Domingo 4 de Adviento, ciclo C. María exulta de gozo porque lleva el Señor, y nos lo comunica
Profeta Miqueas 5,2-5a. Esto dice el Señor: Pero tú, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel. Su origen es desde lo antiguo, de tiempo inmemorial. Los entrega hasta el tiempo en que la madre dé a luz, y el resto de sus hermanos retornarán a los hijos de Israel. En pie pastoreará con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del Señor su Dios. Habitarán tranquilos porque se mostrará grande hasta los confines de la tierra, y ésta será nuestra paz.
Salmo 79,2ac y 3b.15-16.18-19. R/. Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.
Pastor de Israel, escucha, tú que te sientas sobre querubines, resplandece. Despierta tu poder y ven a salvarnos.
Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó, y que tú hiciste vigorosa.
Que tu mano proteja a tu escogido, al hombre que tú fortaleciste, no nos alejaremos de ti; danos vida, para que invoquemos tu nombre.
Carta a los Hebreos 10,5-10. Hermanos: Cuando Cristo entró en el mundo dijo: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias.
Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: «Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad»
Primero dice: No quieres ni aceptas sacrificios ni ofrendas, holocaustos ni víctimas expiatorias; -que se ofrecen según la ley-
Después, añade: Aquí estoy yo ahora para hacer tu voluntad.
Niega lo primero, para afirmar lo segundo.
Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre
Evangelio según San Lucas 1,39-45. En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
En cuanto Isabel. oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo, y dijo a voz en grito:
-¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.
Comentario: Santa María de la O. Aunque esta fiesta mariana no figura hoy en el calendario litúrgico de la Iglesia, al menos en su nomenclatura universal, sí que hunde sus raíces tradicionales, devocionales y emocionales, en la religiosidad navideña del pueblo cristiano.
Bueno será, pues, evocarla en este IV domingo de Adviento, iluminado todo él por la figura de María, a las puertas mismas del Portal de Belén.
Una semana antes de la Nochebuena celebrábase, con ternura y con fe, la Expectación del parto de Nuestra Señora, por ella misma en su momento histórico, y por la Iglesia entera durante siglos.
Entraba así el Pueblo de Dios en el corazón de la Madre del Señor, haciendo propios sus sentimientos penúltimos ante el acontecimiento más sagrado de todos los tiempos. Las ásperas consonantes del vocablo «expectación», fueron gradualmente sustituidas en nuestro idioma por las más suaves y poéticas de Virgen de la Esperanza y Santa María de la O.
Lo primero, se entiende de inmediato; lo segundo requiere una explicación, que paso a darles. En la cuenta atrás de una semana, a partir del 25 de diciembre, y en el Oficio de Vísperas, cantado desde siglos en monasterios y catedrales, figura una septenario de antífonas, o minúsculas estrofas latinas, musicalizadas dulcemente en notas gregorianas, todas ellas de signo admirativo ante el misterio de la Navidad y que, por ello, arrancan con la interjección ¡Oh!, en latín sin hache.
Una ¡O! del asombro, de la adoración silenciosa, del arrobo místico, del amor embobado, que la Iglesia recita en estos términos:
«¡Oh Pastor de la casa de Israel, Sabiduría del Padre, Sol naciente, Hijo de David, Estandarte de las naciones, Emmanuel, Rey nuestro, Esperanza de los pueblos!». Estos y otros aún más bellos requiebros los intuye la Iglesia en el corazón de la Virgen antes del Parto, y los recita con ella mientras prepara, en el corazón de los creyentes, los pañales del Mesías.
En las lecturas de la misa el profeta Oseas (5,1-4a) felicita exultante a la ciudad de Belén de Judá, como cuna del Mesías.
La Carta a los Hebreos (10, 5-10) transcribe el ofrecimiento inaugural del Verbo Encarnado en el seno de María: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad». Mientras tanto, el evangelista San Lucas (1,39-45) pincela el bello icono de la Visitación de Nuestra Señora a su prima Santa Isabel, musicalizado en el Magnificat. Tres escritos sagrados que incentivan hoy, más que nunca, el anhelo universal de los hombres: ¡Ven, Señor Jesús! (Antonio Montero).
Preparar las cosas es signo de madurez en el obrar, es signo de nuestra vida. No podemos dejar las cosas al acaso, a la espontaneidad, a la fortuna. Preparamos aquello que nos interesa: unas oposiciones, un viaje, una comida... tantas y tantas cosas.
La Navidad es algo que tiene que romper nuestro egoísmo, nuestra cerrazón, para abrirnos a los demás. No tenemos que contentarnos con una colaboración en las campañas de Navidad. Tenemos que hacer algo más: ponernos en camino hacia el otro, sea familiar, amigo o desconocido. Esto es lo que hizo María ante su Navidad: ponerse en camino a casa de Isabel. Y nosotros que todavía estamos a tiempo ahora que todavía faltan unas fechas, podemos preguntarnos: ¿nos hemos puesto en camino por algo, por alguien? (Andrés Pardo).
Dichosa maría que unió virginidad, fecundidad y humildad. "Venerad, pues, los casados la integridad y pureza de aquel cuerpo mortal; admirad vosotras vírgenes consagradas la fecundidad de la Virgen; imitad, hombres todos, la humildad de la Madre de Dios, honrad ángeles santos a la Madre de vuestro Rey... a cuya dignidad sea dada todo gloria y honor" (S. Bernardo, Homilía 1, sobre el Missus est).
La figura de María tiene un lugar relevante en este domingo de Adviento, María se pone en camino y nos lleva al encuentro del Señor Jesús; se dirige a casa de su pariente Isabel donde escucharemos la magnifica alabanza a nuestra Madre «Dichosa tú que has creído. Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».
La dicha que experimenta María está motivada por su «Sí» a Dios: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). De su «Sí» dependía no sólo su alegría si no la alegría de toda la humanidad.
Al no poder contener tanto gozo, va al encuentro de Isabel que también ha sido objeto del amor misericordioso de Dios: qué grande es él, al mostrarnos que ha querido valerse de la pequeñez y fragilidad de dos mujeres movidas por el mismo Espíritu y unidas en la acción salvadora de Dios. Pero es la fe de María, su apertura y disponibilidad incondicional, su servicialidad al Hijo de Dios, lo que debe movernos en este día. Necesitamos como Ella, creer firmemente para alcanzar la madurez de una fe adulta. Debemos profundizar, estudiar, ilustrar nuestra fe, no sólo para adquirir conocimientos, sino para iluminarla desde el don del Espíritu que nos es comunicado en la oración, en la meditación; Ella «Todo lo meditaba en su corazón»; necesitamos como Ella salir al encuentro de nuestros hermanos para compartir el gozo de la salvación traída por el Señor; estos días previos a la Navidad deben ir acompañados de gestos concretos y uno de ellos debe ser en torno a la Paz; la mejor manera de celebrar la Navidad cristiana es construyendo la Paz.
Paz entre todos los que la hemos quebrado: las rencillas en la familia, con los amigos, los vecinos, hasta dejar que los derechos humanos sean pisoteados entre nosotros o lejos de nosotros. Abrirnos a este niño que es la Paz, es escoger un estilo de vida sencillo, en el que los valores humanos de la coherencia, la honradez, la fraternidad, la amistad, sean parte de nuestro modo de ser y actuar; es llenarnos de un profundo respeto hacia cada persona por lo que es y está llamada a ser.
El Jesús que nos presenta y nos trae María es la Paz. La Eucaristía de cada domingo es la celebración de la Paz. Celebrémosla preparándonos a recibirla (CE de Liturgia Perú).
Dime, niño, ¿de quién eres?
Ya suena, ya revolotea por los aires decembrinos de la Navidad este villancico con fortuna, lo mismo en las ondas incansables de la radio, que en la música ambiental de los grandes almacenes, o en el microcosmos luciente y sonoro de los belenes domésticos. Sí, es cierto que hay otros dos villancicos que tal vez lo superan en notoriedad y algarabía: el de Los peces en el río y el de ¡Arre, arre la marimorena! Pero el primero se queda en un sonsonete pegadizo, en tanto que el otro nos suena a barato tirando a ramplón.
En cambio, en el Dime niño, nos dice así, espabilado y sin pestañear, el chiquillo vestido de blanco: "Soy de la Virgen María y del Espíritu Santo". O sea, nos cuela de rondón en la luz del misterio. Mas, como estamos en un villancico, rompemos a cantar con alborozo, pero sin estridencias (no abusar de los panderos para que se nos oiga): "Resuenen con alegría los cánticos de mi tierra y ¡viva el Niño de Dios, que nació en la Nochebuena!" Después, sólo nos queda, como contrapunto, la estrofilla final con un deje poético de nostalgia y un guiño, muy español, a la hermana muerte: "La nochebuena se viene, la nochebuena se va; y nosotros nos iremos y no volveremos más".
Trátase aquí, a mi gusto, de una pieza muy lograda, que merece lectura y comentario, como me dispongo a intentar. Ante el terremoto que provocó en la historia humana la venida a este mundo de Jesús de Nazaret, ante el desafío que sigue planteándole a la humanidad, dos mil años después, la figura suprahistórica de Cristo, considero muy puesta en razón la pregunta de siempre: -Jesús, ¿quién eres tú? Ya se la hicieron a Él los discípulos de Juan (Mt. 11, 3), al tiempo que se preguntaban sus paísanos de Nazaret, al comprobar su sabiduría y sus prodigios: ¿No es éste el hijo del carpintero? (Mc. 6,3).
