designaron presbíteros en cada Iglesia. Pablo y Bernabé no se contentan con anunciar el evangelio. En un segundo tiempo, algunos años después de su viaje de ida, vuelven, fundan comunidades estructuradas y designan a «ancianos» para jefes de las mismas. El término «anciano» traduce el término griego "presbitre" del que vino más tarde la palabra francesa «pretre (y la del antiguo castellano "preste"). La propia Fe no puede vivirse individualmente. Es necesario vivirla en Iglesia, con otros. ¿Comparto yo mi fe con otras personas? o bien, ¿la vivo solo? ¿Qué sentido tiene para mí la Iglesia? ¿Cómo participo de la vida de la comunidad local? El sacerdote designado para presidir una comunidad de fieles, representa a Cristo, que es Cabeza de su Cuerpo místico: símbolo de la unidad, constructor de unidad y aquél por el cual se hacen "las junturas y los ligamentos, para que el Cuerpo crezca y se desarrolle" (Col 2, 19; Noel Quesson).
Ayer leíamos que les ensalzaban como a dioses, y hoy, que les apedrean hasta dejarles por muertos. Una vez más Pablo y sus acompañantes experimentan que el Reino de Dios padece violencia y que no es fácil predicarlo en este mundo. Pero no se dejan atemorizar: se marchan de Listra y van a predicar a otras ciudades. Son incansables. La Palabra de Dios no queda muda. El pasaje de hoy nos describe el viaje de vuelta de Pablo y Bernabé de su primera salida apostólica: van recorriendo en orden inverso las ciudades en las que habían evangelizado y fundado comunidades, hasta llegar de nuevo a Antioquía, de donde habían salido. Al pasar por cada comunidad reafirman en la fe a los hermanos, exhortándoles a perseverar en la fe, «diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios». Van nombrando también presbíteros o responsables locales, orando sobre ellos, ayunando y encomendándolos al Señor. Se trata de un segundo momento, después de la primera implantación: ahora es la estructuración y el afianzamiento de las comunidades. Llegados a Antioquía de Siria dan cuentas a la comunidad, que es la que les había enviado a su misión. Las noticias no pueden ser mejores: «les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe». También a nosotros, como a Pablo y Bernabé, se nos alternan días de éxito y días de fracaso. Encontramos dificultades fuera y dentro de nosotros mismos. Tal vez no serán persecuciones ni palizas, pero sí la indiferencia o el ambiente hostil, y también el cansancio interior o la falta de entusiasmo que es peor que las dificultades externas. Y eso no sólo en nuestro trabajo apostólico, sino en nuestra vida de fe personal o comunitaria. Tenemos que aprender de aquellos primeros cristianos su recia perseverancia, su fidelidad a Cristo y su decisión en seguir dando testimonio de Él en medio de un mundo distraído. También hay otra lección en su modo de proceder: su sentido de comunidad. Se sienten, no francotiradores que van por su cuenta, sino enviados por la comunidad, a la que dan cuentas de su actuación. Se sienten corresponsables con los demás. Y la comunidad también actúa con elegancia, escuchando y aprobando este informe que abre caminos nuevos de evangelización más universal (J. Aldazábal). Es una llamada a la responsabilidad apostólica.
Salmo responsorial 145/144, 10-11.12-13ab.21: «Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles, que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas. Explicando tus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de tu reinado. Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad. Pronuncie mi boca la alabanza del Señor, todo viviente bendiga su santo nombre, por siempre jamás».
2. Sal. 145/144. El salmo es consecuentemente «misionero» y entusiasta: «tus amigos, Señor, anunciarán la gloria de tu Reino... Explicando tus hazañas a los hombres». Jesús, el Verbo Encarnado, nos ha salvado para que vivamos consagrados al Padre. Por medio de nosotros, todas las cosas elevan un cántico de alabanza al Señor. Pero de nada nos serviría que todo alabara al Señor mientras nosotros denigráramos el Santo Nombre de Dios entre las naciones con una vida cargada de pecado. Por eso nosotros debemos ser los primeros en aceptar el perdón, la salvación y la vida nueva que Dios ofrece a la humanidad. Viviendo en Dios y caminando con amor en su presencia podremos convertirnos en un testimonio vivo de su amor para cuantos nos traten. Por eso debemos continuamente proclamar ante todas las naciones lo misericordioso que ha sido Dios para con nosotros. Sólo así podremos colaborar para que el Reino de Dios llegue al corazón de todos los hombres como ya ha llegado a nosotros. Acaba el salmo con un canto universal de salvación.
