domingo, 17 de marzo de 2024

Cuaresma 5, lunes: encuentro de la miseria humana con la misericordia divina

Cuaresma 5, lunes: encuentro de la miseria humana con la misericordia divina

 

A. Lecturas:

1. Daniel 13,1-9.15-17.19-30.33-62: En aquellos días, vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín, casado con Susana, hija de Jelcías, mujer muy bella y temerosa del Señor. Sus padres eran justos y habían educado a su hija según la ley de Moisés. Joaquín era muy rico y tenía un jardín junto a su casa; y como era el más respetado de todos, los judíos solían reunirse allí.

   Aquel año fueron designados jueces dos ancianos del pueblo, de esos que el Señor denuncia diciendo:
«En Babilonia la maldad ha brotado de los viejos jueces, que pasan por guías del pueblo». Solían ir a casa de Joaquín, y los que tenían pleitos que resolver acudían a ellos.

   A mediodía, cuando la gente se marchaba, Susana salía a pasear por el jardín de su marido. Los dos ancianos la veían a diario, cuando salía a pasear, y sintieron deseos de ella.

   Pervirtieron sus pensamientos y desviaron los ojos para no mirar al cielo, ni acordarse de sus justas leyes. Sucedió que, mientras aguardaban ellos el día conveniente, salió ella como los tres días anteriores sola con dos criadas, y tuvo ganas de bañarse en el jardín, porque hacía mucho calor. No había allí nadie, excepto los dos ancianos escondidos y acechándola. Susana dijo a las criadas: «Traedme el perfume y las cremas y cerrad la puerta del jardín mientras me baño».

   Apenas salieron las criadas, se levantaron los dos ancianos, corrieron hacia ella y le dijeron:
«Las puertas del jardín están cerradas, nadie nos ve, y nosotros sentimos deseos de ti; así que consiente y acuéstate con nosotros. Si no, daremos testimonio contra ti diciendo que un joven estaba contigo y que por eso habías despachado a las criadas».

   Susana lanzó un gemido y dijo: «No tengo salida: si hago eso, mereceré la muerte; si no lo hago, no escaparé de vuestras manos. Pero prefiero no hacerlo y caer en vuestras manos antes que pecar delante del Señor». Susana se puso a gritar, y los dos ancianos, por su parte, se pusieron también a gritar contra ella.

 Uno de ellos fue corriendo y abrió la puerta del jardín. Al oír los gritos en el jardín, la servidumbre vino corriendo por la puerta lateral a ver qué le había pasado. Cuando los ancianos contaron su historia, los criados quedaron abochornados, porque Susana nunca había dado que hablar.

   Al día siguiente, cuando la gente vino a casa de Joaquín, su marido, vinieron también los dos ancianos con el propósito criminal de hacer morir a Susana. En presencia del pueblo ordenaron:
«Id a buscar a Susana, hija de Jelcías, mujer de Joaquín». Fueron a buscarla, y vino ella con sus padres, hijos y parientes.

   Toda su familia y cuantos la veían lloraban. Entonces los dos ancianos se levantaron en medio de la asamblea y pusieron las manos sobre la cabeza de Susana. Ella, llorando, levantó la vista al cielo, porque su corazón confiaba en el Señor.

   Los ancianos declararon: «Mientras paseábamos nosotros solos por el jardín, salió esta con dos criadas, cerró la puerta del jardín y despidió a las criadas. Entonces se le acercó un joven que estaba escondido y se acostó con ella. Nosotros estábamos en un rincón del jardín y, al ver aquella maldad, corrimos hacia ellos. Los vimos abrazados, pero no pudimos sujetar al joven, porque era más fuerte que nosotros, y, abriendo la puerta, salió corriendo.

   En cambio, a esta le echamos mano y le preguntamos quién era el joven, pero no quiso decírnoslo. Damos testimonio de ello».

   Como eran ancianos del pueblo y jueces, la asamblea los creyó y la condenó a muerte.
Susana dijo gritando: «Dios eterno, que ves lo escondido, que lo sabes todo antes de que suceda, tú sabes que han dado falso testimonio contra mí, y ahora tengo que morir, siendo inocente de lo que su maldad ha inventado contra mí».

   Y el Señor escuchó su voz. Mientras la llevaban para ejecutarla, Dios suscitó el espíritu santo en un muchacho llamado Daniel; y este dio una gran voz: «Yo soy inocente de la sangre de esta». Toda la gente se volvió a mirarlo, y le preguntaron: «Qué es lo que estás diciendo?». Él, plantado en medio de ellos, les contestó: «Pero ¿estáis locos, hijos de Israel? ¿Conque, sin discutir la causa ni conocer la verdad condenáis a una hija de Israel? Volved al tribunal, porque esos han dado falso testimonio contra ella».

La gente volvió a toda prisa, y los ancianos le dijeron: «Ven, siéntate con nosotros e infórmanos, porque Dios mismo te ha dado la ancianidad». Daniel les dijo: «Separadlos lejos uno del otro, que los voy a interrogar». Cuando estuvieron separados el uno del otro, él llamó a uno de ellos y le dijo:
«¡Envejecido en días y en crímenes! Ahora vuelven tus pecados pasados, cuando dabas sentencias injustas condenando inocentes y absolviendo culpables, contra el mandato del Señor: "No matarás al inocente ni al justo". Ahora, puesto que tú la viste, dime debajo de qué árbol los viste abrazados».
Él contestó: «Debajo de una acacia». Respondió Daniel: «Tu calumnia se vuelve contra ti. Un ángel de Dios ha recibido ya la sentencia divina y te va a partir por medio».

   Lo apartó, mandó traer al otro y le dijo: «Hijo de Canaán, y no de Judá! La belleza te sedujo y la pasión pervirtió tu corazón. Lo mismo hacíais con las mujeres israelitas, y ellas por miedo se acostaban con vosotros; pero una mujer judía no ha tolerado vuestra maldad. Ahora dime: ¿bajo qué árbol los sorprendiste abrazados?». Él contestó: «Debajo de una encina». Replicó Daniel: «Tu calumnia también se vuelve contra ti. el ángel de Dios aguarda con la espada para dividirte por medio. Y así acabará con vosotros».
   Entonces toda la asamblea se puso a gritar bendiciendo a Dios, que salva a los que esperan en él. Se alzaron contra los dos ancianos, a quienes Daniel había dejado convictos de falso testimonio por su propia confesión, e hicieron con ellos lo mismo que ellos habían tramado contra el prójimo. Les aplicaron la ley de Moisés y los ajusticiaron. Aquel día se salvó una vida inocente.

   2. Salmo 22: El Señor es mi Pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre.

   Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan.

   Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa.

   Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término.

   3. Jn 8,1-11 (años A,B): En aquel tiempo, Jesús se fue al monte de los Olivos. Pero de madrugada se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a Él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles.

   Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?». Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra». E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra.

   Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?». Ella respondió: «Nadie, Señor». Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más».

 

   1. Susana, mujer muy bella y temerosa de Dios; es tentada por unos corruptos, que quieren abusar de ella; ella grita sabiendo que la juzgarán con engaño. Cuando la condenan a morir. "Ella, llorando, levantó los ojos al cielo, porque su corazón tenía puesta su confianza en Dios". Dios suscitó el santo espíritu de un jovencito llamado Daniel, que desveló el engaño.

   Susana refleja la naturaleza de la Iglesia: su hermosura, su inocencia, y en el jardín: la desposada, esposa feliz y honrada por su esposo, rico y poderoso, paseándose gozosa por el parque de su marido: es Susana en el paraíso. "La Iglesia comenzó a vivir en el jardín al punto que Jesús hubo padecido en el huerto" (san Ambrosio). ¡Cristo en Cruz y la Iglesia en el jardín! Jesús rezó en un huerto y cerca de un huerto murió y lo prometió al ladrón: "Hoy vas a estar conmigo en el Paraíso" (Lc 23,43). Ese huerto primero de gozo (Gn 2,8) quedó cerrado por la espada de fuego (Gn 3,23-24). El hombre tuvo entonces que cultivar el desierto de este mundo, con el sudor de su frente; pero la tierra maldita es el campo en el que Caín dio muerte a su hermano Abel, campo que luego se compró con el precio de la sangre que cobró Judas. Pero el grano de trigo que cae en la tierra y muere da mucho fruto. Hay un tesoro escondido, Cristo muere y resucita, y con Él el desierto se ha tornado jardín. Susana se pasea en pleno mediodía de la redención, Cristo es la luz esplendorosa y sol verdadero. En el jardín fluye el agua del manantial abierto por la cruz. Dos doncellas, la Fe y la Caridad (Cassel), preparan el baño de la salud, el "aceite de la alegría" celeste, la vida divina que se derramó en el jardín al romperse el frasco con la muerte de Jesús.

   "Es, en verdad, un jardín cerrado, un bosque sagrado que oculta los misterios de Cristo. La Iglesia dice, como la esposa del Cantar de los Cantares: "Voy a bajar al jardín" (Ct 6,10). Y viene, y baja a "la fuente del huerto, fuente de agua viva" (Ct 4,15), al agua de la pasión de Cristo, al manantial de su sangre. Allí se lava en la corriente de su amor, se sumerge en su muerte y vuelve a salir limpia y resplandeciente de inmaculada belleza: Susana, el lirio que brilla con la pureza de Cristo. Entonces, habiendo subido del baño de la muerte de Cristo, se unge con el "aceite esparcido" (Ct 1,02), la "fuerza del cielo" (Lc 24, 40), la vida divina del Amado. Y exclama: "Venga mi amado al jardín" (Ct 5,1)".

   El buen olor del Amado perfuma el jardín: "Estoy en mi jardín, hermana mía, esposa mía" (Ct 5, 1). La Iglesia está ardiente de amor, y le pide: "Grábame como un sello en tu corazón" (Ct 8, 6).

