Domingo de la 2ª semana de Adviento. La liturgia de este Domingo nos recuerda que nuestra meta es siempre Cristo, la gran promesa de salvación. Dios mostrará tu esplendor… para que lleguéis al día de Cristo limpios e irreprochables. Y todos verán la salvación de Dios
Libro de Baruc 5,1-9. Jerusalén, despójate de tu vestido de luto y aflicción y vístete las galas perpetuas de la gloria que Dios te da envuélvete en el manto de la justicia de Dios y ponte en la cabeza la diadema de la gloria del Eterno, porque Dios mostrará tu esplendor a cuantos viven bajo el cielo. Dios te dará un nombre para siempre: «Paz en la justicia» y «Gloria en la piedad». Ponte en pie, Jerusalén, sube a la altura, mira hacia el oriente y contempla a tus hijos, reunidos de oriente a occidente a la voz del Santo, gozosos invocando a Dios. A pie se marcharon, conducidos por el enemigo, pero Dios te los traerá con gloria, como llevados en carroza real. Dios ha mandado abajarse a todos los montes elevados y a las colinas encumbradas, ha mandado llenarse a los barrancos hasta allanar el suelo, para que Israel camine con seguridad, guiado por la gloria de Dios. Ha mandado al boscaje y a los árboles aromáticos hacer sombra a Israel. Porque Dios guiará a Israel con alegría a la luz de su gloria, con su justicia y su misericordia.
Salmo 125,1-2ab.2cd-3.4-5.6. R. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares.
Hasta los gentiles decían: «El Señor ha estado grande con ellos.» El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Que el Señor cambie nuestra suerte, como los torrentes del Negueb. Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares.
Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas.
Carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 1,4-6.8-11. Hermanos: Siempre que rezo por todos vosotros, lo hago con gran alegría. Porque habéis sido colaboradores míos en la obra del Evangelio, desde el primer día hasta hoy. Ésta es mi convicción: que el que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús. Testigo me es Dios de lo entrañablemente que os echo de menos, en Cristo Jesús. Y ésta es mi oración: que vuestro amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores. Así llegaréis al día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, a gloria y alabanza de Dios.
Evangelio según san Lucas 3,1-6. En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: «Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios.»
Comentario: 1. Bar 5,1-9: El libro de Baruc, escrito deuterocanónico y conservado sólo en griego, refleja la vida de una comunidad deportada por los babilonios y que vivió en la dispersión. El escrito forma una unidad artificial y está compuesto por una introducción (1,1-14) y tres secciones autónomas (1,15-3,8; 3,9-4,4; y 4,5-5, 9). La sección 4,5-5,9 es una mezcla de queja y esperanza. La tragedia de la deportación sufrida, el desconsuelo de la madre, Jerusalén, que pierde a sus hijos (4,9-16), no termina en un grito de dolor desesperado sino en una exhortación que infunde coraje y esperanza. Resentimiento hacia la opresora Babel (4,31ss.) y esperanza mesiánica muy afín a Is. II. La expresión "¡ánimo!" es el "leit-motiv" de toda esta sección (4,5.27.30). El autor trata de infundirlo en el pueblo (4,5-8); también Jerusalén, personificada, da ánimos a sus hijos (4,9-29). El poema termina tomando de nuevo la palabra del autor quien dirigiéndose a la ciudad amada le conforta y le hace entrever el feliz acontecimiento futuro (4,30-5, 9).
La ruina del pasado contrasta con la visión futura: el duelo de la madre Jerusalén se trueca en gozo y alegría, los signos externos de luto (vestidos y sayales) son sustituidos por las galas de fiesta (vv 1-2; cf Is 61,3.10). La ciudad de Dios se viste de regio esplendor y la razón de este cambio se nos indica en los vv 3-9: Dios, en persona trueca el castigo en salvación (cf 4,27.29); glorificación de Jerusalén y manifestación de su gloria a toda la tierra (v 3). Además la ciudad santa recibirá un nombre simbólico (v 4; cf Is 62,2; Jr 33,16...) para indicar que en ella reinará la paz, como fruto de la justicia (Is 32,17), y la gloria como consecuencia de adorar al verdadero Dios.
También el Señor se acuerda de los desterrados y anuncia su vuelta gloriosa (vv 5-9; cf 4,36s). Desde las alturas Jerusalén puede contemplar la caravana que llega gozosa (Is 60,4s): el triste viaje de partida ("a pie"), llevado a cabo por el enemigo, contrasta con la vuelta gloriosa ("llevados en carroza real") dirigida por el Señor. Su gloria (v 7) es la columna de fuego de Ex 13,21; se trata de un nuevo éxodo en el que el Señor muestra su justicia y misericordia. La naturaleza con sus fenómenos apocalípticos colabora con este actuar del Señor (vv 6-9).
Esta vuelta gloriosa no se realizó en tiempos de Esdras y Nehemías sino que tiene su proyección hacia los tiempos mesiánicos. El Mesías que ya llegó volverá de nuevo a manifestarse; por eso en este Adviento, a la espera de su llegada definitiva, debemos pedirle que cambie nuestra amargura social, fruto de nuestro egoísmo humano, en paz y alegría, frutos de una verdadera justicia (Ángel Gil Modrego).
El libro de Baruc -el profeta secretario, confidente y amigo de Jeremías- fue escrito por los años 200 y 100 a.C.; por tanto, de lo último que se escribió del AT. El autor del libro se sirve del pasado de la historia de Israel para alentar la esperanza del pueblo y dirigirla hacia el futuro. En este fragmento, concretamente, se quiere alentar a los desterrados, para que acepten su situación y cambien de mentalidad. En este mismo momento, otro profeta, Ezequiel, habla de forma semejante. Y así, por supuesto, Jeremías y, en parte, Isaías. Una transformación lenta se irá produciendo en el pueblo y en sus estamentos institucionales. Y sus hijos, pasado el tiempo previsto por Yahvé, volverán a Jerusalén, como "pobres que buscan al Señor". Todo esto se refiere a un tiempo futuro indefinido. Es, sobre todo, este fragmento una invitación a la alegría profunda por los bienes que Dios ofrece: el cambio profundo que se ha de realizar ("Eucaristía 1988").
El pequeño libro de Baruc comprende secciones distintas y de épocas distintas, pero atribuidas conjuntamente al profeta de la escuela de Jeremías por un compilador del siglo I a. C. Por lo tanto, la situación del exilio que aquí se supone, no es más que un recurso o licencia literaria para cantar la providencia especial de Dios respecto al pueblo de Israel. Desde que David eligió a Jerusalén como capital de su reino, esta ciudad estaba destinada a convertirse en un símbolo. Vinculada a la Casa de David y, consiguientemente, a las promesas del futuro rey Mesías, Jerusalén pasaría a ser el símbolo tanto del reino mesiánico como del pueblo que lo espera. El profeta dirige su palabra a esta ciudad, a este pueblo, que, si ahora es todavía una realidad humilde y sin brillo, está destinado a ser la lumbrera de todas las naciones. El profeta invita a Jerusalén a despojarse del duelo y a vestirse como una mujer que se engalana para una fiesta. La ciudad devastada y desposeída de sus hijos, que fueron llevados al cautiverio de Babilonia; la ciudad desconsolada como una viuda, sin hijos y sin esposo que la cuide, puede y debe alegrarse ahora como una novia y como una madre feliz que espera el pronto retorno de sus hijos.
