martes, 22 de diciembre de 2009

Adviento, 24 de Diciembre, Misa de la mañana: el Canto de Zacarías, anuncio de Jesús que viene a salvarnos

Adviento, 24 de Diciembre, Misa de la mañana:  el Canto de Zacarías, anuncio de Jesús que viene a salvarnos

 

Texto del Evangelio (Lc 1,67-79):  En aquel tiempo, Zacarías, el padre de Juan, quedó lleno de Espíritu Santo, y profetizó diciendo: «Bendito el Señor Dios de Israel porque ha visitado y redimido a su pueblo y nos ha suscitado una fuerza salvadora en la casa de David, su siervo, como había prometido desde tiempos antiguos, por boca de sus santos profetas, que nos salvaría de nuestros enemigos y de las manos de todos los que nos odiaban haciendo misericordia a nuestros padres y recordando su santa alianza y el juramento que juró a Abraham nuestro padre, de concedernos que, libres de manos enemigas, podamos servirle sin temor en santidad y justicia delante de Él todos nuestros días. Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos y dar a su pueblo conocimiento de salvación por el perdón de sus pecados, por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, que harán que nos visite una Luz de la altura, a fin de iluminar a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte y guiar nuestros pasos por el camino de la paz».

 

Comentario: «Harán que os visite una Luz de la altura, a fin de iluminar a los que habitan en tinieblas», proclama Zacarías en el "Benedictus", el canto que recitamos cada día en la liturgia de las horas. Es un cántico de acción de gracias por las misericordias que Dios ha derramado sobre la tierra, con motivo del nacimiento de su hijo Juan. Como dice el comentario a la Biblia de Navarra, se divide en dos partes: en la primera, da gracias a Dios, y en la segunda sus ojos miran hacia el futuro. Todo él rezuma alegría y esperanza al reconocer la acción salvadora de Dios con Israel, que culmina en la venida del mismo Dios encarnado, preparada por el hijo de Zacarías.

«Bendito sea el Señor, Dios de Israel...» (Lc 1,68). Como muy bien se ha dicho, Zacarías está hablando proféticamente de lo que va a empezar a suceder a partir de esta noche, la Nochebuena: Dios va a visitarme y a redimirme; Dios va a nacer, va a vivir como uno más entre los hombres, va a predicar y a hacer milagros, y morirá en una cruz para salvarme. "Cumpliendo tu promesa hecha a Abrahán, te haces hombre, descendiente de David, para concedernos que, libres de las manos de los enemigos, te sirvamos sin temor, con santidad y justicia en tu presencia todos los días de nuestra vida", que es como decirle a Jesús: "has bajado para que pueda yo subir, y me pides que te sirva sin temor  y que busque la santidad y la justicia, viviendo en presencia de Dios cada día". Sigue diciendo el texto: "El Sol naciente ha venido a visitarnos desde lo alto, para iluminar a los que yacen en tinieblas, y guiar nuestros pasos por el camino de la paz". Jesús es el Sol naciente, que ha venido a visitarnos, que esta noche nacerá, en el día que ya comienza a alargarse la noche, por eso es el día del Sol naciente. Él, la luz del mundo, con su luz de sus ojos nos da la luz a los nuestros para que podamos ver. Leía una oración que le hablaba así en su oración: "Jesús, yo quiero también nacer de nuevo... Sé que no es sencillo; sé que a veces me canso porque parece que no avanzo nada. Pero también sé que al nacer, me has dado la mayor prueba de que no me abandonas. Y si Tú has hecho esto por mí, ¿qué no voy a hacer yo por Ti?" Al contemplar la fiesta más entrañable, cuando Dios ha querido vivir con los hombres, sentimos dentro nacer la alegría y esperanza. Jesús se nos aparece ahí como el "Señor" (cf. Lc 1,68.76), y "Salvador" (cf. Lc 1,69). También el Ángel esta Nochebuena llamará a Jesús con estos dos títulos en su anuncio a los pastores. Vamos a prepararnos con deseos de corresponder al amor de Dios encarnado.

Adviento: 22 de Diciembre: Maria, la estrella de la esperanza (primer día del triduo de Navidad, y primera de las tres virtudes teologales que vamos a considerar)

Adviento: 22 de Diciembre: Maria, la estrella de la esperanza (primer día del triduo de Navidad, y primera de las tres virtudes teologales que vamos a considerar)

 

Texto del Evangelio (Lc 1,46-56):  En aquel tiempo, dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia —como había anunciado a nuestros padres— en favor de Abraham y de su linaje por los siglos».

 

María permaneció con Isabel unos tres meses, y se volvió a su casa.

 

Comentario: Hoy, 22 de diciembre, se continúa con el Evangelio de ayer, con la visitación de María a Santa Isabel, mientras nos acercamos a las puertas de la fiesta de Navidad, al comienzo de este triduo de preparación. Y así lo canta la Iglesia en la antífona de entrada de la Misa: "portones, ¡alzad los dinteles! Que se alcen las puertas eternas, va a entrar el Rey de la gloria" (Salmo 23, 7). Y en la oración colecta pedimos que al conocer la Encarnación "merezcamos gozar también de su Redención". . .

María, llena del Espíritu Santo, es portadora en su seno del Hijo de Dios, y  actúa con amistad, que es caridad solidaria, atención de servicio a quien lo necesita. Visita a Isabel al enterarse que está en el sexto mes en su ancianidad, y puede necesitar ayuda. María la visita y la acompaña, a la que está contenta por tener un hijo, desconcertada por el modo; María sin saberlo la confirma en su misión. Las dos están gozosas, con deseos de comprender los planes de Dios, grandiosos, inescrutables, de los que sólo conocemos siempre una pequeña parte.

María va hacia Jerusalén, y luego hacia la ciudad de Isabel, quizá va con San José, que la acompaña en todo, pues la quiere a ella y a sus cosas, y él se acomoda, que esto hace el amor que le tiene… en latín nos dice el texto que va "cum festinatione", es decir "haciendo fiesta", con alegría gozosa. Isabel está radiante, contenta: "¿De donde a m' este bien, que venga la madre de mi Señor?" Y salta el niño de gozo y se alegra su corazón y la luz divina ilumina su inteligencia para comprender. La visitación de la Virgen, portadora del Consolador, de algún modo continúa en visitaciones que hace a sus hijos. Al visitarla María, la llena el Espíritu Santo, el entusiasmo de Pentecostés se adelanta en su boca y en el gozo de su hijo aún no nacido. Sus palabras son un compendio de las misericordias que el Señor ha derramado a lo largo de la historia. Por eso se repiten sin cesar en la boca de los cristianos. Y también esos frutos se renuevan a lo largo de la historia en las atenciones maternales de María con nosotros. Visitaciones que siempre dejan algo suyo, algo maternal y nos traen a Jesús, la paz, el consuelo cuando estamos afligidos, fortaleza en la lucha, refrigerio en el cansancio, ayuda en la tentación.

María lleva a Dios las cosas que oye, los elogios que le hacen, aquel "bienaventurada tú que has creído"; y escucha, pues sabe escuchar al Espíritu Santo, a Dios que habla en las profecías, en las palabras de las personas que tenemos cerca. Contenta de llevar la alegría, entiende que "la unión con Dios, la vida sobrenatural, comporta siempre la práctica atractiva de las virtudes humanas: María lleva la alegría al hogar e su prima, porque 'lleva' a Cristo" (San Josemaría Escrivá, Surco 566). María llevaría la mirada que refleja toda la gracia de su Hijo, que llevará luego la mirada de Jesús en sus ojos saliendo a su Madre pues de ella recibe todo su cuerpo, el alma la pone el Señor… El canto del "Magnificat" en el que prorrumpe es como una fuente que recoge el agua tantas veces represada meditando los textos de la Escritura, la misericordia divina con su gente, la ternura del cielo: "magnifica mi alma al Señor…" es un canto a la humildad: "porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava"… "porque ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso". Es un espejo perfecto de lo que revela Dios en su historia: "derribó a los poderosos de su trono y ensalzó a los humildes", es un canto a la esperanza, que nos anuncia que sus visitaciones nos acompañarán en lo que hacemos, pues sentimos la presencia de la mano amorosa de María que nos enseña la obediencia en la fe, aunque nos cueste, el amor perfecto, el amor no egoísta. Nos lleva a beber en la fuente de la felicidad, el árbol de la vida, el que nos abre las puertas de la eternidad, ya aquí en la tierra porque el cielo es vivir este Amor divino. Esta es la ciencia de María, la ciencia de la vida, el auténtico árbol de la ciencia, para poder comer del árbol de la vida: aprender a querer.

Visitaciones marianas, consuelos divinos que tanto nos ayudan… aunque lo importante, como santa María nos sugiere, es como decía alguien, no buscamos los consuelos de Dios, sino al Dios de los consuelos y nos da aquellos frutos secretos que reserva para todos los que puedan acogerlos, es decir los pequeños, los que entienden las cosas de Dios, que quieren ser sus amigos íntimos. Y estos frutos son: serenidad pase lo que pase, gozo íntimo, certeza en la esperanza de alcanzar la meta, luz para la inteligencia y alegría en la Verdad.

«Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador». El Magníficat de María que cantamos cada día en la Liturgia de las Horas acercándonos a los sentimientos y al corazón con que María se alegraba, bendecía y daba gracias a Dios por todas sus bondades. Como decía Francesc Perarnau, "María se ha beneficiado de la gracia más extraordinaria que nunca ninguna otra mujer ha recibido y recibirá: ha sido elegida por Dios, entre todas las mujeres de la historia, para ser la Madre de aquel Mesías Redentor que la Humanidad estaba esperando desde hacía siglos. Es el honor más alto nunca concedido a una persona humana, y Ella lo recibe con una total sencillez y humildad, dándose cuenta de que todo es gracia, regalo, y que Ella es nada ante la inmensidad del poder y de la grandeza de Dios, que ha obrado maravillas en Ella (cf. Lc 1,49). Una gran lección de humildad para todos nosotros, hijos de Adán y herederos de una naturaleza humana marcada profundamente por aquel pecado original del que, día tras día, arrastramos las consecuencias".

Finaliza el tiempo de Adviento, de esperanza, y María quien nos enseña el mejor camino, el que marca con su oración. Es el camino de la esperanza. Ahora, cuando Navidad está a las puertas, y "el Señor está cerca", como recuerda la liturgua, echamos la vista atrás en este proceso que comenzó con la fiesta de la Inmaculada y su novena... y al mismo tiempo adelante, hacia la noche santa: "Qué cielo mas azul aquella noche! / Parece que se vea el infinito, / el Infinito sin velos, / más allá de la luna y de las estrellas. // La luna y las estrellas brillan tan claro / en el azul infinito de la noche santa, / que el alma se encanta / allá..." (Joan Maragall). En todo este caminar, hemos ido con "Maria", que significa entre otras acepciones "estrella de la mañana" en lengua hebrea: recuerda la estrella que daba orientación a los navegantes, porque conocieran el camino en la oscuridad de la noche. Así la estrella guía a los Magos, y nosotros queremos seguir nuestra estrella hasta llegar a Jesús…

Cuentan que había millones de estrellas en el cielo, estrellas de todo los colores: blancas, plateadas, rojas, azules, doradas. Un día, inquietas, se acercaron a san Gabriel –que es su jefe- y le propusieron: "- nos gustaría vivir en la Tierra, convivir con las personas." -"Sea", respondió. Se dice que aquella noche hubo una fantástica lluvia de estrellas. Algunas se acurrucaron en las torres de las iglesias, otras fueron a jugar y correr junto con las luciérnagas por los campos, otras se mezclaron con los juguetes de los niños. La Tierra quedó, entonces, maravillosamente iluminada. Pero con el correr del tiempo, las estrellas decidieron abandonar a los hombres y volver al cielo, dejando a la tierra oscura y triste. "-¿Por qué habéis vuelto?", preguntó Gabriel, a medida que ellas iban llegando al cielo. "-Nos fue imposible permanecer en la Tierra, allí hay mucha miseria, mucha violencia, demasiadas injusticias". Les contestó Gabriel: "-Claro. La Tierra es el lugar de lo transitorio, de aquello que cae, de aquel que yerra, de aquel que muere. Nada es perfecto. El Cielo es el lugar de lo inmutable, de lo eterno, de la perfección." Después de que había llegado gran cantidad de estrellas, Gabriel, que sabe muchas matemáticas, las dijo: "-Falta una estrella... ¿dónde estará?". Un ángel que estaba cerca replicó: "-Hay una estrella que quiso quedarse entre los hombres. Descubrió que su lugar es exactamente donde existe la imperfección, donde hay límites, donde las cosas no van bien, donde hay dolor. Es la Esperanza, la estrella verde. La única estrella de ese color." Y cuando miraron para la tierra, la estrella no estaba sola: la Tierra estaba nuevamente iluminada porque había una estrella verde en el corazón de cada persona. Porque el único sentimiento que el hombre tiene y el cielo no necesita retener es la Esperanza, ella es propia de la persona humana, de aquel que yerra, de aquel que no es perfecto, de aquel que no sabe cómo puede conocer el porvenir.