   El maligno puede penetrar en el jardín (en el paraíso, la serpiente; en Susana, los libertinos; en el huerto de los olivos, al traidor). La Iglesia también ha de sufrir tentaciones, como Jesús. La Iglesia es siempre joven, el pecado bajo la capa de engaño está próximo a la muerte y envejecido. Busca ávidamente apoderarse de la vida, pero su poder no puede nada contra la oración confiada de la Iglesia (Emiliana Löhr).

   2. Podemos decir con Susana, con Jesús, con todos los que son acusados injustamente, con todos los que sufren, con los que se fían de Dios, el salmo de hoy que es un canto a la esperanza, describe la fe y presencia de Dios en nuestro camino de la vida, en las cuatro estrofas que señalan cuando todo va bien la primera, cuando la cosa va mal la segunda, luego cuando reposamos en la Eucaristía y finalmente la eternidad de amor del cielo: "El Señor es mi Pastor, nada me falta"…    La vida es como una excursión, en la que Jesús nos acompaña, aunque no lo vemos de compañero de viaje, es el amigo invisible. "Aunque camine por cañadas oscuras,  nada temo, porque Tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan". La oscuridad del jardín o tentaciones no le quita la paz, ni el futuro pues Jesús, auténtico filósofo, nos lleva más allá de la muerte, es el buen pastor que nos guía hasta el paraíso, el jardín de la nueva aurora donde no hay ya noche (Emiliana Löhr).

 "Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa". Es la Misa: allí estamos todos unidos, con nuestro Amigo Jesús.

   "Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término": nos prepara un cielo muy grande.

   3. Acaba de celebrarse la fiesta de los Tabernáculos. Alrededor del Maestro la bulla de siempre, unos porque le quieren, otros porque no, otros que miran... traen una mujer, la que querían matar ayer, por pecadora. Con delicadeza, no levantas tu mirada hacia ella, porque sabes su vergüenza... Bajas los ojos al suelo. Tú, Señor, eres el único que no la juzgas. Te compadeces de ella. Tú miras el corazón de esta mujer, mucho más que "la ley".

   Ellos insisten. Son ellos los que insisten. Querían que Tú la condenaras, Jesús. No, Tú los remites a su propia conciencia: y te ves obligado a decirles: -"El que de vosotros esté sin pecado... arrójele la piedra el primero".. Jesús entonces les invita a examinar su corazón, y a lanzar la primera piedra quien se vea libre de pecado. Algo sorprendente, todos se van… 

   Miremos pues dentro de vosotros. Cuando me siento tentado de juzgar duramente, es también conveniente que busque en mí, para ver si yo mismo estoy "sin pecado". ¿Hay quizás en mí pecados equivalentes o peores... o por lo menos, raíces de esas mismas tendencias que condeno en los demás? Mis propias debilidades deberían hacerme indulgente para con las debilidades de los demás.

   -"Jesús quedó solo con la mujer. Se incorporó y le dijo: "Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?" Dijo ella "Nadie, Señor". Jesús dijo: "Ni yo te condeno tampoco..."". Este es un diálogo todo belleza y todo delicadeza.

   Esta semana se llama de Pasión, hasta el Domingo de Ramos, es una llamada a ver cómo vamos en el camino de estos 40 días, y qué más podemos hacer. Vemos hoy que en Jesús la conversión va unida a la comprensión, supone la valentía de profundizar dentro de la propia alma, entrar al propio corazón.

   El sentirse perdonado va muy ligado a la correspondencia de amor. Quien se sabe amado y perdonado, devuelve amor por Amor: «Preguntaron al Amigo cuál era la fuente del amor. Respondió que aquella donde el Amado nos ha lavado nuestras culpas» (Ramon Llull). "Por esto, el sentido de la conversión y de la penitencia propias de la Cuaresma es ponernos cara a cara ante Dios, mirar a los ojos del Señor en la Cruz, acudir a manifestarle personalmente nuestros pecados en el sacramento de la Penitencia. Y como a la mujer del Evangelio, Jesús nos dirá: «Tampoco yo te condeno... En adelante no peques más» (Jn 8,11). Dios perdona, y esto conlleva por nuestra parte una exigencia, un compromiso: ¡No peques más! (Jordi Pascual).

   Jesús es el nuevo Daniel (ese nombre significa «el Señor, mi juez»), instrumento de la misericordia de Dios incluso para los pecadores. Con viveza narra Juan el ambiente: acusadores, gente curiosa, la mujer avergonzada, y Cristo que resuelve con elegancia la situación. El examen de hoy puede también abarcar cómo tratamos a los demás en nuestros juicios: ¿les juzgamos precipitadamente?, ¿escuchamos a las personas antes de acusarles de algo?, ¿nos dejamos llevar de las apariencias? Si antes de juzgar a nadie nos juzgáramos a nosotros mismos («el que esté libre de pecado tire la primera piedra») seguramente seríamos un poco más benévolos en nuestros juicios internos y en nuestras actitudes exteriores para con los demás. ¿Sabemos tener para con los que han fallado la misma delicadeza de trato de Jesús para con la mujer pecadora, o estamos retratados más bien en los intransigentes judíos que arrojaron a la mujer a los pies de Jesús para condenarla?

   Llucià Pou Sabaté

No hay comentarios: