jueves, 17 de diciembre de 2009

Domingo de la 3ª semana de Adviento, C. “El Señor se alegra con júbilo en ti”, porque se acerca nuestra salvación: hemos de prepararnos, con una conversión en nuestras vidas para acoger al Señor

Domingo de la 3ª semana de Adviento, C. "El Señor se alegra con júbilo en ti", porque se acerca nuestra salvación: hemos de prepararnos, con una conversión en nuestras vidas para acoger al Señor

 

Profecía de Sofonías 3,14-18a. Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos. El Señor será el rey de Israel, en medio de ti, y ya no temerás. Aquel día dirán a Jerusalén: «No temas, Sión, no desfallezcan tus manos. El Señor, tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva. Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta.»

 

Salmo responsorial Is 12, 2-3. 4bed. 5-6. R. Gritad jubilosos: «Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel.»

El Señor es mi Dios y salvador: confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación. Y sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación.

Dad gracias al Señor, invocad su nombre, contad a los pueblos sus hazañas, proclamad que su nombre es excelso. Tañed para el Señor, que hizo proezas, anunciadlas a toda la tierra; gritad jubilosos, habitantes de Sión: «Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel.»

 

Carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 4,4-7. Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca. Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.

 

Evangelio según san Lucas 3, 10-18. En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: - «¿Entonces, qué hacemos?» Él contestó: - «El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo.» Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: - «Maestro, ¿qué hacemos nosotros?» Él les contestó: - «No exijáis más de lo establecido.» Unos militares le preguntaron: - «¿Qué hacemos nosotros?» Él les contestó: - «No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga.» El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no seria Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: - «Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el bieldo para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.» Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba el Evangelio.

 

Comentario: -La alegría tendría que dar el tono a la celebración de este domingo "Gaudete": la proximidad del Señor (canto de entrada, primera y segunda lecturas) solamente puede despertar alegría en los corazones de los creyentes. Alegría y paz, que significan gozo y plenitud (2. lectura): tal es el Dios que hemos conocido. Una vez más se nos invita a dejar atrás otras representaciones de Dios y a llenarnos del gozo de la salvación. -Esta alegría nace de dentro, de una fuente inagotable: "El señor tu Dios, en medio de ti" (1. lectura). Es un don que nadie podrá quitarnos (Jn 16, 22). No depende de las situaciones fluctuantes de nuestra vida familiar o de nuestra historia colectiva. Por eso nada puede inquietarnos (2. lectura), nada puede quitarnos aquella paz que habita y llena la punta más fina de nuestro espíritu, allí donde nos reconocemos creyentes. De ahí que la oración, que nos hace penetrar en estas regiones que Dios habita, sea necesaria en toda ocasión, y, sean cuales sean las circunstancias en que nos hallemos.

Adviento y llamada a la fortaleza. La antífona de comunión (Is 35,4) dice: "Decid a los cobardes de corazón: 'Sed fuertes, no temáis'. Mirad a nuestro Dios que va a venir a salvarnos". El Adviento es una llamada a la fortaleza, por parte de quienes se sienten pequeños e indefensos. Es a éstos a los que de un modo especial viene a salvar el Mesías. Y lo hace aceptando la debilidad, el abajamiento y la pobreza de la encarnación (Fil 2,5-7; 2 Cor 8,9). La oración sobre las ofrendas del pasado domingo se situaba en esta misma perspectiva: "Que los ruegos y ofrendas de nuestra pobreza te conmuevan, Señor, y al vernos desvalidos y sin méritos propios, acude compasivo en nuestra ayuda". Cuando el hombre se presenta en su pobreza ante Dios, es cuando está en la mejor actitud para que se manifieste la fuerza de Dios", pues los que esperan en ti no quedan defraudados" (Sal 24,1-3). Esta ha sido la actitud de los pobres de Yavé (Lc 2,22-38) y concretamente de María (Lc 1,46-55: Ramiro González).

 

1. So 3,14-18a. Situación histórica: -Tras la invasión de Senaquerib (año 701 a.C.), Judá vive una etapa de decadencia política y religiosa. Durante el reinado de Manasés (698-643) no desaparece como reino, pero se ve obligada a pagar tributo al extranjero y a admitir el culto de los vencedores, incluso en el templo de Jerusalén (II Re 21,4ss). Es una etapa de idolatría, corrupción social e indiferencia religiosa: "¡Ay de la ciudad rebelde, manchada y opresora...!; no confiaba en el Señor...; sus príncipes... eran leones rugientes; sus jueces, lobos a la tarde...; sus profetas, unos fanfarrones...; sus sacerdotes profanaban lo sacro..." (3,1ss).

-Y en medio de esta densa niebla surge, a mediados el siglo VII a. C., una luz. Asur empieza a declinar políticamente (se predice la caída de Nínive) y en Judá, bajo la batuta del nuevo rey Josías (640-609), se inicia un movimiento de restauración política y religiosa (reforma de Josías y promulgación del Deut.).

Contexto: Sofonías, contemporáneo de Jeremías, colabora con Josías en la gran reforma religiosa. Una idea dominante aparece a lo largo de su corto libro: la gran catástrofe que se cierne sobre Jerusalén ("Día de la Ira"). El hombre ha de rendir cuentas a Dios y por eso invita a la conversión y penitencia mientras sea tiempo propicio; el final, un resto de Israel se salvará (2,7.9; 3,13). Sofonías cierra su obra con un oráculo de restauración al igual que otros muchos profetas (3,9-20: se ha dudado mucho de la autenticidad de estos versículos).

Texto: -En forma de Himno, se invita a Sión al gozo y a la alegría: "grita, lanza vítores, festeja exultante" (v 14). El miedo debe ser desterrado: "no temas", "no te acobardes" (vv 15-16). ¿Qué es lo que ha ocurrido? Sofonías nos habla de una restauración, de una época dorada en Jerusalén que anula la anterior de humillación y corrupción.

-La Jerusalén humillada por tiranos (v 15) y obligada a pagar tributo y rendir culto a los dioses extranjeros será el centro del mundo: tendrá fama ante los otros pueblos (v 20), quienes, purificados, invocarán y servirán al Dios de Israel (vv 9-10). Su nuevo amo será un rey y soldado victorioso: el Señor (vv 15-16).

-Jerusalén rebelde, manchada y opresora (vv 1-2) por la conducta denigrante de sus príncipes, jueces, profetas y sacerdotes (vv 3-4) queda purificada con la presencia de Dios como rey y guerrero, garantía de prosperidad y eficaz protección para el pueblo (vv 15 ss.; cf Ez 48,33; Zac 8,23).

-La restauración reúne a los dispersos (v 19) y deja un resto "que no cometerá crímenes ni dirá mentiras..." (vv 12 ss.). Es tiempo de alegría, de la que participa el Señor (El "se goza y se alegra contigo", "se llena de júbilo": v 17). Y esa alegría acarrea la paz y la tranquilidad: el resto "pastarán y se tenderán sin que nadie les espante".

Reflexiones: -Paz y alegría es también el mensaje de la carta de Pablo a los de Filipo. Y la razón es porque "el Señor está cerca". Sofonías habla de una paz y alegría para "aquel día"; sólo la espera de ese día hace que nuestro lúgubre y triste presente tenga algún sentido.

-El peligro de armas nucleares, las promesas políticas que no se cumplen, el miedo de los eclesiásticos al mensaje evangélico porque no se hace carrera, el fallo de muchos jueces que sólo atienden al lucro... ¿Dejan pastar al pueblo y que se tienda sin que nadie les espante? ¿Pueden estar alegres y vivir en paz? Por eso, como Sofonías, también nosotros esperamos ese día de la venida del Señor. Solo El puede traernos la auténtica paz y alegría (A. Gil Modrego).

El libro acaba con un anuncio de futuro, al que pertenece el fragmento que hoy leemos. El profeta, con visión universalista, empieza (3,9-10) anunciando que todos los pueblos volverán la vista hacia el Señor, pero en seguida se centra en Jerusalén y anuncia la salvación para un resto de fieles, "un pueblo humilde y pobre" (3,11-13).

Por eso, Jerusalén podrá volver a gritar de júbilo: aquí empieza el texto de hoy. El futuro es un futuro liberado y sin temor. Las amenazas de los imperios extranjeros que constantemente asedian Jerusalén llegará un día en que desaparecerán. Y es que el pueblo habrá vuelto definitivamente a Dios, y Dios estará en medio del pueblo, impidiendo cualquier desgracia.

El pueblo fiel del Señor cuenta con la fuerza de Dios y por eso, en toda circunstancia, "no desfallecen sus manos".

(Desde el punto de vista histórico, este texto y más aún los versículos siguientes (3,18-20) que no leemos, parece como si estuviera escrito después de la caída de Jerusalén, el año 587: hay quien dice que son un añadido al libro de Sofonías y otros, que el mismo Sofonías vivió hasta la caída de Jerusalén y los añadió; pero también podrían ser un anuncio profético genérico aunque de hecho resulta fácilmente aplicable a los hechos del exilio: J. Lligadas).

La presente lectura recoge casi totalmente la última parte del libro de Sofonías. Anticipando la salvación futura, el profeta entona un himno para celebrarla. El Señor reunirá a todos los elegidos en un mismo pueblo, y ya no habrá más divisiones en Israel (cf Jr 3,18).

El Señor barrerá de Jerusalén a todos sus enemigos y librará a la ciudad del acoso de los conquistadores. No habrá nada que temer, pues el perdón de Dios extirpará de raíz todos los males y cancelará todas las condenas que pesaban sobre su pueblo. Y en medio de una ciudad purificada, el Señor será el rey.

Eliminado el miedo que paraliza la vida, no habrá lugar para el desaliento y sí para festejar la alegría de vivir.

La fuerza de la ciudad será el Señor, plantado en medio de ella como un guerrero poderoso que la salva y la protege.

El amor del Señor hará maravillas en su pueblo, tanto que él mismo saltará de júbilo y se complacerá en su propia obra. El "Señor será como un esposo que se alegra con su esposa, Jerusalén (cf Is 62,5; Jr 2,2; Os 2,21-25; "Eucaristía 1988").

El libro del profeta Sofonías está motivado por una pregunta vital en un tiempo dramático: ¿Se interesa Dios por los hombres? ¿Tiene algo que ver con su historia? (cf Sof 1,12). La respuesta del profeta se desarrolla en el esquema clásico del hacer profético. Y así, tras el célebre tema del día del Señor, grande y terrible (1,14-18), como advertencia a judíos y paganos, tras el rechazo de Jerusalén puesta a la misma altura que los extranjeros (3,1-8), el profeta intuirá la persistencia de la fe en ese "resto" fiel a Dios (2,1-3), los humildes de la tierra. Y por eso, al final (es nuestro pasaje), no puede contener un grito de triunfo futuro y de ardiente esperanza.

A lo largo de todo el AT se repiten palabras y situaciones que indican lo mismo: siempre hay hombres de esperanza que recuerdan lo último de la relación con Dios. Esta promesa tendrá pleno cumplimiento históricamente en el hecho de Jesús. La comunidad de creyentes de hoy tiene también en su seno a gentes que, con su vida, muestran la verdad de Jesús. Profetas para nuestro tiempo.

Tras las sombrías páginas anteriores, Sofonías describe ese amor y esa alegría que tocan incluso al corazón de Dios: él también se alegra de su propio triunfo en el hombre. Un tema que el NT desarrollará con diversos acentos. La justicia de Dios se identifica con su misericordia y el resultado es la alegría (cf Bar 5,9). Estamos en los umbrales del misterio, pero en lo nuclear de la realidad ("Eucaristía 1991").

Los vv 14-18 son un himno jubiloso por la acción de Dios en su nuevo pueblo, el resto de Israel. En el AT el resto es la comunidad formada por gente humilde y sencilla y que, por tanto, confía en el «nombre de Yahvé» (12). Es el pueblo del Señor que de una manera u otra ha pasado por el crisol del exilio o de la tribulación. Durante la prueba o después de ella han visto que, a pesar de todo, Dios está en medio de su pueblo; se han dado cuenta de que a la infidelidad de los hombres responde Dios con una fidelidad siempre repetida, fruto de su amor; en el AT el amor y la fidelidad de Dios van con frecuencia juntos, como dos caras de una misma moneda.

Fidelidad, proximidad, preocupación por los demás, son en Dios dimensiones o manifestaciones de un mismo amor, único e inefable. «Salvaré a la oveja coja y recogeré a la extraviada» dice Dios, el Buen Pastor. Cuando en Mt 5,48 leemos que hemos de ser imitadores del Padre del cielo, tendríamos que afrontar una exigente revisión: ¿cuáles y cómo son nuestras fidelidades? ¿Y nuestras proximidades? (Hemos de hacernos próximos, cercanos, como el buen samaritano).

Dios cambia nuestro miedo irracional -y, si bien se mira, todo miedo es irracional- ("No temas, Sión. No te acobardes", 16) por la audaz actitud característica de los «pobres» de Dios. Pensemos, por ejemplo, en la de un Francisco de Asís, un Carlos de Foucauld y tantos otros que forman el «resto» desde el Antiguo Testamento hasta el Nuevo. Pero el resto definitivo del pueblo de Israel es solamente Jesús de Nazaret. Sofonías pone como algo típico del resto la humildad y la sencillez, que esperan en el nombre de Yahvé (12). La versión de los Setenta tradujo estas palabras de Sofonías por las griegas praús y tapeinós; son las mismas que el Evangelio de Mateo (11,29) pone en labios de Jesús: «Aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón» (praús eimi kai tapeinós te kardía), y es el mismo Jesús el que hace participar a sus imitadores-seguidores de su radical confianza en el Padre: «No temas, rebañito mío, porque vuestro Padre se ha complacido en daros el reino» (Lc 12,32; Armengol).

