Navidad, 6 de enero: La Epifanía del Señor, manifestación de la salvación a todos los hombres, recuerdo de nuestra llamada divina e invitación a volver a ella
Lectura del Profeta Isaías 60,1-6: ¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad, los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora.
Levanta la vista en torno, mira: todos ésos se han reunido, vienen a ti: tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos. Entonces lo verás, radiante de alegría; tu corazón se asombrará, se ensanchará, cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar, y te traigan las riquezas de los pueblos.
Te inundará una multitud de camellos, los dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Sabá, trayendo incienso y oro y proclamando las alabanzas del Señor.
Salmo 71,2. 7-8. 10-11. 12-13: R/. Se postrarán ante ti, Señor, todos los reyes de la tierra.
Dios mío confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes: para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud.
Que en sus días florezca la justicia y la paz hasta que falte la luna; que domine de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra.
Que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributos; que los reyes de Sábá y de Arabia le ofrezcan sus dones, que se postren ante él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan.
Porque él librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector; él se apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los pobres.
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Efesios 3,2-3a.5-6: Hermanos: Habéis oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado en favor vuestro. Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en Jesucristo, por el Evangelio.
Lectura del santo Evangelio según San Mateo 2,1-12. Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: —¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo. Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos pontífices y a los letrados del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: —En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el Profeta: «Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel.» Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos, para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: —Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño, y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo. Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y, cayendo de rodillas, lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.
Comentario: 1. Is 60. 1-6: en los vv. 1-3: se habla de una manifestación o epifanía salvadora del Señor. El poeta está tan seguro de ese futuro que usa los tiempos en pasado, como si ya se hubiese realizado (pasado profético). Hay un contraste entre la luz y las tinieblas (=presencia y ausencia de Dios). La luz, tan ansiada, ya está amaneciendo sobre la Ciudad Santa, en contraste con las tinieblas que se extienden sobre las otras naciones. Este amanecer no se refiere al sol sino a la gran epifanía o manifestación de Dios (58,8); el sol y la luna de la primera creación serán sustituidos por la luz eterna del Señor que irradiará un brillo cegador (60,19). Donde está Dios está la luz y está la vida; si Jerusalén desea vivir deberá estar unido a su Dios. Y ante esta epifanía del Señor también los otros pueblos se ponen en movimiento saliendo de la oscuridad.
vv. 4-7: otra bina de imperativos recalca el carácter de urgencia e inmediatez del mensaje. Una nueva época se instaura en la ciudad: no sólo vuelven los desterrados sino también los otros pueblos, atraídos por la luz del Señor se dirigen a Jerusalén. Es la antítesis de la dispersión del año 586. El edicto de repatriación de Ciro sólo hizo volver a algunos, pero la epifanía de Dios, a todos, incluso a los más lejanos que traen los dones más preciados de Oriente. Cuando todo esto acaezca ya no será necesario dar ánimos a Jerusalén. Ella lo verá con sus propios ojos y su rostro se volverá risueño.
La palabra de Dios se cumple con la Epifanía de Jesús. Él es la luz del mundo, y luz verdadera; el que le sigue no camina en tinieblas (Jn 8,12). Pero todavía estamos a la espera de una nueva creación epifánica (Ap 21) -La nueva Jerusalén, la Iglesia, debe ser morada epifánica del Señor. Ella no es la luz sino el instrumento que hace posible esta luz. Nuestra humanidad se abate en las tinieblas... La Iglesia, con sus orientaciones, es vehículo de la luz, pero la visión que da está manchada por nuestras miserias… Tal vez sea necesario gritarnos de nuevo: "¡levántate y brilla!", ¡despierta y vístete de esplendor! ¡cambia tu rostro hosco, amenazante, encerrado en ti mismo por la alegría, la esperanza, la apertura...! (A. Gil Modrego).
"Epifanía" es una palabra griega que significa "manifestación". Se hablaba de epifanía cuando un rey se manifestaba a su pueblo, en especial cuando regresaba triunfante de la batalla o visitaba con gloria y majestad una de sus ciudades. La visita del rey despertaba en unos la esperanza y en otros el temor; su aparición se consideraba un juicio de salvación para los fieles vasallos y de condenación para sus enemigos. Toda la historia de Israel, como historia de liberación, es una epifanía de Dios, el verdadero Rey de Israel y el único que puede salvar. Sin embargo hay momentos privilegiados en los que Dios se manifiesta con singular esplendor, y entonces se dice que "el Señor visita" a su pueblo: la salida de Egipto y el de la repatriación de los exiliados de Israel en Babilonia, es decir, el primero y el segundo "éxodo". El autor asume en este hermoso poema el motivo de la epifanía de Yavé y, recordando la prodigiosa liberación de los cautivos de Babilonia y su regreso por el desierto a la Ciudad de David, espiritualizando y universalizando también este acontecimiento del pasado, proyecta en el último futuro la definitiva "epifanía" del Señor cuando vuelva al fin de los tiempos. La venida o el adviento del Señor es contemplada como un amanecer sobre Jerusalén, de una gran luz, de un sol victorioso. El profeta invita a la ciudad a que se deje ya de lamentos y levante la cabeza para que, iluminado su rostro con la luz que viene sobre ella, resplandezca de alegría: "Levántate, brilla Jerusalén...!" El advenimiento de Yavé convierte a Jerusalén en un foco de luz para todo el mundo, en un faro que orienta todos los caminos. Los pueblos que yacían en las tinieblas de la muerte se levantan y emprenden la marcha bajo la nueva luz.
Jerusalén se convierte en el centro del universo, en el lugar señalado para la reunión de los hijos de Israel y para el encuentro de todos los pueblos; pues el Señor convoca a todas las naciones para celebrar la misma salvación que ha surgido en Jerusalén. Jerusalén, asombrada ante lo que ve venir, ensancha las murallas y el corazón para recibir muchedumbres y regalos innumerables. En ella hay lugar para todos. Con naves y camellos, por el mar y por el desierto acudirán a Jerusalén los pueblos de Occidente, "las Islas", y los de Oriente. Traerán en las manos el oro y el incienso; y en sus labios, una canción de alabanza a Yavé. Y todos se unirán en una misma ofrenda al Señor y en una misma reconciliación entre los pueblos. Ya no habrá cautivos ni exiliados, todos serán un solo pueblo en presencia del Señor ("Eucaristía 1988"). Allí, la humanidad tendrá plenamente lo que anhelaba. Estas promesas señalan a la Iglesia las metas a las que debe mirar. En ella se reúnen y han de reunirse las verdaderas riquezas de la humanidad: fe, comprensión, fraternidad. Es el mismo Jesucristo quien ha confiado a la Iglesia este proyecto para que lo vaya realizando a lo largo de los siglos. La liturgia de la fiesta de Epifanía nos lo recuerda cada año ("Eucaristía 1992").
2. Este salmo, escrito después del exilio, en una época en que ya la dinastía de David no estaba en el trono, se refiere directamente al "rey-Mesías", ¡al reino Mesiánico esperado como "universal' y "eterno"! Sólo Dios puede tener un reino eterno, "que dure tanto como el sol, hasta la consumación de los siglos". En vano un rey cualquiera puede pretender tal cosa. El "revestimiento" es la forma en que se presenta un lenguaje florido, que utiliza el "estilo de las cortes reales de oriente", con sus hipérboles gloriosas y su ideología real, para expresar un "misterio", para "revestir" una revelación no sobre un sistema político sino sobre Dios mismo. Ningún salmo más apropiado que éste, para celebrar la Epifanía. Es como una profecía que anuncian los "magos": "los reyes de Saba y de Arabia harán sus ofrendas"... Pero más allá de los detalles concretos de este género, este salmo en su totalidad tiene que ver con Jesús, amigo y protector de los pobres, defensor de los desgraciados, vencedor del mal, que hace "lamer el polvo" a nuestros enemigos: ¡el pecado y la muerte! No hay otro rey como Él. ¡Sólo aquel reino, el suyo, el reino del amor sin fronteras, es eterno! Y nosotros estamos invitados a hacerlo "llegar": "Adveniat regnum tuum... ¡Que venga tu reino!". Nos imaginamos a Jesús cantando este salmo con sus compatriotas en la Sinagoga de su pueblo, El, un carpintero ignorado, "pequeño y pobre" El mismo, y sin embargo, perfectamente consciente que su "obra real" se extenderá hasta los ¡"confines de la tierra, y que en El, serán benditas todas las razas de la tierra"!
"Esta oración por el rey", esta "oración por el reino de Jesús", hay que rehacerla, darle vida hoy. Nosotros tenemos también una misión y no podemos esperar pasivamente: tenemos que trabajar en ello, tanto si mi situación es modesta o encumbrada... he de vivir el programa-Jesús: "Hasta los confines de la tierra... Todos los países, todas las razas..." ¿Tengo el corazón suficientemente abierto? ¿Me encierro en mi pequeño universo aislado y mohoso? El proyecto de Dios es universal. Por la televisión, la radio y demás medios de comunicación, el universo entero está a las puertas. Puedo obrar en Bangla Desh, en Rusia, en Indonesia... mediante la oración, y mis compromisos. las misiones y todas las obras en favor de los pobres del tercer mundo, esperan mí cooperación activa.
"Que aplaste al explotador... Que sus enemigos muerdan el polvo..." ¡Sí, el mal tiene que desaparecer! La explotación del hombre por el hombre tiene que desaparecer. ¿Cómo podemos marginarnos de las luchas humanas que buscan acabar el mal entre los hombres?
"La justicia... La justicia... La justicia..." La aspiración a la justicia es cosa de todas las épocas (¡ella colma este salmo!). Pero se ha reavivado particularmente en nuestro tiempo. ¡Tanto mejor! ¿Qué hacemos para que ésto sea una realidad? Quedan aún muchos lugares en que la justicia debe reinar: la familia, el trabajo, los grupos, las relaciones internacionales... Ocupar el tiempo trabajando honestamente... Pagar el justo precio... El justo salario... Ser justo con los hijos, los amigos, los colegas... ¿Podré recitar este salmo 71 sin comprometerme en la lucha por la justicia allí donde Dios lo quiere?
"Los desgraciados... Los pobres... El mendigo..." el "pequeño". El rey-Jesús-Mesías toma partido por los pobres: ¿y nosotros?
"La abundancia... El oro de Saba... El país convertido en un campo de trigo..." Imágenes de fecundidad y de felicidad, imágenes de prosperidad casi milagrosa de la era Mesiánica. Imágenes materiales, símbolos de la felicidad espiritual que Jesús trae aun a aquellos que están desamparados y que desconocerán siempre las riquezas y la saciedad. Esta felicidad Mesiánica esencial, es la "paz", unida dos veces a la "justicia" en esta oración. Señor, danos la "paz", da a todos los hombres la "paz" (Shalom). El salmo 71, marcadamente mesiánico, con la riqueza y la fuerza evocativa de sus imágenes proclama el reino universal de justicia y de prosperidad, de paz y abundancia de liberación y rehabilitación del rey-mesías, el esperado de Israel. De esta filigrana se destaca la figura ideal del descendiente de David, el verdadero ungido de Dios, dibujado con prerrogativas grandiosas; en efecto, él realizará cosas maravillosas y manifestará su gloria, que es la gloria misma de Dios. La lectura litúrgica ve aquí el sentido pleno de la bendición perenne realizada en Jesucristo. El canto de este salmo durante el adviento expresa igualmente la espera de Cristo, rey de paz, ayuda y defensor de los pequeños y de los pobres, de los débiles y de los oprimidos, en contra de toda violencia y de todo abuso.
Juan Pablo II señalaba la imagen de Dios defensor de los oprimidos de este "Salmo 71, un canto real que meditaron e interpretaron en clave mesiánica los padres de la Iglesia… Comienza con una intensa invocación conjunta a Dios para que conceda al soberano ese don que es fundamental para el buen gobierno, la justicia. Ésta se expresa sobre todo en relación con los pobres, que generalmente son sin embargo las víctimas del poder. Es de notar la particular insistencia con la que el salmista subraya el compromiso moral de regir al pueblo según la justicia y el derecho: «Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes, para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud... Que él defienda a los humildes del pueblo, socorra a los hijos del pobre y quebrante al explotador» (v. 1-2.4). Así como el Señor rige al mundo según la justicia (Cf. Sl 35,7), el rey que es su representante visible en la tierra -según la antigua concepción bíblica- tiene que uniformarse con la acción de su Dios.
Si se violan los derechos de los pobres, no se cumple sólo un acto políticamente injusto y moralmente inicuo. Para la Biblia se perpetra también un acto contra Dios, un delito religioso, pues el Señor es el tutor y el defensor de los oprimidos, de las viudas, de los huérfanos (Cf. Sl 67,6), es decir, de quienes no tienen protectores humanos. Es fácil intuir que la figura del rey davídico, con frecuencia decepcionante, fuera sustituida -ya a partir de la caída de la dinastía de Judá (siglo VI a.C.)- por la fisonomía luminosa y gloriosa del Mesías, según la línea de la esperanza profética expresada por Isaías: «Juzgará con justicia a los débiles, y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra» (11,4). O, según el anuncio de Jeremías, «Mirad que días vienen -dice el Señor- en que suscitaré a David un germen justo: reinará un rey prudente, practicará el derecho y la justicia en la tierra» (23,5).
Después de esta viva y apasionada imploración del don de la justicia, el Salmo amplía el horizonte y contempla el reino mesiánico-real en su desarrollo a través de dos coordinadas, las del tiempo y el espacio. Por un lado, de hecho, se exalta su duración en la historia (vv.5.7). Las imágenes de carácter cósmico son vivas: se menciona el pasar de los días al ritmo del sol y de la luna, así como el de las estaciones con la lluvia y el nacimiento de las flores. Un reino fecundo y sereno, por tanto, pero siempre caracterizado por esos valores que son fundamentales: la justicia y la paz (v. 7). Estos son los gestos de la entrada del Mesías en la historia. En esta perspectiva es iluminador el comentario de los padres de la Iglesia, que ven en ese rey-Mesías el rostro de Cristo, rey eterno y universal.
De este modo, san Cirilo de Alejandría… observa que el juicio que Dios hace al rey es el mismo del que habla san Pablo: «hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza» (Ef 1,10). «En sus días florecerá la justicia y abundará la paz», como diciendo que «en los días de Cristo por medio de la fe surgirá para nosotros la justicia y al orientarnos hacia Dios surgirá la abundancia de la paz». De hecho, nosotros somos precisamente los «humildes» y los «hijos del pobre» a los que socorre y salva este rey: y, si llama ante todo «"humildes" a los santos apóstoles, porque eran pobres de espíritu, a nosotros nos ha salvado en cuanto "hijos del pobre", justificándonos y santificándonos por medio del Espíritu».
Por otro lado, el salmista describe también el espacio en el que se enmarca la realeza de justicia y de paz del rey-Mesías (vv. 8-11). Aquí aparece una dimensión universal que va desde el Mar Rojo o el Mar Muerto hasta el Mediterráneo, del Éufrates, el gran «río» oriental, hasta los más lejanos confines de la tierra (v. 8), evocados con Tarsis y las islas, los territorios occidentales más remotos según la antigua geografía bíblica (v.10). Es una mirada que abarca todo el mapa del mundo entonces conocido, que incluye a árabes y nómadas, soberanos de estados lejanos e incluso los enemigos, en un abrazo universal que es cantado con frecuencia por los salmos (Cf. Sl 46,10; 86,1-7) y por los profetas (Cf. Is 2,1-5; 60,1-22; Mal 1,11). El broche de oro de esta visión podría formularse con las palabras de un profeta, Zacarías, palabras que los Evangelios aplicarán a Cristo: «¡Exulta sin freno, hija de Sión, grita de alegría, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey. Es justo... Suprimirá los cuernos de Efraím y los caballos de Jerusalén; será suprimido el arco de combate, y proclamará la paz a las naciones. Su dominio irá de mar a mar y desde el Río hasta los confines de la tierra» (Zacarías 9, 9-10; Cf. Mateo 21, 5)".
3. Ef 3,2-3a/5-6: Esta lectura nos habla del carácter de "revelación" que asume el plan de Dios. El "misterio" que se ha dado a conocer a Pablo es el plan salvífico que estaba escondido desde la eternidad en Dios. Su revelación es una decisión libre de Dios, fruto del amor que tiene al hombre. Es la salvación que se realiza en Cristo y por Cristo. Pablo afirma que en el tiempo presente se da una más profunda penetración del misterio de Dios. El proceso de penetración del plan de salvación con frecuencia sigue un camino lleno de dificultades como lo demuestra la misión apostólica de Pablo. La Iglesia está siempre en camino hacia este conocimiento y ha de saber intuir los signos de Dios. En Pablo la visión del misterio de Cristo se ha ido profundizando en el curso de las experiencias misioneras. Ha sufrido en su carne el problema de la unidad de la Iglesia. La Iglesia tiene hoy una sensibilidad peculiar en el tema de las relaciones con las otras religiones porque su misión es manifestar al mundo la salvación de Dios. En tiempo de Pablo los griegos dividían a los hombres en griegos y bárbaros, y los judíos, en judíos y gentiles. También en nuestros ambientes hay la inclinación a dividir la humanidad en dos partes según el gusto de cada uno. No usamos la misma terminología que los griegos y judíos, pero vivimos la misma realidad. Hoy la Iglesia no está comprometida por la tensión entre judíos y gentiles, pero hay otras tensiones y divisiones. No podemos olvidar que la revelación del plan salvífico de Dios continúa siendo el centro y el punto de referencia de la vida de la Iglesia (P. Franquesa).
