domingo, 2 de octubre de 2011
Lunes de la 27º semana. La clave de la vida eterna es amar, en esta vida, a los demás.
Jonás. 1:1-2,1.11. 1. La palabra de Yahvé fue dirigida a Jonás, hijo de Amittay, en estos términos: 2 «Levántate, vete a Nínive, la gran ciudad, y proclama contra ella que su maldad ha subido hasta mí.» 3 Jonás se levantó para huir a Tarsis, lejos de Yahvé, y bajó a Joppe, donde encontró un barco que salía para Tarsis: pagó su pasaje y se embarcó para ir con ellos a Tarsis, lejos de Yahvé. 4 Pero Yahvé desencadenó un gran viento sobre el mar, y hubo en el mar una borrasca tan violenta que el barco amenazaba romperse. 5 Los marineros tuvieron miedo y se pusieron a invocar cada uno a su dios; luego echaron al mar la carga del barco para aligerarlo. Jonás, mientras tanto, había bajado al fondo del barco, se había acostado y dormía profundamente. 6 El jefe de la tripulación se acercó a él y le dijo: «¿Qué haces aquí dormido? ¡Levántate e invoca a tu Dios! Quizás Dios se preocupe de nosotros y no perezcamos.» 7 Luego se dijeron unos a otros: «Ea, echemos a suertes para saber por culpa de quién nos ha venido este mal.» Echaron a suertes, y la suerte cayó en Jonás. 8 Entonces le dijeron: «Anda, indícanos tú, por quien nos ha venido este mal, cuál es tu oficio y de dónde vienes, cuál es tu país y de qué pueblo eres.» 9 Les respondió: «Soy hebreo y temo a Yahvé, Dios del cielo, que hizo el mar y la tierra.» 10 Aquellos hombres temieron mucho y le dijeron: «¿Por qué has hecho esto?» Pues supieron los hombres que iba huyendo lejos de Yahvé por lo que él había manifestado. 11 Y le preguntaron: «¿Qué hemos de hacer contigo para que el mar se nos calme?» Pues el mar seguía encrespándose. 12 Les respondió: «Agarradme y tiradme al mar, y el mar se os calmará, pues sé que es por mi culpa por lo que os ha sobrevenido esta gran borrasca.» 13 Los hombres se pusieron a remar con ánimo de alcanzar la costa, pero no pudieron, porque el mar seguía encrespándose en torno a ellos. 14 Entonces clamaron a Yahvé, diciendo: «¡Ah, Yahvé, no nos hagas perecer a causa de este hombre, ni pongas sobre nosotros sangre inocente, ya que tú, Yahvé, has obrado conforme a tu beneplácito!» 15 Y, agarrando a Jonás, le tiraron al mar; y el mar calmó su furia. 16 Y aquellos hombres temieron mucho a Yahvé; ofrecieron un sacrificio a Yahvé y le hicieron votos.
2:1 Dispuso Yahvé un gran pez que se tragase a Jonás, y Jonás estuvo en el vientre del pez tres días y tres noches. 11 Y Yahvé dio orden al pez, que vomitó a Jonás en tierra.
Salmo responsorial: Jonás 2,2-5,8. R. Sacaste mi vida de la fosa, Señor.
2 Jonás oró a Yahvé su Dios desde el vientre del pez. 3 Dijo: Desde mi angustia clamé a Yahvé y él me respondió; desde el seno del seol grité, y tú oíste mi voz.
4 Me habías arrojado en lo más hondo, en el corazón del mar, una corriente me cercaba: todas tus olas y tus crestas pasaban sobre mí.
5 Yo dije: ¡Arrojado estoy de delante de tus ojos! ¿Cómo volveré a contemplar tu santo Templo?
8 Cuando mi alma en mí desfallecía me acordé de Yahvé, y mi oración llegó hasta ti, hasta tu santo Templo.
Evangelio según Lucas, 10,25-37. 25 Se levantó un legista, y dijo para ponerle a prueba: «Maestro, ¿que he de hacer para tener en herencia vida eterna?» 26 El le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?» 27 Respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.» 28 Díjole entonces: «Bien has respondido. Haz eso y vivirás.» 29 Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «Y ¿quién es mi prójimo?» 30 Jesús respondió: «Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto. 31 Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. 32 De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. 33 Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; 34 y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. 35 Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: "Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva." 36 ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?» 37 El dijo: «El que practicó la misericordia con él.» Díjole Jesús: «Vete y haz tú lo mismo.»
Comentario: 1. Jon 1,1-2,1-11. El relato de Jonás no es la biografía de un hombre real -dicho sea de una vez por todas para que no nos choquen unos detalles inverosímiles-, se trata de un «midrash», es decir, un relato imaginario con fines educativos. Es una de las más hermosas parábolas del Antiguo Testamento, nos recuerda que «todos los hombres, incluso los más feroces enemigos de Israel, son llamados a la salvación». Escrito hacia el siglo V antes de Jesucristo, en una época en que Esdras había revalorizado el particularismo de Israel para salvaguardar la fe auténtica, el libro de Jonás reafirma fuertemente la «vocación misionera» del pueblo de Dios: Dios ama a los paganos y se regocija de su conversión. Durante tres días nos acompañará como primera lectura el libro de Jonás. No es un libro histórico en el sentido estricto de la palabra. El profeta Jonás existió, en tiempos del rey Jeroboam II (cf 2 R 14,25), pero el relato del que se le hace protagonista aquí es más bien una parábola historizada, didáctica, con una intención clara: mostrar que Dios tiene planes de salvación no sólo para Israel, sino también para los pueblos paganos. Más aún, que los paganos muchas veces le responden mejor que los judíos. Es probable que fuera escrito en tiempos de Esdras y en contra de éste, que, para asegurar la pureza del yahvismo en la época de la reconstrucción de Sión, se pasó un poco, cerrando fronteras en un particularismo exagerado y denigrando a los demás países. Este libro sería como un contrapunto al excesivo nacionalismo de Esdras. En esta edificante historia todos los paganos que aparecen son buenos, desde el rey de Nínive y sus habitantes hasta el ganado, pasando por los marineros del barco y el cachalote que cumple también su papel en la parábola. El único judío, Jonás, es el peor, un anti-profeta. El autor del libro ha elegido, como muestra de una ciudad pagana que se convierte, nada menos que a Nínive, la capital de los asirios, famosa por su política despiadada y cruel.
-La palabra del Señor fue dirigida a Jonás: «Levántate, vete a Nínive, la gran ciudad pagana y proclama que su maldad ha subido hasta mí.» Así, desde la primera línea de este apólogo, el autor nos revela la clave: Dios no es solamente el Dios de Israel, sino el de todas las naciones. El pecado cometido por un pagano ofende a Dios lo mismo que el pecado de un cristiano. Dios desea nuestra conversión, la de todos. El amor de Dios es universal. Sea cual sea el color de nuestra piel, cualquiera que sea nuestra religión, todos estamos invitados a la salvación.
Cuando Jonás recibe el encargo de ir a Nínive y anunciar allí el castigo de Dios, no se le ocurre otra cosa mejor que huir: toma el primer barco que zarpa por el Mediterráneo, precisamente hacia tierras de Tarsis, en el sur de la actual España. Ante la tempestad que se forma, los marineros aparecen como personas buenas, que temen a sus dioses y les rezan y les ofrecen sacrificios, y además respetan a Jonás, a pesar de que se ha declarado culpable. Hacen lo posible para salvarle. Por fin lo tienen que arrojar al agua, y allí es donde entra en acción el gran cachalote o ballena que le retiene durante tres días hasta arrojarlo a tierra firme. Estos tres días serán en el NT un símbolo de los tres días que estuvo Jesús en el sepulcro antes de resucitar. Pero la intención de la lectura de hoy es la conversión de los ninivitas, que Jesús comentará pronto, en una lectura que haremos la semana que viene (Lc 11,29ss).
Mal profeta, Jonás. Otros se habían resistido en principio a cumplir el encargo de Dios, poniendo excusas, como Moisés o Jeremías. Elías se refugió en el desierto, acobardado, y caminó hasta el monte Horeb. Pero a nadie se le había ocurrido tomar un barco en dirección contraria a Nínive, que es donde le quería Dios. El único personaje judío de la parábola es el único que se resiste a Dios. Es una lección para nosotros. Cada uno tiene su misión propia: ser de alguna manera sus testigos en este mundo. Si yo fallo y por pereza o por miedo no hago lo que Dios quiere que haga -en mi familia, en la sociedad, en la comunidad religiosa-, ¿quién hará ese trabajo? Se quedará por hacer, y habrá personas que por mi culpa no se enterarán del plan salvador de Dios.
Claro que es difícil la misión, tal como está el mundo (aunque peor estaba Nínive), porque el mensaje del evangelio es exigente. Pero no tendríamos que huir. También a Cristo le costó, y tuvo momentos en que pedía que pasara de él el cáliz, la pasión y la muerte. Pero triunfó la obediencia y la fidelidad a su Padre.
¿Nos hacemos los sordos cuando intuimos que Dios nos llama a colaborar en la mejora de este mundo? ¿nos acobardamos fácilmente por las dificultades que intuimos que vamos a tener? ¿en qué barco nos refugiamos para huir de la voz de Dios? ¿o somos capaces de trabajar con generosidad en la misión evangelizadora, a pesar de que ya tengamos experiencia de que la sociedad nos hará poco caso?
-Jonás se levantó, pero huyó a Tarsis, lejos del rostro del Señor. Jonás no tomó el camino de Nínive, al este de Palestina... sino exactamente la dirección contraria. Huye hacia el oeste, hacia un rincón del Mediterráneo. De hecho Jonás no desea en absoluto la conversión de Nínive. Para un judío, Nínive es el enemigo hereditario, el pueblo idólatra, la potencia cruel que recientemente deportó a toda la población de Israel. Pero no juzguemos a ese profeta (!) que se hace el sordo ante Dios. ¿No tenemos nosotros estrecheces semejantes? ¿Escuchamos, realmente, las llamadas misioneras de Dios? ¿Amamos a nuestros enemigos? ¿No hemos quizá creado unas fronteras que protegen nuestras seguridades pero que a la vez nos privan de los grandes soplos de largueza y magnanimidad? ¿Es nuestro corazón universal como el de Dios?
-Pero el Señor desencadenó un gran viento sobre el mar. Nada puede impedir a Dios realizar su Proyecto de salvación universal. Lo dispondrá todo para que Jonás siga la dirección de Nínive. Incluso un gran pez se encargará de ello, humorísticamente. Repítenos, Señor, que tu voluntad misionera es tenaz y que nadie puede hacer que fracase tu Designio de amor misericordioso para todos los hombres. Los acontecimientos obligarán a Jonás a «dirigirse a los paganos». Con frecuencia, los acontecimientos, las crisis... «empujan» a la Iglesia a no encerrarse en sí misma. Cuando la fe está en peligro, es tentador replegarse en sí mismo. Cuando los cristianos son minoritarios en el seno de un mundo no creyente, será tranquilizador quedarse «entre cristianos». Ahora, en el momento en que la Iglesia ya no está tranquila «en sus murallas» es cuando se halla en la tempestad del mundo, en contacto con los paganos, en situación eminentemente misionera en el corazón del mundo. ¿Sabremos ser la levadura en la masa, la sal de la tierra?
-Ahora bien, Jonás había bajado al fondo del barco, se había acostado y dormía profundamente. ¡Despiértate, Jonás! Tus hermanos corren peligro de naufragar. ¡No durmáis, cristianos, en tanto no hayáis transmitido a todo el mundo la buena nueva! (Noel Quesson).
El libro de Jonás, a diferencia del resto de los escritos proféticos, no es un conglomerado de oráculos o visiones, sino la narración de un episodio de la vida del hijo de Amitai, profeta en tiempos de Jeroboán II (2 Re 14,25). Sin embargo, parece que el autor desconocido de este pequeño libro escogió el nombre de tal profeta precisamente porque, a causa de las escasas noticias que de él se tenían, resultaba más adecuado para convertirlo en protagonista de una ficción literaria. Quizá el mismo nombre contribuya a la elección: Jonás significa «paloma», nombre que se aplica a Israel, como símbolo no de inocencia, sino de estupidez (cf Os 7,11). De este modo, se considera a Jonás como la personificación del espíritu mezquino, particularista y ridículo de buena parte de Israel. Pero –dice S. Jerónimo- “los doce profetas, encerrados en un único volumen, prefiguran cosas distintas de aquellas que revelan cuando son interpretados sólo a la letra (…). Jonás, paloma bellísima, prefigura la pasión del Señor; llama al mundo a la penitencia, y bajo el nombre de Nínive, anuncia la salvación a los gentiles”. Y “la huida del profeta puede ser referida en general también al hombre que, transgrediendo los mandamientos de Dios, se aleja de su presencia y se queda inmerso en el mundo, donde una tempestad de desdichas y los estragos del naufragio del mundo entero contra él, le obligan a advertir la presencia de Dios y a volver hacia Aquél del que había intentado huir”.
Parece, pues, que nuestro libro debe catalogarse en el género literario de la parábola o de la alegoría; o quizá mejor: de la parábola alegórica. Intenta darnos un mensaje a través de una pequeña historia, forma muy pedagógica de enseñar.
