Lunes de la 1ª semana de Adviento. San Andrés, Apóstol. La fe nace del mensaje, y el mensaje consiste en hablar de Cristo
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron
Carta del apóstol san Pablo a los Romanos 10,9-18. Si tus labios profesan que Jesús es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás. Por la fe del corazón llegamos a la justificación, y por la profesión de los labios, a la salvación. Dice la Escritura: «Nadie que cree en él quedará defraudado.» Porque no hay distinción entre judío y griego; ya que uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan. Pues «todo el que invoca el nombre del Señor se salvará.» Ahora bien, ¿cómo van a invocarlo, si no creen en él?; ¿cómo van a creer, si no oyen hablar de él?; y ¿cómo van a oír sin alguien que proclame?; y ¿cómo van a proclamar si no los envían? Lo dice la Escritura: « ¡Qué hermosos los pies de los que anuncian el Evangelio!» Pero no todos han prestado oído al Evangelio; como dice Isaías: «Señor, ¿quién ha dado fe a nuestro mensaje?» Así, pues, la fe nace del mensaje, y el mensaje consiste en hablar de Cristo. Pero yo pregunto: «¿Es que no lo han oído?» Todo lo contrario: «A toda la tierra alcanza su pregón, y hasta los limites del orbe su lenguaje.»
Salmo 18,2-3.4-5. R. A toda la tierra alcanza su pregón.
El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos: el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra.
Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje.
Evangelio según san Mateo 4,18-22. En aquel tiempo, pasando Jesús junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: -«Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres.» Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.
Comentario: 1. Rom. 10, 9-18. La voz de los mensajeros ha resonado en todo el mundo, y sus palabras han llegado hasta el último rincón de la tierra. Nada ni nadie puede quedarse sin el anuncio del Evangelio, conforme a la voluntad de Cristo, nuestro Dios y Salvador. Él quiere salvar a todas las personas, y que lleguen al conocimiento de la verdad. Por eso nos podemos crear una Iglesia de santos que excluyan a los pecadores para atraerlos a la salvación. No podemos trabajar por una iglesia de clases, en la que los que tienen todo dan algo de lo suyo a los más desprotegidos, pero olvidan trabajar por devolverles realmente su dignidad humana y de hijos de Dios. Cristo ha venido a salvar todo lo que se había perdido. Esa es la misma misión que ha confiado a su Iglesia. Por eso, si en verdad queremos ser mensajeros del Evangelio debemos darlo todo, con tal de ganar a todos para Cristo. No nos encerremos en grupos que, probablemente nos confortan por su respuesta comprometida a la fe. Vayamos a las ovejas perdidas, descarriadas; salgamos a buscarlas por los montes, pues todos tienen derecho a conocer a Cristo y a disfrutar de su Vida y de su Espíritu. Sólo entonces no sólo confesaremos el Nombre de Dios con los labios, sino con las obras y la vida misma. Entonces la Iglesia se convertirá en el Evangelio, en la Buena Noticia del amor del Padre para la humanidad entera.
2. Sal. 19 (18). Nosotros somos obra de las manos de Dios. Hechos a su imagen y semejanza, y elevados a la dignidad de hijos suyos, hemos de ser una manifestación de su presencia salvadora en el mundo. Hay muchos signos de amor y de misericordia en el mundo entero. Muchos lo entregan todo por sus hermanos en desgracia. Cuando surgen desgracias naturales todos nos solidarizamos con los afectados para arriesgar incluso nuestra vida por ellos. Esta es la forma como tratamos de hacer cercano a Dios en medio de los suyos, pues nosotros somos la imagen de su amor y de su misericordia para los que nos rodean. Sin embargo no faltan quienes piensan sólo en sus propios intereses; y no sólo pasan de largo ante el sufrimiento ajeno, sino que son causa del mismo; y, aún cuando tal vez sean puntuales en el culto a Dios, su vida no puede considerarse como una alabanza al Nombre Divino, sino más bien ocasión de que el Nombre del Señor sea denigrado ante las naciones. Procuremos vivir con la máxima fidelidad la fe que hemos depositado en Cristo Jesús.