2. Is 12, 2-3.4bcd.5-6. La salvación, una fuente inagotable. El nombre de Isaías («Dios-salva») simboliza y localiza la fuente salvadora de Israel. Salvación que si en el pasado fue liberación de Egipto, en el presente es confianza sin temor. En uno y otro caso es lícito celebrar a Dios como fortaleza, poder y salvación. La iniquidad de Israel consistió en haber abandonado a Dios, fuente inagotable de agua viva, salvadora, y haber excavado cisternas agrietadas que no pueden retener el agua. A pesar de todo, el mensaje de Isaías se abre hacia el futuro al invitar a los sedientos a beber gratuitamente. Quien sienta sed está predispuesto a adherirse a Jesús, la roca de la que mana el agua, nuevo Templo y fuente abierta en Jerusalén. Quien bebe en el costado del Traspasado recibe el Espíritu de la nueva Creación. Es un hombre nacido de nuevo y de arriba; goza de la vida que caracteriza a la creación terminada. Este hombre nuevo forma parte de la comitiva del Exodo iniciado por Jesús,

• El testimonio, respuesta de la comunidad. La comunidad posexílica puede proclamar ante el mundo cuanto Dios hizo por ella en el pasado. Corresponde a la comunidad restaurada celebrar jubilosamente las proezas de Dios, contar sus hazañas, proclamar la grandeza del "Santo de Israel", dar gracias a Dios salvador. Es la misma misión confiada a la Iglesia: primero vive la salvación que brota de sus fuentes y después la difunde por el mundo entero. Ser testigos del Resucitado en Jerusalén, en Judea y Samaria y hasta los confines de la Tierra es el programa misionero de la Iglesia.

La finalidad del testimonio es llevar a otros hombres a la fe, a la adhesión personal a Jesús Mesías. Quienes aceptan el testimonio eclesial poseen en sí mismos el testimonio de Jesús, que es la Profecía de los tiempos nuevos. La sangre del Cordero y la Palabra del Testimonio son armas eficaces para vencer los poderes de la Bestia. Ser testigos de Jesús es gritar la grandeza del Santo de Israel.

Dios Padre Santo, nuestros padres nos han hablado de tu grandeza para con ellos: nos enseñaron a darte gracias, a invocar tu nombre, a contar a los pueblos tus hazañas; concédenos ser un vivo testimonio del Resucitado, para que todos los pueblos griten jubilosos que sólo Tú eres grande por los siglos de los siglos (Aparicio-García).

Juan Pablo II decía que es un canto de alegría, un himno que "constituye una especie de culminación de algunas páginas del libro de Isaías que se han hecho  célebres por su lectura mesiánica. Se trata de los capítulos 6-12, que se suelen denominar "el libro del Emmanuel". En efecto, en el centro de esos oráculos proféticos resalta la figura de un soberano que, aun formando parte de la histórica dinastía davídica, tiene perfiles transfigurados y recibe títulos gloriosos:  "Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la paz" (Is 9, 5). La figura concreta del rey de Judá que Isaías promete como hijo y sucesor de Ajaz, el soberano de entonces, que estaba muy lejos de los ideales davídicos, es el signo de una promesa más elevada:  la del rey Mesías que realizará en plenitud el nombre de "Emmanuel", es decir, "Dios con nosotros", convirtiéndose en la perfecta presencia divina en la historia humana. Así pues, es fácilmente comprensible que el Nuevo Testamento y el cristianismo hayan intuido en esa figura regia la fisonomía de Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre solidario con nosotros.

Los estudiosos consideran que el himno al que nos estamos refiriendo (cf. Is 12, 1-6), tanto por su calidad literaria como por su tono general, es una composición posterior al profeta Isaías, que vivió en el siglo VIII antes de Cristo. Casi es una cita, un texto de estilo sálmico, tal vez para uso litúrgico, que se incrusta en este punto para servir de conclusión del "libro del Emmanuel". En efecto, evoca algunos temas referentes a él:  la salvación, la confianza, la alegría, la acción divina, la presencia entre el pueblo del "Santo de Israel", expresión que indica tanto la trascendente "santidad" de Dios como su cercanía amorosa y activa, con la que el pueblo de Israel puede contar. El cantor es una persona que ha vivido una experiencia amarga, sentida como un acto del juicio divino. Pero ahora la prueba ha pasado, la purificación ya se ha producido; la cólera del Señor ha dado paso a la sonrisa y a la disponibilidad para salvar y consolar.

Las dos estrofas del himno marcan casi dos momentos. En el primero (cf vv 1-3), que comienza con la invitación a orar: "Dirás aquel día", domina la palabra "salvación", repetida tres veces y aplicada al Señor: "Dios es mi salvación... Él fue mi salvación... las fuentes de la salvación". Recordemos, por lo demás, que el nombre de Isaías -como el de Jesús- contiene la raíz del verbo hebreo ylsa", que alude a la "salvación". Por eso, nuestro orante tiene la certeza inquebrantable de que en la raíz de la liberación y de la esperanza está la gracia divina. Es significativo notar que hace referencia implícita al gran acontecimiento salvífico del éxodo de la esclavitud de Egipto, porque cita las palabras del canto de liberación entonado por Moisés: "Mi fuerza y mi canto es el Señor" (Ex 15,2).

La salvación dada por Dios, capaz de suscitar la alegría y la confianza incluso en el día oscuro de la prueba, se presenta con la imagen, clásica en la Biblia, del agua:  "Sacaréis agua con gozo de las fuentes de la salvación" (Is 12,3). El pensamiento se dirige idealmente a la escena de la mujer samaritana, cuando Jesús  le ofrece  la  posibilidad  de  tener  en  ella  misma una  "fuente  de agua  que salta para la vida eterna" (Jn 4,14). Al respecto, san Cirilo de Alejandría comenta de modo sugestivo:  "Jesús llama agua viva al don vivificante del Espíritu, por medio del cual sólo la humanidad, aunque abandonada completamente, como los troncos en los montes, y seca, y privada por las insidias del diablo de toda especie de virtud, es restituida a la antigua belleza de la naturaleza... El Salvador llama agua a la gracia del Espíritu Santo, y si uno participa de él, tendrá en sí mismo la fuente de las enseñanzas divinas, de forma que ya no tendrá necesidad de consejos de los demás, y podrá exhortar a quienes tengan sed de la palabra de Dios. Eso es lo que eran, mientras se encontraban en esta vida y en la tierra, los santos profetas y los Apóstoles y sus sucesores en su ministerio. De ellos está escrito: Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación" (Comentario al Evangelio de san Juan II, 4, Roma 1994, pp. 272.75). Por desgracia, la humanidad con frecuencia abandona esta fuente que sacia a todo el ser de la persona, como afirma con amargura el profeta Jeremías:  "Me abandonaron a mí, manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas, que no retienen el agua" (Jr 2,13). También Isaías, pocas páginas antes, había exaltado "las aguas de Siloé, que corren mansamente", símbolo del Señor presente en Sión, y había amenazado el castigo de la inundación de "las aguas del río -es decir, el Éufrates- impetuosas y copiosas" (Is 8, 6-7), símbolo del poder militar y económico, así como de la idolatría, aguas que fascinaban entonces a Judá, pero que la anegarían.