Maria es nuestra esperanza, la que nos guía a Jesús, que nos ha dado en el pesebre. No obliga, nos muestra el camino, respeta nuestra libertad, como hace la estrella, ilumina. Este es el modelo para toda educación, tanto la de los padres con los hijos, la de los miembros de la Iglesia en su apostolado, o como ciudadanos a nivel social y cultural: no se trata sólo de transmitir conocimientos, sino vida, dar luz, ser un referente –estrella- en un mundo de gente que no sabe hacia dónde ir, que necesita maestros. Con qué alegría nos dice un amigo: "quiero contarte esta pena, sólo puedo explicártelo a ti, que me inspiras confianza". Y estos guías necesitan luz, dar del calor que tienen; Maria nos trae a Jesús que nos quiere dar luz y calor, nos llena de optimismo y esperanza que va más allá de lo que vemos, que a veces puede parecernos algo negro, que nos proyecta hacia lo que no vemos. Leí hace poco: "Ciertamente, es muy difícil practicar la esperanza en los tiempos que vivimos. Muchísimas son las cosas que militan en su contra: las críticas y ataques, los valores morales en declive, el materialismo. Humanamente hay poquísimos motivos para la esperanza; pero la esperanza no se basa en meras consideraciones humanas, sino en la bondad de Dios, y tenemos que poner lo que está de nuestra parte." La creación está esperando, expectante, esta luz. Pienso que el speranto, esta lengua que pretende unir a los hombres, tienen como lema la estrella verde, la esperanza. Dios niño viene a decirnos que sí, que podemos aprender la lengua de los hijos de Dios, que nos une a todos, en un mundo en el que todos seamos hermanos. Navidad nos habla de que si Dios se ha hecho Niño, es posible un mundo mejor, en el que reine la alegría. Que por muy negro que parezca el futuro, y nuestros conflictos parezcan sin solución, siempre hay un punto en lo más profundo del alma –¡la estrella verde!- que emana la luz y el calor de Belén, que nos llena y nunca nos deja sentirnos vacíos, que es fuente inagotable de ilusiones y proyectos. Porque Jesús entra dentro de la Historia, es solidario con todo lo nuestro, y nunca nos sentiremos solos: "Si las estrellas bajan para mirarte, / detrás de cada estrella / camina un ángel" (Luis Rosales).

 

Adviento: 21 de Diciembre: María es modelo de cómo servir, con la alegría de tener al Señor

Adviento: 21 de Diciembre: María es modelo de cómo servir, con la alegría de tener al Señor

 

Texto del Evangelio (Lc 1,39-45): En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».

 

Comentario: Este Evangelio que leemos cuatro días antes de Navidad continúa el relato de la Anunciación, y la llena de gracia, animada por el Espíritu Santo, sabiendo que Isabel la podía necesitar, partió sin dilación, en latín dice el texto: "cum festinatione", que en catalán también se dice: "haciendo fiesta", es decir de modo festivo, alegre, de prisa y contenta, como se ha dicho es la alegría al sentir en sus entrañas a Jesús, es como la primera Procesión del Corpus, la presencia del Huésped, y ese dulce peso pone alas a sus pies. "Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz". Quizá, acompañada de san José, llegó a aquella población de las montañas de Judea, Aín-Karim.

Ahí sucede el segundo anuncio, cuando Isabel nota a su hijo que salta de gozo en sus entrañas y ella, llena del Espíritu Santo, exclama "con gran voz", es decir gritando en un éxtasis bendito: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor". (Como respuesta, María pronunciará uno de los cánticos más bellos que jamás hayan sido pronunciados, el Magnificat.)

Hoy vemos a María, la mujer del "sí", que pronuncia un "sí" no sólo con la boca, sino con todo su ser, alma y cuerpo, voluntad recia que lleva al servicio. Es un modelo fascinante de prontitud, generosidad y gozosa entrega. El don de su maternidad se amplía, se hace extensible al Hombre Dios y a todo hombre, imagen de su Hijo Dios. Maternidad y servicio van así unidos para siempre. ¿Qué genera la alegría: la presencia de Jesús en ella, la maternidad o el servicio? Pienso que las tres cosas van unidas: asumir la presencia de Dios con una disposición llena de fe, vivir la vocación consiguiente a la obediencia de esta fe, y el servicio abnegado que esta vocación conlleva. En concreto, la maternidad y la paternidad, entendida como vocación hecha vida en las familias y enfocada al servicio a los demás, a la apertura del don de sí, es siempre fuente de alegría. Estos años hay una cultura "de la muerte" y es importante recordar –como hace la Iglesia- que la familia es "santuario de la vida". Y ver la vida enraizada en la vocación al servicio –don de sí- y alegría, como estamos recordando.

Hoy leemos el Evangelio del servicio, que da alegría y es la mejor manifestación de la libertad. Juan Pablo II decía que la anticoncepción y el aborto «tienen sus raíces en una mentalidad hedonista e irresponsable respecto a la sexualidad y presuponen un concepto egoísta de la libertad, que ve en la procreación un obstáculo al desarrollo de la propia personalidad».

Lejos de abandonarse a quietud de la contemplación, estando tranquilamente en su casa de Nazaret, la caridad es imaginativa, tiene inventiva, y actúa según los medios que tengamos a mano: "La caridad es servicial, no busca sólo su propio interés, y lo soporta todo" (1Cor. 13). San Bernardo dice que desde entonces María quedó constituida en "Canal inmenso" por medio del cual la bondad de Dios envía hacia nosotros las cantidades más admirables de gracias, favores y bendiciones. Tomo de autor desconocido estas palabras: María, en la Visitación, se hace también "servidora del prójimo", "servicio de la caridad a domicilio", Nuestra Señora de los servicios domésticos. Nuestra Señora del delantal puesto, Nuestra Señora de los mandados, Nuestra Señora de la cocina y de la escoba. Es así modelo en su viaje, para los viajes de servicio que nosotros podamos también hacer. Podemos pensarlo cada vez que meditamos este misterio del Rosario. Dice mi amigo Àngel Caldas: "La alegría de Dios y de María se ha esparcido por todo el mundo. Para darle paso, basta con abrirse por la fe a la acción constante de Dios en nuestra vida, y recorrer camino con el Niño, con Aquella que ha creído, y de la mano enamorada y fuerte de san José. Por los caminos de la tierra, por el asfalto o por los adoquines o terrenos fangosos, un cristiano lleva consigo, siempre, dos dimensiones de la fe: la unión con Dios y el servicio a los otros. Todo bien aunado: con una unidad de vida que impida que haya una solución de continuidad entre una cosa y otra".

lunes, 21 de diciembre de 2009

Adviento: 19 de Diciembre: cultivar el silencio creador… como preparación para expresar la palabra

Adviento: 19 de Diciembre: cultivar el silencio creador… como preparación para expresar la palabra

 

Texto del Evangelio (Lc 1,5-25):  Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote, llamado Zacarías, del grupo de Abías, casado con una mujer descendiente de Aarón, que se llamaba Isabel; los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin tacha en todos los mandamientos y preceptos del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos de avanzada edad.

 

Sucedió que, mientras oficiaba delante de Dios, en el turno de su grupo, le tocó en suerte, según el uso del servicio sacerdotal, entrar en el Santuario del Señor para quemar el incienso. Toda la multitud del pueblo estaba fuera en oración, a la hora del incienso. Se le apareció el Ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso. Al verle Zacarías, se turbó, y el temor se apoderó de él. El ángel le dijo: «No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Juan; será para ti gozo y alegría, y muchos se gozarán en su nacimiento, porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, y a muchos de los hijos de Israel, les convertirá al Señor su Dios, e irá delante de Él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto».

 

Zacarías dijo al ángel: «¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en edad». El ángel le respondió: «Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte esta buena nueva. Mira, te vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, porque no diste crédito a mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo».

 

El pueblo estaba esperando a Zacarías y se extrañaban de su demora en el Santuario. Cuando salió, no podía hablarles, y comprendieron que había tenido una visión en el Santuario; les hablaba por señas, y permaneció mudo. Y sucedió que cuando se cumplieron los días de su servicio, se fue a su casa. Días después, concibió su mujer Isabel; y se mantuvo oculta durante cinco meses diciendo: «Esto es lo que ha hecho por mí el Señor en los días en que se dignó quitar mi oprobio entre los hombres».

 

Comentario: Cuenta Ignasi Fuster que ante lo "sobrenatural" del nacimiento de Juan el Bautista, Zacarías no manifiesta en el momento oportuno la visión sobrenatural de la fe: «¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en edad» (Lc 1,18). ¿Pone a prueba a Dios? ¿Habla por hablar? ¿Tiene la mirada excesivamente humana? ¿Le falta la docilidad confiada en los planes de Dios?, no sabemos, la cuestión es que habla cuando "no toca", y ha de tener un "aprendizaje" para desempeñar mejor su misión. "Soy dueño de mi silencio y esclavo de mis palabras", decía la canción del grupo "Héroes del silencio". A veces hablar es no poner atención, estar "despistado", es decir "fuera de la pista", y hay que volver a la pista, dejar de estar "fuera de juego" y volver al juego. Es decir, estar preparados para la Navidad, mantener la presencia de Dios a lo largo del día, y para ello tener "el arte de callar".

El silencio es necesario para escuchar a Dios, para oírle. "Si escuchas la voz de Dios, no endurezcas tu corazón". Y dice también la Escritura: "Envía tu luz y tu salvación" (Salmo 34). Hemos de pedir luz para descubrir nuestra situación, sin preocuparse mucho si nos equivocamos, pero aprendiendo de la experiencia, y si es necesario hacer "dieta" de hablar, "ayuno" de palabras, para mejorar en los planes y proyectos. Silencio, para considerar la Presencia, no la ausencia. ¿Para pensar? Sí, y aún mejor: para oír a Dios en mí. Establecer momentos en los que vamos a una isla desierta, para tener en ese oasis paz de ruidos, y encontrarse a uno mismo con sinceridad, atreverse a ello…

Adviento, 18 de Diciembre: la confianza de san José en Dios es modelo para nosotros… (como reacciona ante la “duda”)

Adviento, 18 de Diciembre: la confianza de san José en Dios es modelo para nosotros… (como reacciona ante la "duda")

 

Texto del Evangelio (Mt 1,18-24): La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto.

 

Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en Ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: «Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: "Dios con nosotros"». Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer.

 

Comentario: En María y José encontramos un matrimonio ejemplar, modelo para todos nuestros hogares, pero sin duda singular, como vemos en el Evangelio de hoy. Es también naciente iglesia doméstica, que custodiará el Redentor. Son de carne y hueso como nosotros, vivían nuestras mismas dificultades y alegrías similares a las nuestras. La Sagrada Familia es modelo de nuestras familias, luchaban por llevar las cosas adelante, y nos enseñan a vivir las "dificultades" en positivo: transformarlas en "posibilidades", de amar más, de ser más entregados, de tener más fe y perseverancia; así se refuerza el amor y la fidelidad. Las dificultades de "ordinaria administración" no aparecen en el Evangelio: problemas con clientes del taller, rumores de pueblo, estrecheces económicas propias de vivir al día… Se intuye que para ellos los nervios no degeneraban en discusiones; que cuando no podían solucionar una cosa hablando, optaban por el silencio (es una forma de diálogo, cuando se ama): meditar las cosas, el silencio de la oración… Los problemas que nos muestra el Evangelio no son los pequeños de cada día, sólo vemos los más graves… y vemos como actúan, en silencio, "aguantan en el dolor" y esperan el "dedo" de Dios…

Embarazada como está la Virgen, estando desposada con José, él ve que espera un hijo. Sabe de su pacto de virginidad, que habían acordado entre los dos. Ella, por vocación; él, seguramente por acompañarla pues la quería en la situación que ella dispusiera, respetando su compromiso con Dios, pues eso hace el amor.

¿María le dijo lo del ángel? Quizá sí, y José la acompañó a visitar y estar esas semanas o meses a su prima Isabel. Quizá se sintió entonces indigno de estar ahí por medio, que molestaba en un plan que no tenía nada que ver con él, como escribía mi amigo Antoni Carol: si les veían muy unidos iba a ser difícilmente creíble el misterio de la Encarnación virginal. Dios no dice nada; María ve a José pensar esas cosas, i ella intuye y sufre pero tampoco dice nada… José hace oración, y sigue sin tener luces. La Virgen intenta hacerse cargo del desconcierto de su esposo —que no se siente digno para acompañarla—.

José es el que permanece en segundo plano, oculto, escondido, con su sí permanente es el hombre fiel: de fe a prueba de fuego, dócil a la voz del Señor, aunque sea en sueños, como solía hablarle el ángel. Se acomoda a los planes divinos sin protestar. Es el hombre del santo encogimiento de hombros, que todo le está bien. Le veo con una fe que rezumaba paz: cuando una cosa iba como esperaba diría: "gracias a Dios!", y cuando iba al revés, diría: "bendito sea Dios!", de manera que siempre estaba entre dar gracias y bendecir a Dios.

La decisión de dejar a María era darle libertad, quedaba fuera del riesgo de pública infamia; y él aparecía como causante de la separación. Dios, al ver su docilidad, no le hace sufrir más e interviene en sueños por medio de un ángel. La caricia de Dios da vida otra vez a José, que así se va preparando más y más para su misión.

Hay quien piensa la otra posibilidad, que María sabe y calla, que no dice nada a José, quien al conocer su estado piensa dejarla –quedando él mal- y no discute ni se queja ni pide explicaciones convencido de que algo divino está ocurriendo, y que aquel asunto no es suyo. Cumpliendo la ley, debía dejarla, y la deja libre para no perjudicarla. No estaría ajeno a conocer lo que pasó con el nacimiento de Juan Bautista y los portentos –quedarse mudo Zacarías, etc.-.

Dios ilumina a José en sueños, y José es dócil: aprende a ir al paso de Dios, como más tarde cuando se le indica que vaya a Egipto, que vuelva, etc.

Desplazarse a Belén para empadronarse no sería nada fácil, José sabía que era inoportuno aquel viaje; pensaba que algún pariente en Belén les podría albergar, pero una vez más nada salió como ellos habían pensado: el viaje a Egipto será otro ejemplo de cambio de planes, como en el episodio del Niño perdido y hallado en el Templo… aprenden a meditar las cosas, a ir al paso de Dios, para cumplir su voluntad. Todo esto es modelo para nosotros, les pedimos a José y María que nos ayuden a dejarnos llevar por Dios, a tener confianza y ver esa mano invisible que nos acompaña y nos guía a lo largo de la vida.