Yahvéh, su esposo, le ha preparado como vestido el "manto de su justicia" y como diadema "la gloria perpetua". Estos dos títulos corresponden a la nueva condición de Jerusalén, que ha sido honrada por Dios con los dones de la justicia y de la gloria. El nombre que Dios da a Jerusalén expresa justamente lo que Dios hace en Jerusalén y por Jerusalén. Anticipando el momento glorioso, el profeta invita a la ciudad a ponerse de pie (Is 51,17; 52,2; 60,1) y a subir al monte, sobreponiéndose a sí misma con la esperanza. Desde allí, desde la altura del monte Sión, podrá otear el horizonte y ver venir ya lo que ahora se anuncia: que vuelven sus hijos, que son traídos en carroza real los mismos que antes fueron llevados por la fuerza al exilio. Pues el Espíritu, esto es, la fuerza de Dios, los ha congregado de todos los rincones de la tierra. Se acabó la diáspora, porque Dios se acuerda de Jerusalén y le han devuelto sus hijos.
La descripción que se hace del retorno, de la repatriación de los exiliados, está tomada en buena parte de Isaías (40,3-5). Será como en los días del éxodo o salida de Egipto, el mismo Dios conducirá a los que vuelven con alegría por el desierto. La "gloria de Dios" es la manifestación visible de su presencia salvadora. A veces simbolizada por una nube luminosa o "columna de fuego" (Ex 14,24: "Eucaristía 1982").
Dios mostrará su esplendor sobre Jerusalén. El profeta Baruc anunció la salvación mesiánica como un retorno gozoso a la patria por los caminos de la justicia y de la piedad, de la humilde esperanza y de la rectitud del corazón, preparados por el mismo Señor que nos redime. Ha pasado la hora del duelo y de la tristeza, y por ello Jerusalén debe adornarse con sus mejores ornamentos de gloria. Es la hora de la glorificación de sus hijos, de su retorno triunfal. Jerusalén va a ser en adelante como una reina majestuosa, aureolada por la gloria de Dios… Es una idealización de los tiempos mesiánicos. La justicia es la característica de la nueva teocracia mesiánica; por eso el Mesías se ceñirá con el cinturón de la justicia. Y esa justicia de los tiempos mesiánicos es fruto del conocimiento de Dios que suscribirá una nueva alianza escrita en los corazones.
El reino del Mesías es ante todo de un orden espiritual. «Desde Sión reverbera el esplendor de su belleza»: el Señor hace su entrada en el divino reino de su Iglesia. Aquí vuelve de nuevo a vivir su vida. La vida de la Iglesia es la vida de Cristo. El que quiera participar de la vida de Cristo tiene que asimilar por los sacramentos la vida de la Iglesia. Dios envió a su Hijo Unigénito al mundo para que nosotros vivamos por Él (Jn 4,9). «En Él, en el Hijo de Dios, estaba la vida y la vida era la luz de los hombres» (Jn 1, 4). Él vino y nos dio también a nosotros, los gentiles, «la potestad de ser hijos de Dios» ¡Una nueva vida, una vida divina! Los profetas, al prever los tiempos mesiánicos, se quedaron muy cortos. La realidad es mucho mayor que lo que ellos previeron y anunciaron con imágenes sublimes.
-La alegría, compañera de la esperanza, es un motivo característico del Adviento: como la Jerusalén a quien se dirigía Baruc, los creyentes tenemos que saber mirar siempre hacia oriente y discernir las maravillas de Dios. Porque es en Dios donde se enraiza y se alimenta nuestra alegría: en aquel que tiene como propias la justicia y la misericordia.
Baruc decía a Jerusalén: "Dios mostrará tu resplandor a cuantos viven bajo el cielo". Este mensaje universalista debería conducirnos a revisar si no tenemos tendencia a encerrarnos en "nuestra" salvación individual; o si no convertimos nuestras comunidades cristianas en reductos cerrados, de un único color, poco abiertos y proclamadores de esta salvación universal.
Minúsculo en el concierto de las naciones era el Israel que volvía del destierro y, sin embargo, para Dios merecía toda la atención que describe Baruc: "Dios ha mandado abajarse a todos los montes elevados y a las colinas encumbradas... para que Israel camine con seguridad".
La primera lectura muestra que las antiguas promesas de un nuevo tiempo de salvación (a la vuelta del exilio) anuncian ciertamente algo glorioso, pero que esto no se realiza inmediatamente. El retorno de Babilonia fue todo menos una marcha triunfal. La gloria prometida era una promesa que debía cumplirse más tarde y de un modo totalmente distinto a como las imágenes proféticas permitían esperar. La verdadera gloria que aquí se anuncia a Jerusalén es la venida de Cristo proclamada por el Bautista; pero esta gloria tampoco será un esplendor terreno, sino exactamente lo que el evangelio de Juan designará como la gloria visible para el que cree: la vida, la muerte y la resurrección de Cristo. Este es en el fondo el camino recto -«yo soy el camino»- por el que Dios viene a nosotros, el Dios que ciertamente, como se dice al final de la lectura, en su «misericordia» (que se consumará en la cruz) trae consigo su «justicia» de la alianza. El profeta Baruc invita a Jerusalén a «ponerse en pie» y a «mirar hacia oriente» para ver venir esta gloria sobre sí (H. von Balthasar).
2. –El Salmo 125 canta el gozo de esta salvación tan admirable: «El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres». Es un "salmo gradual" o "canto de subida". Hace pues parte de esta colección de cantos de peregrinación que los judíos cantaban subiendo hacia Jerusalén. Las expresiones (la marcha, la travesía, "se va, se va... se vuelve, se vuelve...") Hacen pensar en una inmensa procesión que avanza hacia el Templo, con los brazos cargados de "gavillas" para la fiesta en que se ofrendaban a Dios las cosechas. Observemos la delicadeza rítmica, "como escalones a subir paso a paso", mediante palabras-gancho que se repiten de una estrofa a otra: "traía...trae..." "estábamos... estábamos..." - "maravillas... maravillas..." - "sembrado... semilla..." "se va... se vuelve..." Cada estrofa está compuesta sobre una medida que se llama "elegía": el primer verso tiene tres acentos y el segundo dos, como si la respiración, bajo una emoción demasiado fuerte, se fuera desvaneciendo. Este ritmo elegíaco es especialmente sensible en la primera estrofa: "se va, se va llorando / hecha la semilla, / viene, viene alegremente. / Trae las gavillas". El sentido original de este salmo, el que le dio el salmista judío, fue evidentemente el "regreso de los prisioneros" mediante el edicto de Ciro, en el año 538, después de 47 años de exilio en Babilonia. Este acontecimiento histórico innegable es para él un gran símbolo humano: En toda situación humanamente desesperada, Dios es el único "salvador". Los beneficiarios no salen de su asombro, creen ver un "sueño" su alegría estalla. Y los paganos (los goim) están igualmente maravillados y cantan la acción de gracias. Para expresar en forma poética la idea de la "vida que renace después de la muerte", el autor usó dos imágenes: el torrente de agua viva que hace florecer el Negueb en primavera... Y las semillas del grano de trigo que mueren bajo tierra para dar nacimiento a la alegría de las cosechas... Observemos la dimensión escatológica de la oración: la salvación "ya" ha comenzado pero "aún" no ha terminado. Los peregrinos en marcha hacia la Sión-Jerusalén, cantan una cuádruple liberación: la subida de Egipto con ocasión de la conquista de la tierra prometida, la subida de Babilonia al regresar de la cautividad, y la subida actual de los peregrinos hacia Dios, la subida escatológica de todas las naciones, de todos los hombres al fin de los tiempos. Finalmente la única verdadera "liberación" es la Pascua de Jesús.