La segunda estrofa (cf Is 12,4-6) comienza con otra invitación -"Aquel día diréis"-, que es una llamada continua a la alabanza gozosa en honor del Señor. Se multiplican los imperativos para cantar:  "dad gracias, invocad, contad, proclamad, tañed, anunciad, gritad". En el centro de la alabanza hay una única profesión de fe en Dios salvador, que actúa en la historia y está al lado de su criatura, compartiendo sus vicisitudes:  "El Señor hizo proezas... ¡Qué grande es en medio de ti  el Santo de Israel!" (vv. 5-6). Esta profesión de fe tiene también una función misionera: "Contad a los pueblos sus hazañas... Anunciadlas a toda la tierra" (vv 4-5). La salvación obtenida debe ser testimoniada al mundo, de forma que la humanidad entera acuda a esas fuentes de paz, de alegría y de libertad".

 

3. Flp 4,4-7.

3. I) Adviento y alegría en el Señor. Es preciso seguir conduciendo a la comunidad cristiana en la fidelidad al Espíritu Santo y a la Iglesia (=mistagogía). Los mismos textos de la Escritura, oraciones presidenciales y prefacios van marcando las actitudes, el ritmo, los objetivos y metas. Es la espiritualidad litúrgica (objetiva), que brota del contenido de las celebraciones. De nuevo, en este domingo, se insiste en la alegría (antífona de entrada, colecta, poscomunión, lecturas 1 y 2, prefacio II) como actitud distintiva de este tercer domingo. En la raíz está el texto de San Pablo a los Filipenses 4,4-7: "Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres"... Es el mismo texto que abre la celebración como antífona de entrada. La razón de esta alegría es que: "El Señor está cerca".

La perspectiva de la venida definitiva del Señor cede en este domingo a la de su primera venida en la carne (Navidad). Esto mismo lo expresa bellamente la oración colecta; pasa con lógica y sentido de progresión de la espera creyente a la realidad gozosa de la Navidad: "Estás viendo, Señor, cómo tu pueblo espera con fe el nacimiento de tu Hijo; concédenos llegar a la Navidad -fiesta de gozo y salvación- y poder celebrarla con alegría desbordante".

La celebración litúrgica es expresión de la vida de la Iglesia orante (SC 41), por eso la mente ha de concordar con la voz (SC90), es decir, que lo que dicen los labios responda a la "verdad de las cosas". Por eso conviene que la comunidad con su actitud respalde la oración del sacerdote: "Estás viendo, Señor, cómo tu pueblo espera con fe el nacimiento de tu Hijo..." (oración colecta), la haga verdadera.

El Adviento es tiempo de coherencia, de conversión sincera, de análisis y discernimiento de nuestras opciones, de purificación del pecado para celebrar con gozo y limpios la Navidad (poscomunión), de mesura y moderación (2. Iectura), de oración y súplica, de trabajo por la paz, de compartir los bienes con los más necesitados, de no extorsionar ni exigir más de lo debido, de acoger la "Buena Noticia" (evangelio) del Señor que viene en humildad.

La alegría del adviento. Se nos presenta el mandato de la alegría: Estad alegres. Os lo repito, alegraos en el Señor. Hablar de la alegría es terriblemente difícil. Es fácil emplear la palabra alegría, es fácil definir una alegría en teoría; es difícil manifestar la profundidad de la alegría. Quizá lo que más impresiona es ver el sentido confiado e infantil que necesitamos los mayores para vivir con alegría en nuestro mundo de responsabilidades y de agobios. Es verdad que el niño es, en general, el prototipo dé la felicidad, el que se contenta y juega con cualquier cosa, el que vive feliz; nosotros, los mayores, nos podemos preguntar: ¿Puede uno ser feliz viendo el entorno que le rodea, esa serie de amenazas que están esperando la oportunidad para matar cualquier esbozo de alegría? El niño es feliz porque se sabe protegido y amado porque vive en presencia de sus padres.

Y quizá nosotros, los mayores, tendríamos que pensar si la razón de nuestra alegría no estará ahí, en el sentido de debilidad, en el reconocimiento de que no podemos nada, en esta confesión de que es la presencia de una solicitud paterna la que nos hace vivir con alegría. Y quizá por eso rompemos con nuestros padres o con dios nuestro Padre y renegamos de él cuando vivimos situaciones deprimentes o comprometidas, tristes o dolorosas.

Un mundo sin fe, sin horizonte abierto, un mundo sin cielo y sin esperanza es un absurdo. No puede haber alegría: ni alegría material situada en lo económico, ni alegría social situada en lo político ni alegría familiar situada en lo afectivo. Es un mundo cerrado, sin fronteras. Nosotros tenemos la fórmula y el sentido para nuestra alegría porque creemos en un Dios Padre que protege y mima nuestras debilidades y flaquezas, porque es benévolo y compasivo con nuestros llantos, ante nuestras riñas, ante nuestros enfados porque realmente espera de nosotros esa actitud confiada de levantar nuestros brazos y vivir en el calor de su regazo (Andrés Pardo).

La verdadera alegría se encuentra donde dijo S. Pablo: "En el Señor. Las demás cosas a parte de ser mudables, no nos proporcionan tanto gozo que puedan impedir la tristeza ocasionada por otros avatares en cambio, el temor de Dios la produce indeficiente porque quien teme a Dios como se debe a la vez que teme confio en Él y adquiere la fuente del placer y el manantial de toda la alegría" (S. Juan Crisóstomo, PG. 27 179).

Está cerca la Navidad y la Palabra de Dios nos invita insistentemente a la alegría; "Regocíjate... grita de júbilo... alégrate y goza de todo corazón" (Sof.) "Estén siempre alegres en el Señor..., estén alegres" (Flp).

-Vivid siempre alegres en el Señor. El Señor está cerca. La alegría tiene que ser una de las actitudes cristianas fundamentales: debemos tener una mirada optimista sobre las realidades del mundo y de la vida (que han sido "desencantadas", arrancadas del poder del maligno), sobre el paso del tiempo y el propio destino personal y colectivo (nos acercamos al día del Señor, a aquel día en que Dios será todo en todos). La vida del creyente está llena de gozo interior porque está llena de sentido: es la vida de un hijo del Padre del cielo. ¿Cómo es que con tanta frecuencia no es ésta nuestra tónica vital -la alegría de fondo y no la desmesura superficial- y cómo es que la gente no nos reconoce como personas mesuradas?

El evangelio es "Buena noticia"; por tanto, motivo de alegría para los creyentes. La alegría cristiana proviene de la comunión con Dios y los hermanos (Hch 2, 46; 14-17), se manifiesta incluso en medio de las adversidades (Hch 5, 41; Sant 1,2; 2 Cor 7,4) y nadie la puede quitar al que la tiene (Jn 16, 20.22). Sin embargo, no siempre escuchamos el evangelio como la mejor noticia y, en especial, muchas veces nos parece el anuncio de la venida del Señor una amenaza y un motivo para tener miedo. Pablo no pensó así; antes, al contrario, exhorta repetidamente a la alegría porque el Señor está cerca.