Adviento, 17 de Diciembre: nuestra grandeza está en el amor que Dios nos tiene. Estamos interconexionados en este «libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham»

Adviento, 17 de Diciembre: nuestra grandeza está en el amor que Dios nos tiene. Estamos interconexionados en este «libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham»

 

Texto del Evangelio (Mt 1,1-17):  Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham: Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos, Judá engendró, de Tamar, a Fares y a Zara, Fares engendró a Esrom, Esrom engendró a Aram, Aram engendró a Aminadab, Aminadab engrendró a Naassón, Naassón engendró a Salmón, Salmón engendró, de Rajab, a Booz, Booz engendró, de Rut, a Obed, Obed engendró a Jesé, Jesé engendró al rey David.

David engendró, de la que fue mujer de Urías, a Salomón, Salomón engendró a Roboam, Roboam engendró a Abiá, Abiá engendró a Asaf, Asaf engendró a Josafat, Josafat engendró a Joram, Joram engendró a Ozías, Ozías engendró a Joatam, Joatam engendró a Acaz, Acaz engendró a Ezequías, Ezequías engendró a Manasés, Manasés engendró a Amón, Amón engendró a Josías, Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando la deportación a Babilonia.

Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel, Zorobabel engendró a Abiud, Abiud engendró a Eliakim, Eliakim engendró a Azor, Azor engendró a Sadoq, Sadoq engendró a Aquim, Aquim engendró a Eliud, Eliud engendró a Eleazar, Eleazar engendró a Mattán, Mattán engendró a Jacob, y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo. Así que el total de las generaciones son: desde Abraham hasta David, catorce generaciones; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce generaciones; desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones.

 

Comentario: La genealogía de Jesús nos lleva a pensar en dos puntos: en primer lugar, que nuestra grandeza no está en los méritos sino en el amor que Dios nos tiene. Luego, que estamos todos interconexionados, y lo que hacemos influye en los demás y en la historia. Estos dos puntos están muy vivos en el pesebre. Para entender la necesidad de profundizar en nuestra dignidad vino Jesús en Navidad, y para formar un pueblo renacido, como hijos de Dios.

1. Pero antes, podemos ver cómo esto no se vive, quizá porque no se ha explicado bien. De hecho, hoy, el 17-XII-2007 en "La Vanguardia" decía Juliette Gréco, la voz del existencialismo y la chanson francesa: "Nunca he tenido el sentido del mañana. Lo primero que hago cuando abro los ojos es dar las gracias. Me extraña ser tan mayor y seguir haciendo lo que me gusta, es un gran regalo". No se entiende bien el cielo, y por tanto veían el sentido moral como una privación de libertad, pues dice: "cuando André Gide murió, le mandó un telegrama a François Mauriac, un escritor muy católico: "Haz todas las tonterías que quieras, el infierno no existe. Firmado: Gide"".

Es importante devolver al mundo el gusto por la felicidad, y el sentido profundo de Dios, no el justiciero sino el amante. Cuando le preguntan: "¿Cuál es la lección más importante que le ha dado la vida?", responde la cantante: "Que el otro es Dios. Y que pese a la gravedad de algunas cosas, nada es serio. El tiempo y la vida son un regalo, a veces cruel y difícil", lo cual no es del todo falso, pues las dos tablas de la ley son –en alguna corriente judía- divididas en 5 y 5 mandamientos, la tabla de los primeros 5 hace referencia a Dios, el hombre es sagrado, ahí está Dios, de ahí el imperativo: "no matarás". Los otros 5 hacen referencia a las consecuencias para los demás: bienes materiales y espirituales, pero la persona es sagrada.

Esta visión negativa de la vida tiene influencias en la vida, por eso el amor es débil cuando no se basa en Dios. Cuando le preguntan por el fracaso matrimonial, es una pena ver cómo huye del perdón: "Siempre me he ido antes de que las cosas se deterioraran; por tanto, sólo tengo amigos. Y siempre lo advierto: "Cuidado, soy muy paciente, pero hay un límite". Pero nadie me cree hasta el día en que digo adiós." En el fondo de tantos fracasos matrimoniales no hay un hecho, el que se toma en cuenta para pedir el divorcio: "es que me hizo esto…" sino que es más bien un cúmulo de hechos que hacen colmarse el vaso hasta decir "no puedo más", "se ha roto".

También la falta de autoestima es consecuencia de cerrarse en uno, no dejar que este deseo de trascendencia nos lleve a Dios: "En mi trabajo ha sido todo fácil, salvo aguantarme a mí misma. Soy dura y severa conmigo misma. Soy la persona a la que menos quiero". Es necesario oír la voz interior, que nos lleva a cosas grandes hechas a base de cosas pequeñas: "¿Qué merece la pena en la vida?" Responde: "Hacer feliz. Y cosas pequeñas, como cocinar para otros. Es una cuestión de detalles".

2. En la genealogía de Jesús –decíaVan Thuân predicando al Papa y su Curia- hay un canto al amor de Dios, "su misericordia es eterna": "Levanta del polvo al indigente y de la inmundicia al pobre para que se siente entre los príncipes de su pueblo"». No hemos de portarnos bien para que Dios nos quiera, sino que Dios nos quiere de todos modos, y eso nos ayuda mucho a portarnos mejor: «No hemos sido escogidos a causa de nuestros méritos, sino sólo por su misericordia. "Te he amado con un amor eterno, dice el Señor". Esta es nuestra seguridad. Este es nuestro orgullo: la conciencia de ser llamados y escogidos por amor».

En ese contexto, es bonito ver que no se nos esconde que pecadores y prostitutas fueron antepasados de Jesús. El complejo problema del pecado y de la gracia está ahí reflejado: «Si consideramos los nombre de los reyes presentes en el libro de la genealogía de Jesús, podemos constatar que sólo dos de ellos fueron fieles a Dios: Ezequiel y Jeroboam. Los demás fueron idólatras, inmorales, asesinos... En David, el rey más famoso de los antepasados del Mesías, se entrecruzaba santidad y pecado: confiesa con amargas lágrimas en los salmos sus pecados de adulterio y de homicidio, especialmente en el Salmo 50, que hoy es una oración penitencial repetida por la Liturgia de la Iglesia. Las mujeres que Mateo nombra al inicio del Evangelio, como madres que transmiten la vida y la bendición de Dios en su seno, también suscitan conmoción. Todas se encontraban en una situación irregular: Tamar es una pecadora, Rajab una prostituta, Rut una extranjera, de la cuarta mujer no se atreve a decir ni siquiera el nombre. Sólo dice que había sido "mujer de Urías", se trata de Betsabé».

Este panorama no lleva al desánimo, sino que el pecado exalta la misericordia de Dios: «Y sin embargo -añadió el arzobispo vietnamita- el río de la historia, lleno de pecados y crímenes, se convierte en manantial de agua limpia en la medida en que nos acercamos a la plenitud de los tiempos: en María, la Madre, y en Jesús, el Mesías, todas las generaciones son rescatadas. Esta lista de nombres de pecadores y pecadoras que Mateo pone de manifiesto en la genealogía de Jesús no nos escandaliza. Exalta el misterio de la misericordia de Dios. También, en el Nuevo Testamento, Jesús escogió a Pedro, que lo renegó, y a Pablo, que lo persiguió. Y, sin embargo, son las columnas de la Iglesia. Cuando un pueblo escribe su historia oficial, habla de sus victorias, de sus héroes, de su grandeza. Es estupendo constatar que un pueblo, en su historia oficial, no esconde los pecados de sus antepasados», como sucede con el pueblo escogido.

Ante la pregunta ¿es posible hoy tener esperanza? La respuesta es "sí": la conciencia de la fragilidad del hombre y sobre todo del amor de Dios constituyen las grandes garantías de la esperanza: «todo el Antiguo Testamento está orientado a la esperanza: Dios viene a restaurar su Reino, Dios viene a restablecer la Alianza, Dios viene para construir un nuevo pueblo, para construir una nueva Jerusalén, para edificar un nuevo templo, para recrear el mundo. Con la encarnación, llegó este Reino. Pero Jesús nos dice que este Reino crece lentamente, a escondidas, como el grano de mostaza... Entre la plenitud y el final de los tiempos, la Iglesia está en camino como pueblo de la Esperanza».

«Hoy día, la esperanza es quizá el desafío más grande. Charles Péguy decía: "La fe que más me gusta es la esperanza". Sí, porque, en la esperanza, la fe que obra a través de la caridad abre caminos nuevos en el corazón de los hombres, tiende a la realización del nuevo mundo, de la civilización del amor, que no es otra cosa que llevar al mundo la vida divina de la Trinidad, en su manera de ser y obrar, tal y como se ha manifestado en Cristo y transmitido en el Evangelio. Esta es nuestra vocación. Hoy, al igual que en los tiempos del Antiguo y del Nuevo Testamento, actúa en los pobres de espíritu, en los humildes, en los pecadores que se convierten a él con todo el corazón».

3. Hemos visto como la genealogía familiar de Jesús no es un "expediente inmaculado". Pero hay un segundo aspecto: la comunión de los santos nos une a todos, en una solidaridad que abraza todos los hombres de todos los tiempos. Los que están en la Iglesia triunfante de cielo; en la Iglesia purgante y la Iglesia peregrinante, es decir los que caminamos aún en esta vida: «Hasta que el Señor venga en su esplendor con todos sus ángeles y, destruida la muerte, tenga sometido todo, sus discípulos, unos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos, se purifican; mientras otros están glorificados (...)» (LG, 49)" (Catecismo de la Iglesia Católica, 954). Existe una comunicación de bienes espirituales entre los miembros de la Iglesia, sea el que fuere el estado en el que se encuentren: "«Como todos los creyentes forman un solo cuerpo, el bien de los unos se comunica a los otros... Es, pues, necesario creer que existe una comunión de bienes en la Iglesia. Pero el miembro más importante es Cristo, ya que El es la cabeza... Así, el bien de Cristo es comunicado a todos los miembros, y esta comunicación se hace por los sacramentos de la Iglesia» (Santo Tomás, symb. 10). «Como esta Iglesia está gobernada por un solo y mismo Espíritu, todos los bienes que ella ha recibido forman necesariamente un fondo común» (Catech. R., 1, 10, 24)" (Catecismo de la Iglesia Católica, 947).

La Iglesia está anticipada en esa larga genealogía que anuncia la salvación que Dios ha querido traernos, formando un pueblo, una comunidad y sirviéndose de unos intermediarios (sacerdotes, profetas, reyes, jueces...). Todos participamos de la misión de la Iglesia, apoyados en la comunión de los santos: "De que tú y yo nos portemos como Dios quiere – no lo olvides– dependen muchas cosas grandes" (J. Escrivá, Camino, 755).

La reacción ante esta responsabilidad histórica no puede ser asustarnos "«¡No tengáis miedo!». No tengáis miedo del misterio de Dios; no tengáis miedo de Su amor; ¡y no tengáis miedo de la debilidad del hombre ni de su grandeza! El hombre no deja de ser grande ni siquiera en su debilidad" (JP II, TE, p. 34).

Hoy día hay miedo, se quiere quitar este sentido social de la Iglesia, y relegarla al ámbito de lo privado o de la propia conciencia de cada uno. Pero esto no es lo que desea Dios: la humanidad forma un pueblo, y sin Dios éste se dispersa, se diluye, pierde su identidad. Por eso, sin mezclarse con el poder humano, "compete siempre y en todo lugar a la Iglesia proclamar los principios morales, incluso los referentes al orden social, así como dar su juicio sobre cualesquiera asuntos humanos, en la medida en que lo exijan los derechos funfdamentales de la persona humana o la salcación de las almas» (CIC, 747, 2)" (CAT, 2032).

 

domingo, 20 de diciembre de 2009

Miércoles de la 3ª semana de Adviento. Los cielos son llamados a destilar el rocío… ha llegado la salvación: “Anunciad a Juan lo que habéis visto y oído”

Miércoles de la 3ª semana de Adviento. Los cielos son llamados a destilar el rocío… ha llegado la salvación: "Anunciad a Juan lo que habéis visto y oído"

 

Libro de Isaías 45 y 6b-8.18.21b-25. «Yo soy el Señor, y no hay otro: artífice de la luz, creador de las tinieblas, autor de la paz, creador de la desgracia; yo, el Señor, hago todo esto. Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad la victoria; ábrase la tierra, y brote la salvación, y con ella germine la justicia; el Señor, lo he creado.» Así dice el Señor, creador del cielo -él es Dios-, él modeló la tierra, la fabricó y la afianzó; no la creó vacía, sino que la formó habitable: «Yo soy el Señor, y no hay otro. No hay otro Dios fuera de mí. Yo soy un Dios justo y salvador, y no hay ninguno más. Volveos hacia mí para salvaros, confines de la tierra, pues yo soy Dios, y no hay otro. Yo juro por mi nombre, de mi boca sale una sentencia, una palabra irrevocable: "Ante mí se doblará toda rodilla, por mí jurará toda lengua"; dirán: "Sólo el Señor tiene la justicia y el poder." A él vendrán avergonzados los que se enardecían contra él; con el Señor triunfará y se gloriará la estirpe de Israel.»

 

Salmo 84,9ab-10.11-12.13-14. R. Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al justo.

Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos.» La salvación está ya cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra.

La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo.

El Señor nos dará la lluvia, nuestra tierra dará su fruto la justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos.

 

Evangelio según san Lucas 7,19-23. En aquel tiempo, Juan envió a dos de sus discípulos a preguntar al Señor: - «¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?» Los hombres se presentaron a Jesús y le dijeron: -«Juan, el Bautista, nos ha mandado a preguntarte: "¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?"» Y en aquella ocasión Jesús curó a muchos de enfermedades, achaques y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista. Después contestó a los enviados: -«Id a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Y dichoso el que no se escandalice de mí.»

