Adviento: 22
de Diciembre: contemplamos el canto de María como la esperanza de los sencillos que creen, y que son los preferidos
de Dios
“En aquel tiempo, dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi
espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad
de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán
bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su
nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le
temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su
propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes.
A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a
Israel, su siervo, acordándose de la misericordia —como había anunciado a
nuestros padres— en favor de Abraham y de su linaje por los siglos». María
permaneció con Isabel unos tres meses, y se volvió a su casa” (Lucas
1,46-56).
1. María, llena del
Espíritu Santo, es portadora en su seno del Hijo de Dios, y actúa con amor, en atención de servicio a su
prima que la necesita por el modo; María sin saberlo la confirma en su misión.
Las dos están gozosas, agradecidas con el don de Dios, cada una con un hijo y
llevando dentro el deseo de ser fiel a su misión. Llenas de amor se encuentran.
Si se ama, se comprenden los defectos, pero si por
desidia o enfermedad de la relación se deja de amar, aparecen los mismos
defectos como algo insufrible, insoportable, y se hace muy difícil vivir con el
otro. En la Iglesia de Santa María de Moià (Barcelona) hay una bonita imagen
románica de la Visitación de la Virgen María a su prima Isabel. Como se tocan
las caras en el abrazo, el pintor quiso que el ojo por el que se están unidas
sea único: miran con el mismo ojo, es decir miran con una misma mirada las
cosas, la comunión hace que se vean las cosas con un mismo mirar. Pienso que
esto se aplica a la vida en comunión: en la Iglesia, en la familia. Por ejemplo
en el matrimonio, si hay amor, uno mira con la mirada del otro, se comparte el
punto de mira, por esa comunión. En cambio, si no hay amor, aparecen puntos de
vista distintos y comienzan los problemas. No es sólo la mirada lo que se
comparte en esa pintura, pues están en arco alienados, aparte de los ojos, la
comisura de los labios, etc. Hay un modo de hacer que crea intimidad, cercanía.
Y si falta, hay no sólo disparidad, sino sensación de que se ha roto algo, se
ponen de manifiesto lo alejado que se está uno del otro. Pienso que si de algo
está necesitado nuestro mundo es de ternura, hecha a base de pequeños detalles,
que son tan importantes.
María va hacia Jerusalén, y luego hacia la ciudad de Isabel, quizá va
con San José, que la acompaña en todo, pues la quiere a ella y a sus cosas, y
él se acomoda, que esto hace el amor que le tiene… en latín nos dice el texto
que va “cum festinatione”, es decir “haciendo fiesta”, con alegría gozosa.
Isabel está radiante, contenta: “¿De
donde a mí este bien, que venga la madre de mi Señor?” Y salta el niño de
gozo y se alegra su corazón y la luz divina ilumina su inteligencia para
comprender. La visitación de la Virgen, portadora del Consolador, de algún modo
continúa en visitaciones que hace a sus hijos. Al visitarla María, la llena el Espíritu
Santo, el entusiasmo de Pentecostés se adelanta en su boca y en el gozo de su
hijo aún no nacido. Sus palabras son un compendio de las misericordias que el
Señor ha derramado a lo largo de la historia. Por eso se repiten sin cesar en
la boca de los cristianos. Y también esos frutos se renuevan a lo largo de la
historia en las atenciones maternales de María con nosotros. Visitaciones que
siempre dejan algo suyo, algo maternal y nos traen a Jesús, la paz, el consuelo
cuando estamos afligidos, fortaleza en la lucha, refrigerio en el cansancio,
ayuda en la tentación.
María lleva a Dios las cosas que oye, los elogios que le hacen, aquel
“bienaventurada tú que has creído”; y escucha, pues sabe escuchar al Espíritu
Santo, a Dios que habla en las profecías, en las palabras de las personas que
tenemos cerca. Contenta de llevar la alegría, entiende que “la unión con Dios,
la vida sobrenatural, comporta siempre la práctica atractiva de las virtudes
humanas: María lleva la alegría al hogar e su prima, porque ‘lleva’ a Cristo”
(San Josemaría Escrivá). María llevaría la mirada que refleja toda la gracia de
su Hijo, que llevará luego la mirada de Jesús en sus ojos saliendo a su Madre
pues de ella recibe todo su cuerpo, el alma la pone el Señor…
El canto del “Magnificat” en el que prorrumpe es como una fuente que
recoge el agua tantas veces represada meditando los textos de la Escritura, la
misericordia divina con su gente, la ternura del cielo: “magnifica mi alma al Señor…” es un canto a la humildad: “porque ha puesto los ojos en la bajeza de
su esclava”… “porque ha hecho en mí
cosas grandes el Todopoderoso”. Es un espejo perfecto de lo que revela Dios
en su historia: “derribó a los poderosos
de su trono y ensalzó a los humildes”, es un canto a la esperanza, que nos
anuncia que sus visitaciones nos acompañarán en lo que hacemos, pues sentimos
la presencia de la mano amorosa de María que nos enseña la obediencia en la fe,
aunque nos cueste, el amor perfecto, el amor no egoísta. Nos lleva a beber en
la fuente de la felicidad, el árbol de la vida, el que nos abre las puertas de
la eternidad, ya aquí en la tierra porque el cielo es vivir este Amor divino.
Esta es la ciencia de María, la ciencia de la vida, el auténtico árbol de la
ciencia, para poder comer del árbol de la vida: aprender a querer.
Visitaciones marianas, consuelos divinos que tanto nos ayudan… aunque lo
importante, como santa María nos sugiere, es como decía alguien, que “no
buscamos los consuelos de Dios, sino al Dios de los consuelos” y nos da
aquellos frutos secretos que reserva para todos los que puedan acogerlos, es
decir los pequeños, los que entienden las cosas de Dios, que quieren ser sus
amigos íntimos. Y estos frutos son: serenidad pase lo que pase, gozo íntimo,
certeza en la esperanza de alcanzar la meta, luz para la inteligencia y alegría
en la Verdad.
«Engrandece mi alma al Señor y mi
espíritu se alegra en Dios mi salvador», reza María mostrándonos los sentimientos
de su corazón, cómo se alegraba, bendecía y daba gracias a Dios por todas sus
bondades. “María se ha beneficiado de la gracia más extraordinaria que nunca
ninguna otra mujer ha recibido y recibirá: ha sido elegida por Dios, entre
todas las mujeres de la historia, para ser la Madre de aquel Mesías Redentor
que la Humanidad estaba esperando desde hacía siglos. Es el honor más alto
nunca concedido a una persona humana, y Ella lo recibe con una total sencillez
y humildad, dándose cuenta de que todo es gracia, regalo, y que Ella es nada
ante la inmensidad del poder y de la grandeza de Dios, que ha obrado maravillas
en Ella (cf. Lc 1,49). Una gran lección de humildad para todos nosotros, hijos
de Adán y herederos de una naturaleza humana marcada profundamente por aquel
pecado original del que, día tras día, arrastramos las consecuencias” (Francesc
Perarnau).
2. El cántico de Ana contiene
los mismos temas que el «Magnificat» de María. La maternidad de esa mujer,
hasta ahora, estéril, anuncia también las dos maternidades excepcionales de
Isabel y de María. –“Yo soy esa mujer
que estuvo aquí ante ti orando al Señor. Yo pedía este niño y el Señor me ha
concedido la petición que le hice”. Muy próxima ya la Navidad, la liturgia
se concentra en la contemplación de María; y rememoriza Ana la estéril. Suplicó
a Dios que se dignara «mirar la aflicción de su sierva». Habiendo sido
escuchada su oración, consagró a Dios a su hijo, el pequeño Samuel.
Misterio de la maternidad. Contemplo en silencio la alegría de María en
esos días: ella espera y se prepara... –“Entonces
Ana dijo esta oración: «Mi corazón exulta en el Señor...». «Mi alma exalta al
Señor, mi espíritu exulta en Dios, mi salvador...»” Alegría, exultación. -«El arco de los fuertes se quiebra, pero
los débiles recobran vigor...» «Los hartos se contratan por pan, los
hambrientos dejan su trabajo...» «Derriba de su trono a los poderosos, ensalza
a los humildes...» «A los hambrientos los colma de bienes, a los ricos los
despide vacíos...» es profecía de María, la humilde.
-«Levanta del polvo al humilde y
del estercolero alza al indigente.» «Acogió a Israel, su siervo; se acordó de
su misericordia...» Dios ama a los pobres, se hace defensor de los débiles,
de los que no tienen apoyo humano. Dichosos los pobres en espíritu, porque de
ellos es el reino de los cielos. El tema de la "alegría" y el de la
"pobreza" están ligadas. ¡Concédenos, Señor, esa pobreza interior y,
a la vez, esa alegría! Es Navidad, el pesebre (Noel Quesson).
3. “Portones, ¡alzad los
dinteles! Que se alcen las puertas eternas, va a entrar el Rey de la gloria”
(Antífona de entrada). Pedimos hoy que al conocer la Encarnación “merezcamos gozar también de su Redención”
(colecta). Ana, la madre de Samuel, entrega a su hijo al Servicio de Dios, y
entonces entona un cántico de alabanza al Señor quien exalta a los humildes: “La
estéril da a luz siete veces, la de muchos hijos se marchita. Yahveh da muerte
y vida, hace bajar al seol y retornar (…) Levanta del polvo al humilde, alza
del muladar al indigente para hacerle sentar junto a los nobles, y darle en
heredad trono de gloria, pues de Yahveh los pilares de la tierra y sobre ellos
ha sentado el universo”. Nos
recuerda a María que “rompe en la alegría del Magníficat -ese canto mariano,
que nos ha transmitido el Espíritu Santo por la delicada fidelidad de San
Lucas-, fruto del trato habitual de la virgen Santísima con Dios.
”Nuestra Madre ha meditado largamente las palabras de las mujeres y de
los hombres santos del Antiguo Testamento, que esperaban al Salvador, y los
sucesos de que han sido protagonistas. Ha admirado aquel cúmulo de prodigios,
el derroche de la misericordia de Dios con su pueblo, tantas veces ingrato. Al
considerar esta ternura del Cielo, incesantemente renovada, brota el afecto de
su Corazón inmaculado: «mi alma
glorifica al Señor y mi espíritu está transportado de gozo en el Dios salvador
mío; porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava». Los hijos de
esta Madre buena, los primeros cristianos, han aprendido de Ella, y también
nosotros podemos y debemos aprender» (san Josemaría Escrivá). Madre, quiero
aprender de tu oración: «La oración de la Virgen María, en su Fiat y en su
Magníficat, se caracteriza por la ofrenda generosa de todo su ser en la fe»
(Catecismo 2622).
Llucià Pou Sabaté
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