Ya en el versículo primero del c. 3 de esta misma carta, Pablo inicia su exhortación diciendo: "Por lo demás, hermanos, alegraos en el Señor". Pero esta exhortación queda momentáneamente interrumpida. Por eso ahora, al tomar nuevamente el hilo de su discurso sobre la alegría, dice: "estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegre". La esperanza en la venida del Señor ha de levantar el animo de los cristianos y mantener siempre su serenidad y su buen talante.

Conscientes de que todo pasa y nada puede detener la venida del Señor, nada debe quitarnos la alegría de vivir y preocuparnos demasiado.

La petición es la oración del pobre y del caminante, del hombre que no tiene nada y busca lo que le falta, del hombre que busca nada menos que la infinita riqueza del reino de Dios. Por eso los creyentes deben confiar sus cuidados a Dios. Pero deben enmarcar sus peticiones dentro de un contexto de acción de gracias, sabiendo que son amados por Dios y que en cierto sentido han recibido más de lo que esperan.

Hay una paz que el mundo no puede dar, una paz que viene de Dios para los hombres. Esta es la paz que experimentan los cristianos cuando saben conjugar en su vida el cuidado responsable del caminante y la petición confiada de lo que todavía falta, con la seguridad agradecida de haber recibido por la fe la sustancia de lo que aún esperan. Esta es la paz que guardan nuestros corazones y nuestros pensamientos, para que no perdamos el gozo íntimo en medio de circunstancias adversas. Cristo Jesús, que habita por la fe en nuestros corazones, es la misma "paz de Dios" en persona ("Eucaristía 1988").

La exhortación a la alegría es constante en esta carta (2,17-18; 3,1; 4,4). Pablo escribe desde la cárcel. Los filipenses están ansiosos por la situación de Pablo y de la comunidad. A pesar de esta situación, humanamente desesperada, Pablo invita a la alegría. Insiste, y da por supuesto, que el motivo de esta alegría hay que buscarlo en Dios. Les recuerda que él, a pesar de las cadenas, está lleno de gozo.

Uno de los rasgos de la comunidad ha de ser la afabilidad, el trato cordial con los que hacen el bien a los demás. Deben alejar las preocupaciones, no porque la parusía esté cerca, sino porque sus necesidades están presentes ante Dios. El cristiano no puede dejarse arrastrar por la desconfianza, la desesperación o la resignación fatalista. Cristo está en nosotros y en la comunidad. Su presencia es fuente de alegría.

Para Pablo estar en la cárcel no era en sí ningún motivo de alegría, pero sí lo era el hecho de que estaba en la cárcel por haber aceptado a Cristo con todas sus consecuencias. Las cadenas eran la respuesta que el mundo había dado al anuncio de la paz que Dios le ofrecía. Estad alegres y la paz de Dios custodiará vuestros corazones en Cristo. La paz verdadera proviene de la paz de Dios en Cristo. El Señor que esperamos en Adviento ya está entre nosotros, pero su presencia no es todavía plena y definitiva. Esta presencia está en fase de crecimiento hasta llegar a su plenitud en Cristo.

Somos ahora nosotros, por Cristo y con Cristo, los artífices de la progresiva maduración por la presencia de Dios en el hombre y por tanto de su alegría, gozo y paz.

La historia del cristianismo es la historia del "devenir" del hombre en Cristo. Nuestro ser tiende hacia un futuro que está fuera del alcance del hombre, pero al que podemos llegar si permanecemos en la paz de Dios en Cristo que es la síntesis de todos los bienes mesiánicos (Pere Franquesa).

¡El Señor está cerca! De estas simples palabras irradia toda la gozosa intimidad del introito y toda la alegría de la liturgia de hoy. El Señor está cerca; no tenemos que esperarle durante miles de años, no tenemos que buscarle en el lejano cielo. Está aquí, está en medio de nosotros. Nuestro Adviento no es la angustiosa espera de la humanidad anterior a Cristo. El Mesías, el Dios Salvador esperado tanto por judíos como paganos, ha venido ya. Dios ha redimido a su pueblo. Y no se ha apartado de él; se halla en medio de su Iglesia.

Su aliento vital, su vida divina respira en cada bautizado; de su fuerza y amor viven todos los que en El creen. En cada uno de los que participamos de su santo sacrificio, crece su vida ardiente e inmortal. Todos sabemos, y en cada momento lo experimentamos, que "en El vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17, 28), que no podemos pronunciar una sola palabra buena, ni concebir ningún pensamiento santo, ni alzar siquiera con fe los ojos al Padre Celestial sin El, el Cristo vivo y presente en nosotros.

Es cierto que, a la vez, es El "el que viene". Se nos presenta cada día de nuevo en la palabra de su Sagrada Escritura, en la exhortación de su Iglesia, en su sacrificio y sus sacramentos y en las solemnidades de su año litúrgico. Pero todo esto es un eterno presente. Está en nosotros y viene para estar cada vez más en nosotros.

He aquí la alegría de nuestro canto: ¡El Señor está cerca! La Iglesia se siente feliz en su presencia, como se siente la esposa en la proximidad del amado. Sobre su ser derrama El paz y suavidad, y ella no tiene que preocuparse de nada más, pues sabe que lo tiene junto a sí y que escucha sus súplicas aun antes de formularlas. En el primer domingo de Adviento le había ella suplicado: ¡Muéstranos tu amor! Este amor que se compadece de las miserias y debilidades humanas. Hoy da las gracias porque su súplica se ha visto atendida. El amor de Cristo se ha difundido en su Iglesia, en las almas, y se pone de manifiesto al mundo en su plácida alegría, en su agradecimiento para con Dios y en su suave y dulce vida (modestia vestra). El señor está cerca; bajo la forma del amor y la modestia llena a su Iglesia.

Y por la misma razón de que le tiene cerca, de que se siente llena de El, la iglesia tiene derecho a no quedarse sola en su alegría; quiere alegrarse con sus hijos; el alma quiere regocijarse con sus hermanas, en quienes vive el Señor lo mismo que en ella. ¡Alegraos... , el Señor está cerca!, exclama. ¡Daos cuenta de la dicha de poder caminar ante El, de poder vivir de El, de tenerle más cerca que nuestro propio cuerpo! Y porque el amor de Cristo está en ella, piensa también en aquellos de quienes el Señor no está cerca. Se compadece de ellos y quisiera poderles aportar la dicha de tal proximidad. Por consiguiente, aconseja a sus hijos: "Vuestra modestia (mesura) sea manifiesta a todos los hombres." Deben hacer que la luz de Cristo penetre en las tinieblas del mundo y las disipe. Quien los vea deberá reconocer, en su divina despreocupación por las cosas temporales, la proximidad del Señor, de Aquel que todo lo posee y que aleja de los suyos todo cuidado.