 

Comentario: 1.- Is 45,6b-8.18.21b-26. El capítulo 45 de Isaías comienza con un oráculo de investidura dedicado a Ciro. Por primera vez en la historia del pueblo escogido un oráculo favorable se dirige a un rey extranjero llamándolo "el ungido". Después de las invasiones de Babilonia y Siria cuya política era arrasar y aniquilar los pueblos conquistados, el gobierno de Persia, más permisivo y conciliador, resulta una bendición para la nación judía. Dentro de ese canto dirigido a Ciro, rey de Persia, se halla el verso 8º: "Que los cielos manden de lo alto la lluvia y que las nubes descarguen la justicia. Que se abra la tierra y produzca su fruto que es la salvación. La tradición de la Iglesia y la liturgia han aplicado estos versos a la venida del Salvador. Cristo es el primer "brote" de la nueva humanidad renovada. Justicia y salvación son los frutos de la humanidad fecundada por la misericordia divina.

Esta es una de las profecías de Isaías que el Adviento ha tenido más en cuenta. La renovación mesiánica es anunciada como una «primavera». La naturaleza entera se renueva y participa a la eclosión del Mesías.

-Que los cielos destilen el rocío. Que las nubes derramen la justicia y produzca la salvación. Que la justicia haga que crezcan a la vez todos sus brotes... Visión poética y optimista. Una vez más, oímos esa revelación constante de la Biblia. La humanidad no puede ser feliz, sin que la naturaleza obtenga de ello un beneficio. La tierra reseca recibe un «rocío» que la hace "fecunda" y las yemas brotan de todas partes. Concepción optimista de la naturaleza.

-¡Yo, el Señor, he creado todo esto! Así habla el Señor, el Creador de los cielos. Que ha modelado la tierra y la ha formado. No la creó como un desierto, sino para que fuera habitada. Constantemente debemos volver a encontrar ese sentido profundo de las cosas, ese optimismo enraizado. Efectivamente, Dios hizo hermosa la tierra; y quiere que sea bella, fecunda y dichosa. El anuncio de la era mesiánica, anuncia también ese renuevo. ¿Cuál es mi participación en esa renovación? Concebir todo mi trabajo, mi vida de familia, mis compromisos, como una cooperación a Dios creador.

-Yo soy el Señor. No existe ningún otro. No hay otro Dios, sino Yo. Ese optimismo está fundado en un monoteísmo feroz. Isaías es el más estricto defensor del monoteísmo: ¡un solo Dios! ¡No hay otro!

-Un Dios justo y salvador, no hay otro fuera de mi. ¡Volveos a mí y seréis «salvados», habitantes de toda la tierra! La reivindicación divina no es una reivindicación orgullosa y tiránica... ¡un monopolio! ¡Es un «servicio»! Soy el único que puedo salvaros. No erréis la dirección. ¡Seria un gran daño para vosotros buscar una «salvación» fuera de mí! Seríais muy desgraciados. Malograríais vuestra vida. Esto fue dicho no sólo al pueblo hebreo, sino a "todos los habitantes de la tierra", en un universalismo sorprendente para aquella época. Cristo Jesús ha venido. Leamos de nuevo esas frases proféticas pensando en El. ¡Sálvanos, Señor! ¡Salva a todos los habitantes de la tierra!

-¡Sólo al Señor la justicia y la fuerza! A El se volverán avergonzados los que se habían levantado contra El. Cristo cambia los corazones: los que estaban "contra El", van «hacia El». Esta es la maravillosa primavera anunciada. Cumple, Señor, tu promesa. Cambia el corazón de los hombres (Noel Quesson).

Con la posibilidad cada vez más cercana del retorno de los desterrados, Isaías sigue afianzando con mayor fuerza aquella esperanza de la liberación. Precisamente el capítulo 45 comienza con la alusión a Ciro, el rey persa que permitirá el regreso. Este rey es llamado Ungido, mi ungido. El profeta lo considera un instrumento importante de Dios y por eso no duda denominarlo ungido = Mesiáh = Mesías. Sin embargo el pueblo no puede confundirse. No porque Ciro sea el medio por el cual habrá liberación, podrán ellos suplantar a Dios. Precisamente los primeros versículos de la perícopa que nos presenta hoy la liturgia son la ratificación del único Señorío de Dios. Los especialistas asumen que a partir de aquí ya se puede empezar a hablar de un monoteísmo teórico en Israel. Es decir, la evolución teológica ha madurado al punto de no reconocer ninguna otra divinidad para ningún otro pueblo; YHWH es único y no hay otro fuera de él. Antes del exilio, el concepto era distinto; los demás pueblos tenían sus dioses. Israel seguía únicamente a YHWH como al Verdadero, pero ello no implicaba que no se reconocieran otras divinidades.

El monoteísmo teórico implica, por tanto, un estadio más avanzado en el proceso de reflexión teológica de Israel, y este es el camino de la paternidad universal de Dios. Si uno solo es Dios, él es el único que ha podido crearlo todo, por él todo subsiste y se mantiene, a él única y exclusivamente acudirán todos los pueblos de la tierra. Con toda razón, pues, Isaías es el gran promotor de esta etapa teológica, gracias a él y a su predicación Israel se abre paso a una nueva etapa de la revelación.

Dios por medio de su Hijo, encarnado por obra del Espíritu Santo en el Señor purísimo de María Virgen, nos ofrece el perdón de nuestros pecados y la vida eterna. Y aun cuando esta oferta de parte de Dios ya está hecha, no puede hacerse realidad en nosotros si no abrimos nuestro corazón a la justificación que nos viene de Dios. Por eso podemos decir que cada uno va colaborando con la gracia para que la Redención no quede inutilizada en nosotros, ni caiga como en saco roto. De una u otra forma también vamos colaborando para que la salvación llegue nuestro prójimo. Incluso cuando alguien se levante en contra nuestra y nos calumnie, maldiga, persiga o crucifique, estará colaborando con Dios para que seamos purificados y lleguemos como un holocausto digno a su presencia. Aprendamos a alabar a Dios y a confiarnos a Él no sólo cuando todo marche bien, sino incluso en los momentos más difíciles de nuestra vida, imitando así al Señor que, perdonando a sus verdugos, confió su Espíritu en manos de su Padre Dios, sabiendo que era necesario padecer todo eso, para entrar así en su Gloria.

 

2. Sal. 85 (84). El Padre Dios nos envió su Palabra eterna, para que los que la escuchemos y pongamos en práctica, seamos eternamente bienaventurados en su presencia. Sin embargo la Palabra de Dios llega a nosotros como una buena semilla, que habiendo sido sembrada en nuestros corazones, necesita dar fruto, y frutos abundantes de salvación. Por eso el Señor derrama en nosotros la lluvia abundante de su gracia y de su Espíritu Santo, para que no sólo nos llamemos hijos de Dios, sino que lo seamos en verdad, y lo manifestemos con nuestras buenas obras, pues de lo que está lleno el corazón de eso habla la boca. Dios siempre ha sido bondadoso para con nosotros; si Él nos ha dado su Vida, demos frutos de justicia y de paz; sólo así nos habremos puesto en camino tras las huellas de Cristo hacia la Gloria del Padre.

El único que puede salvar es Dios. Él es el todopoderoso, el creador de la luz y las tinieblas, de la paz y de las tribulaciones. Sólo a él podemos clamar pidiendo salvación y justicia.

Los profetas intentaban recordar al pueblo -siempre olvidadizo y distraído- la existencia y la actuación de ese Dios trascendente, el único, el «todo Otro», lleno de poder y de misericordia a la vez, Señor del cosmos y de la historia.

De esta convicción brota la oración más propia del Adviento: «cielos, lloved vuestro rocío, ábrase la tierra y brote el Salvador». El único que puede concedernos eso es Dios: «yo, el Señor, lo he creado. ¿Quién anunció esto desde antiguo? ¿no fui yo, el Señor?». El salmo 84 es uno de los más propios del tiempo de Adviento: «la salvación está ya cerca de sus fieles». Seria bueno que lo rezáramos entero, reposadamente, por ejemplo después de la comunión, o en un momento de oración personal.

 

3. Lc 7,19-23. Histórica o no, la pregunta del Bautista ha condensado su destino de mensajero que anuncia la llegada del juicio de Dios sobre la tierra. Por eso, cuando los días han pasado, cuando acaba su vida en el fracaso aparente de una cárcel, es lógico que toda su existencia se convierta en la voz de una llamada: ¿Eres tú el que ha de venir? Esta pregunta es el sentido de la historia de Israel. Cuando se ha escuchado la voz de los profeta que evocan un futuro de presencia de Dios sobre la tierra; cuando todos los días se siente la urgencia de los apocalípticos, que anuncian el juicio ya inminente; cuando por doquier se advierten (y se aguardan) los signos de un futuro despertar del cosmos, la figura de Jesús tiene que suscitar una pregunta: ¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro? Esa pregunta sigue flotando en medio de la historia. Los hombres que aguardan y aceleran la irrupción de la justicia (los marxistas); los que sueñan con un mundo más humano; los que esperan un futuro cataclismo que destruya los cimientos del orden establecido; los que simplemente sufren aplastados por la figura de Jesús, siguen preguntando: "¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro?" La respuesta de Jesús se despliega en el plano de los principios de los hechos. En el plano de los principios Jesús ha tomado como norma la esperanza de Israel, que aguarda la salvación definitiva de los hombres (reflejada en la cita de Is 35, 5 y 61,1): sólo cuando el mundo cambie, cuando surja una existencia nueva que destruya la ceguera, pequeñez y muerte de los hombres puede hablarse de irrupción (o de llegada) del Mesías de Dios sobre la tierra.

Pasando al plano de los hechos, Jesús ha mostrado el inmenso atrevimiento de afirmar que la novedad del mundo nuevo ha irrumpido ya sobre la tierra: los pobres reciben la buena noticia, caminan los que estaban impedidos, ven los ciegos y los muertos resucitan. Mirada desde fuera, esta pretensión produce escándalo (7, 23): es verdad que ha curado a unos enfermos; es verdad que ha ofrecido a unos cuantos la ilusión del reino... Pero, en el fondo, todo sigue igual; los pobres continúan oprimidos; desesperan y mueren los enfermos; se pudren en la tumba los que han muerto.

Sobre esta pretensión de Jesús se dividen los espíritus. Por más que le admiren, los judíos de todos los tiempos, los marxistas de hoy día o simplemente los incrédulos, suponen que Jesús ha fracasado. Puede haber tenido buenos gestos e intenciones, pero al fin todo continúa como siempre. Por eso, después de haber preguntado "¿eres tú el que ha de venir?", responden, quizá con tristeza: ¡No, Jesús no era el que ha de venir! Y siguen esperando (o desesperando). En cambio, los cristianos admiten el testimonio de Jesús y piensan que en el gesto de su vida (su amor y sus milagros) ha comenzado a irrumpir sobre el mundo la realidad definitiva (la victoria de la vida sobre la muerte).

A manera de conclusiones señalamos: a) Dios no se revela solamente en el final, cuando la vida haya destruido la muerte: Dios se está manifestando a través de toda la historia de Jesús, en sus milagros iniciales, en el fracaso de su muerte y en el comienzo nuevo de su pascua. b) Los milagros de Jesús tienen sentido como principio de un camino que (pasando ciertamente por la muerte) conduce a la resurrección universal, en la que se mostrará abiertamente que era "el que ha de venir". c) Nosotros creemos en Jesús en la medida en que llevamos la "buena noticia de la libertad" a los pobres, en la medida en que ayudamos a los necesitados; sólo así testimoniamos nuestra fe en la Pascua (com, edic. Marova).

-Juan Bautista, llamando a dos de sus discípulos, los envió a Jesús para que le hiciesen esta pregunta,; "¿Eres tú aquel que ha de venir, o debemos esperar a otro? Es necesario captar primero el drama profundo que encierra esta pregunta. Juan Bautista es un hombre que, como todos sus contemporáneos, esperaba con ardiente intensidad un Mesías triunfador y purificador por el fuego. Decía: "El os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego; tomará en su mano el bieldo, y limpiará su era, guardará después el trigo en su granero, y quemará la paja con fuego que no se apaga".

Estas eran las palabras llenas de ardor con las que Juan Bautista había anunciado anteriormente al Mesías. Ahora bien, Señor, ¿qué esperas? ¿Eres Tú éste? A menudo, ¿no es esa también nuestra pregunta y nuestra extrañeza? ¿Por qué Dios no se manifiesta mejor? ¿Por qué no nos da signos más claros de su poder? La respuesta de Jesús, para ser mejor recibida, requiere haber pasado un tiempo de prueba y de experiencia de esta especie de escándalo.

-En la misma hora curó Jesús a muchos de sus enfermedades y llagas, y de espíritus malignos, y dio vista a muchos ciegos. ¡Tales son los signos! Ante todo son signos de amor para la humanidad pobre y aplastada, signos de liberación de la desgracia. Tal es Dios. No es ante todo, aquel que hace gala de su poder, sino "aquel que ha venido para servir", es el que salva... porque ama. ¿De qué modo colaboro en el trabajo de Dios?

-Respondióles, pues, diciendo: "Id y contad a Juan las cosas que habéis visto y oído..." Jesús, no ha comenzado por contestar; ha comenzado por actuar. Me paro a contemplar esta actitud. Jesús no tiene prisa en aportar argumentos, en discutir, en demostrar intelectualmente. Silenciosamente, "pasa haciendo el bien", "potente en la acción... en la palabra" (Hechos 10, 38). Procuro imaginar a Jesús en medio de estos enfermos, tratando de hacerles bien... sus gestos, las breves palabras que les dirige.

-Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan... Jesús cita al profeta Isaías (29, 18. 19; 35, 5-6) Así se inserta en la gran tradición de Israel, en la espera que le ha precedido. Adviento nos hace revivir este tiempo de espera. Son tantos los hombres que hoy también esperan la liberación de todo lo que pesa sobre sus vidas. En mi plegaria, expreso a Dios lo que percibo concretamente a mi alrededor de esta inmensa aspiración de la humanidad.