Nacido de una mujer. Recuperemos la gracia inefable de nuestro villancico. En su texto cantado, donde casan tan bellamente la letra con la música, se le pregunta a Jesús, como tantas otras veces a cualquier niño: -¿Y tú, de quién eres? Bonita expresión para preguntarle por los padres. Cualquier niño bien educado contesta que de fulanito y fulanita, de Manolo y Mercedes. En nuestro caso, la respuesta se mantiene en esa misma línea, pero con diferencias muy llamativas. El niño habla primero de su madre y después de un progenitor insólito: Soy de la Virgen María y del Espíritu Santo. Así lo confesamos en el Credo: Concibió por obra del Espíritu Santo, fundados en las palabras de Gabriel: El Espíritu Santo descenderá sobre ti. Según los catecismos clásicos, ¡Oh infinito respeto!, el Espíritu Santo entró en el seno de María como el rayo de sol por el cristal, sin romperlo ni mancharlo.
¿No intuiría esto el poeta anónimo, autor de la letra, al presentar al pequeño todo vestido de blanco? La blancura en grado sumo nos remite a la santidad, a la pureza absoluta. La mediación de María merece párrafo propio. Porque aquí radica nuestro parentesco irrenunciable con Jesús de Nazaret, hijo de Dios y salvador del mundo. "Por eso, lo que de ti nacerá, le dijo Gabriel, será llamado el Hijo del Altísimo". Llegada la plenitud de los tiempos, añadiría san Pablo en un texto lapidario, "Envió Dios a su Hijo al mundo, nacido de mujer, sometido a la ley" (Gál 4,4). Semejante en todo a nosotros menos en el pecado. Todo lo dicho lo compendia hermosamente san Agustín con la afirmación de que Dios se hizo hombre para hacernos dioses a nosotros.
¿De quién es Jesús? Jugando un poco con las palabras, pero sin violentar su sentido, yo haría también otra lectura de la pregunta del villancico. No me planteo, Jesús, quién eres tú, que ya me lo sé; ni de quién procedes, como Dios y como hombre, lo cual, por tu gracia, también lo profeso. Mis tiros van por otro lado. ¿De quién eres, Señor? Una vez que estás aquí, ¿quién o quiénes son tus propietarios? ¿Cuál es tu grupo? ¿Dónde se te puede encontrar en un mundo tan plural, tan heterogéneo, tan contradictorio, tan caótico? No me atrevo a preguntarte si eres sólo de los nuestros o de todos. Pero, ahí quedan las preguntas.
Pensándomelo bien, encuentro en el Evangelio elementos y vestigios sobrados para intuir, para aproximarme un poco, a las respuestas. Es claro que en el acontecimiento de Belén, tú no le hiciste ascos a nacer en un pesebre. Cierto que tus padres no lo pretendieron adrede, sino que buscaron antes un recinto más idóneo que un establo.
Tampoco es que tú ni ellos hiciérais una opción refinada por la miseria; pero eráis pobres, y entre pobres naciste. Uno deduce, leyendo luego tus Bienaventuranzas y tu propia existencia posterior (no tenías donde reclinar la cabeza) que los pobres, no por sus indigencias, sino por su riqueza interior -humildad, austeridad, ayuda mútua, confianza en el Padre- eran afines a ti y siempre estarás con ellos, porque lo que hagamos con el más pequeño, contigo lo hacemos.
Paso la página de san Lucas y contemplo la escena de los Pastores. No los idealicemos. Eran gente ruda y corriente, digamos que trabajadores por cuenta ajena, que cumplen su deber a la intemperie nocturna, ganando el pan honradamente y llevándose bien entre sí. El sector más numeroso y más sano de la sociedad, que, entonces como ahora, sostiene, construye, en gran medida, lo que llamamos el bienestar común. El pueblo llano, el mundo del trabajo, la clase baja, y quizá la media baja, en los baremos de la época, si es que guardaban los rebaños propios. Ellos escucharon el canto de los ángeles, acudieron presurosos a la cueva, y se llenaron de gozo al ver al Niño y a su madre. Me pregunto: Sin su corazón sencillo, sin su opción por el bien, sin su disponibilidad hacia el prójimo, sin su fe de israelitas, ¿habrían merecido oir el canto de los ángeles, habrían echado a correr para ver al Niño en un pesebre? Gentes de bien, hombres y mujeres del trabajo y la familia, de costumbres honestas, de religiosidad sencilla: todos estuvísteis con los pastores de Belén.
Los buscadores de la Verdad. Caso aparte, pero no menos significativo, fue el de los Magos de Oriente. Su aventura presenta destellos mágicos, perdón por la redundancia. Son gentes de estudio, que miran al cielo. Son sujetos abiertos a la suerte futura de la humanidad de su tiempo. Digamos que intelectuales, con un componente de utopía. Pero, no sólo eso. Hombres nada aburguesados, aunque desahogados en su economía, sin llegar a Reyes, como los ha mitificado la tradición cristiana.
Contrariamente a los intelectuales de salón, aparecen abnegados para afrontar un largo viaje, son constantes en el seguimiento de la estrella, buscan la verdad entre los doctores de Jerusalén, informan ingenuamente a Herodes, caen de rodillas ante el Niño y ante la madre, ofrecen ricos presentes. No era allí donde se rechazaba a Herodes, a los maestros de Israel o a las demás gentes de Belén. La cueva no tenía puertas. Pero, junto a los pobres y sencillos, se hicieron allí presentes los estudiosos de verdad, los inquietos por el porvenir, los remontadores de obstáculos, los del trabajo en equipo, los de corazón ancho y alma fina, dispuestos a regalar lo que tienen.
- Dime, Niño, ¿de quién eres? - Que lo responda el Credo: "Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo". La respuesta es "De todos". ¡Ojo! La cueva, la fe, la Iglesia, son de acceso libre. Todos están invitados a franquearlo y nadie entra a la fuerza (Antonio Montero).
Navidad: la cercanía del Niño-Dios que vence los temores. La Buena Noticia del nacimiento de Jesús que los ángeles anunciaron en la primera Navidad y cuyo eco recoge cada año esta página navideña, de mano de nuestros sacerdotes poetas, es la mayor de la invitaciones a superar el temor que siempre acecha a la familia humana, marcada tantas veces por desgracias y sufrimiento. Nuestro pueblo las ha sufrido recientemente con la riada Muchas de sus gentes necesitan también oír hoy, en el testimonio y la palabra de los creyentes, el anuncio de los ángeles: "No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre." (Lc 2, 10-12).
Se acerca la fiesta de Navidad: pedimos que sintamos " el deseo de celebrar dignamente el nacimiento de tu Hijo al acercarse la fiesta de Navidad" (poscomunión). Este deseo se convierte en súplica en la antífona de entrada (Is 45,8): "Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad la victoria; ábrase la tierra y brote la salvación". Esta salvación es la gracia del Emmanuel que la Iglesia pide en la oración colecta: "Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que hemos conocido por el anuncio del ángel (a María) la encarnación de tu Hijo"... El prefacio II proclama en este domingo: "El mismo Señor nos concede ahora prepararnos con alegría al misterio de su nacimiento, para encontrarnos así, cuando llegue, velando en oración y cantando su alabanza". La perspectiva de Navidad, ya cercana, marca los textos e invita a una preparación más intensa.
El IV domingo pone a María en conexión profunda con el Mesías que ella da a luz, por ej., con Mt 1,23 que recoge a Is 7,14: "La Virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel". La oración sobre las ofrendas reza: "El mismo Espíritu, que cubrió con su sombra y fecundó con su poder las entrañas de María, la Virgen Madre, santifique... estos dones que hemos colocado sobre tu altar". María es la tierra fecunda, que por la acción santificadora del Espíritu Santo, da a luz al mundo, al Dios- con-nosotros. María "esperó (a su Hijo) con inefable amor de Madre". María, portadora del Hijo de Dios, lo lleva a casa de Isabel. María es la "bendita... entre las mujeres" y lo que es porque ha "creído". Al final "se cumplirá... lo que... ha dicho el Señor" (evangelio).
También la Iglesia llegará a la Navidad siendo dichosa si acoge a Jesús como María, si cree lo que el Espíritu Santo le comunica en la Palabra y en los siglos de los tiempos, si es portadora de Dios (=evangelizadora) y lo comunica con fidelidad y en actitud de servicio.
Deseo profundo de celebrar dignamente la Navidad. Ante la proximidad de la celebración de Navidad, la Iglesia ora a Dios con insistencia. Le pide avivar el deseo que le ha acompañado sobre todo desde el III domingo. Deseo de poder celebrar con piedad, con provecho espiritual el nacimiento del Hijo de Dios en la carne (poscomunión). Este deseo lo alimenta la Iglesia, en Adviento, sobre todo a partir de la Eucaristía, "la prenda de su salvación" (Ibid.), garantía de la plenitud gozosa del cielo. San Agustín hablando de este deseo que se expresa en gemidos (Sal 37) dice: "Tu deseo es tu oración". Si este deseo es constante, constante será también la oración. Y añade: "Cualquier cosa que hagas, si deseas aquel reposo sabático (=verle, contemplarle, estar con él, amarle, trabajar por él) no interrumpes la oración". La oración sólo cesa cuando se deja de amar. El trabajo y los afanes diarios no suprimen el amor. Por eso quien desea vehementemente celebrar el nacimiento del Señor vive esa espera en el amor y servicio, vive con profundidad el Adviento.
1. Mi 5,2-5a."El tiempo en que la madre da a luz" (1. lectura). El profeta Miqueas, ocho siglos antes anuncia el nacimiento del Mesías en la pequeña aldea de Belén de Efrata. Será "el jefe de Israel". Cuando "la madre dé a luz" todo cambiará para el pueblo elegido. Esa madre dibujada vagamente por Miqueas es María de Nazaret, la Virgen. La Madre del que "pastoreará con la fuerza del Señor", aquel cuyo "origen es desde lo antiguo, de tiempo inmemorial", el Hijo eterno del Padre. Sus dones serán: la "tranquilidad" y la "paz". Este anuncio resuena con dulzura.
Situación histórica:- Miqueas nace en el Reino del Sur y es contemporáneo de Isaías. Le toca vivir el triste momento de la caída de Samaria en poder asirio (año 721 a.C.) y la terrible deportación de sus habitantes en masa. Ezequías (727-698) gobierna en el reino de Judá, prepara una insurrección contra Senaquerib, pero fracasa y debe pagarle tributo (año 701 a.C.; cfr.II Rey. 18, 13-16). Un inesperado acontecimiento en el ejército asirio supuso la gloriosa liberación de Judá.
-El libro, en su forma actual, es una colección de oráculos de amenaza y de promesa. Los desmanes cometidos por la opresión de los poderosos, rompiendo la unidad fraterna, hacen necesario el juicio y castigo divino (caps. 1-3), pero más allá del castigo purificador brilla la esperanza de las promesas (caps. 4-5).
Texto:- en el oráculo 4, 14-5,3 (según el texto hebreo=Vg. 5,1-4) se da una clara contraposición entre la situación actual ("ahora") y la futura ("pero tú"). -"Ahora se juntan en tropeles, nos ponen asedio..." (4,14): la amenaza de invasión asiria se cierne sobre Jerusalén. Fracasada la insurrección, Ezequías ha de pagar tributo. En el futuro, los israelitas vivirán en paz y tranquilidad.
-Ahora, Jerusalén confía en su poderío militar, y sufre el castigo (es entregada: v.2). "Frente al pueblo que sólo confía en el poder de las armas y en un viejo sentimiento nacionalista ("la paz vendrá así: si Asiria se atreve a invadir nuestro país... le enfrentaremos... siete pastores, ocho capitanes que pastorearán Asiria a espada..., con daga...": vs. 4-5 del texto hebreo=6-7 de la Vg., con diversa interpretación), Dios usa una estrategia totalmente diversa, jamás pensada por ser humano: la salvación no vendrá de la poderosa ciudad de Jerusalén, sino de aquella pequeña aldea sin importancia, llamada Belén (en el texto primitivo sólo se leía Efrata: nombre de clan: 1 Cron. 2, 19-24, que pasa a ser nombre de ciudad y se identifica, a veces, con Belén: Gn. 48, 7; Jos. 15, 59... La adición de Belén se explica por la clara alusión del texto a las promesas dinásticas de David, originario de Belén: 1 Sam., 17,12).
-Ahora "con el cetro golpean en la mejilla al Juez de Israel" (4,14), clara alusión a la humillación de Ezequías por Senaquerib; pero en el futuro el Señor (sujeto en la frase) sacará de Belén "el que ha de ser jefe de Israel" (5,1; la traducción de la Vg. que leemos en la misa es incorrecta). "Su origen es antiguo": pertenece a la familia de aquel humilde pastor de Efrata, David, que se convirtió en el ser más glorioso de Israel. Este nuevo David llevará a cabo todas las promesas hechas a su padre; pastoreará o regirá a su pueblo en paz, y con su nacimiento se inaugurará una nueva etapa.
Ninguna estrategia humana podrá cambiar la situación actual de opresión y sufrimiento descrito en el v. 2 (muchos autores lo consideran como glosa). Sólo Dios fija el tiempo y los medios: cuando la madre dé a luz (cfr. promesa de Enmanuel en Is. 7, 14). ¿A quién se refiere el profeta? Miqueas sólo sugiere, lo envuelve todo en un halo misterioso. Sería ridículo que nosotros quisiéramos precisar. Sólo nombra a la madre, no al padre. ¿Se trata de un nacimiento milagroso?.
Reflexiones: -El evangelio de Mateo (2,6) aplica este texto a Jesús de Nazaret, nuevo David. Con su nacimiento se realiza la gran renovación humana: reúne a los desterrados, es el auténtico pastor del pueblo, su dominio se extiende a todos los hombres, quienes, finalmente, pueden vivir en paz y sin sobresaltos.
-Y nosotros los cristianos, durante este Adviento, ¿en quién o en qué ponemos nuestra esperanza? ¿En Él o en nuestra propia fuerza? Las nuevas "Jerusalén", imperialistas, confían en su poder militar aniquilando y pisoteando a los nuevos "Efrata" tercermundista. El desasosiego y la intranquilidad se apoderan de los seres humanos ante las nuevas revoluciones armamentísticas...
Más que cristianos, damos la impresión de viejos líderes fracasados. ¿Cuando llegarán los tiempos en los que "de las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas"? En esa etapa "no alzará la espada pueblo contra pueblo..., se sentarán cada uno bajo su parra e higuera" (Miq. 4, 3-4). ¡Ven, Señor, no tardes! (A. Gil Modrego).
El profeta Miqueas era de Judá y de profesión un campesino, lo mismo que Amós, con el que tiene grandes semejanzas. Vivió en tiempo de los profetas Oseas e Isaías y desarrolló su actividad antes y después de la toma de Samaria hacia el año 721. Fustigó a los ricos acaparadores, a los comerciantes fraudulentos, a los jueces venales, a los sacerdotes y profetas codiciosos..., y anunció un juicio de Dios contra su pueblo. Sin embargo, mantuvo la esperanza en la salvación de un "resto" y anunció el establecimiento de la dinastía de David.
El "jefe de Israel" que ha de venir, el mesías, será como un David redivivo (cf Am 9,11; Os 3,5). Nacerá en Belén lo mismo que David (1 Sm 17,12; 20,6). Por esta razón, Miqueas parece dar el sentido etimológico de fecunda al nombre de Efrata que lleva la región de Belén. Yahvé, que se complace en hacer grandes cosas de lo pequeño y lo humilde, ha puesto sus ojos en Belén de Efrata. Mateo refiere este texto expresamente al nacimiento de Jesús en Belén (Mt 2,5s; cf Jn 7,42).
Seguramente el profeta se refiere al origen de este "jefe de Israel" en un sentido mucho más profundo y lo sitúa al principio de todos los tiempos. Se insinúa la misma concepción del "hombre primordial" que aparece en el NT cuando se llama a Cristo el segundo "Adán" (Rom 5,12s; 1 Cor 15,22.25s). Con lo cual se tiende un puente entre la economía de la creación y de la salvación: en el plan de Dios, ya desde el principio, se contaba con el adviento del mesías. Por tanto, el reino mesiánico no es simplemente continuación o restauración del reino de David, sino la revelación del misterio de Dios y del último sentido de toda la historia y aun de la creación.
Se habla aquí de la madre del mesías. Miqueas hace referencia al famoso oráculo de Isaías (7, 14), en el que se dice que el Emmanuel nacerá de una "virgen" (que es como traducen los Setenta el término hebreo "ahlma", que de suyo significa "recién casada"). El oráculo de Isaías fue pronunciado unos treinta años antes que éste de Miqueas. El establecimiento del reino mesiánico supondrá la reunión de todos los hijos de Israel y la extensión de la paz y la seguridad a todo el mundo (cf. 4, 4; Is 9,6; 11, 6-10: "Eucaristía 1988").
Nos hallamos en la segunda mitad del s. VII a.C. El profeta Miqueas, contemporáneo de Isaías, anuncia al Mesías que debe venir a salvar a su pueblo. Ambos profetas creen en la salvación que debe llegar a través del linaje de David, y ambos insisten en que la confianza en Yahvé, y no en su propia fuerza o en las alianzas humanas, es lo que salvará a Israel. Pero para Isaías, aristócrata jerosolimitano, la capital tiene una importancia que para Miqueas, hijo de campesinos, no tiene. El oráculo de la lectura de hoy hace probablemente alusión a la famosa profecía del Emmanuel (Is 7), pronunciada por Isaías unos treinta años antes, pero en lugar de hablar del David rey de Jerusalén habla del David pastor de Belén. Efrata era originariamente el nombre de un clan aliado del de Caleb, que se instaló en la región de Belén y acabó dando el nombre a esta ciudad: "Belén de Efrata".
Al morir Raquel, fue sepultada "en el camino de Efrata, o sea en Belén" (Gn 35,19; cf. 48.7). Al casarse los bisabuelos de David, Booz y Rut, la gente del pueblo grita: "Que seas poderoso en Efrata, y famoso en Belén" (Rt 4,11). Js 15,59 habla de "Efrata, que es Belén", al hacer la lista de las ciudades de Judá.
En un momento de peligro grave para Jerusalén -la guerra siro-efrainita- Isaías había anunciado al rey Acaz un signo de salvación desconcertante: el niño que una muchacha llevaba en su seno, y que sería prenda del "Dios-con-nosotros". ¿Existe algo más débil que un embrión aun no nacido? El hombre es muy poca cosa, y un niño aún es menos, pero el ser humano que todavía no ha visto la luz es exactamente lo contrario de la fortaleza. Y sin embargo, servirá para mostrar que la salvación que viene de Dios no se apoya en instrumentos humanos, ni los necesita, cuando Dios ha decidido salvar. El oráculo de Miqueas habla también de una madre que debe tener un hijo, y que este hijo debe salir de una de las más pequeñas familias de la tribu de Judá; sin embargo, actuará como jefe-pastor de Israel, no con su fuerza y majestad, sino con la fuerza del Señor y el nombre glorioso de Dios. En torno a él se reunirá el "resto" de Israel, tema característico de Miqueas. "Esta será nuestra paz" (v. 4): la salvación y restauración anunciada por Miqueas es modesta y pacífica, sin ambiciones de dominar a los pueblos vecinos, limitada a un "resto" que vive en paz en la tierra prometida por Dios a los patriarcas (Hilari Raguer).