"¡No os preocupéis por nada!" Ocupados tan sólo en el Señor, "libres para la sabiduría divina en el aula del Espíritu" (San León el Grande, octavo sermón sobre los ayunos del décimo mes), los cristianos hallarán toda su alegría, todo su consuelo, el auténtico porqué de su vida, en el trato con Dios próximo y siempre presente. Todo cuanto hagan, todo su trabajo tiene que ser oración, incesante acción de gracias por su vocación a la Iglesia de Cristo, a la proximidad del Señor. En tal vida de oración se acrecienta su paz, "la paz de Dios, que sobrepuja toda imaginación y que guarda los corazones y las inteligencias en Cristo Jesús" (Flp 4, 7).

Con eso, cada vez se convierten más en lo que ya son: portadores de luz, mensajeros de Cristo, evangelistas de la paz y de la buena nueva: Dominus prope est! "¡El Señor está cerca!" Y eso no con muchas palabras, no con un demasiado obrar, únicamente con su "modestia", con la paz inalterable de su corazón, con la serena alegría de su semblante. (...)

Viviendo tan íntimamente en la presencia del Señor, puede comprobar la Iglesia, y también las almas, cómo el Adviento del Señor es al propio tiempo presencia y venida. En tanto que respira su proximidad, vive ya su vida, penetra en su Ser infinito. Por la misma razón de que le posee, desea poseerle cada vez más. Aun cuando ya le tiene aquí, le llama para que venga; porque su luz ha tomado asiento en ella, aprecia mejor sus propias tinieblas y ruega que la "ilumine con la gracia de su visita" (Oración).

A la luz de su presencia cae la Iglesia en la cuenta de todas las maravillosas visitas del Señor, de los muchos Advientos de los que le permite ya participar en los santos misterios de su Iglesia: "Tú, el pastor de Israel..., guías a José como a una ovejuela" (Sal 79, 2). Trae a su memoria la gran obra salvadora del divino amor que ha redimido al mundo, que ha fundado la Iglesia y que en los acontecimientos místicos, siempre nuevos, de las solemnidades del año, continúa obrando la redención. "Has bendecido, Señor, tu tierra; has puesto término a la cautividad de Jacob; has perdonado los pecados de tu pueblo" (Sal 84, 2s).

Sin embargo, cuanto más toma posesión de su ser la presencia del Señor, tanto más reconoce también lo mucho que le queda aún por realizar dentro de los planes divinos de redención y vida, y que, con haberse llevado realmente a cabo ya la redención, todavía tiene que hacerse realidad para millares y millones de seres, además de que el Señor ha de crecer todavía en los fieles y bautizados. Y así exclama en pleno goce de la divina presencia: "tú, Señor, que estás sentado sobre los Querubines, ¡excita tu poder y ven! ¡Ven y sálvanos!" (Sal 79, 2ss.: Emiliana Löhr).

El domingo pasado ya comentábamos la buena relación de Pablo con su comunidad de Filipos, y cómo esto se refleja en la carta que les escribe. Hoy leemos otro fragmento, muy conocido, cuyo inicio en latín ("Gaudete in Domino semper") daba antes nombre a este domingo; este inicio hoy aparece también como antífona de entrada.

El texto tiene un tono exhortativo, homilético, como muchas segundas lecturas (estaría bien, por ejemplo, releerlo después de la comunión), y cada una de las frases es una llamada amable a la manera de vivir cristiana. El motivo de todo es que "el Señor está cerca" y eso hace vivir interiormente con alegría, confianza y paz, y hace que la relación con los demás transmita eso mismo (éste es el sentido de la exhortación "que vuestra mesura la conozca todo el mundo", aunque esta traducción no expresa muy bien todo este sentido: otras biblias traducen "que todo el mundo note lo comprensivos que sois", "que vuestra bondad sea conocida de todos", "que todos os conozcan como personas bondadosas"; J. Lligadas).

S. Agustín nos dice: Gozaos en la verdad, no en la maldad: "Alegraos siempre en el Señor (Fil 4,4). ¿Qué es gozarse en el mundo? Gozarse en el mal, en la torpeza, en cosas deshonrosas y deformes. En todas estas cosas encuentra su gozo el mundo. Cosas todas que no existirían si los hombres no las hubiesen querido. Hay cosas que hacen los hombres y hay otras que las sufren y, aunque no quieran, tienen que soportarlas. ¿Qué es, pues, este mundo, y qué el gozo del mundo? Os lo voy a decir brevemente, hermanos en la medida de mis posibilidades y de la ayuda divina. Os lo diré luego y en breves palabras. La alegría del mundo consiste en la iniquidad impune. Entréguense los hombres a la lujuria y a la fornicación, pierdan el tiempo en espectáculos, anéguense en borracheras, pierdan la dignidad en sus torpezas y no sufran mal alguno: ved el gozo del mundo. Que ninguno de los males mencionados sea castigado con el hambre, o el temor de la guerra o algún otro temor, ni con ninguna enfermedad o cualquier otra adversidad; antes bien, haya abundancia de todo, paz para la carne y seguridad para la mente perversa: ved aquí el gozo del mundo. Pero Dios piensa de manera distinta al hombre; uno es el pensamiento de Dios y otro el del hombre. Fruto de una gran misericordia es no dejar impune la maldad: para no verse obligado a condenar al infierno al final, se digna castigar ahora con el azote.

¿Quieres conocer cuán gran castigo es la falta de castigo? No para el justo, sino para el pecador, a quien se le aplica el castigo temporal para que no le sobrevenga el eterno. ¿Quieres, pues, conocer cuán gran castigo es la falta de castigo? Interroga al salmo: El pecador irritó al Señor. ¡Impetuosa exclamación! Puso atención, reflexionó y exclamó: El pecador irritó al Señor. ¿Por qué?, te suplico. ¿Qué viste? Quien así exclamó vio al pecador entregado impunemente a la lujuria, a hacer el mal, abundando en bienes y gritó: El pecador irritó al Señor. ¿Por qué dijiste eso? ¿Qué viste? Es tan grande su ira que no se lo demanda (Sal 9,4).

Comprended, hermanos cristianos, la misericordia de Dios. Cuando castiga al mundo es porque no quiere condenarlo. Es tan grande su ira que no se lo demanda. El no demandarlo se debe a la magnitud de su ira. Grande es su ira. Su justa severidad es indicadora de perdón. La severidad es como una verdad cruel. Si, pues, alguna vez perdona mostrándose duro, buena cosa es para nosotros el que nos socorra castigándonos. Y con todo, si consideramos las acciones del género humano, ¿qué es lo que padecemos? No nos ha tratado en conformidad con nuestras obras. En efecto, somos hijos. ¿Cómo lo probamos? El Hijo único, para no seguir siendo único, murió por nosotros. No quiso ser único quien murió siendo único. A muchos hizo hijos de Dios el Hijo único de Dios. Con su sangre compró hermanos; siendo él reprobado los aprobó, vendido los rescató, ultrajado los honró, muerto los vivificó. ¿Dudas de que ha de darte sus bienes quien se dignó asumir tus males? Por tanto, hermanos, alegraos en el Señor, no en el mundo; es decir, gozaos en la verdad, no en la maldad; gozad con la esperanza de la eternidad, no en la flor de la vanidad. Sea este vuestro gozo y donde quiera y cuando quiera os halléis aquí, el Señor está cerca, no os inquietéis por nada (Fil 4,4.5-6)" (Sermón 171,4-5).