-A los pobres... se les anuncia la Buena Nueva. Es el resumen de todos los otros beneficios. Hablar a los pobres, decirles alguna cosa "buena" para ellos. Hablar al corazón de los pobres para darles una noticia, la buena nueva de su liberación. Está claro el por qué; en un tal asunto, hay que actuar primero antes que hablar. Y yo, ¿soy quizá de los que a menudo me contento con sólo mis buenas intenciones?

-Y bienaventurado aquel que no se escandalizare por causa mía. Una bienaventuranza nueva: No escandalizarse por las preferencias divinas (Noel Quesson).

Este poder salvador de Dios se manifestaba ya en el A.T., pero sobre todo en Cristo Jesús.

El Bautista, que sigue siendo el personaje de esta semana, no sabemos si para cerciorarse él mismo, o para dar a sus discípulos la ocasión de convencerse de la venida del Mesías, les envía desde la cárcel con la pregunta crucial: «¿eres tú, o esperamos a otro?» El Bautista orienta a sus discípulos hacia Jesús. Luego ellos, como Andrés con su hermano Simón Pedro, irán comunicando a otros la buena noticia de la llegada del Mesías. La respuesta de Jesús es muy concreta y está llena de sentido pedagógico.

Son sus obras las que demuestran que en él se cumplen los signos mesiánicos que anunciaban los profetas y que hemos ido escuchando en las semanas anteriores: devuelve la vista a los ciegos, cura a muchos de sus achaques y malos espíritus, resucita a los muertos, y a los pobres les anuncia la Buena Noticia. Ésa es la mejor prueba de que está actuando Dios: el consuelo, la curación, la paz, el anuncio de la Buena Noticia de la salvación.

En el mundo de hoy son muchos los que siguen en actitud de búsqueda, formulando, más o menos conscientemente, la misma pregunta: «¿eres tú o esperamos a otro?, ¿de dónde nos vendrá la felicidad, el pleno sentido de la vida? ¿de la Iglesia, de las ideologías, de las instituciones, de las religiones orientales, de las sectas, de los estimulantes? Porque no vemos que vayan reinando la justicia y la paz en este mundo». Nuestra respuesta debería ser tan concreta como la de Jesús, y en la misma dirección. Sólo puede ser evangelizadora una comunidad cristiana que cura, que atiende, que infunde paz y esperanza, que libera, que se muestra llena de misericordia. La credibilidad de la Iglesia, y de cada uno de nosotros, se consigue sólo si hacemos el bien a nuestro alrededor. Como en el caso de Jesús, de quien se pudo decir que «pasó haciendo el bien».

Como el Bautista ayuda a reconocer a Jesús, ¿actuamos también nosotros de precursores a nuestro alrededor? No hace falta ser sacerdote u obispo para eso. Todo cristiano puede, en este Adviento, ante todo crecer él mismo en su fe, y luego transmitirla a los demás, evangelizar, conducir a Jesús. Pueden ser precursores de Jesús los padres para con los hijos, los amigos con los amigos, los catequistas con su grupo. Y a veces al revés: los hijos para los padres, los discípulos para con el maestro. Según quién ayude y acompañe a quién, desde su fe y su convicción. Todo el que está trabajando a su modo en el campo de la evangelización, está acercando la salvación a este mundo, está siendo profeta y precursor de Adviento para los demás. Para que no sigan esperando a otro, Y se enteren que ya ha venido el Salvador enviado por Dios.

El programa mesiánico no se ha cumplido todavía. No reinan en la medida que prometían los profetas la justicia y la paz. El programa mesiánico sólo está inaugurado, sigue en marcha hasta el final. Y somos nosotros los que lo llevamos adelante. Cuanto más se manifieste la justicia y la esperanza en nuestro alrededor, tanto mejor estamos viviendo el Adviento y preparando la Navidad.

En la Eucaristía, antes de comulgar, rezamos todos juntos el Padrenuestro. Y en esta oración hay una invocación que ahora en Adviento podemos decir con más convicción interior: «venga a nosotros tu Reino». Con el compromiso de que no sólo pedimos que venga el Salvador, sino también que nosotros trabajaremos en la construcción, en nuestro mundo de hoy, de ese Reino que trae paz y salvación a todos (J. Aldazábal).

Lucas subraya que la fama de Jesús se va extendiendo por todas partes: "por toda la judea y las regiones vecinas contaban lo que Jesús había hecho" (Lc 7, 17). Juan el Bautista se entera de lo que Jesús está haciendo y envía mensajeros para que le pregunten sí él es el Mesías, el Esperado. Jesús no da una respuesta con palabras, sino con hechos tan significantes que atestiguan por sí solos que ha llegado el Reino de Dios. La Palabra y la acción de Jesús son al mismo tiempo denuncia y anuncio. Denuncian a la sociedad que masacra al pueblo, y anuncian una sociedad nueva donde el pueblo será liberado para convertirse en protagonista de un mundo nuevo, centrado en la vida (servicio biblico latinoamericano).

La pregunta que Juan manda a decir a Jesús en el evangelio de hoy nos deja con una inquietud a nosotros: ¿dudaba Juan? Es posible que, como ser humano que era, agobiado además por una prisión injusta y cruel, hubiera llegado al extremo de sus fuerzas y se preguntara si todo había valido la pena. O es posible que en un acto supremo de heroico desprendimiento haya enviado a sus discípulos sólo para que estos se convencieran de quién era aquel a quien ahora debían seguir. La pregunta en todo caso sirve de ocasión para que Cristo haga hablar no a sus labios sino a sus manos, pues son las obras de amor y salvación las que proclaman aquí quién es el Señor.

Puede extrañar la frase final de lo que dice Jesús, "Dichoso el que no se escandalice de mí." Recordemos que "escandalizarse" según el sentido original del término es "tropezar," esto es, encontrar algo que impide seguir avanzando o creyendo. ¿Y cómo puede Cristo ser motivo de escándalo? Puede serlo porque la audacia de su amor y las exigencias de su seguimiento pueden parecer excesivas. Reconocer que Cristo es admirable no es difícil; reconocer en él la Palabra que define mi vida y el juez de mi existencia no es obvio, y necesitamos auxilio de lo Alto para no equivocarnos, o como dice Cristo, no "escandalizarnos."

Jesús nace en una cueva, oculto a los ojos de los hombres que lo esperan, y unos pastores de alma sencilla serán sus primeros adoradores. La sencillez de aquellos hombres les permitirá ver al Niño que les han anunciado. También nosotros lo hemos encontrado y es lo más extraordinario de nuestra pobre existencia. Sin el Señor nada valdría nuestra vida. Se nos da a conocer con señales claras. No necesitamos más pruebas para verle. Dios da siempre señales para descubrirle. Pero hacen falta buenas disposiciones interiores para ver al Señor que pasa a nuestro lado. Sin humildad y pureza de corazón es imposible reconocerle, aunque esté muy cerca. Nuestra propia historia personal está llena de señales para que no equivoquemos el camino. Nosotros podemos decir, como se le dijo Andrés a su hermano Simón: ¡Hemos encontrado al Mesías!

Tener visión sobrenatural es ver las cosas como Dios las ve, aprender a interpretar y juzgar los acontecimientos desde el ángulo de la fe. Sólo así entenderemos nuestra vida y el mundo en el que estamos. El Señor nos da suficiente luz para seguir el camino: si somos humildes no tendremos que pedir nuevas señales. Lo que pasa es que a veces nos sobra pereza o nos falta correspondencia a la gracia. El Señor ha de encontrarnos con esa disposición humilde y llena de autenticidad, que excluye los prejuicios y permite escuchar al Señor, porque a veces Su voluntad contraría nuestros proyectos o nuestros caprichos.

No hay otro a quien esperar. Jesucristo está en nosotros y nos llama. Iesus Christus heri, et hodie; ipse et in saecula (Hebreos 13, 8). " ¡Cuánto me gusta recordarlo! : Jesucristo, el mismo que fue ayer para los Apóstoles y las gentes que le buscaban, vive hoy para nosotros, y vivirá por los siglos. Somos los hombres los que a veces no alcanzamos a descubrir su rostro, perennemente actual, porque miramos con ojos cansados o turbios" (J. Escrivá de Balaguer). Nosotros queremos ver al Señor, tratarle, amarle y servirle. ¡Abrid de par en par las puertas a Cristo!, nos anima su Vicario (Juan Pablo II). Debemos desear una nueva conversión para contemplarle en esta próxima Navidad. La Virgen nos ayudará a prepararnos para recibirle, y su fortaleza ayudará nuestra debilidad, y nos hará comprobar que para Dios nada es imposible (Francisco Fernández Carvajal).

Jesús da testimonio de que Él es el Enviado del Padre, el esperado, el anunciado por los profetas. Y lo hace no con palabras, sino con sus obras, conforme a lo que del Mesías habían anunciado los profetas. En otra ocasión Él se confiesa como hijo de Dios; y cuando lo iban a apedrear por blasfemo se defiende diciendo: Si no creen por las palabras que les digo, créanlo por mis obras; ellas dan testimonio de que realmente yo vengo de Dios. Este camino de verdad es el mismo camino de la Iglesia. Por eso hemos de meditar si no nos hemos conformado con anunciar el Evangelio sólo con las palabras, si más bien, nosotros mismos, hemos dejado que el Espíritu Santo nos convierta en un Evangelio viviente del Padre; y esto para que, por nuestra unión a Cristo, Él continúe realizando, desde nosotros, aquellas señales que hagan entender a los demás que el Señor Jesús sigue caminando entre nosotros y haciendo el bien a todos.

Nuestro Dios y Padre nos reúne en torno suyo para celebrar esta Eucaristía. Él quiere que nos relacionemos con Él como hijos fieles. Su Palabra no puede pronunciarse en estos momento de un modo intrascendente. No podemos permanecer indiferentes ante el Señor que nos habla, que nos instruye, que nos envía a continuar su obra de amor y de salvación en el mundo y su historia. No sólo celebramos la Eucaristía; nos hacemos parte de ella; junto con Cristo entregamos nuestra vida por la salvación de todo el mundo. Y no sólo hablaremos de Cristo a los demás, sino que gracias a entrar en comunión de vida con Él su Iglesia queda convertida en un signo de su amor para todos, de tal forma que desde ella debe brillar con todo su esplendor el Rostro de Cristo. Vayamos a contarle a los demás lo que aquí hemos visto y oído.

Vayamos como testigos. No sólo hablemos de las maravillas de Dios; hagámoslas a favor de los demás, pues mientras aquellos que nos escuchen no contemplen a Cristo, mientras no comprueben las señales de su entrega no van a creer. Y esas huellas de la entrega de Cristo las conocerán desde nosotros, que hemos sido marcados con el Sello del Espíritu Santo. La Iglesia es una huella del amor de Dios en el mundo. Por medio de ella todos deben contemplar a Cristo como en un espejo, pues hemos de reflejar desde nosotros su amor, su entrega, su perdón, su misericordia, su justicia, su paz. Si en lugar de sanar en los demás las heridas que el pecado ha abierto, las hacemos más profundas y dolorosas, ¿Cómo van a creer en el Dios liberador, salvador y lleno de amor que les anunciamos? Dios nos ha comunicado su vida. No la hagamos estéril en nosotros. Si el Señor nos invita a que volvamos a Él para que nos salve, no cerremos ante Él nuestro corazón; no anunciemos un Cristo diferente al que se nos anunció a nosotros por medio de los apóstoles. El Enviado del Padre ha de ser seguido con toda fidelidad y no sólo anunciado con los labios.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber ser fieles en el anuncio del Evangelio, hecho, especialmente con el testimonio de nuestra propia vida (Homiliacatolica.com).

jueves, 17 de diciembre de 2009

Martes de la 3ª semana de Adviento. Se promete la salvación mesiánica a todos los pobres. La parábola de los dos hijos, sobre la obediencia a la voluntad de Dios. Juan, el precursor, testimonio auténtico, y los pecadores le creyeron

Martes de la 3ª semana de Adviento. Se promete la salvación mesiánica a todos los pobres. La parábola de los dos hijos, sobre la obediencia a la voluntad de Dios. Juan, el precursor, testimonio auténtico, y los pecadores le creyeron

 

Profecía de Sofonías 3,1-2.9-13. Así dice el Señor: «¡Ay de la ciudad rebelde, manchada y opresora! No obedeció ni escarmentó, no aceptaba la instrucción, no confiaba en el Señor, no se acercaba a su Dios. Entonces daré a los pueblos labios puros, para que invoquen todos el nombre del Señor, para que le sirvan unánimes. Desde más allá de los ríos de Etiopía, mis fieles dispersos me traerán ofrendas. Aquel día no te avergonzarás de las obras con que me ofendiste, porque arrancaré de tu interior tus soberbias bravatas, y no volverás a gloriarte sobre mi monte santo. Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor. El resto de Israel no cometerá maldades, ni dirá mentiras, ni se hallará en su boca una lengua embustera; pastarán y se tenderán sin sobresaltos.»

 

Salmo 33,2-3.6-7.17-18.19 y 23. R. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha

Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren.

Contempladlo, y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias.

Pero el Señor se enfrenta con los malhechores, para borrar de la tierra su memoria. Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias.

El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. El Señor redime a sus siervos, no será castigado quien se acoge a él.

 

Evangelio según san Mateo 21, 28-32. «Pero ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Llegándose al primero, le dijo: 'Hijo, vete hoy a trabajar en la viña.'Y él respondió: 'No quiero', pero después se arrepintió y fue. Llegándose al segundo, le dijo lo mismo. Y él respondió: 'Voy, Señor', y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?» - «El primero» - le dicen. Díceles Jesús: «En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no creísteis en Él, mientras que los publicanos y las rameras creyeron en Él. Y vosotros, ni viéndolo, os arrepentisteis después, para creer en Él.