Recitemos este salmo poniéndolo en boca de Jesús la mañana de Pascua: justo cuando acaba de resucitar, y que puede realmente pedir a su Padre terminar su obra, "sacando" de la muerte todos aquellos que aún están cautivos. No se trata de un piadoso pensamiento facticio, pues Jesús mismo tomó esta imagen de la "semilla" como símbolo de la muerte-resurrección (Jn 12,24). Varias veces, evocó el "reino que viene", como una cosecha (Mt 9,37; 13,30; 13,39; Mc 4,29; Jn 4,35). El grano de trigo crece sin ti, el reino viene, el reino viene... Muriendo, sembrando con lágrimas, Jesús sabía que El "cosecharía" y pedía a sus amigos permanecer alegres (Jn 16,22). Nadie puede ponerse en nuestro lugar para "actualizar" este salmo, para hacerlo carne de nuestra carne, nuestra oración plenamente personal, partiendo de nuestras propias situaciones humanas. Dios salvador. Dios liberador. ¿Lo creemos de verdad? ¿Creemos que Dios es el Señor de lo imposible? Los que experimentaron la vuelta del Exilio no salían de su asombro, les parecía algo fantástico, increíble. ¿Y yo? Tal situación conyugal o familiar aparentemente sin salida... Tal fracaso que parece definitivo... Tal pecado incrustado en mi vida como algo habitual... Tal duelo que truncó una vida... Nuestra esperanza cristiana no es la vaga esperanza de que las cosas se arreglarán algún día, es la certeza que Dios "está en acción" para salvar lo que estaba perdido: es el Señor que "vuelve a traer" a los ¡cautivos! Es la certeza de que el dueño de la mies está haciendo madurar la cosecha (Mc 4,26-29). Dios quiere nuestra colaboración. La salvación es un "don gratuito". En este sentido, se puede decir sin error que ella se realiza "sin nosotros", o al menos, que supera totalmente nuestras fuerzas. Pero Dios nos hizo libres: no somos marionetas manipuladas por El a distancia. Este salmo es todo un "programa" de trabajo y responsabilidad: "los que siembran con lágrimas, cosecharán con gritos de alegría..." En este sentido, la salvación no se hace "¡sin nosotros!" Los llantos no pueden reemplazar el trabajo de la siembra: hay que hacer todo lo que está de nuestra parte para transformar en liberación la situación mortal que es la nuestra. El grano sembrado parece perdido, y en los países de hambre, el sembrador "sacrifica" trigo del cual se priva momentáneamente y que podría comer: hay motivo suficiente para llorar.
El papel positivo de la cruz. Nuestra colaboración en la salvación, nuestra forma de sembrar, es aceptar madurar como el "grano de trigo que se pudre para dar fruto". Debemos vivir las pruebas de la vida como "comuniones" con el misterio de la cruz de Jesús. La imagen de la semilla es elocuente: primero el abatimiento, el entierro... Iuego el peso de las gavillas cargadas de espigas maduras. La nota dominante en este salmo, es la alegría, una alegría que explota en risas y canciones. Chouraqui traduce: "entonces la risa llena nuestra boca, ¡el canto nuestra lengua!" Y Claudel añade: "¡Nuestra lengua empezó a hablar sola... Dios hizo gastos para nosotros, lo supimos con alegría! ¡Se fueron llorando paso a paso, el grano a puñados, llanto por llanto. Pero he aquí que regresan triunfantes, los brazos no bastan para la gavilla!"... Este mundo es sólo un comienzo. Al hacer una primera lectura, llama la atención el inicio exultante de este salmo: la liberación definitiva parece totalmente lograda, en las dos primeras estrofas... ¿Por qué entonces, las otras dos estrofas nostálgicas? El regreso de los cautivos, siendo maravilloso, fue parcial y engañoso: después de las risas y los cantos de alabanza, el combate humano empezó de nuevo... Nunca se repetirá suficientemente: solamente la Resurrección realizará plenamente la promesa de Dios. Hay que esperar, "sembrando con lágrimas", pero sabiendo que la parusía (la gloria de Dios) está en marcha y que oscura pero seguramente el grano germina y la cosecha madura: el reino viene. La Iglesia sabe, experiencia universal, que las lágrimas son simiente de alegría (Noel Quesson).
«Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares». La vida es como marea que sube y baja, y yo he visto muchas mareas altas y mareas bajas en ritmo incesante a lo largo de muchos años y cambios y experiencias. Sé que la esterilidad del desierto puede trocarse de la noche a la mañana en fertilidad cuando se desbordan «los torrentes del Negueb». Torrentes secos del sur, a los que una súbita lluvia primaveral llenaba de agua, cubriendo de verde sus riberas en sonrisa espontánea de campos agradecidos. Ese es el poder de la mano de Dios cuando toca una tierra seca... o una vida humana. Toca mi vida, Señor, suelta las corrientes de la gracia, haz que suba la marea y florezca de nuevo mi vida. Y, entretanto, dame fe y paciencia para aguardar tu venida, con la certeza de que llegará el día y los alegres torrentes volverán a llenarse de agua en la tierra del Negueb. Es ley de vida: «Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares». Ahora me toca trabajar y penar con la esperanza de que un día cambiará la suerte y volveré a sonreír y a cantar. En esta vida no hay éxito sin trabajo duro, no hay avance sin esfuerzo penoso. Para ir adelante en la vida, en el trabajo, en el espíritu, tengo que esforzarme, buscar recursos, hacer todo lo que honradamente pueda. La tarea del sembrador es lenta y trabajosa, pero se hace posible y hasta alegre con la promesa de la cosecha que viene. Para cosechar hay que sembrar, y para poder cantar hay que llorar. ¿No es mi vida entera un campo que hay que sembrar con lágrimas? No quiero dramatizar mi existencia, pero hay lágrimas de sobra en mi vida para justificar ese pensamiento. Vivir es trabajo duro, y sembrar eternidad es labor de héroes. Sueño con que la certeza de la cosecha traiga ya la sonrisa a mi rostro cansado; y pido permiso para tomar prestado un canto de la fiesta del cielo para irlo ensayando con alegría anticipada mientras siembro aquí abajo. «Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas» (Carlos G. Vallés).
3. – Flp 1, 4-6. 8-11. El comienzo de la carta a los filipenses rebosa de los sentimientos personales de Pablo, tal como es el tono general de esta (o estas) epístola. Concretamente les habla de la oración y confianza que él tiene. Es lógico que estos sentimientos tengan un tono cristológico acusadísimo. No se trata de que Pablo se ilusione por razones sólo humanas. Confianza, alegría y amor..., tales son las vivencias de Pablo respecto a los filipenses. Destaca el sentido de unidad y comunidad que el Apóstol tiene respecto de sus cristianos, que no están expuestos con demasiado orden, sino como manifestación de afecto sincero. Deseo de crecimiento y profundización de la vida cristiana. La razón fundamental es el comienzo que ya se ha producido de la obra divina en los hombres, y más en concreto entre los ciudadanos de Filipos. Pablo es consciente de que Dios está presente y de que el amor que tiene él a su comunidad como el que tienen los propios filipenses entre sí es obra de Dios y que tal obra no se va a quedar sin realizar cumplidamente. Hay un rasgo muy propio del Adviento expuesto en el v.10: la esperanza y espera en la definitiva venida del Señor Jesús. La vivencia actual es un adelanto de lo pleno por venir. El amor de ahora ha de ir creciendo en todos los aspectos y ciertamente será así si nos abrimos del todo a la obra comenzada por Dios. Lo importante es esa mirada esperanzada hacia un Señor que no está sólo en el futuro, sino que se muestra ya actuando en nosotros y entre nosotros. No esperamos algo simplemente, sino algo que ya está en germen aquí y ahora. Ese algo es, sobre todo, el amor, la comunidad, la alegría. Tal es la actitud cristiana propia del Adviento y de toda la vida que es un cierto adviento continuo (Federico Pastor).
Repetidamente Pablo hace alusión a la oración que eleva personalmente por los fieles y, en concreto, a la memoria que hace de ellos en la "acción de gracias" (Rom 1, 9s; Ef 1,16; 1 Tes 1,2). Veladamente Pablo se refiere a la ayuda económica que ha recibido de los filipenses (cf 4,14-16 y 18). De esta manera se han convertido en colaboradores de Pablo en la obra de la evangelización, y esto es una "buena empresa". Con todo, Pablo no da gracias a los filipenses, sino a Dios, que los ha llamado para realizar esta empresa y del que espera que la lleve adelante hasta la venida de Jesús, el Señor. En esta misma perspectiva de la venida del Señor, Pablo pide que la comunidad de amor siga creciendo más y más. Pide que Dios conceda a los filipenses penetración y sensibilidad para apreciar los valores, esto es, un conocimiento profundo y práctico que les ayude a resolver fraternalmente los problemas cotidianos, y les preserve de toda contaminación de costumbres paganas. Renovados por el espíritu evangélico, impregnados de esta sensibilidad cristiana, serán como un árbol capaz de dar frutos de justicia. Llegarán así limpios e irreprochables al día de Cristo. Y todo será, en definitiva, manifestación de la obra que Dios realiza en ellos por Jesucristo. Consiguientemente, todo será para alabanza de Dios ("Eucaristía 1988").
La palabra clave de esta lectura, en esta celebración de Adviento, es el "Día de Cristo Jesús" (v 8), o "Día de Cristo" (v 10). El término escatológico es lo que más netamente diferencia la moral cristiana de una ética humana, o, lo que es peor, de un simple conductismo sin sentido último. La esperanza cristiana tiene un término, y este término no es una utopía del creyente, y lo mueve a colaborar él mismo en esta venida (v 5: "habéis sido colaboradores en la obra del evangelio, desde el primer día hasta hoy"). Otra nota de la moral cristiana es el teocentrismo: es el Padre quien ha empezado en cada uno de nosotros la obra de la salvación, y él mismo es quien la llevará a término (v 6). Concordia de la iniciativa de Dios y la colaboración del hombre: misterio de gracia y libertad: ¡cuando algunos textos litúrgicos traducen "gracia" por "amistad", no lo han dicho todo, desde luego! Dos notas ambientales, además: la oración (v 9), puesto que Dios ha querido que su don (la gracia, pero sobre todo la persona del Hijo que el Padre da por amor al mundo) fuese libre por su parte pero rogada por la nuestra; y la alegría, que atraviesa de parte a parte la carta a los Filipenses (Hilari Raguer).
La carta a los filipenses, escrita probablemente en el año 56 (en una breve cautividad de Pablo en Efeso), es una carta en la que se vuelca el corazón de Pablo, lleno de afecto para con los filipenses que tanto le han querido y ayudado, incluso enviándole lo que necesitaba en la cárcel. Ellos constituyen su alegría, colaboradores en el apostolado, que han contribuido en "la obra del Evangelio". Pablo les comunica un mensaje de esperanza: Dios llevará adelante lo que él ha iniciado. Aunque los cristianos de Filipo encuentren dificultades, Dios continuará su obra. En él tienen que esperar. Luego les dice que ora por ellos pidiendo que su amor fraterno sea más abundante, y tengan un conocimiento de las cosas de la fe siempre más profundo y experimentado, que sean capaces de apreciar y preferir los auténticos valores de la vida cristiana, imitación de Jesucristo. Tanto en el mensaje de esperanza como en la intención de la plegaria, Pablo ha hecho referencia al día del Señor, motivo sentido aún por Pablo como cercano y que debía prepararse con cuidado y vigilancia amorosa. Pablo y los filipenses vivían en la certeza gozosa de la espera de Cristo, y esto motivaba y enriquecía todo. A nosotros nos falta este sentido escatológico, pero podemos comprender cada uno de nuestros días como el día del Señor Jesús, cuando los ojos de la fe nos lo hacen presente y podemos tener un encuentro con él. Esta espera y este encuentro nos preparan para el encuentro definitivo (J.M. Vernet).
Manteneos limpios e irreprochables para el día de Cristo. El ideal de la perfección cristiana y de la caridad creciente son las garantías evangélicas que nos pueden llevar santos e irreprochables hasta el Día del Señor. ¡Hasta el encuentro definitivo con el Corazón del Redentor! En el contexto del Adviento hemos de subrayar en esta lectura la idea del crecimiento, del desarrollo de la vida cristiana. Hemos de advertir como un deber imperioso e improrrogable que es necesario desarrollar la propia vida cristiana hacia formas más concretas y encarnando testimonios de los valores que ella encierra. No podemos contentarnos con una actitud de mera observancia de prácticas y preceptos. El cristiano no es solo un observante, sino también y principalmente un testigo de la vida de Cristo en toda su plenitud desde la Encarnación hasta su Ascensión a los cielos. Este tiempo litúrgico nos ofrece la ocasión de una revisión del modo cómo somos testimonio cristiano en medio del mundo.
Todos reconocerán al Jesús humillado y glorificado como el Señor, enviado del Padre para salvar, acogido por unos, desconocido por otros, rechazado por algunos. Ante la venida definitiva del Señor los cristianos han de ir a su encuentro con buen ánimo, no impedidos por los afanes justos de este mundo, sino guiados por la sabiduría iluminadora de Dios. En este contexto se encuadra la lectura, que habla de un crecer "en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores", con limpieza "e irreprochables, cargados de frutos de justicia", con la mirada puesta en el "Día de Cristo el Señor".
