Lunes de la semana 9ª del
tiempo ordinario: Jesús es el enviado por el Padre, para que crezcamos en el
amor en la viña de Dios.
2 Pedro 3,12-15,17-18.
12 esperando y acelerando la venida del Día de Dios, en el que los cielos,
en llamas, se disolverán, y los elementos, abrasados, se fundirán? 13
Pero esperamos, según nos lo tiene prometido, nuevos cielos y nueva tierra, en
lo que habite la justicia. 14 Por lo tanto, queridos, en espera de estos
acontecimientos, esforzaos por ser hallados en paz ante él, sin mancilla y sin
tacha. 15 La paciencia de nuestro Señor juzgadla como salvación, como os
lo escribió también Pablo, nuestro querido hermano, según la sabiduría que le
fue otorgada. 17 Vosotros, pues, queridos, estando ya advertidos, vivid
alerta, no sea que, arrastrados por el error de esos disolutos, os veáis
derribados de vuestra firme postura. 18 Creced, pues, en la gracia y en
el conocimiento de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. A él la gloria ahora y
hasta el día de la eternidad. Amén.
Salmo 90,2-4,10,14,16: Antes que los montes
fuesen engendrados, antes que naciesen tierra y orbe, desde siempre hasta
siempre tú eres Dios. 3 Tú al polvo reduces a los hombres, diciendo:
«¡Tornad, hijos de Adán!» 4 Porque mil años a tus ojos son como el ayer,
que ya pasó, como una vigilia de la noche. 10 Los años de nuestra vida
son unos setenta, u ochenta, si hay vigor; mas son la mayor parte trabajo y
vanidad, pues pasan presto y nosotros nos volamos. 14 Sácianos de tu amor a la
mañana, que exultemos y cantemos toda nuestra vida. 16 ¡Que se vea tu obra con tus siervos, y
tu esplendor sobre sus hijos!
Evangelio
según san Marcos 12,1-12. 1 Y se puso a hablarles en parábolas: «Un hombre
plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar y edificó una torre; la
arrendó a unos labradores, y se ausentó. 2 Envió un siervo a los
labradores a su debido tiempo para recibir de ellos una parte de los frutos de
la viña. 3 Ellos le agarraron, le golpearon y le despacharon con las
manos vacías. 4 De nuevo les envió a otro siervo; también a éste le
descalabraron y le insultaron. 5 Y envió a otro y a éste le mataron; y
también a otros muchos, hiriendo a unos, matando a otros. 6 Todavía le
quedaba un hijo querido; les envió a éste, el último, diciendo: "A mi hijo
le respetarán". 7 Pero
aquellos labradores dijeron entre sí: "Este es el heredero. Vamos,
matémosle, y será nuestra la herencia." 8 Le agarraron, le mataron
y le echaron fuera de la viña. 9 ¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá y
dará muerte a los labradores y entregará la viña a otros. 10 ¿No habéis
leído esta Escritura: La piedra que los constructores desecharon, en piedra
angular se ha convertido; 11 fue
el Señor quien hizo esto y es maravilloso a nuestros ojos?» 12 Trataban
de detenerle - pero tuvieron miedo a la gente - porque habían comprendido que
la parábola la había dicho por ellos. Y dejándole, se fueron.
Comentario:
1. 2P 1,1-7. En la serie de cartas más breves del NT que estamos leyendo,
hoy y mañana escuchamos la segunda de Pedro, y después la segunda de Pablo a
Timoteo.
Esta carta se
atribuye en su título a Pedro, pero tal vez es una paternidad meramente
literaria, como se hacía con frecuencia en su tiempo.
La página de
hoy, el inicio de la carta, es muy dinámica: nos ha cabido en suerte una fe
preciosa, ya tenemos lo que se había prometido en el AT, con esta fe recibida
en el Bautismo escapamos de la corrupción de este mundo y sobre todo
«participamos del mismo ser de Dios»; pero a la vez tenemos que progresar:
«crezca vuestra gracia y paz».
Buen programa
de vida para nosotros, cristianos. Son motivos de alegría y de estimulo para
los que hemos recibido «esta fe tan preciosa» y tenemos la suerte de creer en
Dios y en su enviado Jesús. Esa fe da sentido a toda nuestra vida. Pedro afirma
nada menos que nos hace «participar del mismo ser de Dios», porque Jesús, al
hacerse hombre, nos ha hecho a nosotros de la misma familia de Dios y nos
comunica su vida sobre todo a través de los sacramentos.
Además de
alegría, estimulo. Porque el programa de Pedro es que vayamos creciendo en
gracia y en paz. Los dones de Dios son gratuitos, pero exigen que
correspondamos a ellos con nuestra vida.
Se nos pide
que nos esforcemos por añadir «a vuestra fe la honradez, a la honradez el
criterio, al criterio el dominio propio, al dominio propio la constancia, a la
constancia la piedad, a la piedad el cariño fraterno, al cariño fraterno el
amor». Es una sabia mezcla de cualidades humanas y actitudes de fe: un retrato
coherente de un cristiano con personalidad propia. Una personalidad que nos
hace falta en medio de un mundo que también ahora sigue estando inmerso en la
corrupción de la que ya hablaba Pedro.Hermanos, a vosotros «gracia y paz» por
el conocimiento exacto de Dios y de nuestro Señor Jesucristo. La «gracia» es el
don de la benevolencia divina...
La «paz» es el
sentimiento de plenitud que habita en nosotros cuando estamos en amistad con
Dios y con nuestros hermanos... Era éste el deseo habitual de los primeros
cristianos.
Dios está en
el origen de la gracia y de la paz. El hombre que se ha dejado investir por
Dios es aquel a quien nada puede abatir ni siquiera turbar. Su paz interior
sobrepasa toda agitación. "¿Quién podría separarnos del amor de Dios? La
persecución, la tribulación, la angustia, el hambre? No, ni la vida, ni la muerte,
nada podrá separarnos del amor de Dios" (Rm 8,35) Danos, Señor, tu paz.
Date a conocer
plenamente. Haz que te conozcamos de veras. Que cada día descubra algo de Ti.
Que cada nuevo acontecimiento me introduzca en un nuevo conocimiento de tu
bondad, de tu proyecto. ¡Y que una paz profunda, procedente de Ti, invada mi
vida cotidiana!
-El poder
divino nos ha concedido cuanto se refiere a la vida y a la piedad, mediante el
conocimiento perfecto del que nos ha llamado.
«Todo lo
referente a la vida»... Me encanta esa visión. Pienso en todo lo que vive... Y
considero que todo esto es una dote, un don. El formidable poder de vida que
aflora en nuestro planeta viene de Dios, y es mantenido por Dios.
«Vida y
piedad». No solemos ligar esos dos términos, hoy. De hecho es la historia de la
lengua que corre el riesgo de cambiar poco a poco el sentido de las palabras en
la mente de los hombres. No podemos emplear la misma «palabra», corriente en la
Roma primitiva del tiempo de san Pedro porque aquella palabra no evoca ya lo
mismo en nuestras mentes. La "piedad", era «la veneración, el
respeto, el amor filial y sagrado». Es un valor siempre necesario a la «vida».
Después de los desaciertos y las faltas de respeto actuales, el gran
redescubrimiento de los años venideros será, sin duda, una nueva veneración por
todo lo que es «natural».
-Para que os
hiciérais partícipes de la naturaleza divina, huyendo de la corrupción que
reina en el mundo. El hombre de la era técnica está tratando de descubrir la
noción de «polución», la «corrupción de los equilibrios vitales». Al mismo
tiempo «la corrupción moral» parece acentuarse en la misma humanidad. Pedro
afirma aquí que el hombre puede escapar a la corrupción, mediante la
«participación del hombre a la naturaleza divina».
Es una
afirmación que hay que meditar. ¿Participo yo de Dios? ¿Estoy en comunión con
Dios? ¿Me dejo influir por el pensamiento divino, por el modo de ver divino?,
¿trabajo en el proyecto divino sobre el mundo?, ¿mi ser es «amor», mi vida
cotidiana es «amor» como Dios es «amor?». Mi naturaleza, mi modo de ser,
¿participan de la «Naturaleza divina»?
-Por esa misma
razón, añadid a vuestra fe la virtud, el conocimiento, la templanza, la
tenacidad, la piedad, el afecto fraterno, la caridad... La partieipación de la
naturaleza divina no es una evasión teórica y abstracta, ni un «conocimiento»
ineficaz... se concretiza en siete virtudes prácticas. Reconsiderar cada una de
ellas, ¡contrastándolas con mi vida! (Noel Quesson).
2. El título
atribuye este salmo a Moisés y hay semejanza con Dt 33. Tenemos en Nm 14 la
historia a la que parece referirse este salmo. Reflexiona Moisés sobre la
brevedad de la vida humana. Al cantarlo, podemos aplicarlo a los años de
nuestra peregrinación por el desierto de esta vida.
A reconocer el
absoluto y soberano dominio de Dios sobre el hombre, y su poder para disponer
de él como le plazca. Al ver la fragilidad del hombre y su vanidad aun en medio
de su mejor estado; consideremos bien la vida humana y veremos que es la vida
de un moribundo…
3. Estamos
leyendo los últimos días de la vida de Jesús en Jerusalén, con una ruptura
creciente con los representantes oficiales de Israel. En verdad aparece Jesús
como una persona valiente, al dedicar a sus enemigos la parábola de los
viñadores, con la que les viene a decir que ya sabe de sus planes para
eliminarlo. Ellos, desde luego, se dan por aludidos, porque «veían que la
parábola iba por ellos». La alegoría de la viña, aplicada al pueblo de Israel,
es conocida ya desde Isaías, con su canto sobre la viña que no daba los frutos
que Dios esperaba de ella (Is 5). Aquí se dramatiza todavía más, con el rechazo
y los asesinatos sucesivos, hasta llegar a matar al hijo y heredero del dueño
de la viña.
Es un drama lo
que sucedió con el rechazo de Jesús. Se deshacen del hijo. Desprecian la piedra que luego resulta que
era la piedra angular (Cristo, y su Iglesia). No conocen el tiempo oportuno,
después de tantos siglos de espera. Pero la pregunta va hoy para nosotros, que
no matamos al Hijo ni le despreciamos, pero tampoco le seguimos tal vez con
toda la coherencia que merece. ¿Somos una viña que da los frutos que Dios
espera? ¿Sabemos darnos cuenta del tiempo oportuno de la gracia, de la ocasión
de encuentro salvador que son los sacramentos? ¿Nos aprovechamos de la fuerza
salvadora de la Palabra de Dios y de la Eucaristía? Cada uno, personalmente,
deberíamos hoy preguntarnos si somos viñas fructíferas o estériles. ¿Tendrá que
pensar Dios en quitarnos el encargo de la viña y pasárselo a otros? ¿No estará
pasando que, como Israel rechazó el tiempo de gracia, la vieja Europa esté
olvidando los valores cristianos, que sí aprecian otras culturas y comunidades
más jóvenes y dinámicas? ¿Nos extraña el que en algunos ambientes no nazcan
vocaciones a la vida religiosa o ministerial, mientras que en otros sí abundan?
La Palabra que escuchamos y la Eucaristía que celebramos deberían ayudarnos a
producir en nuestra vida muchos más frutos que los que producimos para Dios y
para el bien de todos (J. Aldazábal).
“En
esta parábola Jesús compendia la historia de la salvación y la suya propia.
Sirviéndose de la alegoría de la viña (Is 5,1-7), narra los esfuerzos de Dios
por hacer que el pueblo elegido diera frutos y la resistencia de los hombres,
especialmente los jefes de Israel, a darlos” (Biblia de Navarra). La parábola
que leeremos hoy no olvidemos que fue pronunciada por Jesús, públicamente, en
Jerusalén, durante la "última semana", ante una muchedumbre en la que
se mezclaban algunos discípulos... y gentes del Gran Sanedrín que buscaban una
ocasión para prenderle.
-Jesús comenzó
a hablar en parábolas a los escribas y a los ancianos: "Un hombre plantó
una viña, la cercó de un muro, cavó un lagar y edificó una torre..."
Para un judío,
conocedor de la Biblia, este texto es clarísimo.