 

Comentario: 1.- So 3,1-2.9-13. Estos dos primeros vv. constituyen una queja dolorosa de Dios, al ver que Jerusalén, lejos de oír su voz, de buscarle y arrepentirse con sincera conversión, se ha vuelto ciudad rebelde, manchada, opresora", ciudad materialista. No obedecen... ni aceptan... ni confían... ni se acercan. Es la ausencia de Dios y de lo divino en una sociedad. Es el ateísmo práctico. Por eso, en la última parte del texto, Dios se desborda generosamente en promesas de restauración mesiánica. Y no sólo para Jerusalén, sino para todos los pueblos, a los que dará "labios puros" para que "le invoquen y le sirvan unánimes". Jesús de Nazaret, el Hijo amado del Padre es, al mismo tiempo, el primer hermano de nuestra raza que ha tenido esos labios puros para invocar el nombre del Señor, que ha tenido ese corazón obediente para vivir cumpliendo incondicionalmente la voluntad de Dios. En "aquel día", en la era mesiánica en que nos encontramos, nadie tendrá por qué avergonzarse de sus malas obras pasadas. La razón es todo un evangelio: "porque arrancaré de tu interior..." Los hombres de la era mesiánica están renovados interiormente, transformados en Cristo: "el pueblo pobre y humilde que confiará en el nombre del Señor". Esta pobreza es el abandono activo y confiado en los designios de Dios. El profeta Sofonías escribe un siglo después de Isaías, aproximadamente en el 640. También él anuncia que las desgracias que sobrevendrán a Jerusalén, la purificarán. Y que será el comienzo de una era nueva, que verá la conversión y la afluencia de paganos en el pueblo de Dios: visión mesiánica y universalista.

-¡Ay de Jerusalén!, la ciudad rebelde, impura, opresora. No ha escuchado la voz, no ha aceptado la corrección, no ha puesto su confianza en el Señor... La historia del pueblo escogido es una larga serie de infidelidades: idolatrías, injusticias sociales, hipocresía religiosa. Es tarea de los profetas denunciar ese mal. Sin embargo, Dios continúa trabajando en medio de todo eso. ¡Ambigüedad profunda de toda obra humana! Mezcla de bien y de mal, en el interior mismo del pueblo de Dios. HOY también, en la Iglesia.

-Pero yo transformaré los pueblos y purificaré sus labios, para que invoquen todos el nombre del Señor... ¡Allende los ríos de Etiopía, mis hijos dispersos me aportarán ofrendas! Sofonías anuncia la conversión de Egipto y de Etiopía símbolo de países lejanos. Dios dará a los paganos unos "labios puros" dignos de alabar a Dios. Vendrán hasta Jerusalén para «aportar sus ofrendas». El episodio de los magos, venidos de países lejanos es una repetición de esa profecía. Es bastante emocionante oír que el mismo Dios llama a los «paganos» sus «hijos dispersos». Esa fórmula ha sido insertada en las nuevas plegarias eucarísticas. Dios no se olvida de sus hijos... ¡incluso cuando éstos le olvidan! ¿Cuál es mi preocupación misionera? ¿Tengo tendencia a condenar a "los que no conocen a Dios todavía"?, ¿a los «no practicantes»? Aquel día no tendrás ya que avergonzarte de todas tus rebeldías contra mí, porque entonces extirparé de tu seno a todos los orgullosos con su insolencia, y tú no volverás a engreírte en mi monte santo. Esa afluencia de paganos que se dirigen a Jerusalén para adorar a Dios, contribuye a la purificación del pueblo escogido: los arrogantes, los que creían que el monte del templo era un privilegio exclusivo, quedan abatidos. Sí, que hay que librarse de todo exclusivismo y de todo orgullo, ¡sobre todo del orgullo que rechaza a los demás!

-En medio de ti, sólo dejaré subsistir un pueblo pequeño y pobre, que se refugiará en el monte del Señor. En el pueblo renovado, solamente subsisten los humildes y los pobres. Es como un anuncio de lo que sucedió en Belén. Después de anunciar la venida de los paganos -los magos- se anuncia la llegada de los humildes -los pastores-.

-Ese «resto» de Israel no cometerá más injusticias... Renunciará a la mentira... Se apacentarán y reposarán sin que nadie los turbe. La «pobreza espiritual», la que Jesús ha beatificado, ya está aquí. Líbranos, Señor, de todo orgullo, de toda suficiencia, de toda condena, de toda dureza. Haznos pequeños y pobres ante Ti. Consérvanos humildes ante tu paz. ¡La Iglesia, concebida como el "pequeño resto" de los humildes! De los que modestamente encuentran su refugio en el Señor, y no en sus propias fuerzas (Noel Quesson).

Un siglo después de Isaías, y un poco antes de Jeremías, alza su voz el profeta Sofonías, recriminando al pueblo de Judá (el reino del Sur) y advirtiéndole que le pasará lo mismo que antes a Samaria (el reino del Norte): el castigo del destierro. Israel se cree una ciudad rica, poderosa, autosuficiente, y no acepta la voz de Dios. Aunque oficialmente es el pueblo de Dios, de hecho se rebela contra él y se fía sólo de sí misma. Se ha vuelto indiferente, increyente. Ya no cuenta con Dios en sus planes. El profeta les invita a convertirse, a cambiar el estilo de su vida, a abandonar las «soberbias bravatas», a volver a escuchar y alabar a Dios con labios puros, sin engaños: sin prometer una cosa y hacer otra, como va siendo su costumbre. Anuncia también que serán los pobres los que acojan esta invitación, y que Dios tiene planes de construir un nuevo pueblo a partir del «resto de Israel», el «pueblo pobre y humilde», sin maldad ni embustes, que no pondrá su confianza en sus propias fuerzas sino que tendrá la valentía de ponerla en Dios. Se repite la constante de la historia humana que cantará María en su Magnificat: Dios ensalza a los pobres y humildes, y derriba de sus seguridades a los que se creen ricos y poderosos.

Sofonías ve la comunidad de su tiempo dividida en dos; por una parte, los rebeldes que no quieren acercarse a Dios, porque son orgullosos y confían más en las alianzas políticas. Han escuchado la voz de los profetas que los llaman a conversión y no quieren enmendarse. Por otra el pueblo humilde que por ser pobre confía en el Señor.

Este profeta que vivió en los tiempos del rey Josías (rey que despertó grandes esperanzas en el pueblo de Israel, pero fue vencido en combate) combatió el descorazonamiento del pueblo que escandalizado por aquel aparente abandono de Dios, volvió a los pecados religiosos. No es esta, según el profeta, la reacción adecuada. Un pueblo que experimenta su debilidad y su pobreza, encontrará su fortaleza en una vuelta sincera a Dios, reconociéndose pobre y débil ante Él. Este reconocimiento es lo que le hace grato a los ojos de Dios. Tres actitudes describe el profeta Sofonías en su mirada a Israel: La de quienes se muestran rebeldes, opresores, incultos, desconfiados de los hombres y de Dios, y lo desprecian. A éstos los considera el profeta dignos de lástima. La de quienes, percibiendo en lontananza –desde pueblos lejanos- las maravillas de Dios sobre Israel y sus hijos, gozan en la esperanza de que también ellos serán liberados un día por quien tan poderoso y tierno se les muestra. Éstos acudirán con ofrendas al altar del Señor mostrando su gratitud. Y la de quienes, avergonzados de su pasado, llegan a reconsiderar su lamentable estado y actitudes y vuelven a la Casa del Señor de la que nunca debieron alejarse. Estos, humildes, sencillos, arrepentidos, formarán el 'resto de Israel' que ya no defraudará a su Señor.

Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. Si el pecador se arrepiente y se convierte, tendrá con él la salvación. Por muy grandes que sean los pecados del hombre, Dios le llamará continuamente a la conversión y le ofrecerá el perdón. Por eso, quienes hemos depositado en el Señor nuestra fe y nuestra esperanza hemos de confiar en Él, en su amor, en su bondad, en su misericordia, pues el Señor está siempre dispuesto a quitar de en medio de nosotros el orgullo, la soberbia y cualquier otra clase de maldad. Por eso, si en verdad ha llegado a nosotros la salvación de Dios, hemos de manifestarla mediante nuestras buenas obras, pues mediante ellas expresamos, de un modo externo, nuestro amor fiel a la voluntad de Dios sobre cada uno de nosotros. Por medio de su Hijo Dios nos ofrece su perdón y su paz; ojalá y no despreciemos el don de Dios.

El Señor nos dice por medio del profeta Isaías: "Así como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de haber fecundado la tierra y de hacerla producir frutos abundantes, así será la Palabra que salga de mi boca, no volverá a mí con las manos vacías." Solamente nosotros tenemos el poder de hacer inútil esa Palabra de Dios por cerrarnos en nuestros egoísmos, maldades, miserias y pecados. Entonces la Encarnación del Hijo de Dios, como Salvador nuestro, dejaría de ser eficaz para nosotros, y seríamos dignos de que el Señor nos reprendiera, como hoy lo hace por medio del profeta Sofonías, diciendo: "Ay de la ciudad rebelde y opresora, que no ha escuchado la voz, ni aceptado la corrección; que no ha confiado en el Señor ni vuelto a su Dios." Mas no por eso pensemos que el Señor nos ha abandonado; Él continúa amándonos e invitándonos a volver a Él, rico en misericordia y siempre dispuesto a perdonarnos. Efectivamente, Dios no envió a su propio Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. Si el pecador se arrepiente y se convierte, encontrará en Cristo la salvación. Por muy grandes que sean los pecados del hombre, Dios le llama continuamente a la conversión y le ofrece su perdón. Por eso, los que hemos depositado nuestra fe y nuestra esperanza en el Señor, hemos de confiar en Él, en su amor, en su bondad, en su misericordia, pues siempre está dispuesto a quitar de en medio de nosotros el orgullo, la soberbia y cualquier otra clase de maldad. Por eso, si en verdad ha llegado a nosotros la salvación de Dios, manifestémosla mediante nuestras buenas obras, pues sólo por medio de ellas expresamos, de un modo externo, nuestro amor fiel a la voluntad de Dios sobre cada uno de nosotros.

 

2. Sal. 34 (33). Dios es siempre compasivo y misericordioso para con nosotros. Nuestra vida está en sus manos; esa es nuestra alegría y nuestra paz. Sin embargo no podemos alegrarnos sólo porque el Señor vele por nosotros. Es necesario que dejemos de ser malvados; sólo así podremos vivir nuestra fe sin hipocresías y dar testimonio del Señor, no sólo con nuestras palabras, sino con nuestra vida misma. Dios siempre está dispuesto a escuchar el clamor de los suyos, y a ponerse de su parte como poderoso Defensor. Ojalá y siempre seamos de los suyos porque, además de darle un culto agradable, sepamos escuchar su Palabra, meditarla amorosamente en nuestro corazón, y ponerla en práctica, fortalecidos con su Espíritu Santo. Tratemos no sólo de alegrarnos en el Señor, sino de dejar que el Señor nos convierta en motivo de alegría y de paz para los demás. El Señor ha creado a su Iglesia como signo de cercanía a todo hombre que sufre, para remediar sus males; a los pecadores para llamarlos a la conversión; a los abatidos para consolarlos. Vivamos unidos y confiados plenamente en el Señor; Él jamás nos abandonará; y, aunque todos nos persigan y maldigan, al final el Señor nos llevará sanos y salvos a su Reino celestial. Hagamos la prueba, y veremos qué bueno es el Señor; confiemos en Él y saltaremos de gusto, pues jamás nos sentiremos decepcionados.

Si Dios nos ha amado tanto, bendigamos su santo Nombre a todas horas. Que nuestra alabanza brote de lo más profundo de nuestro corazón, y se exteriorice tanto con los labios, como con una vida intachable y fiel a su voluntad sobre nosotros. Dios ha vuelto su mirada compasiva y misericordiosa hacia nosotros por medio de su Hijo, que ha salido a nuestro encuentro; escuchemos su voz y pongamos en práctica sus enseñanzas, para que así nos manifestemos constantemente como discípulos fieles y como siervos siempre dispuestos a llevar adelante la Obra de Dios. No confiemos en nuestras débiles fuerzas; no pensemos que la salvación es obra del hombre, pues, más bien, es la obra de Dios en el hombre; por eso pongámonos confiadamente en las manos de Dios y dejémonos conducir por su Espíritu; si hacemos esto saltaremos de gusto, pues el Señor jamás nos decepcionará, sino que estará siempre junto a nosotros e incluso nos librará para siempre de la muerte, pues su Victoria sobre el pecado y la muerte será nuestra victoria.

 

2.- Mt 21, 28-32 (ver domingo 26A). 3. «'No quiero', pero después se arrepintió y fue»… Hoy contemplamos al padre que tiene dos hijos y dice al primero: «Hijo, vete hoy a trabajar en la viña» (Mt 21,28). Éste respondió: «'No quiero', pero después se arrepintió y fue» (Mt 21, 29). Al segundo le dijo lo mismo. Él le respondió: «Voy, señor»; pero no fue... (cf. Mt 21,30). Lo importante no es decir "sí", sino "obrar". Hay un adagio que afirma que «obras son amores y no buenas razones».

En otro momento, Jesús dará la doctrina que enseña esta parábola: «No todo el que me diga: 'Señor, Señor', entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial» (Mt 7, 21). Como escribió san Agustín, «existen dos voluntades. Tu voluntad debe ser corregida para identificarse con la voluntad de Dios; y no la de Dios torcida para acomodarse a la tuya». En lengua catalana decimos que un niño "creu" ("cree"), cuando obedece: ¡cree!, es decir, identificamos la obediencia con la fe, con la confianza en lo que nos dicen.

Obediencia viene de "ob-audire": escuchar con gran atención. Se manifiesta en la oración, en no hacernos "sordos" a la voz del Amor. «Los hombres tendemos a "defendernos", a apegarnos a nuestro egoísmo. Dios exige que, al obedecer, pongamos en ejercicio la fe. A veces el Señor sugiere su querer como en voz baja, allá en el fondo de la conciencia: y es necesario estar atentos, para distinguir esa voz y serle fieles» (San Josemaría Escrivá). Cumplir la voluntad de Dios es ser santo; obedecer no es ser simplemente una marioneta en manos de otro, sino interiorizar lo que hay que cumplir: y así hacerlo porque "me da la gana".

Nuestra Madre la Virgen, maestra en la "obediencia de la fe", nos enseñará el modo de aprender a obedecer la voluntad del Padre.

En torno a la figura de Juan, el Precursor, y más tarde del mismo Mesías, Cristo Jesús, también hay alternativas de humildad y orgullo, de verdad y mentira. Jesús, con su estilo directo y comprometedor, interpela a sus oyentes para que sean ellos los que decidan: ¿quién de los dos hijos hizo lo que tenía que hacer, el que dijo sí pero no fue, o el que dijo no, pero luego de hecho sí fue a trabajar? Al Bautista le hicieron caso los pobres y humildes, la gente sencilla, los pecadores, los que parecía que decían que no. Los otros, los doctos y los poderosos, los piadosos, parecía que decían que sí, pero no fue sincera su afirmativa. Muchas veces en el evangelio Jesús critica a los «oficialmente buenos» y alaba a los que tienen peor fama, pero en el fondo son buenas personas y cumplen la voluntad de Dios. El fariseo de la parábola no bajó santificado, y el publicano, sí. Los viñadores primeros no merecían tener arrendada la viña, y les fue dada a otros que no eran del pueblo. Los leprosos judíos no volvieron a dar las gracias por la curación, mientras que sí lo hizo el tenido por pecador, el samaritano. Aquí Jesús llega a afirmar, cosa que no gustaría nada a los sacerdotes y fariseos, que «los publicanos y prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios», porque sí creyeron al Bautista. Jesús no nos está invitando a ser pecadores, o a decir que no. Sino a decir sí, pero siendo luego consecuentes con ese sí. Y esto, también en tiempos de Jesús, lo hace mejor el pueblo «pobre, sencillo y humilde» que se está reuniendo en torno a Jesús, siguiendo su invitación: «venid a mí, que soy sencillo y humilde de corazón». Ahora puede pasar lo mismo, y es bueno que recojamos esta llamada a la autocrítica sincera. Nosotros, ante la oferta de salvación por parte de Dios en este Adviento, ¿dónde quedamos retratados? ¿somos de los autosuficientes, que ponen su confianza en sí mismos, de los «buenos» que no necesitan la salvación? ¿o pertenecemos al pueblo pobre y humilde, el resto de Israel de Sofonías, el que acogió el mensaje del Bautista? Tal vez estamos íntimamente orgullosos de que decimos que sí porque somos cristianos de siempre, y practicamos y rezamos y cantamos y llevamos medallas: cosas todas muy buenas. Pero debemos preguntarnos si llevamos a la práctica lo que rezamos y creemos. No sólo si prometemos, sino si cumplimos; no sólo si cuidamos la fachada, sino si la realidad interior y las obras corresponden a nuestras palabras. También entre nosotros puede pasar que los buenos -los sacerdotes, los religiosos, los de misa diaria- seamos poco comprometidos a la hora de la verdad, y que otros no tan «buenos» tengan mejor corazón para ayudar a los demás y estén más disponibles a la hora del trabajo. Que sean menos sofisticados y complicados que nosotros, y que estén de hecho más abiertos a la salvación que Dios les ofrece en este Adviento, a pesar de que tal vez no tienen tantas ayudas de la gracia como nosotros. Esto es incómodo de oír, como lo fueron seguramente las palabras de Jesús para sus contemporáneos. Pero nos hace bien plantearnos a nosotros mismos estas preguntas y contestarlas con sinceridad.

En la misa de estos días, en las invocaciones del acto penitencial, manifestamos claramente nuestra actitud de humilde súplica a Dios desde nuestra existencia débil y pecadora: «tú que viniste al mundo para salvarnos», «tú que viniste a salvar lo que estaba perdido», «luz del mundo, que vienes a iluminar a los que viven en las tinieblas del pecado... Señor, ten piedad». Empezamos la misa con un acto de humildad y de confianza. Y no es por adorno literario, sino porque en verdad somos débiles y pecadores. Sólo el humilde pide perdón y salvación, como decía el salmo de hoy: «los pobres invocan al Señor y él les escucha». El Adviento sólo lo toman en serio los pobres. Los que lo tienen todo, no esperan ni piden nada. Los que se creen santos y perfectos, no piden nunca perdón. Los que lo saben todo, ni preguntan ni necesitan aprender nada (J. Aldazábal).

En tiempo de Jesús, como con Sofonías, el pueblo estaba dividido en dos categorías: los pecadores y los justos, que habían permanecido fieles a la religión oficial. Unos y otros son hijos de Dios. El acento recae no sobre lo que son, sino sobre lo que hacen o dejan de hacer. Especialmente los fariseos se imaginaban que por su fidelidad a la ley merecían la aprobación de Dios, pero en realidad ellos no habían cumplido la voluntad del Padre. Su piedad era vacía, su cumplimiento vano; no practicaban la justicia y despreciaban a los demás pensando ser los únicos justos. Pero Jesús les muestra que no es así. Son los pecadores, que antes rechazaron la voluntad de Dios, los que ahora le obedecen al aceptar primero la predicación de Juan el Bautista y luego la de Jesús. Los publicanos despreciados por los demás judíos, sin embargo, han mostrado más disponibilidad para seguir a Jesús. De hecho uno llegó a ser su discípulo y otro se convirtió. Y las prostitutas, han mostrado frente a Jesús una actitud de conversión y amor. Y los jefes que han visto eso no han querido arrepentirse y seguir a Jesús, sin embargo, son ellos los que no están cumpliendo la voluntad del Padre. A nosotros nos puede suceder lo mismo. Quizás creemos que tenemos derecho a los primeros puestos y en realidad, no tenemos sensibilidad social, ni acogemos a los pobres, ni nos preocupamos por los marginados. Estamos convencidos de que con una religiosidad formalista y ritual nos hemos ganado el reino de los cielos, mientras que otros, a los que rara vez vemos en la Iglesia, quizá sin saberlo, están más cerca del reino porque saben compartir lo poco que tienen, porque tienen un sentido de la justicia más afinado, porque no explotan a los demás.

Este es ciertamente uno de los pasajes más desconcertantes e hirientes. Para el creyente piadoso resultan un tanto contradictorias las palabras de Jesús. Perfectamente le pueden nacer inquietudes como éstas: ¿acaso un proscrito o una mujer de mala vida ir delante de las personas que siempre han sido religiosas? Esta misma pregunta se hicieron los contemporáneos de Jesús al ver cómo el Maestro se codeaba con la más baja ralea de la sociedad. En nuestros esquemas mentales, que no difieren mucho de los de los contemporáneos de Jesús, no cabe otro orden que el establecido por las instancias sociales reconocidas por un Estado, una religión y cierto conjunto de costumbres. Más allá de estos parámetros, lo que aparezca está por fuera de la ley y es despreciable. Pues bien, Jesús se saltó todas esas instancias y mediaciones con su enseñanza y conducta. Lo que Jesús hizo con los proscritos, los marginados y los despreciados no nació de una ocurrencia irreverente. La conducta de Jesús fue fruto de su fe, de su especial relación con Dios como Padre. El comprendió rápidamente que la ordenación del mundo, tal como estaba en su momento, no correspondía a un ideal divino sino que era fruto del capricho humano. Y, además, que era necesario saltarse las instancias institucionales para favorecer a los seres humanos relegados por las estructuras discriminadoras injustas. Por su fe en el ser humano y en Dios desafió a las autoridades y defendió el derecho de los pobres y los discriminados. Lo que dijo de las prostitutas y los pecadores (que "los precederán en el Reino de los cielos") se refería a la condición de estas personas que, en medio de sus inmensas limitaciones, son capaces de vivir valores del Reino que la sociedad tan rígidamente organizada no está en condiciones de asumir.

El reconocimiento del poder de Dios no depende del lugar que se ocupe en la comunidad. Cuando un grupo, o un individuo, se ha "instalado" en su vida religiosa, considera que toda la revelación pasa necesariamente por él. Es por eso por lo que las autoridades a las que se siguió dirigiendo Jesús no solamente no comprendieron el problema de la autoridad de Jesús, sino que tampoco fueron capaces de responder al llamado del padre a trabajar en su viña. La parábola de este día es necesario leerla desde ese trasfondo. Cada elemento tiene su significado y muy fácil descubrirlo: el padre de los hijos es Dios, el hijo que responde afirmativamente al principio y que luego no acude al pedido del trabajo es el pueblo de Israel, mientras que el hijo que en un principio no acepta el trabajo pero que luego se compromete con la viña de su padre son los que ingresan a la comunidad eclesial, provenientes tanto del judaísmo como del paganismo. Ahora bien, es importante comprender qué quiere decir Mateo. El evangelista necesita justificar la separación de su comunidad luego de las persecuciones a las cuales fueron sometidos los primeros cristianos. Es por eso por lo que su evangelio está cargado de relatos de conflictos entre Jesús y los fariseos. Esto nos sirve para no descalificar de plano a todo el pueblo judío (hay quienes aprovechan estos textos para sus propagandas neo-nazis). Desde esta perspectiva, quien no fue a trabajar a la viña es porque ha desoído al Padre, porque se ha asentado en una seguridad propia en lugar de escuchar la voz de Dios. Y esto no es porque pertenezca sin más al pueblo judío, porque inmediatamente la parábola concluye que entrarán al Reino de los Cielos los publicanos (o los de afuera) y los pecadores (es decir, los de adentro). De quienes participan del pueblo, ingresarán al Reino los pecadores, o mejor dicho, aquellos que eran excluidos arbitrariamente por estas autoridades, o quienes, por haber pecado en verdad, no recibían remisión y eran igualmente excluidos. Por lo tanto, según esta parábola, solamente aquellos que se sepan dependientes de Dios, que se sepan necesitados, que no confíen en sus fuerzas únicamente, quienes no vivan en el individualismo y el voluntarismo, llegarán al Reino. Estos son los pobres de Yavé, los anawim de los cuales habla Sofonías, los que el Señor se ha separado para manifestar su poder y su salvación.

El mismo problema de la sinceridad de tiempos de Sofonías la vemos ahora, al reconocer nuestra pobreza ante Dios, lo que refleja el evangelio, tomado de Mateo. La parábola de los dos hijos forma parte de una trilogía de parábolas: junto con los "viñadores perversos"(21,33-46); y "los invitados a la boda"(22,1-14), Todas ellas gravitan en torno a la idea del rechazo de Cristo por aquellos mismos que hubieran debido recibirlo, los jefes del pueblo. A lo largo del relato, fariseos y saduceos se unirán más y más contra Jesús (22,15-46) y el final serán las terribles maldiciones contra los fariseos (23,1-36). La estructura del relato es coherente y conscientemente ordenada. Estos cinco versículos se componen de tres partes distintas: el relato parabólico (v. 28-30), una primera aplicación de la parábola dirigida por Jesús a sus interlocutores a partir de una pregunta: "¿Cuál de los dos cumplió la voluntad del Padre?" (v.31), y una segunda aplicación (v. 32) que vincula estrechamente esta perícopa a la precedente (vv. 21,23-27, cfr vv. 25ss) mediante la mención de Juan Bautista. Algunos exegetas ven esta parábola, posterior al tiempo de Jesús, como una creación de la Iglesia primitiva, e igualmente la conclusión de las parábolas de los "viñadores homicidas" y de "el gran festín". La parábola tiene en este contexto un sentido de una coherencia notable; lejos de legitimar únicamente la buena nueva de la salvación (así Jeremías) tiene un neto carácter polémico contra los jefes del pueblo reunidos en torno a Jesús en el Templo: los publicanos y las prostitutas, que habían rechazado inicialmente la voluntad de Dios, expresada en la Ley, vuelven ahora hacia Él y entran en el Reino inaugurado por Jesús; en cambio, los jefes del pueblo que siempre han "dicho sí" a Dios, vuelven ahora la espalda a su enviado. El hombre de la parábola representa a Dios. Sus dos hijos representan las dos partes de que se componía el pueblo judío en tiempos de Jesús: los "pecadores" o indiferentes, que no observaban la ley y las prescripciones rabínicas, y los "justos" que habían permanecido fieles a la religión oficial; aquí: los jefes del pueblo. Observemos que unos y otros son en este pasaje hijos de Dios. Para unos y para otros, el acento va a recaer no sobre lo que son o dicen; sino sobre lo que van a hacer o dejan de hacer. Sobre este punto, Jesús y sus adversarios estarán de acuerdo (v 31a ; cf 7,21-27; 19,16; 23,3) (servicio bíblico latinoamericano).

Para Jesús, son las 'obras', no las 'palabras', las que van hablando de nuestro espíritu auténtico, lo que definen a una persona. Se cuenta que en una ocasión, la hermana pequeña de santo Tomás de Aquino le preguntó: –"¿Tomás, qué tengo yo que hacer para ser santa?"–. Ella esperaba una respuesta muy profunda y complicada, pero el santo le respondió: "Hermanita, para ser santa basta querer". ¡Sí!, querer. Pero querer con todas las fuerzas y con toda la voluntad. Es decir, que no es suficiente con un "quisiera". La persona que "quiere" puede hacer maravillas; pero el que se queda con el "quisiera" es sólo un soñador o un idealista incoherente. Éste es el caso del segundo hijo: él "hubiese querido" obedecer, pero nunca lo hizo. Aquí el refrán popular vuelve a tener la razón: "del dicho al hecho hay mucho trecho". Por eso, nuestro Señor nos dijo un día que "no todo el que me dice '¡Señor, Señor!' se salvará, sino el que hace la voluntad de mi Padre del cielo". Palabras muy sencillas y escuetas, pero muy claras y exigentes. Y nosotros, ¿cuál de estos dos hijos somos? (Clemente González).

