jueves, 21 de febrero de 2019

Viernes semana 6 de tiempo ordinario; año impar

Viernes de la semana 6 de tiempo ordinario; año impar

Humildad
«Y llamando a la muchedumbre junto con sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio, la salvará. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida? O, ¿qué dará el hombre a cambio de su vida? Porque si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre también se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre acompañado de sus santos ángeles» (Marcos 8, 34-38).
I. Dios ha de ser en todo momento la referencia constante de nuestros deseos y proyectos. La tendencia a dejarse llevar por la soberbia perdura en el corazón del hombre hasta el momento de su muerte. El soberbio tiende a apoyarse exclusivamente en sus propias fuerzas, y es incapaz de levantar su mirada por encima de sus cualidades y éxitos; por eso se queda siempre a ras de tierra. El soberbio excluye a Dios de su vida: no le pide ayuda, no le da las gracias; tampoco experimenta la necesidad de pedir apoyo y consejo en la dirección espiritual, y no evita las ocasiones en las que pone en peligro la salud de su alma. Dios -enseña el Apóstol Santiago- da su gracia a los humildes y resiste a los soberbios (4,6). No queramos prescindir del Señor en nuestros proyectos. Nuestra vida no tiene sentido sin Cristo; no debe tener otro fundamento. Todo quedaría desunido y roto si no acudiéramos a Él en nuestras obras.
II. La humildad está en el fundamento de todas las virtudes y constituye el soporte de la vida cristiana. A esta virtud se opone la soberbia y su secuela inevitable de egoísmo. El egoísta no sabe amar, busca siempre recibir, porque en el fondo sólo se ama a sí mismo. Cuántas veces hemos experimentado la enseñanza de Santa Catalina de Siena: el alma no puede vivir si amar y cuando no ama a Dios se ama desordenadamente a sí misma, y de este amor desgraciado “el alma no saca otro fruto que soberbia e impaciencia” (El Diálogo). Con la gracia de Dios, hemos de vivir vigilantes, combatiendo la soberbia en sus variadas manifestaciones: la vanidad, la vanagloria, y el desprecio de los demás. ¡No permitas, Señor, que caiga en ese desgraciado estado, en el que no contemplo Tu rostro amable, ni veo tampoco tantas virtudes y cualidades que poseen de quienes me rodean!
III. Para adquirir esta virtud, debemos pedirla al Señor, ser sinceros ante nuestras equivocaciones, errores y pecados, y ejercitarnos en actos concretos de desasimiento del yo. De ella nacen incontables frutos, especialmente la alegría, la fortaleza, la castidad, la sinceridad, la sencillez, la afabilidad, la magnanimidad. La humildad de Nuestro Señor es la roca firme para edificar nuestra humildad. Contemplemos la vida de Santa María: Dios hizo en Ella cosas grandes “porque vio la bajeza de Su esclava”
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
La Cátedra del apóstol San Pedro

«Cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos respondieron: Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o alguno de los profetas. El les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro dijo. Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Jesús le respondió: Bienaventurado eres, Simón hijo de Juan, porque no te ha revelado eso ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo lo que atares sobre la tierra quedara atado en los Cielos, y todo lo que desatares sobre la tierra, quedará desatado en los Cielos. Entonces ordenó a los discípulos que no dijeran a nadie que él era el Cristo.» (Mateo 16, 13-19)
1º. Jesús, después de preguntar qué piensan los demás de Ti, te diriges de nuevo a los discípulos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Te importa mi respuesta personal: ¿quién eres Tú para mí?
¿Me doy cuenta de que eres «el Cristo, el Hijo de Dios vivo?»
¿Te pido ayuda, sabiendo que la fe no me la ha revelado «ni la carne ni la sangre,» no es producto de la razón ni del sentimiento, sino que proviene de Dios?
Para vivir cristianamente necesito tener fe.
Por eso es bueno que te la pida cada día: Jesús, aumenta mi fe; que te vea siempre como quien eres: el Hijo de Dios.
No eres Elías, ni Juan el Bautista, ni «alguno de los profetas.»
No eres un gran filósofo, que dejó unas enseñanzas maravillosas de amor a los demás.
El Evangelio no es una guía de comportamiento humanitario, que me ayuda a ser mejor y que interpreto según me parezca o según me sienta más o menos identificado.
El Evangelio es la Palabra de Dios.
Por eso reprendes duramente a Pedro cuando no quiere aceptar la Cruz: «¡Apártate de mí, Satanás! Pues no sientes las cosas de Dios sino las de los hombres.»
Desde entonces Pedro, el primer Papa, aprenderá a no interpretar las cosas según las sienten los hombres, sino según la voluntad de Dios.
Además, el Papa recibe una gracia especial para no dejarse llevar por las modas, los gustos o las flaquezas de las distintas culturas.
2º. «Fe, poca. El mismo Jesucristo lo dice. Han visto resucitar muertos, curar toda clase de enfermedades, multiplicar el pan y los peces, calmar tempestades, echar demonios. San Pedro, escogido como cabeza, es el único que sabe responder prontamente.- «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Pero es una fe que él interpreta a su manera, por eso se permite encararse con Jesucristo para que no se entregue en redención por los hombres» (Es Cristo que pasa.- 2).
Jesús, a mi alrededor veo cristianos que tienen fe en Ti, pero es una fe que cada uno interpreta a su manera: no van a Misa, no se confiesan, no hacen oración, no saben encontrar el sentido al sacrificio.
¿Qué les puedo decir?
Hoy me das la respuesta: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.»
El Romano Pontífice, Cabeza del Colegio episcopal, goza de infalibilidad en virtud de su ministerio cuando, como Pastor y Maestro supremo de todos los fieles que confirma en la fe a sus hermanos, proclama por un acto definitivo la doctrina en cuestiones de fe y moral.
La infalibilidad prometida a la Iglesia reside también en el Cuerpo episcopal cuando ejerce el magisterio supremo con el sucesor de Pedro, sobre todo en un concilio ecuménico.
Jesús, has escogido a San Pedro y a sus sucesores como representantes tuyos en la tierra: «todo lo que atares sobre la tierra quedará atado en los Cielos.»
No es suficiente con tener buena intención; es necesario seguir las indicaciones del Papa y de los obispos.
Sólo así podré «sentir las cosas de Dios,» y no me veré arrastrado por una visión humana de las cosas.

No hay comentarios: