Miércoles de la 33ª semana de Tiempo Ordinario. En el martirio se revela Dios creador, redentor, y la resurrección de la carne… "El creador del universo os devolverá el aliento y la vida". Jesús nos habla de hacer rendir la vida a través de imágenes: "¿Por qué no pusiste mi dinero en el banco?"
Lectura del segundo libro de los Macabeos 7,1.20-31. En aquellos días, arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la Ley. Pero ninguno más admirable y digno de recuerdo que la madre. Viendo morir a sus siete hijos en el espacio de un día, lo soportó con entereza, esperando en el Señor. Con noble actitud, uniendo un temple viril a la ternura femenina, fue animando a cada uno, y les decía en su lengua: -«Yo no sé cómo aparecisteis en mi seno; yo no os di el aliento ni la vida, ni ordené los elementos de vuestro organismo. Fue el creador del universo, el que modela la raza humana y determina el origen de todo. Él, con su misericordia, os devolverá el aliento y la vida, si ahora os sacrificáis por su ley.» Antioco creyó que la mujer lo despreciaba, y sospechó que lo estaba insultando. Todavía quedaba el más pequeño, y el rey intentaba persuadirlo, no sólo con palabras, sino que le juraba que si renegaba de sus tradiciones lo haría rico y feliz, lo tendría por amigo y le darla algún cargo. Pero como el muchacho no hacia ningún caso, el rey llamó a la madre y le rogaba que aconsejase al chiquillo para su bien. Tanto le insistió, que la madre accedió a persuadir al hijo; se inclinó hacia él y, riéndose del cruel tirano, habló así en su idioma: «Hijo mío, ten piedad de mí, que te llevé nueve meses en el seno, te amamanté y crié tres años y te he alimentado hasta que te has hecho un joven. Hijo mío, te lo suplico, mira el cielo y la tierra, fíjate en todo lo que contienen y verás que Dios lo creó todo de la nada, y el mismo origen tiene el hombre. No temas a ese verdugo, no desmerezcas de tus hermanos y acepta la muerte. Así, por la misericordia de Dios, te recobraré junto con ellos.» Estaba todavía hablando, cuando el muchacho dijo: -«¿Qué esperáis? No me someto al decreto real. Yo obedezco los decretos de la ley dada a nuestros antepasados por medio de Moisés. Pero tú, que has tramado toda clase de crímenes contra los hebreos, no escaparás de las manos de Dios.»
Salmo 16,1.5-6.8.15. R. Al despertar, Señor, me saciaré de tu semblante.
Señor, escucha mi apelación, atiende a mis clamores, presta oído a mi súplica, que en mis labios no hay engaño.
Mis pies estuvieron firmes en tus caminos, y no vacilaron mis pasos. Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío; inclina el oído y escucha mis palabras.
Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas escóndeme. Pero yo con mi apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante.
Evangelio según san Lucas 19,11-28. En aquel tiempo, dijo Jesús una parábola; el motivo era que estaba cerca de Jerusalén, y se pensaban que el reino de Dios iba a despuntar de un momento a otro. Dijo, pues: -«Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después. Llamó a diez empleados suyos y les repartió diez onzas de oro, diciéndoles: "Negociad mientras vuelvo." Sus conciudadanos, que lo aborrecían, enviaron tras él una embajada para informar: "No queremos que él sea nuestro rey." Cuando volvió con el título real, mandó llamar a los empleados a quienes había dado el dinero, para enterarse de lo que había ganado cada uno. El primero se presentó y dijo: "Señor, tu onza ha producido diez." Él le contestó: "Muy bien, eres un empleado cumplidor; como has sido fiel en una minucia, tendrás autoridad sobre diez ciudades." El segundo llegó y dijo: "Tu onza, señor, ha producido cinco." A ése le dijo también: "Pues toma tú el mando de cinco ciudades." El otro llegó y dijo: "Señor, aquí está tu onza; la he tenido guardada en el pañuelo; te tenía miedo, porque eres hombre exigente, que reclamas lo que no prestas y siegas lo que no siembras." Él le contestó: "Por tu boca te condeno, empleado holgazán. ¿Conque sabías que soy exigente, que reclamo lo que no presto y siego lo que no siembro? Pues, ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? Al volver yo, lo habría cobrado con los intereses." Entonces dijo a los presentes: "Quitadle a éste la onza y dádsela al que tiene diez." Le replicaron: "Señor, si ya tiene diez onzas." "Os digo: 'Al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene.' Y a esos enemigos míos, que no me querían por rey, traedlos acá y degolladlos en mi presencia."» Dicho esto, echó a andar delante de ellos, subiendo hacia Jerusalén.
Comentario: 1.- 2M 7,1.20-31. Ayer era un anciano, Eleazar, el que nos daba sorprendente testimonio de entereza y de virtud. Hoy es una madre con sus siete hijos la que todavía nos asombra más con su lucidez y valentía. Seguimos en la persecución de Antíoco IV que, con una mezcla de halagos y amenazas, intenta seducir a los israelitas y conducirlos a la "religión oficial" pagana, olvidando la Alianza con Dios. Muchos se resistieron, pero "ninguno más admirable y digno de recuerdo que la madre que, viendo morir a sus siete hijos en el espacio de un día, lo soportó con entereza, esperando en el Señor". De nuevo, lo principal no es lo de comer o no la carne prohibida, sino mantenerse fieles al conjunto de la alianza de Dios. Es magnífica la catequesis que la valiente mujer dedica a sus hijos sobre el poder y la misericordia del Dios creador, y también sobre el más allá de la muerte, del que éste es uno de los pocos libros del AT que tienen idea clara. Así les anima al martirio con la esperanza de que Dios sabrá recompensarles: "él, con su misericordia, os devolverá el aliento y la vida".
Tal vez a nosotros no se nos presenta la ocasión de dar testimonio con el admirable heroísmo que vemos en Eleazar y en la madre y sus siete hijos. Pero a veces lo que falta en intensidad con una muerte de mártires, puede tener equivalencia en una vida de mártires: una conducta perseverante, fiel a Dios, resistiendo a la presión del ambiente. También para ir contra corriente, un cristiano o una familia necesitan un cierto heroísmo. Lo mismo que una comunidad religiosa que hace votos de seguir a Cristo en los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, que son realmente contrarios a las tendencias que prevalecen en el mundo (tener, gozar, mandar). Ojalá podamos hoy, además de cantarlo después de la primera lectura, rezar luego por nuestra cuenta, más detenidamente, el salmo de confianza: "mis pies estuvieron firmes en tus caminos y no vacilaron mis pasos... yo te invoco, inclina el oído y escucha mis palabras... guárdame como a las niñas de tus ojos, y al despertar me saciaré de tu semblante". Meditaremos, hoy, una segunda escena de martirio: siete hijos, siete hermanos, torturados bajo la mirada de la madre. Sabemos, por desgracia, que esto es posible, que esto se ha hecho también en nuestra época. Nos gustaría no leer tales páginas, cerrar los ojos ante las torturas. Sin embargo, es necesario. Te ruego, Señor, por todos los verdugos y por todos los torturados. Te ruego, Señor, por todos los perseguidores y los perseguidos. Y te ruego, Señor, por todos los que callan, los que permanecen indiferentes, tranquilos y a sus anchas mientras algunos hombres mueren en algún lugar en guerra, muy próxima quizá... ¿No seré yo uno de éstos, Señor? ¡Oh cuán difícil es ser cristiano hasta el final! ¿Cuál es la parte de participación con el sufrimiento del mundo que tú esperas de nosotros, Señor, a fin de no quedarnos al margen, y para que seamos solidarios?
-La madre vio morir a sus siete hijos en el espacio de un solo día... Todo el dolor del mundo en esta sola imagen. ¿Por qué, Señor? ¿Por qué suceden tales cosas? Con lágrimas y como un clamor, la humanidad te hace esta pregunta. Sí, conozco tu respuesta: no es una bella palabra tranquilizadora, no es una idea, no es una solución a un problema... es tu venida. Has venido en la carne. Has tomado sobre Ti lo necesario para "desangrarte", "ser flagelado", "morir" y resucitar. Pero, repitenoslo, Señor. Repítenos que no te quedas «fuera del dolor y la pena» de los hombres, que tú estás dentro, que la compartes... Que Tú la comprendes, que sabes lo que es ser anonadado, sufrir. agonizar. Repítenos que hemos de tomar nuestra parte en tu seguimiento. Repítenos que Tú quieres la vida y la resurrección. Repítenos que la muerte no es más que un momento, un pasaje.
-La madre decía: "No fui yo quien os dio el espíritu y la vida... Sino el Creador del mundo que modela al niño, que preside su origen y el de toda cosa... Yo te llevé nueve meses en mi seno, te amamanté, te alimenté, te crié... Mira el cielo y la tierra; y sepas que Dios hizo todo esto..." Ante el absurdo de la muerte y del mal, ésta era la pura reacción de los judíos más conscientes -fue también la de Job-: no comprendemos, Señor, pero confiamos en Ti. No podemos pedir cuentas a Dios. Es el más Fuerte, el más Inteligente, el más Sabio, es el Creador. Incluso, si no lo entiendo todo, ¡sin embargo es El quien debe tener razón de haber hecho el mundo tal como lo hizo! Finalmente, esta actitud no es una abdicación. Es la única actitud razonable. Si lo comprendiéramos todo, seríamos «Dios». ¡Y evidentemente sabemos que no lo somos! Y los misterios complejos de la fecundidad, de la biología, de la genética, son de los que nos ponen delante de esta humildad radical. Esa madre que dio al mundo siete hijos lo sabe bien: se sabe muy pequeña ante los misterios que se cumplieron en ella. Y esto la ayuda a comprender que hay otros muchos misterios, para los cuales, hay también que confiar plenamente en Dios.
-No temas a este verdugo, hijo mío. Acepta la muerte para que vuelva yo a encontrarte con tus hermanos en la misericordia... Fe en la resurrección. Respuesta final (Noel Quesson).
La narración llega a su punto culminante de emoción y de síntesis doctrinal. Las palabras de la madre, aunque formuladas en un lenguaje excesivamente filosófico, son maternales: cree que Dios puede resucitar a los hombres, aunque no sabe cómo lo hará, porque tampoco sabe cómo ha hecho en ella la maravilla de la generación. Se nota un crescendo en la obra creadora de Dios. La idea de un Dios creador y gobernador del mundo no podía expresarse con más fuerza ni más palpablemente que con el ejemplo de la transmisión de la vida y de la aparición constante de almas inmortales. Sólo faltaba la expresión técnica. Esta llega al final: creación de la nada. Es la primera vez que la Biblia la afirma explícitamente, si bien ya en Gn (1,1) está implícita. El discurso del hermano pequeño es un resumen de lo que han dicho los otros seis: al perseguidor le espera un castigo, mientras que los mártires tienen reservada una vida eterna.
El judaísmo posterior guardó el recuerdo del martirio de esta familia, juntamente con el de Eleazar. A comienzos del siglo I d. C., un judío helenista aprovechará la narración para ampliarla en el llamado libro IV de los Macabeos; hace de estos hermanos un símbolo de la capacidad de la razón para dominar los instintos, presentándolos como unos filósofos que demuestran con argumentos la superioridad de la razón sobre las pasiones, mientras que el elemento religioso pasa a segundo término y, en algunos momentos, desaparece por completo. La progresiva disminución de la importancia de este relato en el judaísmo no se debió a las dudas sobre su historicidad, sino al hecho de que en la teología judía siempre ha tenido una importancia relativa la salvación individual. Para los antiguos rabinos, el sacrificio de la vida sólo es admisible cuando hay motivos proporcionados, como el bien de la comunidad o la conservación de la ley. En el cristianismo, por el contrario, sobre todo durante el período de las persecuciones, estos mártires judíos fueron tenidos en gran veneración. La Iglesia ve en ellos un ejemplo sublime de profesión de fe. Es la visión del martirio como un medio heroico de santificación personal (J. Aragonés Llebaria).
La escena se desarrolla en una forma dramática y filosófica al modo de los diálogos de Platón diría yo, de manera que los hermanos van desglosando aspectos de la verdad, y aquí tomo nota de la Biblia de Navarra: "el primero afirma que los justos prefieren morir antes que pecar (v 2) porque Dios les premiará (v 6); el segundo, que Dios les resucitará a una vida nueva (v 9); el tercero, que resucitarán con sus cuerpos rehechos (v 11); el cuarto, que para los malvados no habrá "resurrección de la vida" (v 14); el quinto, que para los malvados habrá castigo (v 17); y el sexto, que cuando el justo sufre se debe a que es castigado por el pecado (v 18)", doctrina como sabemos esta última corregida por Jesús, y en el último se afirma que "la muerte aceptada por los justos tiene un valor expiatorio a favor de todo el pueblo (v 37-38). La resurrección de los muertos que 'fue revelada progresivamente por Dios a su pueblo' (Catecismo 992) se apoya primero en las palabras de Moisés acerca de que Dios consolará a sus siervos (v 6; cf Dt 32,36), y si éstos mueren prematuramente recibirán el consuelo en la otra vida… en el razonamiento de la madre (vv 27-28) la fe en la resurrección se impone 'como una consecuencia intrínseca de la fe un Dios creador del hombre todo entero, alma y cuerpo' (id, 992). Nuestro Señor Jesucristo ratifica la resurrección de los muertos y la une a la fe en Él (cf Jn 5,24-25; 11,25); al mismo tiempo purifica la representación de la resurrección que tenían los fariseos, resultado de una interpretación meramente materialista (cf Mc 12,18-27; 1 Co 15,35-53).
En las palabras de aquella madre (v 28) aparece también la fe en la creación desde la nada 'como una verdad llena de promesa y de esperanza' (Catecismo 297)".
Dios crea "de la nada"
296: "Creemos que Dios no necesita nada preexistente ni ninguna ayuda para crear (cf Cc Vaticano I: DS 3022). La creación tampoco es una emanación necesaria de la substancia divina (cf Cc Vaticano I: DS 3023-3024). Dios crea libremente "de la nada" (DS 800; 3025): '¿Qué tendría de extraordinario si Dios hubiera sacado el mundo de una materia preexistente? Un artífice humano, cuando se le da un material, hace de él todo lo que quiere. Mientras que el poder de Dios se muestra precisamente cuando parte de la nada para hacer todo lo que quiere' (S. Teófilo de Antioquía, Autol. 2,4).
297: La fe en la creación "de la nada" está atestiguada en la Escritura como una verdad llena de promesa y de esperanza. Así la madre de los siete hijos macabeos los alienta al martirio: 'Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno. Pues así el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu y la vida con misericordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos a causa de sus leyes...Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios y que también el género humano ha llegado así a la existencia' (2 M 7,22-23.28).
298: Puesto que Dios puede crear de la nada, puede por el Espíritu Santo dar la vida del alma a los pecadores creando en ellos un corazón puro (cf Sal 51,12), y la vida del cuerpo a los difuntos mediante la Resurrección. El "da la vida a los muertos y llama a las cosas que no son para que sean" (Rom 4,17). Y puesto que, por su Palabra, pudo hacer resplandecer la luz en las tinieblas (cf Gn 1,3), puede también dar la luz de la fe a los que lo ignoran (cf 2 Co 4,6)".
"La afirmación del valor expiatorio de la muerte de los mártires, expresada en las palabras del último de los hermanos (vv 37-38), nos prepara para comprender el valor redentor de la muerte de Jesucristo. Auqneu hemos de tener en cuenta que Cristo, con su muerte, no sólo detiene el castigo merecido por todos los hombres, sino que, por su gracia, hace justos ante Dios a los hombres pecadores (cf Rm 3,21-26). Muchos santos Padres elogiaron estos mártires y su madre, su moderación: "igualémosla nosotros con la paciencia y la templanza contra las concupiscencias irracionales, contra la ira, la avaricia de las riquezas, las pasiones del cuerpo, la vanagloria y todas las otras semejantes. Pues si dominamos su llama, como aquellos dominaron la del fuego, podremos estar cerca de ellos y ser participantes de su confianza y libertad" (S. Juan Crisóstomo).
El Señor me lo dio; el Señor me lo quitó. ¡Bendito sea Dios!, pues si para el Señor vivimos, también para Él morimos, pues ya sea por nuestra vida, ya sea por nuestra muerte, el Señor será siempre glorificado en nosotros. Él nos creó; y Él nos llama a la vida eterna. Seamos fieles al Señor; no juguemos entre el bien y el mal; no queramos hacer convivir en nosotros a Dios y al Demonio. Si somos del Señor, vivamos para Él. Reafirmemos nuestra fe en que la muerte no tiene la última palabra, sino la vida; pues si Dios tiene el poder para llamar de la nada a todo lo que existe, tiene también poder para resucitar, para la vida eterna junto a Él, a quienes le vivamos fieles. No causemos mal a nadie; no los persigamos, no les hagamos la guerra, no los asesinemos si no queremos, al final enfrentar el juicio de Dios, como hoy nos lo hace saber la Palabra de Dios por medio del hijo menor de aquella mujer que vio morir a sus siete hijos en un sólo día, por ser fieles a la Ley Santa de Dios.
2. Hallándose David en grave apuro y gran peligro, debido a la maldad de sus enemigos, se dirige en oración a Dios en este salmo, buscando refugio en Él. I. Apela a Dios con respecto a su propia inte-gridad (vv. 1-4). II. Ruega a Dios que le sostenga en ella y que le preserve de la malevolencia de sus enemigos (vv. 5-8, 13). III. Describe el carácter de sus enemigos, para, basándose en ello, rogar a Dios que le proteja (vv. 9-12, 14). IV. Se consuela con la esperanza de su futura dicha (v. 15).
Versículos 1-7. Este salmo es una oración; hay tiempo para alabar y tiempo para orar. David era ahora perseguido, probablemente por Saúl (comp. 1 de Samuel. 23,25 y ss.). Se dirige a Dios en estos versículos, tanto para apelar en favor de su propia causa (v. 1): «Oye, oh Yahweh, una causa justa», como para pedir que le escuche (v. 1): «Está atento a mi clamor»; y, de nuevo (v. 6):«Inclina a mí tu oído, escucha mi palabra». David hablaba sinceramente (v. 1): «Escucha mi oración hecha de labios sin engaño». Nos servirá de gran consuelo, cuando nos sobrevenga algún apuro, tener en movimiento las ruedas de la oración, pues así podremos acudir con mayor confianza al trono de la gracia. Su fe le animaba a esperar que Dios tomaría nota de sus oraciones (v. 6): «...por cuanto tú me oyes,...inclina a mí tu oído».
1). David dirige su apelación a la corte de los cielos: «Señor, presta atención a la justicia de mi causa, porque Saúl está tan dominado por la pasión y el prejuicio que no querrá escucharme.
2). Pide experimentar la buena obra de Dios en él, como evidencia de la buena voluntad de Dios hacia él y para continuar disfrutando de la benevolencia de Dios hacia él:
(A) Ora para que Dios efectúe en él su obra de gracia (v. 5): «Sustenta mis pasos en tus caminos. Señor, por tu gracia, me he guardado de las sendas de los violentos; con esa misma gracia, haz que sea guardado en tus caminos».
Versículos 8-15
1. Veamos lo que pide aquí David:
(A). Ser protegido él mismo (v. 8): «Guárdame como a la niña de tus ojos; escóndeme bajo la sombra de tus alas». Los hombres protegen como pueden (y para eso nos ha provisto Dios con la barrera de los párpados) las pupilas de sus ojos, pues si ellas se dañan sobreviene la ceguera. Si nosotros guardamos la ley de Dios como las niñas de nuestros ojos (Pr. 7,2), podemos esperar que Dios nos guarde como la niña de su ojo, pues, por Zac. 2,8, nos dice que «el que toca a los suyos, toca a la niña de su ojo». Ruega también David que Dios le guarde con la misma ternura con que la gallina protege bajo sus alas a los polluelos (v 8b, comp. con Mt 23,37, donde Cristo emplea esa comparación). El símil expresa una protección solicita y amorosa (Sal 36,8; 57,2; 61,5; 63,8; 91,4. V también Dt 32,11. La imagen frecuente en el A.T. es la del águila, mientras que en el N.T. predominan la de la paloma y la de la gallina.) También podría entenderse, como hacen algunos, en alusión a las alas de los querubines de sobre el propiciatorio. M. Henry —nota del traductor— lo da como alternativa posible. Dice Arconada: «La tendencia cúltica pone esta frase en relación con las alas de los querubes del arca (Briggs, Weiser)».
2. Es una oración llena de confianza, a fin de animar su propia fe en esas peticiones, y se hace hincapíe a la dependencia que el salmista mantiene con respecto a Dios como a su porción y fuente de su felicidad. «Ellos tienen su porción en esta vida en las cosas del mundo —viene a decir David—, pero en cuanto a mí (v. 15), en justicia contemplaré tu rostro (lit.) —«en justicia»= haciendo lo que es justo, ya desde la mañana (v. Sal. 101,8)—; al despertar, me saciaré de tu semblante». Este v. puede entenderse de dos maneras: (a) Conforme al corriente uso bíblico, «ver el rostro de Dios» es disfrutar de su comunión y de su favor, simbolizado en la luz del día, mientras que la noche simboliza la prueba y el infortunio, aunque en el vocablo «despertar» pueda verse una «alusión velada» (Biblia de Jerusalén) a la resurrección. Esta es la opinión del traductor. En cambio, Arconada y el propio M. Henry entienden la primera parte del v. como indicación de la visión de Dios en la gloria del cielo; y lo de «despertar», como referencia explícita a la resurrección, de acuerdo con lugares como Dan. 12,2.
Dice GS 19: "La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador. Muchos son, sin embargo, los que hoy día se desentienden del todo de esta íntima y vital unión con Dios o la niegan en forma explícita. Es este ateísmo uno de los fenómenos más graves de nuestro tiempo. Y debe ser examinado con toda atención. La palabra "ateísmo" designa realidades muy diversas. Unos niegan a Dios expresamente. Otros afirman que nada puede decirse acerca de Dios. Los hay que someten la cuestión teológica a un análisis metodológico tal, que reputa como inútil el propio planteamiento de la cuestión. Muchos, rebasando indebidamente los límites sobre esta base puramente científica o, por el contrario, rechazan sin excepción toda verdad absoluta. Hay quienes exaltan tanto al hombre, que dejan sin contenido la fe en Dios, ya que les interesa más, a lo que parece, la afirmación del hombre que la negación de Dios. Hay quienes imaginan un Dios por ellos rechazado, que nada tiene que ver con el Dios del Evangelio. Otros ni siquiera se plantean la cuestión de la existencia de Dios, porque, al parecer, no sienten inquietud religiosa alguna y no perciben el motivo de preocuparse por el hecho religioso. Además, el ateísmo nace a veces como violenta protesta contra la existencia del mal en el mundo o como adjudicación indebida del carácter absoluto a ciertos bienes humanos que son considerados prácticamente como sucedáneos de Dios. La misma civilización actual, no en sí misma, pero sí por su sobrecarga de apego a la tierra, puede dificultar en grado notable el acceso del hombre a Dios. Quienes voluntariamente pretenden apartar de su corazón a Dios y soslayar las cuestiones religiosas, desoyen el dictamen de su conciencia y, por tanto, no carecen de culpa. Sin embargo, también los creyentes tienen en esto su parte de responsabilidad. Porque el ateísmo, considerado en su total integridad, no es un fenómeno originario, sino un fenómeno derivado de varias causas, entre las que se debe contar también la reacción crítica contra las religiones, y, ciertamente en algunas zonas del mundo, sobre todo contra la religión cristiana. Por lo cual, en esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión".
Muchos males tiene que soportar el justo; pues el oro es acrisolado en el fuego, y el justo lo es en el sufrimiento. Así entendemos aquellas palabras de Cristo: era necesario que el Hijo del Hombre padeciera todo esto, para entrar, así, en su Gloria. La Escritura nos dice: Hijo mío, si quieres seguir al Señor, prepárate para el sacrificio. Si hemos puesto nuestra vida en manos de Dios, dejemos que Él nos vaya formando hasta lograr la perfección, llegando a ser conforme a la imagen de su propio Hijo. Dejemos que vaya haciendo su voluntad, su obra en nosotros, en la misma forma en que el alfarero realiza su voluntad en la hechura de su alfarería. Y si para llegar a ser perfectos hemos de ser templados en el fuego, en el dolor, en la prueba de amor hasta el extremo, mantengámonos firmes en los caminos de Dios para que contemplemos su Rostro; y, aun cuando tengamos que pasar por el sueño de la muerte, el Señor nos despierte para saciarnos eternamente de su vista.
3.- Lc 19,11-28. La parábola de las diez onzas de oro que hay que hacer fructificar tiene, según Lucas, una intención: "estaban cerca de Jerusalén y se pensaban que el reino de Dios iba a despuntar de un momento a otro". Lo del tiempo concreto de la vuelta no tiene importancia. Lo que sí la tiene es que, mientras llegue ese momento -la vuelta del rey no parece inminente-, se trabaje: "negociad mientras vuelvo". Tampoco es decisivo si con las diez monedas uno ha conseguido otras diez, o sólo cinco. Lo que no hay que hacer es "guardarlas en un pañuelo", dejándolas improductivas. La lectura de hoy es difícil de interpretar, porque la parábola de las monedas está entremezclada con otra, la del pretendiente al trono que no es bien visto por sus súbditos y luego se venga de sus enemigos: una alusión, tal vez, al episodio de Arquelao, hijo de Herodes el Grande, que había vivido una experiencia similar. Es difícil deslindar las dos, y tal vez aquí lo más conveniente será seguir el filón de las onzas que Dios nos ha encomendado y de las que tendremos que dar cuenta. Cuenta Flavio Josefo que hacia el 4-3 a.C., tras la muerte de Herodes, su hijo Arquelao fue a Roma a recibir su confirmación e título real, y ante su crueldad algunos judíos fueron al César para que no se la concediese. Algunos hombres de Arquelao protegieron sus propiedades mientras estaba fuera (mina es una unidad contable = 570 gramos de plata = 100 dracmas). Esta parábola, enriquecida con otros motivos, aparece en Mt como la de los talentos. Jesús supera la visión mesiánica de reinados de este mundo, sitúa su reino a otro nivel, enseña que vendrá como Rey, que reinará y juzgará. Además, que sus servidores no han de preocuparse por los enemigos del Reino (v 14), sino hacer fructificar la herencia que les ha encomendado. Si sabemos apreciar los tesoros que nos ha encomendado (vida, fe, gracia…) pondremos empeño en hacerlos fructificar: "Que tu vida no sea una vida estéril. -Sé útil. -Deja poso. -Ilumina, con la luminaria de tu fe y de tu amor.
Borra, con tu vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores impuros del odio. -Y enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en el corazón" (S. Josemaría Escrivá).
Los talentos que cada uno de nosotros hemos recibido -vida, salud, inteligencia, dotes para el arte o el mando o el deporte: todos tenemos algún don- los hemos de trabajar, porque somos administradores, no dueños. Es de esperar que el Juez, al final, no nos tenga que tachar de "empleado holgazán" que ha ido a lo fácil y no ha hecho rendir lo que se le había encomendado. La vida es una aventura y un riesgo, y el Juez premiará sobre todo la buena voluntad, no tanto si hemos conseguido diez o sólo cinco. Lo que no podemos hacer es aducir argumentos para tapar nuestra pereza (el siervo holgazán poco menos que echa la culpa al mismo rey de su inoperancia). ¿Qué estamos haciendo de la fe, del Bautismo, de la Palabra, de la Eucaristía? ¿qué fruto estamos sacando, en honor de Dios y bien de la comunidad, de esa moneda de oro que es nuestra vida, la humana y la cristiana? Ojalá al final todos oigamos las palabras de un Juez sonriente: "muy bien, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor" (J. Aldazábal).
A quien tiene la alegría del Evangelio, a quien tiene la perla preciosa, el tesoro, se le concederá el discernimiento de todos los otros valores, de los valores de las otras religiones, de los valores humanos existentes fuera del cristianismo; se le dará la capacidad de dialogar sin timidez, sin tristeza, sin reticencias, incluso con alegría, precisamente porque conocerá el valor de todas las demás cosas. Al que tiene la alegría del Evangelio se le dará la intuición del sentido de la verdad que puede haber en otras religiones. Por el contrario, al que no tenga se le quitará aun lo poco que tenga. Al que posee poca alegría del Evangelio se le irá de las manos la capacidad de diálogo y se obstinará en la defensa a ultranza de lo poco que posee, se cerrará dentro de sí mismo, entrará en liza con los demás por temor a perder lo poco que tiene. Este es nuestro drama, el drama de nuestra sociedad. La poca alegría del Evangelio es causa de mezquindad y de tristeza en todos los terrenos de la vida eclesiástica y social, produce corazones encogidos y es causa de absurdas discusiones sobre auténticas nimiedades (Carlo M. Martini).
-Cuando la gente escuchaba las palabras de Jesús -anunciando que la salvación había venido para Zaqueo-, añadió una parábola, porque estaba cerca de Jerusalén, lo que hacía creer que el reino de Dios iba a apuntar de un momento a otro. Pascua está cerca. Multitud de peregrinos suben para celebrarla. Es el aniversario de la Liberación de Egipto. Todo el mundo se imagina que ha llegado para Jesús la hora del triunfo, y que el Reino de Dios «aparecerá de modo visible»... quizá dentro de pocas horas se aclamará al «Hijo de David» con ramos verdes en las manos. Los discípulos de Emaús, dentro de diez días, decepcionados dirán: «Nosotros esperábamos que era aquél que había de liberar Israel» (Lc 24,21)... y, cincuenta días más tarde, los Doce, le preguntarán aún: ¿Es ahora que vas a restablecer la realeza en Israel?» (Hch 1,6). En el tiempo en que Lucas escribía su evangelio, algunos burlones seguían dudando: «¿Qué hay de la promesa de su venida? Nuestros padres murieron y desde entonces todo sigue como desde que empezó el mundo (2 P 3,4) ¡Pues, sí! Dios parece hacerse esperar. No es muy visible el esplendor de su Reino. ¡Dios, muéstrate! ¡Muestra quién eres! ¿Cuándo vas, por fin, a reinar verdaderamente? Escuchemos la respuesta de Jesús a esa pregunta capital.
-Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey y volver después. Llamó a diez empleados suyos y les repartió diez onzas de oro, encargándoles: «Negociad, mientras vuelvo...» ¡Los contemporáneos de Jesús esperaban un Reino muy inmediato! Jesús les hace comprender que habrá antes un plazo, una demora, durante la cual nos confía unas responsabilidades.No hay que «soñar», hay que «negociar»... Sus conciudadanos, que lo aborrecían, enviaron detrás de él una delegación que dijese: «¡No queremos a éste por Rey!" Los contemporáneos de Jesús hubieran querido un Reino esplendoroso, vencedor. Jesús les da a entender que antes de su inauguración, habrá una revuelta contra ese «rey»: «¡Fuera ese! ¡suéltanos a Barrabás!» (Lc 23,18). La Pasión de Dios... El rechazo de Dios es un fenómeno histórico inquietante. Jesús lo anunció. Es un fenómeno actual, un hecho de todos los tiempos. Por otra parte, Jesús tenía en cuenta un acontecimiento histórico reciente: Arquelao, de quien precisamente dependía la ciudad de Jericó, había ido a Roma para pedir el título de Rey al Emperador Augusto... una delegación judía de cincuenta notables intrigó para que no le fuera concedido tal título...
-Cuando volvió mandó llamar a los empleados para enterarse de lo que había ganado cada uno con lo que había recibido... Además de los detalles propios de Lucas volvemos a encontrar, más o menos, la trama de la «parábola de los talentos» relatada por san Mateo en un contexto escatológico equivalente. El tiempo que precede al «Reino de Dios aparente» es un tiempo en el que Dios reina ya, pero no de modo visible. Es el tiempo de la persecución. Es el tiempo de la fidelidad en la prueba. El tiempo de la perseverancia. Es el tiempo del trabajo para Dios: de «negociar, de hacer fructificar lo que se nos ha confiado» Es el tiempo de ser fiel en «las cosas pequeñas» (Lc 16,10) en la espera de recibir mayores responsabilidades: los empleados, que negociaron bien una moneda de plata, obtuvieron el gobierno de una ciudad. Es el tiempo de la Iglesia. Es el DÍA de HOY (Noel Quesson).
Los que caminan con Jesús van haciendo cuentas de lo que ocurrirá en Jerusalén cuando el profeta llegue y derribe el poder establecido para imponer un nuevo gobierno. Pero, Jesús no tiene la misma idea, por eso les propone una comparación. La comparación de las diez monedas contradice las ideas que sus seguidores tenían respecto al Mesías. Ellos esperaban un gobernante poderoso e invencible que desafiara al sanedrín y expulsara a los romanos. La parábola, sin embargo, nos habla de un rey rechazado por su pueblo que se marcha a otro país. Al momento de irse, encarga su fortuna a diez empleados. Cuando regresa los llama para que le den cuentas. Se presentan tres empleados con actitudes diferentes: el primero ha sabido aprovechar los recursos y los ha multiplicado; el segundo con esfuerzo ha quintuplicado el valor original; pero el último, se presenta a desafiar la autoridad del rey con una actitud negligente y despectiva. Este empleado estima en poco la confianza que en él ha depositado el rey y fanfarronea con los defectos del gobernante. La respuesta del rey no se hace esperar: el negligente perderá todo, en cambio, el diligente incrementará el patrimonio.
Esta parábola se aplica a los seguidores de Jesús. El Maestro ha confiado a su Iglesia unos ministerios, unos dones. Algunos los hacen fructificar en servicios, solidaridad y fortalecimiento de las organizaciones eclesiales. Otros, sólo esperan que su ministerio les sirva como un simple título de prestigio. Al final, todos son llamados a rendir cuentas. Los que hicieron del ministerio un camino para hacer crecer el Reino y para producir frutos de solidaridad verán el fruto de sus buenas obras. Los que fueron negligentes con su ministerio y lo sepultaron bajo toneladas de pereza y apatía, verán cómo su nombre desaparece de entre la comunidad. La parábola nos dice que no podemos esperar únicamente un Mesías de gloria, que dé nombre y lustre a sus seguidores. Debemos esperar a un Maestro preocupado de que sus discípulos crezcan y produzcan los frutos del Reino: servicio, solidaridad y Justicia (servicio bíblico latinoamericano).
El evangelio que se lee hoy en la liturgia -y que cierra la sección del camino- consta de una parábola y de un dicho de Jesús añadido al final. La parábola tiene gran semejanza con la de los talentos (cf Mt 25,14-30) que hemos proclamado precisamente este domingo pasado. Es una llamada a trabajar en el tiempo que falta hasta la venida del Señor. Un hombre que emprende un viaje reparte entre sus empleados diez onzas de oro y les pide que negocien con ellas durante su ausencia. A su vuelta, investiga lo que han hecho tres de ellos. Los dos primeros han hecho que la onza produjese. En premio, reciben el mando sobre diez y cinco ciudades respectivamente. Al tercero se le quita libra y se le entrega al que tenía diez. El mensaje es claro. Se trata de una exhortación a los discípulos para que estén vigilantes ante la venida del Señor y, mientras, saquen partido de lo que se les ha concedido gratuitamente. La recompensa por esta creatividad irá siempre más allá de lo estrictamente merecido. Con esta parábola Lucas pretende, una vez más, corregir la expectativa popular de una aparición inminente del Reino.
Tenemos que ser creativos hasta que el Señor vuelva. Él nos concede sus dones para seguir construyendo su proyecto del Reino. Hace de nosotros pequeños creadores. Puede que la cultura actual sea una fábrica de pasividad, pero los hombres y las mujeres seguimos siendo genéticamente creativos. Si no lo fuéramos moriríamos. Forma parte del equipaje con que venimos al mundo para enfrentarnos a este mundo complejo.
¿Qué es lo que descubrimos al investigar en qué consiste la creatividad humana? Que las respuestas nuevas hunden sus raíces en las respuestas aprendidas. Un pensador europeo decía que para tener mucha imaginación hay que tener mucha memoria. Gran parte de las operaciones que llamamos "creadoras" se fundan en una hábil explotación de la memoria. Si esto es así, la desvinculación de las raíces, la falta de profundidad… impide la creatividad. La reduce a mera ocurrencia superficial. Cuando se elimina la memoria se elimina la creatividad profunda, y ese hueco hay que rellenarlo, entonces, con el disfrute, con el consumo. Tal vez el hedonismo ambiental sea sólo la búsqueda desesperada de una "exaltación" (fácil pero efímera) que pugna por ocupar el lugar de la "exultación" (ardua pero duradera) que podríamos haber logrado por la vía de la creatividad. Pero, ¿cómo ser creativos cuando nos borran las huellas de la memoria, cuando nos quitan las herramientas del aprendizaje paciente?
Para consumir basta con introducir una moneda en una máquina y extraer una lata de bebida. O apretar un botón del telemando y sintonizar un canal de televisión. Para crear es preciso cargar la memoria, adiestrarla, trabajar sobre ella. Tocar un instrumento musical exige horas interminables de ensayo. Muchos de los que empiezan se quedan a medio camino. Practicar bien un deporte requiere días de entrenamiento. Pocos resisten. Lo importante no es sólo la ascética de la resistencia sino la constancia para realizar un buen equipamiento. Las muchas acciones de "usar y tirar" sobrecargan el psiquismo y no consiguen hacernos creativos.
Hacer producir nuestras onzas de oro exige un entrenamiento constante y el coraje de asumir riesgos. Jesús alaba más la capacidad de arriesgarse (aunque implique errores) que los "aciertos" de quien permanece cómodamente instalado (Josep Rius-Camps).
Jesús va al frente de sus discípulos. Se encamina hacia Jerusalén donde será nombrado Rey por su Padre Dios. No serán tanto las aclamaciones que recibirá en su entrada gloriosa a Jerusalén entre Vivas y Hosannas; no será tanto aquella burla inferida por los soldados cuando le hagan rey de burla; no será tanto aquel letrero que se mandará poner en lo alto de la cruz y en que estará escrito: Jesús Nazareno, Rey de los Judíos. Será Aquella Glorificación que le dé el Padre Dios por su filial obediencia. Y esto mismo es lo que el Señor espera de quienes vamos tras sus huellas. Él nos confió el anuncio del Evangelio que, como una buena semilla que se siembra en el campo, ha de producir más y más fruto, hasta que la salvación llegue hasta el último rincón de la tierra. No podemos haber recibido la salvación y querer disfrutarla de un modo particularista e intimista. No podemos envolverla en el pañuelo de nuestra propia piel; la luz que el Señor nos dio no puede esconderse cobardemente debajo de una olla de barro. El Señor nos quiere apóstoles que, con la valentía que nos viene de su Espíritu Santo en nosotros, trabajemos esforzadamente para que el Reino de Dios llegue a nosotros con toda su fuerza. Quien no lo haga se estará comparando a aquellos hombres que rechazaron al Señor y no lo quisieron como Rey en su vida, y sufrirá la misma suerte de rechazo dada a ellos… El tesoro de la Palabra de Dios, de su Vida que nos salva y de la comunión fraterna que nos une como hijos de Dios, no puede quedarse encerrada en nosotros de un modo cobarde. Dios confió a su Iglesia la salvación para que la haga llegar a todos los hombres. A cada uno corresponde, en el ambiente en que se desarrolle su vida, dar testimonio del Señor para conducir a sus hermanos a un verdadero encuentro con Dios y lograr, así, un compromiso personal con Él. No podemos buscar al Señor para que nos ilumine con su presencia, y después dedicarnos a ser tinieblas para los demás con actitudes contrarias a nuestra fe y al amor, que ha de manifestarse con las buenas obras, dando razón de nuestra esperanza. Vivamos con autenticidad nuestro compromiso con el Señor, aun cuando por ello tengamos que sufrir burlas, persecución o muerte. Tengamos firme nuestra esperanza en que el Señor, por serle fieles y dar testimonio de Él proclamando su amor a todos, al final nos resucitará para que contemplemos su Rostro y seamos coherederos, junto con su Hijo, de la Gloria que ha reservado a los suyos. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir nuestra fidelidad a Cristo, trabajando constantemente para que su Reino esté en nosotros y, por medio de su Iglesia, lo haga llegar a todos los hombres de todos los tiempos y lugares. Amén (www.homiliacatolica.com; textos sacados de mercaba; Llucià Pou 2009).
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