Viernes de la 2ª semana de Adviento. Jesús es
nuestro salvador, que nos toca una música divina… que hemos de aprender a bailar
“En aquel tiempo, dijo Jesús a
la gente: - «¿A quién se parece esta generación? Se parece a los niños sentados
en la plaza, que gritan a otros: "Hemos tocado la flauta, y no habéis
bailado; hemos cantado lamentaciones, y no habéis llorado. Porque vino Juan,
que ni comía ni bebía, y dicen: "Tiene un demonio." Vino el Hijo del
hombre, que come y bebe, y dicen: "Ahí tenéis a un comilón y borracho,
amigo de publicanos y pecadores." Pero los hechos dan razón a la sabiduría
de Dios»” (Mateo 11,16-19).
1. -“Jesús declara a las gentes: "¿a quién compararé esta raza de
hombres? es semejante a los muchachos sentados en la plaza que interpelando a
otros..."” Jesús, ves a los niños sentados en plaza… gente de tu
tiempo y también nos ves a nosotros, que como niños no saben lo que quieren.
-“Os hemos entonado cantares alegres y no habéis bailado; cantares
lúgubres y no habéis llorado.” Eran juegos que hacían los críos, y nos
indica esa inconstancia que nosotros podemos también ser como a veces la
opinión pública, que se deja llevar por la moda y no por la verdad…
-“Porque vino Juan que casi no come, ni bebe, y dicen: Es un loco. Ha
venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: "¡Es un glotón y un
bebedor, amigo de publicanos y de pecadores!” Te duele que al Bautista con
su austeridad fuera acusado de extraño endemoniado; y que a ti con tu sencillez
de compartir la comida de los hombres, digan que eres comilón. Gracias, Señor
Jesús, por permitir que te hicieran esta acusación. Gracias de haber venido a
inaugurar el tiempo de la alegría, de habernos venido a ofrecer tu amistad a
nosotros, que somos pecadores. Amigo de los pecadores... Amigo de los
pecadores... Gracias.
-“Pero, la sabiduría de Dios se revela "justa" a través de lo
que hace”. La austeridad de Juan con su penitencia, la alegría de Jesús y
su Reino... El tiempo de Adviento y de Navidad comporta esos dos aspectos (Noel
Quesson).
Esperamos con ganas la Navidad,
y por eso rezamos: "¡Ven Señor Jesús!". "Ha llegado el Adviento.
¡Qué buen tiempo para remozar el deseo, la añoranza, las ansias sinceras por la
venida de Cristo!, ¡por su venida cotidiana a tu alma en la Eucaristía ! -
"Ecce veniet"! - ¡que está al llegar!, nos anima la Iglesia" (san
Josemaría).
Navidad es el mundo de las cosa
pequeñas, de los sencillos, y se nos propone que nos hagamos pequeños como
niños: "hacernos niños: renunciar a la soberbia, a la autosuficiencia;
reconocer que nosotros solos nada podemos, porque necesitamos de la gracia, del
poder de nuestro Padre Dios para aprender a caminar y para perseverar en el
camino. Ser pequeños exige abandonarse como se abandonan los niños, pedir como
piden los niños" (san Josemaría). Es un camino de sencillez,
descomplicación, quitar los laberintos del corazón, máscaras o gafas negras.
Es un camino de apertura a
Jesús. Hay un famoso cuadro en la iglesia de Sant Paul, en Londres, que muestra
Jesús, abriendo una puerta, que representa el corazón de una persona. Alguien
le dijo al pintor: “falta el picaporte de esa puerta, para que Jesús pueda
entrar en la casa”, y el pintor contestó: “no se me olvidó pintarla, es que
esta puerta, la del corazón de cada persona, sólo puede abrirse desde dentro”.