En primer lugar, es evidente el universalismo que respira: Yahvé es el Dios del cielo que ha hecho la tierra y el mar, es decir, el Dios de la creación, en contraste con el Dios de los padres y del éxodo, cuya concepción favorecía más la visión de elección de Israel y el particularismo correspondiente. Su misericordia alcanza a los paganos y no se limita al pueblo de la alianza. El libro se sitúa en la línea universalista de Rut y Job. Parece un eco de los grandes profetas, los cuales habían enseñado que Yahvé es Dios de todo el mundo. Esta corriente universalista del AT se presenta unas veces como un universalismo centralista en torno al santuario de Jerusalén (Is, Zac Ag) y otras como un universalismo descentralizado, por ejemplo Mal (1,10), que contempla la posibilidad de que se cierre el santuario y los sacrificios sean ofrecidos fuera de él. El universalismo de Jonás coincide con el de Malaquías: los marineros pueden ofrecer sacrificios en la nave.
Nuestro libro quiere ilustrar también la idea de que Dios al margen de lo que haga el hombre, consigue su fin. La tempestad, el hecho de que Jonás sea arrojado al mar y tragado por el pez son, más que castigos, hechos providenciales y destinados a forzar al profeta a cumplir su misión (J. Aragonés Llebaria).
Estas páginas de Jonás nos quieren enseñar también que los designios de Dios se cumplen inexorablemente, que no imputa sangre inocente, que hace todo según su beneplácito… el personaje da ilación a estas verdades religiosas que van apareciendo.
Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. A nadie creó Dios para la muerte, pues Él no se deleita en la muerte sino en la vida. Ninguno, que haya experimentado el amor y la misericordia de Dios, puede condenar a los demás pensando que sólo él tiene derecho exclusivo sobre Dios. Jonás, reluctante a hacer partícipe de la misericordia de Dios a los pueblos paganos, es conducido por Dios hasta el lugar donde el Señor quiere que se cumplan sus planes de salvación. Jonás, rebelde, no de palabra sino de hecho, a la voluntad de Dios respecto a la salvación universal, finalmente proclamará esa salvación: primero a los marineros, que temen a Dios, y que al arrojar a Jonás al abismo, se salvan de la muerte pues el mar se calma; y después a los ninivitas, proclamando el mensaje de salvación de Dios, al que ellos hacen caso y salvan así su vida. Nos dice san Pablo: si la rebeldía de los judíos se convirtió en causa de salvación para el mundo, ¡qué no será su conversión! Si la desobediencia del pueblo elegido simbolizado en Jonás, si su reticencia a abrir la salvación a todos, incluso a los enemigos fue causa de que esa salvación, conforme al Plan de Dios, llegara a Nínive en la que se simboliza la persecución de los inocentes y la lejanía de Dios, cuánto más ha logrado el Señor Jesús que, obediente a su Padre Dios, sale al encuentro del hombre pecador para proclamarnos la Buena Nueva del amor que Dios nos tiene. Él fue arrojado al abismo de la muerte, y ahí permaneció tres días y tres noches, para luego resucitar como el Hombre Nuevo con quien estamos llamados a identificarnos todos sin distinción alguna. Así Él ha logrado para nosotros la salvación. Y Él nos pide que abramos los ojos para no condenar a nadie, pues así como nos ha amado quiere que nos amemos los unos a los otros; y así como Él dio su vida en rescate por todos, quiere que su Iglesia se esfuerce constantemente en salir al encuentro del hombre pecador para invitarlo a rectificar sus caminos.
2. Jon 2,2-5.8. El canto de meditación que sigue a la lectura no es un salmo, sino un poema tomado del mismo libro de Jonás, que hace eco a la situación del protagonista: "sacaste mi vida de la fosa, desde el vientre del infierno pedí auxilio y escuchó mi clamor".
“Para llegar a una vida perfecta, es necesario imitar a Cristo –dice S. Basilio-, no sólo en los ejemplos que nos dio durante su vida, ejemplos de mansedumbre, humildad y paciencia, sino también en su muerte (…). Mas, ¿de qué manera podremos reproducir en nosotros su muerte? Sepultándonos con Él por el bautismo. ¿En qué consiste este modo de sepultura, y de qué nos sirve el imitarla? En primer lugar, es necesario cortar con la vida anterior. Y esto nadie puede conseguirlo sin aquel nuevo nacimiento de que nos habla el Señor, ya que la regeneración, como su mismo nombre indica, es el comienzo de una vida nueva (…). ¿Cómo podremos, pues, imitar a Cristo en su descenso a la región de los muertos? Imitando su sepultura mediante el bautismo. En efecto, los cuerpos de los bautizados quedan, en cierto modo, sepultados bajo las aguas. Por eso el bautismo significa, de un modo misterioso, el despojo de las obras de la carne”.
La oración de Jonás en el vientre del pez que leemos como salmo es un mosaico de trozos de salmos en acción de gracias, por salir de angustias pasadas, por la salvación, promesa de sacrificios y votos ofrecidos a Dios… (Biblia de Navarra). Dice Orígenes: “quien sabiendo de qué monstruo es figura el que engulló a Jonás (…), ese tal, si por una caída en la infidelidad, viene a parar al vientre del gran monstruo, que ore arrepentido, y saldrá otra vez de allí y una vez fuera, si persevera en observar los mandamientos de Dios, podrá (…) ser ocasión de salvación para los ninivitas de hoy día, que también están en riesgo de perecer, pues sintiéndose feliz por la misericordia divina, no querrá que Dios mantenga una actitud de dureza con los penitentes”.
A pesar de nuestras rebeldías e incongruencias en la fe, Dios siempre está dispuesto a escuchar nuestras súplicas, pues su amor misericordioso hacia nosotros nunca se acaba. Dios nos ama como un padre ama a sus hijos. Dios escuchó a su Hijo que le pidió, con ardientes lágrimas, que lo librara de la muerte. Dios siempre está y estará de parte nuestra. Sepamos, también nosotros, escuchar su Palabra y hacerla nuestra, pues el Señor quiere santificarnos en la Verdad por medio de ella. Dejemos de vivir nuestra fe con hipocresía; seamos leales al Señor como Él lo ha sido con nosotros. No encerremos la fe en nuestro corazón sino que proclamemos el amor y la misericordia del Señor a todos los pueblos; hagámoslo con las obras que manifiesten cómo el Señor, por medio de nosotros, se hace cercanía amorosa y misericordiosa para todos.
3.- Lc 10,25-37 (ver domingo 15C). La de hoy es una de las páginas más felizmente redactadas y famosas del evangelio: la parábola del buen samaritano, que sólo nos cuenta Lucas. La pregunta del letrado es buena: "¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?". -En esto, un Doctor de la Ley le preguntó a Jesús: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?" Un escriba preocupado por quién debe ser objeto de nuestra bondad y quién no, se dirige a Jesús para plantearle este dilema. La respuesta de Jesús no se dirige a solucionar esta falsa oposición, sino que se dirige a las más profundas opciones humanas, aquellas que compartimos con Dios.
¿Me hago yo también esa misma pregunta? ¿Qué respuesta personal y espontánea daría yo a esa pregunta? La vida... La vida eterna... Si nuestra vida terminara con la muerte, seríamos los más desgraciados de los hombres. La vida temporal, la que tiene un término, es corta. Todo lo finito es corto. Y si bien hay en ella algunas alegrías, habitualmente es difícil soportarla, sobre todo conforme van pasando los años: toda la literatura, antigua y moderna es copiosa en señalar lo trágico de la "condición humana". Sería ingenuo cerrar los ojos a esa realidad. Siempre los hombres han esperado "otra vida". Jesús también habló a menudo de ella, y aun decía que esa vida eterna ya ha comenzado, está en camino, si bien inacabada, naturalmente. ¿La deseo? ¿Pienso en ella? ¿Comienzo a vivirla?
-Jesús le pregunto: "¿Qué está escrito en la Ley?" En lugar de contestar a la pregunta del jurista, Jesús le propone a su vez otra pregunta, obligándole a tomar, él, posición. ¡La vida eterna no es ciertamente una pregunta que los demás podrían resolver en mi lugar! Jesús, en un primer momento, le remite a la ley del AT, a unas palabras que los judíos repetían cada día: amar a Dios y amar al prójimo como a ti mismo. Jesús hace que el letrado llegue por su cuenta a la conclusión del mandamiento fundamental del amor.
-El jurista contestó: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda la mente... Y a tu prójimo como a ti mismo"... Jesús le dijo: "Bien contestado. Haz eso y tendrás la vida". El Doctor de la Ley citó el Deuteronomio 6,5 y el Levítico 19,18. Amar, amar a Dios y al prójimo. No es pues algo nuevo. No es original. Todas las grandes religiones tienen en común esa base esencial. Esto forma ya parte del Antiguo Testamento. El mensaje de Jesús se basa primero en esa gran actitud, eminentemente humana.
-¿Quién es mi prójimo? Es ahí donde empieza toda la novedad ciertamente revolucionaria del evangelio. Lucas nos aporta aquí un relato escenificado por Jesús. Lucas es el único evangelista que nos ha comunicado esa página admirable que, por otra parte, está en la línea recta de todo el evangelio. ¡El amor al prójimo, para Jesús, va hasta al "enemigo! Es preciso repetírnoslo.
Ante la siguiente pregunta, Jesús concreta más quién es el prójimo.
-Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó... Lo asaltaron unos bandidos y lo dejaron medio muerto, al borde del camino... Pasó un sacerdote y luego un levita que lo vieron y pasaron de largo... Pero un samaritano... Hemos visto en Lucas 9,52-55 cuán detestados eran los samaritanos. ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo...? Jesús da completamente la vuelta a la noción de prójimo. El legista había preguntado "quién es mi prójimo" -en sentido pasivo-: en este sentido los demás son mi prójimo. Jesús le contesta: ¿"de quién te muestras tú ser el prójimo"? -en el sentido activo-: en este sentido somos nosotros los que estamos o no próximos a los demás. El prójimo soy "yo" cuando me acerco con amor a los demás. No debo preguntarme: ¿"quién es mi prójimo"?, sino "¿cómo seré yo el prójimo del otro, de cualquier otro hombre?" Cerca de mí, ¿quiénes son los despreciados, mal considerados, difíciles de amar?
-El samaritano al verlo le dio lástima, se acercó a él y le vendó las heridas, lo montó en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada... ¡Anda, haz tu lo mismo! Amar no es, ante todo, un sentimiento; es un acto eficaz y concreto (Noel Quesson).
La clave es amar. Si buscamos la vida eterna, sabemos que «la fe y la esperanza pasarán, mientras que el amor no pasará nunca» (cf. 1Co 13,13). Cualquier proyecto de vida y cualquier espiritualidad cuyo centro no sea el amor nos aleja del sentido de la existencia. Un punto de referencia importante es el amor a uno mismo, a menudo olvidado. Solamente podemos amar a Dios y al prójimo desde nuestra propia identidad… La propuesta de Jesús es clara: «Vete y haz tú lo mismo». No es la conclusión teórica del debate, sino la invitación a vivir la realidad del amor, el cual es mucho más que un sentimiento etéreo, pues se trata de un comportamiento que vence las discriminaciones sociales y que brota del corazón de la persona. San Juan de la Cruz nos recuerda que «al atardecer de la vida te examinarán del amor» (Lluís Serra i Llansana).
En su parábola, tan expresiva, quedan muy mal parados el sacerdote y el levita, ambos judíos, ambos considerados como "oficialmente buenos". Y por el contrario queda muy bien el samaritano, un extranjero ("los judíos no se tratan con los samaritanos": Jn 4,9). Ese samaritano tenía buen corazón: al ver al pobre desgraciado abandonado en el camino le dio lástima, se acercó, le vendó, le montó en su cabalgadura, le cuidó, pagó en la posada, le prometió que volvería, y todo eso con un desconocido.
¿Dónde quedamos retratados nosotros?, ¿en los que pasan de largo o en el que se detiene y emplea su tiempo y su dinero para ayudar al necesitado? ¡Cuántas ocasiones tenemos de atender o no a los que encontramos en el camino: familiares enfermos, ancianos que se sienten solos, pobres, jóvenes parados o drogadictos que buscan redención! Muchos no necesitan ayuda económica, sino nuestro tiempo, una mano tendida, una palabra amiga. Al que encontramos en nuestro camino es, por ejemplo, un hijo en edad difícil, un amigo con problemas, un familiar menos afortunado, un enfermo a quien nadie visita.
Claro que resulta más cómodo seguir nuestro camino y hacer como que no hemos visto, porque seguro que tenemos cosas muy importantes que hacer. Eso les pasaba al sacerdote y al levita, pero también al samaritano: y éste se paró y los primeros, no. Los primeros sabían muchas cosas. Pero no había amor en su corazón. El buen samaritano por excelencia fue Jesús: él no pasó nunca al lado de uno que le necesitaba sin dedicarle su atención y ayudarle eficazmente. Ahora va camino de la cruz, para entregarse por todos, y nos enseña que también nuestro camino debe ser como el suyo, el de la entrega generosa, sobre todo a los pobres y marginados. Al final de la historia el examen será sobre eso: "me disteis de comer... me visitasteis".
La voz de Jesús suena hoy claramente para mí: "anda, haz tú lo mismo". También podríamos añadir: "acuérdate de Jesucristo, el buen samaritano, y actúa como él" (J. Aldazábal).
La parábola del buen samaritano pone como modelo de ser humano a un hombre que era despreciado en la cultura israelita de la época. Esta contradicción se propone resaltar el valor de la vida humana por encima de cualquier diferencia cultural, étnica o política.
Cuando los tres personajes, el levita, el sacerdote y el samaritano, encuentran al hombre herido y abandonado en el camino, tienen que discernir si optan por su propia comunidad u optan por la vida. Los dos primeros pasan indiferentes, pues, aunque tienen una función religiosa en el pueblo, su manera de pensar les impide ver que su religión debe estar a favor de la vida del ser humano. El samaritano por el contrario, desde una opción por la vida, auxilia a aquel hombre, sin importarle de qué religión es, o a qué nacionalidad o raza pertenece. Para el samaritano lo importante es que ese herido moribundo es un ser humano necesitado de compasión. Por tanto, actúa conforme a unos principios humanitarios.
