martes, 11 de mayo de 2010

Domingo de la 6ª semana de Pascua, C. La Iglesia es llevada por el Espíritu Santo hacia la libertad de las imposiciones antiguas… “Me enseñó la ciudad


1. Volvemos a leer lo del Concilio de Jerusalén, cuando Pablo y Bernabé se encuentran con que tienen que “ir a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre la controversia” que montaron algunos, que querían obligar a los “convertidos del paganismo” a seguir cumpliendo la ley antigua. Y deciden “lo que sigue: Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables”: y concretan algunas cosas, más bien pocas (Hechos 15,1-2.22-29). Esto recuerda cuando en Jafa Pedro dormía la siesta y tiene una visión en la que la voz del Señor le manda comer animales que eran impuros para los judíos: «Lo que Dios ha purificado no lo llames tú profano». Inmediatamente después Pedro se encuentra con el centurión pagano Cornelio que acude a él. Pedro comprende entonces que «Dios no hace acepción de personas. sino que en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato». El muro que separaba al pueblo escogido de los gentiles, comienza a derrumbarse. Pedro comprende que un judío puede entrar en la casa de un extranjero, que «no hay que llamar profano o impuro a ningún hombre» y que no puede negar el bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo, «aunque no sean judíos». Hoy también hay muros que nos separan. Allí, entre judíos y árabes, y entre nosotros, moros y cristianos… necesitamos seguir mejor el Espíritu Santo y conocernos como hijos de Dios, tratarnos, ver en los demás la imagen del mismo Dios.
2. Ilumine su rostro sobre nosotros. Agustín desarrolla su plegaria "cristiana" con estas palabras: "Ya que nos grabaste tu imagen, ya que nos hiciste a tu imagen y semejanza, tu moneda, ilumina tu imagen en nosotros, de manera que no quede oscurecida. Envía un rayo de tu sabiduría para que disipe nuestras tinieblas y brille tu imagen en nosotros ... Aparezca tu Rostro, y si -por mi culpa-, estuviese un tanto deformado, sea reformado por ti, aquello que Tú has formado" (S. Agustín).
“Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros; conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación.
Que canten de alegría las naciones, porque riges el mundo con justicia, riges los pueblos con rectitud y gobiernas las naciones de la tierra. Que Dios nos bendiga; que le teman hasta los confines del orbe” (Salmo 66,2-3.5.6 y 8).
Que las naciones se alegren, que canten. ¡La búsqueda de la felicidad, de la fiesta. Atreverse a orar así! Atreverse a pedir a Dios no solamente que cese el dolor, sino que aumente la felicidad y la alegría. Y si nosotros oramos para que los pueblos estén "alegres" y "canten"... ¿Cómo podemos tener caras aburridas? La alegría es el gran secreto del Cristiano. Un santo triste es un triste santo. Hagamos a aquellos que viven con nosotros la primera caridad, la caridad de la alegría y de la sonrisa (Noel Quesson).
«El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros: conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación». Quiero que todo el mundo te alabe, Señor, y por eso te pido que me bendigas. Si yo fuera un ermitaño en una cueva, podrías hacerme a un lado; pero soy un cristiano en medio de una sociedad de hecho pagana. Soy tu representante, tu embajador aquí abajo. Llevo tu nombre y estoy en tu lugar. Tu reputación, por lo que a esta gente se refiere, depende de mí. Eso me da derecho a pedir con urgencia, ya que no con mérito alguno, que bendigas mi vida y dirijas mi conducta frente a todos éstos que quieren juzgarte a ti por lo que ven en mí, y tu santidad por mi virtud. Bendíceme, Señor, bendice a tu pueblo, bendice a tu Iglesia; danos a todos los que invocamos tu nombre una cosecha abundante de santidad profunda y servicio generoso, para que todos puedan ver nuestras obras y te alaben por ellas. Haz que vuelvan a ser verdes, Señor, los campos de tu Iglesia para gloria de tu nombre. «La tierra ha dado su fruto, nos bendice el Señor nuestro Dios. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben» (Carlos G. Vallés).
3. El Apocalipsis describe, en tres oráculos el mundo nuevo ya presente en la Iglesia y camino de ser un mundo celeste. Hoy vemos la gloria de este nuevo mundo: “El ángel me transportó en éxtasis a un monte altísimo, y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios. Brillaba como una piedra preciosa, como jaspe traslúcido. Tenía una muralla grande y alta y doce puertas custodiadas por doce ángeles, con doce nombres grabados: los nombres de las tribus de Israel. A oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas, y a occidente tres puertas. La muralla tenía doce basamentos que llevaban doce nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero. Santuario no vi ninguno, porque es su santuario el Señor Dios todopoderoso y el Cordero. La ciudad no necesita sol ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero” (Apocalipsis 21,10-14.21-23).
Allí no hay templo, no porque sean paganos, sino porque Dios está presente en todo. Dios mismo y su Cordero llenan la ciudad con su presencia. Por tanto, sus habitantes tienen acceso inmediato ante el mismo Dios y no a través de ninguna institución. El desvelamiento de Dios y del Cordero, la inmediatez de su presencia, es la causa de que toda la ciudad se encuentre profusamente iluminada y sea como un foco de luz y un jaspe traslúcido. Por eso carece también de sol y de luna. Jesús, que fue enviado como "luz del mundo", revela al fin toda su fuerza y toda su gloria (“Eucaristía 1986”).
Los ciudadanos de esta urbe son la comunidad de los salvados, hermanos llenos del Espíritu, unidos por el amor. En ella son acogidos todos los pueblos y naciones, tal como habían anunciado las profecías antiguas refiriéndose a la extensión universal del reino mesiánico. Los reyes de la tierra caminan hacia la Jerusalén celestial y le hacen ofrenda de sus riquezas y de su esplendor.
Juan, detenido en la visión de la extraordinaria ciudad, ha contemplado el momento en que la Iglesia de la tierra está ya en eI reino del cielo y canta alabanzas eternas al Señor. Como dice el poeta: «Y en tus calles -alegría trasparente- todas las piedras gritan ¡Aleluya! Oh, ¡cómo sonríes besando las oriflamas, Esposa del Cordero!» (M. Melendres) (A. Puig).

