Adviento,
primera semana, lunes: El Señor llama a nuestra puerta. El milagro del centurión
proclama la universalidad de la salvación: "Vendrán muchos de oriente y
occidente al reino de los cielos".
“En aquel
tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole:
"Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre
mucho." Jesús le contestó: "Voy yo a curarlo." Pero el centurión
le replicó: "Señor, no soy quien para que entres bajo mi techo. Basta que
lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo
disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: "Ve", y
va; al otro: "Ven", y viene; a mi criado: "Haz esto", y lo
hace." Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían:
"Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que
vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob
en el reino de los cielos” (Mateo 8,5-11).
1. Jesús, has
venido a colmar y purificar espera de tantas personas deseosas de la salvación,
de la felicidad, del Reino. Muchos, conscientes, y otros ni saber siquiera que
existes, ignorando lo que tú puedes darles. Te vemos hoy en Cafarnaum, cuando un
centurión del ejército romano salió a tu encuentro y le suplicó... Los romanos –ejército
de ocupación- eran mal vistos en Palestina. Eran paganos y opresores. Se les
volvía la cara a su paso. Va hacia ti, Señor, y le atiendes, como a todos: -"Señor,
mi criado está postrado en mi casa, paralítico, y padece muchísimo".
Sabe amar a su sirviente, o hijo.
Esta
es la salvación que proclama el Evangelio, con la fe del Centurión que ruega
por su siervo enfermo. “Y le dijo Jesús: ‘yo iré y lo sanaré’. Y
respondiendo el centurión, dijo: ‘Señor, no soy digno de que entres en mi casa,
pero mándalo con tu palabra y será sano mi siervo’…” Jesús se emociona con
esas palabras: “se maravilló y dijo a los que le seguían: ‘verdaderamente os
digo que no he hallado fe tan grande en Israel’”… Cuando en cada Misa
recordemos esas palabras antes de comulgar, podemos renovar nuestra fe, y pedir
al Señor la curación de nuestra alma, que venga y nos transforme. En ese
pasaje, además, podemos responder a la pregunta que el Papa hace en su
Encíclica: “¿Es individualista la esperanza cristiana?” Muchos piensan en
“salvarse”, como recuerda H. de Lubac: «¿He encontrado la alegría? No... He
encontrado mi alegría. Y esto es algo terriblemente diverso... La alegría de
Jesús puede ser personal. Puede pertenecer a una sola persona, y ésta se salva.
Está en paz..., ahora y por siempre, pero ella sola. Esta soledad de la alegría
no la perturba. Al contrario: ¡Ella es precisamente la elegida! En su
bienaventuranza atraviesa felizmente las batallas con una rosa en la mano». Pero
esto no es así, sigue diciendo de Lubac, siguiendo la teología de los Padres: “la
salvación ha sido considerada siempre como una realidad comunitaria”, como
vemos en el Centurión, que se ocupa de su siervo, como vemos en la lectura de
Isaias que habla de una «ciudad» (Sión, Jerusalén) “y, por tanto, de una
salvación comunitaria”. El pecado aparece “como la destrucción de la unidad del
género humano, como ruptura y división. Babel, el lugar de la confusión de las
lenguas y de la separación, se muestra como expresión de lo que es el pecado en
su raíz”. Hoy también aparecen esas nuevas Babeles, multitudes incomunicadas,
una agresividad en el ambiente… Entonces, ¿es algo a la ver personal y
comunitario, y en qué consiste?
Vamos a
repetir esta oración tan bonita: -“Señor, no soy digno de que entres
en mi casa, pero mándalo con tu palabra y quedará curado mi criado”... En
la oración colecta pedimos: “Concédenos, Señor, Dios nuestro, anhelar de tal
manera la llegada de tu Hijo Jesucristo, que cuando llame a nuestras puertas,
nos encuentre velando en oración y cantando sus alabanzas”…
Jesús se
complace de esta fe: -“Ni aun en Israel he hallado fe tan grande... Yo os
declaro que vendrán muchos gentiles del oriente y del occidente y estarán a la
mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos”. Jesús, has
pensado en todos los que "vendrán", en todos los que están aún a la
espera. Para ti no hay privilegio de raza ni de cultura. Todos los hombres, de
todas partes, están invitados y están en marcha. ¿Tengo un corazón
"universal" como Jesús? ¿Un corazón "misionero"? (Noel
Quesson).
Hoy
también, muchas personas, aunque nos parezcan alejadas, muestran como el
centurión buenos sentimientos. Tienen buen corazón. ¿Sucederá también este año
que esas personas tal vez respondan mejor a la salvación de Jesús que nosotros?,
¿estarán más dispuestas a pedirle la salvación, porque sienten su necesidad,
mientras que nosotros no la sentimos con la misma urgencia?, ¿tendrá que decir
otra vez Jesús que ha encontrado más fe en esas personas de peor fama pero
mejores sentimientos que entre los cristianos «buenos»? ¿Vendrán de Oriente y
Occidente -o sea, de ámbitos que nosotros no esperaríamos, porque estamos un
poco encerrados en nuestros círculos oficialmente buenos- personas que
celebrarán mejor la Navidad que nosotros? ¿O nos creemos ya santos, merecedores
de los dones de Dios?
Si
en nuestra vida decidimos bajar la espada y no atacar a nadie, estamos dando
testimonio de que los tiempos mesiánicos ya han llegado. Bienaventurados los
que obran la paz. Los que trabajan para que haya más justicia en este mundo y
se vayan corrigiendo las graves situaciones de injusticia, son los que mejor
celebrarán el Adviento. No es que Jesús vaya a hacer milagros, sino que seremos
nosotros, sus seguidores, los que trabajemos por llevar a cabo su programa de
justicia y de paz.
Cuando
seamos hoy invitados a la comunión, podemos decir con la misma humilde
confianza del centurión que no somos dignos de que Cristo Jesús venga a nuestra
casa, y le pediremos que él mismo nos prepare para que su Cuerpo y su Sangre
sean en verdad alimento de vida eterna para nosotros, y una Navidad anticipada
(J. Aldazábal).
Hoy
vemos a Jesús admirado. Quiero aprender de ti, Señor, a admirarme por las
virtudes de los que me rodean, admirar las cosas buenas de los demás, disfrutar
con ellas. Me admira gente sencilla sufrir en silencio dolores que no sé cómo
se pueden soportar sin lamentarse. Admiro un niño que con fe rezaba a su padre
que había muerto, alabando a Dios a pesar de que él no entendía por qué se
había ido su padre cuando más lo necesitaba.
“Yo
iré y lo curaré”. Jesús, ¡ven a curar mi falta de fe!, ¡cura el corazón de
tantas personas, tantas heridas! Es la oración el gran medio para abrir la
puerta de mi alma a tu gracia, Señor, como hizo tu madre la Virgen María.
«Mirad
al Señor que viene» (Antífona de entrada). Pedimos al Señor permanecer
alertas a la venida de su Hijo, para que, cuando llegue y llame a la puerta, nos
encuentre velando y cantando sus alabanzas.
2. Durante las dos primeras semanas de Adviento, la Iglesia
nos propondrá la meditación de las «profecías de Isaias», uno de los grandes
testigos de la espera mesiánica, s.VIII a.C. Habitaba Jerusalén, la capital del
país. Ha visto derrumbarse el Reino del Norte, Samaria, bajo los golpes de los
Asirios, y siente venir la misma amenaza para el Reino del Sur. Es pues en el
contexto histórico de una catástrofe inminente cuando el profeta anuncia la
esperanza de un Mesías que aportará la paz. Sus pasajes serán anuncios de
esperanza, de salvación, de futuro más optimista para el resto de Israel, para
los demás pueblos, e incluso para todo el cosmos.
“¡El Señor está cerca!” Es
el grito que la liturgia hace resonar en nuestros oídos a lo largo de estas
semanas preparándonos para la venida del Señor. Pues “Adviento” es preparación
para “la venida”: Jesús quiere llegarse a nuestra alma –como nació en Belén- por
la gracia, el día de Navidad. Hay un famoso cuadro en la catedral de San Pablo,
en Londres, que se paseó por medio mundo, muestra Jesús llamando a nuestra
puerta. Cuando fue presentado por el pintor, un asistente le hizo ver que quizá
se había olvidado la manecilla de la puerta, por que Jesús pudiera entrar. Pero
el autor aprovechó para explicarle que esa puerta, la de nuestro corazón, no
tiene picaporte por fuera, sólo se puede abrir por dentro. Por eso, mientras
hacemos memoria de nuestra salvación y agradecemos la próxima venida del Hijo
de Dios a la tierra, nos preparamos para abrirle la puerta de nuestro corazón,
de modo que pueda entrar, aquel que así lo haga –dice la primera lectura, de
Isaías- “será llamado santo, así como todo el que está escrito en la vida en
Jerusalén”: esta venida está relacionada con la final, venida de Jesús al término
del mundo como Juez supremo de vivos y muertos. Y esta preparación –sigue
Isaías- “ocurrirá cuando limpiare el Señor las manchas de las hijas de Sión
y lavare la sangre de Jerusalén con espíritu de justicia y con espíritu de
ardor”.
Anuncia Isaías
la luz y la salvación para todos los pueblos. Jerusalén será como el faro que
ilumina a todos los pueblos. Un faro situado en una montaña alta, para que
todos lo vean desde lejos. Dios quiere enseñar desde aquí sus caminos, y los
pueblos se sentirán contentos y estarán dispuestos a seguir los caminos de
Dios, la palabra salvadora que brotará de Jerusalén. Tanto judíos como paganos
«caminarán a la luz del Señor» y formarán un solo pueblo. Otro rasgo
positivo: habrá paz cuando suceda esto. De las espadas se forjarán arados; de
las lanzas, podaderas. Son comparaciones que entiende bien el hombre del campo.
Y nadie levantará la espada contra nadie. No habrá guerra. Y esto lo entendemos
todos, con cierta envidia, porque tenemos experiencia de espadas levantadas,
más o menos lejos de nosotros, en guerras fratricidas.
(En la
lectura alternativa de Isaías 4, que se puede leer en el ciclo A, también se
proclama un mensaje que abre el corazón a la confianza. El plan de Dios, a
pesar de la triste historia de su pueblo, que será desterrado por su propia
culpa, es rescatar un «vástago», aludiendo inmediatamente al nacimiento del rey
Ezequías, pero con una clara perspectiva mesiánica, y formar un «resto» de
personas creyentes: purificarlas de sus faltas, limpiar las manchas de sangre,
protegerlas de día como una nube refrescante, y de noche guiarlas como una
columna de fuego, como en el desierto al pueblo que huía de Egipto. Qué hermosa
imagen: Dios «refugio en el aguacero y cobijo en el chubasco» para todos).
-“A los
«restantes» de Sión, a los «supervivientes» de Jerusalén, se les llamará santos”.
Son los que guardan fidelidad…
-“Entonces
vivirán... Cuando el Señor haya lavado la inmundicia de las hijas de Sión y,
con viento justiciero... haya purificado Jerusalén de la sangre por ella
derramada”. El Señor es quien salva... no es el hombre quien «se» salva...
(Noel Quesson).
3. Como canta el salmo, nuestra respuesta ha de ser
alegre, decidida: “iremos con alegría a la casa del Señor”, deseando ese
día de la salvación, deseando que Jesús venga: “Ven para librarnos, Señor
Dios nuestro; muéstranos tu rostro, y seremos salvos” (Aleluya).
«Qué
alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor». Los
peregrinos que se acercaban a Jerusalén lo cantaban. Podemos añadir: ¡qué
alegría, al ir a la celebración litúrgica!, con más pleno sentido que los que
iban al Templo "a celebrar el nombre del Señor", y con
más pleno sentido podemos gozar de “Shalom”, la "paz", de la ciudad
santa: Jerushalajim, interpretada como "ciudad de la paz". Shalom
alude a la paz mesiánica, que entraña alegría, prosperidad, bien, abundancia:
"te deseo todo bien" (como el saludo franciscano: "¡Paz y
bien!"). Ciudad de paz. A eso está llamada a ser la Iglesia de
Cristo.
Llucià
Pou Sabaté
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