Aunque Pablo no conoce personalmente a los destinatarios, les escribe con la confianza que le da el saber que ellos ya han oído hablar de su obra y ministerio apostólico a través de su discípulo Epafras (Col 4,12s). Por lo demás, Pablo escribe consciente de que la gracia que ha recibido y su misión están al servicio de la evangelización de los gentiles. Confiesa abiertamente Pablo que con la gracia y la misión apostólica ha recibido también la revelación del misterio, de aquel misterio en otro tiempo oculto en la intimidad de Dios y ahora manifestado por el Espíritu Santo a los apóstoles y profetas. El misterio de Dios es aquí lo mismo que el plan de Dios, concretamente el plan de llamar a todos los hombres sin excepción para que sean partícipes en Jesucristo de la promesa hecha a Abrahan y a sus descendientes. Los gentiles, que estaban "sin esperanza y sin Dios" (Ef. 2, 12), han sido equiparados en todo a los judíos. Unos y otros, si creen en el Evangelio de N. S. Jesucristo, forman una misma iglesia y son como un mismo cuerpo. La iglesia de judíos y gentiles ha de ser para los hombres y los pueblos como una señal y un instrumento de reconciliación, pues Dios ha querido recapitular todas las cosas en Cristo ("Eucaristía 1988").
S. Agustín comenta así esta lectura: "Ahora, pues, amadísimos, hijos y herederos de la gracia, considerad vuestra vocación y, una vez manifestado Cristo a los judíos y a los gentiles, adheríos a él con amor incansable como a piedra angular. En efecto, en los comienzos de su infancia se manifestó tanto a los que estaban cerca como a los que estaban lejos. A los judíos en la cercanía de los pastores, y a los gentiles en la lejanía de los magos. Aquéllos llegaron el mismo día en que nació; éstos, según se cree, en el día de hoy. Se les manifestó, pues, sin que los primeros fueran sabios ni los segundos justos, pues en la rusticidad de los pastores predomina la ignorancia, y en los sacrilegios de los magos la impiedad. A unos y a otros unió a sí aquella piedra angular que vino a elegir lo necio del mundo para confundir a los sabios, y a llamar no a los justos, sino a los pecadores, para que nadie, por grande que sea, se ensoberbezca, y nadie; aunque sea el menor, pierda la esperanza. Así se explica que los escribas y fariseos, aunque se creían muy sabios y justos, al mismo tiempo que mostraron la ciudad en que había de nacer, al edificar lo rechazaron. Mas como se convirtió en cabeza de ángulo, lo que mostró al nacer lo cumplió al morir. Cristo, la piedra angular, hizo de los dos pueblos uno solo, para que en el uno amemos la unidad y poseamos una caridad infatigable para recuperar a las ramas que, proviniendo del acebuche, fueron injertadas también, pero desgajadas por la soberbia, se convirtieron en herejes. Poderoso es Dios para injertarlas de nuevo".
4. Mt 2, 1-12: Mateo comienza la narración de este episodio señalando el lugar y el tiempo del nacimiento de Jesús, al que llamarían el Hijo de David. Dice expresamente que nació en Belén de Judá, no sólo para distinguir este lugar de otro Belén situado en tierras de Zabulón, sino, sobre todo, para subrayar que Jesús nace en Judá, en la tierra de sus padres, y donde convenía al descendiente de David. Herodes el Grande, llamado así por la magnificencia con que restauró el templo de Jerusalén, era un idumeo que se hizo con el trono de David con la ayuda de los romanos. Nunca fue un rey que gozara de la aceptación popular. Pasó los últimos años de su reinado seriamente preocupado por las profecías mesiánicas, en las que veía una amenaza. Mateo no dice que estos personajes fueran tres reyes: esto lo dice la leyenda inspirada probablemente en el texto de Isaías 60, 3-4. Más aún, si Mateo comenzara su evangelio diciendo que Dios conduce reyes a Cristo, todo él tendría otro sentido. La señal mesiánica anunciada por Isaías no es la evangelización de los reyes, sino de los pobres, y sabemos que fueron los pobres, los pastores, los primeros que recibieron la Buena Noticia. Debemos pensar que estos personajes representan a los hombres que no saben otra cosa de Dios que lo que adivinan en el silencio de las estrellas. Son las primicias de la gentilidad, de los que han de venir de Oriente y Occidente para sentarse en la mesa del reino (Mt 8,11s); pues el que ha nacido en Belén no es sólo el rey de los judíos sino el salvador del mundo, de judíos y gentiles, el que ha venido a liberar tanto a los que estaban bajo la ley de Moisés como a los que padecían el despotismo de las estrellas (cfr. Gal 4, 1-3). Los pueblos orientales esperaban el advenimiento de la "edad de oro" de un periodo de paz y prosperidad universal bajo el señorío de un rey prodigioso. En Babilonia, donde se tenía alguna noticia de las profecías mesiánicas sobre todo a partir del destierro de Israel, se decía que este rey universal nacería en Occidente. Puede suponerse que Babilonia es el punto de partida de los Magos y que éstos pertenecían a una casta sacerdotal, posiblemente la misma a la que se refiere Daniel cuando habla de los "caldeos" (Dn. 2,4ss). Estos hombres se dedicaban apasionadamente al estudio de la astrología. Pero lo importante no es quiénes son y de dónde vienen los Magos, sino su pregunta y el lugar donde la hacen. Preguntan por el rey de los judíos que acaba de nacer, y preguntan en Jerusalén, donde reina un usurpador. Su pregunta es subversiva. El que busca a Cristo como único Señor en un mundo donde hay tantos señores que se imponen como tiranos sobre el pueblo, siempre es un hombre subversivo. No es de extrañar que la pregunta de los Magos ponga en guardia a Herodes y que toda Jerusalén se conmueva. Herodes teme por el trono que ha usurpado; los habitantes de Jerusalén temen las medidas represivas de Herodes. Herodes consulta a los sumos sacerdotes y a los letrados para que informen sobre el lugar donde tenía que nacer el Mesías. Le dicen que en Belén de Judá, pues así lo había anunciado el profeta Miqueas (5, 2-8). Estos sacerdotes tan bien informados no irán a Belén. El que irá a Belén será Herodes; pero no para adorar al Niño, sino para matarlo. Por eso averigua ladinamente el tiempo en que apareció la estrella y pide a los Magos que le digan donde ha nacido el niño cuando lo encuentren. La astucia de Herodes, que se finge interesado por adorar a Jesús, pone al descubierto la táctica que usarán frecuentemente los poderosos de este mundo respecto a la iglesia. Muchos que fingen proteger a la iglesia no quieren otra cosa que controlarla o acabar con ella. En todo este relato, Mateo no pretende otra cosa que ésta: decirnos que Jesús fue, desde el primer momento de su nacimiento, el Mesías rechazado por los suyos y aceptado por los extraños ("Eucaristía 1988").
Los Reyes Magos llegaron a Jerusalén procedentes de tierras lejanas, dejando la comodidad de sus palacios, con el sacrificio que suponía ese desplazamiento y tienen la valentía de preguntar en Jerusalén, donde reinaba Herodes: ¿dónde ha nacido el Rey de los judíos? Y todo esto porque habían visto su estrella y venían a adorarle. Como a los magos, suele desaparecer la visión de la estrella por un tiempo: "¡Cuántas veces pasa esto con las almas! Es una prueba que Dios nos manda. Parece como si de repente se nublara el horizonte espiritual; pero vemos con claridad el camino, no podemos negar, de ningún modo, que hemos recibido la luz soberana de la vocación. Y, quizá por el polvo que levantamos en el camino -esa nube de pequeñeces que nuestras miserias alzan-, el Señor retira la luz de su estrella y nos quedamos vacilantes. ¿Qué hacer entonces? Lo que hacen estos hombres: preguntar a los sabios, preguntar a la autoridad. / Si la vocación es lo primero, si la estrella luce de antemano, para orientarnos en nuestro camino de amor de Dios, no es lógico dudar cuando, en alguna ocasión, se nos oculta. Ocurre en determinados momentos de nuestra vida interior, casi siempre por culpa nuestra, lo que paso en el viaje de los Reyes Magos: que la estrella desaparece. Conocemos ya el resplandor divino de nuestra vocación, estamos persuadidos de su carácter definitivo, pero quizá el polvo que levantamos al andar -nuestras miserias- forma una nube opaca, que impide el paso de la luz" (san Josemaría Escrivá).
