miércoles, 13 de febrero de 2019

Miércoles semana 5 de tiempo ordinario,año impar


Miércoles de la semana 5 de tiempo ordinario; año impar

La dignidad del trabajo
«Llamando de nuevo a la muchedumbre, les decía: Escuchadme todos y entended: nada hay fuera del hombre que, al entrar en él, pueda hacerlo impuro; las cosas que salen del hombre, ésas son las que hacen impuro al hombre.Y cuando entró en casa, alejado ya de la muchedumbre, sus discípulos le preguntaban el sentido de la parábola. Y les dice: ¿así que también vosotros sois incapaces de entender? ¿No sabéis que todo lo que entra en el hombre no puede hacerlo impuro, porque no entra en su corazón sino en su vientre, y va a la cloaca? De este modo declaraba puros todos los alimentos. Pues decía: Lo que sale del hombre, eso hace impuro al hombre. Porque del interior del corazón de los hombres proceden los malos pensamientos, fornicaciones, hurtos, homicidios, adulterios, codicias, maldades, fraude, deshonestidad, envidia, blasfemia, soberbia, insensatez. Todas estas cosas malas proceden del interior y hacen impuro al hombre» (Marcos 7,14-23).
I. El Señor, que había hecho al hombre a su imagen y semejanza (Génesis 1, 27), quiso que participase en su poder creador, transformando la materia, descubriendo los tesoros que encerraba, y que plasmase la belleza en obras de sus manos. El trabajo no fue un castigo, ya que el hombre fue creado ut operaretur. El trabajo es un medio por el que el hombre se hace partícipe de la creación, y por tanto, no sólo es digno, sino que es un instrumento para conseguir la perfección humana y la perfección sobrenatural (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Carta). El pecado original añadió al trabajo la fatiga, pero sigue siendo un don divino, y “una bendición, un bien que corresponde a la dignidad del hombre y la aumenta” (M. SCHMAUS, Teología dogmática). El trabajo adquirió con Cristo, en sus años de vida oculta en Nazaret y en los tres años de ministerio público, un valor redentor. El sudor y la fatiga, ofrecidos con amor, se vuelven tesoros de santidad. Examinemos hoy en la oración si nos quejamos con frecuencia en el trabajo; si ofrecemos el cansancio; si en la fatiga encontramos la mortificación que nos purifica.
II. Para el cristiano, el trabajo bien acabado es ocasión de un encuentro personal con Jesucristo, y medio para que todas las realidades de este mundo estén informadas por el espíritu del Evangelio. El trabajo negligente ofende en primer lugar la propia dignidad de la persona y la de aquellos a quienes se destinan los frutos de esa tarea mal realizada. El gran enemigo del trabajo es la pereza. Quienes queremos imitar a Cristo debemos esforzarnos por adquirir una adecuada preparación profesional, que luego continuamos en el ejercicio de nuestra profesión u oficio. Miremos a Jesús mientras realiza su trabajo en el taller de José, y preguntémonos hoy si se nos conoce en nuestro amiente por el trabajo bien hecho que realizamos.
III. El prestigio profesional tiene repercusiones inmediatas en las personas a quienes tratamos, pues cuando tratamos de acercarlas a Dios, nuestra palabra tendrá peso y autoridad. Junto al prestigio profesional, el Señor nos pide otras virtudes: espíritu de servicio amable y sacrificado, sencillez y humildad, y serenidad, para que la tarea intensa no se convierta en activismo. El trabajo intenso no debe llenar el día de tal manera que ocupe el tiempo dedicado a dios, a la familia, a los amigos..., sería un síntoma claro de que no nos estamos santificando y solamente nos buscamos a nosotros mismos. Acudamos a José para que nos enseñe a trabajar con rectitud de intención, y junto a él, encontraremos a María.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

No hay comentarios: