viernes, 14 de mayo de 2010

MIÉRCOLES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: el Espíritu Santo es pedagogo, maestro de la Verdad que buscamos, que está en la Iglesia, y que hemos de propa



Atenas significa mucho en la antigüedad, más allá de su medio millón de habitantes, esa ciudad en la que los esclavos y los pobres constituyen los dos tercios de la población, es la ciudad cosmopolita en la que se mezclan y se enfrentan todas las razas, centro de la cultura antigua aunque en esos momentos ya no es la brillante de los tiempos de Aristóteles y Platón. Ahí va Pablo para conectar con la búsqueda titubeante de Dios que llevan en el corazón. Entra en el universo cultural de aquellos a quienes se dirige: “Los que conducían a Pablo le llevaron hasta Atenas y se volvieron con la indicación, para Silas y Timoteo, de que se uniesen con él cuanto antes. Entonces Pablo, de pie en medio del Areópago, dijo:

Atenienses, en todo veo que sois más religiosos que nadie, pues al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados he encontrado también un altar en el que estaba escrito: Al Dios desconocido. Pues bien, yo vengo a anunciaros lo que veneráis sin conocer. El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, que es Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos fabricados por hombres, ni es servido por manos humanas como si necesitara de algo el que da a todos la vida, el aliento y todas las cosas. Él hizo, de un solo hombre, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra. Y fijó las edades de su historia y los límites de los lugares en que los hombres habían de vivir, para que buscasen a Dios, a ver si al menos a tientas lo encontraban, aunque no está lejos de cada uno de nosotros, ya que en Él vivimos, nos movemos y existimos, como han dicho algunos de vuestros poetas: Porque somos también de su linaje.

Si somos linaje de Dios no debemos pensar por tanto que la divinidad es semejante al oro, a la plata o a la piedra, escultura del arte y del ingenio humanos. Dios ha permitido los tiempos de la ignorancia y anuncia ahora a los hombres que todos en todas partes se conviertan, puesto que ha fijado el día en que va a juzgar la tierra con justicia, por medio del hombre que ha designado, presentando a todos un argumento digno de fe al resucitarlo de entre los muertos.

Cuando oyeron «resurrección de los muertos», unos se reían y otros decían: Te escucharemos sobre esto en otra ocasión. De este modo salió Pablo de en medio de ellos. Pero algunos hombres se unieron a él y creyeron, entre ellos Dionisio el Areopagita y una mujer llamada Dámaris, y algunos otros.

Después de esto se fue de Atenas y llegó a Corinto (Hch 17,15.22-18,1).

Es el más largo discurso de Pablo. El conocimiento de Dios es el tema fundamental del discurso. ¿Cómo puede un pagano conocer a Dios? Hay una ignorancia de Dios fruto de las pasiones desatadas, pero intenta ir por lo que une, que Dios no está en templos construidos por hombres. Recoge una corriente del pensamiento griego, la raza de Dios, en Él vivimos, nos movemos y somos. Pero al hablar de la resurrección, provoca la ruptura. No entienden tampoco un juicio de Dios… tiene un “éxito” limitado, pero nos enseña Pablo a dialogar con la cultura y la historia: «la Iglesia Católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero.... Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, aportan sin embargo, no pocas veces, un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres» (Vaticano II). Justino siguió este camino del diálogo con el pensamiento pagano, llegando a decir que “los que cumplieron lo que universal, natural y eternamente es bueno fueron agradables a Dios, y se salvarán por medio de Cristo en la resurrección, del mismo modo que los justos que les precedieron”, pues ahí está Dios, como comentó Agustín: “Tú, Dios mío, estabas dentro de mí, más interior que lo más íntimo mío y más elevado que lo más excelente mío” (san Francisco de Sales insistirá mucho en esta línea).

Su discurso es racional, y es necesario hacerlo: una historia que tiene un sentido más allá de sí misma, en Dios que la lleva a su realización. Pero es difícil saber si esto mueve, o es el corazón, la conversión, el encuentro con la experiencia de Jesús. Pablo dirá “los griegos buscan sabiduría; nosotros en cambio predicamos a Cristo crucificado… necedad para los gentiles”.

“Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria… Alabad al Señor en el cielo, alabad al Señor en lo alto, alabadlo todos sus ángeles, alabadlo, todos sus ejércitos. Reyes y pueblos del orbe, príncipes y jefes del mundo, los jóvenes y también las doncellas, los viejos junto con los niños. Alaben el nombre del Señor, el único nombre sublime. Su majestad sobre el cielo y la tierra. Él aumenta el vigor de su pueblo. Alabanza de todos sus fieles, de Israel, su pueblo escogido» (Salmo 148,1-2.11-12-14): Juan Pablo II, “constituye un auténtico «cántico de las criaturas»… Unámonos también nosotros a este coro universal que resuena en el ábside del cielo y que tiene por templo todo el cosmos. Dejémonos conquistar por la respiración de la alabanza que todas las criaturas elevan a su Creador...

Jesús lleva a los discípulos hasta la Verdad plena, completando sus enseñanzas y dándoles a conocer las realidades futuras: “Muchas cosas me quedan por deciros; pero no podéis cargar con ellas por ahora. Cuando venga Él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad plena, pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir”. Ya sabíamos que Jesús está totalmente vuelto hacia el Padre, que no "hace nada por sí mismo" que es una perfecta transparencia del Otro. Esto es lo que Jesús nos revela aquí; la absoluta transparencia de las relaciones de amor entre las Tres personas divinas: ninguna guarda nada de "lo suyo", todo es participado, comunicado, dado, recibido... Nuestras palabras terrenas son inválidas para expresar esta cualidad inaudita de la relación que une al Padre, al Hijo y al Espíritu. Todas nuestras relaciones humanas brotan de ella.

“Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará” (Jn 16,12-15). Las revelaciones del Espíritu en el curso de la historia no pueden ser nuevas revelaciones, contradictorias con lo que ha sido revelado en Jesucristo. ¡El Espíritu lleva a Jesús como Jesús lleva al Padre! Así nos lleva a la unidad, a la comunión con las personas divinas (Noel Quesson). Es el Espíritu Santo quien nos hace entender las cosas buenas, hacer el bien, seguir a Jesús…

MARTES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: el Espíritu Santo sigue la obra de Jesús en el mundo: nos lleva a la alegría de la salvación, y a difundirla en l



1. Comienzan los conflictos de Pablo y los no judíos: era de esperar… toma forma de denuncia legal ante los magistrados locales, y alegan alborotos y falta de religiosidad –sin mostrar la envidia que les mueve y el afán de dinero-. También hoy vemos ataques a la libertad religiosa, con excusas de legalidad sin mostrar los auténticos motivos ideológicos… La gente se amotinó contra Pablo y Silas... “La multitud se alborotó contra ellos y los pretores les hicieron quitar sus vestidos y mandaron azotarles. Después de haberles dado numerosos azotes, los arrojaron en la cárcel y ordenaron al carcelero custodiarlos con todo cuidado. Este, recibida la orden, los metió en el calabozo interior y aseguró sus pies al cepo”. ¿Por qué todo esto? Sencillamente, porque Pablo había exorcizado a una pobre muchacha, endemoniada, que daba mucha ganancia a sus amos por sus dotes adivinatorias. Así, los azotes recibidos en Asia procedían de los judíos, descontentos de ver la creciente expansión de la nueva Fe... Pero los primeros azotes, recibidos por san Pablo en Europa, ¡proceden de una historia de brujería! Señor, ¿qué es lo que quieres decirme, por medio de estos detalles? La violencia es de todos los tiempos. En todo tiempo se ha tratado de impedir a la Iglesia que llevara a cabo su obra. «Dichosos seréis, si, por mi causa, se dice cualquier clase de mal contra vosotros.»

“Hacia la medianoche Pablo y Silas oraban y cantaban alabanzas a Dios, y los presos les escuchaban”. Viven esa bienaventuranza. Son felices. ¡Cantan! Su actitud misma es una predicación del Evangelio: los otros prisioneros parecen sorprendidos: ¡Gente "molida a palos" y cantando! Esto ha de tener una explicación... Dios es el todo de su vida. En las dificultades de la vida puede suceder que uno se rebele, y así es a veces. O bien, de modo un tanto misterioso, uno puede aceptar la extraña "bienaventuranza": ¡Felices los que lloran! Repítenos, Señor, cómo ha de ser asumido el sufrimiento para que se convierta en un valor. No es porque sí -por nada- que se está contigo en la cruz, porque no es porque sí -por nada- que Tú estuviste primero en la cruz. De hecho, ¿por qué, Señor, padeciste en la cruz? Muéstranos esa verdad…

“De repente se produjo un terremoto tan fuerte que se conmovieron los cimientos de la cárcel e inmediatamente se abrieron todas las puertas y se soltaron las cadenas de todos. Despertado el jefe de la prisión, al ver abiertas las puertas de la cárcel, sacó la espada y quería matarse pensando que los presos se habían fugado”. El pobre hombre, al cuidado y servicio de la cárcel está perturbado. Se cree en falta.

“Pero Pablo le gritó con fuerte voz: No te hagas ningún daño, que todos estamos aquí. El jefe de la prisión pidió una luz, entró precipitadamente y se arrojó temblorosamente ante Pablo y Silas. Los sacó fuera y les dijo: Señores, ¿qué debo hacer para salvarme? Ellos le contestaron: Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa. Le predicaron entonces la palabra del Señor a él y a todos los de su casa”. ¡Divertida situación! Es el prisionero quien reconforta a su guardián y quien le comunica la "buena noticia": ¡no te hagas ningún mal! ¡Dios no quiere el mal de los hombres! ¡Dios quiere que la humanidad sea feliz!

“En aquella hora de la noche los tomó consigo, les lavó las heridas y acto seguido se bautizó él y todos los suyos. Les hizo subir a su casa, les preparó la mesa y se regocijó con toda su familia por haber creído en Dios” (Hch 16,22-34). La no-violencia desarma. Extraña escena final, en la que se ve al verdugo curando a la víctima y recibiéndola en su mesa familiar. Escena simbólica. ¿Es quizá el anuncio del mundo de mañana? ¿Cómo puedo comprometerme en esta vía ya desde HOY? ¿Con quién puedo reconciliarme?

-“Exultó de gozo, por haber creído en Dios”. Después de una comerciante, ahora un policía del Imperio. La fe progresa... como la alegría que la acompaña. Alegría y fe. ¡Aumenta nuestra fe, Señor! ¡Aumenta nuestra alegría, Señor! Y que la cruz no sea fuente de tristeza (Noel Quesson).

El relato es una buena muestra del entramado de hechos y narraciones maravillosas…: todo esto, que constituyó las delicias de los primeros lectores y de tantas generaciones de creyentes hasta hoy, puede convertirse en piedra de escándalo para los lectores de nuestro mundo secular, puede hoy sonar a raro... y sin embargo es la presencia del Espíritu anunciada por Jesús, que continúa en la historia. Podemos también apreciar la tendencia redaccional de Lucas a establecer paralelos en el curso de la narración: compárese el caso de la pitonisa con el del poseso de Cafarnaum, la liberación milagrosa de Pablo y Silas con la de los apóstoles y Pedro. También debemos resaltar en este relato la valiente actitud de Pablo, que no duda en invocar sus derechos de ciudadano romano y fuerza a los magistrados a presentar excusas. Eso nos lleva a no hacer dejación de derechos que son deberes, y defenderlos sin dejar que nos aplasten en nuestras libertades civiles (cf. F. Casal).

Toda la familia es bautidada (es una de las primeras experiencias de bautismo de niños), y todo termina en una fiestecita en casa del carcelero. Lo que podía haber sido un fracaso, termina bien. Y Pablo y los suyos pueden seguir predicando a Cristo, aunque deciden salir de Filipos, por la tensión creada. Pablo podía cantar con toda razón el salmo que hoy cantamos nosotros: «Señor, tu derecha me salva... te doy gracias de todo corazón... cuando te invoqué, me escuchaste». ¿Cuántas “palizas” hemos recibido nosotros por causa de Cristo?, ¿cuántas veces hemos sido “detenidos”? Quizá ante dificultades mucho menores que las de Pablo, hemos perdido los ánimos (J. Aldazábal). Es un ejemplo vivo del gran tema del domingo de esta 6ª semana (ciclo C): pasar de la esclavitud a la libertad, de vivir para unas obligaciones, que si no se cumplen la vida no tiene sentido, a una libertad que arranca con su conversión, de la que nos habla San Juan Crisóstomo: «Ved al carcelero venerar a los Apóstoles. Les abrió su corazón, al ver las puertas de la prisión abiertas. Les alumbra con su antorcha, pero es otra la luz que ilumina su alma... Después les lavó las heridas y su alma fue purificada de las inmundicias del pecado. Al ofrecerles un alimento, recibe a cambio el alimento celeste... Su docilidad prueba que creyó sinceramente que todas las faltas le habían sido perdonadas», y rezamos hoy: «Concédenos, Señor, darte gracias siempre por medio de estos misterios pascuales; y ya que continúan en nosotros la obra de tu redención, sean también fuente de gozo incesante» (Ofertorio).

2. “Señor, tu derecha me salva. Te doy gracias, Señor, de todo corazón; delante de los ángeles tañeré para Ti. Me postraré hacia tu santuario. Daré gracias a tu nombre: Por tu misericordia y lealtad, porque tu promesa supera a tu fama. Cuando te invoqué me escuchaste; acreciste el valor en mi alma. El Señor completará sus favores conmigo: Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos» (Salmo 137,1-3.7-8). Comienza el salmo con la alabanza a Dios por los bienes recibidos, pues «Cristo tenía que padecer y resucitar de entre los muertos, para entrar en su gloria. Aleluya… con alegría y regocijo demos gloria a Dios, porque el Señor ha establecido su reinado. Aleluya» (decimos hoy en la entrada). Es la petición de la colecta de hoy: «Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu; y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resucitar gloriosamente». Es un canto de acción de gracias, que a su vez dispone el corazón del orante para terminar en súplica confiada. Este salmo proclama la "trascendencia" de Dios: "¡qué grande es tu gloria!" Jesús lo hizo suyo al proclamar ¡La gloria del Padre! "Santificado sea tu nombre, venga tu reino". "Padre, glorifica tu nombre". "Que vuestra luz brille ante los hombres, para que viendo vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre que está en los cielos". Dar gloria al Padre, que se manifiesta también en el amor a los humildes, a los pequeños... Esta "mirada" divina que transforma las situaciones, desinflando a los orgullosos, y exaltando a los pequeños. Escuchamos, anticipadamente el canto de acción de gracias del Magníficat. Para Jesús, la "grandeza del Altísimo", lejos de ser un poder aterrador, era la seguridad llena de dulzura de que un amor todopoderoso se ocupa de esta creación hecha por Él. "Ni un pajarillo cae a tierra sin que vuestro Padre celestial lo vea".

Lo más importante en la vida es el descubrimiento del "amor"... Del amor de Dios para nosotros. Pensamos demasiado en los esfuerzos que tenemos que hacer para amar a Dios. ¡Dejémonos amar por Él! ¡No sé si te amo, Señor, pero si de algo estoy seguro, es que Tú me amas! Y este amor, el tuyo, es eterno... Aun yo me despisto, me duermo, tú no… Te doy gracias por tu fidelidad “a prueba de bomba”: "¡No abandones Señor, la obra de tus manos!" Oración que debemos repetir, constantemente, en el mundo de hoy. Dios en acción, hoy. Y si mi oración no es perezosa... Yo también, Señor, en acción contigo. En "acción"... ¿para hacer qué? Para amar, porque "Dios es amor" (Noel Quesson).

Decía Juan Pablo II que “debemos tener la seguridad de que, por más pesadas y tempestuosas que sean las pruebas que debamos afrontar, nunca estaremos abandonados a nosotros mismos, nunca caeremos fuera de las manos del Señor, las manos que nos han creado y que ahora nos siguen en el itinerario de la vida. Como confesará san Pablo, «Aquel que inició en vosotros la obra buena, él mismo la llevará a su cumplimiento» (Flp 1,6)”.

3. Jesús había anunciado a sus apóstoles su próxima partida y estos le asaltaron a preguntas. Jesús les había respondido que todos se volverían a encontrar junto al Padre, y que el amor y el conocimiento podían compensar la ausencia. En su segundo discurso, Cristo anuncia de nuevo su partida: “Ahora voy a quien me envió y ninguno de vosotros me pregunta: ¿Adónde vas? Pero porque os he dicho esto, vuestro corazón se ha llenado de tristeza; mas yo os digo la verdad: os conviene que me vaya, pues si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros. En cambio, si yo me voy os lo enviaré. Y cuando venga Él, argüirá al mundo de pecado, de justicia y de juicio: de pecado, porque no creen en mí; de justicia, porque me voy al Padre y ya no me veréis; de juicio, porque el príncipe de este mundo ya está juzgado” (Jn 16,5b-11). Los apóstoles se guardan de hacerle preguntas, aun cuando la tristeza se refleja en sus rostros. Él vuelve al Padre porque su misión ha terminado. Jesús compara la misión del Espíritu con la suya; en efecto, no se trata de creer que ha terminado el reino de Cristo y que es reemplazado por el del Espíritu. Después de su resurrección no será ya perceptible por los sentidos, sino solamente por la fe: un modo de vida "transformado por el Espíritu".

No estamos solos, tenemos en nosotros, en cada uno de nosotros, en la realidad de nuestra vida personal, el don, la presencia, la fuerza del Espíritu. Es muy importante que nos lo digamos, que seamos conscientes de ello.

Este don del Espíritu nos ha sido dado para ser testigos de Jesucristo. Es decir, pide de nosotros una coherencia de vida según el evangelio de Jesús. Cada vez más, paso a paso, debemos ponernos en camino de seguimiento de Jesucristo.

Nuestra oración debe ser PEDIR con toda confianza esta venida a nosotros del Espíritu de Jesús, del Espíritu de Dios. Para que fecunde nuestra vida de cada día. Pidámoslo hoy y durante toda la semana. -Voy al que me ha enviado... Voy al Padre... Jesús está a pocas horas de su muerte. Él lo sabe. Lo ha dicho. Lo comenta así. Es para Él algo muy simple, como un "retorno a casa". Sé a dónde voy... Alguien me espera... Soy amado... Voy a encontrar a Aquel a quien amo... Dejo resonar en mí estas palabras. Pensando en mi propia muerte, son también estas palabras las que he de repetir después de Jesús y con Él. Paz. Certidumbre. Gozo íntimo. -Ninguno de vosotros me pregunta "¿A dónde vas?" Atmósfera de partida. Como cuando en el andén del tren o en el aeropuerto, se abraza a un ser querido que se va por mucho tiempo. -Antes, porque os hablé de estas cosas, vuestro corazón se llenó de tristeza. Mientras Jesús estaba con ellos, era una "Presencia" reconfortante. El anuncio de su partida ahoga cualquier otra reflexión. Más tarde, quizá, llegarán a dominar su tristeza porque comprenderán la "significación" de esta partida: el retorno de Jesús al Padre, el paso a la Gloria del Padre, origen de la efusión abundante del Espíritu. -Pero os digo la verdad: os conviene que Yo me vaya. Porque si no me fuere, el Espíritu Santo, el Defensor, no vendrá a vosotros; pero si me fuere, os lo enviaré. Cada uno puede probar a entender estas frases misteriosas. He aquí un intento de explicación. Durante su estancia en la tierra Jesús ha sido una "Presencia" visible de Dios. Pero esta Presencia, tan útil para nosotros, seres corpóreos y sensibles, era al mismo tiempo, una pantalla, un límite: a causa de su humanidad, a causa de su cuerpo, Jesús estaba "limitado" a un tiempo y a un lugar. Y era consciente de ello: "os conviene que Yo me vaya". Enviando al Espíritu, Jesús es consciente de multiplicar su Presencia: el Espíritu no tiene ningún límite, puede invadirlo todo. "Oh Señor, envía tu Espíritu para que renueve la faz de la tierra". El Espíritu es la Presencia "secreta" de Dios... después de la Presencia "visible" que ha sido Jesús. Pero el "tiempo del Espíritu" es también el "tiempo de la Iglesia". Es la Iglesia, somos nosotros, los que hemos venido a ser el Cuerpo de Cristo, su "visibilidad"... con todo lo que esto comporta de "límites" y de imperfecciones... pero también con esta certeza de que el Espíritu está aquí, con nosotros, animando siempre el Cuerpo de Jesús. -Y en viniendo éste, argüirá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. Mañana por la mañana, ante el Gran Consejo de la Sinagoga, y ante el Gobernador romano, Jesús será "condenado"... y todas las apariencias irán contra Él: podrá creerse que no era más que un impostor y un blasfemo, y que después de todo recibió el castigo merecido por su pecado, por su osadía en decir que era Hijo de Dios y que destruiría el Templo. Pero he aquí que la situación se invertirá: el mundo será condenado, y Jesús será glorificado. Y el Espíritu Santo vendrá para convencer interiormente a los discípulos de que Jesús no es el "vencido", el "pecador", sino el vencedor del mal; el muy amado del Padre (Noel Quesson).

LUNES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: el Espíritu Santo nos da la fortaleza para vivir en la Verdad y ser amigos de Jesús en medio de las contradiccione



San Pablo se dedica con toda el alma a la causa del Evangelio. Quien busca encuentra, dice el Señor, y serán los primeros discípulos instrumentos de Dios para llevar la semilla a muchos lugares: Haciéndose a la mar, fuimos desde Tróade derechos a Samotracia; al día siguiente a Neápolis, y de allí a Filipos, que es la primera ciudad de la región de Macedonia, y colonia romana. En esta ciudad permanecimos algunos días.

El sábado salimos fuera de la puerta de la ciudad, junto al río, donde pensábamos que se tendría la oración. Nos sentamos y hablamos a las mujeres que se habían reunido. Una de ellas, llamada Lidia, vendedora de púrpura de la ciudad de Tiatira y temerosa de Dios, nos escuchaba. El Señor abrió su corazón para que comprendiese lo que Pablo decía. Después de haber sido bautizada ella y su casa, nos insistía diciendo: Si juzgáis que soy fiel al Señor, venid y permaneced en mi casa. Y nos obligó” (Hechos 16,11-15). Cuando alguien está dispuesto a buscar a Dios con generosidad, de un modo o de otro, Dios se le manifestará. Se hace la luz… como Dios quiera, cuando Dios quiera. Del mejor modo, según como es cada uno. Hoy vemos a Lidia, la primera europea convertida escuchando a S. Pablo a la orilla de un río. Los caminos de Dios son variadísimos. Pero en todos hay una constante: la gracia de Dios que opera a través de alguien en los corazones más o menos bien dispuestos. Comenta S. Juan Crisóstomo: «Qué sabiduría la de Lidia! ¡Con qué humildad y dulzura habla a los apóstoles: “Si juzgáis que soy fiel al Señor”! Nada más eficaz para persuadirlos que estas palabras, que hubiesen ablandado cualquier corazón. Más que suplicar y comprometer a los apóstoles, para que vayan a su casa, les obliga con insistencia. Ved cómo en ella la fe produce sus frutos y cómo su vocación le parece un bien inapreciable».

La comunidad cristiana de Filipos recibió más tarde una de las cartas más amables de Pablo: señal de que guardaba recuerdos muy positivos de ella. No es extraño que el salmo sea optimista, porque la entrada de la fe cristiana en Europa ha sido esperanzadora: «el Señor ama a su pueblo... cantad al Señor un cántico nuevo».

¿Dónde nos toca evangelizar a nosotros? Pablo se adaptaba a las circunstancias que iba encontrando. A veces predicaba en la sinagoga, otras en una cárcel, o junto al río, o en la plaza de Atenas. Si le echaban de un sitio, iba a otro. Si le aceptaban, se quedaba hasta consolidar la comunidad. Pero siempre anunciaba a Cristo. Como nosotros hoy… En grandes poblaciones y en el campo. En ambientes favorables y en climas hostiles. En la escuela y en los medios de comunicación. Cuando nos alaban y cuando nos critican o persiguen: “que nos persuadamos de que nuestro caminar en la tierra -en todas las circunstancias y en todas las temporadas- es para Dios, de que es un tesoro de gloria, un trasunto celestial; de que es, en nuestras manos, una maravilla que hemos de administrar, con sentido de responsabilidad y de cara a los hombres y a Dios: sin que sea necesario cambiar de estado, en medio de la calle, santificando la propia profesión u oficio y la vida del hogar, las relaciones sociales, toda la actividad que parece sólo terrena” (san Josemaría Escrivá).

Entonemos un canto nuevo al Señor: «Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles, que se alegre Israel por su Creador, los hijos de Sión por su Rey. // Alabad su nombre con danzas, cantadle con tambores y cítaras, porque el Señor ama a su pueblo, y adorna con la victoria a los humildes. Que los fieles festejen su gloria y canten jubilosos en filas con vítores a Dios en la boca» (Salmo 149,1-6.9). El canto es nuevo, porque las situaciones son nuevas, pero también porque el amor es nuevo y canta, como dice S. Agustín: “cantar suele ser tarea de enamorados”. Los cantos de maldad, de pecado, de injusticia, de egoísmo, de infidelidades, que más que una alabanza son una ofensa al Señor, deben quedar atrás, superados por la Victoria de Cristo, de la que participamos quienes creemos en Él.

Juan Pablo II recordaba que se definen los orantes de este salmo con "los pobres, los humildes"… los oprimidos, los pobres y perseguidos por la justicia, también los que, siendo fieles a los compromisos morales de la alianza con Dios, son marginados por los que escogen la violencia, la riqueza y la prepotencia. Este es el sentido de la célebre primera bienaventuranza: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos". Ya el profeta Sofonías se dirigía así a los anawim (pobres-humildes): "Buscad al Señor, vosotros todos, humildes de la tierra, que cumplís sus normas; buscad la justicia, buscad la humildad; quizá encontréis cobijo el día de la cólera del Señor"…

El canto de María recogido en el evangelio de san Lucas -el Magníficat- es el eco de los mejores sentimientos de los "hijos de Sión": alabanza jubilosa a Dios Salvador, acción de gracias por las obras grandes que ha hecho por ella el Todopoderoso, lucha contra las fuerzas del mal, solidaridad con los pobres y fidelidad al Dios de la alianza.

“Jesús decía a sus discípulos: Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de mí”; Espíritu de verdad es otro título que Jesús da al Espíritu. La verdad libera, la verdad es la única fuerza capaz de contrarrestarle el mal. Ser, cada vez más, un hambriento de la verdad, para ser, cada vez más, un testigo ("martyr" en griego) de la verdad.

…“y después también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo. Os he hablado de esto para que no se tambalee vuestra fe”. Se nos pide ser "martyr", que hoy traducimos por "testigo". "Vosotros también seréis mártires míos = vosotros seréis también mis testigos."

“Seréis expulsados de las sinagogas; aun más, llega la hora en que todo el que os dé muerte pensará que hace un servicio a Dios. Y esto os lo harán porque no han conocido a mi Padre ni a mí. Pero os he dicho estas cosas para que cuando llegue la hora os acordéis de que ya os las había anunciado....” (Juan 15,26-16,4). "Todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús, sufrirán persecuciones" (2 Tm 3,12). Pero con el Espíritu Santo nada pueden temer. Pasan los perseguidores, y Cristo permanece ayer, hoy y siempre. San Agustín exclama: «Señor y Dios mío; en ti creo, Padre, Hijo y Espíritu Santo. No diría la Verdad: “Id, bautizad a todas las gentes en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19), si no fuera Trinidad. Y no mandarías a tus siervos bautizar, mi Dios y Señor, en el nombre de quien no es Dios y Señor. Y si vos, Señor, no fuerais al mismo tiempo Trinidad y un solo Dios y Señor, no diría la palabra divina: “Escucha, Israel: El Señor tu Dios, es un Dios único” (Dt 6,4). Y si Tú mismo no fueras Dios Padre y fueras también Hijo, y Espíritu Santo, no leeríamos en las Escrituras canónicas: “Envió Dios a su Hijo” (Gál 4,4); y Tú, ¡oh Unigénito!, no dirías del Espíritu Santo: “que el Padre enviará en mi nombre” (Jn 14,26) y que “yo os enviaré de parte del Padre” (Jn 15, 26)...

Cuando arribemos a tu presencia, cesarán estas muchas cosas que ahora hablamos sin entenderlas, y Tú permanecerás todo en todos, y entonces modularemos un cántico eterno alabándote a un tiempo unidos todos a ti. Señor, Dios uno y Dios Trinidad, cuanto con tu auxilio queda dicho en estos mis libros, conózcanlo los tuyos; si algo hay en ellos de mi cosecha, perdóname Tú, Señor, y perdónenme los tuyos. Así sea».

Ser cristiano cuesta… también hoy. ¿Soy realmente el testigo (mártir) de Dios? ¿Estoy de parte de Dios? ¿Es Dios al que defiendo, o es a mí, mis opciones, mis ideas? Sé que tengo un Defensor. El Espíritu esta ahí conmigo. Gracias. Concédeme, Señor, el no tener nunca miedo (Noel Quesson). El encargo fundamental para los cristianos es que den testimonio de Jesús. El día de la Ascensión les dijo: «seréis mis testigos en Jerusalén y en Samaría y en toda la tierra, hasta el fin del mundo».

martes, 11 de mayo de 2010

Domingo de la 6ª semana de Pascua, C. La Iglesia es llevada por el Espíritu Santo hacia la libertad de las imposiciones antiguas… “Me enseñó la ciudad


1. Volvemos a leer lo del Concilio de Jerusalén, cuando Pablo y Bernabé se encuentran con que tienen que “ir a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre la controversia” que montaron algunos, que querían obligar a los “convertidos del paganismo” a seguir cumpliendo la ley antigua. Y deciden “lo que sigue: Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables”: y concretan algunas cosas, más bien pocas (Hechos 15,1-2.22-29). Esto recuerda cuando en Jafa Pedro dormía la siesta y tiene una visión en la que la voz del Señor le manda comer animales que eran impuros para los judíos: «Lo que Dios ha purificado no lo llames tú profano». Inmediatamente después Pedro se encuentra con el centurión pagano Cornelio que acude a él. Pedro comprende entonces que «Dios no hace acepción de personas. sino que en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato». El muro que separaba al pueblo escogido de los gentiles, comienza a derrumbarse. Pedro comprende que un judío puede entrar en la casa de un extranjero, que «no hay que llamar profano o impuro a ningún hombre» y que no puede negar el bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo, «aunque no sean judíos». Hoy también hay muros que nos separan. Allí, entre judíos y árabes, y entre nosotros, moros y cristianos… necesitamos seguir mejor el Espíritu Santo y conocernos como hijos de Dios, tratarnos, ver en los demás la imagen del mismo Dios.
2. Ilumine su rostro sobre nosotros. Agustín desarrolla su plegaria "cristiana" con estas palabras: "Ya que nos grabaste tu imagen, ya que nos hiciste a tu imagen y semejanza, tu moneda, ilumina tu imagen en nosotros, de manera que no quede oscurecida. Envía un rayo de tu sabiduría para que disipe nuestras tinieblas y brille tu imagen en nosotros ... Aparezca tu Rostro, y si -por mi culpa-, estuviese un tanto deformado, sea reformado por ti, aquello que Tú has formado" (S. Agustín).
“Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros; conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación.
Que canten de alegría las naciones, porque riges el mundo con justicia, riges los pueblos con rectitud y gobiernas las naciones de la tierra. Que Dios nos bendiga; que le teman hasta los confines del orbe” (Salmo 66,2-3.5.6 y 8).
Que las naciones se alegren, que canten. ¡La búsqueda de la felicidad, de la fiesta. Atreverse a orar así! Atreverse a pedir a Dios no solamente que cese el dolor, sino que aumente la felicidad y la alegría. Y si nosotros oramos para que los pueblos estén "alegres" y "canten"... ¿Cómo podemos tener caras aburridas? La alegría es el gran secreto del Cristiano. Un santo triste es un triste santo. Hagamos a aquellos que viven con nosotros la primera caridad, la caridad de la alegría y de la sonrisa (Noel Quesson).
«El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros: conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación». Quiero que todo el mundo te alabe, Señor, y por eso te pido que me bendigas. Si yo fuera un ermitaño en una cueva, podrías hacerme a un lado; pero soy un cristiano en medio de una sociedad de hecho pagana. Soy tu representante, tu embajador aquí abajo. Llevo tu nombre y estoy en tu lugar. Tu reputación, por lo que a esta gente se refiere, depende de mí. Eso me da derecho a pedir con urgencia, ya que no con mérito alguno, que bendigas mi vida y dirijas mi conducta frente a todos éstos que quieren juzgarte a ti por lo que ven en mí, y tu santidad por mi virtud. Bendíceme, Señor, bendice a tu pueblo, bendice a tu Iglesia; danos a todos los que invocamos tu nombre una cosecha abundante de santidad profunda y servicio generoso, para que todos puedan ver nuestras obras y te alaben por ellas. Haz que vuelvan a ser verdes, Señor, los campos de tu Iglesia para gloria de tu nombre. «La tierra ha dado su fruto, nos bendice el Señor nuestro Dios. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben» (Carlos G. Vallés).
3. El Apocalipsis describe, en tres oráculos el mundo nuevo ya presente en la Iglesia y camino de ser un mundo celeste. Hoy vemos la gloria de este nuevo mundo: “El ángel me transportó en éxtasis a un monte altísimo, y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios. Brillaba como una piedra preciosa, como jaspe traslúcido. Tenía una muralla grande y alta y doce puertas custodiadas por doce ángeles, con doce nombres grabados: los nombres de las tribus de Israel. A oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas, y a occidente tres puertas. La muralla tenía doce basamentos que llevaban doce nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero. Santuario no vi ninguno, porque es su santuario el Señor Dios todopoderoso y el Cordero. La ciudad no necesita sol ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero” (Apocalipsis 21,10-14.21-23).
Allí no hay templo, no porque sean paganos, sino porque Dios está presente en todo. Dios mismo y su Cordero llenan la ciudad con su presencia. Por tanto, sus habitantes tienen acceso inmediato ante el mismo Dios y no a través de ninguna institución. El desvelamiento de Dios y del Cordero, la inmediatez de su presencia, es la causa de que toda la ciudad se encuentre profusamente iluminada y sea como un foco de luz y un jaspe traslúcido. Por eso carece también de sol y de luna. Jesús, que fue enviado como "luz del mundo", revela al fin toda su fuerza y toda su gloria (“Eucaristía 1986”).
Los ciudadanos de esta urbe son la comunidad de los salvados, hermanos llenos del Espíritu, unidos por el amor. En ella son acogidos todos los pueblos y naciones, tal como habían anunciado las profecías antiguas refiriéndose a la extensión universal del reino mesiánico. Los reyes de la tierra caminan hacia la Jerusalén celestial y le hacen ofrenda de sus riquezas y de su esplendor.
Juan, detenido en la visión de la extraordinaria ciudad, ha contemplado el momento en que la Iglesia de la tierra está ya en eI reino del cielo y canta alabanzas eternas al Señor. Como dice el poeta: «Y en tus calles -alegría trasparente- todas las piedras gritan ¡Aleluya! Oh, ¡cómo sonríes besando las oriflamas, Esposa del Cordero!» (M. Melendres) (A. Puig).

“Dijo Jesús a sus discípulos: - «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en é1”. Jesús promete que se manifestará a sus amigos, es decir, a quienes le amen y guarden sus palabras. Y luego nos dice Jesús que ese templo de la ciudad santa ya está aquí, y es el amor, donde está Dios, Jesús se hace presente por el Espíritu Santo: “El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: "Me voy y vuelvo a vuestro lado." Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo» (Juan 14,23-29). O sea que por el amor, por el Espíritu de Amor, somos templo de Dios… Dios es amor (1 Jn 4,8). Ésta es la novedad. El otro día con los niños de primera comunión al oír “el pan vivo” escuchaban en su cabeza, con sus imágenes “el pan Bimbo” que ha bajado del cielo, les sonaba extraño lo otro… y es verdad que es tan novedoso que no se enseña ni en las familias, ese evangelio, que va unido al mandato de Jesús: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros . Y también: En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si os amáis los unos a los otros .
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos preceptos pende toda la ley y los profetas . “Si no dispones de tiempo para estudiar todas las páginas santas, para quitar todos los velos a sus palabras y penetrar en todos los secretos de las Escrituras, manténte en el amor, del que pende todo; así tendrás lo que allí aprendiste y también lo que aún no has aprendido. En efecto, si conoces el amor, conoces algo de lo que pende también lo que tal vez no conoces. En lo que comprendes de las Escrituras, se descubre evidente el amor; en lo que no entiendes se oculta. Quien tiene el amor en sus costumbres posee, pues, tanto lo que está a la vista como lo que está oculto en la palabra divina.
Por tanto, hermanos, perseguid el amor, el dulce y saludable vinculo de las mentes sin el que el rico es pobre y con el que el pobre es rico. El amor da resistencia en las adversidades y moderación en la prosperidad; es fuerte en las pruebas duras, alegre en las buenas obras; confiado en la tentación, generoso en la hospitalidad; alegre entre los verdaderos hermanos, pacientísimo entre los falsos.
Grato en Abel por su sacrificio, seguro en Noé por el diluvio, lleno de fidelidad en las peregrinaciones de Abrahán, suavísimo en medio de injurias en Moisés, mansísimo frente a las tribulaciones en David. En los tres niños espera con inocencia las blandas llamas, en los Macabeos tolera con fortaleza los fuegos atroces. Es casto en Susana con respecto a su marido, en Ana después de muerto su marido, en María sin marido. Es libre en Pablo para argüir, humilde en Pedro para obedecer. Humano en los cristianos para confesarle, divino en Cristo para perdonar.
Pero, ¿puedo yo decir algo mejor y más abundante a propósito del amor que las alabanzas que le prodiga el Señor por boca del Apóstol? Muestra un camino sobreexcelente y dice: Aunque hable las lenguas de los ángeles y de los hombres, si no tengo amor soy como un bronce que suena o un címbalo que retiñe; y aunque tenga el don de profecía y conozca todos los misterios y toda ciencia y aunque tenga tanta fe que hasta traslade los montes, si no tengo amor, nada soy. Y aunque entregue todos mis bienes y distribuya todo lo que tengo a los pobres y aunque entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve. El amor es magnánimo, el amor es benigno; el amor no es envidioso, no obra el mal, no se hincha, no es descortés, no busca las cosas propias, no se irrita, no piensa mal, no goza con el mal, se alegra con la verdad. Todo lo tolera, todo lo cree, todo lo espera, todo lo sufre. El amor nunca desfallece (1 Cor 13).
¡Qué grandeza la suya! Es el alma de las Escrituras, el poder de la profecía, la salvación de los misterios, el fundamento de la ciencia, el fruto de la fe, la riqueza de los pobres, la vida de los que mueren. ¿Hay grandeza de alma mayor que la del que muere por los impíos? ¿Qué hay tan benigno como amar a los enemigos? El amor es lo único que no oprime a la felicidad ajena, que no siente envidia de ella. Es lo único que no se engríe con la felicidad propia, porque no se hincha. Es lo único a lo que no punza la mala conciencia, porque no obra el mal. Se halla confiado en los insultos, hace el bien en medio del odio; en medio de la ira es plácido, entre las insidias inocente; en medio de la maldad llora, en la verdad respira. ¿Qué hay más fuerte que él, no para devolver las injurias, sino para curarlas? ¿Qué hay más fiel que él, no por vanidad, sino para la eternidad? En efecto, tolera todo en la vida presente porque cree todo lo referente a la vida futura y sufre todo lo que aquí le sobreviene, porque espera todo lo que allí se le promete; con razón, nunca desfallece. Así, pues, perseguid el amor y pensando devotamente en ella, aportad frutos de justicia. Y cualquier alabanza que vosotros hayáis encontrado más exuberante de lo que yo haya podido decir, muéstrese en vuestras costumbres. Conviene que el sermón de un anciano, no sólo sea sustancioso sino también breve” (S. Agustín).

sábado, 8 de mayo de 2010

SÁBADO DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA: seguir a Jesús es estar en el mundo sin ser mundanos, preferir la gloria de Dios a la del mundo:...


...trabajar por extender el Evangelio aunque suponga contradicciones


Pablo, Bernabé, Silas y Judas, tras su largo viaje, pasaron un tiempo juntos en Antioquía. Hasta que un día Pablo dijo a Bernabé: volvamos a visitar las comunidades que fundamos. Bernabé aceptó la invitación, pero quiso que con ellos fuera también Marcos. Pablo no aprobó este deseo, recordando que Marcos los había dejado anteriormente. Por ese motivo surgió entre ellos una aguda tensión, como sucede tantas veces en la vida, y, por el bien de la paz fraterna y apostólica, cada cual tomó su propio camino: Bernabé, con Marcos, se dirigió a Chipre; y Pablo, con Silas, se fue hacia Siria y Cilicia. En la lectura de hoy se habla sólo de Pablo y Silas. Comenzaron por Antioquía, donde concluirá también la misión en primavera del año 53, después de 3 años de viaje: “Pablo y Silas llegaron a Derbe y Listra. Había allí un discípulo llamado Timoteo, hijo de un griego y de una judía cristiana... Pablo quiso llevárselo consigo y, por consideración a los judíos de la región, lo circuncidó, aunque todos sabían que su padre era pagano.

Según pasaban por las ciudades comunicaban a los fieles las decisiones de los apóstoles y presbíteros de Jerusalén..., y las iglesias se robustecían en la fe y crecían en número de día en día... Atravesaron Frigia y Galacia, porque el Espíritu Santo les había impedido predicar la palabra en Asia. Llegados cerca de Misia, intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo permitió. Entonces atravesaron Misia y bajaron a Tróade. Durante la noche Pablo tuvo una visión: un macedonio estaba de pie y le suplicaba diciendo: ven a Macedonia y ayúdanos. En cuanto tuvo la visión, intentamos inmediatamente pasar a Macedonia, convencidos de que Dios nos había llamado para anunciarles el Evangelio” (Hechos 16,1-10).

Conforme iba pasando por las ciudades, les entregaba, para que las observasen, las decisiones tomadas por los Apóstoles y los Ancianos en Jerusalén... Empieza visitando de nuevo sus comunidades -es la tercera vez-. Pablo y Timoteo recorrieron entonces casi toda la Turquía actual. Pero no hicieron siempre lo que hubieran querido. ¿Qué dificultad les cerró la puerta de Bitinia? En todo caso, lo dejan dócilmente una vez más, a cuenta del Espíritu, y se someten religiosamente, a esta imposibilidad de evangelizar que han encontrado en su ruta. Danos, Señor, este espíritu sobrenatural, esta docilidad total.

Hasta aquí Pablo evangelizó Asia Menor -la actual Turquía-. Dios le empuja a ir más lejos, a abordar un nuevo continente, la Grecia propiamente dicha -Europa-. ¡Es un hombre quien le llama «Ven a ayudarnos»! El paganismo, en el fondo, es la peor miseria y en lo más hondo de sí mismo el hombre aspira a verse liberado de ello: «¡ayúdame!» Es la llamada de un hombre que me pide que le comunique la buena nueva. ¿Estoy atento a las llamadas que percibo a mi alrededor? Los peldaños del evangelio son muchos: valores humanos, rectitud de conciencia, sentido del deber, pobreza, lucha por la justicia, competencia profesional, generosidad y abnegación en el servicio de los demás... etc.