3. La llamada de estas dos parejas de hermanos será el paradigma de toda llamada en Mt. Jesús camina junto al lago/mar de Galilea, en la frontera marítima con los pueblos paganos. Esta localización ilumina la escena: los hombres que habrá que pescar serán lo mismo judíos que paganos. Ve a dos hermanos, y Mt insiste en este vínculo de hermandad. Se tiene aquí una alusión a Ez 47,13s, donde se anuncia el futuro reparto de la tierra a partes iguales; la expresión original para indicar la igualdad está muy próxima de la usada por Mt: «cada uno como su hermano». La insistencia, pues, en el vínculo de hermandad (más acusado aún que en Mc 1,16-21a) indica que la nueva tierra prometida, «el reinado de Dios» anunciado por Jesús inmediatamente antes (4,17), será herencia o patrimonio común de todos sus seguidores, sin privilegio alguno. Los hermanos son designados por sus nombres, Simón y Andrés, pero el primero lleva ya una adición: «al que llaman 'Piedra' (Pedro)». No se indica que haya sido Jesús quien le ha dado tal sobrenombre (cf 16,18).
La invitación de Jesús a los dos hermanos se expresa con la frase «Veníos detrás de mí» (cf Mc 1,17.20); la expresión se encuentra en boca de Eliseo en 2 Re 6,19; por otra parte, la fórmula «irse» o «seguir tras él» aparece repetidamente en la escena de la llamada de Eliseo por el profeta Elías (1 Re 19,19-21). Jesús se presenta, por tanto, como profeta y su llamada promete la comunicación a sus seguidores del Espíritu profético. El texto relata la vocación de dos parejas de hermanos. Primeramente Simón y Andrés que en Mt 10 encabezarán la lista de los "doce discípulos", y luego Juan y Santiago, los dos hijos del Zebedeo que también allí se mencionan a continuación. Sólo en esta última lista, Mateo los llama "apóstoles", nombre exigido por el contexto del discurso de misión que sigue a continuación. Esta tendencia del evangelista deriva de sus preocupaciones eclesiales centradas en las personas poseedoras de carismas relacionados con el anuncio: sabios, profetas, escribas (cf Mt 23,34). Por ello la vocación de los cuatros hermanos se modela a partir de la vocación profética de Eliseo. En uno y otro caso un profeta de paso encuentra a individuos ocupados en su trabajo, a los que dirige una invitación al seguimiento. En ambos casos se concluye con el seguimiento de aquellos individuos convertidos de esa forma en discípulos del profeta. El recurso a la vocación de Eliseo se fundamenta en un doble motivo: El relato de 1Re 19,19-21 es el cumplimiento por parte de Elías de la orden dada por Dios en 1 Re 19,15-16 para continuar su misión. Según esto, la obra de Eliseo no es más que una continuación de la obra de su maestro. En segundo lugar, Elías es el profeta cuya venida es un signo de la instauración del Reino de Dios. La figura de Andrés, por tanto, se inscribe en una línea de discipulado profético que no es más que continuación de la misión de Jesús. La vocación de Jesús en su bautismo y la vocación de Elías en 1 Re 19,1-14 tienen como finalidad la actuación del Reino de Dios. Esa vocación se describe como un cambio de tarea. El cambio de la naturaleza de la pesca es coherente con las imágenes usadas en Mt 9,35-38, en dónde se recurre a la tarea agrícola y ganadera: necesidad de obreros para la cosecha ya pronta y desorientación de la gente semejante a la de las ovejas sin pastor. La iniciativa parte de Jesús (o de Elías) y es necesaria para emprender la tarea. En Andrés, Pedro, Santiago y Juan queda la posibilidad del rechazo de la invitación, o como aparece en el relato, de su aceptación. Pero para esa aceptación se exige la adopción de un estilo que sólo puede ser definido como seguimiento en cuanto consiste en la adopción de la itinerancia de Jesús y el recorrido del mismo camino de éste. La nueva tarea puede definirse como una obra de salvación en cuanto se busca capacitar al discípulo para convertirse en "pescador de seres humanos". La imagen parece aludir al río de aguas vivificadoras que salen del Templo en Ez 47 donde "habrá peces en abundancia... habrá vida dondequiera que llegue la corriente. Se pondrán pescadores a sus orillas" (Ez 47,9-10). La llamada de Andrés, y de sus compañeros, se inscribe entonces en la producción de vida para la humanidad y para toda la creación. Compartiendo el proyecto de Jesús encuentran la fuerza de realizar su misión. Gracias a los discípulos, el Reino se hace presente en la vida de los hombres y se lleva a plenitud la misión profética de Jesús. El futuro de Dios se anticipa y se hace presente en medio de la existencia humana (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).
