jueves, 28 de junio de 2012


Viernes de la semana 12 de tiempo ordinario

Meditaciones de la semana
en Word y en PDB
De los males, Dios saca bienes, pues purificados estamos más unidos a la cruz de Cristo
«Cuando bajó del monte le seguía una gran multitud. En esto, se le acercó un leproso, se postró ante él y dijo: Señor si quieres, puedes limpiarme. Y extendiendo Jesús la mano, le tocó diciendo: Quiero, queda limpio. Y al instante quedó limpio de la lepra. Entonces le dijo Jesús: Mira, no lo digas a nadie, sino anda, preséntate al sacerdote y lleva la ofrenda prescrita por Moisés, para que les sirva de testimonio.» (Mateo 8, 1-4).
1. Al bajar del monte, Jesús, te siguió un gran gentío. Te siguen "grandes muchedumbres", y al ver que luego no son fieles, te pido, Señor, que no se quede mi fe en sensiblería, sino en obediencia y fidelidad.
-“En esto se acercó a Jesús un leproso, y se puso a suplicarle: "Señor, si quieres, puedes limpiarme"”. Es el primer milagro concreto relatado por san Mateo, después de tu primer gran discurso, Jesús, pues no te contentas con "hermosas palabras" sino que pasas a los "actos": salvarás a muchos, como anuncio del cielo cuando todo mal será vencido. La lepra era el mal por excelencia... enfermedad contagiosa que destruía lentamente a la persona afectada, hombre o mujer, y que era considerada por los antiguos como un castigo de Dios, signo del pecado que excluye de la comunidad. (Dt 28,27-35; Lv 13,14). Y tú, Jesús, das la vuelta a todo esto dedicando el primer milagro a un leproso, alguien considerado impuro; y que todo lo que tocaba pasaba a ser impuro, no podía participar ni en el culto, ni en la vida social ordinaria; el leproso estaba afectado de un interdicto, de un tabú, que espantaba. Estaba prohibido tocarle.
-“Jesús extendió la mano y lo tocó diciendo: "¡Quiero, queda limpio!" Y en seguida quedó limpio de la lepra”.
Me imagino lo duro que sería para mí que nadie me hablara, me mirara, se me acercara. Jesús, tú entras en el corazón de ese hombre. Curas sus heridas, las del cuerpo y del alma. Ofreces la mano tendida, el contacto como un signo de amistad, y por este humilde gesto, reintegras al pobre enfermo en la sociedad ordinaria de los hombres.
Contemplo tu gesto, Jesús: gesto de amor. Te rezo yo también, al ver mis lepras de egoísmo, de los pecados capitales: Señor, si quieres, ¡puedes limpiarme! Señor, si quieres, ¡puedes limpiar el mundo!
No quieres popularidad, Señor, mandas que no se pregone el milagro: danos una fe sencilla, una fe que no tenga necesidad de lo extraordinario. Veo también que aceptas las costumbres y las instituciones de su país y de su tiempo... muy sencillamente (Noel Quesson).
Jesús, nos «tocas» con su mano, como al leproso: nos tocas con los sacramentos, a través de la mediación eclesial. Nos incorporas a su vida por el agua del Bautismo, nos alimentas con el pan y el vino de la Eucaristía, nos perdonas a través de la mano de tus ministros extendida sobre nuestra cabeza.
Los sacramentos, como dice el Catecismo, son «fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo siempre vivo y vivificante, acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia, obras maestras de Dios en la nueva y eterna alianza» (Catecismo, 1116).
Además, Jesús, tú nos pides que hagamos lo que tú, que nos acercarnos al que sufre, para extender nuestra mano hacia él, «tocar» su dolor y darle esperanza, ayudarle a curarse. Somos buenos seguidores tuyos, Jesús, si, como tú, salimos al encuentro del que sufre y hacemos todo lo posible por ayudarle (J. Aldazábal).
2. Jeremías habla durante el tiempo entre la primera y la segunda deportación. Intentó por todos los medios convencer al pueblo para que volviera a la práctica religiosa de la alianza. No le hicieron caso y once años después, volvió Nabucodonosor y el destierro fue ya total. Mandó ajusticiar en su presencia a sus hijos de Sedecías y luego le dejó ciego. Destruyó Jerusalén y envió a todos al destierro.
Dios ¿abandonaría a su pueblo? Las promesas de Dios ¿serían vanas y falsas? De esa dinastía truncada vendría Jesús, que funda un nuevo linaje, y «las fuerzas del infierno no prevaldrán contra la Iglesia» Vemos que ese pueblo en el exilio descubrirá maravillas, escribirá la Biblia que estaba en germen y tradición oral, y también será capaz de recibir la revelación de la resurrección de los cuerpos, la vida eterna.
Señor, creo que la respuesta al «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» ¡se halla en la resurrección! Pero qué duro es, Señor, creer cuando se está en la noche, y cuando, humanamente triunfa el fracaso aparente, cuando es la hora del Viernes Santo (Noel Quesson).
3. El salmo de hoy no podía ser otro: «Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión». Es un salmo que surgió hacia al final de este destierro (un poco antes de que el rey Ciro abriera el camino para que volvieran a Jerusalén los israelitas). Estuvo a punto de consumarse la desaparición total del pueblo y de su religión, incluida la promesa mesiánica. Si también los ancianos se hubieran olvidado de la Alianza, era lógico que dijeran: «si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha... que se me pegue la lengua al paladar» (J. Aldazábal).
Llucià Pou Sabate


San Pedro y San Pablo, apóstoles

Cristo está presente en la Iglesia, que se edifica con los cristianos, con sus vicarios los obispos, y Pedro es portavoz y tiene el poder de las llaves que Jesús le dio
En aquel tiempo, llegó Jesús a la región de Cesarea de Felipe y preguntaba a sus discípulos: -¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? Ellos contestaron: -Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas. Él les preguntó: -Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro tomó la palabra y dijo: -Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Jesús le respondió: -¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: -Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo” (Mateo 16,13-19).
1. Celebramos hoy la fiesta de estos dos Apóstoles, Pedro y Pablo, mártires de la primitiva Iglesia de Roma. La Iglesia es una casa construida sobre roca, aunque se apoya en la fragilidad de los hombres. Pero la roca es Cristo, que da hoy sus llaves a Pedro, y el poder de atar y desatar. Así, Pedro es la roca que mantiene firme a la Iglesia, el punto alrededor del cual se constituye la unidad de la comunidad. Dar las llaves significa confiar una autoridad verdadera y plena. Atar y desatar tiene el sentido de permitir y prohibir, de separar y perdonar. El Mesías tiene su vicario en la tierra con el Papa. Debilidad y gracia van unidos, porque poco después Jesús reprocha a Pedro su incomprensión de la cruz. La elección divina no es por dones naturales, es Pedro la roca sobre la cual funda Cristo la Iglesia (Bruno Maggioni).
Jesús, preguntas lo que la gente opina de ti… Yo, ¿que es lo que respondo? Tu pregunta, Señor, es la más actual, la más importante. Tu identidad, solo se descubre en la fe y el amor. Además, "nadie puede decir Jesús es Señor sino en el Espíritu Santo".
¿Quién es éste a quien obedecen el viento y el mar? ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? Sigue abierto el interrogante, para todos los hombres de todos los tiempos. ¿Y vosotros, quién decís que soy yo? La respuesta solamente puede darse desde dos puntos de vista. Pedro personifica la confesión cristiana de la fe: el Mesías, el Hijo de Dios. San Agustín se pregunta: “¿Qué es, pues, el Hijo de Dios? Como antes preguntábamos qué era Cristo y escuchamos que era el Hijo de Dios, preguntemos ahora qué es el Hijo de Dios. He aquí el Hijo de Dios: En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba en Dios y la Palabra era Dios (Jn 1)”.
Pero esta confesión cristiana "no procede de la carne ni de la sangre", es decir, no es posible llegar a través de la lógica y de la razón humana, se hace posible únicamente gracias a la revelación del Padre. Sí, la fe viene de fuera. El hombre, por muy inteligente que sea, es radicalmente incapaz de acceder a lo que es dominio misterioso de Dios. "Mi Padre te lo ha revelado."
"Y vosotros ¿quién decís que soy yo?". Este interrogante nos sitúa en el centro de la fe: y además se puede ampliar a su cuerpo místico, porque además Cristo continúa presente en la Iglesia; ésta es Cristo vivo. La respuesta de la fe es una respuesta a la Iglesia. La respuesta no es fácil.
Hoy ponemos los ojos ante dos apóstoles que son columnas de la Iglesia. El Papa de Roma, que continúa el ministerio apostólico de confirmar en la fe a los hermanos, es para nosotros, como dice el Concilio Vaticano II, "el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles" (LG 23). Jesús edificó sobre la Roca de Pedro a todos los obispos de Roma y por eso vemos en el Santo Padre la imagen cercana, segura y querida de Cristo Buen Pastor entre nosotros. La colecta -el tradicional Óbolo de San Pedro- de este último domingo de junio, destinada a sufragar los servicios pastorales de la Santa Sede, de los que salen beneficiadas todas las diócesis del mundo, es expresión de esta unidad, para colaborar con el ministerio apostólico del Papa, para rezar por él y ayudarle con nuestra limosna.