¡Cuán emocionante resulta ese «macedonio» pidiendo «socorro»! Ese hombre que llama, ¡es Dios que llama! Tal es el origen de la Misión. Una llamada de Dios. ¡Dios llama! Por desgracia, cuántas veces no le oímos. Perdón, Señor, por rehusar tan a menudo la llamada de nuestros hermanos y la llamada de Dios que aquella contiene (Noel Quesson).

San Juan Crisóstomo dice que todos los cristianos han de participar en la evangelización de los no creyentes: «No puedes decir que te es imposible atraer a los demás. Si eres verdadero cristiano, es imposible que esto suceda. Si es cierto que no hay contradicción en la naturaleza, es también verdad lo que nosotros afirmamos, pues esto se desprende de la misma naturaleza del cristiano. Si afirmas que un cristiano no puede ser útil, deshonras a Dios y lo calificas de mendaz. Le resulta más fácil a la luz convertirse en tinieblas que al cristiano no irradiar. No declares nunca una cosa imposible, cuando es precisamente lo contrario lo que es imposible. Hoy pedimos: «Señor, Dios Todopoderoso, que por las aguas del bautismo nos has engendrado a la vida eterna; ya que has querido hacernos capaces de la vida inmortal, no nos niegues ahora tu ayuda para conseguir los bienes eternos» (Colecta).

«Que toda la tierra aclame al Señor». «Aclamad al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores. Sabed que el Señor es Dios; que Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño. El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades» (Salmo 100/99,2.3.5). En este cántico se concentran la fe y esperanza de Israel. Como siguiendo la invitación del salmo, la Virgen María eleva su canto de alegría. Reconozcamos que el Señor es Dios, que fue Él quien nos hizo y somos suyos, que somos su pueblo y su rebaño. Dios nos manifiesta su bondad, su misericordia y su fidelidad. Quienes creemos en Él debemos vivir también esa fidelidad a su amor, manifestando con nuestras buenas obras que realmente Dios vive en nosotros y nosotros en Él. Ante él nos ofrecemos, en el pasado de la creación ("él nos hizo"), el presente de la alianza y del culto ("somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño") y el futuro, en el que la fidelidad misericordiosa del Señor se extiende "por todas las edades", mostrándose "eterna".

El pueblo de Dios, "las ovejas de su rebaño", su "propiedad entre todos los pueblos", celebra la liturgia. Puede decir: "el Señor es mi pastor; nada me falta; en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas".

El Señor es Dios, el Señor es nuestro creador, nosotros somos su pueblo, el Señor es bueno, su misericordia es eterna y su fidelidad no tiene fin.

"Aclama al Señor, tierra entera". Comprenderás el júbilo de toda la tierra, si tú mismo aclamas al Señor".

En una situación de rechazo y persecución, resuenan las palabras del Maestro: “Jesús siguió hablando en su discurso a los discípulos: Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros”. La exhortación a la comunidad cristiana comienza con un recuerdo lapidario: la expresión "sabed" invita a los oyentes a reflexionar sobre su situación fundamental y a que piensen en aquel Jesús al que se han unido mediante la fe. Los discípulos ya no pertenecen al mundo.

“Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia”. Los discípulos "no son del mundo", han pasado ya "de la muerte a la vida", por lo cual se han despojado de su naturaleza mundana. Para el mundo ya no son "lo suyo", sino que ahora pertenecen a Jesús. Él los ha hecho suyos mediante su elección. Porque ya no pertenecen al mundo, tampoco el mundo les demuestra su amor, habiendo perdido a sus ojos todo interés. Pablo llegará a decir que "están crucificados con Jesús". Sin embargo, han de vivir en el mundo aunque no pueden llegar a sentirse en el mundo como en su propia casa. El discípulo de Jesús no puede ya identificarse con el mundo. Y eso es justamente lo que el mundo no le puede perdonar "por eso el mundo os odia". "Y todo esto lo hará con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió". Jesús es el testigo por excelencia del amor y de la fidelidad de Dios, pero el pueblo judío prefiere llamarle blasfemo antes que reconocerlo como Hijo de Dios. Para creer en Jesús de Nazaret y aceptar el Reino inaugurado en su persona, el pueblo elegido tendría que haber renunciado a su orgullo, a su seguridad en sí mismo. Prefirió suprimir al testigo molesto. La Iglesia es el cuerpo de Cristo y encarna la sabiduría de Dios. Por eso, tiene que sufrir inevitablemente los ataques del hombre que se cree dios de sí mismo y que no puede renunciar a ser él el autor de su propia salvación. Este hombre siempre buscará acusaciones contra la Iglesia, por los mismos motivos que las buscó contra Jesús. Entonces no se aceptó a Jesús como enviado de Dios. Ahora no se acepta a la Iglesia como enviada de Cristo.

“Recordad lo que os dije: no es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra..." (Juan 15,18-21). Estamos bien advertidos. No tenemos por qué extrañarnos de ser rechazados. La conducta del cristiano, en el mundo, debería ser una conducta original que no adquiere todo su sentido más que para el que tiene Fe. Nada de extraño, pues, que muchos hombres rechacen a los cristianos. "Bienaventurados seréis si sois perseguidos". La persecución es un medio de unión con Cristo: ser objeto de burla por la fe o por la moral cristiana, es correr la misma suerte que Jesús. En la época en que Juan escribía esto, muchos cristianos morían mártires. "Seréis odiados a causa de mi nombre". Ser un signo de contradicción... a imitación de Jesús. Señor, perdóname el ser demasiado semejante al “mundo pecador”, y el no parecerme suficientemente a ti.

-“Porque no sois del mundo, sino que yo os elegí del mundo, por esto el mundo os aborrece”. Para san Juan, habitualmente, el mundo significa "el mundo pecador' "el mundo que rehúsa a Dios". El conflicto es implacable: "el mundo os detesta." “Mundo” para él es lo que entendemos como “mundanidad” (Noel Quesson). Va a ser una historia de lucha entre el bien y el mal. Como lo ha sido en la persona de Cristo, el maestro, lo será del mismo modo con sus seguidores: «si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros».Y es que de por medio está el gran contraste: ser del mundo o no serlo. Hay diferencia entre «estar en el mundo» y «ser del mundo», o sea, compartir los criterios del mundo. El «mundo» para Juan es siempre el conjunto de las fuerzas del mal, opuestas al Reino que quiere establecer Jesús.

Las palabras de Jesús en la Última Cena nos avisan también a nosotros de que va a ser difícil nuestra relación con el mundo. Como lo fue para Cristo Jesús. El mundo no recibió a Cristo, y podemos caer en el «mimetismo», la asimilación insensible de la jerarquía de valores del mundo, en vez de la de Cristo. Todos somos conscientes de que las bienaventuranzas de este mundo no coinciden en absoluto con las de Jesús, y que nos hace falta lucidez para discernir en cada caso. ¿A cuáles nos apuntamos?, ¿nos dejamos manipular, por las verdades de este mundo y por sus promesas a corto plazo, por cobardía y por pereza, o nos mantenemos fieles a Jesús, el único que «tiene palabras de vida eterna?” (J. Aldazábal). Comenta San Agustín: «Si queréis saber cómo se ama a sí mismo el mundo de perdición que odia al mundo de redención, os diré que se ama con un amor falso, no verdadero. Y si se ama con amor falso, en realidad se odia: porque quien ama la maldad tiene odio a su propia alma... Pero se dice que se ama porque ama la iniquidad que le hace inicuo; y se dice que a la vez se odia, porque ama lo que es perjudicial. En sí mismo odia la naturaleza y ama el vicio; ama lo que en él hizo su propia voluntad. Por lo cual se nos manda y se nos prohíbe amarlo. Se nos prohíbe cuando dice: “No améis el mundo”; y se nos manda en aquellas palabras: “Amad a vuestros enemigos”. Se nos prohíbe, pues, amar en él lo que él en sí mismo odia, esto es, la hechura de Dios y los múltiples consuelos de su bondad. Se nos prohíbe amar sus vicios y se nos manda amar su naturaleza, ya que él ama sus vicios y odia su naturaleza. A fin de que nosotros lo amemos y odiemos con rectitud, ya que él se ama y se odia con perversidad».

Para participar en las competiciones del estadio, uno tiene que entrenarse y ejercitarse y se considera feliz si bajo la mirada de la multitud le entregan el premio. Pero aquí hay una competición más noble y deslumbrante. Dios mismo mira nuestro combate, nos mira como hijos suyos y Él mismo nos entrega el premio celestial. Los ángeles nos miran, nos mira Cristo y nos asiste. Pertrechémonos con todas nuestra fuerzas, libremos el buen combate con un ánimo animoso y una fe sincera”.

jueves, 6 de mayo de 2010

VIERNES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA: Dios cuida de nosotros, y nos manda su salvación y la ley del amor.


Las resoluciones del Concilio tienen una parte de doctrina y una parte de normas variables, pero todos lo aceptan, aunque parece que siguen con una parte de la antigua ley, dice S. Juan Crisóstomo, “parece conservar la Ley porque toma de ella varias prescripciones, pero en realidad la suprime, porque no las toma todas. Había hablado con frecuencia de estas prescripciones, pero buscaba la Ley y establecer, sin embargo, estas normas como venidas no de Moisés sino de los Apóstoles”: “Concluida la deliberación, los apóstoles y los presbíteros, con toda la Iglesia, acordaron elegir a algunos de entre ellos para que se fueran a Antioquía con Pablo y Bernabé”. Se envía pues una delegación de Jerusalén a Antioquía.
“Los elegidos fueron Judas, Barsaba y Silas, miembros eminentes de la comunidad. Y les entregaron esta carta: ‘Los apóstoles, los presbíteros y los hermanos, saludan a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia convertidos del paganismo... En vista de lo sucedido entre vosotros, os enviamos a Silas y Judas para que os digan de palabra lo que sigue: “Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros…”, Señor, cambia nuestros corazones; conviértenos!
…“no imponeros más cargas que las indispensables: que no os contaminéis con la idolatría, que no comáis sangre ni animales estrangulados y que os abstengáis de la fornicación. Haréis bien en apartaros de todo esto. Salud”... Los fieles, al leer aquellas palabras alentadoras, se alegraron mucho” (Hechos 15,22-31).
-“Los delegados, después de despedirse, bajaron a Antioquía donde reunieron a la Asamblea y entregaron la carta. La leyeron, y los hermanos se regocijaron de aquel aliento”. Después del primer Concilio, Pablo partió, pues, de nuevo hacia sus comunidades. Cuida de que se apliquen las decisiones tomadas: "obedecer"... "observar" unas decisiones... Estas palabras no están de moda, precisamente HOY. Sobre todo, si se tiene en cuenta que en esas decisiones suele haber siempre uno u otro punto que no corresponde exactamente a lo que yo solo habría decidido. Cualquier obediencia a una decisión colectiva -de un grupo o de un responsable- toma la apariencia de un sacrificio de los propios puntos de vista. En familia, en un equipo de trabajo, en la Iglesia, ¡esto resulta siempre verdad! «Creo en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica.» Señor, ayúdanos a vivir esas «diversidades», y esos "esfuerzos hacia la unidad". Haz de nosotros unos artesanos de la progresión misionera de la Iglesia. Abre tu Iglesia a los gentiles. ¡Abre nuestros corazones a tus proyectos! (Noel Quesson).
Canta el salmo la confianza en el Señor, y así como se avecina la aurora a medida que pasa la noche, así la salvación se acerca en la tribulación: «Mi corazón está firme, Dios mío, mi corazón está firme. Voy a cantar y a tocar. Despierta gloria mía; despertad cítara y arpa, despertaré a la aurora. Te daré gracias ante los pueblos, Señor, tocaré para Ti ante las naciones; por tu bondad que es más grande que los cielos, por tu fidelidad que alcanza a las nubes. Elévate sobre el cielo, Dios mío, y llene la tierra tu gloria» (Salmo 57/56,8-12). Así lo comentaba Juan Pablo II: “Es una noche tenebrosa, en la que merodean fieras voraces. El orante está esperando que despunte el alba, para que la luz venza la oscuridad y los miedos…
En la práctica, se trata del paso del miedo a la alegría, de la noche al día, de una pesadilla a la serenidad, de la súplica a la alabanza”. Luego las tinieblas ya se han disipado: el alba de la salvación se ha acercado gracias al canto del orante… y el salmo concluye con un cántico de alabanza dirigido al Señor… la Bondad y la Fidelidad divina… inundan los cielos con su presencia y son como la luz que brilla en la oscuridad de las pruebas y de las persecuciones.
Dios cuida de nosotros y todo lo que pasa será para bien: “Con la claridad de Dios en el entendimiento, que parece inactivo, nos resulta indudable que, si el Creador cuida de todos -incluso de sus enemigos, ¡cuánto más cuidará de sus amigos! Nos convencemos de que no hay mal, ni contradicción, que no vengan para bien: así se asientan con más firmeza, en nuestro espíritu, la alegría y la paz, que ningún motivo humano podrá arrancarnos, porque estas visitaciones siempre nos dejan algo suyo, algo divino. Alabaremos al Señor Dios Nuestro, que ha efectuado en nosotros obras admirables, y comprenderemos que hemos sido creados con capacidad para poseer un infinito tesoro” (S. Josemaría).
“Jesús continuó hablando a sus discípulos: este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”. “He aquí mi mandamiento”... es nuevo, porque aún hoy no se vive… “El Maestro reunido con sus discípulos, en la intimidad del Cenáculo. Al acercarse el momento de su Pasión, el Corazón de Cristo, rodeado por los que Él ama, estalla en llamaradas inefables: un nuevo mandamiento os doy, les confía: que os améis unos a otros, como yo os he amado a vosotros, y que del modo que yo os he amado así también os améis recíprocamente. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor unos a otros (…) Señor, ¿por qué llamas nuevo a este mandamiento? Como acabamos de escuchar, el amor al prójimo estaba prescrito en el Antiguo Testamento, y recordaréis también que Jesús, apenas comienza su vida pública, amplía esa exigencia, con divina generosidad: habéis oído que fue dicho: amarás a tu prójimo y tendrás odio a tu enemigo. Yo os pido más: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y orad por los que os persiguen y calumnian.
Señor, permítenos insistir: ¿por qué continúas llamando nuevo a este precepto? Aquella noche, pocas horas antes de inmolarte en la Cruz, durante esa conversación entrañable con los que -a pesar de sus personales flaquezas y miserias, como las nuestras- te han acompañado hasta Jerusalén, Tú nos revelaste la medida insospechada de la caridad: como Yo os he amado. ¡Cómo no habían de entenderte los Apóstoles, si habían sido testigos de tu amor insondable!
El anuncio y el ejemplo del Maestro resultan claros, precisos. Ha subrayado con obras su doctrina. Y, sin embargo, muchas veces he pensado que, después de veinte siglos, todavía sigue siendo un mandato nuevo, porque muy pocos hombres se han preocupado de practicarlo; el resto, la mayoría, ha preferido y prefiere no enterarse. Con un egoísmo exacerbado, concluyen: para qué más complicaciones, me basta y me sobra con lo mío. No cabe semejante postura entre los cristianos. Si profesamos esa misma fe, si de verdad ambicionamos pisar en las nítidas huellas que han dejado en la tierra las pisadas de Cristo, no hemos de conformarnos con evitar a los demás los males que no deseamos para nosotros mismos. Esto es mucho, pero es muy poco, cuando comprendemos que la medida de nuestro amor viene definida por el comportamiento de Jesús. Además, Él no nos propone esa norma de conducta como una meta lejana, como la coronación de toda una vida de lucha. Es -debe ser, insisto, para que lo traduzcas en propósitos concretos- el punto de partida, porque Nuestro Señor lo antepone como signo previo: en esto conocerán que sois mis discípulos (...) La característica que distinguirá a los apóstoles, a los cristianos auténticos de todos los tiempos, la hemos oído: en esto -precisamente en esto- conocerán todos que sois mis discípulos, en que os tenéis amor unos a otros. Me parece perfectamente lógico que los hijos de Dios se hayan quedado siempre removidos -como tú y yo, en estos momentos- ante esa insistencia del Maestro. El Señor no establece como prueba de la fidelidad de sus discípulos, los prodigios o los milagros inauditos, aunque les ha conferido el poder de hacerlos, en el Espíritu Santo. ¿Qué les comunica? Conocerán que sois mis discípulos si os amáis recíprocamente (...)
Si percibes que tú, ahora o en tantos detalles de la jornada, no mereces esa alabanza; que tu corazón no reacciona como debiera ante los requerimientos divinos, piensa también que te ha llegado el tiempo de rectificar. Atiende la invitación de San Pablo: hagamos el bien a todos y especialmente a aquellos que pertenecen, mediante la fe, a la misma familia que nosotros, al Cuerpo Místico de Cristo.
El principal apostolado que los cristianos hemos de realizar en el mundo, el mejor testimonio de fe, es contribuir a que dentro de la Iglesia se respire el clima de la auténtica caridad. Cuando no nos amamos de verdad, cuando hay ataques, calumnias y rencillas, ¿quién se sentirá atraído por los que sostienen que predican la Buena Nueva del Evangelio?” (san Josemaría).
“Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos; y vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.
A vosotros ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
Pero sabed que no sois vosotros los que me habéis elegido, sino que soy yo quien os ha elegido, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure...” (Juan 15,12-17). Su origen es divino: "Carísimos, amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor de Dios por nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por Él! En esto está el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4,7 ss.).
-En primer lugar, pues, amar a Dios por sí mismo: estamos creados para vivir de este amor, que se realizará plenamente en el Cielo: “Mis palabras son espíritu y vida” (Jn 6,64); “Yo soy la verdad, el camino y la vida” (Ioh. 14, 6). Dios merece ser amado por ser Él quien es y por todo lo que ha hecho por nosotros: contemplarlo es poner los medios para orientar nuestra vida hacia el amor de Dios (la caridad debe informarlo todo), hacer la voluntad divina. “¿Qué es la santidad? Es precisamente la alegría de hacer la Voluntad de Dios” (Juan Pablo II). ¿Entiendo la necesidad y la felicidad de tratar íntimamente a Dios?, o, ¿es para mí una “obligación” la práctica de la religión? ¿Me falta tiempo para relacionarme con Dios? ¿Conozco la intimidad trinitaria?; ¿conozco mi vocación a participar de esta intimidad divina, como Hijo de Dios? ¿Me remueve (me ayuda a reaccionar) el recuerdo de la vida de Jesucristo? ¿Valoro el honor –don inmerecido– que supone estar bautizado, tener buena formación, poder recibir con relativa facilidad los sacramentos?
-Én segundo lugar, amar al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios. Este mandamiento nuevo es el testamento de Jesús, la caridad. La caridad la debemos ejercitar a diario en la convivencia con los demás, sabiendo servir, ayudar, comprender, disculpar... No querer ser el centro de nada. ¡Qué bien suenan aquí aquellos versos de Tagore: "Dormía y soñaba que la vida no era otra cosa que alegría. Desperté y vi que la vida no era más que un servicio. Empecé a servir y vi que el servicio era la alegría". Abrir los ojos a los demás, a sus virtudes: "Sólo serás bueno, si sabes ver las cosas buenas y las virtudes de los demás". Esta caridad se ha de manifestar en el uso de la lengua. Criticar es muy fácil. Destruir la vidriera espléndida de una catedral lo puede hacer el primer insensato con una piedra, así el honor de alguien por maledicencias... Construir, edificar es tarea que requiere artistas...
El mandato de la caridad quedó profundamente grabado en los Apóstoles y en los primeros cristianos. Los paganos al verles exclamaban: ¡mirad cómo se aman! Ahí tenemos un punto bien concreto para nuestro examen: ¿los demás pueden decir de nosotros que destacamos -los cristianos- porque amamos a los demás, porque servimos?...
No es que amemos nosotros, es que Dios nos ha amado primero. “La caridad no la construimos nosotros; nos invade con la gracia de Dios: porque Él nos amó primero. Conviene que nos empapemos bien de esta verdad hermosísima: si podemos amar a Dios, es porque hemos sido amados por Dios. Tú y yo estamos en condiciones de derrochar cariño con los que nos rodean, porque hemos nacido a la fe, por el amor del Padre. Pedid con osadía al Señor este tesoro, esta virtud sobrenatural de la caridad, para ejercitarla hasta en el último detalle.
Con frecuencia, los cristianos no hemos sabido corresponder a ese don; a veces lo hemos rebajado, como si se limitase a una limosna, sin alma, fría; o lo hemos reducido a una conducta de beneficencia más o menos formularia. Expresaba bien esta aberración la resignada queja de una enferma: aquí me tratan con caridad, pero mi madre me cuidaba con cariño. El amor que nace del Corazón de Cristo no puede dar lugar a esa clase de distinciones” (San Josemaría).
“El pensamiento de Jesús, en la última cena, progresa como en círculos. Ya había insistido en que sus seguidores deben «permanecer» en Él, y que en concreto deben «permanecer en su amor, guardando sus mandamientos». Ahora añade matices entrañables: «no os llamo siervos, sino amigos», «no sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido». Y sobre todo, señala una dirección más comprometida de este seguimiento: «éste es mi mandamiento, que os améis unos a otros como yo os he amado». Antes había sacado la conclusión más lógica: si Él ama a los discípulos, estos deben permanecer en su amor, deben corresponderle amándole. Ahora aparece otra conclusión más difícil: deben amarse unos a otros. No es un amor cualquiera el que encomienda. Se pone a sí mismo como modelo. Y Él se ha entregado por los demás, a lo largo de su vida, y lo va a hacer más plenamente muy pronto: «nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos».

