viernes, 15 de febrero de 2019

Sábado semana 5 de tiempo ordinario,año impar


Sábado de la semana 5 de tiempo ordinario; año impar

Madre de misericordia
Uno de aquellos días, como había mucha gente y no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Me da lástima de esta gente; llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer, y, si los despido a sus casas en ayunas, se van a desmayar por el camino. Además, algunos han venido desde lejos.» Le replicaron sus discípulos: « ¿Y de dónde se puede sacar pan, aquí, en despoblado, para que se queden satisfechos?» Él les preguntó: «¿Cuántos panes tenéis?» Ellos contestaron: «Siete.» Mandó que la gente se sentara en el suelo, tomó los siete panes, pronunció la acción de gracias, los partió y los fue dando a sus discípulos para que los sirvieran. Ellos los sirvieron a la gente. Tenían también unos cuantos peces; Jesús los bendijo, y mandó que los sirvieran también. La gente comió hasta quedar satisfecha, y de los trozos que sobraron llenaron siete canastas; eran unos cuatro mil. Jesús los despidió, luego se embarcó con sus discipulos y se fue a la región de Dalmanuta” (Marcos 8,1-10).
I. El Evangelio nos muestra con frecuencia la compasión misericordiosa de Jesús hacia los hombres. Nosotros debemos recurrir frecuentemente a la misericordia divina, porque en su compasión por nosotros está nuestra salvación y seguridad, y también debemos ser misericordiosos con los demás: éste es el camino para atraer con más prontitud el favor de Dios. Enseña San Agustín que la misericordia nace del corazón y se apiada de la miseria ajena, corporal o espiritual, de tal manera que le duele y entristece como si fuera propia, llevando a poner los remedios oportunos para intentar sanarla (PABLO VI, Alocución). En Jesucristo, Dios hecho hombre, encontramos plenamente la expresión de esta misericordia divina. María participa en grado eminente de esta perfección divina, y en Ella la misericordia se une a la piedad de madre. Ella es nuestro consuelo y nuestra seguridad. Ni un solo día ha dejado de ayudarnos, de protegernos, de interceder por nuestras necesidades.
II. El título de Madre de Misericordia se ha expresado en las advocaciones de Salud de los enfermos, Refugio de los pecadores, Consuelo de los afligidos, Auxilio de los cristianos. La Virgen nos obtiene la curación del cuerpo, sobre todo si está ordenada el alma, o la gracia de entender que el dolor es instrumento de Dios. Nadie después de Jesús ha detestado más el pecado que Santa María, pero lejos de rechazar a los pecadores, los acoge, los mueve al arrepentimiento. A Ella también acudimos para decirle que somos pecadores, pero que queremos amar cada vez más a su Hijo Jesucristo, que tenga compasión de nuestras flaquezas y que nos ayude a superarlas.
III. Nuestra Madre fue durante toda su vida, consuelo de aquellos que andaban afligidos por un peso demasiado grande para llevarlo solos: dio ánimos a José, quien a pesar de ser un hombre lleno de fortaleza, se le hizo más fácil el cumplimiento de la voluntad de Dios con el consuelo de María. Después consoló a los Apóstoles cuando todo se les volvió negro y sin sentido después que Cristo murió en la cruz. Y desde entonces nunca ha dejado de ser consuelo de todos sus hijos cuando están afligidos. La Virgen es también auxilio de los cristianos, porque se favorece principalmente a quienes se ama. Y nadie amó más a quienes formamos parte de la familia de su Hijo. En Ella encontramos todas las gracias para vencer en las tentaciones, en el apostolado, en el trabajo. Acudamos a nuestra Madre, Ella está siempre dispuesta a auxiliarnos.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

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