domingo, 10 de febrero de 2019

Lunes semana 5 de tiempo ordinario, año impar


Lunes de la semana 5 de tiempo ordinario; año impar

Vivir en sociedad
“Después de atravesar el lago, llegaron a Genesaret y atracaron allí. Apenas desembarcaron, la gente reconoció en seguida a Jesús, y comenzaron a recorrer toda la región para llevar en camilla a los enfermos, hasta el lugar donde sabían que él estaba. En todas partes donde entraba, pueblos, ciudades y poblados, ponían a los enfermos en las plazas y le rogaban que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y los que lo tocaban quedaban curados” (Marcos 6,53-56).
I. Después de la creación del mundo, Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, lo enriqueció con dones y privilegios sobrenaturales, lo destinó a una felicidad eterna e inefable y ordenó su naturaleza de modo que naciera inclinado a asociarse y a unirse a otros en la sociedad doméstica y en la sociedad civil, que le proporciona lo necesario para la vida (LEÓN XIII, Immortale Dei). Esta convivencia es fuente de bienes, pero también de obligaciones en las diferentes esferas en las que tiene lugar nuestra existencia. Estas obligaciones revisten un carácter moral por la relación del hombre a su último fin. Su observancia o su incumplimiento nos acerca o nos separa del Señor. Son materia de examen de conciencia. Examinemos hoy en este rato de oración si vivimos abiertos a los demás, pero particularmente a quienes el Señor ha puesto a nuestro lado.
II. La noche antes de su Pasión, el Señor nos dejó un mandamiento nuevo, para superar, si fuera necesario heroicamente, los agravios, el rencor..., y todo lo que es causa de separación. Éste es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros, como yo os he amado (Juan 15, 12), es decir, sin límites, y sin que nada sirva de excusa para la indiferencia. La sociedad, al ser más cristiana por nuestras obras, se vuelve más humana. Parte importante de la moral son los deberes que hacen referencia al bien común de todos los hombres, de la patria en la que vivimos, de la empresa en la que trabajamos, de nuestra familia, sea cual sea el puesto que en ella ocupemos. No es cristiano ni humano considerar estos deberes en la medida en que personalmente nos son útiles o nos causan un perjuicio. Dios nos espera en el empeño de mejorar la sociedad y los hombres que la componen.
III. Los dones y los bienes que nos fueron dados son para el desarrollo de la propia personalidad, para lograr el fin último, y también para el servicio del prójimo. Es más, no podríamos alcanzar el fin personal si no es contribuyendo al bien de todos (LEÓN XIII, Rerum novarum). Unas obligaciones son de estricta justicia; otras son exigencias de la caridad: eludirlas sería vivir de espaldas a nuestros hermanos los hombres y de espaldas a Dios. “¡Ojalá te acostumbres a ocuparte a diario de los demás, con tanta entrega, que te olvides de que existes!” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Surco). Pidamos a Nuestra Madre, Santa María, que nos ayude a vivir el mandamiento nuevo del amor con nuestros hermanos los hombres.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Nuestra Señora de Lourdes

 Esta Fiesta mariana de devoción popular recuerda las apariciones de Nuestra Señora de Lourdes, el año 1858, a Bernardeta Soubirous, en la gruta de Massabielle, cerca de Lourdes. El mensaje de las apariciones sería que fuera edificado un santuario para orar y hacer penitencia por la conversión de los pecadores.
«Al tercer día se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y estaba allí la madre de Jesús. También fueron invitados a la boda Jesús y sus discípulos. Y, como faltase el vino, la madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Jesús le respondió: Mujer ¿qué nos va a ti y a mí? Todavía no ha llegado mi hora. Dijo su madre a los sirvientes: Haced lo que él os diga.
Había allí seis tinajas de piedra preparadas para las purificaciones de los judíos, cada una con capacidad de dos o tres metretas. Jesús les dijo: Llenad de agua las tinajas. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dijo: Sacad ahora y llevad al maestresala. Así lo hicieron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, sin saber de dónde provenía, aunque los sirvientes que sacaron el agua lo sabían, llamó al esposo y le dijo: Todos sirven primero el mejor vino, y cuando ya han bebido bien, el peor; tú, al contrario, has guardado el vino bueno hasta ahora. Así en Caná de Galilea hizo Jesús el primero de sus milagros con el que manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él.» (Juan 2, 1-11)

1º. Jesús, habías ido a Caná a acompañar a tu madre en la celebración de las bodas de algún amigo de la familia.
No tenías intención de hacer nada extraordinario todavía.
Acababas de escoger a tus discípulos y les estabas empezando a enseñar las verdades del Reino de los Cielos.
No era prudente, tal vez, empezar a hacer milagros sin antes preparar a los apóstoles para que pudieran entender tu divinidad.
Por eso le dices a María: «Todavía no ha llegado mi hora.»
Sin embargo, tu madre te conoce bien y no quiere que sus amigos se queden sin vino pues, en esas fiestas, hubiera significado un trastorno muy grande para los esposos.
María se da cuenta de la necesidad incluso antes que los propios interesados, y se apresura a pedir la intercesión de su Hijo.
Madre, si así te comportas con los amigos, ¿qué no harás por mí, que soy tu hijo?
A pesar de la resistencia inicial de Jesús, le dices a los sirvientes: «Haced lo que él os diga».
¡Qué gran consejo para todos los hombres de todos los tiempos!
Ayúdame, madre mía, para que sepa hacer cada día lo que tu Hijo me diga.
Jesús, aquellos sirvientes te obedecieron con fe: llenaron las tinajas «hasta arriba».
No pusieron un poco para «hacer la prueba», sino que se fiaron de Ti.
También yo debo fiarme de Ti, y darme del todo en lo que me pidas.
2º. «María, Maestra de oración. -Mira cómo pide a su Hijo, en Caná. Y cómo insiste, sin desanimarse, con perseverancia. -Y cómo logra.
-Aprende» (Camino.-502).
Madre, enséñame a rezar con esa fe, con esa perseverancia, con esa confianza.
A veces pido cosas a Jesús, y parece como si Él me respondiera: «Todavía no ha llegado mi hora».
Y me canso de pedir.
En esos casos, madre, ayúdame tú: intercede por mí.
«María es, al mismo tiempo, una madre de misericordia y de ternura, a la que nadie ha recurrido en vano; abandónate lleno de confianza en su seno materno, pídele que te alcance esta virtud (de la humildad) que Ella tanto apreció; no tengas miedo de no ser atendido. María la pedirá para ti a ese Dios que ensalza a los humildes y reduce a la nada a los soberbios; y como María es omnipotente cerca de su Hijo, será con toda seguridad oída. Recurre a Ella en todas tus cruces, en todas tus necesidades, en todas las tentaciones. Sea María tu sostén, sea María tu consuelo». (León XIII).
Sé que una oración que te gusta mucho es el rosario, y que en varias apariciones has dicho que te pidamos cosas rezándolo cada día.
Por eso, un propósito muy concreto es rezar cada día el rosario, o -al menos- algún misterio del rosario, pidiéndote las cosas que me interesan o me preocupan.
Si rezo con fe y con perseverancia, estoy seguro que tú conseguirás de tu Hijo Jesús lo que mejor me convenga.
Y también es seguro que estarás atenta a que no me aleje del camino cristiano, recordándome una y otra vez -y ayudándome a ponerlo en práctica- lo que le dijiste a los siervos de Caná: «Haced lo que él os diga».

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