Por otra parte, el oficio de los hermanos (pescadores) y la metáfora de Jesús «pescadores de hombres» aluden a Ez 47,10, donde se utiliza también la metáfora de los pescadores que recogerán una pesca abundante. El texto griego de los LXX pone este pasaje en relación con Galilea (Ez 47,8). La mención anterior del mar/lago, la del oficio de pescadores y la metáfora usada por Jesús esclarecen el significado de la frase: Jesús llama a una misión profética, que pretenderá atraer a los hombres, tanto judíos como paganos (el mar como frontera), y cuyo éxito está asegurado. La respuesta de los dos hermanos es inmediata. Aparece por primera vez el verbo «seguir», que, referido a discípulos, indicará la adhesión a la persona de Jesús y la colaboración en su misión. A los que lo siguen, Jesús no pide «la enmienda» (4,17); la adhesión a su persona y programa supera con mucho las exigencias de aquélla; comporta una ruptura con la vida anterior, un cambio radical, para entregarse a procurar el bien del hombre.
vv. 21-22: La segunda escena se describe más escuetamente que la primera, pero tiene el mismo significado. Estos dos hermanos es tan unidos no sólo por su vínculo de hermandad, sino también por la presencia de un padre común. En el evangelio, «el padre» representa la autoridad que transmite una tradición. Jesús no ha tenido padre humano, no está condicionado por una tradición anterior; sus discípulos abandonan al padre humano; en lo sucesivo, como Jesús mismo, no deberán reconocer más que al Padre del cielo (23,9).
El apóstol Andrés, humilde pescador de Galilea, deja sus redes para ser pescador de hombres. Es también el discípulo de Juan Bautista, que apenas descubre a Jesús, va detrás de él y se queda con él todo el día. Este encuentro es tan importante para él, que se acuerda hasta de la hora: "era más o menos las 4 de la tarde" (Jn 1,39). Andrés llama a su hermano Simón Pedro y confiesa a Jesús como Mesías (Jn 1,40-41). Forma con Pedro, Santiago y Juan el núcleo de los 12 Apóstoles, a los únicos que Jesús revela su visión apocalíptica de la historia (Mc 13). Posiblemente también es un núcleo importante en la misión apostólica en el mundo griego. Andrés, según el significado de su nombre, es "el varón", el nuevo "adán", que representa la vocación de la humanidad a ser discípula de Jesús. Andrés debe recordarnos nuestra vocación de apóstoles, los orígenes apostólicos de las primeras comunidades y el testimonio y martirio que la mayoría de los primeros discípulos sufrieron por causa de la Palabra de Dios y del Reino. La Iglesia está construida sobre "el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo" (Ef 2, 20). También la muralla de la Nueva Jerusalén, que baja del cielo, "se asienta sobre 12 piedras, que llevan los nombres de los 12 Apóstoles del Cordero" (Ap 21,14). La Nueva Jerusalén representa la nueva organización social de la humanidad, que baja del cielo a la tierra. En ella no hay santuario alguno, porque Dios es su santuario. Los apóstoles son el fundamento de esta visión futura de la humanidad (J. Mateos-F. Camacho).
El Apóstol Andrés es un hombre sencillo, tal vez también pescador como su hermano Simón, buscador de la verdad y por ello lo encontramos junto a Juan el Bautista. No importa de dónde viene ni qué preparación tiene. Parece, por lo que conocemos de él en el Evangelio, que entre otras muchas cosas algo que va a hacer es convertirse en un anunciador de Cristo a otros.
"He ahí el Cordero de Dios" (Jn 1,36). Estando Andrés junto a Juan el Bautista escucha de él estas palabras. De repente se siente inquieto por ellas y se va con Juan tras Jesús. Él les pregunta: ¿Qué buscáis?, a lo que ellos le dicen: ¿Dónde vives? Jesús entonces les dice: "Venid y lo veréis". Ellos fueron con Jesús y se quedaron con Él aquel día. Ha sido Juan el Bautista quien les ha enseñado a Cristo, y antes que nada Andrés ha querido hacer personalmente la experiencia de Cristo. Estando junto a él ha descubierto dos cosas: que Cristo es el Mesías, la esperanza del mundo, el tesoro que Dios ha regalado a la humanidad, y también que Cristo no puede ser un bien personal, pues no puede caber en el corazón de una persona. A partir de ahí, la vida de Andrés se va a convertir en anunciadora de Dios para los demás hasta morir mártir de su fe en Cristo.
"Hemos encontrado al Mesías" (Jn 1,41). La primera acción de Andrés, tras haber experimentado a Cristo, es la de ir a anunciar a su hermano Simón Pedro tan fausta noticia. Simón Pedro le cree y Andrés le lleva con el Maestro. Hermosa acción la de compartir el bien encontrado. Andrés no se queda con la satisfacción de haber experimentado a Cristo. Bien sabe que aquel don de Dios, a través de Juan el Bautista que le señaló al Cordero de Dios, hay que regalarlo a otros, como su Maestro Juan el Bautista hizo con él. Queda claro así que en los planes de Dios son unos (tal vez llamados en primer lugar) quienes están puestos para acercar a otros a la luz de la fe y de la verdad. ¡Gran generosidad la de Andrés que le convierte en el primer apóstol, es decir, mensajero, de Cristo, y además para un hermano suyo!
"Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús" (Jn 12,20). Se refieren estas palabras a una escena en la que unos griegos, venidos a la fiesta, se acercaron a los Apóstoles con la petición de ver a Jesús. Andrés es uno de los dos Apóstoles que se convierte en instrumento del encuentro de aquellos hombres con Cristo, encuentro que llena de gozo el Corazón del mismo Jesús. ¿Puede haber labor más bella en esta vida que acercar a los demás a Dios, se trate de personas cercanas, de seres desconocidos, de amigos de trabajo o compañeros de juego? Sin duda en la eternidad se nos reconocerá mucho mejor que en esta vida todo lo que en este sentido hayamos hecho por los otros. Toda otra labor en esta vida es buena cuando se está colaborando a desarrollar el plan de Dios, pero ninguna alcanza la nobleza, la dignidad y la grandeza de ésta. El Apóstol Andrés se erige así, desde su humildad y sencillez, en una lección de vida para nosotros, hombres de este siglo, padres de familia preocupados por el futuro de nuestros hijos, profesionales inquietos por el devenir del mundo y de la sociedad, miembros de tantas organizaciones que buscan la mejoría de tantas cosas que no funcionan. A nosotros, hombres cristianos y creyentes, se nos anuncia que debemos ser evangelizadores, portadores de la Buena Nueva del Evangelio, testigos de Cristo entre nuestros semejantes. Vamos a repasar algunos aspectos de lo que significa para nosotros ser testigos del Evangelio y de Cristo. En primer lugar, tenemos que forjar la conciencia de que, entre nuestras muchas responsabilidades, como padres, hombres de empresa, obreros, miembros de una sociedad que nos necesita, lo más importante y sano es la preocupación que nos debe acompañar en todo momento por el bien espiritual de las personas que nos rodean, especialmente cuando se trata además de personas que dependen de nosotros. Constituye un espectáculo triste el ver a tantos padres de familia preocupados únicamente del bien material de sus hijos, el ver a tantos empresarios que se olvidan del bienestar espiritual de sus equipos de trabajo, el ver a tantos seres humanos ocupados y preocupados solo del futuro material del planeta, el ver a tantos hombres vivir de espaldas a la realidad más trascendente: la salvación de los demás. El hombre cristiano y creyente debe además vivir este objetivo con inteligencia y decisión, comprometiéndose en el apostolado cristiano, cuyo objetivo es no solamente proporcionar bienes a los hombres, sino sobre todo, acercarlos a Dios. Es necesario para ello convencerse de que hay hambres más terribles y crueles que la física o material, y es la ausencia de Dios en la vida. El verdadero apostolado cristiano no reside en levantar escuelas, en llevar alimentos a los pobres, en organizar colectas de solidaridad para las desgracias del Tercer Mundo, en sentir compasión por los afligidos por las catástrofes, solamente. El verdadero apostolado se realiza en la medida en que toda acción, cualquiera que sea su naturaleza, se transforma en camino para enseñar incluso a quienes están podridos de bienes materiales que Dios es lo único que puede colmar el corazón humano. ¿De qué le vale a un padre de familia asegurar el bien material de sus hijos si no se preocupa del bien espiritual, que es el verdadero?
Hay un tema en la formación espiritual del hombre a tener en cuenta en relación con este objetivo. Hay que saber vencer el respeto humano, una forma de orgullo o de inseguridad como se quiera llamarle, y que muchas veces atenaza al espíritu impidiéndole compartir los bienes espirituales que se poseen. El respeto humano puede conducirnos a fingir la fe o al menos a no dar testimonio de ella, a inhibirnos ante ciertos grupos humanos de los que pensamos que no tienen interés por nuestros valores, a nunca hablar de Cristo con naturalidad y sencillez ante los demás, incluso quienes conviven con nosotros, a evitar dar explicaciones de las cosas que hacemos, cuando estas cosas se refieren a Dios. En fin, el respeto humano nunca es bueno y echa sobre nosotros una grave responsabilidad: la de vivir una fe sin entusiasmo, sin convencimiento, sin ilusión, porque a lo mejor pensamos eso de que Dios, Cristo, la fe, la Iglesia no son para tanto.
Andrés era discípulo de Juan el Bautista, quien después de oír la definición que de Jesús da Juan –"he ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo"- y luego de un breve diálogo con Jesús, se va con él (Jn 1,35-40). En el mismo cuarto evangelio encontramos una nueva noticia de Andrés: en Jn 12,22 aparece con Felipe haciendo de "mediador" (¿interprete?) entre Jesús y unos griegos que querían hablar con él. De aquí podemos concluir que Andrés era un judío helenista, es decir, que hablaba el griego, cosa muy frecuente entre los habitantes de Galilea, particularmente entre los de las ciudades ribereñas del lago. Por el mismo evangelista Juan nos enteramos de que Andrés era de Betsaida (Jn 1,44), pero probablemente se había trasladado a Cafarnún con su hermano Simón "llamado Pedro". Si admitimos que Andrés era un helenista, podremos comprender con facilidad el papel que pudo haber desempeñado en la tarea de propagación del evangelio entre los gentiles y paganos de habla griega; aunque de hecho, la tradición cristiana de este tiempo no nos arroja datos sobre la actividad efectiva del apóstol. Con motivo, pues, de la festividad del apóstol Andrés nos encontramos hoy con la narración mateana de su vocación al discipulado. Tanto para Marcos como para Mateo, el llamado de los cuatro primeros discípulos, entre ellos Andrés, está precedida de un par de versículos redaccionales que nos dan noticia de la actividad evangelizadora de Jesús (Mc 1,16-17; Mt 4,17), y al mismo tiempo establecen la transición entre el bautismo/tentaciones e inicio del ministerio público. No hay noticias sobre la realización de ningún tipo de signo por parte de Jesús antes de comenzar a formar su "equipo" de seguidores. Es como si Jesús tuviera en mente dos tareas fundamentales: por una parte comenzar "ya" el anuncio/realización del reino, y por la otra, comenzar "ya" el proceso formativo de los futuros testigos del anuncio y la realización de ese reino. He ahí la razón de ser de la elección al discipulado: no se trata de llamar a simples acompañantes; tampoco se trata de un mero requisito formal. Sabemos que un judío que quería ser rabino debía tener por lo menos un grupo de cinco discípulos para poder llamarse como tal. Marcos nos da la justificación precisa del por qué Jesús elige para sí un grupo de seguidores (Mc 3,13-14): a) para que estuvieran con él (v 14a); b), para enviarlos a predicar (v 14b); c) para que tuvieran (adquirieran) el poder de expulsar demonios (v 15) y curar a los enfermos (cf Mc 6,13). Una vez conformado el grupo de quienes serán testigos, el evangelio comienza a darnos noticia sobre la actividad de Jesús tanto en palabras como en obras. Y con ello entendemos que ahí se va formando el discípulo. Desde el comienzo, el discípulo es alguien que está llamado a una experiencia de "tiempo completo" con Jesús. En la cotidianidad del maestro va aprendiendo el discípulo al tiempo que se va configurando en él el sentido final de su vocación: ser testigo y continuador de la obra del maestro. Ese es el papel que asumen desde el