Y ¿a quién acuden? A Herodes, que tiene todos los medios para conocer la Escritura y toda la autoridad: "'Oyendo esto -que ha venido a la tierra el Rey-, Herodes se turbó, y con él toda Jerusalén'. "¡Es la vida cotidiana! Esto mismo sucede ahora: ante la grandeza de Dios, que se manifiesta de mil modos, no faltan personas -incluso constituidas en autoridad- que se turban. Porque... no aman del todo a Dios; porque no quieren seguir sus inspiraciones, y se hacen obstáculo en el camino divino. / - Estate prevenido, sigue trabajando, no te preocupes, busca al Señor, reza..., y El triunfará" (id). Después de preguntar, siguen el camino: "Ellos, luego que oyeron esto del rey, se fueron. Y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente, iba delante de ellos..." "Narra el Evangelista que los Magos, 'videntes stellam' -al ver de nuevo la estrella-, se llenaron de una gran alegría. / - Se alegran, hijo, con ese gozo inmenso, porque han hecho lo que debían; y se alegran porque tienen la seguridad de que llegarán hasta el Rey, que nunca abandona a quienes le buscan… Jesús, que en tu Iglesia Santa perseveren todos en el camino, siguiendo su vocación cristiana, como los Magos siguieron la estrella: despreciando los consejos de Herodes..., que no les faltarán" (san Josemaría).
Siguen la estrella hasta que "se detuvo sobre el lugar donde estaba el Niño. Al ver la estrella se llenaron de una inmensa alegría. Y entrando en la casa, vieron al Niño con María, su Madre, y postrándose le adoraron" (Mt.2,9.10). S. Josemaría se imaginaba de rodillas delante de Jesús Niño, de ese Dios escondido en la humanidad, y le adoraba, y animaba a decirle que no queremos perder su estrella, que no queremos apartarnos nunca de El, que quitaremos de nuestro camino todo lo que sea estorbo para serle fieles, que seremos dóciles a sus llamadas… a renovar la entrega; a volver a pronunciar: Señor, te amo, y decirlo con toda el alma. Aunque la parte sensible no responda, decirlo con el calor de la gracia y con la voluntad: Jesús mío, Rey del universo, te amamos. Animaba a acercarse al grupo formado por esta trinidad de la tierra: Jesús, María, José, y aunque nos veamos con miserias y nos llenemos de vergüenza, entendemos que Cristo Jesús nos mira con cariño, nos acercamos a su Madre y a San José, y le rezamos a Jesús: Señor, quisiera ser tuyo de verdad, que mis pensamientos, mis obras, mi vivir entero fueran tuyos. Pero ya ves: esta pobre miseria humana me ha hecho ir de aquí para allá tantas veces... Me hubiese gustado ser tuyo desde el primer momento: desde el primer latido de mi corazón, desde el primer instante en que la razón mía comenzó a ejercitarse. No soy digno de ser - y sin tu ayuda no llegaré a serlo nunca - tu hermano, tu hijo y tu amor. Tú si que eres mi hermano, mi amor, y también soy tu hijo. Para tomar al Niño y abrazarlo hemos de hacernos pequeños. Y acudir a María, y si Ella tiene sobre su brazo derecho a su Hijo Jesús, yo, que soy hijo suyo también, tendré allí también un sitio. La Madre de Dios me cogerá con el otro brazo, y nos apretará juntos contra su pecho. Esta intimidad con él da vida, y fomenta la contrición, la reforma: ascensiones sucesivas. Sentir el calor que purifica, el amor de Dios que hace elevarnos de la bajeza a la que podemos caer hasta las alturas de hijos de Dios a la que estamos llamados. Porque a veces somos como el borrico, que aunque noble y bueno, a veces se revuelca por el suelo, con las patas arriba, y da sus rebuznos. Pero que de ordinario es fiel, lleva la carga que le ponen, y se conforma con una comida, siempre la misma, austera y no abundante; y tiene la piel dura para trabajar. "Como un borriquito estoy ante ti", reza el salmo: Señor, aquí estoy, y animaba S. Josemaría a rezarle con esta infancia espiritual y abandono que da paz: Tú eres el Amor de mis amores. Señor, Tú eres mi Dios y todas mis cosas. Señor, sé que contigo no hay derrotas. Señor, yo me quiero dejar endiosar, aunque sea humanamente ilógico y no me entiendan. Toma posesión de mi alma una vez más, y fórjame con tu gracia. Madre, Señora mía; San José, mi Padre y Señor; ayudadme a no dejar nunca el amor de vuestro Hijo. Os podéis entretener durante el día, tantas veces, en conversación con la trinidad de la tierra, que es camino para tratar a la Trinidad del Cielo.
"Y abiertos sus tesoros, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra". En 2005 este fue el tema de la Jornada de la Juventud de Colonia: "Hemos venido a adorarlo" fue el lema: "¿Por qué los Magos fueron a Belén desde países lejanos? La respuesta está en relación con el misterio de la "estrella" que vieron "salir" y que identificaron como la estrella del "Rey de los Judíos", es decir, como la señal del nacimiento del Mesías (cf. Mt 2,2). Por tanto, su viaje fue motivado por una fuerte esperanza, que luego tuvo en la estrella su confirmación y guía hacia el "Rey de los Judíos", hacia la realeza de Dios mismo. Los Magos marcharon porque tenían un deseo grande que los indujo a dejarlo todo y a ponerse en camino. Era como si hubieran esperado siempre aquella estrella. Como si aquel viaje hubiera estado siempre inscrito en su destino, que ahora finalmente se cumple. Queridos amigos, esto es el misterio de la llamada, de la vocación; misterio que afecta a la vida de todo cristiano, pero que se manifiesta con mayor relieve en los que Cristo invita a dejar todo para seguirlo más de cerca". Les decía por ejemplo que el seminarista –en discernimiento vocacional- "vive la belleza de la llamada en el momento que podríamos definir de "enamoramiento". Su ánimo, henchido de asombro, le hace decir en la oración: Señor, ¿por qué precisamente a mí? Pero el amor no tiene un "por qué", es un don gratuito al que se responde con la entrega de sí mismo".
La estrella que veremos seguir a los magos es la vocación: también nosotros hemos visto una gran estrella; también en nuestra alma se encendió una gran luz: la gracia soberana de la vocación. Como los magos, también hemos de querer ver la estrella: y, una vez vista, abandonar otras cosas por una que valía la pena. La Epifanía es un momento para remozar nuestra entrega, pues el polvo que levantamos en el camino puede impedir ver la estrella; es momento para pedir al Niño Dios por la fidelidad de todos en este camino de Amor. Pongo aquí un comentario, que escribí en 2007: ¡Levántate, brilla Jerusalén,(...) al resplandor de tu aurora. (Isai, 60, 1-6). Isaías fue llamado el evangelista del Antiguo Testamento, porque relata diversos episodios de la vida de Jesús como si fuera un protagonista. Y en esta fiesta de Epifanía, la Iglesia trae esa profecía suya como primera Lectura de la Misa. En este mundo de hoy, que está a oscuras, cuando el Papa acaba de decir que nubes tenebrosas cubren la humanidad, hemos de considerar que Jesús es la luz del mundo; Jesús –como dice San Juan en su Evangelio– es el Verbo, la luz verdadera, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (Juan 1, 9). Nuestra vocación cristiana nos hace portadores de Cristo, de esa luz que ha de brillar en las tinieblas a través de nuestro apostolado personal y de toda nuestra labor apostólica, como decía san Josemaría Escrivá. Isaías habla de reyes y que traerán incienso y oro, proclamando las alabanzas del Señor. Y en el Evangelio de la Misa, aparecen estos reyes diciendo en Jerusalén: Vidimus stellam eius in oriente, et venimus adorare Dóminum. En Navidad los pastores adoraron a Jesús, era la proclamación a los sencillos, dentro del pueblo de Israel; hoy se manifiesta Jesús a representantes del Oriente, a todos los pueblos, a la humanidad. Por eso en la tradición popular un Mago es Blanco, el otro Rubio, otro Negro, para significar todas las razas, todos los continentes. La estrella es símbolo de la vocación cristiana, que todos tenemos para seguir el camino hacia Jesús.
Los magos dejaron la tranquilidad de sus vidas, se les vio por las arenas del desierto inmenso como una caravana solitaria, extraños en medio del nada, como bien se ha dicho: Las siluetas de tres reyes a camello se recortan en la dulce luz de esta noche de ensueño. Es un cuadro con tres figuras en la arena y una estrella en el cielo.
Por las arenas del desierto inmenso vemos pasar una caravana extraña. Las siluetas de tres reyes a camello se recortan en la dulce luz de esta noche de ensueño. Es un cuadro simple: los pies en la arena, una estrella en el cielo: "No hay más frente a los Magos. Arena y estrella.