Esta
"viña", es el pueblo de Israel: todos los detalles -la cerca, el
lagar, la torre- manifiestan el cuidado que Dios tiene de su viña... es un buen
viñador, que ama su viña y de ella espera buenos racimos y buen vino. Los
detalles mismos están sacados de Isaías, 5, 1-7; de Jeremías, 2, 21; de
Ezequiel, 17, 6; 10, 10.
En silencio
procuro evocar los beneficios de Dios: tantos cuidados, amor vigilante,
precauciones. ¡Tú me amas Señor! Tú amas a todos los hombres, Tú esperas que
den fruto... Te doy gracias por... por...
-Arrendó
"su" viña y partió lejos de allí... Yo soy "tu"
viña, Señor. Qué gran misterio... que te intereses por mí hasta tal
punto, que me consideres como tuyo... Qué gran misterio... que Tú estés,
aparentemente, "lejos", ausente, escondido, y sin embargo tan
próximo, tan amable.
-Al primer
servidor: le azotaron y le despidieron con las manos vacías...
Al segundo: lo
hirieron en la cabeza y lo injuriaron... Al tercero: lo mataron... A
otros aún: los azotaron o los mataron. Hay ya mucha sangre en todo esto.
La Pasión está cerca. Jesús la ve acercarse... será dentro de unos días.
Pero ¡ese "Viñador" es un loco! A nadie se le ocurre seguir
enviando a "otros servidores" cuando los primeros han vuelto mal
parados o no han vuelto... ¡No! El relato de Jesús no es verosímil en sentido
propio. Pero Dios, sí, Dios, tiene esta paciencia, esta perseverancia, esta
locura. Dios es desconcertante. ¿Hasta dónde es capaz de llegar con su amor?
-Le quedaba
todavía uno, su Hijo "muy amado" y se lo envió también a ellos... ¡Cada
vez es más inverosímil! ¡Pero es así! El adjetivo "muy amado" no está
aquí por azar, es el epíteto usado siempre que una voz celeste anuncia la
identidad de Jesús, en el bautismo, en la transfiguración (Mc 1,10; 9,7). La
salvación es una obra de amor. Dios ama "su" viña, "su"
humanidad, "su" Hijo muy amado. Y es Jesús mismo quien, por
primera vez, usa esta palabra. La había oído del Padre el día de su
bautismo. Los tres discípulos a su vez la habían oído en lo alto de la montaña.
Y he aquí que Jesús la repite por su cuenta. Levanta por fin el velo sobre su
identidad profunda, después de haber pedido tantas veces que lo guardasen en
secreto: y es porque ya no es posible el equívoco; todo restablecimiento humano
del reino de David es ahora ilusorio; la muerte está próxima, al fin de la
semana.
-El dueño de
la viña vendrá. Hará perecer a los viñadores, y dará la viña a otros: "La
piedra que desecharon los constructores vino a ser la principal piedra angular.
¡El Señor es el que hizo esto y estamos viendo con nuestros ojos tal
maravilla!" Jesús cita el salmo, 118, 22, el mismo que habían usado las
multitudes para aclamarle, el día de su entrada mesiánica. La gloria está
también allí. ¡Jesús no habla jamás de su muerte sin evocar también su resurrección!
(Noel Quesson).
— Jesucristo es la piedra angular
sobre la que se debe edificar la vida. Nuestra existencia está influida
completamente por la condición de discípulos de Cristo. En la parábola de los viñadores
homicida resume Jesús la historia
de la salvación. El Señor, rechazado por aquellos a quienes viene a traer la
salvación. No le quieren. Terminará Jesús diciendo estas palabras, tomadas de
un Salmo: La piedra que
rechazaron los constructores, esta ha llegado a ser piedra angular. Los
dirigentes de Israel comprendieron el sentido claramente mesiánico de la
parábola y que iba dirigida a
ellos. Entonces intentaron prenderlo, pero una vez más temieron al pueblo.
San Pedro recordará las palabras de
Jesús delante del Sanedrín, cuando ya se ha cumplido la predicción contenida en
la parábola:quede claro a todos vosotros y a todo el pueblo de Israel que ha
sido por el nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis...
Él es la piedra que, rechazada por vosotros los constructores, ha llegado a ser
piedra angular (Hch 4,10-11). Jesucristo se constituye como la
piedra clave del arco que sostiene y fundamenta todo el edificio. Es la piedra
esencial de la Iglesia, y de cada hombre: sin ella el edificio se viene abajo.
La piedra
angular afecta a toda la
construcción, a toda la vida: negocios, intereses, amores, tiempo...; nada
queda fuera de las exigencias de la fe en la vida del cristiano. No somos
discípulos de Cristo a determinadas horas (a la hora de rezar, por ejemplo, o
cuando asistimos a una ceremonia religiosa...), o en determinados días... La
profunda unidad de vida que reclama el ser cristiano determina que,
permaneciendo todo con su propia naturaleza, se vea afectado por el hecho de
ser discípulo de Jesús. Seguir a Cristo influye en el núcleo más íntimo de
nuestra personalidad. En quien está hondamente enamorado, este hecho influye en
todas las cosas y acontecimientos, por triviales que parezcan: al dar un paseo
por la calle, en el trabajo, en el modo de comportarse en las relaciones
sociales..., y no solo cuando está en presencia de la persona amada. Ser
cristianos es la característica más importante de nuestra existencia, y ha de
influir incomparablemente más en nuestra vida que el amor humano en la persona
más enamorada.
Jesucristo es el centro al que hacen
referencia nuestro ser y nuestra vida. “Supongamos a un arquitecto –comenta
Casiano– que deseara construir la bóveda de un ábside. Debe trazar toda la
circunferencia partiendo de un punto clave: el centro. Guiándose por esta norma
infalible, ha de calcular luego la exacta redondez y el diseño de la estructura
(...). Así es como un solo punto se convierte en la clave fundamental de una
construcción imponente” (Casiano, Colaciones 24). De modo semejante,
el Señor es el centro de referencia de nuestros pensamientos, palabras y obras.
Con relación a Él queremos construir nuestra existencia.
— La fe nos da luz para conocer la
verdadera realidad de las cosas y de los acontecimientos. Cristo determina esencialmente el
pensamiento y la vida de sus discípulos. Por eso, sería una gran incoherencia
dejar nuestra condición de cristianos a un lado a la hora de enjuiciar una obra
de arte o un programa político, en el momento de realizar un negocio o de
planear las vacaciones. Respetando la propia autonomía, las propias leyes que
cada materia tiene y la amplísima libertad en todo lo opinable, el discípulo
fiel de Jesús no se detiene en la consideración de un solo aspecto –económico,
artístico, cinematográfico...– y no da por buenos unos proyectos o una obra sin
más. Si en esos planes, en ese acontecimiento o en esa obra no se guarda la
debida subordinación a Dios, su calificación definitiva no puede ser más que
una, negativa, cualquiera que sean sus acertados valores parciales.
A la hora de realizar un negocio o
aceptar un determinado puesto de trabajo, un buen cristiano no solo mira si le
es rentable económicamente, sino también otras facetas: si es lícito con
arreglo a las normas de moralidad, si produce el bien o el mal a otros, valora
los beneficios que de él se derivan para la sociedad... Si es moralmente
ilícito, o al menos poco ejemplar, las demás características –por ejemplo, la
rentabilidad– no lo convierten en un buen negocio. Una buena operación
comercial –si no es moral– es un negocio pésimo e irrealizable.
El error se presenta frecuentemente
vestido con nobles ropajes de arte, de ciencia, de libertad... Pero la fuerza
de la fe ha de ser mayor: es la poderosa luz que nos hace ver que detrás de
aquella apariencia de bien hay en realidad un mal, que se manifiesta con la
vestidura de una buena obra literaria, de una falsa belleza... Cristo ha de ser
la piedra angular de todo edificio.
Pidamos al Señor su gracia, para
vivir coherentemente nuestra vocación cristiana; así, la fe no será nunca
limitación –”no puedo hacer”, “no puedo ir”...–: será luz para conocer la
verdadera realidad de las cosas y de los acontecimientos, sin olvidar que el
demonio intentará aliarse con la ignorancia humana –que no sabe ver la realidad
total que se encierra en aquella obra o en aquella doctrina– y con la soberbia
y la concupiscencia que todos arrastramos. Cristo es el crisol que pone a
prueba el oro que hay en las cosas humanas; todo lo que no resiste a la
claridad de sus enseñanzas es mentira y engaño, aunque se vista con alguna
apariencia de bondad o de perfección.