JUEVES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA: “cantemos al Señor”, que se manifiesta por su misericordia sobre toda la tierra, y nos invita a unirnos a Él por


Se reúne la Iglesia jerárquica (los pastores) para estudiar si están obligados los nuevos cristianos a los ritos de la Antigua Ley. “En la asamblea de Jerusalén, después de una larga discusión, se levantó Pedro y dijo a los apóstoles y a los ancianos: Hermanos, desde los primeros días, como sabéis, Dios me escogió para que los gentiles oyeran de mi boca el mensaje del Evangelio, y creyeran... Pero Dios no hizo distinción entre ellos (gentiles) y nosotros... Creemos que tanto ellos como nosotros nos salvamos por la gracia del Señor Jesús”. Pedro dirá que la Ley antigua es irrelevante y superflua para la salvación. Como comentará S. Efrén: “todo lo que Dios nos ha dado mediante la fe y la Ley lo ha concedido Cristo a los gentiles mediante la fe y sin la observancia de la Ley”. Todo esto, después de una larga discusión. Pedro aparece claramente como el jefe del Colegio Apostólico. Jesús confió a Pedro ese papel: ser el garante de la fe de sus hermanos. El discurso de Pedro es breve y cierra el debate: La Iglesia es para el mundo... la puerta de la Iglesia está abierta de par en par a los Gentiles.
“Luego, toda la asamblea hizo silencio para escuchar a Bernabé y a Pablo, que les contaron los signos y prodigios que habían hecho entre los gentiles con la ayuda de Dios. Cuando terminaron, Santiago resumió la discusión... y añadió: a mi parecer no hay que molestar a los gentiles que se convierten; basta escribirles que no se contaminen con la idolatría...” (Hechos 15,7-21). -Cuando Pablo y Bernabé terminaron de hablar tomó la palabra Santiago y dijo... La discusión conciliar continúa. Porque si el problema teórico está zanjado, lo que ahora se trata es de «la convivencia». No queda todo regulado por la decisión del Concilio. Santiago es el representante cualificado de la «tendencia opuesta»: es obispo de Jerusalén... los judíos son mayoritarios en su comunidad... cree conveniente mantener algunas costumbres judías. ¡Está de acuerdo con que se abandone la «circuncisión»! Pero propone que se pida a los gentiles que adopten algunas prácticas de la Ley de Moisés, las que parecen más importantes. Con el fin de asegurar una fraternidad real entre todos, Santiago propone que los «cristianos venidos del paganismo» se abstengan, no obstante, de aquello que más repugna a los «cristianos venidos del judaísmo». Es un compromiso. La delicadeza hacia los demás debe ir por delante de los derechos personales. “Ayuda, Señor, a tu Iglesia, HOY, también a aceptar plenamente - tanto la discusión franca y libre de búsqueda donde todos expongan su opinión. - como la autoridad y jerarquía del Papa, que zanja definitivamente la cuestión... ¡Ayúdanos, Señor, a encontrar puntos de conciliación! Que tu Iglesia sea «diálogo». Ayúdame, Señor, a escuchar los puntos de vista de los demás, sobre todo cuando no piensan como yo” (Noel Quesson).
El anuncio de las maravillas que ha hecho Dios tiene una proyección universal. Está destinado a todos los pueblos. A todos tiene que llegar ese anuncio. De ahí la vocación misionera del cristiano: contar a todas las naciones las maravillas del Señor. El Salmo 96/95 clama que todos somos llamados e invitados a celebrar la soberanía y la grandeza de Dios. Él nos ama a todos, sin distinción de razas ni culturas. Él nos ha creado porque nos quiere con Él, junto con su Hijo, participando de su Vida y de su Gloria eternas. Por eso alabemos y bendigamos al Señor y proclamemos sus maravillas a todos los pueblos, para que todos conozcan el amor que Él nos ofrece y para que, reconociéndolo ellos también como su Dios y Padre, junto con nosotros alcancen los bienes eternos, de los que el Señor quiere hacernos partícipes: «Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra; cantad al Señor, bendecid su nombre. Proclamad día tras día su victoria. Contad a los pueblos: “El Señor es Rey. Él afianzó el orbe y no se moverá. Él gobierna a los pueblos rectamente”» (Salmo 95,1-3.10). La invitación de toda la tierra a alabar a Dios es el “cántico nuevo” de alegría de toda la creación, en relación con una salvación ofrecida a todos,
Dios cuida de nosotros, no nos deja solos, y no por la violencia, sino por ese amor que le lleva a dar la vida por nosotros. Por este motivo, ya la Carta de Bernabé enseñaba que «el reino de Jesús está sobre el madero» y el mártir san Justino, citando casi íntegramente el Salmo en su Primera Apología, concluía invitando a todos los pueblos a exultar porque «el Señor reinó desde el madero» de la Cruz: «El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos».
Es lo que nos dice en el Evangelio: “Jesús continuó hablando a sus discípulos: Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor”. ¡Es inversosímil! ¡Es maravilloso! El amor con que Jesús nos ama es el mismo con el que Él es amado por el Padre. Nuestra unión con Jesús es comparable a la de Jesús con el Padre. La frase siguiente nos lo dirá de manera inaudita.
“Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor”… a un lado están las relaciones de los discípulos con Jesús... y al otro, las relaciones del Hijo con el Padre... y ¡son las mismas! Los discípulos permanecen en el amor de Jesús =Jesús permanece en el amor del Padre. Hay que guardar los mandamientos de Jesús. =Jesús guarda los mandamientos del Padre. -“Si guardáis mis mandamientos”... Este "si" ¡es inquietante para nosotros! Es la responsabilidad de nuestra libertad. La relación con Dios no es algo automático. -“Permaneceréis en mi amor”... Hay que dejarse introducir en todas las delicadezas de este pensamiento. Dios está presente en todas partes. Dios ama a todos los seres, incluso a los peores malvados. Sí; Dios ama a los pecadores, y no les está ausente! Pero hay diferentes modos de presencia de Dios y diversos modos de relación. Hay una presencia particular, una relación privilegiada, de Dios con "aquel que le ama y guarda sus mandamientos"... más que con "aquel que no le ama". Es una cuestión de amor. ¡El que ama lo comprende! ¡Señor! Ayúdame a guardar fielmente tus mandamientos. Ayúdame a permanecer en tu amor. Como Tú has guardado fielmente los mandamientos de tu Padre. Y como Tú permaneces en su amor.
…”lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”. Este es el modelo. ¡La fidelidad de Jesús a su Padre! ¡Como quien no dice nada! A través del evangelio, evoco esta fidelidad... que le ha conducido hasta la Pasión. "Si es posible que se aleje de mí este cáliz" dirá Jesús dentro de pocas horas, en el huerto de los olivos. Su fidelidad tampoco fue fácil para Él. "Pero, Padre, no lo que Yo quiero, sino lo que Tú quieres"
“Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud” (Juan 15,9-11). Tú ya nos has dado tu paz. Tú nos das también el gozo tuyo. Tu gozo = permanecer en el amor del Padre. El gozo de Jesús es ser amado y amar. Dios es la fuente de su gozo. ¿Y yo? El gozo cruza el evangelio desde el comienzo hasta el fin, desde Navidad a la Pascua. De mi vida, ¿brota también el gozo? Uno de los frutos más característicos de la Pascua debe ser la alegría. Y es la que Cristo Jesús quiere para los suyos. Una alegría plena. Una alegría recia, no superficial ni blanda. La misma alegría que llena el corazón de Jesús, porque se siente amado por el Padre, cuya voluntad está cumpliendo, aunque no sea nada fácil, para la salvación del mundo. Ahora nos quiere comunicar esta alegría a nosotros. Esta alegría la sentiremos en la medida en que «permanecemos en el amor» a Jesús, «guardando sus mandamientos», siguiendo su estilo de vida, aunque resulte contra corriente. Es como la alegría de los amigos o de los esposos, que muchas veces supone renuncias y sacrificios. O la alegría de una mujer que da a luz: lo hace en el dolor, pero siente una alegría insuperable por haber traído una nueva vida al mundo (es la comparación que pronto leeremos que trae el mismo Jesús, explicando qué alegría promete a sus seguidores). Popularmente decimos que «obras son amores», y es lo que Jesús nos recuerda. La Pascua que estamos celebrando nos hará crecer en alegría si la celebramos no meramente como una conmemoración histórica -en tal primavera como esta resucitó Jesús- sino como una sintonía con el amor y la fidelidad del Resucitado. Entonces podremos cantar Aleluyas no sólo con los labios, sino desde dentro de nuestra vida (Noel Quesson/J. Aldazábal). «Cristo, sabemos que estás vivo. Rey vencedor, míranos compasivo» (aleluya), ayúdanos a «permaneced en tu amor», para «que tu alegría esté en nosotros, y nuestra alegría llegue a plenitud».
La seguridad de que Dios nos ama en Jesús es la base de toda alegría cristiana, y lleva a una correspondencia. Con la metáfora de la vid y los sarmientos Jesús invitaba a «permanecer en Él», para poder dar fruto. Hoy continúa el mismo tema, pero avanzando cíclicamente y concretando en qué consiste este «permanecer» en Cristo: se trata de «permanecer en su amor, guardando sus mandamientos». Se establece una misteriosa y admirable relación triple. La fuente de todo es el Padre. El Padre ama a Jesús y Jesús al Padre. Jesús, a su vez, ama a los discípulos, y éstos deben amar a Jesús y permanecer en su amor, guardando sus mandamientos, lo mismo que Jesús permanece en el amor al Padre, cumpliendo su voluntad. Y esto lleva a la alegría plena: «que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud». La alegría brota del amor y de la fidelidad con que se guardan en la vida concreta las leyes del amor.
"Donde hay caridad y amor, allí está Dios", lo cual también es exacto porque ambos amores –a Dios y al prójimo- son inseparables, y Jesús dijo también que Él está en medio de los que se reúnen en su Nombre. Fácil es por lo demás explicarse la indivisibilidad de ambos amores si se piensa que yo no puedo dejar de tener sentimientos de caridad y misericordia en mi corazón mientras estoy creyendo que Dios me ama hasta perdonarme toda mi vida y dar por mí su Hijo para que yo pueda ser tan glorioso como Él. No puede existir para el hombre mayor gozo que el de saberse amado así. «Cantemos al Señor, sublime es su victoria. Mi fuerza y mi poder es el Señor; Él fue mi salvación. Aleluya». «Señor Dios Todopoderoso, que, sin mérito alguno de nuestra parte, nos has hecho pasar de la muerte a la vida y de la tristeza al gozo; no pongas fin a tus dones, ni ceses de realizar tus maravillas en nosotros, y concede a quienes ya hemos sido justificados por la fe la fuerza necesaria para perseverar siempre en ella» (colecta).
Entramos en esa corriente de amor trinitario: “El Padre ama al Hijo, y Jesús no deja de decírnoslo: «El que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a Él» (Jn 8,29). El Padre lo ha proclamado bien alto en el Jordán, cuando escuchamos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me he complacido» (Mc 1,11) y, más tarde, en el Tabor: «Éste es mi Hijo amado, escuchadle» (Mc 9,7). Jesús ha respondido, «Abbá», ¡papá! Ahora nos revela, «como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros». Y, ¿qué haremos nosotros? Pues mantenernos en su amor, observar sus mandamientos, amar la Voluntad del Padre. ¿No es éste el ejemplo que Él nos da?: «Yo hago siempre lo que le agrada a Él». Pero nosotros, que somos débiles, inconstantes, cobardes y —por qué no decirlo— incluso, malos, ¿perderemos, pues, para siempre su amistad? ¡No, Él no permitirá que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas! Pero si alguna vez nos apartásemos de sus mandamientos, pidámosle la gracia de volver corriendo como el hijo pródigo a la casa del Padre y de acudir al sacramento de la Penitencia para recibir el perdón de nuestros pecados. «Yo también os he amado —nos dice Jesús—. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado» (Jn 15,9.11)” (Lluís Raventós).