Estamos en jueves santo, víspera de su muerte. Jesús habla de "su" paz, quiere darla a sus amigos, que están angustiados, perturbados por el anuncio de la traición de Judas y de la negación de Pedro que acaban de serles dadas a conocer: “La paz os dejo, mi paz os doy”; "Yo os doy mi paz." La tuya, Señor, la que tenías en tu propio corazón. Tú eras un hombre apacible, un hombre de paz. Trato de imaginarme esta paz que irradiaba de tu rostro, de tu conducta, y de tus modos de hablar. ¿En qué tono de voz decías Tú esto?: "Yo os doy mi paz". Señor Jesús, danos tu Paz... dala también al mundo. -No como el mundo la da os la doy Yo. No es pues una paz semejante a la que procede de los hombres. El evangelio no aporta un método concreto para realizar la paz de los hombres, no es una receta. Es una paz que viene de más lejos. “Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir:”Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo... -No se turbe vuestro corazón ni se intimide. El clima reinante es de turbación y miedo. Un complot se está tramando. Pero en todo tiempo esto es verdad: el creyente, privado de la presencia visible de su Señor, tiene siempre el riesgo de estar "turbado".
-Habéis oído que os dije: Me voy y vengo a vosotros. Si me amarais os alegraríais, pues voy al Padre, porque el Padre es mayor que Yo. Jesús trata de animar, a sus amigos. Son palabras de consuelo para reconfortarles. Yo me Voy... "Y vengo..." Palabras misteriosas que anuncian directamente la muerte y luego la resurrección. Pero las podemos también referir a esa misteriosa "ausencia-presencia" de Jesús a través de los tiempos. Y además sobre todo, esta convicción de Jesús de que su muerte es una subida hacia el Padre... de la cual los apóstoles debían "regocijarse". ¿Sé alegrarme de que Jesús esté "junto al Padre"?
-Os lo he dicho ahora antes de que suceda para que cuando suceda creáis. Delicadeza. Amistad. Jesús simpatiza, sufre con sus amigos: ¡Como quisiera ayudaros!
-Ya no hablaré mucho más con vosotros; porque viene el "príncipe de este mundo", y nada en mí le pertenece. La paz de Jesús, es una paz conquistada con gran esfuerzo. No es una paz bonachona, de tranquilidad, de falta de lucha... ¡Él experimenta tener a alguien contra Él! Un enfrentamiento se prepara con el "príncipe de este mundo". Pronto veremos -el próximo sábado- que Jesús anuncia a sus amigos este mismo enfrentamiento entre ellos y Satán: "Me han perseguido, se os perseguirá." Esta paz de Dios es uno de los frutos del Mesías, no tiene ningún parecido con la paz del mundo. Hay que buscarla en el fondo de sí mismo, en pleno ambiente de tempestades y combates.
-Pero conviene que el mundo conozca que Yo amo al Padre y que según el mandato que me dio el Padre, así hago yo. Esta es la fuente interior de la paz de Jesús (Noel Quesson). Teresa de Ávila decía: “todo es nada, y menos que nada, lo que se acaba y no contenta a Dios”. “¿Comprendéis por qué un alma deja de saborear la paz y la serenidad cuando se aleja de su fin, cuando se olvida de que Dios la ha creado para la santidad? Esforzaos para no perder nunca este punto de mira sobrenatural, tampoco a la hora de la distracción o del descanso, tan necesarios en la vida de cada uno como el trabajo. Ya podéis llegar a la cumbre de vuestra tarea profesional, ya podéis alcanzar los triunfos más resonantes, como fruto de esa libérrima iniciativa que ejercéis en las actividades temporales; pero si me abandonáis ese sentido sobrenatural que ha de presidir todo nuestro quehacer humano, habréis errado lamentablemente el camino”. Con el Señor, “se notan entonces el gozo y la paz, la paz gozosa, el júbilo interior con la virtud humana de la alegría. Cuando imaginamos que todo se hunde ante nuestros ojos, no se hunde nada, porque Tú eres, Señor, mi fortaleza. Si Dios habita en nuestra alma, todo lo demás, por importante que parezca, es accidental, transitorio; en cambio, nosotros, en Dios, somos lo permanente (…). El Espíritu Santo, con el don de piedad, nos ayuda a considerarnos con certeza hijos de Dios. Y los hijos de Dios, ¿por qué vamos a estar tristes? La tristeza es la escoria del egoísmo; si queremos vivir para el Señor, no nos faltará la alegría, aunque descubramos nuestros errores y nuestras miserias. La alegría se mete en la vida de oración, hasta que no nos queda más remedio que romper a cantar: porque amamos, y cantar es cosa de enamorados” (San Josemaría Escrivá).