El libro del profeta Miqueas está estructurado según el más clásico estilo profético sobre el doble eje de castigo-promesa de salvación. Este profeta ha denunciado con acritud (ha pasado a la historia como un profeta de la desgracia, cf. Jer 26, 18) dos males que están llevando al pueblo de Dios a la ruina: los cultos paganos y las desigualdades sociales. El profeta se desata en denuestos contra todos: contra el pueblo porque va tras los ídolos; contra los poderosos de la sociedad porque no piensan más que en su propia ganancia y las desigualdades sociales son ya abismales. Por eso Israel tiene que ser deshecho, aniquilado. El profeta sacrifica su soledad ante todos en pro de la verdad de la fe. Pero también hay un aspecto positivo (es nuestro pasaje): el castigo se transforma en llamada a la conversión. Y Dios prepara una renovación profunda en el humilde clan de Efrata en el que se espera un rey mesiánico. Con la necesidad renacen las antiguas esperanzas.
La tradición judeocristiana ha visto constantemente en este oráculo una profecía mesiánica anunciando la venida de un personaje futuro encargado de gobernar a Israel. Sus orígenes son los de la familia real de Judá, ya que, nacido en Belén y pastor del rebaño mesiánico, él dibuja la figura del nuevo David (cf 1 Sam 16; 2 Sam 5, 2; 7,8). El evangelio ha visto la realización de esta promesa en el nacimiento del mismo Jesús (cf Mt 2,6). Lugares comunes que quieren decir la esperanza siempre nueva de vernos más cerca del día futuro ("Eucaristía 1991").
2. En el Salmo 79 vemos la Oración de Cristo por la salvación de su viña. Primero se nos habla de unos querubines que le sugieren a Eusebio la visión de Ezequiel sobre el trono que contempla el profeta hay una imagen con apariencia como de hombre; esta figura es tipo del Verbo de Dios que ha asumido la naturaleza humana. El propiciatorio es figura del Verbo sentado sobre los querubines, motivo por el cual Pablo llama a Cristo propiciatorio: 'a quien Dios destinó como propiciatorio por la fe en su Sangre'. El propiciatorio estaba en medio de los querubines colocado por encima de ellos, como un auriga. Este propiciatorio y estos querubines figurativos avanzaban por el desierto delante del pueblo peregrino, ante Efraín, Benjamín y Manasés. A la salida de Egipto, Judá, Isacar y Zabulón caminaban delante del arca y Efraín, Benjamín y Manasés la seguían; de este modo era como, efectivamente, el arca precedía a esas tres tribus.
Desde este valle de lágrimas, la Iglesia implora la visita de su Señor. Él la escucha, viene y se hace presente en su Liturgia: "Cristo está presente a su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica ... No sólo en la celebración de la Eucaristía y en la administración de los Sacramentos, sino también, con preferencia a los modos restantes, cuando se celebra la Liturgia de las Horas. En ella Cristo está presente en la asamblea congregada, en la Palabra de Dios que se proclama y cuando la Iglesia suplica y canta salmos, pues Él mismo prometió que: «Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos.»"
La presencia de Cristo en la Liturgia es una presencia dinámica y eficaz, que hace de los actos litúrgicos acontecimientos de salvación. En la Eucaristía esta presencia es, además, substancial: "Tal presencia se llama 'real', no por exclusión, como si las otras no fueran 'reales', sino por antonomasia".
Además de ser el Maestro y el Modelo, Cristo es siempre el Mediador y el Sujeto de nuestra oración. Como Mediador, ora por nosotros; como sujeto, es el Orante que une a Sí a la Iglesia haciéndose presente en aquellos que se reúnen en su nombre. Así pues, nuestra oración de hoy presupone a Cristo activamente presente, implicando en su alabanza e intercesión a la Iglesia, de la que es Cabeza y a la humanidad de la que es Primogénito, según la expresión de Tertuliano: "Cristo es el Sacerdote universal del Padre" (Tertuliano). "Se puede y se debe rezar de varios modos, como la Biblia nos enseña con abundantes ejemplos. 'El Libro de los Salmos es insustituible'. Hay que rezar con «gemidos inefables» para entrar en el 'ritmo de las súplicas del Espíritu mismo'. Hay que implorar para obtener el perdón, integrándose en el profundo grito de Cristo Redentor (Hb 5,7). Y a través de todo esto hay que proclamar la gloria. 'La oración es siempre un «opus gloriae»'" (Juan Pablo II).
La tradición ha entendido siempre que esta viña de Dios es la Iglesia, que extiende sus pámpanos hasta el mar y sus brotes hasta el Gran Río. El Señor es la verdadera vid, nosotros los sarmientos y su Padre el labrador. De las cepas de los Patriarcas y los Profetas, ha germinado Cristo, como un vástago prodigioso. La antigua viña infiel ha sido renovada por Él y de ella ha nacido la Iglesia, plenitud de Cristo mismo, que forma con Jesús una misma cosa y se extiende y dilata sobre toda la superficie de la tierra (Félix Aronena).
Juan Pablo II comentaba así: El Señor visita su viña. "El salmo que se acaba de proclamar tiene el tono de una lamentación y de una súplica de todo el pueblo de Israel. La primera parte utiliza un célebre símbolo bíblico, el del pastor y su rebaño. El Señor es invocado como "pastor de Israel", el que "guía a José como un rebaño" (Sal 79,2). Desde lo alto del arca de la alianza, sentado sobre los querubines, el Señor guía a su rebaño, es decir, a su pueblo, y lo protege en los peligros.
Así lo había hecho cuando Israel atravesó el desierto. Sin embargo, ahora parece ausente, como adormilado o indiferente. Al rebaño que debía guiar y alimentar (cf Sal 22) le da de comer llanto (cf Sal 79,6). Los enemigos se burlan de este pueblo humillado y ofendido; y, a pesar de ello, Dios no parece interesado, no "despierta" (v 3), ni muestra su poder en defensa de las víctimas de la violencia y de la opresión. La invocación que se repite en forma de antífona (cf vv 4.8) trata de sacar a Dios de su actitud indiferente, procurando que vuelva a ser pastor y defensa de su pueblo.
En la segunda parte de la oración, llena de preocupación y a la vez de confianza, encontramos otro símbolo muy frecuente en la Biblia, el de la viña. Es una imagen fácil de comprender, porque pertenece al panorama de la tierra prometida y es signo de fecundidad y de alegría.
Como enseña el profeta Isaías en una de sus más elevadas páginas poéticas (cf Is 5,1-7), la viña encarna a Israel. Ilustra dos dimensiones fundamentales: por una parte, dado que ha sido plantada por Dios (cf Is 5,2; Sal 79,9-10), la viña representa el don, la gracia, el amor de Dios; por otra, exige el trabajo diario del campesino, gracias al cual produce uvas que pueden dar vino y, por consiguiente, simboliza la respuesta humana, el compromiso personal y el fruto de obras justas.
A través de la imagen de la viña, el Salmo evoca de nuevo las etapas principales de la historia judía: sus raíces, la experiencia del éxodo de Egipto y el ingreso en la tierra prometida. La viña había alcanzado su máxima extensión en toda la región palestina, y más allá, con el reino de Salomón. En efecto, se extendía desde los montes septentrionales del Líbano, con sus cedros, hasta el mar Mediterráneo y casi hasta el gran río Éufrates (cf vv 11-12).
Pero el esplendor de este florecimiento había pasado ya. El Salmo nos recuerda que sobre la viña de Dios se abatió la tempestad, es decir, que Israel sufrió una dura prueba, una cruel invasión que devastó la tierra prometida. Dios mismo derribó, como si fuera un invasor, la cerca que protegía la viña, permitiendo así que la saquearan los viandantes, representados por los jabalíes, animales considerados violentos e impuros, según las antiguas costumbres. A la fuerza del jabalí se asocian todas las alimañas, símbolo de una horda enemiga que lo devasta todo (cf vv 13-14).
Entonces se dirige a Dios una súplica apremiante para que vuelva a defender a las víctimas, rompiendo su silencio: "Dios de los Ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña" (v 15). Dios seguirá siendo el protector del tronco vital de esta viña sobre la que se ha abatido una tempestad tan violenta, arrojando fuera a todos los que habían intentado talarla y quemarla (cf vv 16-17).
En este punto el Salmo se abre a una esperanza con colores mesiánicos. En efecto, en el versículo 18 reza así: "Que tu mano proteja a tu escogido, al hijo del hombre que tú fortaleciste". Tal vez el pensamiento se dirige, ante todo, al rey davídico que, con la ayuda del Señor, encabezará la revuelta para reconquistar la libertad. Sin embargo, está implícita la confianza en el futuro Mesías, el "hijo del hombre" que cantará el profeta Daniel (cf Dn 7,13-14) y que Jesús escogerá como título predilecto para definir su obra y su persona mesiánica. Más aún, los Padres de la Iglesia afirmarán de forma unánime que la viña evocada por el Salmo es una prefiguración profética de Cristo, "la verdadera vid" (Jn 15,1) y de la Iglesia.
Ciertamente, para que el rostro del Señor brille nuevamente, es necesario que Israel se convierta, con la fidelidad y la oración, volviendo a Dios salvador. Es lo que el salmista expresa, al afirmar: "No nos alejaremos de ti" (Sal 79,19).
Así pues, el salmo 79 es un canto marcado fuertemente por el sufrimiento, pero también por una confianza inquebrantable. Dios siempre está dispuesto a "volver" hacia su pueblo, pero es necesario que también su pueblo "vuelva" a él con la fidelidad. Si nosotros nos convertimos del pecado, el Señor se "convertirá" de su intención de castigar: esta es la convicción del salmista, que encuentra eco también en nuestro corazón, abriéndolo a la esperanza".
Es la oración de Israel ante una gran desgracia. El enemigo ha invadido el territorio nacional y ha destruido la ciudad y el templo, y Dios parece mostrarse indiferente y callado ante tamaña desgracia: «Pastor de Israel, ¿hasta cuándo estarás airado?; mira desde el cielo, fíjate y ven a visitar tu viña, suscita, Señor, un nuevo rey que dirija las victorias de tu pueblo, fortalece un hombre haciéndole cabeza de Israel y que tu mano proteja, a éste, tu escogido.»