principio los discípulos. Obvio que con dudas y retrocesos en la marcha. Desempeñaron muy bien su papel en su primera práctica cuando fueron enviados de dos en dos a evangelizar (cf Mc 6,12-13); pero flaquearon en el momento definitivo: cuando Jesús fue tomado preso y condenado a muerte. Sin embargo retoman su papel después del evento pascual de Jesús, y ahí está la confirmación de su misión. El origen apostólico de la Iglesia cuenta, entonces con esa doble faceta: la decisión de unos hombres de "retomar" su vocación, y por otro lado, la fuerza y el respaldo del Padre que decide avalar sin límites la obra de su hijo. Esto último es lo más importante, pues replantea el punto de origen de la autoridad y validez de la autoridad de nuestra Iglesia hoy. La vigencia de la vocación apostólica nos la hace ver san Pablo, quien es conciente de que el anuncio del evangelio es un dinamismo permanente que no puede darse treguas, pues siempre habrá hombres y mujeres necesitados de escuchar el mensaje, urgidos de conocer lo que no conocen porque nadie se lo hace saber. A la luz de ello, la vocación apostólica de nuestra Iglesia tendría que aclararse cada vez más, para dejar a un lado pretensiones que hacen de ella un institución imprescindible en la obra de la salvación. Lo que sí es imprescindible es la firmeza y el coraje con que cada día tiene que ser más testigo de Jesús resucitado al estilo de los primeros discípulos.
Es maravilloso leer que ellos lo dejaron todo y le siguieron "al instante", palabras que se repiten en ambos casos. A Jesús no se le ha de decir: "después", "más adelante", "ahora tengo demasiado trabajo"... También a cada uno de nosotros —a todos los cristianos— Jesús nos pide cada día que pongamos a su servicio todo lo que somos y tenemos —esto significa dejarlo todo, no tener nada como propio— para que, viviendo con Él las tareas de nuestro trabajo profesional y de nuestra familia, seamos "pescadores de hombres". ¿Qué quiere decir "pescadores de hombres"? Una bonita respuesta puede ser un comentario de san Juan Crisóstomo. Este Padre y Doctor de la Iglesia dice que Andrés no sabía explicarle bien a su hermano Pedro quién era Jesús y, por esto, «lo llevó a la misma fuente de la luz», que es Jesucristo. "Pescar hombres" quiere decir ayudar a quienes nos rodean en la familia y en el trabajo a que encuentren a Cristo que es la única luz para nuestro camino (Lluís Clavell).
«Oh buena cruz, que has sido glorificada por causa de los miembros del Señor, cruz por largo tiempo deseada, ardientemente amada, buscada sin descanso y ofrecida a mis ardientes deseos (...), devuélveme a mi Maestro, para que por ti me reciba el que por ti me redimió». Con estas palabras, según cuenta la tradición, finalizaba sus días en este mundo el apóstol San Andrés… Era el colofón de una vida entregada a Jesucristo.
No importa el origen: Judío o Gentil, todos estamos llamados a ir tras las huellas de Cristo. Todo se aprende en la vida bajo la guía de un buen maestro. El Señor quiere hacernos pescadores de hombres. Es necesario vivir constantemente como discípulos suyos, si queremos ser eficaces en el anuncio del Evangelio de salvación. El Señor no nos desligará de nuestros deberes temporales; pero nos quiere, en medio del mundo, como un fermento de santidad. Por eso nos hemos de dejar llenar por la Vida que procede de Dios, y poseer por su Espíritu Santo. Muchos permanecen ligados a sus egoísmos, y difícilmente lo podrán dejar todo para ponerse en camino para salvar a su prójimo, pues lo único que buscan son sus propios intereses, y no quieren perder su seguridad, la que han puesto en la acumulación de bienes temporales. Sin embargo hemos de admirar a quienes toman en serio su fe y el llamado que Dios les hace para no vivir una fe intimista, sino una fe que les ponga en camino para continuar la obra del Señor: Buscar la oveja descarriada para llevarla de vuelta al redil; pues la Iglesia, al igual que su Señor, ha venido a buscar y a salvar todo lo que se había perdido.