MIÉRCOLES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA: permanecer como sarmientos unidos a la Vid que es Cristo, y a la Iglesia en la unidad de Pedro.


Hoy vemos cómo fue el primer «Concilio» de Jerusalén. Desde el principio se presentaron cuestiones difíciles a la Iglesia. La primera fue ésta: para bautizar a los «paganos» deben éstos hacerse primero «judíos» y ser circuncidados. Los cristianos «judaizantes», fieles a la Ley de Moisés, pensaban así. Era sobre todo pensar que la fe en Jesucristo no era suficiente -sino que la práctica de la Ley era también necesaria-... Pablo y Bernabé fueron a Jerusalén para tratar esta cuestión. “En aquellos días, unos que vinieron de Judea a Antioquía enseñaban a los hermanos que si no se circuncidaban, según la ley de Moisés, no podían salvarse. Este hecho provocó un altercado y fuerte discusión entre Pablo y Bernabé y ellos, y, a causa de esto, decidieron en la Comunidad que Pablo, Bernabé y algunos otros se fueran a Jerusalén para tratar la cuestión con los apóstoles y demás responsables. Decidieron que Pablo y Bernabé, con algunos otros, acudieran a los Apóstoles y presbíteros en Jerusalén, para tratar de esta cuestión.
Así pues, ellos, enviados por la Iglesia, atravesaron Fenicia y Samaría, narrando con detalle la conversión de los gentiles y causando gran alegría a todos los hermanos. Al llegar a Jerusalén, la Iglesia y los apóstoles y los presbíteros los recibieron muy bien, y ellos contaron lo que habían hecho con la ayuda de Dios. Tras oírles, algunos fariseos que habían abrazado la fe intervinieron diciendo que era necesario circuncidar a los convertidos y obligarles a cumplir la ley de Moisés. Entonces los apóstoles y demás responsables se reunieron para estudiar el asunto” (Hechos 15,1-6). «Cuestión», «litigio», agitación y discusiones vivas... entre dos grupos y dos mentalidades en la Iglesia (Noel Quesson). Hay problemas, como después los habrá a lo largo de la historia, pero saben hablar, no se enfadan ni hacen guerras, las discusiones no acaban en peleas, sino escuchando los unos a los otros los argumentos que tienen que aportar, y discerniendo en común lo que es más fiel a la voluntad de Dios. Como ahora, hay posturas en la Iglesia: ojalá busquemos la fidelidad a Cristo, y no la victoria personal (J. Aldazábal). San Efrén glosa así las palabras que Cristo dirigió a Pedro: “Simón, mi Apóstol, yo te he constituido fundamento de la Santa Iglesia. Yo te he llamado ya desde el principio Pedro, porque tú sostendrás todos los edificios; tú eres el superintendente de todos los que edificarán la Iglesia sobre la tierra... Tú eres el manantial de la fuente, de la que emana mi doctrina; tú eres la cabeza de mis Apóstoles... Yo te he dado las llaves de mi reino”».
El salmo canta la peregrinación a Jerusalén, la ciudad santa, donde Jesús peregrinó, y hoy van los apóstoles a hacer el primer Concilio, para proclamar el Evangelio como un mensaje de paz. Es la casa del Señor, la fortaleza en la fe: «Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor. Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén. Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta. Allá suben las tribus, las tribus del Señor. Según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor. En ella están los tribunales de justicia, en el palacio de David» (Salmo 122/121,1-2.3-5).
Pedimos en la Colecta estar en la luz de la Verdad: «¡Oh Dios!, que amas la inocencia y la devuelves a quienes la han perdido; atrae hacia ti el corazón de tus fieles, para que siempre vivan a la luz de tu verdad los que han sido librados de las tinieblas del error». El Evangelio nos trae la imagen de la viña, tradicional en la Biblia, para traducir el amor de Dios para con su pueblo. La "viña" era el pueblo de Dios". “Jesús dijo a sus discípulos: Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador”. Aquí afirma: "Yo soy el verdadero pueblo de Dios, el nuevo Israel". “Mi Padre es el viñador”. En el "pueblo de Dios de hoy", es decir, en la Iglesia, Dios está manos a la obra. El viñador cuida su viña. ¿Qué hace este viñador?
“A todo sarmiento mío que no da fruto, lo arranca; y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto...” - La comparación del viñador es muy realista: en invierno corta toda la madera seca y la echa al fuego... y poda una parte de la madera buena a fin de que la savia se concentre y dé mayor número de racimos... Si una viña no es podada, ¡acaba por no dar más que hojas! Cuando se la poda, la viña ‘llora’, dicen los viñadores... algunas gotas de savia fluyen antes de que se cierre la cicatriz de la madera. Y los haces de sarmientos recogidos son testigos de todo lo que un buen viñador ha tenido que sacrificar ¡para que la vid dé "mas" fruto! Imagen muy penetrante del trabajo de Dios en su Iglesia. Poda, limpia, purifica. Esto hace sufrir alguna vez. Pero es para que la cosecha sea más abundante y mejor.
“Yo soy la vid, vosotros los sarmientos:” -Yo soy la vid, y vosotros, los sarmientos. El que permanece en mí y Yo en él, ése da mucho fruto. La mayoría de los comentaristas atribuye una tonalidad eucarística a esta alegoría de la "vid": la "vid de vida" es paralela al "pan de vida"... en los dos pasajes Jesús insiste sobre el tema "permanecer en Él" (Jn 6, 56)... el "vino eucarístico" recuerda la Vid de donde procede. Dios nos comunica su vida Pero esto va mucho más allá de lo que podríamos imaginar: Por extensión podría traducirse "Yo soy la viña, y vosotros, mis sarmientos. Jesús se ve como la "viña" entera (el todo)... de la cual nosotros formamos parte. San Pablo, reflexionando sobre esta imagen de la viña, y pensando en la eucaristía dirá que "somos los miembros del Cuerpo de Cristo".
…“el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada...” -Permaneced en mí, y Yo en vosotros El verbo "permanecer" se pronunciará ocho veces en esta página. La imagen: estamos unidos a Jesús como los sarmientos "a" la vid. La idea: "permanecemos en Él", estamos vitalmente unidos a Él. De Cristo a nosotros circula una sola savia, discurre una misma vida. Orar largamente a partir de esta revelación...
-Como el sarmiento no puede dar fruto de sí mismo si no permaneciere en la vid, tampoco vosotros si no permanecieseis en mí. Sin mí no podéis hacer nada. Los sarmientos secos son amontonados y se los arroja al fuego para que ardan. El sarmiento no puede "vivir" sino en la vid. Sin este enlace muere. Tampoco yo "vivo" sino en la medida de mi unión vital a Cristo.
“Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis mis discípulos” (Juan 15,1-8). -En esto será glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto. Mucho... más todavía... Son palabras adecuadas a Dios. El Padre "nos poda" para esto, ha dicho Jesús. ¿Me dejo yo podar? ¿Qué fruto doy? ¿Es abundante? ¿Es suficiente? Dios es infinito. Sin fin. En el amar, nunca se llega al fin (Noel Quesson).
Es una imagen que indica la máxima unión que puede haber en este mundo, la unión íntima y vital que Cristo ha querido que exista entre nosotros y Él. Una unión más profunda que la que se expresaba en otras comparaciones: entre el pastor y las ovejas, o entre el maestro y los discípulos. Es un «trasvase» íntimo de vida desde la cepa a los sarmientos, en una comparación paralela a la de la cabeza y los miembros, que tanto gusta a Pablo. Es el Cuerpo de Cristo, la Iglesia: «el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante». Pero no hay comunión de vida si no queremos, y el resultado será la esterilidad: «porque sin mí no podéis hacer nada», «al que no permanece en mí, lo tiran fuera y se seca», «como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí». Es bueno que hoy nos preguntemos: ¿por qué no doy en mi vida los frutos que seguramente espera Dios de mí? ¿qué grado de unión mantengo con la cepa principal, Cristo? Hemos de ponerlo en relación con lo dicho hace días de la Eucaristía: «el que come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mí y yo en él... Como yo vivo por el Padre, así el que me coma vivirá por mí». La Eucaristía es el momento más intenso de esta comunión de vida entre Cristo y los suyos, que ya comenzó con el Bautismo, pero que tiene que ir cuidándose y creciendo día tras día. Tiene su momento más expresivo en la comunión eucarística, pero luego se prolonga -se debe prolongar- a lo largo de la jornada, en una comunión de vida y de obras (J. Aldazábal).
“Hemos de decirle con sinceridad al Señor que estamos dispuestos a dejar que arranque todo lo que en nosotros es un obstáculo a su acción: defectos del carácter, apegamientos a nuestro criterio o a los bienes materiales, respetos humanos, detalles de comodidad o de sensualidad... Aunque nos cueste, estamos decididos a dejarnos limpiar de todo ese peso muerto, porque queremos dar más fruto de santidad y de apostolado. El Señor nos limpia y purifica de muchas maneras. En ocasiones permitiendo fracasos, enfermedades, difamaciones... ¿No has oído de labios del Maestro la parábola de la vid y los sarmientos? -Consuélate: te exige, porque eres sarmiento que da fruto... Y te poda, "ut fructum plus afferas" -para que des más fruto. ¡Claro!: duele ese cortar, ese arrancar. Pero, luego, ¡qué lozanía en los frutos, qué madurez en las obras!” (san Josemaría Escrivá). También ha querido el Señor que tengamos muy a mano el sacramento de la Penitencia, para que purifiquemos nuestras frecuentes faltas y pecados. La recepción frecuente de este sacramento, con verdadero dolor de los pecados, está muy relacionada con esa limpieza de alma necesaria para todo apostolado” (F. Fernández Carvajal).
“Por tanto -comenta San Agustín-, todos nosotros, unidos a Cristo nuestra Cabeza, somos fuertes, pero separados de nuestra Cabeza no valemos para nada (...). Porque unidos a nuestra cabeza somos vid; sin nuestra cabeza (...) somos sarmientos cortados, destinados no al uso de los agricultores, sino al fuego. De aquí que Cristo diga en el Evangelio: Sin mí no podéis hacer nada. ¡Oh Señor! Sin ti nada, contigo todo (...). Sin nosotros Él puede mucho o, mejor, todo; nosotros sin Él nada”. Sarmientos, unidos a la vid: “Mirad esos sarmientos repletos, porque participan de la savia del tronco: sólo así se han podido convertir en pulpa dulce y madura, que colmará de alegría la vista y el corazón de la gente, aquellos minúsculos brotes de unos meses antes. En el suelo quedan quizá unos palitroques sueltos, medio enterrados. Eran sarmientos también, pero secos, agostados. Son el símbolo más gráfico de la esterilidad” (san Josermaría).