Tampoco hay más delante de ti, amigo que caminas no sé adónde. Todo lo que no es para ti estrella, es arena. Y arena vendrá a ser, al pasar el tiempo: riquezas y fama, honores y aplausos, fincas y amores.
Nos quedamos buen rato viéndoles pasar, hasta que sus sombras se confunden con la noche en la lejanía. La estrella seguirá luciendo: para ti, para mí, cualquiera que sea el siglo en que vengas al desierto. Y en nuestro corazón quedará grabada la imagen de esos hombres. La estrella se verá siempre.
A sus espaldas dejan un mundo de recuerdos, un mundo de amores, un mundo de ilusiones... Allá muy lejos, en Oriente. Son sabios que conocían las escrituras y el curso de los astros. Sabían que, cuando Cristo naciera, una estrella se levantaría, y un día, mirando al cielo, la vieron salir. Al momento se decidieron a ir tras ella. Muchos la contemplaron, sólo tres la siguen.
Sin estrella, ellos nunca hubieran dejado su tierra, ni llegado a Belén, ni conquistado un puesto en la historia de los hombres. Sus figuras se hubiesen perdido con las de los demás, con las de aquellos que viven ordenados y tranquilos, siendo cada día muertos más lejanos". Así pinta J. A. González Lobato la salida de sus tierras, siguiendo la estrella.
"Largo y complicado viaje con un fin exclusivo: adorar a Cristo. Nadie les llamó y ellos se han puesto en camino, Dejan atrás mujeres, hijos, negocios pendientes. Cambian la comodidad de sus palacios orientales por la molesta joroba de un camello. Todo en sus vidas sirve a su ideal. Han iniciado un viaje que no saben cuánto va a durar. Y vencieron, con la generosidad de su proyecto, las críticas y censuras de los hombres importantes de su pueblo que, moviendo sus cabezas encanecidas, comentaban:
-¡Qué locura! ¡Ponerse en camino por la sola fe en una estrella!
Los mediocres se arremolinaban a su alrededor. Observaban, criticaban, y a ninguno se le ocurrió seguir también la estrella. Hoy, como ayer.
Les parece locura lo que se sale del adormecimiento cómodo y seguro de sus cosas de siempre. Para ellos lo importante es eso, y no lo dejan por nadie, ni siquiera por buscar al Señor. Eso que no quieren dejar es arena.
Las prudentes cabezas encanecidas, dentro de pocos años, serán otras tantas calaveras, blancas, peladas por el tiempo, rodando, ya sin nombre y sin vida, por un rincón oscuro de un cementerio. Y no lo sospechan. Hoy, como ayer.
La figura de los magos seguirá, sin embargo, perenne. Los siglos no pueden borrarla. Ella estará enseñando, al ritmo del paso de sus camellos, a los hombres de todas las épocas, cuál es el camino de los mejores. Seguir una estrella". Es la vocación de algunos, que para los ojos del mundo aparece como locura, como necedad. Pero es necesaria esta respuesta total para que Cristo siga en la tierra, para que los que vivan aquí vean la estrella.
Algunos se apartan del mundo, otros siguen ahí, donde estuvo Jesús: "Han hecho caminos distintos, confundiéndose con los hombres, y después de atravesar parajes diversos llegarán a Belén, a los pies del Señor... «La vocación del cristiano que vive y trabaja en el mundo» (San Josemaría Escrivá).
Por el camino de Damasco muchos hombres viajaron junto a ellos, a la vez y en la misma dirección. Sin embargo, sólo ellos llegarán, porque sólo ellos lo anduvieron siguiendo la estrella. A los demás, no les sirvió de nada aquel camino, porque para nada sirve algo si no nos lleva al Señor. Han seguido los caminos pisoteados por la Humanidad de todos los tiempos: por esos caminos se pierden los hombres cuando por ellos sólo persiguen sus cosas. En el caso de los Magos, los caminos se empalman para llevarles a Jesús, pues siguiendo la estrella se consigue que cualquier camino sea camino del Señor.
Seguir a una estrella es dejar atrás tantas cosas, Señor, tantas cosas buenas. Hoy, como ayer.
Es dejar atrás todo un mundo: una vida, con todos los nobles factores que la integran, que tan enraizados están en el corazón del hombre..., cuando son incompatibles con las exigencias de la estrella.
Pero seguir una estrella es también abrir los ojos y el corazón a una gran aventura, es caminar por la vida con una razón de ser, es penetrar lentamente en un mundo soñado, es ver cómo esa ilusión va haciéndose realidad en panoramas maravillosos, que se abren a cada paso. Y, sobre todo, Señor, en acercarse cada día más a Ti".
La luz a veces desaparece, como los magos se han quedado sin la estrella que los guiaba y ahora reciben el impacto tremendo de la indiferencia de Jerusalén, que no saben nada de Cristo, ni lo buscan. Es la hora de la crisis, de la prueba. La hora del recuerdo de la vida muelle y tranquila. En las crisis, los hombres pueden decidir volverse atrás. Si la estrella les ha traicionado, ¿para qué seguir? ¡antes vieron!, ya es más que suficiente. Ahora es el momento de amar.
La falta de luz, las tinieblas, pueden venir por la gente que no entiende cómo tan joven puedes comprometer tu vida, sólo la Virgen es capaz de decidirse a los 14 años… Te aconsejan: «no te compliques la vida…» Piensa que esos consejos pueden ser mortales. Con toda su buena voluntad pueden robarte el regalo más maravilloso que jamás soñaste poseer… como aquella madre que le pedía a su hijo, piloto de avión supersónico: "procura volar despacio y bajito…"
Los Magos no se contentaron con admirar la estrella, sino que la siguieron. Porque admirar es contemplar sin desprenderse de una posición cómoda. Seguir, exige la plena conversión a Dios. Para esto se requiere la oración, como la respuesta a los requerimientos de la luz divina, también la nuestra, cuando al ver la luz de Belén tomamos ejemplo de los Reyes: "Aún se ven las siluetas de los Magos en la lejanía, entre las brumas. Llegarán a los pies de Jesús y de María: éxito máximo de cualquier viaje.
Y en lo alto luce la estrella. ¿No la ves? ¿No la ves? ¿O no quieres verla? Hoy, como ayer". La vida adquiere sentido en el seguimiento de Cristo (cf. Gaudium et spes, 22). Dante comenta la vida de esos mediocres en la Divina Comedia cuando al pasar delante de ellos dice a Virgilio: Esta horrible pena sufren la almas de aquellas personas que vivieron sin merecer desprecios ni alabanzas. Por su inutilidad puede decirse que no vivieron nunca. No dejaron recuerdo alguno en su vida. La misericordia y la justicia los desdeñan. Pero no hablemos más. Mira y pasa.
Ante un mundo "científico", en el que todo cambia, ¿cómo puede uno cerciorarse que la estrella es de Dios? Si me lo certificaran, no dudaría en ponerme en marcha. Los egoístas siempre encontrarán excusas para quedarse como antes de la llamada. Los audaces se lanzan al camino al primer síntoma: "Deseo decir a todos vosotros, jóvenes, en esta importante fase del desarrollo de vuestra personalidad masculina o femenina que si tal llamada llega a tu corazón, no la acalles. Deja que se desarrolle hasta la madurez de una vocación. Colabora con esa llamada a través de la oración y la fidelidad de los mandamientos. "La mies es mucha". Hay una gran necesidad de que muchos oigan la llamada de Cristo: "Sígueme". Hay una gran necesidad de que a muchos llegue la llamada de Cristo: "Sígueme"" (Juan Pablo II).
Las preguntas que hacen las personas calculadoras con la cabeza; sólo se deberían contestar con el corazón. Así superaron los Magos la crisis de oscuridad, hasta que volvió a aparecer la estrella yendo hacia donde les respondieron, Belén de Judea, "pues así está escrito…" e iban llenos de alegría. Nicolás Guillén, poeta cubano, dejó escrita una coplilla, que es todo un programa de vida: "Ardió el sol en mis manos, /que es mucho decir; ardió el sol en mis manos / y lo repartí, / que es mucho decir". Tener una estrella en sus manos; hacerla participar a los demás, pues su luz nos llena y despierta, transforma y nos hace darnos y dar. Los santos no lo son por lo que producen, sino por lo que proyectan, por lo que reparten. Un santo no lo es porque tenga un alma muy grande, sino porque de su alma todos podemos alimentarnos. No se reservaron para sí, sino que se entregaron a todos cuantos le rodeaban.