La parábola elimina el falso dilema de a quién debo y a quien no debo hacer el bien. La parábola plantea una opción por defender la vida del ser humano como un valor absoluto. Toda esta enseñanza se puede resumir en el conocido adagio popular: "Haz el bien sin mirar a quién". Pues, lo absoluto de Dios es la vida del ser humano. Por tanto, se deben superar las diferencias étnicas, patrióticas o de cualquier índole a la hora de aceptar al hombre enfermo y abandonado, como el prójimo que me habla con la misma voz de Dios (servicio bíblico latinoamericano).
El evangelio que se abre camino "por revelación" suele tener un tono exigente, pero profundamente liberador. Apela a la inteligencia de las personas ("¿Qué os parece?) y también a su libertad ("Si quieres"). Jesús tiene toda la fuerza del mundo para "imponer" el evangelio por decreto ley, porque sí, porque yo soy el que mando, y, sin embargo, procede según la "debilidad" de la seducción. Lo comprobamos en el evangelio de hoy. Más que la parábola del buen samaritano (siempre hermosa y siempre interpelante) me llaman la atención las preguntas de Jesús. He encontrado tres en el fragmento de hoy: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella? ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos? Y también dos recomendaciones: "Haz esto y tendrás la vida", "Anda, haz tú lo mismo".
Jesús no cuenta la parábola para humillar al maestro de la ley, sino para conectar con lo mejor de este hombre, para abrirle un horizonte más amplio, para hacerle ver la buena noticia, con la que "tendrá vida". ¡De qué manera tan distinta sonaría el evangelio en nosotros si surgiese de este modo y no como un arma arrojadiza al servicio de nuestros intereses, por nobles que aparezcan! (gonzalo@claret.org).
Jesús no debía hablar demasiado de la otra vida, de la «vida eterna», cuando tanto un jurista o maestro de la ley como un dirigente de Israel le formulan la misma pregunta: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?» (10,25; 18,18), para ponerlo a prueba, es decir, para atraparlo con la pregunta, el primero, y para adularlo, es decir, para ganárselo para la clase rica, el segundo. Quienes no quieren comprometerse con el hermano necesitado hablan siempre de la vida eterna. Es como una droga que los aliena de los deberes con la vida presente. Y no solamente hablan de ella, sino que quieren imponer este lenguaje, el lenguaje común a todas las religiones, que brota de lo más profundo del hombre, pero que necesita ser clarificado por el mensaje liberador y comprometido de Jesús. Es decir, el seguimiento de Jesús tiene exigencias reales. No sólo implica un compromiso con los pobres, sino también un crecimiento personal y una mayor conciencia de uno mismo. El evangelio de hoy nos trae la parábola que comúnmente hemos llamado "el buen samaritano". El problema del texto que analizamos, no es la vida eterna. Si este texto lo analizamos desde el problema del más allá, pierde su valor real y su sentido en las páginas del evangelio de Lucas. Hay que partir de un hecho que palpamos todos los días en la vida de la Iglesia: quienes no quieren comprometerse con el hermano necesitado hablan siempre de la vida eterna. Este tema para muchos cristianos y cristianas es como una droga que los aliena de los deberes con la vida presente.
No es válido hablar de más allá, de cielo, de vida eterna, si esta historia de ahora, si este más acá, si esta tierra, está tan desordenada y tan deshumanizada por las estructuras perversas que se han impuesto sobre la creación, obra de Dios. Jesús coloca un ejemplo concreto y aclara que lo más importante es hacer de esta historia una verdadera experiencia de "vida eterna".
Frente a la realidad del hermano que sufre, Jesús acusa a los hombres de religión de pasar por alto y no importarle el sufrimiento del otro. Lucas, en el relato, deja bien en claro que solamente los que experimentan en su propia vida la marginación y la exclusión, sienten compasión del sufrimiento y miseria que viven sus hermanos en la historia. No podemos seguir pensando en el más allá, para zafarnos del compromiso de hacer de esta historia un lugar donde quepamos todos. El cristiano tienen la tarea de dejar este mundo un poquito mejor de como lo encontró (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
El jurista está molesto porque Jesús no habla a la gente de lo que él cree esencial para un buen judío y que es el centro de su religión: los diez mandamientos, contenidos en las dos tablas de la Ley de Moisés. Se trata de la Ley fundamental de Israel, como lo es la Constitución para las naciones modernas. Siendo, sin embargo, Israel una teocracia, Constitución es igual a Ley de Dios.
Jesús no se deja atrapar. Ni siquiera se digna recitarla. Hace que sea el propio jurista quien se dé la respuesta: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo es eso que recitas?» (10,26). La recitación del Shemá Israel (=«Escucha, Israel») es perfecta, como quien recita el Credo. El jurista no se ha contentado con recitar largo y tendido el encabezamiento solemne del Deuteronomio: «Amarás al Señor tu Dios...» (Dt 6,5), sino que ha añadido una breve referencia al prójimo (segunda tabla de la Ley), sacada del Levítico: «Y a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19,18). No basta con recitar de memoria y con los labios, es preciso ponerlo en práctica. Quien cumple la Ley tiene garantizada la vida eterna. Pero, entonces, ¿qué ha venido a hacer Jesús si no ha venido a hablarnos de la otra vida? La respuesta la reserva Lucas para el final de la estructura, cuando, en la perícopa gemela, un dirigente de Israel le formulará la misma pregunta. Pero no anticipemos. Primero es preciso asimilar las enseñanzas que encierran las secuencias que componen esa gran estructura.
Los hombres religiosos pasan de largo. La secuencia que ahora examinamos tiene forma de tríptico. Acabamos de ver la hoja izquierda. En el centro se encuentra la parábola. En la hoja derecha, la enseñanza o «moraleja». El jurista que quería atrapar a Jesús se ha quedado atrapado en su propia trampa («queriendo justificarse»): ha recitado demasiado bien los mandamientos. Jesús lo ha invitado a «hacer», y cuando se trata de «hacer» no hay más remedio que tener en cuenta al prójimo. El jurista pretende escurrirse: «Y ¿quién es mi prójimo?» (10,29), como quien dice: Esto es muy difícil de saber. Jesús le propone una parábola.
El centro de la parábola es «un hombre». Lucas ha escogido el término «hombre», y no otro de los muchos posibles, y lo acompaña del indefinido «un/cierto»: este individuo personifica la humanidad y, en concreto, la que está de vuelta en sentido figurado: «un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó» (10,30b). «Bajar de Jerusalén», siendo «Jerusalén» el término sacro empleado para designar la institución judía y, en especial, su centro, el templo, tiene sentido negativo. El alejamiento del templo se paga muy caro; puede significar la pérdida de la propia vida, desde el punto de vista judío. Lucas lo expresa en imágenes: «lo asaltaron unos bandidos, lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon dejándolo medio muerto» (10,30c). Se explica, ahora, que bajando por aquel camino (¡no se dice que bajen de Jerusalén!) un sacerdote del templo y un levita o clérigo perteneciente a la misma alcurnia, uno y otro den un rodeo y pasen de largo (vv. 31-32). Su comentario sería unánime: Le está bien empleado, por abandonar las prácticas religiosas..., él se lo ha buscado!
La compasión de los que experimentan la marginación. Lucas hace coincidir fortuitamente (explicitado en el texto) a tres individuos que representan otros tantos estamentos: los dos primeros están estrechamente vinculados al templo, mientras que el tercero, un samaritano, representa al pueblo más odiado por un judío religioso. En los dos primeros hay coincidencia con el desgraciado, pero sólo material: «Coincidió que bajaba por aquel camino un sacerdote...; igualmente un clérigo, que llegó a aquel lugar...»; el tercero va derecho: «Pero un samaritano, que hacía su camino, llegó adonde estaba el hombre» (10,33). Hay una clara oposición entre el templo, que es el lugar por excelencia donde reside Dios, para un judío, y «aquel lugar» donde se encuentra el hombre que ha abandonado la institución. El samaritano está ya habituado a la maldición que los judíos profieren contra quienes abandonan la Ley y el templo: es un excomulgado. Va directamente «adonde estaba el hombre», como si hubiese olido la desgracia que ha caído sobre el hombre que ha abandonado la religión. Se compadece de él, y no sólo lo cuida personalmente, sino que se preocupa de que luego otros se ocupen de él (10,34-35).
El prójimo se crea haciéndose uno mismo prójimo. «¿Cuál de estos tres se hizo prójimo del que cayó en manos de los bandidos?» (10,36). El jurista quería escurrirse de amar al prójimo con la excusa de que es muy difícil de individualizar quién es y dónde se encuentra. Jesús le responde que el prójimo no se pasea por la calle, no lleva ningún distintivo: uno mismo se hace prójimo cuando se acerca a los más necesitados, cuando toma partido por el hombre a quien han pisoteado sus derechos y que ha sido reducido a una condición infrahumana... El samaritano, marginado él también por su condición religiosa heterodoxa, es capaz de sentir compasión por los proscritos por la institución oficial. No indaga en absoluto. Pasa a la acción y se vuelca haciendo el bien. El jurista no se atreve a pronunciar la palabra maldita («el samaritano») y responde: «El que tuvo compasión de él.» Jesús remacha el clavo: «Pues anda, haz tú lo mismo» (10,37). Quien se compromete con su prójimo tiene la vida eterna asegurada.
Nuestra comunión con Dios está esencialmente ligada al lugar en que buscamos la realización de esta comunión. La parábola nos presenta los dos ámbitos en que puede situarse esta búsqueda y nos enseña que la respuesta adecuada a la cuestión no puede ser reducida al ámbito de la participación cultual.
En continuidad con la línea profética de Israel, la respuesta de Jesús nos indica la vaciedad de las compensaciones cultuales que nacen de un corazón que ha reducido la presencia divina a ese ámbito. Sacerdote y levita son los exponentes de una concepción en que la preocupación cultual impide el acercamiento al ámbito de lo divino y ofusca el descubrimiento del Dios de la vida.
El samaritano, situado al margen de la pureza ritual, imposibilitado para participar en los bienes del pueblo elegido y de su culto oficial, es el único personaje de la historia que es capaz de comprender y dar la respuesta que Dios espera en la vida de los hombres. Sus acciones nacidas de la compasión ante el hombre golpeado por los bandidos lo colocan en la participación de los bienes de Dios y ello de tal manera que se convierte en ejemplo que debe seguir incluso todo fiel israelita como debe reconocer el escriba, interlocutor de Jesús.
El "vete y haz tu lo mismo" dirigido a este maestro se convierte en invitación a todo el pueblo de Dios para la rectificación y purificación de su relación religiosa, a menudo oscurecida por la búsqueda de pureza para la participación cultual (Josep Rius-Camps).
Con la parábola Jesús toca la razón más honda de todo lo que hacía: el amor a Dios y el amor al prójimo, son una unidad inseparable, son el camino más seguro que nos lleva al Padre, más que todas las prácticas rituales y todos los sacrificios que se hacían en el Templo. Y éste será el núcleo del conflicto que Jesús tenía con las autoridades judías, que daban más importancia a las prácticas religiosas que al compromiso con la vida, al culto que a la misericordia y la justicia. El Dios del que Jesús hablaba era Dios, el Padre, no el imaginado por los fariseos, al que le importa más la vida de sus hijos que los sacrificios o los ayunos o las oraciones rituales.
Este amor misericordioso del Padre debe pasar por encima de cualquier otra consideración en la vida de los cristianos. En este gesto del samaritano, el de sentir compasión, la Iglesia debe reconocer un aspecto fundamental de su misión: la de tener un corazón compasivo, que se exprese en un amor eficaz, levantando a todos los hombres y mujeres que son víctimas de las estructuras injustas de nuestra sociedad (servicio bíblico latinoamericano).
Amar al prójimo es procurar su bien, fortalecerle cuando sus manos se han cansado o sus rodillas han empezado a vacilar, tenderle la mano cuando lo vemos caído en algún pecado o en alguna desgracia, dejar nuestras seguridades para ofrecérselas y hacerle recobrar su dignidad; en fin, nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos. Y es muy fácil amar a quienes nos hacen el bien; y es muy fácil, también, solucionar el problema que nos causan nuestros enemigos acabando con ellos. Así sólo puede considerarse nuestro prójimo el cercano a nosotros y a nuestro corazón, aquel que no nos causa penas, dolores, angustias, aquel que no se ha levantado en contra de nosotros para dañarnos, pues, si lo ha hecho, no será nuestro prójimo, sino nuestro enemigo. Dios en Cristo Jesús, su Hijo amado hecho uno de nosotros, ha salido al encuentro de su prójimo, de aquel que jamás ha sido expulsado de su corazón. Y su cercanía ha sido hacia los pobres, hacia los marginados, hacia los despreciados y, sobre todos, hacia los pecadores, aun cuando sus pecados puedan haberse considerado demasiado graves. Amó tanto a la humanidad frágil y pecadora, que se desposó con ella y cargó sobre sí sus pecados clavándolos en la cruz y derramando su sangre para que fuesen perdonados. Así puede presentar a su esposa, que es la iglesia, ante su Padre, libre de pecado y adornada con las arras del Espíritu Santo. El Señor, en el Evangelio de este día nos manifiesta el gran amor que nos tiene para que vayamos y hagamos nosotros lo mismo.
En esta Eucaristía nos hacemos uno con Cristo. Uno en su amor, uno en su envío, uno en la vida que Él recibe de su Padre Dios. Por eso su Iglesia, que celebra este Misterio Pascual, debe ser luz para todos los pueblos, debe ser portadora de la salvación para todos sin poner fronteras o barreras a algunas personas. Por eso no sólo podemos pedirle al Señor que nos llene de su Vida y de su Espíritu; hemos de pedir que esa Vida y ese Espíritu llegue también a quienes viven lejos de Él; y nuestro esfuerzo apostólico ha de acompañar nuestra oración llevándonos hasta aquellos que, incluso convertidos en perseguidores nuestros, necesitan que alguien no sólo les hable, sino que se convierta para ellos en un signo vivo del amor misericordioso de Dios. Por ello, quienes participamos de esta Eucaristía no venimos a ella sólo a cumplir con un deber cristiano, consecuencia de una tradición familiar, sino que venimos con el compromiso de aceptar convertirnos en portadores de la salvación de Dios para todos, aun cuando en algún momento se hayan levantado contra nosotros ofendiéndonos, criticándonos o persiguiéndonos.
Volveremos a nuestra vida ordinaria. Es hermoso escuchar la voz de Dios en el lugar de culto y dejar que nuestro corazón se conmueva ante sus palabras. Pero vamos a encontrarnos nuevamente con aquellos que nos insultan por ser cristianos; con aquel vecino, compañero de trabajo o de estudio que nos causó algún daño, incluso tal vez diciendo cosas falsas de nosotros, o profiriendo amenazas contra nosotros; con aquel familiar que está enfadado con nosotros y que, tal vez, han pasado días, meses o años sin que podamos volver a relacionarnos de un modo adecuado, antes al contrario, parece que se profundiza cada vez más el abismo que nos separa. El hacer que la salvación llegue a todos no sólo significa el que proclamemos el Nombre de Dios con discursos bien elaborados, significa especialmente el que nosotros, con nuestras actitudes nuevas, con nuestro amor, con nuestro cariño, con nuestro respeto, con nuestra alegría, comencemos nuevamente a relacionarnos adecuadamente, como hijos de Dios, con todos aquellos que antes fueron nuestros enemigos, pero a quienes ahora no sólo consideramos prójimos, sino hermanos nuestros. Entonces, realmente sólo hasta entonces, sabremos que estamos trabajando por el Evangelio de la Salvación que Dios ofrece a todos; entonces, también sólo entonces, podremos no sólo llamar Padre a Dios, sino tenerlo en verdad por Padre. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, ser portadores de la salvación para todos los hombres. Que nuestra vida, en la que no cerremos a nadie nuestro corazón ni excluyamos a nadie de nuestro amor, se convierta en el mejor testimonio del amor que Dios tiene a todos. Amén (www.homiliacatolica.com).
domingo, 22 de mayo de 2011
Domingo 5º de Pascua, ciclo A: en Jesús la misericordia divina se vierte sobre todos los hombres, se nos da el Camino auténtico (caridad, servicio), l
Lectura de los Hechos de los Apóstoles 6,1-7: En aquellos días, al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea, diciendo que en el suministro diario no atendían a sus viudas. Los apóstoles convocaron al grupo de los discípulos y les dijeron: “No nos parece bien descuidar la Palabra de Dios para ocuparnos de la administración. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu de sabiduría; y los encargaremos de esta tarea; nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la palabra”. La propuesta les pareció bien a todos y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Simón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Se los presentaron a los apóstoles y ellos les impusieron las manos orando. La Palabra de Dios iba cundiendo y en Jerusalén crecía mucho el número de discípulos; incluso muchos sacerdotes aceptaban la fe.
SALMO RESPONSORIAL 32,1-2. 4-5. 18-19: R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
Aclamad, justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos; dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor el arpa de diez cuerdas.
La palabra del Señor es sincera y todas sus acciones son leales; él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra.
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre.
Lectura de la primera carta del Apóstol San Pedro 2,4-9: Queridos hermanos: Acercándoos al Señor; la piedra viva desechada por los hombres, pero escogida y preciosa ante Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo. Dice la Escritura: «Yo coloco en Sión una piedra angular, escogida y preciosa; el que crea en ella no quedará defraudado.»
Para vosotros los creyentes es de gran precio, pero para los incrédulos es la piedra que desecharon los constructores: ésta se ha convertido en piedra angular, en piedra de tropezar y en roca de estrellarse. Y ellos tropiezan al no creer en la palabra: ése es su destino. Vosotros, en cambio, sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que nos llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa.
Lectura del santo Evangelio según San Juan 14,1-12: En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -No perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias, si no os lo habría dicho, y me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.
Tomás le dice: -Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?
Jesús le responde: -Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.
Felipe le dice: -Señor, muéstranos al Padre y nos basta.
Jesús le replica: -Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores. Porque yo me voy al. Padre.
Comentario: «Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas; revela a las naciones su justicia. Aleluya» (Sal 97,1-2: ant. de entrada). Vemos la Iglesia desarrollarse, como sacramento pascual: de la resurrección de Jesús surgen todas las virtualidades unidas al Espíritu Santo, fruto de la Pascua. Se van desarrollando las lecturas como una explosión de frutos, decía Jacint Verdaguer que la naturaleza –árboles, flores- no puede aguantar la primavera que lleva dentro, y estalla en un mar de colores: así es la alegría de este tiempo pascual: «Señor, Tú que te has dignado redimirnos y has querido hacernos hijos tuyos; míranos siempre con amor de Padre y haz que cuantos creemos en Cristo tu Hijo, alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna» (Colecta). Y también pedimos hoy: «¡Oh Dios!, que por el admirable trueque de este sacrificio nos haces partícipes de tu divinidad; concédenos que nuestra vida sea manifestación y testimonio de esta verdad que conocemos» (Ofertorio). La clave está en la unión a Jesús, que hoy –después de contemplarlo la semana pasada como buen pastor, aparece hoy como Camino, Verdad y Vida, especialmente en la Comunión: «Yo soy la vid verdadera; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante. Aleluya» (Jn 15,1.5); por eso le pedimos en la Postcomunión: «Ven Señor en ayuda de tu pueblo y, ya que nos has iniciado en los misterios de tu Reino, haz que abandonemos nuestra antigua vida de pecado y vivamos, ya desde ahora, la novedad de la vida eterna».
Ya desde los tiempos del Crisóstomo y de Agustín está documentada la lectura de los Hechos de los Apóstoles durante la cincuentena pascual. Se narran los orígenes de la Iglesia; la selección de los domingos ofrece, en cada uno de los ciclos, a modo de un álbum de fotos de familia de la primera comunidad cristiana. Se pone de relieve que la vida de la Iglesia arranca del misterio pascual. Pero este domingo son las tres lecturas las que se prestan a un tratamiento eclesiológico. Permiten proponer tres aspectos complementarios del misterio de la Iglesia, siempre en relación con la perspectiva pascual obligada en este tiempo, que coinciden con las tres lecturas (puntos 1, 3, 4, pues el salmo es como una glosa poética de la primera):
1. Por vez primera en los Hechos se nombra a los "discípulos" en contraposición a los "apóstoles". En los evangelios se llama "discípulos" a cuantos siguen a Jesús (Mt 28. 19). Los "apóstoles" proponen a los "discípulos" que elijan a siete varones para que se encarguen de servir a los pobres. Al parecer, se tiene en cuenta la queja de los helenistas, y la comunidad elige precisamente a siete hombres que llevan nombres de origen griego. La comunidad elige, pero sólo los Apóstoles imponen las manos. La "imposición de manos" es un rito ya conocido en el A.T. (Gn 48.14; Nm 8. 10s). Aquí aparece como un símbolo sagrado y jurídico (Hch 8. 17; 13. 3; 14. 23; 28. 8; 1 Tm 4. 14; 5. 22; 2 Tm 1. 6; Hb 6. 2). No es fácil ver en otros casos si tiene o no carácter sacramental, pero aquí es muy probable. Es dudoso que se trate de la ordenación de unos "diáconos" en el sentido actual, y parece más bien que debe pensarse en aquellos "presbíteros" que, más tarde, hallaremos en este mismo libro unidos a los Apóstoles (11.30; 14. 23; 15. 2; etc.). Como puede verse, estamos en una fase inicial en la que comienza un proceso de institucionalización cada vez más necesario e inevitable ante el crecimiento de la comunidad. Ya se van distinguiendo funciones y servicios, pero estamos todavía muy lejos de unos "ministerios" perfectamente definidos en el ámbito de la Iglesia. San Ignacio de Antioquía distinguirá ya claramente entre obispos, presbíteros y diáconos. La Iglesia sigue ordenando hoy a sus "ministros" (es decir, servidores) mediante la imposición de manos. Pero se ha olvidado, por desgracia, la participación del pueblo en la elección de aquellos que le han de servir (“Eucaristía” 1981).
a) La primera lectura nos muestra una Iglesia en formación, en la primera crisis, de crecimiento: "al crecer el número de los discípulos"; y a las primeras tensiones, y se solucionó aquel problema organizando mejor entre sus miembros el servicio, la "diakonía". Así es como se establece el reino de Cristo: "Si dejamos que Cristo reine en nuestras almas, no nos convertiremos en dominadores, seremos servidores de los demás hombres. Servicio. Como me gusta esta palabra, Servir a mi Rey y por El a todos los demás hombres, que han sido redimidos con su sangre. ¡Si los cristianos supiéramos servir! Vamos a confiar al Señor nuestra decisión de aprender a realizar nuestra tarea de servicio, porque sólo sirviendo podremos conocer y amar a Cristo y darlo a conocer y lograr que otros más lo amen…
-Servicio es el punto central del funcionamiento de la Iglesia. ¡Cómo me gusta esta palabra! Servir a mi Rey, Cristo Jesús. Servir, y servir siempre. Danos, Madre nuestra, este sentido de servicio. Tu que antes las maravillas del Dios que se iba a ser hombre, dijiste: ecce ancilla! Enséñame a servir así" (san Josemaría Escrivá). En el "pueblo del Servidor de Yahvé" todo ha de entenderse como servicio humilde (el número siete era para los griegos símbolo de universalidad, como lo era el número doce para los judíos). En la Iglesia de Cristo todo es servicio: servicio de la Palabra, servicio de la oración, servicio de las mesas. Todos son "servidores" -"diakonoi"-, empezando por los responsables de la comunidad. De una manera u otra, todos están al servicio de la comunión. El modelo supremo, la referencia última obligada, es el gran Acto de Servicio que realizó en la cruz aquél que "no vino para que le sirvieran, sino para servir y dar su vida en rescate por todos" (Mc 10,5). A partir de aquel momento, en la Iglesia el servicio no se practica como un gesto aislado, sino como estilo de vida. Esta disponibilidad hacia las necesidades ajenas nos llevará a ayudar a los demás de tal forma que, siempre que sea posible, no se advierta, y así no puedan darnos ellos ninguna recompensa a cambio. Nos basta la mirada de Jesús sobre nuestra vida. ¡Ya es suficiente recompensa! Servicio alegre, como nos recomienda la Sagrada Escritura: Servid al Señor con alegría, especialmente en aquellos trabajos de la convivencia diaria que pueden resultar más molestos o ingratos y que suelen ser con frecuencia los más necesarios. La vida se compone de una serie de servicios mutuos diarios. Procuremos nosotros excedernos en esta disponibilidad, con alegría, con deseos de ser útiles. Encontraremos muchas ocasiones en la propia profesión, en medio del trabajo, en la vida de familia..., con parientes, amigos, conocidos, y también con personas que nunca más volveremos a ver. Cuando somos generosos en esta entrega a los demás, sin andar demasiado pendientes de si lo agradecerán o no, de si lo han merecido.... comprendemos que «servir es reinar» (Concilio Vaticano II). Aprendamos de Nuestra Señora a ser útiles a los demás, a pensar en sus necesidades, a facilitarles la vida aquí en la tierra y su camino hacia el Cielo. Ella nos da ejemplo: «En medio del júbilo de la fiesta, en Caná, sólo María advierte la falta de vino... Hasta los detalles más pequeños de servicio llega el alma si, como Ella, se vive apasionadamente pendiente del prójimo, por Dios» (san Josemaría). Entonces hallamos con mucha facilidad a Jesús, que nos sale al encuentro y nos dice: cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a Mí me lo hicisteis (Mt 25,40).
-Para ello hace falta humildad, la gran virtud eclesial: María es el modelo, por eso une, la medida de su fe es su humildad sin medida. San Juan Bautista ya lo indicó: “Preciso es que él crezca y que yo mengüe” (Io 3, 30). Es no buscar ser más que los demás: “La humidad humildad se ignora, / sabrá que la tiene el alma, / si sufre cuando la elogian”. Dice S. Fco de Sales : “soportar los oprobios es la piedra de pargón de la humildad y de la verdadera virtud”. Si no es como una caña vacía. Y el de Kempis: “quien no tiene Dios ante los ojos se conturba por toda palabra que desprecio que oye”. Tampoco trabajar por tener “buena imagen”: “Humildad es contentarse / con lo que les dan, no pidan. Todo el que quiera alcanzar / perfección, huya mil leguas / del “razón tuve”… “me hicieron / sin razón”… “razonar quieran”… / De tantas buenas razones / Dios libre a las almas buenas”. El soberbio es como un balón de viento que aparece grande a sí mismo, pero en sustancia toda su grandeza se reduce a un poco de viento, que abriéndose el balón, todo en un momento se desvanece, como aquel sapo de la fábula que hinchándose quiso interrumpir el camino a la vaca, que inadvertida aplastó al que se sobreestimaba. Hay gente que busca tener el éxito en la vida, pero es mucho más importante que la vida sea un éxito, y así oímos muchos decir: “He desperdiciado la vida…” pero cuando se sirve esto no ocurre, la vida no es banal cuando hay amor, a una persona que sirve hay que decirle: tú sí que “sirves”, estos años de servicio “no los has tirado por la borda”… te has gastado eficazmente. Nunca se pierde el tiempo ni los talentos, cuando se entregan por amor.
