sábado, 22 de diciembre de 2012


Domingo 4 de Adviento, ciclo C. María exulta de gozo porque lleva el Señor, y nos lo comunica
“En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
En cuanto Isabel. oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo, y dijo a voz en grito:
-¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lucas 1,39-45).


1. La figura de María tiene un lugar relevante en este domingo de Adviento, María se pone en camino y nos lleva al encuentro del Señor Jesús; se dirige a casa de su pariente Isabel donde escucharemos la magnifica alabanza a nuestra Madre «Dichosa tú que has creído. Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».
La dicha que experimenta María está motivada por su «Sí» a Dios: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). De su «Sí» dependía no sólo su alegría si no la alegría de toda la humanidad.
Del mismo modo que el arca de la Alianza va desde Beth-Shemesh (en Galilea) hasta Jerusalén, así la Virgen María -la que porta y acoge a Dios en su seno, para manifestar su presencia y su gloria al mundo- la nueva arca de la Alianza, se pone en camino de Galilea hasta Jerusalén en donde se sellará de un modo definitivo y superabundante por la Sangre del Cordero la alianza de Dios con los hombres. Ella, disponible a la voz del ángel, sabe que su prima necesita ayuda, y acude. María se pone pues en camino y quiero imaginar que va en compañía de José. Las mujeres de Oriente no hacían nunca solas desplazamientos de importancia: eran unos cuatro días de marcha.
Juan el Bautista baila en el seno de su madre ante la nueva arca de la Alianza, como bailó David ante el arca de la alianza al entrar en Jerusalén. Comparada con el Arca de la Alianza y con las mujeres guerreras del Antiguo Testamento, María aparece, pues, aquí, como la mujer que asegura a su pueblo la victoria definitiva sobre el mal e inaugura la era mesiánica en la que el pecado y la desgracia serán abolidos. María es la verdadera morada de Dios entre los hombres. Lucas la ha presentado así comparándola con el Arca o con Sión. Dios no habita ya, pues, en un templo de piedras, sino en personas vivas. Al igual que María, cada cristiano es en el mundo signo de la presencia de Dios. Son las actitudes de su vida y sus compromisos, y no ya piedras sagradas, las que edifican la habitación divina sobre la tierra. Por profana que sea, la vida de un cristiano está ya ahora más cargada de presencia divina que un templo consagrado y que un Arca de la Alianza. La Eucaristía carga nuestras vidas de esa densidad (Maertens-Frisque).
Visitadora. La Virgen es la primera en ser dignificada por el advenimiento divino; por eso se convierte para el resto de la humanidad en la "Visitadora". Aun antes de que Dios aparezca en el mundo en forma visible, lo trae la Virgen a los hombres hecho ya hombre en su seno. Viene Dios a ella, y en ella visita a la humanidad. Se procura un hogar entre los hombres a fin de facilitarles el vivir ellos en la Divinidad. La puerta por donde entra sin necesidad de abrirla es la Virgen. Así como se apareció a los discípulos en la noche de Pascua, de la misma manera va hoy a casa de Isabel con las puertas cerradas. No quiere mostrarse del todo ni aparecer ya en pleno día; se limita a asomarse a través de la puerta cerrada: "Está ya detrás de nuestros muros, mirando por las ventanas, atisbando por entre las celosías" (Ct 2,9). Sin embargo, Isabel, inmediatamente lo reconoce: "¿De dónde a mí tanto bien, que llegue a mí la Madre de mi Señor?”, exclama Isabel, que “se sintió llena del Espíritu Santo, y, exclamando en alta voz, dijo: Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre". A lo que responde María: "Mi alma canta la grandeza del Señor".
Se acerca la fiesta de Navidad: pedimos que sintamos "el deseo de celebrar dignamente el nacimiento de tu Hijo al acercarse la fiesta de Navidad" (poscomunión). Este deseo se convierte en súplica en la antífona de entrada (Is 45,8): "Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad la victoria; ábrase la tierra y brote la salvación". Esta salvación es la gracia del Emmanuel que la Iglesia pide en la oración colecta: "Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que hemos conocido por el anuncio del ángel (a María) la encarnación de tu Hijo"... El prefacio II proclama en este domingo: "El mismo Señor nos concede ahora prepararnos con alegría al misterio de su nacimiento, para encontrarnos así, cuando llegue, velando en oración y cantando su alabanza". La liturgia, como las lecturas, nos hacen vivir ese adviento al Señor que viene.
El IV domingo pone a María en conexión profunda con el Mesías que ella da a luz. La oración sobre las ofrendas reza: "El mismo Espíritu, que cubrió con su sombra y fecundó con su poder las entrañas de María, la Virgen Madre, santifique... estos dones que hemos colocado sobre tu altar". María es la tierra fecunda, que por la acción santificadora del Espíritu Santo, da a luz al mundo, al Dios- con-nosotros. María "esperó (a su Hijo) con inefable amor de Madre". María, portadora del Hijo de Dios, lo lleva a casa de Isabel. María es la "bendita... entre las mujeres" y lo que es porque ha "creído". Al final "se cumplirá... lo que... ha dicho el Señor" (evangelio).
También la Iglesia llegará a la Navidad siendo dichosa si acoge a Jesús como María, si cree lo que el Espíritu Santo le comunica en la Palabra y en los siglos de los tiempos, si es portadora de Dios (=evangelizadora) y lo comunica con fidelidad y en actitud de servicio.
2. "El tiempo en que la madre da a luz". El profeta Miqueas, ocho siglos antes anuncia el nacimiento del Mesías en la pequeña aldea de Belén de Efrata. Será "el jefe de Israel". Cuando "la madre dé a luz" todo cambiará para el pueblo elegido. Esa madre dibujada vagamente por Miqueas es María de Nazaret, la Virgen. La Madre del que "pastoreará con la fuerza del Señor", aquel cuyo "origen es desde lo antiguo, de tiempo inmemorial", el Hijo eterno del Padre. Sus dones serán: la "tranquilidad" y la "paz". Este anuncio resuena con dulzura.
El momento histórico es penoso, pues el reino del Norte es deportado, y el del Sur paga tributo a los invasores de Asiria. Se ve que la salvación no vendrá de la poderosa ciudad de Jerusalén, sino de aquella pequeña aldea sin importancia, llamada Belén (pero sabemos que es otro tipo de salvación más profunda). -Ahora "con el cetro golpean en la mejilla al Juez de Israel"; pero en el futuro el Señor (sujeto en la frase) sacará de Belén "el que ha de ser jefe de Israel". "Su origen es antiguo": pertenece a la familia de aquel humilde pastor de Efrata, David, que se convirtió en el ser más glorioso de Israel. Este nuevo David llevará a cabo todas las promesas hechas a su padre; pastoreará o regirá a su pueblo en paz, y con su nacimiento se inaugurará una nueva etapa.
Al morir Raquel, fue sepultada "en el camino de Efrata, o sea en Belén" (Gn 35,19; cf. 48.7). Al casarse los bisabuelos de David, Booz y Rut, la gente del pueblo grita: "Que seas poderoso en Efrata, y famoso en Belén" (Rt 4,11). Js 15,59 habla de "Efrata, que es Belén", al hacer la lista de las ciudades de Judá.