Con este salmo podemos hoy pedir por la Iglesia y sus pastores. También el nuevo Israel sucumbe frecuentemente ante el enemigo, y le falta mucho para ser aquella vid frondosa que atrae las miradas de quienes tienen hambre de Dios: «Tú, Señor, elegiste a la Iglesia para que llevara fruto abundante, tú la quisiste universal, quisiste que su sombra cubriera las montañas, que extendiera sus sarmientos hasta el mar; y, fíjate, sus enemigos la están talando, su mensaje topa con dificultades, su Evangelio, con frecuencia, es adulterado; pon tus ojos sobre tu Iglesia, despierta tu poder y ven a salvarnos, que tu mano proteja a los pastores, a nuestro obispo, el hombre que tú fortaleciste para guiar a tu Iglesia. Ven, Señor Jesús, y sálvanos (Pedro Farnés).
Siento alegría, Señor, al ver que puedo dirigirme a ti hoy con las mismas palabras que tú inspiraste en otras edades; que puedo rezar por tu Iglesia la oración que el salmista rezó por tu pueblo cuando tu palabra se hacía Escritura y cada poeta era un profeta. Conozco la imagen de la vid y los sarmientos y el muro alrededor y la destrucción del muro y su restauración a cuenta tuya para protegerla. Me veo a mí mismo en cada palabra, en cada sentimiento, y rezo hoy por tu vid con palabras que han sonado en tus oídos desde el día en que tu pueblo comenzó a llamarse tu pueblo.
«Sacaste una vid de Egipto, expulsaste a los gentiles, y la trasplantaste; le preparaste el terreno, y echó raíces hasta llenar el país; su sombra cubría las montañas, y sus pámpanos los cedros altísimos; extendió sus sarmientos hasta el mar y sus brotes hasta el Gran Río. ¿Por qué has derribado su cerca para que la saqueen los viandantes, la pisoteen los jabalíes y se la coman las alimañas? Dios de los Ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó y que tú hiciste vigorosa. La han talado y le han prendido fuego: con un bramido hazlos perecer. Que tu mano proteja a tu escogido, al hombre que tú fortaleciste. No nos alejaremos de ti; danos vida, para que invoquemos tu nombre».
La vid, los pámpanos, las montañas, la cerca. Destrucción y ruina; y el hombre a quien escogiste y fortaleciste. Términos de ayer para realidades de hoy. Tú inspiraste esa oración, Señor, y tú la preservaste en escritura santa para que yo pudiera presentártela hoy con nuevo fervor en palabras añejas. Te complaces en oír esas palabras, tuyas por su edad y mías en su urgencia; y si te complaces en oírlas, es porque quieres hacer lo que en ellas dices y quieres que yo te vuelva a decir. Con esa confianza rezo, y disfruto al rezar en unión de siglos con palabras de otro tiempo y vivencias del mío. Bendita continuidad del pueblo de Dios que sigue en peregrinación por el desierto del mundo. «Señor Dios de los Ejércitos, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve» (Carlos García Vallés).
3. Hb 10,5-10. Este texto se encuentra en la sección central de Hebreos (7,28-10, 18), donde se desarrolla el tema más importante del escrito: la función mediadora de Cristo. En concreto se toca el tema de cómo es la causa de una salvación eterna (10, 1-18). En estos versículos explica el autor el reemplazamiento de los sacrificios antiguos por el único y definitivo de Cristo. El texto parte -como es frecuente en el escrito- de una terminología y concepciones de la liturgia judía, pero ello no debería desorientar. Precisamente se pretende notar la diferencia y mejor condición de la economía soteriológica cristiana. Quedarse con lo superficial es no comprender el texto. Por ello ha de prescindir de la liturgia judía.
Es muy importante aplicar este principio al punto central, es decir, al del sacrificio. El autor acentúa la actitud de Cristo en los primeros versículos (5-6). Lo principal es la aceptación del plan del Padre, el cumplimiento de sus designios. Y queda muy claro que el Padre no desea sacrificios expiatorios, como si los necesitara para volverse benévolo hacia el hombre. Esta imagen tan extendida y que tiene un cierto fundamento en algunos textos si se interpretan superficialmente produce una concepción de Dios auténticamente nefasta:Tampoco se puede decir que la voluntad del Padre es que el Hijo muera, así sin más. El texto presente habla de la aceptación por parte de Cristo de la voluntad del Padre al entrar en el mundo.
Es decir, la voluntad de Dios es que el Hijo sea hombre y comparta el destino humano en todos los aspectos menos en el pecado personal. Este tema está enormemente subrayado en Hebreos.
Ahora bien, al hacer esto también se "pone a tiro" del mal en el mundo que le lleva a la muerte. Pero esto es como una inevitable consecuencia de su condición humana, no un designio directo y preferido por Dios. Cuenta con él, pero por amor a los hombres, para mostrar y realizar su solidaridad, no se echa para atrás, sino llega hasta el final. Así, Cristo salva al hombre: haciéndole percibir que es amado por Dios hasta en sus aspectos más oscuros.
Ni es conveniente distinguir demasiado al Padre y a Cristo hasta llegar casi a contraponerlos. Hemos de hablar de un cierto modo cuando nos referimos a Dios, pero sabiendo que nuestras palabras nunca expresan la realidad divina como es. También Cristo es Dios y la voluntad de Dios es una sola.
Lo esencial, más que especular, es darse cuenta del beneficio aportado por la acción de Dios al hombre, haciéndose El mismo hombre por nosotros con todo lo que eso significa (Federico Pastor).
El autor de la carta a los Hebreos hace hoy una profunda reflexión, como interpretando el sentimiento de Cristo al entrar a este mundo. Y no halla mejor cita que la que le proporciona el salmo 39(40) según la versión de los LXX, y con la variante "me has preparado un cuerpo" en lugar de "me abriste el oído". Sin embargo, esta variante del texto griego escogida por el autor, es la mejor testificada; cuenta con el soporte de los mejores códices: Vaticano, Sinaítico, Alejandrino.
El autor cita la Escritura y él mismo la interpreta. Si por un lado testifica la encarnación (el cuerpo), por otro ya vislumbra la redención: el ritual del templo queda ya superado, no tiene ningún valor; no van a ser los holocaustos ni las víctimas del santuario lo que pacifique al hombre con Dios, sino el sacrificio de Cristo ofrecido una vez por todas. Este sacrificio perfecto es lo que nos santifica y nos salva. No es la ofrenda ritual sino la obediencia amorosa a la voluntad de Dios lo que le complace. El mundo va a ser salvado con esta actitud de obediencia, manifestada ya en la entrada de Cristo al mundo (JM. Vernet).
a) Solo se comprenderá bien este pasaje si se le relaciona con la teología del sacrificio del pobre ya elaborado por el Antiguo Testamento (cf Dan 3,38-40). El sufrimiento y el destierro han dado fin a los sacrificios cuantitativos del templo antiguo y los han sustituido por un tipo de sacrificio pobre, a medida de la miseria del templo, pero cargado de sentimientos de acción de gracias, de penitencia o de humildad. El contenido del sacrificio se convierte en un sentimiento y en un compromiso, ya que no se llega a Dios mediante sacrificios cruentos, sino a través de la obediencia y del amor.
Entre los salmos que se hacen eco de esta doctrina, el salmo 39/40 es uno de los más importantes. Canta el descubrimiento hecho por un anciano enfermo cuyos sacrificios en agradecimiento de su curación no atiende Dios, y solo espera de él una actitud de obediencia y fidelidad total a su ley: en adelante, la moral, para el salmista, será la materia misma de su culto: rito y vida se han fundido en él (cf. Rom 12, 1-2).
Al poner en labios de Cristo este salmo, el autor de la carta permite definir la naturaleza del sacrificio de la cruz: en principio no reside en la inmolación de una víctima, aunque sea escogida, sino en la comunión con el Padre testimoniada por Cristo (vv. 7 y 9). En lo sucesivo no habrá más que una religión "en espíritu y en verdad" (cf. Ef 5, 2). b) Queda, sin embargo, por precisar cuál era la voluntad de Dios sobre Cristo, y qué obediencia ha manifestado Este a cambio.
La voluntad del Padre no ha sido jamás la muerte de su Hijo. Tal actitud sería propia de un Dios sanguinario, apenas aplacado por la sangre de un ser querido. En realidad, el designio de Dios ha sido el hacer partícipe a su Hijo de la condición humana con el suficiente amor para que esta quedara transformada. Ahora bien, la existencia humana supone la muerte: el Padre no ha excluido esta de la suerte de su Hijo para que la fidelidad de Este a su condición de hombre no tuviera otro límite que su fidelidad al amor del Padre. Para que sea posible definir esta voluntad del Padre sobre su Hijo, el autor ha aportado algunas variantes al salmo (ha formado un cuerpo: v. 5) y lo pone en labios de Cristo en el momento mismo de su encarnación, la intención sacrificial de Cristo, lo cual valora perfectamente la voluntad de Dios y el origen profundo de la obediencia del Hijo y permite afirmar que toda la vida humana de Cristo tiene un alcance sacrificial que la cruz no ha hecho más que sellar. La asociación rito y vida, en Jesús, nunca ha dejado de existir y de producir frutos (Maertens-Frisque).