-Manifestaciones de este servicio: -Dejarse llevar por el Espíritu Santo, donde nos coloque en la vida. -Olvido de mí, solo Dios basta. -Rectificar la intención, cuando me busque, no hacerme la víctima cuando venga la señal de la cruz: acoger a Cristo en ella. -No retener cargos, por desgracia los dictadores no saben hacer equipo, y no tienen continuidad. -No “santificar nuestros defectos”, pensando que por el prestigio que tenemos ya todo lo hacemos bien, acoger las correcciones. Sucede que uno descuida el trato con las personas, cuando tiene poder y no ha de cuidar tanto la imagen, pero la gente sencilla no valora el prestigio social sino estas pequeñas atenciones, el interés cordial por cada persona, y eso es lo que da fruto. -No hacer como esas gallinas que apenas ponen un solo huevo van cacareando por toda la casa: pasar inadvertidos… -No preocuparse por los fracasos, tomar experiencia. No me parece oportuno lo de olvidar, sino aprovechar esas cosas malas, para el servicio: nos hacen más humildes, y con la humildad hay una renovada lucha fruto de confiar más en Dios y menos en nuestras fuerzas, y así el remordimiento convertido en arrepentimiento sirve para el servicio: la mejor penitencia es pensar en los demás: “darse, darse, darse a los demás… es de tal eficacia que Dios lo premia con una humildad llena de servicio, de gozo espiritual” (san Joseraría). Las ramas secas enterradas a los pies del árbol, dan vida y lozanía. –no ser tan tontos de pensar que lo nuestro es lo mejor: estar abiertos. –No pensar nunca “éste no sirve” para trabajar en esto; “eres tú el que no sirves”, por no saber gobernar, poner a cada uno en su sitio… Como la lamparilla alumbrando en el sagrario, así el servicio, gastar los años de juventud y de madurez en los demás, indica: “ahí está Dios”. Servir es poner en práctica lo que antes escribían en “la medalla del amor: + que ayer, – que mañana”. -Que sepa escuchar, aprender de los demás. -No ser nunca susceptible, ni justificarme, pues no tengo razón cuando me pierdo en razonar todo. –Ser acogedores como Jesús, que no va a imponer el criterio, sino a amar, y a partir de lo que a la gente le preocupa (el agua, la cosecha…) va subiendo las miras hacia el agua viva, el fruto que no se pudre… S. Francisco de Sales decía que la humildad es “base y fundamento de todas las otras y sumamente necesaria al hombre en la vida presente”, y añadía: “Amadas imperfecciones, que nos hacen descubrir nuestra miseria y nos ejercitan en la humildad!” Boylan señalaba que los desequilibrios mentales muchas veces es por no adaptarse a la realidad. Servir es trabajar por Dios, sin delirios de grandeza, pues todo es grande cuando se hace por amor. S. Bernardo decía: el pecador por caminar sobre las pisadas del ángel, en este camino de la humildad, toma una vía más segura que el hombre que en su virginidad sigue el camino de la soberbia, porque la humildad de uno lo purificará de sus daños, mientras la soberbia del otro no puede que manchar su pureza. S. Juan Crisóstomo: madre, raíz, nutriz y centro de todos los otros bienes: la soberbia de por sí (secundum genus suum) es el peor de los pecados, más grave que la infidelidad, que la desesperación, que el homiciod, que la lujuria, etc. (S. Francisco de Sales habla mucho de esto, Tissot y otros lo han recogido ordenadamente). “Plus placet Deo humilitas malis in factis quam superbia in bonis” (Dios mira más complaciente acciones malas acompañadas de la humildad, que buenas obras infectadas de orgullo” (S. Agustín). San Ottato de Milevi: “mejor pecados con humildad, que inocencia con orgullo”. San Gregorio Niseno: “un carro lleno de obras buenas, conducido con soberbia, lleva al infierno; un carro de pecados, conducido con humildad, conduce al paraíso”. San Gregorio Magno: “sucede a menudo que quien se ve cubierto de muchas manchas ante Dios, no es menos ricamente embellecido con el vestido de una más profunda humildad”.
El hombre santo y humilde, cuando es corregido gime por el error cometido: y el soberbio también gime cuando es corregido, pero gime porque se ve descubierto en su defecto, y por eso se turba, responde y se indigna con quien lo corrige”. Y dice La Chantal: “si no podemos adquirir muchas virtudes, por lo menos tengamos la humildad!” ¿La razón?: si el pecado es aversión contra Dios, la soberbia es el peor, pues los otros pecados alejan de Dios por la ignorancia, debilidad, deseo de un bien. La soberbia porque no quiere someterse a El y a su ley, y Dios resiste a los soberbios (Iac 4). La aversión a Dios y a sus preceptos en los demás pecados es una consecuencia, en la soberbia en la que el acto propio es el desprecio de Dios, tal aversión le es natural.
Triste la persona en la que nada quede del niño que lleva dentro: «Un testimonio elocuente para los creyentes de cómo "reinar" significa "servir"», concluyó. Ejemplo que no es sólo válido para los «padres», sino también para todos aquellos que tienen un papel de «guía»”, decía el Papa refiriéndose a los obispos. En la Iglesia se toma el “poder” ordenarse sacerdote no como un servicio, y ahí está el problema de hoy, de las reivindicaciones, que dejan entrar en la comunidad lo domina en la sociedad civil: el afán de dominio sobre los demás. Lo que vale es el amor, el servicio.
Hay que afrontar como aquellos primeros cristianos las problemáticas de pobreza actual: «Nuestra época, por primera vez, tiene el conocimiento, los medios y las posibilidades políticas para derrotar a la pobreza y las desigualdades. A pesar de ello, los fuertes desequilibrios siguen existiendo» (Diarmuid Martin). Se habla mucho de ayuda pero crece la pobreza: “hay algo que no funciona”. “Los países desarrollados, empezando por la Unión Europea…, deben tener el valor de admitir sus errores, que se pueden resumir en una postura de superioridad respecto a los países más pobres. Un comportamiento de superpotencia que debe ser sustituido por una relación de cooperación… Se trata de invertir en la capacidad de las personas. Invertir en formación. En el fondo el objetivo del desarrollo es preparar a las personas para que puedan aportar las capacidades que Dios les ha dado. Traducido en pocas palabras: menos asistencia y más desarrollo de la persona… se habla todavía demasiado de asistencia y no se habla, por ejemplo, de creación de puestos de trabajo. Y sin embargo, este es un tema central, un pilar para cualquier política de desarrollo real. Sobre todo, porque un trabajo digno es el primer factor que permite al hombre poner a disposición sus propias capacidades. Y, en segundo lugar, permite a la persona ser dueña de su destino, no depender de la ayuda del poderoso de turno. La creación de nuevos puestos de trabajo debería usarse también como instrumento para evaluar la eficacia de los diversos programas de lucha contra la pobreza. Invertir en formación es importante pero lo es también crear un espíritu de pequeña empresa. Los ejemplos positivos no faltan y demuestran también que las mujeres son especialmente capaces de responder a este estímulo. Las relaciones de cooperación deberían por tanto premiar a las pequeñas empresas que funcionan. Y aquí se engancha el tema de la deuda externa. Cuando estas empresas funcionan, es importante que se garantice la reinversión de los beneficios en el mismo lugar. Los altos niveles de deuda, en cambio, impiden esto, de manera que las riquezas locales se gastan en pagar intereses que ya no son sostenibles, y se perpetúa la espiral de la pobreza”. El comercio de armas y en general los gobiernos occidentales no son modelo de solidaridad: hasta que no bloqueen el tráfico de armas hacia estos países, “dado que la guerra y los conflictos civiles están entre las primeras causas de la pobreza”, no hay que confiar en esas políticas.
-Caridad, servicio… “quien quiera ser grande entre vosotros, sea vuestro servidor; y quien entre vosotros quiera ser el primero sea esclavo de todos”. Es un nuevo señorío el que instaura el Señor, demuestra que ahí está el fundamento de la nobleza y su razón de ser: “porque el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar Su vida en redención de muchos”: no cargos, servicio, eso es lo que vale, el éxito auténtico. A la luz de esta actitud de Cristo se puede reinar sólo sirviendo, a la vez, el servir exige tal madurez espiritual que es necesario definirla como reinar. Necesitamos de la humildad de corazón, la generosidad, la fortaleza, la alegría para poner la vida al servicio de Dios y de los hombres. La vida de Jesús es un incansable servicio a los hombres: los enseña, los conforta, los atiende…, hasta dar la vida. Y nosotros, si queremos ser discípulos de Cristo, debemos fomentar esa disposición del corazón que nos impulsa a darnos constantemente a quienes están a nuestro lado. La última noche, antes de la Pasión, Cristo, ante los discípulos, que discutían por motivos de soberbia y de vanagloria, realizó la tarea propia de los siervos, se inclina y lava sus pies: fustiga amorosamente la falta de generosidad de aquellos hombres. La vida eclesial, familiar, profesional, es un excelente lugar para manifestar este espíritu de servicio en multitud de detalles que pasarán frecuentemente inadvertidos, pero que ayudan a fomentar una convivencia grata y amable, en la que está presente Cristo. El Señor nos llama particularmente en los enfermos y en los ancianos, para ayudarlos con humildad y finura humana que apenas se advierten. El Señor sirve con alegría, amablemente, con gesto y tono cordiales. Y así debemos ser nosotros cuando realizamos esos quehaceres que son un servicio a Dios, a la sociedad o a quienes están próximos: Servid al Señor con alegría (Salmo 99, 2), nos dice el Espíritu Santo por boca del Salmista. El Señor promete la felicidad a quienes sirven a los demás. Aquello que entregamos con una sonrisa, con una actitud amable, parece como si adquiriera un valor nuevo y se apreciara también más. Además, para servir, hemos de ser competentes en nuestro trabajo: para servir, servir. Acudamos a San José, servidor fiel y prudente, y con su ayuda veremos en los demás a Jesús y María. Así nos será fácil servirles (Francisco Fernández Carvajal-Tere Correa).
Cristo es siempre consciente de ser el "Siervo del Señor", según la profecía de Isaías (cf. 42,1; 49,3.6; 52,13), en la cual se encierra el contenido esencial de su misión mesiánica: la conciencia de ser el Redentor del mundo. María, desde el primer momento de su maternidad divina, de su unión con el Hijo que "el Padre ha enviado al mundo, para que el mundo se salve por él" (cf. Jn 3, 17), se inserta en el servicio mesiánico de Cristo. Precisamente este servicio constituye el fundamento mismo de aquel Reino, en el cual "servir" (...) quiere decir "reinar". Cristo, "Siervo del Señor", manifestará a todos los hombres la dignidad real del servicio, con la cual se relaciona directamente la vocación de cada hombre, decía Juan Pablo II, quien proponía también formas concretas de ayuda como adoptar una familia del tercer mundo: «una nueva forma de adopción a distancia -aclaró el obispo de Roma- que, a través de la mediación directa de los misioneros, permite asegurar un trabajo digno a los cabezas de familia en los países más pobres».
Hallándose Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, se acercó a Él una mujer que traía un frasco de alabastro, con perfume muy caro, y lo derramó sobre su cabeza mientras estaba a la mesa. Al ver esto los discípulos se indignaron y dijeron: ¿para qué este despilfarro? Se podía haber vendido a buen precio y habérselo dado a los pobres. Mas Jesús, dándose cuenta, les dijo: ¿Por qué molestáis a esta mujer? Pues una "obra buena" ha hecho conmigo. Porque pobres tendréis siempre con vosotros, pero a mí no me tendréis siempre. Y al derramar ella este ungüento sobre mi cuerpo, en vista de mi sepultura lo ha hecho. Yo os aseguro: dondequiera que se proclame esta Buena Nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que ésta ha hecho para memoria suya (Mt 26,6). Luego Juan explica que quien murmuraba, Judas, era para quedarse con el dinero, no porque le importaran los pobres. Cuando alguien critica la Iglesia diciendo que no se ocupa suficientemente de los pobres, digamos que sí, que somos pecadores, pero con sencillez digamos: “yo hago esto...”, y hagámosles también la pregunta: “¿tú qué haces por los pobres?” Los Apóstoles centran la cuestión: la dedicación a la palabra y la oración es prioritaria, para ellos; conviene que haya otros, escogidos por sus virtudes, quienes administren el dinero destinado a esas cosas sociales. El servicio es aquí lo prioritario: servicio a Dios, a las almas: perfume dedicado al Señor, y que ese amor se vierta en los demás. Jesús no vino 'a ser servido, sino a servir y dar su vida en redención por muchos' (Mt 20,28). Si no, se vive muy lejos de Dios con una falsa piedad, aunque mucho se rece. Bien claro ha hablado el Maestro: "apartaos de mí, e id al fuego eterno, porque tuve hambre..., tuve sed..., estaba en la cárcel..., y no me atendisteis". El servicio va ligado a la alegría, pues servir con caras largas, es igual que no hacerlo.
S. Agustín pedía a Dios: “"Míranos siempre con amor de Padre". El tiempo pascual es particularmente apto para gustar la realidad de la paternidad divina recibida en el Bautismo. El plan eterno de Dios, preparado largamente, llegó a su plena realización en la pasión y resurrección del Hijo. El regalo de la Pascua del Hijo es el don del Espíritu. Por él podemos llamar a Dios "Padre". Ya no somos esclavos sino hijos en el Hijo. El Padrenuestro "entregado" y "devuelto" por los bautizados durante la Cuaresma tenía la finalidad de conducir, por la oración modelo de los cristianos, a una experiencia gozosa de Dios como Padre. De ella debe vivir toda su vida el bautizado. Por eso pide la oración colecta: "...míranos siempre con amor de Padre". Dios desea ver siempre grabada en nosotros la imagen del Hijo. Aquella unidad promovida por el entusiasmo de los creyentes y de la que nos habla san Lucas en los primeros capítulos de los Hechos, tiene que afirmarse ahora, superando el primer conflicto. La comunidad cristiana de Jerusalén estaba formada por "hebreos", es decir, los indígenas de habla aramea, y de "helenistas", judíos procedentes de la diáspora, de habla griega (cf. Hch 2.5-11). Al parecer, se daba una cierta discriminación, en perjuicio de los pobres del grupo de los helenistas, a la hora de distribuir los bienes de la comunidad (2. 45; 4. 35).
2. El punto central en el fragmento del salmo de hoy es la gratitud hacia Dios, por su misericordia (vv. 4-5), su providencia se ensancha hacia todos los hombres (vv. 18-19), y se ha manifestado especialmente en Jesús, la máxima revelación divina. Es necesario personalizar este salmo, en nuestra propia vida y en nuestra propio estilo: alabar... Creer en el poder de Dios... Creer que Dios interviene "hoy y siempre en los acontecimientos contemporáneos..." "hacerse pobre": la "mirada de Dios" sobre nosotros es una defensa más segura que todos los medios del poder humano. He aquí un ejemplo de personalización... He aquí como PAUL Claudel "releía" este salmo a su manera, vigorosa, truculenta, poética:
"Escuchad, pájaros cantores, el ímpetu que doy a mi canto: lo que llaman en música la anacrusa. Mirad mis dedos que sin hacer ruido en los rayos del sol, pulsan el arpa entre mis rodillas: hay diez cuerdas, ¡Atentos cuando levante la mano! Yo también canto muy suave, y los ojos bien abiertos, llevo el compás, el oído atento a vuestra vociferación. Dios es hombre de bien: se escucha la conciencia en todo lo que El ha hecho. Alguien de confianza y de buenos sentimientos: que no pide otra cosa que estar bien con el mundo. Esto es sólido, vamos, este cielo que ha fabricado con sus manos, y es El quien está en el interior, este espíritu que hace marchar todo. Es El quien ha juntado el mar como en un odre y que ha colocado cuidadosamente aparte los abismos para servirse de ellos. ¡Toda la tierra, si tiene corazón, que palpite sobre el corazón de Dios! En un abrir y cerrar de ojos todo fue hecho. Y entonces, las combinaciones de las gentes, poco tienen que ver con él. ¡Hacéos los listos, hombres de estado! Dios es alguien que recurre a su eternidad para pasar el tiempo. Escoge, Señor, entre nosotros: dichosos aquellos a quienes tú has confiado la tarea de continuar tu obra. De lo alto de los cielos el Señor abre los ojos para mirar: ¿son esos los hijos de los hombres? De lo alto de su arquitectura, esta tierra que El ha hecho, mira cómo nos las arreglamos para habitarla. ¡Todo está unido!, ¡nadie es intercambiable! Ha puesto dentro de nosotros un corazón, para que fuera nuestro corazoncito para nosotros solos. Alguien hace de rey, otro de gigante. Esto es gracioso. El caballo para salvaros, deberá tener más de cuatro patas para atarlo a vuestra ruleta. Decid solamente: espero, tú eres bueno, eso basta. ¿Eso basta para no ir al infierno y no tener hambre? ¡Nunca más tendremos hambre! Dios es como una columna entre mis brazos. ¡Intentad arrebatármela! Estamos felices de estar juntos: nos decimos el nombre de pila unos a otros. Y entonces, queridos hijos, atentos y todos juntos. "Que tu amor, Señor, esté sobre nosotros, como nuestra esperanza está en ti".
Así tradujo Claudel para él, este salmo. A nosotros toca ahora, "gritar a Dios nuestra alabanza" (Noel Quesson).
Recordaba Juan Pablo II que este salmo, de “22 versículos, tantos cuantas son las letras del alfabeto hebraico, es un canto de alabanza al Señor del universo y de la historia. Está impregnado de alegría desde sus primeras palabras: "Aclamad, justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos. Dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor el arpa de diez cuerdas… La tercera y última parte del Salmo (vv. 16-22) vuelve a tratar, desde dos perspectivas nuevas, el tema del señorío único de Dios sobre la historia humana. Por una parte, invita ante todo a los poderosos a no engañarse confiando en la fuerza militar de los ejércitos y la caballería; por otra, a los fieles, a menudo oprimidos, hambrientos y al borde de la muerte, los exhorta a esperar en el Señor, que no permitirá que caigan en el abismo de la destrucción. Así, se revela la función también "catequística" de este salmo. Se transforma en una llamada a la fe en un Dios que no es indiferente a la arrogancia de los poderosos y se compadece de la debilidad de la humanidad, elevándola y sosteniéndola si tiene confianza, si se fía de él, y si eleva a él su súplica y su alabanza. "La humildad de los que sirven a Dios -explica también san Basilio- muestra que esperan en su misericordia. En efecto, quien no confía en sus grandes empresas, ni espera ser justificado por sus obras, tiene como única esperanza de salvación la misericordia de Dios". El Salmo concluye con una antífona que es también el final del conocido himno Te Deum: "Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti" (v. 22). La gracia divina y la esperanza humana se encuentran y se abrazan. Más aún, la fidelidad amorosa de Dios (según el valor del vocablo hebraico original usado aquí, hésed), como un manto, nos envuelve, calienta y protege, ofreciéndonos serenidad y proporcionando un fundamento seguro a nuestra fe y a nuestra esperanza”.
3. b) La Iglesia, templo espiritual: estamos en la segunda lectura, san Pedro nos ofrece una de las más bellas descripciones de la Iglesia, pueblo sacerdotal, templo de Dios. Es una construcción "espiritual", no en el sentido de realidad "invisible", sino por estar construida y habitada por el Espíritu (cf. 1 Co 3. 15): la cohesión mutua de las piedras vivas que la conforman es obra del Espíritu. Estas piedras vivas "entran en la construcción del templo del Espíritu" por el sacramento del Bautismo, primera experiencia pascual del cristiano, que lo deja marcado para toda la vida. No olvidemos que el tiempo pascual es el tiempo de los sacramentos de la iniciación cristiana, que definen la condición del cristiano como comunión con la Pascua del Señor. Sin apartarse de la imagen y del texto de Pedro, cabe hablar del origen pascual de esta construcción espiritual que es la Iglesia: descansa sobre "la piedra escogida y preciosa" que los constructores desecharon, el Señor Jesús, a quien crucificaron los hombres, pero Dios hizo "piedra angular" de la Iglesia (cf. Ef 2,20-22). "Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo" (1Co 3,11). La Iglesia es "un pueblo adquirido por Dios": lo adquirió con la sangre de su Hijo.
La Iglesia, en su triple función -sacerdotal, regia y profética- está llamada a "ofrecer sacrificios espirituales", "proclamar las hazañas del que nos llamó". En el Evangelio se nos dirá que todos están llamados a participar de la salvación de Cristo, el único camino para la verdad y la vida.
Pe 2,4-9 dice: Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real. Por nuestra unión con Cristo Sacerdote todos debemos sentirnos piedras vivas de un inmenso templo viviente que glorifica a Dios y es signo de salvación para todos los hombres. Orígenes afirma: «Todos los que creemos en Cristo Jesús somos llamados piedras vivas... Para que te prepares con mayor interés, tú que me escuchas, a la construcción de este edificio, para que seas una de las piedras próximas a los cimientos, debes saber que es Cristo mismo el cimiento de este edificio que estamos describiendo. Así lo afirma el Apóstol Pablo. Nadie puede poner otro cimiento distinto del que está puesto, que es Jesucristo (1 Cor 3,11)»… “¡Ea, pues, hermanos! Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba donde está Cristo sentado a la derecha del Padre; gustad las cosas de arriba, no las de la tierra (Col 3,1-2). Ésta es la razón por la que Cristo, nuestro cimiento, fue puesto allí en lo alto: para ser edificados hacia arriba. En las construcciones terrestres, como los pesos tienden por su propio peso a los lugares más bajos, se ponen allí los cimientos; lo mismo sucede en nuestro caso, pero al revés: la piedra que sirve de cimiento, está colocada arriba, para elevarnos hacia arriba por el peso de la caridad. Alegremente, pues, obrad vuestra salvación con temor y temblor. Dios es quien obra en nosotros el querer y el obrar según la buena voluntad. Haced todo sin murmurar (Flp 2,12-14). Como piedras vivas, contribuís a la edificación del templo de Dios (1 Pe 2,5); como vigas incorruptibles, haced de vosotros mismos la casa de Dios. Ajustaos, tallaos en el trabajo, en la necesidad, en las vigilias, en las ocupaciones; estad dispuestos a toda obra buena, para que merezcáis descansar en la vida eterna, como en la trabazón de la sociedad de los ángeles” (S. Agustín).
4. Juan 14,1-6: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida (cf. comentario del viernes 4ª semana).
c) La Iglesia, sacramento del Reino: El pasaje evangélico está enteramente proyectado hacia las "estancias del cielo". Por continuidad con los dos puntos anteriores, cabe interpretarlo también en clave eclesiológica: la Iglesia, aparece pueblo en marcha hacia la casa del Padre, va guiada por el Hijo resucitado. Su gran esperanza es volver a estar con su Señor, que ha llegado a la comunión total con el Padre. Su destino último y definitivo es entrar también ella en la familiaridad perfecta con Dios (Ignacio Oñatibia). En Juan se suma como elemento decisivo el que esa vida eterna no se entienda sólo como algo futuro que sólo se nos otorgará en el futuro lejano o después de la muerte, sino que la fe es el comienzo de esa vida eterna. Con la fe el hombre alcanza ya, aquí y ahora, una nueva calidad de vida escatológica. La fe es el paso decisivo "de la muerte a la vida", porque es la participación del hombre en la comunión divina que se le ha abierto por Jesús (cf. 1 Jn 1,1-4).
Dícele Felipe: "Señor, muéstranos al Padre..." Objetivamente la súplica formula el deseo de una contemplación de Dios. En ese deseo de contemplar directamente la divinidad en toda su plenitud, se condensa la quintaesencia de todo anhelo religioso, el anhelo de que en el encuentro con Dios se nos abra el sentido del universo. Pese a toda la diversidad de sus respuestas, las religiones son las formas expresivas de un sentido último definitivo y que ya no puede superarse. También la Biblia conoce ese deseo del hombre de contemplar a Dios, pero alude una y otra vez a sus limitaciones. A Moisés, que dirige a Yahveh la súplica "Déjame contemplar tu gloria", se le da la respuesta: "No puedes contemplar mi rostro, pues ningún hombre que me ve puede seguir viviendo." Lo más que puede otorgársele es que pueda contemplar "las espaldas" de la gloria divina, pero nada más (cf. Ex 34,18-23). También el evangelio de Juan mantiene esta concepción de que ningún hombre ha visto a Dios ni puede verle (1,18; 6,46; cf. 1Jn 4,12). Ese principio de la invisibilidad de Dios por el hombre constituye precisamente un supuesto básico de la teología joánica de la revelación. Ciertamente que al hablar de Dios se tiene a menudo la impresión de que ese principio básico ha quedado en el olvido, pues de otro modo nos encontraríamos hombres con mayor inteligencia que no se contentan con la fe en Dios.
Según la concepción bíblica Dios se muestra sobre todo al "oyente de la palabra". La respuesta de Jesús se mantiene exactamente en ese cuadro. El reproche "Llevo tanto tiempo con vosotros, ¿y no me has conocido, Felipe?", remite al lector una vez más al trato con el Jesús histórico. Conocer a Jesús equivale justamente a reconocerle como el revelador de Dios. Sobre Jesús se pueden decir muchas cosas. Cuando no se ha encontrado ese punto decisivo, es que aún no se ha dado con el lugar justo para hablar de Jesús, por seguir moviéndose siempre en preliminares y cuestiones acusatorias. Todo trato con Jesús, el teológico y el piadoso, así como el trato mundano con él, debe siempre plantearse esta cuestión.
Ahora el lado positivo: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre". En el encuentro con Jesús encuentra su objetivo la búsqueda de Dios. Pues ése es el sentido de la fe en Jesús: que en él se halla el misterio de lo que llamamos Dios. Por lo demás, el "ver a Jesús", de que aquí se trata, no es una visión física, sino la visión creyente. La fe tiene su propia manera de ver, en que siempre debe ejercitarse de nuevo. Pero lo que en definitiva llega a ver la fe en Jesús es la presencia de Dios en este revelador. Y es evidente que, así las cosas, huelga la súplica de "¡Muéstranos al Padre"!