En el Salmo 79 vemos la Oración de Cristo por la salvación de su viña. Primero se nos habla de unos querubines que le sugieren a Eusebio la visión de Ezequiel sobre el trono que contempla el profeta hay una imagen con apariencia como de hombre; esta figura es tipo del Verbo de Dios que ha asumido la naturaleza humana. El propiciatorio es figura del Verbo sentado sobre los querubines, motivo por el cual Pablo llama a Cristo propiciatorio: “a quien Dios destinó como propiciatorio por la fe en su Sangre”. El propiciatorio estaba en medio de los querubines colocado por encima de ellos, como un auriga. Este propiciatorio y estos querubines figurativos avanzaban por el desierto delante del pueblo peregrino, ante Efraín, Benjamín y Manasés. A la salida de Egipto, Judá, Isacar y Zabulón caminaban delante del arca y Efraín, Benjamín y Manasés la seguían; de este modo era como, efectivamente, el arca precedía a esas tres tribus.
Desde este valle de lágrimas, la Iglesia implora la visita de su Señor. Él la escucha, viene y se hace presente en su Liturgia: "Cristo está presente a su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica ... No sólo en la celebración de la Eucaristía y en la administración de los Sacramentos, sino también, con preferencia a los modos restantes, cuando se celebra la Liturgia de las Horas. En ella Cristo está presente en la asamblea congregada, en la Palabra de Dios que se proclama y cuando la Iglesia suplica y canta salmos, pues Él mismo prometió que: «Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos.»"
La presencia de Cristo en la Liturgia es una presencia dinámica y eficaz, que hace de los actos litúrgicos acontecimientos de salvación. En la Eucaristía esta presencia es, además, substancial: "Tal presencia se llama 'real', no por exclusión, como si las otras no fueran 'reales', sino por antonomasia".
"Cristo es el Sacerdote universal del Padre" (Tertuliano). "Se puede y se debe rezar de varios modos, como la Biblia nos enseña con abundantes ejemplos. 'El Libro de los Salmos es insustituible'. Hay que rezar con «gemidos inefables» para entrar en el 'ritmo de las súplicas del Espíritu mismo'. Hay que implorar para obtener el perdón, integrándose en el profundo grito de Cristo Redentor (Hb 5,7). Y a través de todo esto hay que proclamar la gloria. 'La oración es siempre un «opus gloriae»'" (Juan Pablo II).
La tradición ha entendido siempre que esta viña de Dios es la Iglesia, que extiende sus pámpanos hasta el mar y sus brotes hasta el Gran Río. El Señor es la verdadera vid, nosotros los sarmientos y su Padre el labrador. De las cepas de los Patriarcas y los Profetas, ha germinado Cristo, como un vástago prodigioso. La antigua viña infiel ha sido renovada por Él y de ella ha nacido la Iglesia, plenitud de Cristo mismo, que forma con Jesús una misma cosa y se extiende y dilata sobre toda la superficie de la tierra (Félix Aronena).
En esa esperanza en la gloria futura, el salmista se dirige a Dios una súplica apremiante para que vuelva a defender a las víctimas, rompiendo su silencio: "Dios de los Ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña". Dios seguirá siendo el protector del tronco vital de esta viña sobre la que se ha abatido una tempestad tan violenta, arrojando fuera a todos los que habían intentado talarla y quemarla.
"Que tu mano proteja a tu escogido, al hijo del hombre que tú fortaleciste", dice esperando al Mesías.
3. La voluntad de Dios es que el Hijo sea hombre y comparta el destino humano en todos los aspectos menos en el pecado personal: "me has preparado un cuerpo" (en Navidad) para realizar esa misión, el sacrificio del pobre, de acción de gracias, donde "se ofreció él mismo a Dios" o le ofreció un sacrificio "en su propia sangre". "Realizar el designio de Dios" y "ofrecerse a sí mismo" son la misma cosa; no en el sentido de que Dios quisiera la muerte de Jesús en la cruz sino en el sentido más radical de la entrega que Jesús hace de sí mismo al Padre con todas sus consecuencias, hasta la entrega cruenta de la propia vida. Se citan palabras del Sal 40 donde Jesucristo, «al entrar en el mundo, dice»: "Aquí estoy". ¡Bienvenido, Señor!
Llucià Pou Sabaté


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