Tú eres mi hijo: yo te he engendrado hoy (Salmo II), leemos en la Antífona de la Primera Misa de Navidad. "El adverbio hoy habla de la eternidad, el hoy de la Santísima e inefable Trinidad" (Juan Pablo II, Audiencia general). Precisamente por esto los judíos querían matar a Jesús, porque llamaba a Dios su Padre (Juan 5, 18). Suyo en sentido totalmente literal: El Niño que nacerá en Belén es el Hijo de Dios, Unigénito, consustancial al Padre, eterno, con su propia naturaleza divina y la naturaleza humana asumida en el seno virginal de María. Cuando esta Navidad le veamos inerme en los brazos de María no olvidemos que es Dios hecho Hombre por amor a cada uno de nosotros, y haremos un acto de fe profundo y agradecido, y adoraremos la Humanidad Santísima del Señor.

Jesús nos vino del Padre (Juan 6, 29). Pero nos nació de una mujer. El Espíritu Santo ha querido mostrarnos (Mateo 1, 1-25) cómo el Mesías se ha entroncado en una familia y en un pueblo, y a través de él en toda la humanidad. María le dio a Jesús, en su seno, su propia sangre: sangre de Adán, de Farés, de Salomón. Jesús, en cuanto Dios, es engendrado misteriosamente, no hecho, por el Padre desde toda la eternidad. De este Niño depende toda nuestra existencia: en la tierra y en el Cielo. Y quiere que le tratemos con una amistad y una confianza únicas. Se hace pequeño para que no temamos acerarnos a Él.

Nuestra vida debe ser una continua imitación de la vida de Jesús aquí en la tierra. Él, este Jesús (Hechos 2, 32), Dios hecho Hombre, es nuestro Modelo en todas las virtudes. No hay en nosotros un solo pensamiento o sentimiento bueno que Él no pueda hacer suyo, no existe ningún pensamiento o sentimiento suyo que no debamos nosotros esforzarnos en asimilar. Jesús amó profundamente todo lo verdaderamente humano: el trabajo, la amistad, la familia; especialmente a los hombres con sus defectos y miserias. Su Humanidad Santísima es nuestro camino hacia la Trinidad. Jesús nos enseña con su ejemplo cómo hemos de servir y ayudar a quienes nos rodean; la caridad es amar como yo os he amado (Juan 13, 34). Para imitar al Señor hemos de conocerlo, hay que "mirarse en Él" (J. Escrivá de Balaguer). La lectura y meditación del Evangelio nos facilitarán contemplar a Jesús Niño en la gruta de Belén, rodeado de María y José. Aprenderemos grandes lecciones de desprendimiento, de humildad y de preocupación por los demás. El Santo Evangelio nos ayudará a hacer de nuestra vida un reflejo de la vida de Jesús (Francisco Fernández Carvajal).

Hay un refrán que dice: "ir por lana y salir trasquilado". Se podría aplicar perfectamente a los sumos sacerdotes y los ancianos que, leíamos ayer, se acercaron a Jesús con la "extensión" equivocada. Tardarán todavía unas cuantas páginas del Evangelio en darse cuenta que Jesús habla de ellos. ¿Quién osaría decirles a la cara "los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios"?. Seguro que pensaban que estaba hablando "de otros" no de ellos, que eran justos y buenos.

Estamos en Adviento. Repetimos en nuestras celebraciones "Ven Señor Jesús". Si el día del Señor llegase ahora, según termines de leer estas líneas, ¿cómo te encontraría?. El Señor te juzgará a ti, no juzgará tu opinión sobre los demás, no va a compararnos para quedarse con el más bueno o el menos malo. Tal vez ya estés pensando en tu defensa, en lo que le dirás a Dios para justificarte: "Buenos, yo dije "Voy, Señor", pero ya sabes lo complicada que es la vida, tenía otras urgencias, hice algo que Tú no me pedías…, pero que seguro que era mucho mejor, en el fondo yo quise bla, bla, bla,…". Palabras y palabras que seguramente decimos con la vista baja, avergonzados, a ver si no son demasiado severos con nosotros. Pero atrévete a mirar entonces a los ojos a Cristo y comprenderás que "aquel día no te avergonzarás de las obras con que me ofendiste, porque arrancaré de tu interior tus soberbias bravatas". Dejarás que sea Él tu abogado defensor, comprenderás que "si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias", te sentirás "pobre y humilde" es decir, hijo pequeño de tan gran padre.

No esperes al día del juicio. En el fondo de tu corazón sabes perfectamente lo que Dios quiere de ti, cómo quiere que vivas, qué cosas tienes que arrancar de tu vida de una vez por todas, qué excusas te estás poniendo para no tomarte en serio tu ser hijo de Dios. Recapacita y ve a la viña, comienza a poner los medios. No es cuestión de fuerza de voluntad sino de la gracia de Dios: "no será castigado quien se acoge a él".

"Mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren", resuena como el cántico del corazón enamorado de María cuando conoció el plan de Dios. ¿A que no te compensa pasarte toda una vida buscando lana (excusas para justificar esas acciones impropias de un hijo de Dios) para, al final, salir trasquilado?. Acude al corazón misericordioso de Jesús y busca un sacerdote para hacer una confesión íntegra, completa, humilde, auténtica, y la gracia de Dios irá haciendo el resto. Hoy puede ser el día del Señor, el día en que comiences a descubrir la felicidad. María ayúdame a quitar todo lo que me estorba para comenzar mañana a caminar hacia Belén y llegar hasta el Calvario y de allí a Dios (Archimadrid).

¡Qué difícil es que un pagado de sí mismo entre en el Reino de los cielos! Antes de volver la mirada hacia Dios hemos de volver la mirada hacia nosotros mismos, no para deleitarnos en lo que somos y hemos hecho, sino para hurgar, hasta lo más profundo de nuestro ser y encontrarnos con nosotros mismos para reconocer nuestra forma de amar y de relacionarnos con Dios y con el prójimo. Si sólo nos escuchamos a nosotros mismos; si nuestro punto de referencia somos nosotros mismos, nos será muy difícil orientar nuestra vida conforme a los criterios de Cristo, Evangelio viviente del Padre. Cuando es el Señor Aquel a quien amamos con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra mente y con todo nuestro ser confrontamos nuestra vida a la luz de su persona y de sus enseñanzas; entonces nos reconocemos pecadores y volvemos a Él, rico en misericordia. No nos quedemos pensando que somos hijos de Dios sólo porque lo invocamos diciéndole ¡Señor, Señor! No basta con vivir, incluso en el templo de Dios, para sentirnos seguros en nuestra salvación. Mientras no nos dejemos salvar por Cristo no podemos decir que nuestras buenas obras sean las que nos vayan a salvar, pues no tenemos nada, ni a nadie, fuera de Él, que pueda conducirnos al Padre como hijos suyos. Pongamos, pues, nuestra fe y nuestra confianza totalmente en Cristo, pues Él es el único Enviado del Padre como nuestro Camino, Verdad y Vida.

El Señor nos reúne en torno a Él en este día para manifestarnos su amor hasta el extremo. Él quiere que vivamos unidos a Él, de tal forma que podamos realmente ser un signo creíble de su presencia salvadora en el mundo. Estemos ante Él como discípulos fieles. El Señor nos ama y quiere nuestra salvación. Por eso hemos de aprender a escuchar con amor su Palabra. Hemos venido a su presencia no sólo para manifestarle nuestras súplicas, sino para vivir conforme a sus enseñanzas. Nosotros entramos en Comunión de Vida con el Señor no sólo para ir a proclamar su Evangelio, sino para que ese Evangelio se encarne en nosotros, y así podamos anunciarlo no tanto con nuestras palabras, cuanto con el testimonio de una vida recta, guiados, ya no por nuestros caprichos, ni por nuestra concupiscencia, sino por el Espíritu de Dios.

La Iglesia, primera en haber iniciado su camino de conversión al Señor para unirse a Él plenamente, día a día debe dar testimonio de la Vida nueva y del Espíritu que Dios ha infundido en Ella. Por eso el anuncio que hacemos del Evangelio no tiene como base la erudición de nuestros estudios, sino nuestra experiencia personal del Señor. De nada nos serviría proclamar el Evangelio con palabras según la sabiduría humana si no somos capaces de conducir a la salvación a los que nos escuchen. Por eso nuestra gloria no está en algún título, o en ocupar algún puesto en la Iglesia, sino en el amor que nos convierte en servidores de los demás, después de que esa Palabra de Dios nos hizo ser los primeros en volver a Él. No nos confiemos; el Señor no espera de nosotros sólo una cáscara, una fachada de fe; Él nos quiere totalmente comprometidos en su seguimiento, pues el Reino de los cielos es para quienes, habiendo tomado su cruz de cada día, vayan tras las huellas del Señor hasta llegar, junto con Él, a su glorificación a la derecha del Padre Dios. Vivamos en un amor fiel, obedientes a la voluntad del Padre Dios sobre nosotros, sabiendo que, a pesar de que tal vez hasta ahora hayamos sido rebeldes, una vez vueltos a Dios, Él se convertirá para nosotros en nuestro perdón y en nuestra salvación.

 

Los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo: pareciera que ellos deberían ser los primeros en darle una respuesta, totalmente comprometida a Dios. Ellos estaban pendientes del cumplimiento de las promesas; pero tal vez se quedaron envueltos en sus reflexiones y, cuando llegó el momento tan esperado, no sólo pasó para ellos desapercibido, sino que lo vieron como un rival, más aún, como un enemigo que venía a quitarles aquello que les daba prestigio y seguridad. Por eso rechazan a Juan Bautista, para evitar un compromiso con la Justicia que viene de Dios; ellos no quieren prepararle el camino al Señor; ellos piensan que ya están preparados y que son los puros que no necesitan conversión; finalmente para ellos no será la salvación, pues el Señor ha venido en busca de los descarriados y pecadores, pues los justos no necesitan ya la conversión. Pero ese rechazo de la salvación y su cerrazón a la misma hará que se queden demasiado lejos de ver cumplidas en ellos las promesas divinas. En este aspecto los publicanos y las prostitutas, que abandonando sus caminos de maldad supieron escuchar la Palabra de Dios, hacerla suya y dejarse conducir por el Espíritu de Dios, se les adelantaron en el Reino de Dios a quienes pensaban que eran los únicos santos y puros ante Dios.

Nos reunimos en esta Eucaristía conscientes de nuestra fragilidad y de nuestros pecados. Sabemos que Dios, siempre dispuesto a perdonarnos, está resuelto a darnos demostrarnos su misericordia. Él ha venido a buscar a los pecadores que, como ovejas descarriadas, vivían lejos de Dios y de la Comunión Fraterna. Él nos manifiesta, en esta Eucaristía, Memorial de su Misterio Pascual, hasta dónde ha llegado su amor por nosotros. Por eso nosotros nos hemos de sentir amados inmensamente por Dios. El nacimiento de su Hijo es motivo de gozo para quienes nos sabemos pecadores; pero al mismo tiempo es motivo de hacer una seria reflexión acerca de lo que Dios quiere de nosotros: que dejados nuestros caminos de maldad iniciemos una vida de comportamientos a la altura de nuestra dignidad de hijos. Por eso, aun cuando en otro tiempo hayamos sido rebeldes, ahora seamos santos e irreprensibles por nuestra comunión de vida con Cristo Jesús.

¿Podemos decir que en verdad estamos cumpliendo la voluntad de Dios cuando nos sentamos a su Mesa y cuando escuchamos su Palabra? Cuando contemplamos a Cristo amándonos hasta el extremo y su Palabra se pronuncia sobre nosotros, no podemos sentirnos tranquilos y volver a casa para continuar con una vida desligada de la fe y del compromiso cristiano. Dios quiere que, como María, aprendamos a escuchar su Palabra, que la meditemos en nuestro corazón, que la vivamos y que la testifiquemos ante los demás, no sólo con bellos discursos, sino trabajando en los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra vida para que muchos otros alcancen la salvación que Dios nos ha ofrecido a nosotros, y que no puede quedar oculta en nuestras cobardías, pensando que, con que nuestro corazón arda de amor por el Señor con eso es suficiente. El Señor nos quiere apóstoles de su Evangelio, de su Amor, de su Salvación. Nuestras palabras, pero sobre todo nuestra vida, que se entrega a favor de los demás, hará saber que en verdad hemos dejado nuestros caminos de maldad y comenzamos a adelantar nuestros pasos hacia la unión plena con el Señor. No basta tener un puesto en la Iglesia, tal vez muy digno, tal vez participando de la dignidad de Cristo como Cabeza de la misma, para salvarnos; si no llevamos una vida congruente con nuestra fe, muchos se nos adelantarán por haber hecho caso al llamado a la conversión y por ir tras las huellas de Cristo. Dios no nos quiere sólo predicadores eruditos conforme a los criterios humanos; Él nos quiere testigos de su amor y de su misericordia que hemos experimentado en nuestra propia vida.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir no sólo comprometidos con Dios, sino comprometidos con nuestro prójimo, tanto para dar un testimonio de rectitud como para preocuparnos de hacerles siempre el bien, pues en esto Dios se complace. Si vivimos en un auténtico amor fraterno podremos decir que somos fieles a la voluntad del Señor, que nos ha ordenado amarnos como Él nos ha amado a nosotros. Amén (www.homiliacatolica.com).