“Dijo Jesús a sus discípulos: - «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en é1”. Jesús promete que se manifestará a sus amigos, es decir, a quienes le amen y guarden sus palabras. Y luego nos dice Jesús que ese templo de la ciudad santa ya está aquí, y es el amor, donde está Dios, Jesús se hace presente por el Espíritu Santo: “El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: "Me voy y vuelvo a vuestro lado." Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo» (Juan 14,23-29). O sea que por el amor, por el Espíritu de Amor, somos templo de Dios… Dios es amor (1 Jn 4,8). Ésta es la novedad. El otro día con los niños de primera comunión al oír “el pan vivo” escuchaban en su cabeza, con sus imágenes “el pan Bimbo” que ha bajado del cielo, les sonaba extraño lo otro… y es verdad que es tan novedoso que no se enseña ni en las familias, ese evangelio, que va unido al mandato de Jesús: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros . Y también: En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si os amáis los unos a los otros .
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos preceptos pende toda la ley y los profetas . “Si no dispones de tiempo para estudiar todas las páginas santas, para quitar todos los velos a sus palabras y penetrar en todos los secretos de las Escrituras, manténte en el amor, del que pende todo; así tendrás lo que allí aprendiste y también lo que aún no has aprendido. En efecto, si conoces el amor, conoces algo de lo que pende también lo que tal vez no conoces. En lo que comprendes de las Escrituras, se descubre evidente el amor; en lo que no entiendes se oculta. Quien tiene el amor en sus costumbres posee, pues, tanto lo que está a la vista como lo que está oculto en la palabra divina.
Por tanto, hermanos, perseguid el amor, el dulce y saludable vinculo de las mentes sin el que el rico es pobre y con el que el pobre es rico. El amor da resistencia en las adversidades y moderación en la prosperidad; es fuerte en las pruebas duras, alegre en las buenas obras; confiado en la tentación, generoso en la hospitalidad; alegre entre los verdaderos hermanos, pacientísimo entre los falsos.
Grato en Abel por su sacrificio, seguro en Noé por el diluvio, lleno de fidelidad en las peregrinaciones de Abrahán, suavísimo en medio de injurias en Moisés, mansísimo frente a las tribulaciones en David. En los tres niños espera con inocencia las blandas llamas, en los Macabeos tolera con fortaleza los fuegos atroces. Es casto en Susana con respecto a su marido, en Ana después de muerto su marido, en María sin marido. Es libre en Pablo para argüir, humilde en Pedro para obedecer. Humano en los cristianos para confesarle, divino en Cristo para perdonar.
Pero, ¿puedo yo decir algo mejor y más abundante a propósito del amor que las alabanzas que le prodiga el Señor por boca del Apóstol? Muestra un camino sobreexcelente y dice: Aunque hable las lenguas de los ángeles y de los hombres, si no tengo amor soy como un bronce que suena o un címbalo que retiñe; y aunque tenga el don de profecía y conozca todos los misterios y toda ciencia y aunque tenga tanta fe que hasta traslade los montes, si no tengo amor, nada soy. Y aunque entregue todos mis bienes y distribuya todo lo que tengo a los pobres y aunque entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve. El amor es magnánimo, el amor es benigno; el amor no es envidioso, no obra el mal, no se hincha, no es descortés, no busca las cosas propias, no se irrita, no piensa mal, no goza con el mal, se alegra con la verdad. Todo lo tolera, todo lo cree, todo lo espera, todo lo sufre. El amor nunca desfallece (1 Cor 13).
¡Qué grandeza la suya! Es el alma de las Escrituras, el poder de la profecía, la salvación de los misterios, el fundamento de la ciencia, el fruto de la fe, la riqueza de los pobres, la vida de los que mueren. ¿Hay grandeza de alma mayor que la del que muere por los impíos? ¿Qué hay tan benigno como amar a los enemigos? El amor es lo único que no oprime a la felicidad ajena, que no siente envidia de ella. Es lo único que no se engríe con la felicidad propia, porque no se hincha. Es lo único a lo que no punza la mala conciencia, porque no obra el mal. Se halla confiado en los insultos, hace el bien en medio del odio; en medio de la ira es plácido, entre las insidias inocente; en medio de la maldad llora, en la verdad respira. ¿Qué hay más fuerte que él, no para devolver las injurias, sino para curarlas? ¿Qué hay más fiel que él, no por vanidad, sino para la eternidad? En efecto, tolera todo en la vida presente porque cree todo lo referente a la vida futura y sufre todo lo que aquí le sobreviene, porque espera todo lo que allí se le promete; con razón, nunca desfallece. Así, pues, perseguid el amor y pensando devotamente en ella, aportad frutos de justicia. Y cualquier alabanza que vosotros hayáis encontrado más exuberante de lo que yo haya podido decir, muéstrese en vuestras costumbres. Conviene que el sermón de un anciano, no sólo sea sustancioso sino también breve” (S. Agustín).

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