"Al llegar a Belén, los Magos "entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron" (Mt 2,11). He aquí por fin el momento tan esperado: el encuentro con Jesús. "Entraron en la casa": esta casa representa en cierto modo la Iglesia. Para encontrar al Salvador hay que entrar en la casa, que es la Iglesia… donde "habita" María, su madre. Y es justo la Madre quien le muestra a Jesús, su Hijo, quien se lo presenta; en cierto modo lo hace ver, tocar, tomarlo en sus brazos. María le enseña a contemplarlo con los ojos del corazón y a vivir de Él". La afectuosa "presencia de la Virgen, que introduce a cada uno al encuentro con Cristo en el silencio de la meditación, en el oración y en la fraternidad. María ayuda a encontrar al Señor sobre todo en la Celebración eucarística, cuando en la Palabra y en el Pan consagrado se hace nuestro alimento espiritual cotidiano.
"Y cayendo de rodillas lo adoraron...; le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra" (Mt 2,11-12). Con esto culmina todo el itinerario: el encuentro se convierte en adoración, dando lugar a un acto de fe y amor que reconoce en Jesús, nacido de María, al Hijo de Dios hecho hombre. ¿Cómo no ver prefigurado en el gesto de los Magos la fe de Simón Pedro y de los Apóstoles, la fe de Pablo y de todos los santos…? El secreto de la santidad es la amistad con Cristo y la adhesión fiel a su voluntad. "Cristo es todo para nosotros", decía San Ambrosio; y San Benito exhortaba a no anteponer nada al amor de Cristo. Que Cristo sea todo para vosotros", y para esto hablaba de ofrecerle "el oro de vuestra libertad, el incienso de vuestra oración fervorosa, la mirra de vuestro afecto más profundo"; después, "cada uno de vosotros volverá entre la gente como alter Christus. En el viaje de retorno, los Magos tuvieron que afrontar seguramente peligros, sacrificios, desorientación, dudas...¡ya no tenían la estrella para guiarlos! Ahora la luz estaba dentro de ellos. Ahora tenían que custodiarla y alimentarla con la memoria constante de Cristo, de su Rostro santo, de su Amor inefable"… "Recordad siempre las palabras de Jesús: "Permaneced en mi amor" (Jn 15,9). Si permanecéis en Cristo, daréis mucho fruto. No lo habéis elegido vosotros a Él, sino que Él os ha elegido a vosotros (cf. Jn 15,16). ¡He aquí el secreto de vuestra vocación y de vuestra misión! Está guardado en el corazón inmaculado de María, que vela con amor materno sobre cada uno de vosotros. Recurrid frecuentemente a Ella con confianza".
Y en la vigilia insistía el Papa: "En nuestra peregrinación con los misteriosos Magos de Oriente hemos llegado al momento que san Mateo describe así en su Evangelio: «Entraron en la casa (sobre la que se había parado la estrella), vieron al niño con María, y cayendo de rodillas lo adoraron» (Mt 2,11). El camino exterior de aquellos hombres terminó. Llegaron a la meta. Pero en este punto comienza un nuevo camino para ellos, una peregrinación interior que cambia toda su vida. Porque seguramente se habían imaginado a este Rey recién nacido de modo diferente. Se habían detenido precisamente en Jerusalén para obtener del Rey local información sobre el Rey prometido que había nacido. Sabían que el mundo estaba desordenado y por eso estaban inquietos. Estaban convencidos de que Dios existía, y que era un Dios justo y bondadoso. Tal vez habían oído hablar también de las grandes profecías en las que los profetas de Israel habían anunciado un Rey que estaría en íntima armonía con Dios y que, en su nombre y de parte suya, restablecería el orden en el mundo. Se habían puesto en camino para encontrar a este Rey; en lo más hondo de su ser buscaban el derecho, la justicia que debía venir de Dios, y querían servir a ese Rey, postrarse a sus pies, y así servir también ellos a la renovación del mundo. Eran de esas personas que «tienen hambre y sed de justicia» (Mt 5, 6). Un hambre y sed que les llevó a emprender el camino; se hicieron peregrinos para alcanzar la justicia que esperaban de Dios y para ponerse a su servicio.
Aunque otros se quedaran en casa y les consideraban utópicos y soñadores, en realidad eran seres con los pies en tierra, y sabían que para cambiar el mundo hace falta disponer de poder. Por eso, no podían buscar al niño de la promesa si no en el palacio del Rey. No obstante, ahora se postran ante una criatura de gente pobre, y pronto se enterarán de que Herodes – el Rey al que habían acudido – le acechaba con su poder, de modo que a la familia no le quedaba otra opción que la fuga y el exilio. El nuevo Rey era muy diferente de lo que se esperaban. Debían, pues, aprender que Dios es diverso de cómo acostumbramos a imaginarlo. Aquí comenzó su camino interior. Comenzó en el mismo momento en que se postraron ante este Niño y lo reconocieron como el Rey prometido. Pero debían aún interiorizar estos gozosos gestos.
Debían cambiar su idea sobre el poder, sobre Dios y sobre el hombre y, con ello cambiar también ellos mismos. Ahora habían visto: el poder de Dios es diferente al poder de los grandes del mundo. Su modo de actuar es distinto de como lo imaginamos, y de como quisiéramos imponerle también a Él. En este mundo, Dios no le hace competencia a las formas terrenales del poder. No contrapone sus ejércitos a otros ejércitos. Cuando Jesús estaba en el Huerto de los olivos, Dios no le envía doce legiones de ángeles para ayudarlo (cf. Mt 26,53). Al poder estridente y pomposo de este mundo, Él contrapone el poder inerme del amor, que en la Cruz – y después siempre en la historia – sucumbe y, sin embargo, constituye la nueva realidad divina, que se opone a la injusticia e instaura el Reino de Dios. Dios es diverso; ahora se dan cuenta de ello. Y eso significa que ahora ellos mismos tienen que ser diferentes, han de aprender el estilo de Dios.
Habían venido para ponerse al servicio de este Rey, para modelar su majestad sobre la suya. Éste era el sentido de su gesto de acatamiento, de su adoración. Una adoración que comprendía también sus presentes – oro, incienso y mirra –, dones que se hacían a un Rey considerado divino. La adoración tiene un contenido y comporta también una donación. Los personajes que venían de Oriente, con el gesto de adoración, querían reconocer a este niño como su Rey y poner a su servicio el propio poder y las propias posibilidades, siguiendo un camino justo. Sirviéndole y siguiéndole, querían servir junto a Él la causa de la justicia y del bien en el mundo. En esto, tenían razón. Pero ahora aprenden que esto no se puede hacer simplemente a través de órdenes impartidas desde lo alto de un trono. Aprenden que deben entregarse a sí mismos: un don menor que éste es poco para este Rey. Aprenden que su vida debe acomodarse a este modo divino de ejercer el poder, a este modo de ser de Dios mismo. Han de convertirse en hombres de la verdad, del derecho, de la bondad, del perdón, de la misericordia. Ya no se preguntarán: ¿Para qué me sirve esto? Se preguntarán más bien: ¿Cómo puedo servir a que Dios esté presente en el mundo? Tienen que aprender a perderse a sí mismos y, precisamente así, a encontrarse a sí mismos. Saliendo de Jerusalén, han de permanecer tras las huellas del verda-dero Rey, en el seguimiento de Jesús.
Queridos amigos, podemos preguntarnos lo que todo esto significa para nosotros. Pues lo que acabamos de decir sobre la naturaleza diversa de Dios, que ha de orientar nuestras vidas, suena bien, pero queda algo vago y difuminado. Por eso Dios nos ha dado ejemplos. Los Magos que vienen de oriente son sólo los primeros de una larga lista de hombres y mujeres que en su vida han buscado constantemente con los ojos la estrella de Dios, que han buscado al Dios que está cerca de nosotros, seres humanos, y que nos indica el camino. Es la muchedumbre de los santos – conocidos o desconocidos – mediante los cuales el Señor nos ha abierto a lo largo de la historia el Evangelio, hojeando sus páginas; y lo está haciendo todavía. En sus vidas se revela la riqueza del Evangelio como en un gran libro ilustrado. Son la estela luminosa que Dios ha dejando en el transcurso de la historia, y sigue dejando aún. Mi venerado predecesor, el Papa Juan Pablo II, ha beatificado y canonizado a un gran número de personas, tanto de tiempos recientes como lejanos. En estas figuras ha querido demostrarnos cómo se consigue ser cristianos; cómo se logra llevar una vida del modo justo: a vivir a la manera de Dios. Los beatos y los santos han sido personas que no han buscado obstinadamente la propia felicidad, sino que han querido simplemente entregarse, porque han sido alcanzados por la luz de Cristo. De este modo, ellos nos indican la vía para ser felices y nos muestran cómo se consigue ser personas verdaderamente humanas. En las vicisitudes de la historia, han sido los verdaderos reformadores que tantas veces han remontado a la humanidad de los valles oscuros en los cuales está siempre en peligro de precipitar; la han iluminado siempre de nuevo lo suficiente para dar la posibilidad de aceptar – tal vez en el dolor – la palabra de Dios al terminar del obra del creación: «Y era muy bueno». Basta pensar en figuras como san Benito, san Francisco de Asís, santa Teresa de Ávila, san Ignacio de Loyola, san Carlos Borromeo, a los fundadores de las órdenes religiosas del siglo XVIII, que han animado y orientado el movimiento social, o a los santos de nuestro tiempo: Maximiliano Kolbe, Edith Stein, Madre Teresa, Padre Pío. Contemplando estas figuras comprendemos lo que significa «adorar» y lo que quiere decir vivir a medida del niño de Belén, a medida de Jesucristo y de Dios mismo.