Se da ahora la razón de por qué la fe en Jesús puede ver al Padre: "¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?" Hallamos aquí una forma de lenguaje típica de Juan (fórmula de inmanencia recíproca), para indicar que Jesús está "en el Padre" y que el Padre está "en Jesús". En esa fórmula, que no debe interpretarse mal como una concepción espacial, se manifiesta la íntima relación y comunión entre Dios y Jesús. Que Jesús "está en el Padre" quiere decir que está condicionado en su existencia y en su obrar por Dios, a quien él entiende como su Padre; y, a la inversa, que Dios se revela a través de la obra Jesús, hasta el punto de que "en Jesús" se hace presente. Se comprende que la verdad de esta afirmación sólo se manifiesta en la fe, y no en una especulación sobre Dios que pueda separarse de la fe. Y que la fe pone al hombre en una relación viva con Jesús y, justamente por ello, en una relación viva con Dios, asegurando una participación en la comunión divina (“El Nuevo Testamento y su mensaje”).Llucià Pou Sabaté
sábado, 27 de noviembre de 2010
Esperanza y vida, mundo y eternidad
viernes, 23 de abril de 2010
VIERNES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA: la vida de Jesús se nos transmite por la fe y la Eucaristía, y esta experiencia de Vida podemos comunicarla a otros.

La conversión de Pablo se cuenta 4 veces en el Nuevo Testamento,
impresiona que el perseguidor pase a ser el apóstol más audaz: "Saulo,
respirando aún amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se
presentó al sumo sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de
Damasco, con el fin de que si encontraba algunos que siguieran este
camino, hombres o mujeres, pudiera llevarlos presos a Jerusalén. Yendo
de camino y cerca ya de Damasco, de repente le rodeó la claridad de
una luz venida del cielo" Hechos (9,1-20). La capital de Siria estaba
a 230-250 km de distancia. Hay una persecución, como hoy, quizá por
ideas equivocadas, por miserias y resentimientos… En nuestro camino,
podemos ir contra Jesús, sin verle: "son también nuestras miserias las
que ahora nos impiden contemplar al Señor, y nos presentan opaca y
contrahecha su figura. Cuando tenemos turbia la vista, cuando los ojos
se nublan, necesitamos ir a la luz. Y Cristo ha dicho: ego sum lux
mundi! (Jn 8,12), yo soy la luz del mundo. Y añade: el que me sigue no
camina a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida" (S. Josemaría
Escrivá).
¡Señor, transfórmanos! ¡Señor, mira los países perseguidos! ¡Señor,
cambia nuestros corazones! Señor, ayúdanos a ver cómo tu designio
puede ir progresando misteriosamente en todas las situaciones
aparentemente opuestas al evangelio.
Cayó en tierra y oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues?» Decía uno: "De muchacho oí predicar que para convertirse
el hombre necesita 'agere contra', luchar contra sus propias
tendencias, ir contra corriente de su alma, cambiarse como un guante
al que se da la vuelta. Así si eras impetuoso tenías que volverte
apocado; si tímido, en atrevido; si impulsivo, en sereno… Pensando, no
encontraba respuesta ¿es posible que si Dios me quería rápido, me haya
creado lento? ¿por qué no empezó por ahí?" Es verdad, más que cambiar
hemos de aceptarnos como somos. La felicidad no está en cambiar. Dice
una historia: "Durante años fui un neurótico (aquí cada uno puede
poner sus defectos: impuntual, desordenado, caótico…). Era un ser
angustiado, deprimido y egoísta. Y todo el mundo insistía en decirme
que cambiara. No dejaban de recordarme lo neurótico que yo era. Y yo
me ofendía, aunque estaba de acuerdo con ellos, y deseaba cambiar,
pero no acababa de conseguirlo por mucho que lo intentara. Lo peor era
que en mi familia tampoco dejaban de recordarme lo neurótico que yo
estaba. Y también insistían en la necesidad de que yo cambiara.
También con ellos estaba de acuerdo, y no podía sentirme ofendido. De
manera que me sentía impotente y como atrapado. Pero un día me dijo un
amigo: «No cambies. Sigue siendo tal como eres. En realidad no importa
que cambies o dejes de cambiar. Yo te quiero tal como eres y no puedo
dejar de quererte». Aquellas palabras sonaron en mis oídos como
música: «No cambies. No cambies. No cambies... Te quiero...». Entonces
me tranquilicé. Y me sentí vivo. Y, ¡oh, maravilla!, cambié. Ahora sé
que en realidad no podía cambiar hasta encontrar a alguien que me
quisiera, prescindiendo de que cambiara o dejara de cambiar". El
cambio de vida comienza por ese aceptarse a uno mismo y a los demás,
respetar su libertad y no perseguir a nadie para que cambie…
Ya vimos cuando el pueblo de Israel va por el desierto y llegan las
"serpientes venenosas", símbolos de espanto: animal sinuoso y
deslizante, difícil de atrapar, que ataca siempre por sorpresa y cuya
mordedura es venenosa, de potencia maléfica, casi mágica. En este
mundo, podemos ser felices y tocar el paraíso con los dedos cuando nos
elevamos de puntillas y alargamos las manos con la esperanza, y para
ello hay que esquivar el hechizo de esas serpientes del amor
desordenado a las cosas que hace envidiar y odiar a las personas,
cuando el amor es sólo para las personas. Y, como consecuencia, la
falta de amor a uno mismo, querer ser de otra manera, ansiar salir de
cómo somos. El paraíso tiene en el centro el árbol de la vida, al que
no podemos llegar por la técnica y el poder: la sabiduría de la vida
auténtica se consigue de otro modo, por el amor, como cuenta también
otra historia sobre "el secreto para ser feliz".
Hace muchísimos años, vivió en la India un sabio de quien se decía
guardaba en un cofre encantado un gran secreto que lo hacía el hombre
más feliz del mundo. Muchos reyes, envidiosos, le ofrecían poder y
dinero, y hasta intentaron robarlo para obtener el cofre, pero todo
era en vano. Cuanto más lo intentaban, más infelices eran, pues la
envidia no los dejaba vivir. Así pasaban los años. Un día llegó ante
el sabio un niño y le dijo: "Señor, al igual que tú, también quiero
ser inmensamente feliz. ¿Por qué no me enseñas qué debo hacer para
conseguirlo?" El sabio, al ver la sencillez y la pureza del niño, le
dijo: "A ti te enseñaré el secreto para ser feliz. Ven conmigo y
presta mucha atención: En realidad son dos cofres en donde guardo el
secreto para ser feliz y estos son mi mente y mi corazón y, el gran
secreto no es otro que una serie de pasos que debes seguir a lo largo
de la vida: El primero es saber ver a Dios en todas las cosas, amarlo
y darle gracias por todo lo que tienes y lo que te pasa. El segundo,
es que debes quererte a ti mismo, y todos los días al levantarte y al
acostarte debes afirmar: Yo soy importante, yo valgo, soy capaz, soy
inteligente, soy cariñoso, espero mucho de mí, no hay obstáculo que no
pueda vencer. El tercer paso es que debes poner en práctica todo lo
que dices que eres, es decir, si piensas que eres inteligente, actúa
inteligentemente; si piensas que eres capaz, haz lo que te propones;
si piensas que eres cariñoso, expresa tu cariño; si piensas que no hay
obstáculos que no puedas vencer, entonces proponte metas en tu vida y
lucha por ellas hasta lograrlas: se llama motivación. El cuarto, es
que no debes envidiar a nadie por lo que tiene o por lo que es, ellos
alcanzaron su meta, logra tú las tuyas. El quinto, es que no debes
albergar en tu corazón rencor hacia nadie; ese sentimiento no te
dejará ser feliz; deja que las leyes de Dios hagan justicia, y tú...
Perdona y olvida. El sexto es que no debes tomar las cosas que no te
pertenecen, recuerda que de acuerdo a las leyes de la naturaleza,
mañana te quitarán algo de más valor. El séptimo, es que no debes
maltratar a nadie; todos los seres del mundo tenemos derecho a que se
nos respete y se nos quiera. Y por ultimo, levántate siempre con una
sonrisa en los labios, observa a tu alrededor y descubre en todas las
cosas el lado bueno y bonito; piensa en lo afortunado que eres al
tener todo lo que tienes; ayuda a los demás, sin pensar que vas a
recibir nada a cambio; mira a las personas y descubre en ellas sus
cualidades.
Volvemos a Saulo. Los hombres que iban con él se habían detenido mudos
de espanto; oían la voz, pero no veían a nadie… Saulo está a punto de
sufrir una transformación, y tendrá que pasar por la soledad que pasó
Jesús en la Pasión.
La verdad no está en ser "perfecto" mirándose sólo a sí mismo. Pasarse
la vida luchando 'contra' los propios defectos, es tiempo perdido.
'Cuando deje de ser egoísta, podré empezar a amar', así no empezaré a
amar nunca. Si me digo: 'voy a empezar a amar…' entonces el amor irá
pulverizando el egoísmo que me corroe. No es que tengamos muchos
defectos; en realidad practicamos pocas virtudes, y así el horno
interior está apagado. Y, claro, en un alma semivacía pronto empieza a
multiplicarse la hojarasca.
-"Cayó en tierra y oyó una voz que le decía: "Saulo, Saulo, ¿por qué
«me» persigues?"" Todos buscan a Jesús, se preguntan: ¿Qué hago con la
vida?; ¿de donde vengo…? ¿A donde voy? ¿Me salvaré? Cristo revela el
hombre al hombre y le manifiesta la grandeza de su vocación (Gaudium
et spes), en su caminar terreno decían de él: "porque salía de Él una
fuerza que sanaba a todos"; y resucitado también. La humanidad de
Cristo sigue viva, y funda la iglesia, por eso entiende Pablo que
perseguir a los cristianos es perseguir a Jesús, que Jesús está
presente en los cristianos, en la Iglesia: estar en ella es estar con
Jesús, en ella encontramos a Jesús. Quienes desprecian la Iglesia como
Saulo reciben estas palabras: "yo soy Jesús, a quien tú persigues".
"No dice –S. Beda- ¿por qué persigues a mis miembros? Sino ¿por qué me
persigues? Porque Él todavía padece afrentas en su Cuerpo, que es la
iglesia", perseguir a la Iglesia es perseguir a Jesús. Llevamos la
gente a Jesús cuando les invitamos a una charla de formación, a
visitar el Sagrario, a rezar el Rosario o asistir a un retiro, a rezar
(hablar con Dios): por la piedad, Dios dice de cada uno (imagen de su
Hijo): "este es mi hijo amado, escuchadle". Toda persona lleva dentro
inquietudes, como la cierva que tiene sed se pregunta: ¿por dónde voy
a beber? Como las ovejas que van a buen pasto… y necesitan un pastor,
el buen pastor es el Papa, buen pastor son los fieles a Jesús.
Saulo creía perseguir a discípulos, hombres y mujeres. Encuentra a
«Jesús». Es sorprendido por Cristo viviente, resucitado, presente en
sus discípulos. «Lo que hiciereis al más pequeño de los míos, había
dicho, me lo habréis hecho a mí.» Pablo encuentra a Jesús, en esos
hombres y esas mujeres a quienes está persiguiendo: "¿por qué «me»
persigues?" Desde el primer día de su encuentro con Jesús, se
encuentra con el Cuerpo total de Jesús: los cristianos son el Cuerpo
de Cristo, como dirá más tarde a los Romanos (12,5) «Vosotros sois el
Cuerpo de Cristo... miembros de su Cuerpo...». Al comer el «Cuerpo de
Cristo» en la eucaristía, los cristianos pasan a ser «cuerpo de
Cristo». Gran responsabilidad la nuestra: en nosotros hacemos visible
a Cristo, somos el cuerpo de Cristo... Ayúdame, Señor, a sacar las
consecuencias concretas de este descubrimiento.
…«Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?». Él preguntó: «¿Quién eres,
Señor?». Y Él: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate y entra
en la ciudad; allí te dirán lo que debes hacer». Los que lo
acompañaban se quedaron atónitos, oyendo la voz, pero sin ver a nadie.
Saulo se levantó del suelo, y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía
nada; lo llevaron de la mano a Damasco, donde estuvo tres días sin ver
y sin comer ni beber".
Bernardino Herrando dice: "La conversión es mucho más que un
arrepentimiento o un clara conciencia de un mal hecho. La conversión
es emprender un nuevo camino bajo la misericordia de Dios. Y sin dejar
de ser uno mismo. Convertirse no es haber sido impetuoso y ser ahora
una malva. Es ser ahora impetuoso bajo la misericordia de Dios. Por
fortuna, San Pablo se convirtió de verdad; es decir, siguió siendo él
mismo. Cambió de camino, pero no de alma". A San Pablo un día Dios le
tiró (los pintores lo ponen cayendo del caballo) y le explicó que toda
esa violencia era agua desbocada. Pero no le convirtió en un
muchachito bueno, dulce y pacífico. No le cambió el alma de fuego por
otra de mantequilla. Su amor a la ley judaica se transmutó por unas
ansias por la Ley de Cristo. Efectivamente, había cambiado de camino,
pero no de alma. Este es el cambio que Dios espera del hombre: que
luchemos por el espíritu, como hasta ahora hemos peleado por dominar;
que nos empeñemos en ayudar a los demás, como deseábamos que todos nos
sirvieran. No que echemos agua al moscatel de nuestro espíritu, sino
que se convierta en vino que conforte y no emborrache. A veces parece
que esto quita libertad, que ata. "¡Cadenas de Jesús! Cadenas, que
voluntariamente se dejó Él poner, atadme, hacedme sufrir con mi Señor,
para que este cuerpo de muerte se humille... Porque -no hay término
medio- o le aniquilo o me envilece. Más vale ser esclavo de mi Dios
que esclavo de mi carne" (san Josemaría).