Les dice que no se preocupen por el futuro, «volverá» a los suyos y les apoyará y les dará su paz. Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy las recordamos cada día en la misa, antes de comulgar: «Señor Jesucristo, que dijiste a los apóstoles: la paz os dejo, mi paz os doy...». También ahora necesitamos esta paz. Porque puede haber tormentas y desasosiegos más o menos graves en nuestra vida personal o comunitaria. Como en la de los apóstoles contemporáneos de Jesús. Y sólo nos puede ayudar a recuperar la verdadera serenidad interior la conciencia de que Jesús está presente en nuestra vida. Esta presencia siempre activa del Resucitado en nuestra vida la experimentamos de un modo privilegiado en la comunión. Pero también en los demás momentos de nuestra jornada: «yo estoy con vosotros todos los días», «donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo», «lo que hiciereis a uno de ellos, a mí me lo hacéis». La presencia del Señor es misteriosa y sólo se entiende a partir de su ida al Padre, de su existencia pascual de Resucitado: «me voy y vuelvo a vuestro lado». A veces podemos experimentar más la ausencia de Cristo que su presencia. Puede haber «eclipses» que nos dejan desconcertados y llenos de temor y cobardía. Como también en el horizonte de la última cena se cernía la «hora del príncipe de este mundo», que llevaría a Cristo a la muerte. Pero la muerte no es la última palabra. Por eso estamos celebrando la alegría de la Pascua (J. Aldazábal). Pedimos en la Colecta: «Señor, Tú que en la resurrección de Jesucristo nos has engendrado de nuevo para que renaciéramos a una vida eterna, fortifica la fe de tu pueblo y afianza su esperanza, a fin de que nunca dudemos que llegará a realizarse lo que nos tienes prometido». San Pedro Crisólogo dice: «La paz es madre del amor, vínculo de la concordia e indicio manifiesto de la pureza de nuestra mente; ella alcanza de Dios todo lo que quiere, ya que su petición es siempre eficaz. Cristo, el Señor, nuestro rey, es quien nos manda conservar esa paz, ya que Él ha dicho:“La paz os dejo, mi paz os doy”, lo que equivale a decir: Os dejo en paz, y quiero encontraros en paz; lo que nos dio al marchar quiere encontrarlo en todos cuando vuelva».
San Josemaría Escrivá hablaba de “ser sembradores de paz y de alegría”, y esto reclama “serenidad de ánimo, dominio sobre el propio carácter, capacidad para olvidarse de uno mismo y pensar en quienes le rodean; actitudes e ideales humanos, que la fe cristiana refuerza, al proclamar la realidad de un Dios que es amor, más concretamente, que ama a los hombres hasta el extremo de asumir Él mismo la condición humana y presentar el perdón como uno de los ejes de su mensaje” (José Luís Illanes). Ya hemos visto, que no está reñida la paz con la tribulación: “En la vida de los hombres es inevitable el sufrimiento, a partir del día en que el pecado entró en el mundo. Unas veces es dolor físico; otras, moral; en otras ocasiones se trata de un dolor espiritual..., y a todos nos llega la muerte. Pero Dios, en su infinito amor, nos ha dado el remedio para tener paz en medio del dolor: Él ha aceptado “marcharse” de este mundo con una “salida” sufriente y envuelta de serenidad. ¿Por qué lo hizo así? Porque, de este modo, el dolor humano —unido al de Cristo— se convierte en un sacrificio que salva del pecado. «En la Cruz de Cristo (...), el mismo sufrimiento humano ha quedado redimido» (Juan Pablo II). Un autor desconocido del siglo II pone en boca de Cristo las siguientes palabras: «Mira los salivazos de mi rostro, que recibí por ti, para restituirte el primitivo aliento de vida que inspiré en tu rostro. Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorado. Mira los azotes de mi espalda, que recibí para quitarte de la espalda el peso de tus pecados. Mira mis manos, fuertemente sujetas con clavos en el árbol de la cruz, por ti, que en otro tiempo extendiste funestamente una de tus manos hacia el árbol prohibido».
…“no os la doy yo como os la da el mundo”. Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el Príncipe de este mundo. No es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me manda, yo lo hago” (Juan 14, 27-31ss). Llucia Pou Sabaté
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