Los santos, hemos dicho, son los verdaderos reformadores. Ahora quisiera expresarlo de manera más radical aún: sólo de los santos, sólo de Dios, proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo. En el siglo pasado hemos vivido revoluciones cuyo programa común fue no esperar nada de Dios, sino tomar totalmente en las propias manos la causa del mundo para transformar sus condiciones. Y hemos visto que, de este modo, un punto de vista humano y parcial se tomó como criterio absoluto de orientación. La absolutización de lo que no es absoluto, sino relativo, se llama totalitarismo. No libera al hombre, sino que le priva de su dignidad y lo esclaviza. No son las ideologías las que salvan el mundo, sino sólo dirigir la mirada al Dios viviente, que es nuestro creador, el garante de nuestra libertad, el garante de lo que es realmente bueno y auténtico. La revolución verdadera consiste únicamente en mirar a Dios, que es la medida de lo que es justo y, al mismo tiempo, es el amor eterno. Y, ¿qué puede salvarnos, si no es el amor?
Queridos amigos, permitidme que añada sólo dos breves ideas. Muchos hablan de Dios; en el nombre de Dios se predica también el odio y se practica la violencia. Por tanto, es importante descubrir el verdadero rostro de Dios. Los Magos de Oriente lo encontraron cuando se postraron ante el niño de Belén.«Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre», dijo Jesús a Felipe (Jn 14,9). En Jesucristo, que por nosotros permitió que su corazón fuera traspasado, en Él se ha manifestado el verdadero rostro de Dios. Lo seguiremos junto con la muchedumbre de los que nos han precedido. Entonces iremos por el camino justo.
Esto significa que no nos construimos un Dios privado, un Jesús privado, sino que creemos y nos postramos ante el Jesús que nos muestran las Sagradas Escrituras, y que en la gran comunidad de fieles llamada Iglesia se manifiesta viviente, siempre con nosotros y al mismo tiempo siempre ante de nosotros. Se puede criticar mucho a la Iglesia. Lo sabemos, y el Señor mismo nos lo ha dicho: es una red con peces buenos y malos, un campo con trigo y cizaña. El Papa Juan Pablo II, que nos ha mostrado el verdadero rostro de la Iglesia en los numerosos santos que ha proclamado, también ha pedido perdón por el mal causado en el transcurso de la historia por las palabras o los actos de hombres de la Iglesia. De este modo, también a nosotros nos ha hecho ver nuestra verdadera imagen, y nos ha exhortado a entrar, con todos nuestros defectos y debilidades, en la muchedumbre de los santos que comenzó a formarse con los Magos de Oriente. En el fondo, consuela que exista la cizaña en la Iglesia. Así, no obstante todos nuestros defectos, podemos esperar estar aún entre los que siguen a Jesús, que ha llamado precisamente a los pecadores. La Iglesia es como una familia humana, pero es también al mismo tiempo la gran familia de Dios, mediante la cual Él establece un espacio de comunión y unidad en todos los continentes, culturas y naciones. Por eso nos alegramos de pertenecer a esta gran familia; de tener hermanos y amigos en todo el mundo. Justo aquí, en Colonia, experimentamos lo hermoso que es pertenecer a una familia tan grande como el mundo, que comprende el cielo y la tierra, el pasado, el presente y el futuro de todas las partes de la tierra. En esta gran comitiva de peregrinos, caminamos junto con Cristo, caminamos con la estrella que ilumina la historia.
«Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron» (Mt 2,11). Queridos amigos, ésta no es una historia lejana, de hace mucho tiempo. Es una presencia. Aquí, en la Hostia consagrada, Él está ante nosotros y entre nosotros. Como entonces, se oculta misteriosamente en un santo silencio y, como entonces, desvela precisamente así el verdadero rostro de Dios. Por nosotros se ha hecho grano de trigo que cae en tierra y muere y da fruto hasta el fin del mundo (cf. Jn 12,24). Él está presente, como entonces en Belén. Y nos invita a esa peregrinación interior que se llama adoración. Pongámonos ahora en camino para esta peregrinación del espíritu, y pidámosle a Él que nos guíe. Amén".
"Queridos jóvenes ofreced también vosotros al Señor –invitaba Juan Pablo II en su carta para aquella Jornada- el oro de vuestra existencia, o sea la libertad de seguirlo por amor respondiendo fielmente a su llamada; elevad hacia Él el incienso de vuestra oración ardiente, para alabanza de su gloria; ofrecedle la mirra, es decir el afecto lleno de gratitud hacia Él, verdadero Hombre, que nos ha amado hasta morir como un malhechor en el Gólgota. / Sed adoradores del único y verdadero Dios, reconociéndole el primer puesto en vuestra existencia... no creáis en falaces ilusiones y modas efímeras que no pocas veces dejan un trágico vacío espiritual! Rechazad las seducciones del dinero, del consumismo y de la violencia solapada que a veces ejercen los medios de comunicación. / Adorad a Cristo: Él es la Roca sobre la que construir vuestro futuro y un mundo más justo y solidario. Jesús es el Príncipe de la paz, la fuente del perdón y de la reconciliación, que puede hacer hermanos a todos los miembros de la familia humana…"
"Escuchar a Cristo y adorarlo lleva a hacer elecciones valerosas, a tomar decisiones a veces heroicas… es urgente ser testigos del amor contemplado en Cristo", y apela a los que "no estáis bautizados o que no os identificáis con la Iglesia. ¿No será que también vosotros tenéis sed del Absoluto y estáis en la búsqueda de "algo" que dé significado a vuestra existencia? Dirigíos a Cristo y no seréis defraudados."
"La Iglesia necesita auténticos testigos para la nueva evangelización: hombres y mujeres cuya vida haya sido transformada por el encuentro con Jesús; hombres y mujeres capaces de comunicar esta experiencia a los demás. La Iglesia necesita santos. Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad". Es una fiesta de manifestación de Jesús a todos… y a todo, a nuestra ciencia, posibilidades, la Redención… Así comentaba S. Agustín: "Toda la Iglesia de la gentilidad ha aceptado celebrar con la máxima devoción este día, pues ¿qué otra cosa fueron aquellos magos, sino las primicias de los gentiles? Los pastores eran israelitas; los magos, gentiles; aquéllos vinieron de cerca; éstos, de lejos; pero unos y otros coincidieron en la piedra angular. Dice el Apóstol: Cuando vino, nos anunció la paz a nosotros, que estábamos lejos, y a los que estaban cerca. Él es, en efecto, nuestra paz, quien hizo de ambos pueblos uno solo, y constituyó en sí a los dos en un solo hombre nuevo, estableciendo la paz, y transformó a los dos en un solo cuerpo para Dios, dando muerte en sí mismo a las enemistades (Ef 2,11-22).... Habiendo venido a destruir en todo el orbe, con la espada espiritual, el reino del diablo, Cristo, siendo aún niño, arrebató estos primeros despojos a la dominación de la idolatría. Apartó de la peste de tal superstición a los magos que se habían puesto en movimiento para adorarle, y, sin poder hablar todavía en la tierra con la lengua, habló desde el cielo mediante la estrella, y mostró no con la voz de la carne, sino con el poder de la Palabra, quién era, de dónde y por quiénes había venido. Esta Palabra que en el principio era Dios junto a Dios, hecha ya carne para habitar en medio de nosotros, había venido hasta nosotros y permanecía junto al Padre: sin abandonar a los ángeles allí arriba, por medio de ellos reúne a los hombres junto a sí aquí abajo. Resplandece por la verdad inmutable ante los habitantes del cielo en cuanto Palabra y yace en un pesebre a causa de la pequeñez de la posada. Él hacía aparecer en el cielo una estrella que le indicaba en la tierra como merecedor de adoración. Y, no obstante ser niño tan poderoso, tan grande, siendo aún pequeño, llevado por sus padres, huyó a Egipto debido a la hostilidad de Herodes; de esta manera hablaba, aunque no con la palabra, sí con los hechos, y en silencio decía: Si os persiguen en una ciudad, huid a otra (Mt 10,23). Llevaba carne humana en la que nos prefiguraba y en la que había de morir por nosotros en el momento oportuno. Éste era el motivo por el que los magos le ofrecieron no sólo oro e incienso, como señal de honor y adoración, respectivamente, sino también mirra, en cuanto que había de ser sepultado. ¿A quién no llama la atención el que los judíos respondieran según la Escritura a la pregunta de los magos, sobre el lugar en que había de nacer Cristo y no fueran a adorarle con ellos? ¿Qué significa esto? ¿No estamos viendo que incluso ahora sucede lo mismo, cuando en los ritos a que está sometida su dureza no se manifiesta otra cosa que Cristo, en quien no quieren creer? Cuando matan el cordero y comen la pascua, ¿no anuncian a Cristo a los gentiles, sin adorarlo ellos? ¿Qué otra cosa muestra nuestro actuar a propósito de los testimonios de los profetas, en los que está anunciado Cristo? A los hombres que sospechan que tales testimonios fueron escritos por los cristianos, no cuando aún eran futuros, sino después de acontecidos los hechos, los emplazamos ante los códices de los judíos para confirmar sus ánimos dudosos. ¿Acaso los judíos no muestran también entonces a los gentiles a Cristo, sin querer adorarlo en su compañía? Una vez conocido y adorado nuestro Señor y Salvador Jesucristo, quien, para consolarnos a nosotros, yació entonces en un lugar estrecho y ahora está sentado en el cielo para elevarnos allí; nosotros, de quienes eran primicias los magos; nosotros, heredad de Cristo hasta los confines de la tierra, a causa de quienes la ceguera entró parcialmente en Israel hasta que llegare la plenitud de los gentiles, anunciémosle, pues, en esta tierra, en este país de nuestra carne, de manera que no volvamos por donde vinimos ni sigamos de nuevo las huellas de nuestra vida antigua. Esto es lo que significa el que aquellos magos no volvieran por donde habían venido. El cambio de ruta es el cambio de vida. También para nosotros proclamaron los cielos la gloria de Dios; también a nosotros nos condujo a adorar a Cristo, cual una estrella, la luz resplandeciente de la verdad; también nosotros hemos escuchado con oído fiel la profecía proclamada en el pueblo judío, cual sentencia contra ellos mismos que no nos acompañaron; también nosotros hemos honrado a Cristo rey, sacerdote y muerto por nosotros, cual si le hubiésemos ofrecido oro, incienso y mirra; sólo queda que para anunciarle a él tomemos la nueva ruta y no regresemos por donde vinimos".
La antífona de entrada centra la atención: "Mirad que llega el Señor del señorío: en la mano tiene el reino, y la potestad y el imperio". Los Magos de Oriente son una plasmación amable del fruto de esta revelación. Ellos vienen, de lejos, seducidos por la luz, para encontrar y adorar al Rey de los judíos. Le traen dones, pero el más importante es el de su corazón sincero. Recibirán en paga la luz de la fe. Fe que será la alborada de la luz que verán tantos y tantos pertenecientes a la paganidad. La Iglesia siente la necesidad de anunciar a toda criatura el Evangelio con la claridad de Cristo, que resplandece sobre su faz. La visión de Isaías sugería una Jerusalén apoteósica, iluminada, y una inmensa y abigarrada multitud, una enorme caravana, se allí se dirige con tesoros y proceden cantando las alabanzas del Señor. El salmo responsorial, como eco del texto profético, canta al Señor que es Rey. Todos los pueblos deben optar por servirle. La acción de este Soberano será de liberación del pobre que clama y del afligido sin protector. Hoy, sin duda, la Iglesia se siente nueva Jerusalén. Se le recuerda cómo debe reflejar la luz de Cristo para todos los pueblos. Ella misma se convierte en estrella que anuncia la presencia del Rey que salva a todos los hombres y que quiere reunirlos bajo la luz de una misma fe y de un idéntico amor. La Iglesia debe estar siempre a punto para recibir a los hombres de toda raza y condición. Ella misma se avanza hacia los hermanos, es camino que va hacia el hombre. Ningún miembro del Cuerpo de Cristo está dispensado de anunciar el evangelio a los que lo desconocen. El mandato último de Cristo fue muy claro: "Id a todos los pueblos". La misión apremia (Joan Guiteras).
Ante la ofrenda del oro a Dios, hoy se dice: ¿no hubiera sido mejor entregar todos esos tesoros a los pobres? Pero nos olvidamos, al hacer esa pregunta, de que la hermosura y la magnificencia que se regaló al Señor es la única propiedad común del mundo. ¡Qué contraste entre las residencias y las iglesias, entre los museos y las catedrales! ¡Qué diferencia se observa si se trabaja en el Louvre, en los Offici, en el Museo Británico o si se coincide rezando en una iglesia viva en la alabanza de las piedras! Quizá en las iglesias quedan cosas ricas porque en otros sitios se han malbaratado, ahí están a disposición del culto, sin que hayan desaparecido. Además, la riqueza que se ha regalado al Niño de Belén se adecúa a todos y todos la necesitamos como el pan. El que quita lo hermoso a un niño, para convertirlo en algo útil, no le ayuda, sino que le causa daño: le quita la luz sin la cual todos los cálculos son fríos y se convierten en nada. Ciertamente, si nosotros empalmamos con esta peregrinación de los siglos, que pretende derrochar lo más hermoso de este mundo para el Rey recién nacido, no deberemos por ello olvidar que él siempre sigue viviendo en el establo, en la cárcel, en las favelas y que nosotros no le alabaremos si no somos capaces de encontrarle allí. Pero el conocimiento de ese hecho no debe impulsarnos a una dictadura de lo útil que proscriba la alegría y que dogmatice una austera seriedad. La preocupación por la belleza de la casa de Dios y la preocupación por los pobres de Dios son algo inseparable: no sólo necesita el hombre de lo útil, sino también de lo bello; no sólo de una casa propia, sino de la proximidad de Dios y de sus signos. Donde él es glorificado y exaltado se hace la luz a nuestro corazón. Donde no se le da nada a él se esfuma también lo otro; pero donde son excluidos sus pobres tampoco se hace caso de él (Joseph Ratzinger).
¿Pertenecemos a los buscadores de Dios? Porque Dios, para revelarse en la luz que debe guiar nuestra vida y conducirnos a la salvación, debe ser buscado. La gran aberración del espíritu moderno es precisamente ésta; el hombre ya no busca a Dios y cree que ha muerto la ciencia y la fe que hacen resplandecer, en el temor y en el amor, a Dios sobre el camino de nuestra vida; esto tiene consecuencias prácticas muy graves en todos los campos de la actividad humana. Sin embargo, la búsqueda de Dios en Cristo es la brújula de la vida, y es una búsqueda que debe realizarse en todos los senderos de la experiencia humana... Cristo está en la encrucijada de todos los caminos para quien sabe buscarlo y hallarlo. En él se encuentra a Dios y se conquista la verdadera vida (Pablo VI).
Suele decirse que hay que ver para creer. Y suele decirse, por lo general, para justificar la propia incredulidad. La verdad es todo lo contrario, pues el que logra ver deja de creer ante la evidencia. Mas bien habría que decir al revés: creer para ver. Pues sucede con harta frecuencia que sólo vemos lo que queremos o lo que nos interesa. La raíz de los ojos no está en la razón, sino en el corazón. Porque la fe es, ante todo, un acto de confianza. La incredulidad es pasión de desconfiados, de los que tienen por lema no fiarse ni de su padre. Sin embargo, eso no implica que la fe se ponga contra la razón, pues aunque esté por encima o por debajo, no está por encima ni por debajo del hombre, que es un ser racional. Así que la fe debe ser una actitud razonable, a la altura del hombre. Creer es aceptar lo que no se ve en el horizonte de lo que se verá. No es simplemente creer lo que no se ve, sino lo que está por ver. Unos magos dan crédito al mensaje de una estrella, dejan su casa y su pueblo y se ponen en camino hacia Belén de Judá. Ven al niño con su madre y se llenan de gozo, abriendo los tesoros de su corazón. Ese gozo, que es el resultado de ver, es fruto del largo recorrido del camino de la fe. Si no hubieran creído, nunca hubieran visto lo que vieron. Porque vieron un niño, pero con ese niño también vieron a Dios. No cabe duda de que la vida del creyente está salpicada de dificultades. Como lo está la ascensión del montañero hasta que corona la cima, o la del corredor de fondo hasta que sube al podio de los vencedores. La garantía del creyente, como la del alpinista o caminante, es saber que camina. Aquí es donde entra en juego la razón. Y la única forma de comprobar que nos movemos, hasta que divisemos la meta, es comprobar si nos alejamos del punto de partida. Por eso la fe no es nunca conservadora. El que cree, siempre anda en busca de un camino. El creyente es un buscador de Dios. Encontrarlo será algo tan gordo que hará innecesaria la fe, para entregarnos por entero al gozo del encuentro ("Eucaristía 1989").
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