Jueves de la semana 7 de tiempo ordinario; año impar
Lo que importa es ir al cielo
«Y cualquiera que os dé de beber un vaso de agua en mi nombre, porque sois de Cristo, en verdad os digo que no perderá su recompensa. Y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino, de las que mueve un asno, y sea arrojado al mar. Y si tu mano te escandaliza, córtala: más te vale entrar manco en la Vida que con las dos manos ir al infierno, al fuego inextinguible. Y si tu pie te escandaliza, córtatelo: más te vale entrar cojo en la Vida que con los dos pies ser arrojado a la gehena del fuego inextinguible. Y si tu ojo te escandaliza, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que con los dos ojos ser arrojado al fuego del infierno, donde su gusano no muere y el fuego no se apaga. Porque todos serán salados con fuego. Buena es la sal; pero si la sal se vuelve insípida, ¿con qué la sazonaréis? Tened en vosotros sal y tened paz unos con otros» (Marcos 9, 41-50).
I. Entre todos los logros de la vida, uno solo es verdaderamente necesario: llegar al Cielo. Con tal de alcanzarlo debemos perder cualquier otra cosa, y apartar todo lo que se interponga en el camino, por muy valioso o atractivo que nos pueda parecer. La salvación eterna –la propia y la del prójimo- es lo primero. No podemos jugar con nuestra salvación ni con la del prójimo: tenemos la obligación de evitar los peligros de ofender al Señor y el deber grave de apartar la ocasión próxima de pecado, pues el que ama el peligro, en él caerá (Ecli 3, 26-27). Muchas veces los obstáculos que debemos remover no son muy importantes; faltas más o menos habituales –pecados veniales, pero muy a tener en cuenta- que retrasan el paso, y que pueden hacer tropezar y aún caer en otras más importantes.
II. Todo debe ayudarnos para afianzar nuestros pasos en el camino que conduce al Cielo: el dolor y la alegría, el trabajo y el descanso, el éxito y el fracaso... Al final de nuestra vida encontramos esta única alternativa: o el Cielo (pasando por el purgatorio si hemos de purificarnos) o el infierno, el lugar del fuego inextinguible, del que el Señor habló en muchos momentos. Si el infierno no tuviera una entidad real, Cristo no nos habría revelado con tanta claridad su existencia, y no nos habría advertido tantas veces, diciendo: ¡estad vigilantes! La existencia del infierno, reservado a los que mueran en pecado mortal, está ya revelada en el Antiguo Testamento (Números 16, 30-33; Isaías 33; Ecli 7, 18-19; Job 10, 20-21), y es una realidad dada a conocer por Jesucristo (Mateo 25, 41). Es una verdad de fe, constantemente afirmada por el Magisterio de la Iglesia (BENEDICTO XII, Benedictus Deus). El Señor quiere que nos movamos por amor, pero ha querido manifestarnos a dónde conduce el pecado para que tengamos un motivo más que nos aparte de él: el santo temor de Dios, temor de separarnos del Bien Infinito, del verdadero Amor.
III. La consideración de nuestro último fin ha de llevarnos a la fidelidad en lo poco de cada día, a ganarnos en Cielo con nuestro quehacer diario, y a remover todo aquello que sea un obstáculo en nuestro caminar. También nos ha de llevar al apostolado, a ayudar a quienes están junto a nosotros para que encuentren a Dios. La primera forma de ayudar a los demás es la de estar atentos a las consecuencias de nuestro obrar y de las omisiones, para no ser nunca, ni de lejos, escándalo, ocasión de tropiezo para otros. ¡Acudamos a la Virgen Santísima: iter para tutum!, ¡Prepáranos un camino seguro para llegar al Cielo!
II. Todo debe ayudarnos para afianzar nuestros pasos en el camino que conduce al Cielo: el dolor y la alegría, el trabajo y el descanso, el éxito y el fracaso... Al final de nuestra vida encontramos esta única alternativa: o el Cielo (pasando por el purgatorio si hemos de purificarnos) o el infierno, el lugar del fuego inextinguible, del que el Señor habló en muchos momentos. Si el infierno no tuviera una entidad real, Cristo no nos habría revelado con tanta claridad su existencia, y no nos habría advertido tantas veces, diciendo: ¡estad vigilantes! La existencia del infierno, reservado a los que mueran en pecado mortal, está ya revelada en el Antiguo Testamento (Números 16, 30-33; Isaías 33; Ecli 7, 18-19; Job 10, 20-21), y es una realidad dada a conocer por Jesucristo (Mateo 25, 41). Es una verdad de fe, constantemente afirmada por el Magisterio de la Iglesia (BENEDICTO XII, Benedictus Deus). El Señor quiere que nos movamos por amor, pero ha querido manifestarnos a dónde conduce el pecado para que tengamos un motivo más que nos aparte de él: el santo temor de Dios, temor de separarnos del Bien Infinito, del verdadero Amor.
III. La consideración de nuestro último fin ha de llevarnos a la fidelidad en lo poco de cada día, a ganarnos en Cielo con nuestro quehacer diario, y a remover todo aquello que sea un obstáculo en nuestro caminar. También nos ha de llevar al apostolado, a ayudar a quienes están junto a nosotros para que encuentren a Dios. La primera forma de ayudar a los demás es la de estar atentos a las consecuencias de nuestro obrar y de las omisiones, para no ser nunca, ni de lejos, escándalo, ocasión de tropiezo para otros. ¡Acudamos a la Virgen Santísima: iter para tutum!, ¡Prepáranos un camino seguro para llegar al Cielo!
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
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