Navidad, 5 de Enero: con el amor a los hermanos pasamos de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos. Un ejemplo de seguimiento de Jesús es Natanael con su sencillez
Primera carta del apóstol san Juan 3,11-21. Queridos hermanos: Este es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros. No seamos como Caín, que procedía del Maligno y asesinó a su hermano. ¿Y por qué lo asesinó? Porque sus obras eran malas, mientras que las de su hermano eran buenas. No os sorprenda, hermanos, que el mundo os odie; nosotros hemos pasado de la muerte a la vida: lo sabemos porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte. El que odia a su hermano es un homicida. Y sabéis que ningún homicida lleva en sí vida eterna. En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos. Pero si uno tiene de qué vivir y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios? Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras. En esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo. Queridos, si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios.
Salmo 99,1-2.3.4.5. R. Aclama al Señor, tierra entera.
Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores.
Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño.
Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos, dándole gracias y bendiciendo su nombre.
«El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades.»
Texto del Evangelio (Jn 1,43-51): En aquel tiempo, Jesús quiso partir para Galilea. Se encuentra con Felipe y le dice: «Sígueme». Felipe era de Bestsaida, de la ciudad de Andrés y Pedro. Felipe se encuentra con Natanael y le dice: «Ése del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret». Le respondió Natanael: «¿De Nazaret puede haber cosa buena?». Le dice Felipe: «Ven y lo verás».
Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño». Le dice Natanael: «¿De qué me conoces?». Le respondió Jesús: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi». Le respondió Natanael: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores». Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre».
Comentario: 1. 1 Jn 3,11-21. «Éste es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros». Después de haber insistido ayer en que nuestra condición de hijos de Dios nos debe hacer huir del pecado, hoy la carta de Juan se centra en la actitud del amor fraterno, y por el mismo motivo: porque todos somos nacidos de Dios y por tanto hermanos los unos de los otros. La iniciativa la ha tenido Dios. Hemos experimentado su amor a la humanidad enviándonos a su Hijo, y en la entrega del Hijo hasta la muerte en cruz por los demás. Ahora nos toca a nosotros orientar nuestra vida en una respuesta de amor. «En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestras vidas por los hermanos». El que ama, vive. El que no ama, permanece en la muerte. «Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos». Según el evangelio de Mateo, el juicio final para el cristiano versará sobre si ha amado o no a su prójimo, sobre todo a los que estaban necesitados, hambrientos. Aquí Juan plantea el mismo interrogante: «si uno tiene de qué vivir y viendo a su hermano en necesidad le cierra sus entrañas, ¿cómo a va estar en él el amor de Dios?» El argumento de Juan se hace todavía más dramático: «no seamos como Caín, que procedía del maligno y asesinó a su hermano». «El que odia a su hermano es un homicida».
Continuando con su análisis de la condición de hijo de Dios, Juan ha subrayado que esa filiación lleva consigo la separación de un mundo que se niega a tomar en consideración la iniciativa de Dios. La humanidad se divide, pues, entre hijos de Dios e hijos del diablo o del pecado (vv. 9-10). Pero esta separación se convierte muchas veces en oposición: los corresponsales de Juan lo saben seguramente, pues ya están sufriendo muchas persecuciones.
La caridad mutua es el criterio de los cristianos, es el mandamiento que conocen desde el comienzo de su conversión (v 11). En contraposición a la caridad: el odio (v 18). Esta oposición señala el ritmo de la vida del mundo desde los orígenes del hombre: ya Abel era el justo y Caín el impío y el segundo odiaba al primero (v 12). Cristo fue después el justo odiado por el mundo hasta la muerte. Nada extraña entonces que les suceda lo mismo a los cristianos. En la medida en que son signos del amor, son el blanco del odio del mundo (v 13).
El odio puede terminar ciertamente en la muerte del cristiano: lleva en germen la muerte física (v 15). Pero ¿cómo podría afectar a quienes han pasado ya de la muerte a la vida eterna (v 14) y que así lo prueban por medio del amor que irradian? Ya en el Evangelio había afirmado Juan que quien recibía la palabra de Jesús había pasado de la muerte a la vida (Jn 5,24). Aquí precisa que esa palabra no es otra que el mandamiento del amor (v 11). Para conocer su estado espiritual y saber si posee la vida, el fiel no tiene más que preguntarse si posee la caridad. Entonces, incluso si se le arrebata la vida física, no se podrá nada para quitarle la vida eterna.
Juan ha visto el amor actualizado en Jesucristo (v 16a) que ha ofrecido su vida por los hombres. El amor no es, pues, una teoría, sino un ejemplo a imitar (v 16b). Encontramos aquí el alcance experimental que Juan atribuye siempre a la noción de conocimiento. El apóstol, por otra parte, pasa a una aplicación concreta: si nosotros debemos reproducir el amor de Cristo que da su vida por los demás, a fortiori debemos imitarle cuando se trata de dar nuestros bienes a los pobres (v 17) Y termina Juan: no hay conocimiento abstracto de Cristo, como tampoco existe el amor al prójimo de sólo palabras (v 18).
El sacrificio de la cruz ha sido la victoria del amor sobre el odio. El reparto del Pan y de la Palabra en la Eucaristía establece a cada participante en la obediencia al amor incondicional que constituye el misterio de la cruz. Pero el cristiano sabe que un testigo del amor universal encuentra oposiciones, sabe que el pecado constituye -en él y en los demás- un obstáculo a ese amor y contrarresta ese testimonio.
Cada Eucaristía permite, sin embargo, al cristiano salir victorioso del odio, no sólo por la gracia de valor y de paciencia que saca de ella, sino, sobre todo por los lazos de amor fraterno que en ella se tejen (Maertens-Frisque).
"Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos". Pero vosotros os preguntáis y os decís: ¿cuándo vamos a poder poseer semejante caridad? No desesperes enseguida de ti: quizás ha nacido ya. Pero no ha alcanzado aún su perfección; aliméntala, no sea que se ahogue.
Por aquí es por donde comienza el amor. Si todavía no te sientes en disposición de morir por tu hermano disponte al menos a darle algo de lo que tienes. Que la caridad comience ya a conmover tus entrañas, de modo que no lo hagas por jactancia, sino en nombre de la abundancia de tu misericordia, que esa sea la causa de fijarte en el pobre. Porque si no puedes dar a tu hermano algo de lo superfluo ¿cómo podrías entregar tu vida por él? (San Agustín; Tract 5,12-13).
-Queridos míos, es preciso que nos amemos unos a otros... Porque amamos a los hermanos, sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida. No amar es quedarse en la muerte. Esas expresiones tienen una fuerza sorprendente. El amor es la vida. El que no ama es como si no existiera: está muerto. Un día sin amor es un día vacío, insustancial, inexistente, un día muerto. Una vida profesional sin amor, es viento, no es nada o mejor es la nada. Una familia, un matrimonio sin amor es triste, como la muerte. Señor, ¡concédenos el don de amar! No seamos como Caín: estaba de la parte del «Malo» y asesinó a su hermano.
-No os extrañéis hermanos si el mundo os odia... Todo el que odia a su hermano es un asesino... Aquéllos a los que Juan se dirigía, sus corresponsales sufrían entonces la persecución. ¡Odio!... ¡Amor!... Hay que desconfiar. Es menester buscar qué aspecto toma el odio en mi propio corazón. La palabra es dura y hay el riesgo de que nos engañe: ¡Vamos a ver! ¡Yo no odio a nadie, no soy un asesino! ¿Por quién me tomáis? Sin embargo, ¿no hay quizás en mi vida personas que quisiera ver a cien leguas de mí, a las que suprimiría de mi vida si fuera posible? «Pero, Yo os digo: amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os persiguen.»
-Todo el que odia a su hermano es un asesino y sabéis que ningún asesino conserva dentro la vida eterna. Señor, haz que conserve yo en mí tu vida eterna. Señor, ayúdame a soportar a aquéllos hacia los que siento la tentación de no amar. Señor, ayúdame a amar a los que, con mis solas fuerzas, tengo dificultad de amar.
-Hemos comprendido lo que es el amor porque Jesús dio su vida por nosotros. Siempre la misma, la única referencia. Muy bien se acuerda Juan, de cuando estaba al pie de la cruz, donde Jesús daba su vida y amaba a todos los hombres con amor universal: «Perdónalos, Padre, no saben lo que hacen».
-También nosotros debemos dar nuestra vida por nuestros hermanos; debemos amar no de boquilla ni con discursos, sino con obras y en verdad. Nos preguntamos a veces «si amamos realmente». No debemos tener miedo de hacernos esa pregunta. Escuchemos lo que dice san Juan: El amor no es forzosamente algo sensible, sentimental, experimentado... ¡el amor consiste en «actos»! ¿Amo realmente a todos mis compañeros de trabajo, a todos mis familiares? ¡Mirad lo que hacéis! No solamente vuestras intenciones; no os contentéis con buenas palabras. Mirad los hechos, lo que hacéis.
-Si uno posee bienes de este mundo y, viendo que su hermano pasa necesidad, le cierra su corazón, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios? Podemos confiar... si en nuestras jornadas abundan los gestos concretos de «servicio» a los demás. Entonces, el amor de Dios habita en nosotros, aunque a menudo no lo experimentemos. Te ofrezco, Señor, mis actos del día de hoy (Noel Quesson).
El fragmento de hoy está enmarcado en el dualismo escatológico que preside este escrito de la escuela joánica. Por una parte, Dios, que nos ama en Jesús y que da la vida por los hermanos (vv 16-17). De aquí el amor del cristiano, que le hace vivir una vida nueva (14), le hace superar la muerte y vive en la comunión con Dios (17). Pero, por otra parte, el Maligno, que encuentra su inspiración en el odio: por eso, su manera sensible de manifestarse es el homicidio (15). Ahora bien: "el que no ama, permanece en la muerte" (14) y «no tiene en sí la vida eterna» (15). Son dos mundos contrapuestos, antagónicos e irreducibles. Y el autor, ante esta realidad, nos exhorta a amarnos, como signo de la presencia en nosotros de la caridad de Dios (11 y 17). No deja de ser muy interesante el enlace de todo esto con otros puntos de la escuela joánica. Nos dice el evangelio: «En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo cae en tierra y no muere, queda infecundo; en cambio, si muere, da fruto abundante» (Jn 12,24-25). La aplicación a Jesús es muy clara. Pero incluso aquí conviene señalar: el grano de trigo que pasa por la muerte, que quiere la muerte y la quiere por los amigos, es el que da fruto abundante, el que dura para siempre. La muerte consentida, la desaparición aceptada, el sufrimiento asumido son olvido de sí mismo: la caridad. En cambio, el grano de trigo que no muere queda infecundo: es la figura del odio hacia las demás, fruto del amor mal entendido por uno mismo. Por eso dice el cuarto Evangelio a continuación: «Quien ama su vida, la pierde; y quien no ama su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna» (Jn 12,25).
Tal vez la afirmación «sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos» diga mucho más de lo que parece. En realidad, el amor no nos ahorra la muerte, sino que pasa por la muerte: pasa por la desaparición de uno mismo, pasa por el olvido y por el aparente fracaso de la propia realización. Es entonces cuando surge la vida, cuando surge el fruto abundante. Pero en el proceso ha habido dolor, ha habido muerte. El amor de Dios no ha sido una donación ideal y romántica. La nuestra tampoco puede serlo (Oriol Tuñí).
2. El salmo 99, "Salmo para la todáh", es decir, para la acción de gracias en el canto litúrgico, y dice Juan Pablo II: "En los pocos versículos de este himno gozoso pueden identificarse tres elementos tan significativos, que su uso por parte de la comunidad orante cristiana resulta espiritualmente provechoso.
Está, ante todo, la exhortación apremiante a la oración, descrita claramente en dimensión litúrgica. Basta enumerar los verbos en imperativo que marcan el ritmo del salmo y a los que se unen indicaciones de orden cultual: "Aclamad..., servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores. Sabed que el Señor es Dios... Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos, dándole gracias y bendiciendo su nombre" (vv 2-4). Se trata de una serie de invitaciones no sólo a entrar en el área sagrada del templo a través de puertas y atrios (cf. Sal 14,1; 23,3.7-10), sino también a aclamar a Dios con alegría. Es una especie de hilo constante de alabanza que no se rompe jamás, expresándose en una profesión continua de fe y amor. Es una alabanza que desde la tierra sube a Dios, pero que, al mismo tiempo, sostiene el ánimo del creyente.
Quisiera reservar una segunda y breve nota al comienzo mismo del canto, donde el salmista exhorta a toda la tierra a aclamar al Señor (cf v 1). Ciertamente, el salmo fijará luego su atención en el pueblo elegido, pero el horizonte implicado en la alabanza es universal, como sucede a menudo en el Salterio, en particular en los así llamados "himnos al Señor, rey" (cf Sal 95-98). El mundo y la historia no están a merced del destino, del caos o de una necesidad ciega. Por el contrario, están gobernados por un Dios misterioso, sí, pero a la vez deseoso de que la humanidad viva establemente según relaciones justas y auténticas: él "afianzó el orbe, y no se moverá; él gobierna a los pueblos rectamente. (...) Regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad" (Sal 95,10.13).
Por tanto, todos estamos en las manos de Dios, Señor y Rey, y todos lo celebramos, con la confianza de que no nos dejará caer de sus manos de Creador y Padre. Con esta luz se puede apreciar mejor el tercer elemento significativo del salmo. En efecto, en el centro de la alabanza que el salmista pone en nuestros labios hay una especie de profesión de fe, expresada a través de una serie de atributos que definen la realidad íntima de Dios. Este credo esencial contiene las siguientes afirmaciones: el Señor es Dios, el Señor es nuestro creador, nosotros somos su pueblo, el Señor es bueno, su misericordia es eterna y su fidelidad no tiene fin (cf vv 3-5).
Tenemos, ante todo, una renovada confesión de fe en el único Dios, como exige el primer mandamiento del Decálogo: "Yo soy el Señor, tu Dios. (...) No habrá para ti otros dioses delante de mí" (Ex 20,2.3). Y como se repite a menudo en la Biblia: "Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro" (Dt 4,39). Se proclama después la fe en el Dios creador, fuente del ser y de la vida. Sigue la afirmación, expresada a través de la así llamada "fórmula del pacto", de la certeza que Israel tiene de la elección divina: "Somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño" (v 3). Es una certeza que los fieles del nuevo pueblo de Dios hacen suya, con la conciencia de constituir el rebaño que el Pastor supremo de las almas conduce a las praderas eternas del cielo (cf 1 Pe 2,25).
Después de la proclamación de Dios uno, creador y fuente de la alianza, el retrato del Señor cantado por nuestro salmo prosigue con la meditación de tres cualidades divinas exaltadas con frecuencia en el Salterio: la bondad, el amor misericordioso (hésed) y la fidelidad. Son las tres virtudes que caracterizan la alianza de Dios con su pueblo; expresan un vínculo que no se romperá jamás, dentro del flujo de las generaciones y a pesar del río fangoso de los pecados, las rebeliones y las infidelidades humanas. Con serena confianza en el amor divino, que no faltará jamás, el pueblo de Dios se encamina a lo largo de la historia con sus tentaciones y debilidades diarias. Y esta confianza se transforma en canto, al que a veces las palabras ya no bastan, como observa san Agustín: "Cuanto más aumente la caridad, tanto más te darás cuenta de que decías y no decías. En efecto, antes de saborear ciertas cosas creías poder utilizar palabras para mostrar a Dios; al contrario, cuando has comenzado a sentir su gusto, te has dado cuenta de que no eres capaz de explicar adecuadamente lo que pruebas. Pero si te das cuenta de que no sabes expresar con palabras lo que experimentas, ¿acaso deberás por eso callarte y no alabar? (...) No, en absoluto. No serás tan ingrato. A él se deben el honor, el respeto y la mayor alabanza. (...) Escucha el salmo: "Aclama al Señor, tierra entera". Comprenderás el júbilo de toda la tierra, si tú mismo aclamas al Señor" (Exposiciones sobre los Salmos III, 1".
Volvió sobre el tema, hablando de la Alegría de los que entran en el templo: "En el clima de alegría y de fiesta que se prolonga durante esta última semana del tiempo navideño, queremos reanudar nuestra meditación… sobre el salmo 99, que se acaba de proclamar y que constituye una jubilosa invitación a alabar al Señor, pastor de su pueblo. Siete imperativos marcan toda la composición e impulsan a la comunidad fiel a celebrar, en el culto, al Dios del amor y de la alianza: aclamad, servid, entrad en su presencia, reconoced, entrad por sus puertas, dadle gracias, bendecid su nombre. Se puede pensar en una procesión litúrgica, que está a punto de entrar en el templo de Sión para realizar un rito en honor del Señor (cf Sal 14; 23; 94). En el salmo se utilizan algunas palabras características para exaltar el vínculo de alianza que existe entre Dios e Israel. Destaca ante todo la afirmación de una plena pertenencia a Dios: "somos suyos, su pueblo" (Sal 99,3), una afirmación impregnada de orgullo y a la vez de humildad, ya que Israel se presenta como "ovejas de su rebaño" (ib.). En otros textos encontramos la expresión de la relación correspondiente: "El Señor es nuestro Dios" (cf Sal 94,7). Luego vienen las palabras que expresan la relación de amor, la "misericordia" y "fidelidad", unidas a la "bondad" (cf Sal 99,5), que en el original hebreo se formulan precisamente con los términos típicos del pacto que une a Israel con su Dios.
Aparecen también las coordenadas del espacio y del tiempo. En efecto, por una parte, se presenta ante nosotros la tierra entera, con sus habitantes, alabando a Dios (cf v 2); luego, el horizonte se reduce al área sagrada del templo de Jerusalén con sus atrios y sus puertas (cf v 4), donde se congrega la comunidad orante. Por otra parte, se hace referencia al tiempo en sus tres dimensiones fundamentales: el pasado de la creación ("él nos hizo", v 3), el presente de la alianza y del culto ("somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño", v 3) y, por último, el futuro, en el que la fidelidad misericordiosa del Señor se extiende "por todas las edades", mostrándose "eterna" (v 5).
Consideremos ahora brevemente los siete imperativos que constituyen la larga invitación a alabar al Señor y ocupan casi todo el Salmo (cf vv 2-4), antes de encontrar, en el último versículo, su motivación en la exaltación de Dios, contemplado en su identidad íntima y profunda. La primera invitación es a la aclamación jubilosa, que implica a la tierra entera en el canto de alabanza al Creador. Cuando oramos, debemos sentirnos en sintonía con todos los orantes que, en lenguas y formas diversas, ensalzan al único Señor. "Pues -como dice el profeta Malaquías- desde el sol levante hasta el poniente, grande es mi nombre entre las naciones, y en todo lugar se ofrece a mi nombre un sacrificio de incienso y una oblación pura. Pues grande es mi nombre entre las naciones, dice el Señor de los ejércitos" (Ml 1,11).
Luego vienen algunas invitaciones de índole litúrgica y ritual: "servir", "entrar en su presencia", "entrar por las puertas" del templo. Son verbos que, aludiendo también a las audiencias reales, describen los diversos gestos que los fieles realizan cuando entran en el santuario de Sión para participar en la oración comunitaria. Después del canto cósmico, el pueblo de Dios, "las ovejas de su rebaño", su "propiedad entre todos los pueblos" (Ex 19,5), celebra la liturgia.
La invitación a "entrar por sus puertas con acción de gracias", "por sus atrios con himnos", nos recuerda un pasaje del libro Los misterios, de san Ambrosio, donde se describe a los bautizados que se acercan al altar: "El pueblo purificado se acerca al altar de Cristo, diciendo: "Entraré al altar de Dios, al Dios que alegra mi juventud" (Sal 42,4). En efecto, abandonando los despojos del error inveterado, el pueblo, renovado en su juventud como águila, se apresura a participar en este banquete celestial. Por ello, viene y, al ver el altar sacrosanto preparado convenientemente, exclama: "El Señor es mi pastor; nada me falta; en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas" (Sal 22,1-2)" (Opere dogmatiche III, Saemo 17).
Los otros imperativos contenidos en el salmo proponen actitudes religiosas fundamentales del orante: reconocer, dar gracias, bendecir. El verbo reconocer expresa el contenido de la profesión de fe en el único Dios. En efecto, debemos proclamar que sólo "el Señor es Dios" (Sal 99,3), luchando contra toda idolatría y contra toda soberbia y poder humanos opuestos a él. El término de los otros verbos, es decir, dar gracias y bendecir, es también "el nombre" del Señor (cf v 4), o sea, su persona, su presencia eficaz y salvadora. A esta luz, el salmo concluye con una solemne exaltación de Dios, que es una especie de profesión de fe: el Señor es bueno y su fidelidad no nos abandona nunca, porque él está siempre dispuesto a sostenernos con su amor misericordioso. Con esta confianza el orante se abandona al abrazo de su Dios: "Gustad y ved qué bueno es el Señor -dice en otro lugar el salmista-; dichoso el que se acoge a él" (Sal 33,9; cf. 1 P 2,3)".
3. A. Comentario mío de 2007. «Ven y lo verás» es la frase que ahora pronuncia Felipe ante Natanael, eco de la que les dijo a Jesús a los primeros que le siguieron aquellos días: "venid y veréis". Se ve que las palabras de Jesús calaban hondo, y las repetían en su apostolado.
Fueron los primeros en seguir a Cristo: Andrés y Juan, Pedro y Santiago, Felipe y Bartolomé. "He visto a aquellos cinco hombres que seguían a Jesús hacia Galilea.. Y me he quedado siguiéndoles con los ojos... y pensando en esa gesta trascendentalmente gloriosa que, aunque olvidada de los hombres, esos varones de Dios van a realizar. Y con qué sencillez... Yo estaba a un lado del camino, arreglando una de las ruedas de mi carro, cuando vi venir hacia mí a Jesús con Juan, con Andrés y con su hermano Pedro, y, sin querer, escuché la conversación...
Pedro y Andrés dijeron al Señor:
-Mira, Jesús, por ahí viene Felipe, que es, como nosotros, de Betsaida; le conocemos desde la infancia, juntos hemos jugado en la tierra de las calles de nuestro pueblo; es muy noble y generoso, y tiene un gran corazón. Creemos que podría ser uno de los primeros.
Yo miré hacia atrás y vi a un hombre joven que venía de camino, con una especie de saco medio lleno a la espalda. Frente despejada, ojos claros y vivos, alegre semblante, que se acerca sonriendo al grupo que, parado, le esperaba cerca de donde yo estaba distraído con una de las cosas de siempre. Ellos no se fijaron en mí. Cambiaron alegres saludos de amistad y muchas palabras en arameo salieron de sus labios, pero una se quedó grabada en mis oídos, cuyos ecos no se me olvidaron en la vida, y desde entonces todas las cosas me repiten sin cesar:
-Sígueme.
Fue Jesús de Nazaret quien la pronunció. Vi que Felipe arrojó lejos el saco que traía y en seguida, pidiendo permiso, se marchó presuroso, corriendo, por aquella senda que va a Caná.
Yo me quedé pensando, mientras aquellos hombres aguardaban, si Felipe habría ido a despedirse de su casa...; pero no, la senda que cogió no iba en la dirección que traía; además Felipe no tiene la familia en Caná, la tiene en Betsaida.
Yo seguía arreglando la rueda de mi carro mientras ellos esperaban conversando, y no sabía contestarme a mi curiosa pregunta:
-¿Adónde había ido Felipe?
Al mediodía vi que Felipe volvía corriendo al grupo que aguardaba; pero no venía solo. Un hombre, amigo suyo, corría con él, un poco atrás. Llegó Felipe y dijo al Mesías:
-¡Es mi amigo Bartolomé!
-He aquí un verdadero israelita -dijo Jesús cuando se acercaba Natanael- en él que no hay doblez ni engaño.
-¿De dónde me conoces? -preguntó el recién llegado.
-Antes que Felipe te llamara, yo te vi cuando estabas debajo de la higuera.
Natanael se arroja al suelo, y con las rodillas clavadas en el polvo del camino, los ojos abiertos, muy abiertos, dice a Jesús:
-Tú eres el Hijo de Dios.
Entonces fue cuando yo vi claro: comprendí en un momento todo lo que aquel grupo de hombres, que se reunían junto a un camino de Galilea, podía significar para el mundo, para ese mundo distraído, ignorante de que, en aquellos momentos, en uno de los caminos de la tierra, se reunían unos hombres, a campo descubierto, para algo sencillamente trascendental.
Presté más mis oídos, pero no pude escuchar nada. Comenzaron en seguida a andar, y yo me quedé junto a mi carro, viendo alejarse a Jesús, el carpintero, con cinco hombres que se le han reunido... Van hacia Galilea. ¡Cinco hombres se le suman!
Felipe no fue a despedirse, no. Fue, y fue corriendo, a llamar a un amigo, a traerle a ese camino seguro, como son todos los caminos cuando por ellos se sigue muy de cerca al Señor. No fue a despedirse, empleó el tiempo de la despedida en avisar a un nuevo apóstol, en ganar a un hombre para la revolución sobrenatural, hacia la que se dirigen aquellos hombres por el camino de Galilea (cf. Camino, no. 806: J. A. González Lobato: "Caminando con Jesús").
Vemos a Natanael y nos sorprendemos, por el diálogo secreto que mantiene con Jesús. No sabemos a qué se refería Jesús cuando le dice que le vio debajo de la higuera, pero bien podría él estar desengañado de la vida, pensando en que si había un sentido, una vocación, un Dios que le llamara para algo, que le diera un signo, y Jesús al referirse a aquel "ya te vi…" le hace ver el signo que esperaba, por eso le llama "Maestro" y proclama su fe: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». También alaba Jesús la sencillez del nuevo apóstol. Son muchos los momentos de su predicación en los que el Señor se refiere a esta virtud; aquí admira la ausencia de doblez en Natanael.
Vemos también hoy la amistad firme de Felipe, sin la que su amigo no hubiera encontrado a Jesús. "Nadie como Él puede llenar el corazón del hombre de paz y felicidad. Si Jesús vive en tu corazón, el deseo de compartirlo se convertirá en una necesidad. De aquí nace el sentido del apostolado cristiano. Cuando Jesús, más tarde, nos invite a tirar las redes nos dirá a cada uno de nosotros que debemos ser pescadores de hombres, que son muchos los que necesitan a Dios, que el hambre de trascendencia, de verdad, de felicidad... hay Alguien que puede colmarla por completo: Jesucristo" (Rafael Felipe).
«Solamente Jesucristo es para nosotros todas las cosas (…). ¡Dichoso el hombre que espera en Él!» (San Ambrosio). Nadie puede dar lo que no tiene, por eso necesitamos tratar a Jesús para poder mostrarlo a otros, así han hecho los santos. El mejor modo de tratarlo es en el pan y la palabra, la Eucaristía y la oración.
B. Comentario de textos que tomo de mercaba.org en 2009. Jn 1, 43-51. Otros dos discípulos siguen a Jesús. Primero es Felipe, del mismo pueblo que Andrés y Pedro. Y Felipe se lo va a decir a su amigo Natanael. Se va extendiendo la buena noticia. Los familiares y los amigos se comunican la llamada. Natanael es el representante de tantas buenas personas que sin embargo son víctimas de algún prejuicio: «¿de Nazaret puede salir algo bueno?» Pero tiene buenas disposiciones. Hace caso a Felipe, «ven y lo verás», y pronto se deja ganar por Jesús, hasta llegar a la hermosa confesión de fe: «Maestro, tú eres el Hijo de Dios». Del aprecio hacia una persona que habla bien y hace milagros, llega hasta la revelación de Jesús como el Hijo del Hombre, acompañado, como en la escala de Jacob, de ángeles que suben y bajan del cielo abierto.
El amor al prójimo es el resumen de todas las enseñanzas de Jesús en el Evangelio. Es también, siguiendo la carta de Juan, el fruto coherente de nuestra celebración de Navidad. Hubiera sido mucho más cómodo que la ley cristiana más característica fuera la oración, o la ofrenda de un sacrificio a Dios, en agradecimiento por el amor que nos ha mostrado. Pero el encargo de Jesús es el amor. Hubiera resultado mucho más tranquilizante que la Eucaristía terminara en el «podéis ir en paz». Pero tiene una continuidad, que abarca el resto del día o de la semana. Porque el mismo que nos ha dicho «este pan es mi Cuerpo, tomad y comed», nos ha dicho también: «lo que hiciereis a uno de esos lo hacéis a mí... estuve enfermo y me visitasteis».
Ya que al atardecer de la vida nos examinarán del amor, vale la pena que nos adelantemos a este examen nosotros mismos, por ejemplo sacando conclusiones de esta Navidad y en el comienzo de un nuevo año: ¿amamos a los hermanos, hasta las últimas consecuencias, como Cristo, que dio su vida por los demás? ¿o al contrario, los odiamos, y así puede aplicársenos a nosotros la acusación de homicidio, como a Caín? Hay maneras y maneras de asesinar al hermano: también con nuestros juicios y condenas, con nuestras palabras y actitudes, con nuestros silencios y rencores. Si no amamos, no sólo de palabra sino de obra, ha sido vana nuestra fe. Han sido falsas nuestras fiestas. No hemos acogido al Hijo enviado por Dios. No podemos decir que creemos en Jesús, ni que nos mantenemos en comunión de vida con Dios. Estamos en la oscuridad y en la muerte.
El episodio de Felipe y Natanael nos puede interpelar también a cada uno de nosotros. Felipe, como ayer Andrés a su hermano Simón, comunica a Natanael la noticia. No se desanima por la respuesta un tanto despectiva que recibe, y juntos van a donde está Jesús. Felipe ha sido el colaborador de una vocación apostólica. ¿Aprovechamos nosotros la ocasión oportuna para transmitir nuestra fe, nuestra convicción, con palabras o con hechos, a tantas personas de buena voluntad que tal vez lo único que necesitan es una palabra de orientación o de ánimo o superar algún prejuicio?
Un momento de la Eucaristía que cada vez nos recuerda el mandamiento del amor fraterno es el gesto de la paz. Antes de ir juntos a recibir a Cristo, cada uno en unión con él, se nos invita a que nos demos la paz unos a otros, o sea, que hagamos un gesto simbólico con los más cercanos de que queremos progresar en fraternidad, que acudimos a la mesa común con ánimo de reconciliación. Es una lección diaria, que intenta corregir nuestro egoísmo, y nos hace entender la Eucaristía en toda la profundidad de su lección: recibimos al Cristo «entregado por», y por tanto debemos ir aprendiendo de él a ser nosotros también «entregados por» nuestros hermanos a lo largo de nuestra jornada y semana (J. Aldazábal).
El relato de la vocación de los primeros discípulos, iniciado el 3 de enero, continúa hoy con el llamamiento de Felipe y el de Natanael (algunos no lo identifican con Bartolomé necesariamente). Pero esos llamamientos son superados por la promesa misteriosa que Cristo hace de una nueva escala de Jacob (v. 51).
a) Natanael estaba probablemente bastante versado en las Escrituras, hasta el punto de ser conocido como un doctor de la ley. Quizá por esa razón se dirigiera a él Felipe haciendo alusión "a aquel de quien se ha hablado en la ley y los profetas" (v. 45), estuviera sentado debajo de una higuera, costumbre peculiar de los sabios de la época (v. 49) y compartiera el desprecio de los sabios por todo lo que pudiera proceder de Nazareth (v 46; cf Jn 7,52; 7,41-42). Ya he dicho mi opinión, de su búsqueda personal… no comparto que fuera solo algo intelectual, como dice aquí este comentario. El origen humano del Mesías choca a sus conciudadanos. Pero a Natanael, demasiado implicado en su visión rabínica de las cosas, Felipe le propone una conversión: "ven y ve" (v. 46). Se trata, en efecto, realmente de un llamamiento a la conversión, puesto que se puede decir que el relato de Jn 1 está enteramente dominado por la idea de ver (cf Jn 1, 39). Esta palabra no designa para Juan tan solo una mirada simplemente material sobre la humanidad de Cristo, sino una contemplación de su gloria y de su divinidad. En ese sentido es como ha "visto" el Bautista al Espíritu descender sobre Cristo.
b) Ahora bien, Cristo llama precisamente a Natanael para realizar esa "conversión de la vista" y para pasar de la mirada sobre la humanidad de Jesús a la contemplación de su gloria. Para impulsarle a ese cambio, Cristo actúa con habilidad comenzando por hacer el elogio del discípulo: es "verdaderamente Israel", o "verdaderamente hijo de Israel" (v. 47); en otras palabra, va a poder realizar en plenitud lo que el patriarca Israel (o Jacob) no pudo más que entrever: ese es el sentido habitual de "verdadero" o "verdaderamente" en San Juan. En efecto, lo mismo que Jacob tuvo la clara visión de Yahvé en Betel (Gén 28, 10-17), Natanael verá así a Dios en la persona de Cristo (v 51). Pero la conversión de Natanael se realiza gradualmente. En la primera etapa ha visto a Jesús hijo de José (v 45), la segunda le lleva ya a profesar la mesianidad de ese Jesús (v 49); nos queda la tercera, en la que reconocerá a la vez su divinidad (cielo abierto, ángeles, etc....) y su humillación (Hijo del hombre: v 51; cf Jn 3,14; 8,28; 12,22-34; 13,31).
En cierto modo es un itinerario catecuménico lo que Juan propone al analizar la conversión progresiva de Natanael: de la humanidad de Cristo a su mesianidad; de la mesianidad al misterio pascual de la humillación y de la exaltación.
La mirada humana basta para ver la humanidad de Cristo y esa mirada originará muchas veces desprecio y falta de comprensión. Se necesita ya cierta fe para leer la mesianidad de Cristo en determinados signos como el que se describe en el versículo 48 y los que irán apareciendo a lo largo de la vida de Cristo (cf Jn 2,11; 2,23; 4,54). Pero sólo la verdadera fe puede leer el signo por excelencia, la humillación y la glorificación del Hijo del hombre en su misterio pascual (Jn 2,18-21; 8,28; 3,12-15).
Los ángeles suben y bajan sobre el Hijo del hombre (v.51), sin duda para indicar el doble movimiento del misterio pascual: en efecto, ¿quién puede subir a los cielos sino Aquel que ha bajado de allí? (Jn 3,13).
Un pasaje como el que leemos hoy impele al cristiano a verificar el grado de su fe. ¿Se trata tan sólo de una concepción del Cristo-hombre, como sería el caso si su piedad de Navidad se dejara impresionar tan sólo por la pobreza y la debilidad del Niño de Belén? La religión se vería expuesta entonces a perderse en el sentimentalismo. ¿Se trata ya de la inteligencia de los "signos" y de los "milagros" de Cristo, reconociendo en El un auténtico enviado de Dios? ¡Entonces la religión se expondría a perderse en la apologética! Ojalá pudiera consistir en "ver", en el sentido joánico de la palabra, la humillación-exaltación de Cristo en su Pascua y en aceptar modestamente seguirla para caminar con El y saber al fin dónde mora (Maertens-Frisque; en mi opinión, como he apuntado antes, si el texto no es solo un comentario teológico sino un apunte de un encuentro con Jesús, falla algo en este tipo de exégesis: el impacto de Jesús que cala hondo en la necesidad de Natanael: "te vi cuando estabas en la higuera" significa algo como "sé en lo que pensabas, y aquí estoy yo que te llamo", pienso que hay algo de eso para entender el contexto de la respuesta de "tú eres el hijo de Dios", es decir que hay dotes adivinatorias en Jesús, discernimiento del corazón, de los espíritus).
¡Natanael! Un hombre recto, un modelo en su género... Un escriba. Bajo su higuera, escudriña minuciosa y fielmente el bien y el mal. Ciertamente, no es un espíritu abierto a lo inesperado, sino que tiene muy claras sus propias ideas, aunque, eso sí, no sabe mentir. ¡Cuántos "profesionales! de la religión se le parecen... ¡Pero al menos Natanael se fía de Felipe. ¿Y otra vez la historia de la mirada...! "Te vi", dice Jesús... El escriba se siente subyugado. Un poco aprisa, la verdad, lo cual demuestra que Jesús es un consumado seductor. Pero hay que ir más allá de la primera manifestación: "¡Has de ver cosas aún mayores!". Natanael, vas a ver lo que sólo la fe puede contemplar... Donde escrutabas la palabra como una tupida red, descubrirás el cielo abierto y una palabra que no esperabas. Donde te apresurabas a exclamar: "Tú eres el Hijo de Dios", verás a un Hijo de hombre al que Dios resucitó a pesar de la muerte. Eras escriba: ¡en adelante serás testigo del amor! ¡Pues así son nuestras vidas! Escudriñamos el bien y el mal para saber hasta dónde llegará el amor, para definir sus límites y sus exigencias. Somos honrados y, sin embargo, nos sentimos incómodos en nuestro corazón, que tarde o temprano nos acusa. Por querer vivir el amor sin dejar que su fuente nos vivifique, ya no nos atrevemos a estar confiadamente delante de Dios. Y es preciso que un día alguien nos mire y nos diga: "¡Te conozco!". El nos conoce con su corazón y nos lleva más allá, hasta la visión de la fuente, donde todo se vuelve posible, porque todo está bañado en Dios (Sal terrae).
Es interesante destacar la exclusividad con que hay que afrontar el seguimiento de Jesús. Para Juan no es "el evangelio del reino de Dios" con sus exigencias de conversión y de fe en la buena nueva (Mc 1, 14) lo que ha de despertar a los hombres y moverlos a que se adhieran a Jesús, en Juan ni siquiera hay un mensaje que se pueda distinguir y separar de él; de lo que se trata es de la persona y figura de Jesús, a quien los hombres se adhieren y lo reconocen o cuya aceptación rechazan.
Jesús encuentra a Felipe y le invita a seguirle. Felipe encuentra por su parte a Natanael, al que se ha considerado como su amigo o conocido y le dice: "aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los Profetas lo hemos encontrado", a Jesús, hijo de José, de Nazaret.
El evangelista se interesa por la "reaccción en cadena" por la cual debió formarse el círculo de los doce según sus ideas. De hombre a hombre. De amigo a amigo. Andrés da la noticia a su hermano Pedro. Felipe a Natanael. ¿Tú sabes hablar con naturalidad de Jesús a tus amigos y vecinos?
-"Natanael le replicó: "¿De Nazaret puede salir algo bueno?" Contestación que indica que en tiempos de Jesús aquella gente no gozaba de buena reputación. Natanael se queda con su primera impresión, una impresión muy humana. A Natanael le costó mucho descubrir al Hijo de Dios en los signos pobres de Jesús de Nazaret. Pero dio el paso definitivo tomando una opción fundamental por Cristo. También nosotros, a menudo, colocamos una etiqueta sobre las personas a quienes creemos conocer bien. Quedamos con frecuencia prisioneros de juicios a priori, de prejuicios. Reflejamos incontroladamente opiniones que están en nuestro ambiente... Jesús por el momento es considerado solamente como "alguien de Nazaret" y se desprecia todo lo que viene de Nazaret. ¿De quién siento la tentación de decir: de esta persona. de este grupo, de este movimiento, de este ambiente, no puede salir nada bueno?
-"Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño". Una afirmación de Jesús que supone lógicamente que Natanael acaba superando el obstáculo que suponía el origen de Jesús de Nazaret. Es también una afirmación de Jesús que está por encima de los prejuicios que los demás puedan tener. Nosotros nos limitamos la mayoría de las veces a contradecir enseguida a los que no piensan como nosotros, en vez de ayudar a los demás a expresarse y a decir todo lo que tengan que decir, aunque sea en contra nuestra.
-"Natanael le contesta ¿De qué me conoces?" La llamada de Jesús es mirada hasta el fondo del corazón, como llamándonos por el nombre, que sólo Dios ha podido grabar en la profundidad de nuestro ser. La revelación que Jesús trae es algo que sorprende al hombre, porque de inmediato le descubre la verdad sobre sí mismo. Dice S. Agustín: "Lo que hoy es cada uno, apenas si uno mismo lo sabe".
-Déjarme mirar por Jesús
-Al día siguiente Jesús decidió salir hacia Galilea. Me alegro de descubrir hoy esta palabra: "Jesús decidió." La decisión, acto humano por excelencia. Entre todas las cosas posibles, después de haber sopesado el pro y el contra, se escoge una, se decide. Jesús ha tomado decisiones. Ayúdame, Señor, en las decisiones que tenga que tomar.
-Encontró a Felipe y le dijo: "Sígueme". Felipe era de Betsaida, como Andrés y Pedro. Encontramos de nuevo la doble constatación de ayer: 1º Iniciativa de Dios. Es Jesús quien toma la delantera. Misterio de la elección: ¿por qué él, Felipe, y no otro? ¿Por qué Tú me has escogido, Señor? Ayuda, Señor, a cada hombre a responder precisamente a lo que Tú esperas de el. 2º Respeto a los condicionamientos humanos. Importancia de las relaciones: eran conciudadanos, de la misma localidad, se conocían ya humanamente.
-Felipe inmediatamente, habla de Jesús a uno de sus amigos, Natanael. Reacción en cadena, de hombre a hombre, de amigo a amigo. Andrés da la noticia a su hermano Pedro. Felipe la da a Natanael. ¿Tengo la suficiente familiaridad contigo, Señor, para saber hablar de ti con naturalidad a mis amigos? como se habla de un amigo... y para compartir esta amistad.
-Díjole Natanael: "¿De Nazaret puede salir algo bueno?" Por el momento Natanael se queda con su primera impresión, una impresión muy humana. También nosotros, a menudo, colocamos una etiqueta sobre las personas a quienes creemos conocer bien. Quedamos con frecuencia prisioneros de juicios a priori, de prejuicios. Reflejamos incontroladamente opiniones que están en nuestro ambiente... que llevamos al ambiente de los demás. Jesús por el momento es considerado solamente como "alguien de Nazaret" y se desprecia todo lo que viene de Nazaret. Trato de detenerme unos momentos para analizar mis propios desprecios. ¿De quién siento también la tentación de decir: de este grupo, de este movimiento, de este ambiente, no puede salir nada bueno?...
-He aquí un verdadero hijo de Israel, en quien no hay engaño. Lejos de incomodar a Jesús, esta franqueza le place. Cuando hay un conflicto escondido, una mentalidad inconsciente, una reacción afectiva interna, reprimida... conviene a veces airearla, que salga a pleno día. Señor, ayúdanos a escucharnos los unos a los otros. Ayúdanos a no contradecir enseguida a los que no piensan como nosotros. Haz de nosotros, Señor, personas que favorezcan el verdadero dialogo, que ayuden a los demás a expresarse y a decir todo lo que tengan que decir. Y sobre todo, Señor danos la gracias de la lealtad, de la verdad, del valor... para decir todo lo que en el fondo pensamos... en lugar de cerrarnos por miedo a lo que los demás piensen de nosotros.
-"Antes que Felipe te llamase, cuando estabas debajo de la higuera, te vi". Jesús lee el interior del corazón. Señor, dejo que Tú me mires. Tu mirada en este momento está vuelta hacia mí. ¿Qué observas en mí?
-Rabbí, Tú eres el Hijo de Dios".--"Sí, en verdad os digo que veréis abrirse el cielo, y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre. En verdad aquí hay una conversión de la mirada. Es una revisión, una nueva visión, una manera más profunda de mirar. Natanael ha pasado de un mirar simplemente humano cargado de prejuicios y centrado en la humanidad de Jesús... a un mirar de fe que va más allá de las apariencias y que se sumerge en las realidades profundas de la persona de Jesús... el cielo se ha abierto sobre El (Noel Quesson).
Una estampa muy cotidiana: amigos que se marchan para un lugar conocido. Felipe es invitado y a su vez invita a Natanael, a quien le hace saber que se han encontrado con alguien conocido de quien habla la tradición. Cuando llega a sabe que aquel de quien le hablan es de Nazaret, se burla, como acostumbraban los judíos que se creían auténticos, frente a los del norte. No creen que de un lugar marginal, e impuro según ellos, venga alguien con valores que puedan decir algo a la humanidad. Como se puede apreciar, Natanael, hombre del pueblo, predispuesto para el cambio, se deja invadir por los prejuicios aprendidos en la sociedad que le ha tocado vivir. Como él son muchos los judíos dispuestos a dar el paso, pero se detienen como si les faltara algo: una fe renovada y de mayores compromisos. Jesús entiende todos los inconvenientes que tienen que afrontar sus seguidores, y en ningún momento les censura. El hecho de recordarle a Natanael cuál es su origen lo coloca en frente de la verdad judía según la cual el advenimiento del Mesías debería estar rodeado de acciones extraordinarias jamás conocidas por los seres humanos. En la mentalidad judía era "lógico" que el Mesías debía tener un poder parecido al de un Dios o al de un rey; no les cabía en la mente que una persona nacida en una humilde y marginada aldea pudiera ser "el Ungido", el Cristo.
Aunque Natanael reconoce emocionadamente en Jesús al "Hijo de Dios" y rey de Israel, Jesús sabe que esa emoción, con la que se es capaz de hacer las más fervientes demostraciones de fe, puede ser pasajera, y por eso le advierte sobre "lo poco que ha visto" todavía (servicio bíblico latinoamericano).
San Efrén (hacia 306-373) diácono en Siria, doctor de la Iglesia, en su Himno I sobre la Resurrección problama "El pueblo que habita en las tinieblas ha visto una gran luz": Jesús, Señor nuestro, Cristo / Se nos ha manifestado desde el seno del Padre / Ha venido a sacarnos de las tinieblas / Y nos ha iluminado con su luz admirable / Ha amanecido el gran día para la humanidad / El poder de las tinieblas ha sido vencido / De su luz nos ha nacido una luz / Que ilumina nuestros ojos entenebrecidos // Ha hecho brillar la gloria en el mundo / Ha iluminado los abismos oscuros / La muerte ha sido aniquilada, las tinieblas ya no existen / Las puertas del infierno han sido abatidas // El ha iluminado a toda criatura / Tinieblas desde los tiempos antiguos / Ha realizado la salvación y nos ha dado la vida; / Volverá en gloria e iluminará los ojos de los que le esperan // Nuestro Rey viene en su esplendor / Salgamos a su encuentro con las lámparas encendidas / Alegrémonos en él como el se regocija con nosotros / Y nos alegra con su gloriosa luz // Hermanos míos, levantaos, preparaos / A dar gracias a nuestro Rey y Salvador / Que vendrá en su gloria y nos alegrará / Con su gozosa luz en el Reino".
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