En el capítulo anterior (Heb 9, 24-28) el autor de la carta a los hebreos había analizado el ritual de la expiación con el fin de demostrar su cumplimiento y su superación en el sacrificio de Cristo. Ahora lo que hace es analizar toda la economía de los sacrificios del templo en función del sacrificio de Cristo.
a) No se comprenderá exactamente este pasaje si no se hace referencia a la teología del sacrificio del pobre elaborada ya por el Antiguo Testamento (cf Dan 3,38-40). La prueba y el destierro pusieron fin a los sacrificios cuantitativos del templo antiguo y en su lugar surgió un tipo de sacrificio pobre, a la medida de la miseria del momento, pero cargado de sentimientos de acción de gracias, de penitencia o de humildad. El contenido del sacrificio se convierte en un sentimiento y en un compromiso; la víctima se ofrece a sí misma sin necesidad de que haya por medio un animal y Dios va apareciendo cada vez más como un Dios que no pide sacrificios sangrientos, sino obediencia y amor.
Entre los salmos que se hacen eco de esta doctrina, el salmo 39/40 es uno de los más importantes. Canta el descubrimiento hecho por un enfermo: Dios no espera de él sacrificios para darle las gracias por su curación, sino una actitud de obediencia y una fidelidad total a su ley: para este salmista, en adelante la moral será la materia misma de su culto: en él se han fundido rito y vida (cf. Rom 12, 1-2).
Por el hecho de poner este salmo en labios de Cristo, el autor de la carta permite definir la naturaleza del sacrificio de la cruz; no reside en primer término en la inmolación de una víctima, por muy selecta que sea, sino en la actitud de obediencia a la voluntad del Padre manifestada por Cristo (vv. 7 y 9). En adelante ya no hay más que una religión "en espíritu y en verdad" (cf. Ef 5, 2).
b) Hay que precisar, sin embargo, cuál era la voluntad de Dios respecto a Cristo y cual la obediencia con que Este respondió. La voluntad del Padre no fue nunca la muerte de su Hijo. Una actitud así sería propia de un Dios sanguinario, que no se da por satisfecho sino merced a la sangre de un ser querido. Tampoco se trata de la obediencia a la ley, puesto que esa ley es caduca (vv 1-4). En realidad, la voluntad de Dios fue que su Hijo participara de la condición humana con el suficiente grado de amor como para que esa condición se viera transfigurada. Ahora bien: la existencia humana supone la muerte, y el Padre no la excluyó de la condición de su Hijo con el fin de que la fidelidad de Este último a esa su condición de hombre no tuviera otra limitación que su fidelidad al amor del Padre.
Para definir con mayor exactitud esa voluntad del Padre respecto a su Hijo, el autor ha introducido algunas variantes al salmo (formar un cuerpo: v.5) que ha puesto en labios de Cristo en el momento mismo de su encarnación (v.5: al entrar en el mundo). Por eso introduce en las relaciones trinitarias y preexistentes a la encarnación la intención sacrificial de Cristo, con lo que queda bien subrayada la voluntad de Dios y el manantial profundo de la obediencia del Hijo y permite afirmar que toda la vida humana de Cristo tiene un alcance sacrificial que la cruz no ha hecho sino confirmar. En Jesús nunca ha dejado de existir y de producir sus frutos la asociación rito y vida (Maertens-Frisque).
La carta a los hebreos expresa maravillosamente con ayuda del salmo 40 lo que constituye el centro de su pensamiento cristológico. El sacrificio de Jesús consiste en su donación total, en su entrega personal al Padre.
En otros lugares la carta dice que JC "se ofreció él mismo a Dios" o le ofreció un sacrificio "en su propia sangre". "Realizar el designio de Dios" y "ofrecerse a sí mismo" son la misma cosa; no en el sentido de que Dios quisiera la muerte de Jesús en la cruz sino en el sentido más radical de la entrega que Jesús hace de sí mismo al Padre con todas sus consecuencias, hasta la entrega cruenta de la propia vida.
El autor introduce las palabras del salmo 40 con una expresión iluminadora que lleve hasta el final de su concepción: JC, "al entrar en el mundo, dice: Tu no quieres sacrificios y ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el Libro: Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad".
-¿Qué quiere decir esto? Que el sacrificio de Jesús no fue un rito externo, sino su plena entrega interior a Dios. Esta entrega a Dios, no se limitó al momento de su muerte, sino que fue la razón de ser de toda su vida.
El sacrificio de Jesús fue toda su vida porque toda su vida estuvo animada por una absoluta entrega a Dios y después, asumida, consumada, llevada a la perfección en la cruz.
Cuando el Espíritu Santo actualiza en María su capacidad femenina de ser madre, hace que se suscite en ella una humanidad a la que el Padre dice con toda verdad: "tú eres mi Hijo amado".
Podemos colocar desde este instante, en el germen de hombre suscitado en María, una respuesta: "tú eres mi Padre" "Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad". En Jesús, Dios ha hecho presente en el mundo un corazón de hombre perfectamente filial, un adorador absoluto.
Sólo por él podemos llegar al Padre. Por eso, Dios ha constituido en Jesús una realidad única de relación filial perfecta con él y nos llama a la comunión con su Hijo "para que éste sea el primogénito de una multitud de hermanos (Rom 8, 29).
Nuestra vida filial será nuestra obediencia, nuestra búsqueda de la conformidad amante y fiel de la voluntad de Dios.
Porque "el que cumple la voluntad de Dios es mi hermano y mi hermana y mi madre".
La carta a los Hebreos explicita con ayuda de Sal 40 lo que constituye el centro de su pensamiento cristológico. El sacrificio de Jesús, núcleo de su misterio, consiste en su donación total, personal al Padre. En otros pasajes, Heb dice que Jesucristo «se ofreció él mismo a Dios» o le ofreció un sacrificio «en su propia sangre». «Realizar el designio de Dios» y «ofrecerse a sí mismo» son la misma cosa; no en el sentido de que Dios quisiera la muerte de Jesús en la cruz, sino en el sentido más radical de la autodonación de Jesús a Dios con todas sus consecuencias, hasta la donación cruenta de la propia vida.
El autor introduce las palabras de Sal 40 con una expresión iluminadora, que lleva hasta el final de su concepción: Jesucristo, «al entrar en el mundo, dice» (10,5a). El sacrificio de Jesús no fue un rito externo, sino su plena entrega interior a Dios; pues bien: esta entrega no se limitó al momento de su muerte, sino que fue la razón de ser de toda su vida. El sacrificio de Jesús fue toda su vida «en la carne» (5,7), animada toda ella por una absoluta entrega a Dios y, después, asumida, consumada, llevada a la perfección en la cruz. Es preciso releer toda la carta entendiendo el «sacrificio de Jesús», núcleo explicativo de todo su ser, no como un momento puntual de su vida, sino como el sentido de toda ella, consumada en la cruz. La mentalidad cultual es asumida, pero también transformada y llevada a su cumplimiento. Jesucristo es el "una vez para siempre" de la historia de los hombres.
La utilización del Sal 40, puesto en boca de Jesús para expresar el núcleo de su misterio, puede ser muy aleccionadora para nosotros. Heb no juzga en bloque lo que nosotros llamamos Antiguo Testamento. Encuentra en él muchas «palabras» que anuncian algo nuevo y distinto: un nuevo sacerdote según el orden de Melquisedec (7,11.17), una alianza nueva, interior (8,7-13) y, en la raíz, un sacrificio distinto, el único válido (10,4-10). Es más: estos mismos oráculos desautorizan el sacerdocio levítico, la alianza caduca, los sacrificios de animales. Del complejo conjunto del mundo antiguo, Heb recoge aquellos oráculos proféticos que ve realizados en Cristo y rechaza el culto, incapaz de perdonar el pecado. Sin duda, la luz que le ha permitido entender el mensaje de tales oráculos y el fracaso del culto es su fe en Jesucristo muerto y consumado en Dios. La comprensión del misterio de Jesucristo le ha dado la libertad de condenar lo que era condenable de la antigüedad y, al mismo tiempo, la suprema libertad de aprobar y asumir lo que era bueno (G. Mora).
"Aquí estoy" (2. lectura). ¡Cómo resuenan sinceras y comprometidas las palabras de la Carta a los Hebreos! Jesús a punto de entrar en el mundo (Navidad-Encarnación), expresa sus sentimientos, en oferta gozosa al Padre. Son palabras garantizadas por el Espíritu Santo y puestas en boca del Hijo eterno, que se desposa con la humanidad para rescatarla y elevarla: "... me has preparado un cuerpo... Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad". Palabras casi idénticas, pero en situaci6n dramática, dirá en Getsemaní, poco antes de aceptar la pasión (Lc 22,42). La Navidad ya encierra la Pascua.
4. "María se puso en camino y fue aprisa a la montaña" (evangelio). En este domingo María es la gran figura del Adviento para la Iglesia. María, conocedora de la situación de Isabel "se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá". Sale de su tranquilidad y presurosa, va a ayudar a su prima. Ejemplo de servicio, pero sobre todo figura de quien se deja conducir por el Espíritu, para llevar a Cristo a los demás. María modelo de evangelización, portadora del gozo de Dios. Dichosa por su fe; modelo privilegiado de las actitudes que pide el Adviento a la Iglesia. Así se está dispuesto y preparado para recibir a Dios en la Navidad. María es la aurora que anuncia la cercanía del nuevo día: Cristo-Jesús (R. González).
Cuando una madre espera traduce su espera en una gran actividad mental, afectiva y física por prepararse y preparar todo lo necesario para que el nacimiento se dé bien y el que viene tenga preparadas las cosas necesarias y el ambiente adecuado para ser recibido, querido y facilitada su vida.
Según la compresión de Lucas, sin fe no haya esperanza y sin esperanza no hay fe. Esto nos lleva a ver la gravedad de la situación humana, en sentido profundo, del hombre moderno que tiende a prescindir de esta dimensión religiosa de la esperanza. ¿Cómo podrá resolver el problema de las grandes esperanzas sin fe? Porque por encima de las pequeñas ilusiones que todos nos hacemos están las grandes esperanzas personales y globales: de vida y amor, de perdón... de convivencia libre y armónica, de justicia y paz... a las que el hombre desarrollado parece más indiferente a diferencia de las sociedades en desarrollo donde la necesidad abre a la esperanza y a la fe.
No es extraño que si la esperanza genera fe, ésta tenga su futuro entre los marginados del mundo y en los países del tercer mundo y que entre en crisis entre los ricos y las sociedades avanzadas, entretenidos en las ilusiones consumistas y temerosos de novedades que puedan introducir cambios en el actual reparto de beneficios del mundo.
Esta es la extendida frase de quien permite a su esposa y niños la asistencia religiosa mientras él se mantiene al margen. Es el descrédito pretendido por algunos, achacando la fe al hambre, a la ignorancia, a los grupos sociológicos marginales.
¡Afortunadamente, sí! Afortunadamente Dios es más fácil y asequible para pobres que para ricos, para débiles que para fuertes, para necesitados que para satisfechos. Afortunadamente Dios es gratuito, pero hay que esperarlo y preparar su venida y de eso saben los marginados más que los entretenidos consumidores de las sociedades ricas, muy ocupados, ahora en Navidad, de preparar bebidas, turrones, luces, regalos y menos ocupados de prepararse y preparar con ilusión un sitio al Niño que viene.
Lucas tiene razón en poner a dos mujeres, tan marginadas entonces, como expresión plástica de la alegría que aporta la fe.
Es constante en la Biblia la afirmación de que Dios se manifiesta a quien le espera y necesita y que su encuentro provoca una experiencia de alegría como les ocurre a Isabel y María, o como les ocurre a unos padres que quieren y esperan un niño, como a los abuelos que anhelan ver la continuidad familiar.
-¡Dichoso el que cree y espera! Dichoso el creyente en una sociedad con poca esperanza. No porque vaya a tener más cosas que es el sentido interesado de nuestra mentalidad materialista. Porque la vida adquiere un sentido radicalmente distinto con la convicción profunda de la confianza, de una actitud tan humana y rica como vivir confiando en el futuro porque Dios, el Dios de la Biblia, el de Jesús, el de los necesitados, está ahí al acecho, para sorprendernos gratamente con sus intervenciones en favor de quien le espera y necesita.
Dichoso el que cree y estos días espera que algo importante ocurra, porque su vida cambiará como la de los padres que esperan a un niño que viene y llena la casa de alegría (José Alegre Aragüés).
Meditación sobre la visitación: Hemos colocado nuestra peregrinación "bajo el signo de la Alianza" y nos encontramos en la contemplación de este misterio de la Alianza en un momento decisivo. Del mismo modo que el arca de la Alianza va desde Beth-Shemesh (en Galilea) hasta Jerusalén, así la Virgen María -la que porta y acoge a Dios en su seno, para manifestar su presencia y su gloria al mundo- la nueva arca de la Alianza, se pone en camino de Galilea hasta Jerusalén en donde se sellará de un modo definitivo y superabundante por la Sangre del Cordero la alianza de Dios con los hombres. Este camino realizado por la nueva arca de la Alianza es el que vamos a contemplar y más especialmente de las disposiciones que rebosan en el corazón de María. En primer lugar la disponibilidad de su corazón. Han bastado unas palabras del ángel tras el anuncio de la extraordinaria noticia: "Mira también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el sexto mes de aquella a quien llamaban estéril, porque nada hay imposible para Dios" (Lc 1,36-37). La indicación de la situación de Isabel basta para provocar el movimiento de la Virgen María. En vez de encerrarse exclusivamente en sí misma, en el caso único que representa, en los problemas que se van a suscitar o incluso en el carácter excepcional y milagroso de su relación con Dios, permanece totalmente disponible para las alegrías y las preocupaciones de los demás. Comprende pronto que su prima, de edad ya avanzada, va a necesitar ayuda. María, que sabe leer los signos de los tiempos y que posee un sentido concreto de la llamada de Dios, comprende rápidamente el sentido de la llamada particular que se le dirige: lleva tu ayuda a tu prima. María, madre siempre disponible, haz que a semejanza tuya, sepamos reconocer en nuestra vida, en los signos concretos, las llamadas de Dios y que respondamos, como tú hiciste, de manera concreta. Tú bien sabes que cuando nos ponemos a rezar, tendemos a quedar tan absortos en nuestros impulsos pseudomísticos que corremos el riesgo de desviarnos de la realidad cotidiana. Ninguna relación de un ser humano con Dios ha llegado tan lejos como la tuya, sin embargo tú permaneces atenta a los hechos menudos que constituyen la vida de los hombres. Ruega a tu Hijo para que me conceda ver esos signos: una parroquia sin sacerdote, un enfermo que necesita ser visitado, un colaborador en apuros, un joven en crisis, y comprender la llamada que Dios puede dirigirme a través de una circunstancia particular. Ruega a tu Hijo para que me otorgue el discernimiento necesario a fin de que sepa distinguir entre lo que es realmente llamada y lo que sería una abnegación intempestiva por mi parte. Porque lo importante no es ser abnegado sino responder a la llamada. La abnegación que sólo es una búsqueda de la valoración de uno mismo hace cometer muchos errores, envenena nuestras relaciones con los demás, falsea lo que realizamos. Basta con que miremos en torno de nosotros: ¡Cuántas personas abnegadas e insoportables en nuestras parroquias, cuántos lugares ocupados en detrimento del amor verdadero! Que al mirarte, María, sabiéndome llamado y queriendo responder de manera concreta, comprometiendo algo de mi vida y de mi tiempo, vaya yo contigo hacia la tarea que Dios me confía tratando de poner allí mi fidelidad.
María se pone pues en camino y quiero imaginar que va en compañía de José. Las mujeres de Oriente no hacían nunca solas desplazamientos de importancia: eran unos cuatro días de marcha. Veo, pues, a María y a José, poniendo la albarda sobre su pequeño asno, reuniéndose de etapa en etapa con grupos de viajeros, porque los caminos son poco seguros. Consideremos este camino que harán juntos como el icono del camino que tenemos que hacer para reunirnos con los demás. Porque es cierto que existe una distancia entre nuestros hermanos y nosotros. Desde los más alejados por la raza, el ambiente, las ideas o la fe, hasta los más próximos. Distancia que crean la timidez, el respeto humano, el orgullo, la negativa a dar el primer paso, la dificultad de comunicarse. O muro de silencios acumulados, de desconfianzas irrazonadas, de golpes bajos de unos contra otros. Estamos llamados a franquear esta distancia... Para franquearla, María, caminas pobremente. Tu medio de transporte es pobre; tu equipaje es pobre; tu competencia es pobre. Porque bien está eso de ir a ayudar a una prima pero tú no tienes experiencia alguna en la que puedas apoyarte. Vas con lo poco que eres y tienes. Cuántas ocasiones he perdido porque quería franquear la distancia que me separa de mi hermano, pero con la condición de aportarle algo, de hacer algo sonado. Tú aceptas lo poco que eres capaz de dar; te acercas a tu prima con tus pobres medios. El símbolo de la pobreza de este acto es el pequeño asno que te acompaña. Que todos los asnos de Tierra Santa nos recuerden esta esencial disposición interior de pobreza que debe caracterizar nuestro camino hacia los demás: al contemplarte, María, comprendo que debo ir hacia los otros con los pequeños medios de que dispongo. "Nuestra Señora de los pequeños medios, ruega por nosotros".
María camina no sólo en pobreza sino también en humildad. No es que sufra humillaciones o que trate de infligirse humillaciones. Nadie se burla de su acento galileo ni de su escaso equipaje; pasa desapercibida y eso le parece muy natural. Nadie la presta atención especial en el curso de estas marchas colectivas a ella, que lleva el Mesías esperado del pueblo judío, y que lo sabe, al menos por la naturaleza milagrosa de la concepción virginal, aunque esté lejos de haber comprendido lo que su corazón acoge ya en plenitud. Mientras, nosotros observamos sin cesar el efecto que causamos. Si tengo un puesto importante, ¿tienen los demás plena conciencia de la importancia de mi misión? Si tengo un puesto modesto, ¿nadie se da cuenta de que valgo para más? Analizo sin cesar y experimento el choque del efecto producido. Tú, María, eres la que soñarían ser todas las mujeres de Israel, eres la Madre del Mesías de una manera simple y gratuita. Eres la Virgen pura y limpia. Consientes en paz al designio de Dios sobre ti y el lugar que ocupas. Que tu oración del Espíritu Santo purifique, María, mi corazón a fin de que me abandone en la paz, confiando en sus manos mis actividades y los trabajos que estoy llamado a desempeñar. Todo está en tus manos y no en las mías. Si me encuentro en tu compañía, María, ¿no me contagiaré sin darme cuenta de tu simplicidad, de tu pureza? ¿Y no es eso el rosario, oración que los hombres de hoy -más aún que las mujeres- preocupados por la eficacia y el rendimiento hasta en la acción apostólica, relegarían de buena gana al almacén de lo accesorio? Ojalá guardemos la fidelidad a esta oración del pobre; estar contigo, en presencia de Dios, sin grandes ideas, sin estremecimientos pseudomísticos, sin otras palabras que las tan perfecta- mente conocidas de la salutación evangélica.