Para que realmente anunciemos a Cristo en cualquier ambiente y circunstancia en que se desarrolle nuestra vida, el Señor nos reúne en torno suyo para que celebremos el Misterio de su amor por nosotros. Él se ha puesto en camino para salvarnos; Él es el primero que ha lanzado las redes para liberarnos y rescatarnos del abismo, simbolizado en el mar. Y Él nos quiere en camino, pues su Iglesia debe continuar siendo salvación para toda la humanidad, hasta el final del tiempo. Seguir a Cristo nos hace cercanos a Él. Su Evangelio, meditado con amor, debe tomar carne en nosotros. Así la Iglesia es el Memorial de la Palabra, que continúa su encarnación en el mundo para conducir a todos al Padre. Al entrar en comunión de Vida y de Espíritu con Cristo Él quiere que, unidos a los apóstoles, todos cumplamos con la misión que nos ha confiado. La Iglesia, construida en torno a la Eucaristía, da testimonio del Señor mediante sus palabras, obras, actitudes y vida misma. La participación en la Eucaristía nos hace personas amorosamente entregadas en pro de la salvación del mundo entero. Vivamos, así, nuestro compromiso con Cristo y con el mundo al que hemos sido enviados, no para condenarlo, sino para salvarlo.
¿Qué hemos dejado para echarnos a andar tras las huellas de Cristo? No podemos continuar cargados de nuestras maldades y miserias. Hay muchas cosas que nos han atrapado y nos han vuelto egoístas, injustos y violentos. Seguir a Cristo nos hace, antes que nada, contemplar la forma en que nos salvó, pues quiso hacerse pobre, para enriquecernos con su pobreza; se hizo cercano a todos para salvarlos. Finalmente es el Dios-con-nosotros. El que no conoce a Cristo; el que ignora la Escritura; el que trabaja desplazando a Cristo de su vida; el que se convierte en salvador de la humanidad al margen de Cristo y de los criterios del Evangelio, no puede arrogarse para sí, el título de hijo de Dios, pues todo lo que haga para que el mundo sea más recto y justo utilizando la violencia y la destrucción de los que considera malvados en lugar de salvarlos estará indicando que en lugar de ser hijo de Dios es hijo del Autor y Padre de la mentira, del pecado y de la muerte. No podemos hacer relecturas del Evangelio conforme a nuestros criterios. No podemos justificar nuestras injusticias interpretando la Escritura a nuestra conveniencia. El Señor nos pide fidelidad a Él, mediante la Doctrina transmitida a nosotros por medio de los apóstoles y sus sucesores. Si queremos realmente trabajar por la salvación de los demás, aprendamos a conocer a Cristo y vivamos, con gran amor, nuestra fidelidad a su Iglesia.
Que el Señor nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de no sólo invocarlo, sino de dar testimonio de Él mediante un auténtico amor activo a favor de la salvación de nuestro prójimo. Amén (Homiliacatolica.com).
Podemos acabar con un breve apunte piadoso. Aunque no vamos a tratar aquí de la Novena a la Inmaculada, pues para esta devoción ya dedicaremos otro lugar, hoy comienza esta piadosa costumbre tan bonita. Un buen hijo siempre se alegra de las fiestas de su Madre, pero esta es especialmente bonita. Es bueno dejar que el corazón se expansione, que de ahí broten los afectos, y las jaculatorias, y el deseo de mejorar en la lucha. Que estos días pongamos más esfuerzo en la pelea ascética, en el afán por acercarse a Dios, en las obras para agradar a la Santísima Virgen. Acercarse a la virgen, y por ella a jesús. Con ella todo cobra más esperanza, y con ella más alegría y por tanto más fuerza, con más amor de Dios, más cercanía a Jesús.
Es bueno tener la propia experiencia de su amor materno, estos días vivir de modo más delicado algún detalle de piedad, mejorar lo que hacemos habitualmente, poner por ejemplo más esfuerzo en el trabajo, más lucha en rechazar las distracciones en la oración y aliñar todo con María, poner a la Virgen en todo y para todo, hacer todo como "al baño María" bien metidos en su corazón. Ofrecerle cada dia un obsequio. Puede ser una virtud concreta, un detalle de amor.
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