4. Lc 3,10-18. -El domingo pasado Lucas nos situaba ante Juan, un profeta con proyección universal, con la proclamación de un bautismo de conversión para el perdón de los pecados; hoy Lucas ejemplifica la reforma de vida exigida por Juan, sirviéndose de la pregunta "que tenemos que hacer", que formulan la multitud anónima, unos publicanos y unos militares. Por publicanos se entiende los encargados de la recaudación tributaria. Se trataba por lo general de judíos al servicio de Roma, potencia ocupante. Como había que pagar por anticipado la cantidad estipulada por Roma, eso llevaba a los recaudadores a resarcirse no sólo de la cantidad ya depositada, sino también de los gastos causados en el desempeño de la función, más los intereses. Todo esto hacía que el sistema de recaudación de tributos estuviera abierto a toda clase de abusos. La profesión de recaudador de tributos era generalmente considerada como una actividad más bien infamante y poco escrupulosa. Por militares no se entiende miembros de las tropas romanas de ocupación, sino judíos enrolados al servicio de Herodes Antipas.

A la multitud anónima el profeta le pide la distribución compartida de los recursos fundamentales para cubrir las necesidades primarias de la existencia, alimento y vestido (v. 11). A los recaudadores les pide que cobren exactamente los tributos establecidos y sus legítimas comisiones personales, sin caer en la tentación de la avaricia o de la extorsión (v. 13). A los militares les pide la abolición del chantaje y de cualquier medida intimidatoria (v. 14).

Luego Lucas sintetiza la relación de inferioridad de Juan respecto al Mesías, formulada por tres tipos de imágenes: rituales, jurídicas y apocalípticas, para caracterizar al Mesías como el más fuerte. La imagen jurídica es la expresión "desatar la correa de las sandalias". En el Antiguo Testamento este acto simboliza la privación de un derecho en beneficio del desatante. La imagen no proviene, pues, del mundo de los esclavos. Frente al Mesías, Juan se declara sencillamente sin derechos. Las imágenes apocalípticas del fuego y de la horca de aventar sugieren la idea de un tiempo último y definitivo por un lado, y de un personaje clave y decisivo para los hombres por otro. No tienen nada que ver con el infierno.

Resumiendo: estamos ante un texto ético en su primera parte y cristológico en la segunda. La ética, ejemplificando cambios de comportamiento, facilita y prepara el camino al portador del Espíritu. Los cambios de comportamiento o reforma de vida, expresados y visualizados ritualmente en el bautismo de agua del profeta Juan, hacen posible la dimensión del Espíritu que hará su aparición con Jesús el Mesías.

El comportamiento ético pertenece a los presupuestos del hecho cristiano. Siendo como tenemos que ser, esto es, comportándonos bien, hacemos posible que el Espíritu pueda actuar en nosotros. El buen comportamiento pertenece a la fase previa de eliminación de obstáculos. Supuesta esta eliminación, viene después el ser cristiano. Ya en esta fase previa no hay particularismos ni exclusiones. Lucas está especialmente interesado en esta temática. Por eso introduce en su relato grupos o colectivos marginados por el sentir religioso oficial judío. Hoy introduce a recaudadores y militares. El programa ético del profeta Juan no es maximalista. Las exigencias que formula no pretenden revolucionar las estructuras sociales del momento. A los recaudadores no les dice que corten sus relaciones con el poder invasor; les dice simplemente que huyan de la extorsión. A los militares no les dice que abandonen su posición; les dice simplemente que no chantajeen ni intimiden. ¿Simplemente? Observemos bien que la simplicidad del profeta habla de honestidad en los negocios, de equidad en la aplicación de la justicia. Particularmente y como persona privada me quedo con la simplicidad del profeta frente a los maximalismos de reformas estructurales, aunque sólo sea en base al dicho de que el ideal es enemigo de lo bueno. Desde la honestidad en los negocios y la equidad en la aplicación de la justicia, es decir, desde lo bueno, a lo mejor resulta que cambian las estructuras comerciales y jurídicas, es decir, se consigue el ideal.

¿Y qué decir de la simplicidad del profeta en lo que pide a la multitud anónima? Compartir con los más desafortunados lo necesario para cubrir, al menos, las necesidades primarias. ¿Y si a partir de este domingo nos entrenamos todos un poco en este ejercicio del compartir? No es evidentemente un programa económico, pero si compartiéramos muchos, a lo mejor hasta cambiaban las estructuras económicas (A. Benito).

Tiene en la mano la horca para aventar. Posiblemente, Juan se imaginaba un mesías que reuniría un pueblo de santos y puros, en la línea de los esenios de Qumrán. En cambio, Jesús se presenta como el mesías misericordioso que no viene a condenar a los pecadores sino a ofrecerles gratuitamente la salvación de Dios: también ellos son llamados a la conversión y al Reino. No es el juez que tiene en la mano la horca de aventar y el hacha de leñador, sino el buen pastor que corre tras la oveja perdida. Y si bautiza con Espíritu Santo y con fuego es porque su acción llega a lo más hondo, hasta la transformación del corazón. Felizmente para nosotros. Pero ello no nos exime de responsabilidades ni significa falta de exigencia. Si nos abrimos a la salvación que llega, nuestra vida será transformada. ¿Sucede así? (J. Totosaus).

Se precisa cuáles son los caminos que hay que enderezar para encontrar al Señor que viene. Son los caminos de la justicia, de la caridad, del respeto a los otros. Nada nuevo. Ningún camino excepcional. Pero vuelve una verdad fundamental: el camino hacia Dios pasa obligatoriamente a través del prójimo. La guarda de los mandamientos de la segunda tabla presenta la condición esencial para poderse encontrar frente al "Señor tu Dios, el único." Juan no pretende que los demás se retiren del mundo y lo imiten en su itinerario particularísimo. No les invita a dejar todo y a instalarse en el desierto, como también hicieron los ascetas de Qumrán. Cada uno permanezca en su puesto, continúe haciendo lo que ha hecho hasta hora. Pero de otra manera. Vuelva en buena hora a su oficio. Pero ejercítelo de manera diversa.

Al Señor se le acoge en la vida normal, no a través de cosas excepcionales. Más que los gestos extraordinarios, cuenta la fidelidad en lo cotidiano. Por más que pueda parecer contradictorio, se trata de ir al encuentro de Cristo permaneciendo en el propio puesto. El cambio no está en las cosas y en las situaciones exteriores, sino que se realiza "dentro". Existe un modo diverso de ser y de hacer que se concilia con las cosas de cada día. Así como hay una búsqueda de lo extraordinario, que puede ser una forma de evasión, un sustraerse a los duros compromisos concretos (Alessandro Pronzato).