María camina silenciosamente. Esto no quiere decir que esté encerrada en sí misma. Hay silencios que están replegados sobre sí y son una negativa a exponerse a los hermanos o simple actitud exterior. No, María no es la promotora de una regla de vida tediosa. Es una mujer radiante, simpática, alegre. Es una mujer enamorada. ¿Quién se atrevería a dudar de su amor a José? Su amor no es un simulacro, aunque generaciones de cristianos hayan querido hacer de San José un hombre sin virilidad, un anciano compasivo. ¡Como si con eso los engrandecieran y agrandaran la decisión de virginidad que los dos tomaron! Esta pareja enamorada se comunica con facilidad y los dos se comunican fácilmente con los demás. Constituyen la alegría de su pequeña caravana pues, al obstáculo que la naturaleza humana aporta desde Adán y Eva para la comunicación fraternal no añaden ese otro que es el pecado personal. Sin embargo María y José se muestran silenciosos. Tú tienes, María, una larga costumbre de escuchar a Dios; llevas en tu seno el Verbo de Dios y le escuchas en tu corazón; es él quien te dice que vayas a tu prima y hacia los demás. Esa será siempre tu actitud primera: "Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón" (Lc 2, 51). Tú nos invitas a hacer lo mismo, porque tenemos la tentación de pensar que el silencio es bueno para los monjes. Sin embargo advertimos muy bien que en nuestro caminar hacia los demás en la vida social, en la vida familiar o apostólica, se oye el ruido de nuestra vanidad, nuestros rencores y nuestra voluntad de poder. Tenemos problemas o nos los creamos. Ojalá podamos imitándote, adquirir el silencio del corazón y comprendamos lo que antes no comprendíamos... "Sí, es cierto, me equivoqué, juzgué con harta precipitación, no comprendí que tenía que hacer esto o aquello. Pero ahora, en el silencio, encuentro el verdadero camino de la comunicación con los demás". Comunícame, María, tu pasión por tener un corazón silencioso para poder amar mejor a mis hermanos.
Estamos en Ain Karem donde residían Isabel y Zacarías cuando no estaba al servicio del templo. Isabel (y Juan el Precursor en su seno) y María (y Jesús en su seno) constituyen la primera iglesia y hacen posible la efusión del Espíritu Santo en esta Iglesia naciente. No se veían a menudo pero se querían. Esta escena ha inspirado a muchos escultores de nuestras catedrales: María en los brazos de Isabel, Isabel en los brazos de María. Dos mujeres habitadas por el Espíritu Santo comparten la obra de Dios en un impulso de ternura de donde brota un fuego: Isabel, que practica la virtud del asombro, ejerce el don de la profecía -¿Cómo sabe que María es la madre de su Salvador?- y María que recoge en el Magnificat la riqueza del Antiguo Testamento para proclamar el amor de Dios y revelar su designio sobre los pobres y la liberación de los hombres. Finalmente, Juan el Bautista, que baila en el seno de su madre ante la nueva arca de la Alianza, como bailó David ante el arca de la alianza al entrar en Jerusalén. ¿Cuál es el punto de origen de esta manifestación del Espíritu Santo, de este esplendor divino que estalla? Un acto de amor verdadero, un gesto fraternal verdadero. Verdadero por pobre, humilde, por hecho en el silencio ¡Qué más simple que una ayuda a las madres! Podría creerse que no existe medida entre este acto simple y la gloria de Dios manifestada al mundo. Y sin embargo... Nos sucede lo mismo cada vez que somos capaces de franquear la distancia que nos separa de nuestros hermanos en la pobreza, la humildad y el silencio. Dios se manifiesta cada vez que hacemos un acto de amor verdadero al servicio de nuestros hermanos. Sin duda porque no somos ni María ni Isabel, no se produce la misma manifestación resplandeciente que la Visitación. Al observar a María y a Isabel, sabemos en la fe que Dios se comunica en este acto fraternal, en este camino realizado, en esta distancia franqueada. Dios se comunica con los hombres cada vez que los hombres hacen un verdadero gesto fraternal y por consiguiente, pobre, humilde y silencioso. Esto es lo que nos confirma San ·Ambrosio-SAN en su Tratado sobre el Evangelio de San Lucas: "Feliz, le dice, tú que has creído" (Lc 1, 45). Felices vosotros también que habéis oído y creído; pues toda alma que posee la fe, concibe y da a luz la palabra de Dios y reconoce su obra. ¡Que resida en cada uno el alma de María para glorificar al Señor, en cada uno el espíritu de María para estremecerse en Dios! Aunque Cristo no tiene más que una madre según la carne, es el fruto de todos según la fe... El Señor es exaltado no porque la voz humana le añada algo, sino porque es exaltado en nosotros... Por eso, si alguien actúa con piedad y justicia, engrandece esta imagen de Dios, a cuya semejanza fue creado y al exaltarla se eleva hasta una especie de participación en su grandeza".Que resida en cada uno de nosotros el alma de María. Que por la oración de María se nos otorgue esa pobreza, esa humildad, ese corazón silencioso a fin de que se manifieste en nosotros y en torno de nosotros la gloria de Dios (Alain Grzybowski).
Con excepción de la franja marítima, toda Judea es una región montañosa. Así que Lucas no facilita información precisa sobre el lugar adonde se dirigió María. Tampoco nos dice que María no emprendería ese camino con el propósito de comprobar lo que le había dicho el ángel y, por otra parte, tampoco parece probable que lo hiciera con el ánimo de atender a su prima en el parto, ya que el mismo Lucas sugiere que no estaba en casa de Isabel cuando nació su sobrino. Podemos suponer piadosamente que María sintió la necesidad de comunicar su gozo y compartir el de su prima.
Seguramente María se uniría en el camino de alguna caravana, puesto que José no parece que la acompañara (cf. Mt 1, 18). En todo caso, lo importante en este relato no es lo que sucedió o pudo suceder, sino lo que en él se anuncia, el mensaje evangélico. No olvidemos que los evangelistas no están interesados, en principio, en escribir una biografía, sino en la proclamación del evangelio.
El saludo de María provoca la respuesta maravillosa de Isabel que, entusiasmada, prorrumpe en alabanza profética bajo la acción del Espíritu Santo. Isabel ha reconocido en el hijo de María a "su Señor". Por eso llama a María la más bendita entre todas las mujeres. Si cualquier hijo es una bendición de Dios para su madre, mucho más lo será aquel hijo que es bendito delante de Dios y por quien han sido bendecidos todos los hijos de mujer.
En lenguaje bíblico se llama "visita" de Dios a su pueblo a la acción salvadora de Dios, a la intervención de Dios en beneficio de su pueblo. Dios, que ha visitado a su pueblo por medio de profetas, ahora lo visita definitivamente por medio de su propio Hijo. La familia del bautista es la primera que experimenta los efectos salvadores de esta visita: hasta el niño de Isabel salta de gozo en el vientre de su madre; el que había de ser su precursor nota ya la presencia del mesías tan deseado. Pero, como dice Juan evangelista, no todos recibieron con agrado la visita del Señor, el cual "vino a los suyos y los suyos no lo recibieron" (Jn 1,11; cf Lc 19, 42).
Isabel llama dichosa a María porque ha creído y no solo porque es la madre del Señor. Más tarde, Jesús, respondiendo a una mujer que bendice a su madre por haberlo llevado en sus extrañas, dirá que la verdadera dicha consiste en creer en la palabra de Dios y en practicarla (Lc 11, 27s). Y en otra ocasión afirmará que su madre y sus hermanos son todos los que creen en el evangelio que predica (8, 19-21) ("Eucaristía 1988").
Comparada con el Arca de la Alianza y con las mujeres guerreras del Antiguo Testamento, María aparece, pues, aquí, como la mujer que asegura a su pueblo la victoria definitiva sobre el mal e inaugura la era mesiánica en la que el pecado y la desgracia serán abolidos. María es la verdadera morada de Dios entre los hombres. Lucas la ha presentado así comparándola con el Arca o con Sión.
Dios no habita ya, pues, en un templo de piedras, sino en personas vivas. Al igual que María, cada cristiano es en el mundo signo de la presencia de Dios. Son las actitudes de su vida y sus compromisos, y no ya piedras sagradas, las que edifican la habitación divina sobre la tierra. Por profana que sea, la vida de un cristiano está ya ahora más cargada de presencia divina que un templo consagrado y que un Arca de la Alianza. La Eucaristía carga nuestras vidas de esa densidad (Maertens-Frisque).
Visitadora. La Virgen es la primera en ser dignificada por el advenimiento divino; por eso se convierte para el resto de la humanidad en la "Visitadora". Aun antes de que Dios aparezca en el mundo en forma visible, lo trae la Virgen a los hombres hecho ya hombre en su seno. Viene Dios a ella, y en ella visita a la humanidad. Se procura un hogar entre los hombres a fin de facilitarles el vivir ellos en la Divinidad. La puerta por donde entra sin necesidad de abrirla es la Virgen. Así como se apareció a los discípulos en la noche de Pascua, de la misma manera va hoy a casa de Isabel con las puertas cerradas. No quiere mostrarse del todo ni aparecer ya en pleno día; se limita a asomarse a través de la puerta cerrada: "Está ya detrás de nuestros muros, mirando por las ventanas, atisbando por entre las celosías" (Ct 2,9). Sin embargo, Isabel, inmediatamente lo reconoce: "¿De dónde a mí tanto bien, que llegue a mí la Madre de mi Señor?, exclama Isabel.
Es un verdadero Adviento; la Virgen viene, llevando a Dios en su seno; la Madre de Dios viene, o sea, Dios mismo es quien viene.
Su presencia origina a la par temor y alegría; alegre sobresalto y santo temor, cosas ambas muy propias ante la aparición divina. Pero la alegría sobrepuja al temor: "Daba saltos de júbilo el niño en mi seno", afirma Isabel. Sin embargo, hay todavía otra señal que descubre la presencia de Dios: el espíritu humano es impulsado por ella. El Espíritu (Pneuma) de profecía se apodera del hombre, le abre los ojos interiores para descubrir el plan escondido de la redención divina y le desata la lengua en alabanzas al amor eterno: "Isabel se sintió llena del Espíritu Santo, y, exclamando en alta voz, dijo: Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre". A lo que responde María: "Mi alma canta la grandeza del Señor" (Emiliana Löhr).
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