Jesús, llamas a Cefas Pedro, es decir, "roca". En el Antiguo Testamento se llama "roca" a Yavé, también a Abrahán (Is 51,1ss). Yavé es roca por su fidelidad, porque no le falla al creyente que funda en él su vida. Abrahán y Pedro sólo pueden ser roca por su fe y por su confianza en Dios. Jesús, eliges a Pedro como fundamento de tu iglesia. Quieres construir algo nuevo desde el fundamento; y el poder de la muerte no puede nada contra ella. Nos prometes que tu Iglesia sobrevivirá, no obstante las fuerzas de la destrucción y de la muerte. Poseer "las llaves" en sentido bíblico significa tener autoridad suprema en la casa, en este caso, dentro de la Iglesia. "Atar y desatar" se refiere a la potestad de interpretar auténticamente una ley o una doctrina; pero, sobre todo, a la de expulsar y admitir en la comunidad eclesial. Todo ese poder debe ejercerse con un espíritu de servicio, sin olvidar que la iglesia es de Cristo, y que el fundamento de cualquier fundamento es, en definitiva, el Señor (“Eucaristía 1987”).
2. En la primera lectura (Hch 12,1-11) Lucas presenta a Pedro viviendo una experiencia salvífica. Recuerda la salida de Egipto, y la Pasión y Resurrección de Jesús. De Pascua y de noche; con una intervención milagrosa del ángel del Señor cuando está en la cárcel, bajo custodia, probablemente en la Torre Antonia, en la misma cárcel en la que estaría preso también San Pablo con el tiempo. Pedro ha sido encadenado a sus dos guardianes, que responderían con su propia vida de la seguridad del reo. La pequeña comunidad cristiana de Jerusalén está reunida seguramente en casa de María, la madre de Marcos evangelista, en donde Jesús había celebrado la Cena con sus discípulos. Así que la oración de la comunidad acompaña a Pedro en su angustia durante toda aquella noche, a Pedro, que no supo velar en Getsemaní para acompañar a Jesús en su oración angustiada. Y Dios libró a Pedro de la expectación de los judíos y de la política de Herodes. Todo este relato de la liberación de Pedro se desarrolla con la ayuda de Dios (“Eucaristía 1976”).
Si el afligido invoca al Señor él lo escucha y lo salva de sus angustias”, "el ángel del Señor acampa cerca de sus fieles”. El Salmo 33 es un canto de acción de gracias. Son muchos los beneficios que el salmista ha recibido del Señor y se ve en la necesidad de agradecérselos. Nos recuerda el comienzo del Magníficat de María: "Bendigo al Señor en todo momento... mi alma se gloría en el Señor..." El autor invita a los humildes a que le escuchen y se alegren, y también ellos se sumen a su alabanza: "Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre". Vemos la bondad y condescendencia de Dios. Dios se inclina hacia nosotros, nos escucha, y nos responde y libra de todas nuestras ansias, de todo mal y angustia. "Yo consulté al Señor y me respondió". Por esto se exhorta: "Contempladlo y quedaréis radiantes": mirar a Dios es mirar la luz y por tanto, reflejarla (como Moisés y Esteban).
Quien camina en la luz se halla iluminado, irradia él mismo luz, luz de alegría, de confianza, de seguridad. La frente de los justos no tiene de qué avergonzarse, puede ir siempre alta. "El ángel del Señor acampa en torno a los fieles": manera poética de expresar la protección divina y su providencia. Donde los otros caen, tropiezan o se encallan, el justo lo supera sin dificultad. Es lo que llamaríamos convertir las dificultades en oportunidades. Aquello que es insoportable e inexplicable para los demás, resulta ligero y suave para él: porque el ángel del Señor está con él, lo defiende y ayuda. Lo dirá también Jesús: "Mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt 11,30).
3. Pablo nos dice (Tm 4,6-8.17-18) que entiende su muerte próxima como un sacrificio de libación que ofrece a Dios y en el que va a ser derramada su sangre, también como un retorno a la casa paterna. Juan Pablo II también decía ante su muerte: “dejadme ir a la casa del Padre”. Señor, que yo sepa también aceptar serena y confiadamente la muerte, sabiendo que se vive y se muere siempre para ti. Consciente de haber alcanzado la meta de su vida, Pablo lanza una mirada retrospectiva sobre ella y se goza como atleta que ha vencido en la carrera. Ha vivido esforzadamente y ha conseguido mantener viva y encendida la antorcha de la fe. En este momento de plenitud mira también hacia adelante y espera recibir la corona de justicia de manos del Señor. Pues el triunfo de Pablo es el triunfo del Señor, cuya fuerza se ha manifestado en medio de la debilidad y los apuros de quien le ha servido (“Eucaristía 1976”).
Llucià Pou Sabaté
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