Un buen comentario sobre este tema se encuentra -elaborado- en el capítulo "Antídoto del miedo" del libro "La fuerza de amar", de M. Luther-King. He aquí un fragmento: "Una fe religiosa positiva no ofrece la ilusión de que estaremos exentos de dolor y sufrimientos, ni nos imbuye la idea de que la vida sea una serie indefinida de comodidades y de placidez nunca entorpecida. Más bien nos proporciona el equilibrio interior necesario para combatir las tensiones, las pesadumbres y los temores que inevitablemente nos asedian y nos asegura que el universo es digno de confianza y que Dios piensa en todo.... Esta fe transforma el torbellino de la desesperación en una brisa cálida y vivificante de esperanza. Debemos grabar en nuestros corazones las palabras de un lema que una generación anterior podía aún leer en las casas de muchas personas devotas: El miedo llamó a la puerta. Salió la fe a abrir. No había nadie!".

El Adviento debe suscitar en nosotros júbilo y esperanza porque el Señor está cerca, su presencia en medio de nosotros es una realidad. ¿Qué debemos hacer para reconocerle? ¿Cómo prepararnos a su venida? Tenemos que profundizar en la conversión continua como actitud perenne; la conversión no es la nota característica del Adviento, que es más bien tiempo de gozosa espera, sin embargo, el cristiano que vive alerta sabe que su vida orientada al Señor se mantiene en esta dinámica. Juan Bautista nos propone el amor y la justicia como el camino más seguro para alcanzar nuestros objetivos cristianos; el convertirnos al amor y la justicia pondrán de manifiesto nuestra voluntad de compartir con los demás la salvación y el amor con que somos amados por Dios; aquí nos encontramos en el ideal, pero será lejano si no buscamos acercarnos al Señor. para que esto se dé es preciso tener una experiencia personal con el Señor, fuente de nuestra alegría; ¿Por qué no un retiro?, ¿una jornada de oración? ¿Por qué no ir al templo y orar leyendo la Palabra de Dios, para dejarme cuestionar por él?.

Juan no pide una conversión hacia el pasado, no pide lamentos y lágrimas sobre el pasado, lo que pide es un cambio hacia el futuro. La penitencia que predica ha de acreditarse por sus frutos y no por sus lamentos, y es una penitencia con una marcada dimensión. En el rito bautismal, la Iglesia supone siempre esta pregunta en los catecúmenos: "¿Qué debemos hacer?", y responde diciendo: "Guardar los mandamientos", sobre todo el mandamiento del amor a Dios y al prójimo. Porque fue así como respondió Jesús a cuantos le preguntaban lo mismo y se interesaban por su salvación. También el precursor dio la misma respuesta.

El bautista predicó la penitencia en un mundo en el que el hombre vivía habitualmente en situaciones extremas y andaba preocupado por el vestir y el comer (cf. 12,22-31). En aquella situación, el bautista exigía nada menos que la reducción del consumo al mínimo vital: una sola túnica y el pan de cada día, en beneficio de los descamisados y los hambrientos. Hoy vivimos en la llamada sociedad de la abundancia; pero, mientras haya hombres en el mundo que no tengan lo necesario para vivir, nuestra sociedad estará condenada ante los ojos de Dios.

El amor al prójimo es una exigencia general, sin esa conversión de amor, no tiene sentido la penitencia. El amor al prójimo supone que se ha cumplido antes con la justicia. Por eso Juan se refiere al cumplimiento de la justicia cuando dirige su palabra a los publicanos y a los soldados. A los publicanos, es decir, a los cobradores de impuestos, Juan les dice que cobren según tarifa justa y que no recurran a los apremios y sobrecargas para enriquecerse a costa de los pobres. Evidentemente, en nuestra sociedad los que más cotizan son los pobres. Por tanto, no se puede hablar de una verdadera conversión cristiana si los cristianos no estamos empeñados en una verdadera reforma fiscal.

A los soldados, a la fuerza pública, el bautista exige que se contenten con la soldada, que no denuncien falsamente y no utilicen la fuerza en provecho propio. El negocio de los armamentos, la violencia establecida, los turbios intereses de los "golpistas"... están pidiendo a gritos una conversión pública. Juan conoce sus propios límites y sabe cuál es su papel. Juan sale al paso de los rumores del pueblo y confiesa abiertamente que él no es el que ha de venir, "el más fuerte", el Mesías.

Juan piensa en un mesías justiciero, que va a venir a separar el trigo de la paja y a purificar el mundo con el fuego. No olvidemos que es aún un hombre del A.T. EL último de los profetas. Por eso anuncia la venida del Señor y el "día del Señor" como un juicio inminente sobre los hombres. Pero Jesús dirá que no ha venido a condenar a los hombres, sino a salvarlos ("Eucaristía 1988").

Lucas interrumpe la serie de palabras de Juan el Bautista según la fuente común de Mt y Lc e introduce una sección (vv. 10-14), de su fuente propia del tercer evangelio. Estos cinco versículos contrastan, por su humanismo y moderación, con la severidad de los que les preceden y les siguen. La pregunta de la gente: "¿Qué hacemos?" es la clásica de los que han iniciado el proceso de conversión y desean sinceramente salvarse. El propio Lucas la pone en boca de los habitantes de Jerusalén después del discurso de Pedro el día de Pentecostés (Hechos 2,37). Es también la pregunta del "joven rico" (Mt 19,16; Mc 10,16; Lc 18,18) y se encuentra asimismo en apocalipsis apócrifos. El Bautista no remite a la Ley, ni a ritos sacrificiales, sino al terreno de las relaciones cotidianas con el prójimo. No sólo se diferencia de los fariseos, que presentaban como camino de salvación la práctica de complicadas observancias, sino también de la secta de Qumran, que se alejaba del pueblo y tenía a todos por condenados a excepción de ellos, y practicaba un rigorismo moral. Juan "no predica al pueblo la pobreza, sino el compartir" (Schalatter). No les pide nada heroico ni extraordinario, sino un mínimo de solidaridad con el prójimo y de fidelidad a los deberes de estado o de profesión. Todo lo que les dice que deben hacer, podemos suponer que la mayoría no lo hacían. De este modo, podemos suponer que entre los que desde lejos habían acudido al desierto de Judá a escuchar al Bautista y a ser bautizados por él, habría bastante gente acomodada, que venían bien abrigados por el frío de la noche y bien provistos de alimentos. La moral del Bautista debería empezarse a cumplir allí mismo, entre los que le escuchan, antes de entrar en las aguas del Jordán para pedir el perdón y la salvación.

La predicación de Juan no es evasiva, sino muy concreta; antes de señalar con el dedo al Mesías ha señalado inequívocamente a los egoístas, que por otra parte no estarían en condiciones de reconocer al Mesías. No exige nada heroico, pero a todos pincha allí donde les duele. A los publicanos no los rechaza, como sin duda habrían hecho los fariseos, ni les dice que deben abandonar su profesión sino sólo que no cobren más de lo mandado, etc. (H. Raguer).

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