Con el criterio que da esta unidad de vida -ser y sentirnos en toda ocasión
fieles discípulos del Señor-, podremos recoger tantas cosas buenas que han
hecho y pensado los hombres que se han guiado por un criterio humano recto, y
ponerla a los pies de Cristo. Sin la luz de la fe nos quedaríamos en muchos
momentos con la escoria, que nos engañó porque tenía algún reflejo de bondad o
de belleza.
Para tener un criterio formado,
además de poner los medios, es preciso tener una voluntad recta, que quiera
llevar a cabo, ante todo, el querer de Dios. Así se explica que personas
sencillas, de escasa instrucción y quizá con pocas luces naturales, pero de
intensa vida cristiana, tengan un criterio muy recto, que les hace juzgar
atinadamente de los diversos acontecimientos; mientras que otras personas, tal
vez más cultivadas o incluso de gran capacidad intelectual, en ocasiones dan
pruebas de una lamentable ausencia de buen juicio y se equivocan hasta en lo
que es elemental.
La unidad de vida, un vivir habitual
cristiano, nos mueve a juzgar con certeza, descubriendo los verdaderos valores
humanos de las cosas. Así llevaremos a Cristo, santificándolas, todas las
realidades humanas nobles. Preguntémonos: ¿vivo en coherencia con la fe, con la
vocación, en todas las situaciones? Al tomar decisiones, importantes o de la
vida diaria, ¿tengo en cuenta ante todo lo que Dios espera de mí? Y concretemos
en qué puntos nos pide el Señor un comportamiento más decididamente cristiano.
— El cristiano tiene su propia
escala de valores frente al mundo. El cristiano –por haber fundamentado
su vida en esa piedra angular que es Cristo– tiene su propia
personalidad, su modo de ver el mundo y los acontecimientos, y una escala de
valores bien distinta del hombre pagano, que no vive la fe y tiene una
concepción puramente terrena de las cosas. Una fe débil y tibia, de poca
influencia real en lo ordinario, “puede provocar en algunos esa especie de
complejo de inferioridad, que se manifiesta en un inmoderado afán de
“humanizar” el Cristianismo, de “popularizar” la Iglesia, acomodándola a los
juicios de valor vigentes en el mundo” (J. Orlandis). Por
eso, el cristiano, a la vez que está metido en medio de las tareas seculares,
necesita estar “metido en Dios”, a través de la oración, de los sacramentos y
de la santificación de sus quehaceres. Se trata de ser discípulos fieles de
Jesús en medio del mundo, en la vida corriente de todos los días, con todos sus
afanes e incidencias. Así podremos llevar a cabo el consejo que San Pablo daba
a los primeros cristianos de Roma, cuando les alertaba contra los riesgos de un
conformismo acomodaticio con las costumbres paganas: no queráis conformaros a este siglo
(Rm 12,2). A veces, este inconformismo nos llevará a navegar contra
corriente y arrostrar el riesgo de la incomprensión de algunos. El cristiano no
debe olvidar que es levadura,
metida dentro de la masa a la que hace fermentar.
Nuestro Señor es la luz que ilumina y descubre
la verdad de todas las realidades creadas, es el faro que ofrece orientación a
los navegantes de todos los mares. “La Iglesia (...) cree que la clave, el
centro y la finalidad de toda la historia humana se encuentra en su Señor y
Maestro” (Gaudium et spes, 10). Jesús de Nazaret sigue siendo la piedra angular en todo hombre. El edificio construido
a espaldas de Cristo está levantado en falso. Pensemos hoy, al término de
nuestra oración, si la fe que profesamos influye cada vez más en la propia
existencia: en la forma de contemplar al mundo y a los hombres, en nuestra
manera de comportarnos, en el afán, con obras, de que todos los hombres
conozcan de verdad a Cristo, sigan su doctrina y la amen.
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