Vamos a procurar abrir esa puerta para que entre Jesús, y con él el Cielo, en
nuestro corazón. Vamos a colaborar con el Señor ayudando a que todos los
hombres le abran la puerta a Jesús. Jesús es el que llama a la puerta del
corazón del hombre, toca la música para consolar al triste, acompañar al
enfermo, ayudar al necesitado, visitar al que esté solo. Llama y toca la música
ahí donde nos encontramos: en la familia, con los amigos, vecinos…
“En vísperas de la Navidad —cuenta la Madre Teresa de
Calcuta— yo abrí un hogar para enfermos de SIDA en Nueva York como regalo de
nacimiento para Jesús. Lo empezamos con quince lechos para otros tantos
pacientes y con cuatro jóvenes a quienes conseguí sacar de la cárcel porque no
querían morir allí. Ellos fueron los primeros huéspedes de nuestro hogar. Les
había preparado una capilla, de modo que tales jóvenes de veinte o veinticinco
años, que no habían estado cerca o se habían alejado de Jesús, de la oración o
de la confesión, pudiesen, si lo deseaban, acercarse de nuevo a Él. Gracias a
la bendición de Dios y a su amor, sus corazones se transformaron por completo. Los
trece o catorce han fallecido ya en nuestro hogar, porque se trata de una
enfermedad mortal, incurable. La última vez que estuve allí, recientemente
todavía, uno de ellos hubo de ser trasladado al hospital. Antes de ir me dijo:
—Madre Teresa, usted es amiga
mía. Quiero hablar a solas con usted.
¿Qué creéis que me dijo aquel
hombre que veinticinco años atrás se había confesado y comulgado por última vez
y que desde entonces había interrumpido sus contactos con Jesús?
Me dijo esto:
—¿Sabe, Madre Teresa? Cuando
siento un tremendo mal de cabeza, lo comparto con el dolor de Jesús al ser
coronado de espinas. Cuando experimento un dolor insoportable (y es que el
dolor que produce esa enfermedad es insoportable de verdad), cuando el dolor
resulta insoportable en mi espalda, lo comparto con el dolor de Jesús al ser
azotado. Cuando el dolor se hace insoportable en mis manos y mis pies, lo
comparto con el dolor experimentado por Jesús al ser crucificado. Le pido que
me lleve de nuevo al hogar. Quiero morir cerca de ustedes.
Conseguí permiso del médico para
llevármelo a casa. Lo acompañé a la capilla. Jamás he visto a nadie hablar con
Dios como lo hizo aquel hombre, con un amor de comprensión tan grande entre él
y Jesús. Después de tres días murió. Difícil de comprender el cambio
experimentado por aquel hombre."
Es el amor en estado puro, le
que nos muestra el Señor y nos da plenitud. Una de las experiencias más amargas que
podemos experimentar al desvivirnos por alguna persona, sea familiar o amigo,
es cuando no somos correspondidos. Si en “pago”, por los servicios prestados se
nos ignora o se nos critica, nos sentimos traicionados y heridos. A Jesús en
este pasaje le sucede algo parecido. Se siente triste y decepcionado de la
respuesta del hombre. Él como Dios, nos ha amado y querido hasta el límite
–inigualable- de la encarnación y de su muerte en cruz. En su vida no hizo otra
cosa que pasar “haciendo el bien”... y todo este despliegue de compasión, de
amor y misericordia ¿dio fruto?, ¿cuál fue la respuesta recibida a cambio?
Sabemos que la semilla dio fruto después de su muerte. En nuestro caso, tenemos
que reconocer que “todo” podría estar a nuestro favor. Tenemos su presencia en
la eucaristía, su gracia sacramental, su acción a través de su Espíritu Santo...
tenemos a María, Madre nuestra.
¿Por qué estamos siempre
insatisfechos? Si hay por que hay y si no porque no… total ¿quién nos dará
gusto? En esta vida podemos estar contentos, pero no satisfechos… hay siempre
un “más” que nos reclama la esperanza. Nuestra vida no tiene sentido si no es
junto al Señor. “¿Adónde iremos, Señor?
Sólo Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6, 68). Él viene a traernos
un amor que lo penetra todo como el fuego y a darle sentido a nuestra vida sin
sentido. Amor exigente es el del Señor, que pide siempre más y nos lleva a
crecer en finura del alma con Dios y a dar muchos frutos.
La falta de amor sería ese no
querer bailar, la tibieza, que nace de una dejadez prolongada en la vida
interior que se expresa en el descuido habitual de las cosas pequeñas, en la
falta de contrición ante los errores personales, en la falta de metas concretas
en el trato con el Señor. Se ha dejado de luchar por ser mejores y se abandona
la mortificación. La tibieza es como una pendiente inclinada; casi
insensiblemente nace una preocupación por no excederse, por quedarse en el
límite, en lo suficiente para no caer en pecado mortal, aunque se descuida y se
acepta sin dificultad el venial. Las Comuniones son frías, la Santa Misa
distraída, la oración difusa, y el examen se abandona. Estemos alerta para
percibir los primeros síntomas de esta enfermedad del alma, y acudamos con
prontitud a la Virgen. Ella aumenta nuestra esperanza, y nos trae la alegría
del nacimiento de Jesús (Francisco Fernández Carvajal).
2. El destierro es duro pero
motivo de manifestar el Señor su salvación en Jesús:
-“Así habla el Señor, tu Redentor”. «Rescate» es pagar la deuda de
otro, y Jesús se puso en nuestro lugar y pagó nuestra justificación. En hebreo tiene
otro matiz: «Yo, el Señor, soy tu redentor, tu 'goel'». En el derecho
tribal primitivo había un «goel»: era el hombre encargado de «vengar la
sangre», el responsable del honor de la tribu. De hecho la idea es pues la de
«un amor de Dios que se ha comprometido en el destino de los hombres». La idea
principal no es la de un Dios que requiere sangre para aplacarse. Es la idea de
un Dios que ama «apasionadamente la humanidad y se compromete totalmente para
salvarla». «¡Yo, el Señor, vengo a auxiliarte!» «Yo, el Señor, soy tu «goel»,
tu redentor!» ¡Qué misterio! Contemplo en Belén a Jesús encarnado, compartiendo
totalmente nuestra condición humana, y muriendo en la cruz.
-“Yo, el Señor tu Dios, te instruyo en lo que es provechoso y te marco el
camino por donde debes ir”. Dios se ha comprometido en nuestra salvación. Pero
no nos reemplaza. Nos invita a "caminar", a aceptar la instrucción
"provechosa", la que salva. La enseñanza de Jesús, el Evangelio. "Te
doy una instrucción, una enseñanza" dice Jesús también. ¿Cómo es mi
fidelidad en recibir y meditar esa enseñanza? ¿Cómo me esfuerzo en aumentar mi
cultura religiosa? ¿Y en ser fiel a la oración?
-“Si hubieras estado atento a mis mandatos...” «Atento»... Es una
cualidad esencial a la oración... y a toda la vida del hombre. Haznos atentos,
Señor. Jesús hablaba a menudo de vigilancia: «velad y orad» -...”Tu paz sería como un río”. El que se
deja "guiar" por Dios, el que escucha la «enseñanza provechosa», el
que está «atento a amar», ¡está lleno de paz! ¡Un río! Evoco esa imagen...
-..”.Tu dicha y tu justicia serían como las olas del mar. ...Tu posteridad
sería como la arena del mar, y tus hijos tantos como los granos de arena”. Repetición
de la promesa hecha a Abraham. A pesar de todos nuestros rechazos, de todas
nuestras faltas de amor, Dios quiere nuestra felicidad, nuestra «justicia»
nuestra «rectitud», nuestra «santidad»... ¡vasta y potente como las olas del
mar! Y Dios quiere que nuestra vida sea fecunda, que «nuestros talentos rindan
el céntuplo»... ¡como los granos de arena de las riberas! Una sola condición:
estar atento a tus mandatos, Señor (Noel Quesson).
3. Vienes como la luz, Señor: «Dichoso el hombre que no sigue el consejo
de los impíos… sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y
noche. Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto… y cuanto
emprende tiene un buen fin. No así los impíos, no así; serán paja que arrebata
el viento, porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de
los impíos acaba mal». Vida y
muerte aparecen como dos caminos, bendición y maldición, a fin de que tomemos
el camino recto que lleva a la felicidad. Dios no nos creó para la muerte, sino para la
vida.
Llucià Pou Sabaté
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