Un puñado de cristianos era la comunidad de Filipo y san Pablo estaba convencido de que era una empresa inaugurada por el mismo Cristo. Así, nosotros hemos de afianzarnos en los valores evangélicos, como recomienda san Pablo, "que vuestro amor siga creciendo en penetración y sensibilidad para apreciar los valores" y así podremos descubrir los caminos por donde quiere acercarse el Señor a nuestro entorno social, grupo parroquial, etc.
Cuando se celebra una ordenación de sacerdote o de diácono el obispo, después del interrogatorio previo, acaba con unas palabras que hallamos en la segunda lectura de hoy. Dice al que ha de ser ordenado: "El que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús". Creo que este deseo nos lo podemos aplicar todos y nos puede ayudar a centrar el sentido de este tiempo de Adviento. Como en todo momento importante de la vida cristiana, encontramos dos realidades que hacen una combinación magnífica: en primer lugar la iniciativa y la acción eficaz de Dios que no para hasta llevar a buen término su propósito de salvación. Y también descubrimos qué capacidad de respuesta crea en la humanidad esta actuación de Dios. Durante el Adviento lo veremos en dos personajes que las lecturas nos presentan con un relieve especial: Juan Bautista y María. Ambos son también figura de la acción de la Iglesia que en cada generación debe preparar los caminos del Señor y debe como darlo a luz, hacerlo presente en medio de la humanidad.
-Dios levanta a la humanidad caída "Dios actúa con su justicia y su misericordia", nos decía el profeta Baruc. Es la misma certeza y confianza que como un pregón de todo el Adviento escuchábamos el domingo pasado. No hay ninguna situación por desesperada que parezca que no pueda invertirse. Las lágrimas pueden trocarse en cánticos de júbilo y bienaventuranza. Puede parecer un sueño, pero es una realidad muy firme y esperanzada. Lo que parece imposible para los hombres no lo es para Dios. La ciudad de Jerusalén recuperándose del exilio es un símbolo e toda la humanidad hundida y sufriente por tantos desastres pero que ahora ve esta promesa de restauración: ¡levántate, levántate!, ¡anda!
-También nuestra vida ha de levantarse. Pero Dios no actúa de una manera mágica, al margen de nuestra responsabilidad. También nuestra propia vida en este Adviento que es el camino de la vida la proximidad y la invitación del Espíritu de Dios a seguir avanzando, especialmente en este tiempo, a crecer en el camino cristiano que un día iniciamos. La iniciativa de Dios no se detiene ni se echa atrás. El mismo convencimiento que con tanto afecto expresaba san Pablo a los Filipenses vale para nuestra parroquia, familia… "El que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús". Y vale la pena que nos fijemos en qué consiste esta empresa buena y hacia qué término apunta: en primer lugar es un crecimiento en el amor, siempre más y más. Es la dirección permanente e ilimitada de la vida cristiana. Con imaginación, con eficacia. No quedándonos en unos buenos sentimientos, sino descubriendo el amplio abanico del servicio y del amor: desde las formas más simples, inmediatas y valiosas de la asistencia y el voluntariado hasta las formas más amplias, complejas y también tan valiosas del trabajo social o político, o de la vocación a consagrar toda la vida al servicio del Evangelio. San Pablo habla de aumentar la penetración y la sensibilidad para apreciar los valores auténticos. Saber ver, escoger, juzgar, decir oportunamente sí y no para no equivocarse, para avanzar seguros hacia el día de Cristo Jesús, el gran Adviento definitivo.
«Ponte en pie, Jerusalén».
«Que el que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena, la llevará adelante». La segunda lectura nos traslada a la Nueva Alianza. No se puede decir sin más que con la venida de Jesús hayamos llegado a la meta, pues él es «el camino nuevo y vivo» (Hb 10,20). El sigue siendo también para la Iglesia peregrina «el pre-cursor», el que «precede» (Hb 6,20), y ningún cristiano puede permitirse el lujo de descansar prematuramente: «Temamos, no sea que, estando aún en vigor la promesa de entrar en su descanso (de Dios), alguno de vosotros crea que ha perdido la oportunidad» (Hb 4,1). La carta de Pablo a los Filipenses habla constantemente de este «estar en camino», ciertamente ahora ya con una mayor «confianza» que en la Antigua Alianza: porque Cristo «ha inaugurado una empresa buena», y si nosotros permanecemos en su camino, creciendo en «penetración y sensibilidad», él «la llevará adelante» hasta el día de su venida última y definitiva. «El camino del Señor» prometido en Isaías, el camino que es necesario preparar y que fue anunciado con tanta seriedad como apremio por el Bautista, se ha convertido ahora en el «Camino» que es el Señor mismo, que está siempre dispuesto a llevarnos consigo a través de él (Hans Urs von Balthasar).
4. –Lucas 3,1-6: -Juan Bautista prepara el día de Cristo Jesús. El evangelio de hoy nos lo presenta como aquel que fue el Precursor. Es una prueba viviente del impulso imparable del Espíritu; el evangelio nos lo presenta bien definido históricamente. Reducido a un período corto de tiempo, situado entre las tensiones de un grupo de pequeños personajes poderosos, actuando en una comarca alejada y, en cambio, su misión tiene una proyección inmensa: él es el que cumple la antigua profecía: "Preparad el camino del Señor", el que da curso a la gran esperanza de los pobres de Israel. Una esperanza que deviene universal: todos verán la salvación de Dios. Juan Bautista es estímulo para cada uno de nosotros y figura para toda la Iglesia. Preparando la Navidad aprendamos de él a recibir verdaderamente la Palabra de Dios, a experimentar la conversión, a vivir con sencillez y coherencia, a ser testigos valientes del Evangelio. La Eucaristía que celebramos es anuncio de la obra universal de salvación y alimento para que Dios vaya completando su trabajo, para que vaya haciendo Adviento en nuestras vidas.
Todos verán la salvación de Dios. Ni el pesimismo enervante, ni la temeraria autosuficiencia, ni las conductas tortuosas son senderos que nos llevan a Cristo. Solo la renovación interior puede abrir nuestras vidas al mensaje del Evangelio y al Amor santificador de Cristo. Si el Adviento ha introducido en la historia humana la Época última y se identifica con ella, ha de ser por esto una actitud constante de la vida cristiana. El creyente ha de sentirse siempre en estado permanente de conversión. Oigamos a San León Magno: «Demos gracias a Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo, que, por la inmensa misericordia con que nos amó, se compadeció de nosotros y, estando muertos por el pecado, nos resucitó a la vida de Cristo (Ef 2,5) para que fuésemos en Él una nueva criatura, una nueva obra de sus manos. Por tanto, dejemos al hombre viejo con sus acciones (Col 3,9) y renunciemos a las obras de la carne nosotros que hemos sido admitidos a participar del nacimiento de Cristo. Reconoce ¡oh cristiano! tu dignidad, pues participas de la naturaleza divina (2 Pe 1,4) y no vuelvas a la antigua vileza con una vida depravada. Ten presente que, arrancado al poder de las tinieblas (Col 1,13) se te ha trasladado al reino y claridad de Dios. Por el sacramento del bautismo te convertiste en templo del Espíritu Santo. No ahuyentes a tan escogido huésped con acciones pecaminosas» (Homilía 1ª sobre la Natividad del Señor 3).
-Todos verán la salvación de Dios. La salvación es universal: aquel que nace en Navidad es el salvador de todos los hombres (recordemos:"omnis caro" toda carne). La iglesia, decimos, es el "sacramento" (el signo sensible) de esta salvación universal, el lugar donde se hace accesible y visible. El resplandor de la Iglesia se ve hoy por todas partes. Pero ¿es realmente signo sensible de aquel que vino "en la humildad de nuestra carne"? (Josep M. Totosaus).
Para poder crecer en la caridad y desarrollar el discernimiento (1ª lect.), para saber leer en los acontecimientos de la historia (1ª y 3ª lect.) la presencia salvífica de Dios, es menester que el creyente se abra continuamente a Dios y a la historia. De ahí la actualidad de la predicación del Bautista como programa de apertura penitencial a Cristo y a la gracia del Evangelio en cuantos buscan sinceramente los designios divinos de la salvación cristocéntrica. Es nuestra vida íntegra la que habrá de llevar a los demás hombres la autenticidad de nuestra fe y de nuestra comunión con Cristo, el Señor, más allá del altar y del templo. Hemos de ir por la vida abriendo a los hombres senderos para Cristo (Manuel Garrido Bonaño).
Juan convoca al pueblo al desierto, le invita a entrar en el agua. Ese rito bautismal, en el lugar y en las circunstancias en que se verifica, adquiere un valor simbólico. Juan conduce a Israel a través del desierto hasta el Jordán, cuyo paso permitirá la entrada en la Tierra prometida. Y él, Juan, se queda en las orillas del río, como si su misión, semejante a la de Moisés, se detuviera a las puertas de esa tierra en la que no entrará el pueblo sino bajo la dirección de otro. En efecto, dice el autor, Juan recorre "toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de agua", mientras que a Jesús le corresponderá introducir por fin al pueblo, salido del Jordán, adonde Juan lo había conducido, hasta el interior mismo de la Tierra deseada. Y así, Jesús irá a predicar a Galilea. A través de este juego de alusiones al valor simbólico de los lugares, se muestra la diversidad de las personas y de las misiones (Louis Monloubou).
En la biblia se nos habla del "día-de-Yahvé", fecha en la que se dará un cambio drástico en la trayectoria histórica de Israel. Las infidelidades a su Dios terminarán porque los malos serán eliminados y sólo quedará un "resto" fiel. Por supuesto, ese día no finalizará la existencia del cosmos, ya que este "resto" de fieles vivirá feliz en la tierra. Será un mero viraje en la historia del hombre. Al "fin de los tiempos", acabará el mundo del pecado.
Los cristianos convirtieron el día del Yahvé en el "día de Jesús", en su venida futura (parusía), y se entendieron a sí mismos como el "resto" fiel. En un principio, la fecha les pareció inminente, aunque tampoco llevaba consigo una desintegración cósmica, sino un nuevo organigrama existencial.
Debió ser la presencia de cristianos no judíos lo que condujo más tarde a un planteamiento teológico más profundo que los desinteresase del aspecto cronológico. Entendieron que cuanto más cristificadas fuesen las vivencias y más total la aceptación del patrón crístico, más próximo estaría el fin del pecado y más cercana la vida plena. Así dejaron de otear el futuro y centraron su interés en las realidades presentes. En este sentido, el fin de este mundo del pecado se va alcanzando en el interior de cada creyente.
¿Cuándo acabará este mundo? Si nos referimos a la fecha en que ha de terminar la existencia del cosmos material, preguntémosle a la astrofísica. Si la pregunta es más teológica y pone su acento en el "éste", ya conocemos la respuesta de las primitivas comunidades. Como creyentes, nuestro interés está en hacer llegar el reino y que la voluntad del Dios que ama a los hombres se haga en la tierra y en el cielo ("Eucaristía 1988").
En un primer momento, la comunidad primitiva, que había convertido el "día" de Yahvé en el "día" de Jesús, pensó que ese "día" no se había realizado con la resurrección de Jesús, por lo que siguió esperando su segunda venida triunfal (parusía). Mas acabó comprendiendo que tal "parusía" iba presencializándose en cuantos creyentes conseguían cristificar su existencia. Así pues, más que suspirar por una futura venida de Jesús al hombre, éste debía esforzarse por ir a Jesús. ¿Cómo? Ajustando su existencia al módulo de vida marcado por el anuncio evangélico, donde Jesús invitaba a encarnar una dinámica de entrega y amor. El la vivió ofreciéndola al hombre como módulo existencial. Por eso, quien se adecúe al mensaje evangélico irá aproximándose a Jesús, dando forma en su vivencia personal a esa "parusía" que el cristiano naciente envuelve siempre en un ropaje mítico.
El camino. Quizá ninguna otra palabra mejor define la dinámica de la vida cristiana que el camino. P. Tena: "notemos aquí ya el tema del camino, que será central en el evangelio de Lucas que leeremos este año: el camino de retorno de los pecadores-salvadores hacia Jerusalén-Iglesia-gloria que es posible gracias al camino eficaz realizado por JC Salvador hacia Jerusalén-misterio pascual-evangelización universal". El tema del camino al que es llamado el cristiano, siguiendo a JC, es simultáneamente el camino de la esperanza. Y también, todo va unido, el tema de la alegría de vivir en comunión con el amor de Dios. El resumen es: el cristiano es un hombre con una peculiar vocación: caminar esperanzadamente y alegremente en comunión con el amor salvador de Dios. Un caminar que significa respuesta a la iniciativa salvadora de Dios, que se concreta en un difundir este amor salvador -difundirlo gozosamente-, más allá de las dificultades de la vida de cada día, impulsado por la gran esperanza que tenemos en nosotros.
El Adviento es el tiempo típico de la esperanza. La colecta de hoy habla precisamente de salir "animosos al encuentro de tu Hijo" y pide "participar plenamente del esplendor de su gloria". Es una invitación a caminar con alegría y esperanza, basándonos en la fe en el Dios que libera, que salva (Joaquín Gomis), al que pedimos: "Que los afanes de este mundo no nos impidan salir animosos al encuentro de tu Hijo" (colecta); "danos sabiduría para sopesar los bienes de la tierra amando intensamente los del cielo" (postcomunión). Durante el Adviento renovamos la esperanza escatológica de la consumación y la plenitud; pero ésta se nos ha ido acercando en la historia, hasta el punto que no será otra cosa que la segunda venida de aquel que vino "en la humanidad de nuestra carne" (prefacio).
El desierto es un lugar que hace cambiar en lo físico Y en lo espiritual. Tras una experiencia de desierto muchos se han sentido trastocados. Juan Bautista vivió en el desierto, forjó y templó su espíritu en el desierto. Juan Bautista cambió en lo físico y en lo espiritual. Seguro que su figura sería de ceño duro, de piel curtida, de cabellos enredados por el viento del desierto; su figura sería terriblemente amenazante. Y es que Juan Bautista es profeta por la palabra recibida en el desierto, lugar de escucha. Sobre él vino la Palabra de Dios. Nos lo ha situado el Evangelio dentro de un marco histórico. Juan Bautista nos habla del Adviento: "enderezad lo torcido, allanad lo escabroso"; este gran mensaje del adviento primero y de nuestro adviento de hoy, tiene un sentido actual, vivo, palpitante en nosotros. Evidentemente Dios no viene a nosotros por lo fácil, sino por lo difícil; y nosotros los cristianos debemos hacer fácil lo difícil; y porque resuena en nosotros la palabra incesante de Dios, tenemos que lanzarnos y comprometernos, tenemos que asimilar todo lo que es trascendente, que no es fruto de ilusiones o filosofías humanas, sino del fiarnos de Dios.
Si escuchamos la Palabra de Dios sentados, en actitud de acogida, es para ponernos en pie. Nos lo ha dicho el profeta Baruc: "Ponte en pie, Jerusalén". "Ponéos en pie, cristianos: Basta ya de sentadas. Basta ya de pasividades, de pacifismos cómodos, estemos en pie. Seamos signos, en nuestra nación, en todo el mundo, en nuestra ciudad, de testimonio fiel y justo de una verdad, de una esperanza. Ser cristiano es recibir la Palabra y trasmitir la Palabra. No es silencio, no es callar, no es conformarnos con todo.
Hubo un mensaje en el desierto de Juan el Bautista. Hay un mensaje, hoy, para nuestro mundo, para los que esperan y para los que aún no han abierto su corazón a la esperanza: "Dios viene, Dios nos salva. Dios está presente en nuestra historia". Sepamos salir de bloqueos, de cerrazones, de fracasos, de pesimismos, de tinieblas. Comprometámonos a ser signos de la verdad de Dios, de la justicia de un nuevo nacimiento, un nuevo mundo, una nueva sociedad; sólo así haremos posible la salvación de Dios (Andrés Pardo).
Juan el bautista aparece hoy como el gran protagonista en la página del Evangelio de Lucas, pero su protagonismo es en función del Mesías, de Jesús el Señor ¨Y a ti niño te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos... ¨ (Lc 1, 76-77). Juan se dio por entero a crear en el pueblo una viva esperanza en la salvación de Dios, creó gran expectativa, convenciendo al pueblo de que era necesario, indispensable prepararse para la venida de Dios. "Preparen el camino del Señor... y todos verán la salvación de Dios".
Esta profecía de Isaías que Juan encarnó perfectamente, debe introducirnos en el auténtico sentido del Adviento que busca suscitar en nosotros una actitud profundamente espiritual.
Hay que vivir el Adviento en una gozosa espera del Señor, no permitiendo que la mente se embote por la preocupación de las fiestas navideñas, el gasto económico o la pena por no tener dinero para gastar y comprar. Es Dios el que viene, a él hay que celebrarlo y glorificarlo, no a las cosas ni a los regalos; es la fiesta de la familia cristiana que debe escuchar su voz para celebrar gozosa su venida y vivir las fiestas navideñas en un auténtico espíritu evangélico. La llegada de Dios se comunica con alegría, pero nos exige enderezar lo torcido; en este tiempo pidamos al Espíritu Santo que armonice nuestra existencia adecuándola a la voz del Señor para que podamos como familia cristiana decir a una sola voz: ¡Ven Señor Jesús! (CE de Liturgia Perú).
Abrir caminos. La liturgia de este segundo domingo de Adviento está marcada por el conocido grito profético: "Una voz grita en le desierto: Preparad el camino del Señor" y que Lucas recuerda para describir la misión del Bautista como precursor del Mesías. Al resonar estas palabras en nuestra celebración hemos de reconocernos como encargados de continuar la tarea de abrir caminos para que el Señor pueda encontrarse con nosotros y con los demás hombres. La lectura evangélica nos ofrece una buena pista: la introducción histórica que hace san Lucas está llena de los nombres altisonantes de los protagonistas de la historia en aquel momento y lugar. Sin embargo, el evangelista sabe dónde se está jugando la verdadera historia de Dios y del hombre y descubre el camino del Señor en un lugar apartado de los grandes de este mundo: "Vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto" (Antonio Luis Mtnez).
Flavio Josefo, en su libro sobre las Antigüedades judías, se refiere a Juan y le presenta como un hombre de bien que invitaba a los judíos a ser buenos entre sí y piadosos respecto de su Dios. Su gesto distintivo era el bautismo, que consistía en una purificación del cuerpo, después de que el alma había sido purificada previamente por el cumplimiento de las virtudes. Su palabra atrajo la atención de muchos, de tal modo que Herodes, temiendo un levantamiento, le apresó y ajustició en Maqueronte: «Herodes había hecho asesinar a este hombre bueno (Juan), que exhortaba a los judíos a llevar una vida honrada, tratándose con justicia unos con otros, sometiéndose religiosamente a Dios y participando en un bautismo. De hecho, el propio Juan estaba convencido de que esa ablución no sería aceptable como perdón de los pecados, sino que se quedaría en una mera purificación temporal, si antes no se limpiaba el espíritu mediante una conducta honrada» (Antigüedades judías). Ese testimonio de Josefo reproduce con exactitud el éxito de la actividad del Bautista y la causa de su muerte, pero desfigura intencionadamente el carácter de su mensaje, presentándole ante los romanos como un predicador moralista inofensivo. La tradición evangélica parece mucho más fidedigna al precisar que Juan no expone una moral más o menos estoica, sino que anuncia el juicio de Dios sobre los hombres (Israel y el mundo). Parece que Juan hablaba de la venida inminente de Dios: Ya no hay tiempo de escaparse, nadie puede acogerse a privilegios más o menos heredados. Es preciso que todos se conviertan y reciban el bautismo como signo del perdón de los pecados. Sólo quién actúe de esa forma podrá hallarse libre de la ira (del castigo) que se acerca. La tradición evangélica es unánime al empalmar la obra de Jesús con el mensaje y la actividad del Bautista. Así lo ha iniciado de una forma clásica el evangelio de san Marcos, cuando afirma que el comienzo del evangelio de Jesús es Juan Bautista (Mc 1,1-4). Así lo ha precisado Lucas cuando sitúa el gran viraje de la historia de los hombres en la venida de la palabra de Dios sobre el Bautista; por eso se ha sentido obligado a "datar" cuidadosamente ese momento. La primera datación es de carácter profano: "el año 25 de Tiberio César..." El mensaje del Bautista significa el punto de partida de la obra de Jesús, constituye un fenómeno constatable y preciso dentro de los anales de la historia (3,1-2). El evangelio de Jesús no nace como secta secreta ni escondida; surge sobre el campo abierto de los hechos de la tierra. Una vez que ha dicho eso, Lucas -con la tradición cristiana anterior- se siente obligado a situar al Bautista dentro de las coordenadas teológicas de Israel, es decir, sobre el campo de esperanza del antiguo testamento. Juan es la realidad de aquella vieja voz que proclamaba: "Preparad en el desierto el camino del Señor..." (Is 40, 3-5). En el texto original del segundo Isaías, esa voz provenía del mismo Dios y aseguraba que el desierto de lejanía que separaba a los israelitas de su tierra se convertiría en un camino de libertad y de esperanza. Para la tradición cristiana esa voz se ha individualizado: es Juan, que en el desierto (3,4) o desde el desierto (3, 2-3) proclama un bautismo de penitencia preparando los caminos de Dios, que son ahora los caminos de Jesús. Como conclusiones podemos señalar: a)para llegar a Jesús hay que pasar por un período de purificación representado por el Bautista. B) Preparar a los hombres para recibir a Jesús, exigiendo una conversión radical y un cambio de conducta, me parece totalmente necesario en nuestro tiempo. Por eso, si no actualizamos la figura del Bautista, será difícil que podamos comprender y recibir al Cristo. c) Este menester de Juan se debe realizar en nuestro tiempo de tal manera que se pueda rehacer el viejo sincronismo de san Lucas. Precisamente ahora es cuando debe venir la palabra de Dios sobre la tierra (com. de edic. Marova).
S. Agustín explica con la frase final como será la resurrección de la carne: "Quizá a alguien le parezca que es tan claro el testimonio en favor de la visión de Dios por la carne como el que se refiere al corazón, pues está escrito: Toda carne verá la salvación de Dios (Lc 3,6). El testimonio referido al corazón es clarísimo: Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios (Mt 5,8). Tenemos también uno referido a la carne: Toda carne verá la salvación de Dios. Ante esto, ¿quién dudaría de que aquí se promete la visión de Dios a la carne, si no intrigase saber qué es la salvación de Dios? En verdad no nos intriga, puesto que no tenemos la menor duda: la salvación de Dios es Cristo el Señor. Así, pues, si a nuestro Señor Jesucristo sólo se le viese en la naturaleza divina, nadie dudaría de que también la carne vería la sustancia de Dios, puesto que toda carne verá la salvación de Dios. Mas nuestro Señor Jesucristo puede ser visto, en cuanto se refiere a su divinidad, con los ojos del corazón limpios, perfectos, llenos de Dios; pero fue visto también en su cuerpo, según lo cual está escrito: Después de esto fue visto en la tierra y convivió con los hombres (Bar 3,3.8), ¿Cómo puedo saber por qué se dijo que toda carne verá la salvación de Dios? Nadie dude de que se dijo porque verá a Cristo. Pero se duda y se pregunta si se trata de Cristo el Señor en su cuerpo o en cuanto la Palabra existía en el principio, y la Palabra estaba junto á Dios, y la Palabra era Dios (Jn 1,1). No me agobies con un solo testimonio; te lo repito al instante: Toda carne verá la salvación de Dios. Se admite que equivale a «toda carne verá al Cristo de Dios».
Pero Cristo fue visto también en la carne, y no ciertamente en carne mortal, si es que aún puede hablarse de carne tras convertirse en espiritual, pues incluso él mismo, después de la resurrección, dijo a quienes le estaban viendo y tocando: Palpad y ved, que un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo (Le 24,39). Se le verá también en esa condición. No sólo se le vio, se le verá también. Y quizá entonces se cumplirá de forma más plena lo dicho: Toda carne. Entonces, en efecto, lo vio la carne, pero no toda carne; mas entonces, en el momento del juicio, cuando venga con sus ángeles a juzgar a vivos y muertos, después que todos los que estén en los sepulcros oigan su voz y salgan fuera, y unos resuciten para la vida y otros para el juicio, verán la misma forma que se dignó tomar por nosotros. La verán no sólo los justos, sino también los malvados, unos desde la derecha, otros desde la izquierda, pues incluso quienes le dieron muerte verán al que traspasaron (Jn 19,37). Así, pues, toda carne verá la salvación de Dios. Verán su cuerpo mediante el cuerpo, puesto que ha de venir a juzgar en el cuerpo...
El justo Simeón lo vio tanto con el corazón, puesto que lo reconoció cuando era aún un niño sin habla, como con los ojos, puesto que lo cogió en brazos. Viéndole de esta doble manera, es decir, reconociendo en él al Hijo de Dios y abrazando al engendrado por la Virgen, dijo: Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo ir en paz, porque mis ojos han visto tu salvación (Lc 2,25-30). Ved lo que dijo. Se hallaba retenido aquí hasta que viera con los ojos a quien veía con la fe. Tomó en sus brazos un cuerpo pequeñito; lo que abrazó fue un cuerpo, y viendo un cuerpo, es decir, contemplando al Señor en la carne, dijo: Mis ojos han visto tu salvación" (Sermón 277,16-17).
Preparad el camino del Señor: Dios no habla para que todo siga igual sino para que todo cambie, para que cambie el hombre y el mundo. Para que el hombre se convierta, para que el mundo se transforme. Dios habla para que el hombre vire en redondo, vuelva su rostro a la Promesa, se oriente hacia el reinado de Dios que se acerca, que está viniendo cuando el hombre escucha. Donde hay una promesa nace una esperanza. Donde Dios pronuncia su Palabra, que es promesa, nace la esperanza contra toda esperanza humana, la esperanza que no defrauda. Y la esperanza se hace camino, eleva los valles, allana los montes, endereza lo que está torcido, vence las dificultades. La Palabra de Dios, la Promesa, tiene una gran fuerza de movilización.
La conversión, como conversión que es a la Promesa, es conversión hacia delante. No lamento del pasado, no resignación en el presente, no fijación estéril en nuestra miseria y en nuestras lágrimas. Es cambio. El que tenga dos túnicas que dé una, el que cobra los impuestos que cobre sólo lo justo, el soldado que se contente con su soldada y no haga extorsión a nadie...
Convertirse es pasar a la acción para que todo sea y se haga como debe hacerse. Para que haya igualdad, para que haya justicia, para que desaparezca la violencia en el mundo. Porque todas estas cosas es preparar los caminos a lo que ha de venir, al cumplimiento de la Promesa, al reinado de Dios que se acerca. La esperanza cristiana, como respuesta a la Promesa de Dios, no consiste en estar a la espera, con los brazos cruzados o las manos juntas creyendo que el reinado de Dios es una bicoca caída del cielo. No tendría sentido que Dios nos hablara como si nosotros no tuviéramos ya nada que hacer con su Palabra ("Eucaristía 1982").
«Preparad el camino del Señor». El evangelio de hoy, con sus detallados datos históricos y cronológicos sobre el momento en que, con la aparición del Bautista, ha comenzado el acontecimiento decisivo de la salvación, se muestra seriamente decidido a situar este acontecimiento en el marco de la historia del mundo. No se trata de imágenes, de símbolos, de arquetipos, sino de hechos que se pueden datar con exactitud. El primer hecho es que la palabra de Dios vino sobre Juan: el Bautista es llamado y enviado como el último de los profetas, cerrando con ello la serie de las misiones proféticas anteriores tanto mediante su existencia como mediante su tarea, que corresponde a la gran promesa de Isaías y, según se nos dice, la «cumple». Su misión personal, que no es mera repetición de palabras antiguas, se distingue por su bautismo. Los simples llamamientos de los profetas anteriores quedan aquí, al final del tiempo de la promesa, superados mediante un acción que afecta a todo el pueblo. Cuando se sumerge en el agua del bautismo, «el que se convierte» testimonia, con su inmersión-emersión, que en lo sucesivo quiere ser otro, vivir como un ser purificado, convertir su camino torcido en un camino recto. En Juan Bautista toda la Antigua Alianza reconoce que ella no es más que un preludio de lo decisivo, que viene ahora (H. von Balthasar).
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