Ahora entra en escena el bueno de Ananías, que recibe el encargo de ir
a curar a Saulo: "Había en Damasco un discípulo llamado Ananías, a
quien el Señor llamó en una visión: «¡Ananías!». Y él respondió: «Aquí
estoy, Señor». El Señor le dijo: «Vete rápidamente a la casa de Judas,
en la calle Recta, y pregunta por un tal Saulo de Tarso, que está allí
en oración y ha tenido una visión: un hombre llamado Ananías entraba y
le imponía las manos para devolverle la vista». Ananías respondió:
«Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y decir todo el mal que
ha hecho a tus fieles en Jerusalén. Y está aquí con plenos poderes de
los sumos sacerdotes para prender a todos los que te invocan». El
Señor le dijo: «Anda, que éste es un instrumento que he elegido yo
para llevar mi nombre a los paganos, a los reyes y a los israelitas.
Yo le mostraré cuánto debe padecer por mí». Ananías partió
inmediatamente y entró en la casa, le impuso las manos y le dijo:
«Saulo, hermano mío, vengo de parte de Jesús, el Señor, el que se te
apareció en el camino por el que venías, para que recobres la vista y
quedes lleno del Espíritu Santo». En el acto se le cayeron de los ojos
como escamas, y recobró la vista; se levantó y fue bautizado. Comió y
recobró fuerzas. Y se quedó unos días con los discípulos que había en
Damasco. Y en seguida se puso a predicar en las sinagogas proclamando
que Jesús es el Hijo de Dios".
Decía uno: "Yo conozco mucha gente que sin ir a médicos especialistas
viven resucitados: una ciega que reparte alegría en un hospital de
cancerosos; un pianista ciego que toca para asilos de ancianos;
jóvenes que gastan el tiempo que no tienen en despertar minusválidos…"
Pues eso: Dedícate a repartir resurrección… basta con chapuzarse en el
río de tus propias esperanzas para salir de él chorreando amor a los
demás.
-"Este hombre es el instrumento que he elegido para que lleve mi
nombre ante las naciones, los reyes y los hijos de Israel". Señor, haz
de mí también un instrumento de tu salvación, de tu alegría (Noel
Quesson).
b) Pablo es modelo. Hoy los jóvenes se preguntan: "¿Qué personaje
admiro? ¿Quién es mi mujer/hombre impacto? ¿Con qué fotos forro la
carpeta del colegio? Saulo corría, pero fuera del camino, como aquel
hombre en trineo que iba hacia el norte sobre el hielo, sin saber que
estaba en un iceberg, y que se dirigía hacia el sur en realidad,
perdido en medio del océano: cuanto más corre, más lejos está. Jesús
nos interpela también a nosotros: ¿por qué me persigues? Ananías ayudó
en ese camino nuevo… "En materia de religión hay dos tipos de personas
dignas de elogio: los que han encontrado a Dios y a éstos hay que
suponerlos plenamente felices, y los que lo buscan ardorosa y
sinceramente. En cambio, hay tres tipos de hombres a los que hay que
censurar y condenar sin ambages: primero, los que tienen un prejuicio,
es decir, creen saber lo que no saben; luego, los que teniendo
conciencia de no saber, buscan de tal manera que no pueden encontrar;
y finalmente los que ni piensan saber ni quieren buscar" (S. Agustín).
El Señor llamó en una visión a «Ananías.» Caso parecido al de Pedro
(Hch 10,1) cuando en Cesarea había un hombre, llamado Cornelio,
centurión de la cohorte Itálica, piadoso y temeroso de Dios, como toda
su familia, daba muchas limosnas al pueblo y continuamente oraba a
Dios. Vio claramente en visión, hacia la hora nona del día, que el
Ángel de Dios entraba en su casa y le decía: «Cornelio.» Él le miró
fijamente y lleno de espanto dijo: «¿Qué pasa, señor?» Le respondió:
"Tus oraciones y tus limosnas han subido como memorial ante la
presencia de Dios. Ahora envía hombres a Joppe (hoy Jaffa, que forma
el núcleo antiguo de Tel-Aviv) y haz venir a un tal Simón, a quien
llaman Pedro. Este se hospeda en casa de un tal Simón, curtidor, que
tiene la casa junto al mar…"
El Señor es tan fino y delicado que nunca nos manifestará sus deseos
directamente. Prefiere nuestra libertad a sus preferencias. Tanto en
lo humano, como en lo sobrenatural, necesitamos una ayuda, quizá un
"entrenador" o director espiritual. Sólo se vive una vez, y hay que
aprovechar los "cartuchos" de cada día de la existencia, no echarlos a
perder, vivir con sensatez, en un clima de confianza. La Lituania
comunista estaba plagada de caras desconfiadas, con el alma repleta de
cicatrices por seguir a tantos líderes que les han engañado.
Necesitamos en la vida un clima de confianza, desde el cielo viene la
voz de Dios y por la confianza se nos concreta: Oración, ayuda de esa
confianza personal… "Saulo, ¿por qué me persigues?" (Hch 9,04).
«¿Desde dónde grita? Desde el cielo. Luego está arriba, ¿Por qué me
persigues? Luego está abajo» (San Agustín). A la cabeza y al cuerpo,
al Señor glorificado y a la comunidad de los creyentes, que forman
juntos el Cristo uno.
Salmo (117,1-2): "¡Aleluya! Alabad al Señor, todos los pueblos,
aclamadlo, todas las naciones, pues su amor por nosotros es muy grande
y su lealtad dura por siempre". Glorifiquemos a Dios y démosle
gracias, pues Él ha hecho que su salvación no se quede como privilegio
de una raza o de un sólo pueblo, sino que llegue a todas las naciones,
de todos los tiempos, lugares y culturas. Efectivamente Dios quiere
que todos los hombres se salven. Y aquel pueblo que era considerado un
olivo silvestre ha sido injertado en el olivo verdadero, en Cristo
Jesús, pues la salvación, conforme al plan previsto y sancionado por
Dios, nos ha llegado por medio de los judíos. Así, por medio de Cristo
Jesús, Señor nuestro, todo aquel que lo acepte en su propia vida podrá
convertirse en una oblación pura y en una continua alabanza del Nombre
de Dios, nuestro Padre. Dios, en Adán, prometió enviarnos un salvador.
Y en Adán no estaba simbolizado un pueblo, sino la humanidad entera. Y
Dios ha cumplido sus promesas, dando así a conocer su amor por
nosotros y que su fidelidad es eterna. Aprovechemos la oportunidad de
ser renovados en Cristo, pues no tendremos ya otro nombre en el cual
podamos alcanzar el perdón de los pecados y la salvación eterna.
Evangelio (Jn 6,52-59): "Los judíos discutían entre ellos: «¿Cómo
puede éste darnos a comer su carne?». Jesús les dijo: «Os aseguro que
si no coméis la carne del hijo del hombre y no bebéis su sangre no
tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene
vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es
verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y
bebe mi sangre vive en mí y yo en él. Como el Padre que me ha enviado
vive y yo vivo por el Padre, así el que me come vivirá por mí. Éste es
el pan que ha bajado del cielo; no como el que comieron los padres, y
murieron. El que come este pan vivirá eternamente». Dijo todo esto
enseñando en la sinagoga de Cafarnaum".
a) -Discutían entre sí los judíos: "¿Cómo puede este darnos a comer su
carne? Ellos lo interpretan de la manera más realista; y les choca.
-Jesús dijo entonces: "Sí, en verdad os digo que, si no coméis la
carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en
vosotros." Lejos de atenuar el choque, Jesús repite lo que ya ha
dicho; lo enlaza explícitamente con el "sacrificio del caIvario"...
"el pan que yo daré, es mi carne... que habré dado antes en la Pasión,
para la vida del mundo". La alusión a la "sangre", en el pensamiento
de Jesús, remite también a la cruz y a la muerte que da la vida. No
olvidemos que cuando San Juan puso por escrito este discurso había
estado celebrando la eucaristía durante más de 60 años. ¿Cómo podría
admitirse que sus lectores de entonces no hubiesen aplicado
inmediatamente estas frases a la eucaristía: cuerpo entregado y sangre
vertida? Por otra parte, si Jesús no hubiese nunca hablado así, ¿cómo
los apóstoles, la tarde de la Cena, hubiesen podido comprender algo de
lo que Jesús estaba haciendo? La institución de la eucaristía, la
tarde del jueves santo, hubiera sido ininteligible para los Doce, si
Jesús no les hubiera jamás preparado anteriormente.
-"El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna, y Yo le
resucitaré en el último día. En efecto, mi carne es la verdadera
comida, y mi sangre es la verdadera bebida… Tomad y comed, esto es mi
cuerpo... Tomad y bebed, esta es mi sangre..."
El discurso de Jesús ha sido intenso, y nos invita a pensar si nuestra
celebración de la Eucaristía produce en nosotros esos efectos que Él
anunciaba en Cafarnaum. Lo de «tener vida» puede ser una frase hecha
que no significa gran cosa si la entendemos en la esfera meramente
teórica. ¿Se nota que, a medida que celebramos la Eucaristía y en ella
participamos de la Carne y Sangre de Cristo, estamos más fuertes en
nuestro camino de fe, en nuestra lucha contra el mal? ¿o seguimos
débiles, enfermos, apáticos? Lo que dice Jesús: «el que me come
permanece en mí y yo en él», ¿es verdad para nosotros sólo durante el
momento de la comunión o también a lo largo de la jornada? Después de
la comunión -en esos breves pero intensos momentos de silencio y
oración personal- le podemos pedir al Señor, a quien hemos recibido
como alimento, que en verdad nos dé su vida, su salud, su fortaleza, y
que nos la dé para toda la jornada. Porque la necesitamos para vivir
como seguidores suyos día tras día (J. Aldazábal): «El Señor
crucificado resucitó de entre los muertos y nos rescató. Aleluya»
(Comunión).
c) Àngel Caldas: "Hoy, Jesús hace tres afirmaciones capitales, como
son: que se ha de comer la carne del Hijo del hombre y beber su
sangre; que si no se comulga no se puede tener vida; y que esta vida
es la vida eterna y es la condición para la resurrección (cf. Jn
6,53.58). No hay nada en el Evangelio tan claro, tan rotundo y tan
definitivo como estas afirmaciones de Jesús. No siempre los católicos
estamos a la altura de lo que merece la Eucaristía: a veces se
pretende "vivir" sin las condiciones de vida señaladas por Jesús y,
sin embargo, como ha escrito Juan Pablo II, «la Eucaristía es un don
demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones». "Comer para
vivir": comer la carne del Hijo del hombre para vivir como el Hijo del
hombre. Este comer se llama "comunión". Es un "comer", y decimos
"comer" para que quede clara la necesidad de la asimilación, de la
identificación con Jesús. Se comulga para mantener la unión: para
pensar como Él, para hablar como Él, para amar como Él. «Vivamente he
deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer», decía Jesús
al atardecer del Jueves Santo. Hemos de recuperar el fervor
eucarístico. Es Dios que baja hasta el corazón del hombre para
establecer ahí una relación misteriosa de amor. Y tenemos que cuidar
la "ternura" hacia la Eucaristía: genuflexiones pausadas y bien
hechas, incremento del número de comuniones espirituales... Y, a
partir de la Eucaristía, los hombres nos aparecerán sagrados, tal como
son. Y les serviremos con una renovada ternura (Juan Pablo II).
d) Unos niños me preguntaban si Jesús en el sagrario tenía frío, si
estaba a oscuras, si pasaba mal olor, o le faltaba aire… contesté que
no tenía nariz ni cara la Sagrada Forma, que no era como un niño en
pequeñito. Como alguno tiene miedo de partir la forma con los dientes,
le dije que está en forma de comida, que no le duele si le comemos,
que es un misterio, no comemos carne sino la carne de Jesús hecha pan,
pero aunque parece pan está él allí… es de gran belleza este
esconderse, jugar al escondite para que no nos sintamos forzados a
someternos a la verdad, es un amor que nos quiere en libertad, un
deseo de nuestro amor, necesita que el sol del Amado lo alcance y
vuelva a calentarlo: si Él es nuestra vida, su sentido y su belleza,
no podemos dejar de encontrarlo allí, donde Él, vivo y verdadero, se
ofrece por nosotros. ¿Qué diríamos de un enamorado que, pudiendo
hacerlo, no sintiera la necesidad de encontrar hasta todos los días a
la persona amada? Y si así es para el amor humano, que a menudo es tan
frágil y voluble, ¿cómo podría ser distinto para el amor que no
desilusiona ni traiciona, el amor que hace vivir en el tiempo y por la
eternidad, el amor de Dios en Cristo Jesús, nuestra vida?
Es ésta la razón por la que tenemos la necesidad de encontrarlo cada
día y siempre nuevamente: y, ¿dónde podríamos encontrarlo sino allí en
donde Él nos ha prometido y garantizado el don de Su presencia? «Éste
es mi cuerpo, éste es el cáliz de la nueva y eterna alianza, derramado
por vosotros y por todos para remisión de los pecados».
Gracias, Jesús, por tu amor… ayúdame a corresponderte. Quiero amarte…
Sí, porque Tú, Señor Jesucristo, no eres sólo verdad y bondad: eres la
belleza, la belleza que salva. Eres el pastor hermoso que nos guía por
los prados de la vida, donde tu belleza no tiene ocaso. "Buen pastor,
pan verdadero, oh Jesús, ten piedad de nosotros: aliméntanos y
defiéndenos, condúcenos a los bienes eternos en la tierra de los
vivos. Tú que todo lo sabes y puedes, que nos alimentas en la tierra,
guía a tus hermanos al banquete del cielo en el gozo de tus santos.
Amén".
