Domingo 4
de Adviento, ciclo C. María exulta
de gozo porque lleva el Señor, y nos lo comunica
“En aquellos días, María se puso en camino
y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y
saludó a Isabel.
En cuanto Isabel. oyó el saludo de María,
saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo, y dijo a
voz en grito:
-¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el
fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En
cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.
¡Dichosa tú, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lucas 1,39-45).
1. La
figura de María tiene un lugar relevante en este domingo de Adviento, María se
pone en camino y nos lleva al encuentro del Señor Jesús; se dirige a casa de su
pariente Isabel donde escucharemos la magnifica alabanza a nuestra Madre «Dichosa tú que has creído. Porque lo que te
ha dicho el Señor se cumplirá».
La dicha que
experimenta María está motivada por su «Sí» a Dios: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,
38). De su «Sí» dependía no sólo su alegría si no la alegría de toda la
humanidad.
Del mismo modo
que el arca de la Alianza va desde Beth-Shemesh (en Galilea) hasta Jerusalén,
así la Virgen María -la que porta y acoge a Dios en su seno, para manifestar su
presencia y su gloria al mundo- la nueva arca de la Alianza, se pone en camino
de Galilea hasta Jerusalén en donde se sellará de un modo definitivo y
superabundante por la Sangre del Cordero la alianza de Dios con los hombres. Ella,
disponible a la voz del ángel, sabe que su prima necesita ayuda, y acude. María
se pone pues en camino y quiero imaginar que va en compañía de José. Las
mujeres de Oriente no hacían nunca solas desplazamientos de importancia: eran
unos cuatro días de marcha.
Juan el
Bautista baila en el seno de su madre ante la nueva arca de la Alianza, como
bailó David ante el arca de la alianza al entrar en Jerusalén. Comparada con el
Arca de la Alianza y con las mujeres guerreras del Antiguo Testamento, María
aparece, pues, aquí, como la mujer que asegura a su pueblo la victoria
definitiva sobre el mal e inaugura la era mesiánica en la que el pecado y la
desgracia serán abolidos. María es la verdadera morada de Dios entre los
hombres. Lucas la ha presentado así comparándola con el Arca o con Sión. Dios
no habita ya, pues, en un templo de piedras, sino en personas vivas. Al igual
que María, cada cristiano es en el mundo signo de la presencia de Dios. Son las
actitudes de su vida y sus compromisos, y no ya piedras sagradas, las que
edifican la habitación divina sobre la tierra. Por profana que sea, la vida de
un cristiano está ya ahora más cargada de presencia divina que un templo
consagrado y que un Arca de la Alianza. La Eucaristía carga nuestras vidas de
esa densidad (Maertens-Frisque).
Visitadora.
La Virgen es la primera en ser dignificada por el advenimiento divino;
por eso se convierte para el resto de la humanidad en la
"Visitadora". Aun antes de que Dios aparezca en el mundo en forma
visible, lo trae la Virgen a los hombres hecho ya hombre en su seno. Viene Dios
a ella, y en ella visita a la humanidad. Se procura un hogar entre los hombres
a fin de facilitarles el vivir ellos en la Divinidad. La puerta por donde entra
sin necesidad de abrirla es la Virgen. Así como se apareció a los discípulos en
la noche de Pascua, de la misma manera va hoy a casa de Isabel con las puertas
cerradas. No quiere mostrarse del todo ni aparecer ya en pleno día; se limita a
asomarse a través de la puerta cerrada: "Está ya detrás de nuestros muros, mirando por las ventanas, atisbando
por entre las celosías" (Ct 2,9). Sin embargo, Isabel, inmediatamente
lo reconoce: "¿De dónde a mí tanto
bien, que llegue a mí la Madre de mi Señor?”, exclama Isabel, que “se sintió llena del Espíritu Santo, y,
exclamando en alta voz, dijo: Bendita tú eres entre todas las mujeres, y
bendito es el fruto de tu vientre". A lo que responde María: "Mi alma canta la grandeza del Señor".
Se acerca la fiesta de Navidad: pedimos que
sintamos "el deseo de
celebrar dignamente el nacimiento de tu Hijo al acercarse la fiesta de Navidad"
(poscomunión). Este deseo se convierte en súplica en la antífona de entrada (Is
45,8): "Cielos, destilad el rocío;
nubes, derramad la victoria; ábrase la tierra y brote la salvación".
Esta salvación es la gracia del Emmanuel que la Iglesia pide en la oración
colecta: "Derrama, Señor, tu gracia
sobre nosotros, que hemos conocido por el anuncio del ángel (a María) la
encarnación de tu Hijo"... El prefacio II proclama en este domingo:
"El mismo Señor nos concede ahora
prepararnos con alegría al misterio de su nacimiento, para encontrarnos así,
cuando llegue, velando en oración y cantando su alabanza". La liturgia,
como las lecturas, nos hacen vivir ese adviento al Señor que viene.
El IV domingo pone a María en conexión
profunda con el Mesías que ella da a luz. La oración sobre las ofrendas
reza: "El mismo Espíritu, que
cubrió con su sombra y fecundó con su poder las entrañas de María, la Virgen
Madre, santifique... estos dones que hemos colocado sobre tu altar".
María es la tierra fecunda, que por la acción santificadora del Espíritu Santo,
da a luz al mundo, al Dios- con-nosotros. María "esperó (a su Hijo) con
inefable amor de Madre". María, portadora del Hijo de Dios, lo lleva a
casa de Isabel. María es la "bendita... entre las mujeres" y lo que
es porque ha "creído". Al final "se cumplirá... lo que... ha dicho el Señor" (evangelio).
También la
Iglesia llegará a la Navidad siendo dichosa si acoge a Jesús como María, si
cree lo que el Espíritu Santo le comunica en la Palabra y en los siglos de los
tiempos, si es portadora de Dios (=evangelizadora) y lo comunica con fidelidad
y en actitud de servicio.
2. "El tiempo en que la madre da a luz".
El profeta Miqueas, ocho siglos antes anuncia el nacimiento del Mesías en la
pequeña aldea de Belén de Efrata. Será "el jefe de Israel". Cuando "la madre dé a luz" todo cambiará para el pueblo elegido. Esa
madre dibujada vagamente por Miqueas es María de Nazaret, la Virgen. La Madre
del que "pastoreará con la fuerza
del Señor", aquel cuyo "origen
es desde lo antiguo, de tiempo inmemorial", el Hijo eterno del Padre.
Sus dones serán: la "tranquilidad" y la "paz". Este anuncio
resuena con dulzura.
El momento
histórico es penoso, pues el reino del Norte es deportado, y el del Sur paga
tributo a los invasores de Asiria. Se ve que la salvación no vendrá de la
poderosa ciudad de Jerusalén, sino de aquella pequeña aldea sin importancia,
llamada Belén (pero sabemos que es otro tipo de salvación más profunda). -Ahora
"con el cetro golpean en la mejilla
al Juez de Israel"; pero en el futuro el Señor (sujeto en la frase)
sacará de Belén "el que ha de ser
jefe de Israel". "Su origen es antiguo": pertenece a la
familia de aquel humilde pastor de Efrata, David, que se convirtió en el ser
más glorioso de Israel. Este nuevo David llevará a cabo todas las promesas
hechas a su padre; pastoreará o regirá a su pueblo en paz, y con su nacimiento
se inaugurará una nueva etapa.
Al morir
Raquel, fue sepultada "en el camino de Efrata, o sea en Belén" (Gn
35,19; cf. 48.7). Al casarse los bisabuelos de David, Booz y Rut, la gente del
pueblo grita: "Que seas poderoso en Efrata, y famoso en Belén" (Rt
4,11). Js 15,59 habla de "Efrata, que es Belén", al hacer la lista de
las ciudades de Judá.
En el Salmo 79
vemos la Oración de Cristo por la salvación de su viña. Primero
se nos habla de unos querubines que le sugieren a Eusebio la visión de Ezequiel
sobre el trono que contempla el profeta hay una imagen con apariencia como de
hombre; esta figura es tipo del Verbo de Dios que ha asumido la naturaleza
humana. El propiciatorio es figura del Verbo sentado sobre los querubines,
motivo por el cual Pablo llama a Cristo propiciatorio: “a quien Dios destinó como propiciatorio por la fe en su Sangre”. El
propiciatorio estaba en medio de los querubines colocado por encima de ellos,
como un auriga. Este propiciatorio y estos querubines figurativos avanzaban por
el desierto delante del pueblo peregrino, ante Efraín, Benjamín y Manasés. A la
salida de Egipto, Judá, Isacar y Zabulón caminaban delante del arca y Efraín,
Benjamín y Manasés la seguían; de este modo era como, efectivamente, el arca
precedía a esas tres tribus.
Desde este
valle de lágrimas, la Iglesia implora la visita de su Señor. Él la escucha,
viene y se hace presente en su Liturgia: "Cristo está presente a su
Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica ... No sólo en la celebración de la
Eucaristía y en la administración de los Sacramentos, sino también, con
preferencia a los modos restantes, cuando se celebra la Liturgia de las Horas.
En ella Cristo está presente en la asamblea congregada, en la Palabra de Dios
que se proclama y cuando la Iglesia suplica y canta salmos, pues Él mismo
prometió que: «Donde están dos o tres
congregados en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos.»"
La presencia
de Cristo en la Liturgia es una presencia dinámica y eficaz, que hace de los
actos litúrgicos acontecimientos de salvación. En la Eucaristía esta presencia
es, además, substancial: "Tal presencia se llama 'real', no por exclusión,
como si las otras no fueran 'reales', sino por antonomasia".
"Cristo
es el Sacerdote universal del Padre" (Tertuliano). "Se puede y se
debe rezar de varios modos, como la Biblia nos enseña con abundantes ejemplos.
'El Libro de los Salmos es insustituible'. Hay que rezar con «gemidos
inefables» para entrar en el 'ritmo de las súplicas del Espíritu mismo'. Hay
que implorar para obtener el perdón, integrándose en el profundo grito de
Cristo Redentor (Hb 5,7). Y a través de todo esto hay que proclamar la gloria.
'La oración es siempre un «opus gloriae»'" (Juan Pablo II).
La tradición
ha entendido siempre que esta viña de Dios es la Iglesia, que extiende sus
pámpanos hasta el mar y sus brotes hasta el Gran Río. El Señor es la verdadera
vid, nosotros los sarmientos y su Padre el labrador. De las cepas de los
Patriarcas y los Profetas, ha germinado Cristo, como un vástago prodigioso. La antigua
viña infiel ha sido renovada por Él y de ella ha nacido la Iglesia, plenitud de
Cristo mismo, que forma con Jesús una misma cosa y se extiende y dilata sobre
toda la superficie de la tierra (Félix Aronena).
En esa
esperanza en la gloria futura, el salmista se dirige a Dios una súplica
apremiante para que vuelva a defender a las víctimas, rompiendo su silencio:
"Dios de los Ejércitos, vuélvete: mira
desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña". Dios seguirá siendo el
protector del tronco vital de esta viña sobre la que se ha abatido una
tempestad tan violenta, arrojando fuera a todos los que habían intentado talarla
y quemarla.
"Que tu mano proteja a tu escogido, al hijo
del hombre que tú fortaleciste", dice esperando al Mesías.
3. La voluntad
de Dios es que el Hijo sea hombre y comparta el destino humano en todos los
aspectos menos en el pecado personal: "me has preparado un cuerpo" (en Navidad) para realizar esa
misión, el sacrificio del pobre, de acción de gracias, donde "se ofreció
él mismo a Dios" o le ofreció un sacrificio "en su propia
sangre". "Realizar el designio de Dios" y "ofrecerse a sí
mismo" son la misma cosa; no en el sentido de que Dios quisiera la muerte
de Jesús en la cruz sino en el sentido más radical de la entrega que Jesús hace
de sí mismo al Padre con todas sus consecuencias, hasta la entrega cruenta de
la propia vida. Se citan palabras del Sal 40 donde Jesucristo, «al entrar en el mundo, dice»: "Aquí estoy". ¡Bienvenido, Señor!
Llucià Pou Sabaté
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