miércoles, 24 de abril de 2013


MIÉRCOLES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA: el apostolado, en la primitiva Iglesia, guiada por Jesús (en el Espíritu Santo, y la intercesión de la Virgen María)
«El que cree en mí, no cree en mí, sino en Aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado. Yo soy la luz que ha venido al mundo para que todo el que cree en mí no permanezca en tinieblas. Y si alguien escucha mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, ya que no he venido a juzgar al mundo sino a salvar al mundo. Quien me desprecia y no recibe mis palabras tiene quien le juzgue: la palabra que he hablado ésa le juzgará en el último día. Porque yo no he hablado por mí mismo, sino que el Padre que me envió, Él me ha ordenado lo que he de decir y habla': Y sé que su mandato es vida eterna; por tanto, lo que yo hablo, según me lo ha dicho el Padre, así lo hablo.» (Juan 12, 44-50)
1. Jesús proclama hoy: «El que cree en mí no cree en mí, sino en el que me ha enviado; y el que me ve a mí ve al que me ha enviado”. Jesús es nuestro modelo, y así como Él transparenta al Padre, también nosotros con su gracia podemos llevar su luz a los demás, transmitir a Jesús en nuestra vida.
Yo he venido como luz al mundo, para que todo el que crea en mí no quede en tinieblas”. Es el signo de la luz. Es la misma imagen que aparecía en el prólogo del evangelio: «la Palabra era la luz verdadera» y en otras ocasiones solemnes: «yo soy la luz del mundo: el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida». Pero siempre sucede lo mismo: algunos no quieren ver esa luz, porque «los hombres amaron más las tinieblas que la luz». Cristo como luz sigue dividiendo a la humanidad. También ahora hay quien prefiere la oscuridad o la penumbra: y es que la luz siempre compromete, porque pone en evidencia lo que hay, tanto si es bueno como defectuoso. Nosotros, seguidores de Jesús, ¿aceptamos plenamente en nuestra vida su luz, que nos viene por ejemplo a través de su Palabra que escuchamos tantas veces? ¿somos «hijos de la luz», o también en nuestra vida hay zonas que permanecen en la penumbra, por miedo a que la luz de Cristo nos obligue a reformarlas? Ser hijos de la luz significa caminar en la verdad, sin trampas, sin subterfugios. Significa caminar en el amor, sin odios o rencores («quien ama a su hermano permanece en la luz». La «tiniebla» es tanto dejarnos manipular por el error, como encerrarnos en nuestro egoísmo y no amar. El Cirio pascual que encendemos estos días significa Cristo resucitado (J. Aldazábal). Y nosotros hemos de estar también encendidos con esta luz.
 “Yo no condeno al que oye mis palabras y no las guarda, pues no he venido a condenar al mundo, sino a salvarlo”. Son las últimas palabras de la predicación pública de Jesús, y recopila temas fundamentales: la fe en Él, unidad y distinción entre Padre e Hijo, Jesús como Luz y Vida del mundo, juicio de los hombres según la aceptación de Cristo; es el relato previo a la oración sacerdotal y relatos Pascuales: “El que me rechaza y no acepta mi doctrina ya tiene quien lo juzgue; la doctrina que yo he enseñado lo condenará en el último día, porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me ha enviado me ha ordenado lo que tengo que decir y enseñar, y yo sé que su mandato es vida eterna”. Jesús, al final de vida terrena, sabe que tiene un pequeño núcleo de discípulos, pero su corazón abarca a todos los hombres, dentro del misterio de su unión con el amor del Padre: “Por eso lo que yo os digo, lo digo tal y como me lo ha dicho el Padre» (Jn 12,44-50).
Tenemos también la ayuda del auxilio luminoso de María (que significa “estrella”). San Bernardo intuyó muy bien al invocar a María como “Estrella de los mares”. San Bernardo exhortaba así a los cristianos: “Si alguna vez te alejas del camino de la luz y las tinieblas te impiden ver el Faro, mira la Estrella, invoca a María. Si se levantan los vientos de las tentaciones, si te ves arrastrado contra las rocas del abatimiento, mira a la estrella, invoca a María. (...) Que nunca se cierre tu boca al nombre de María, que no se ausente de tu corazón”.
2. “La palabra del Señor crecía y se multiplicaba. Bernabé y Saulo, después de haber cumplido su misión, volvieron de Jerusalén, llevando consigo a Juan Marcos. En la Iglesia de Antioquía había profetas y doctores: Bernabé y Simón, apodado el Negro; Lucio de Cirene; Manahén, hermano de leche de Herodes el virrey, y Saulo”. Vemos ya una Iglesia desarrollada, carismas diversificados. Los profetas eran cristianos especialmente capaces de discernir la voluntad de Dios en los acontecimientos concretos de la vida humana y de la historia. ¡Ayúdanos, Señor, a saber leer los signos de tu Palabra, en los signos de los tiempos! Tú nos hablas a través de lo que va sucediendo. Pensando en un acontecimiento que acaba de producirse o que está a punto de ocurrir, trato humildemente de descubrir lo que Tú, Señor, quieres decir al mundo... Los doctores discernían las Escrituras, comentando el antiguo Testamento y el Nuevo, que se estaba elaborando entonces. Enseñaban a los catecúmenos y a los demás cristianos, eran maestros, sin ser sacerdotes tenían lugar importante por lo delicado de su misión educadora, doctrinal y moral.
 “Mientras celebraban el culto del Señor y ayunaban, el Espíritu Santo dijo: «Separadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado»”. Es el inicio de la gran «misión» de san Pablo, de la que saldrá la evangelización de toda la cuenca del Mediterráneo: Chipre, Salamina, Grecia, el Imperio Romano... El Espíritu Santo está en el origen de todo esfuerzo misionero. Con el ayuno y oración, hay una buena preparación apostólica, y el Señor no dejará “caer en tierra ninguna de sus palabras”. Es también la Iglesia la que envía a misión. La «comunidad» acepta la responsabilidad de aquellos a los que envía, «se sacrifica y ora» por ellos... les da un «signo» -sacramento- que se halla en el origen de la ordenación de los obispos y de los sacerdotes: la imposición de las manos. ¿Es misionera la comunidad a la cual pertenezco? ¿Sostiene, por la oración y el esfuerzo, a los que ha enviado a ponerse «en contacto con los paganos»?
 “Entonces, después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron. Con esta misión del Espíritu Santo fueron a Seleucia, desde donde se embarcaron hacia Chipre. Al llegar a Salamina, se pusieron a anunciar la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos. Tenían también a Juan como auxiliar (He 12,24-26-13,1-5).
Y así comienza el primero de los tres grandes viajes misioneros de Pablo, que llevará al Apóstol a evangelizar primero la isla de Chipre y después algunas regiones del sur de Asia Menor: Panfilia, Pisidia y Licaonia (años 44-49). El Espíritu Santo deja oir su voz en la Iglesia de Cristo.
3. El Señor ha tenido piedad de nosotros y nos ha bendecido al enviarnos a su propio Hijo como Salvador nuestro. Quienes hemos sido beneficiados con el Don de Dios debemos convertir toda nuestra vida en una continua alabanza de su Nombre. Agradecidos, alabamos al Señor con el Salmo: Que Dios tenga piedad y nos bendiga, haga brillar su rostro entre nosotros para que en la tierra se conozca su camino y su salvación en todas las naciones”. El reino de Dios se proclama en la Iglesia, se vive en la presencia de Jesús que permanece en ella, como indica S. Agustín: “¡Oh bienaventurada Iglesia! En un tiempo oíste, en otro viste. Oíste en tiempo de las promesas, viste en el tiempo de su realización; oíste en el tiempo de las profecías, viste en el tiempo del Evangelio. En efecto, todo lo que ahora se cumple había sido antes profetizado. Levanta, pues, tus ojos y esparce tu mirada por todo el mundo; contempla la heredad del  Señor difundida ya hasta los confines del orbe”.   
“Que canten de alegría las naciones, pues tú juzgas al mundo con justicia y gobiernas los pueblos de la tierra. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. Que Dios nos bendiga y que le rinda honor el mundo entero” (67,2-3,5-6.8). Y Juan Pablo II enseñaba que “la bendición sobre Israel será como una semilla de gracia y de salvación que será enterrada en el mundo entero y en la historia, dispuesta a germinar y a convertirse en un árbol frondoso. El pensamiento recuerda también la promesa hecha por el Señor a Abraham en el día de su elección: «De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición... Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra» (Gen 12,2-3). Hay aquí un mensaje para nosotros: tenemos que abatir los muros de las divisiones, de la hostilidad y del odio, para que la familia de los hijos de Dios se vuelva a encontrar en armonía en la única mesa, para bendecir y alabar al Creador para los dones que él imparte a todos, sin distinción”.
Llucià Pou Sabaté

martes, 23 de abril de 2013


MARTES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA: Jesús, Buen Pastor, nos lleva la Iglesia madre, santuario de Cristo y salvación, y María es quien nos acompaña y la fortaleza que nos protege

«Se celebraba por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno. Paseaba Jesús por el Templo, en el pórtico de Salomón. Entonces le rodearon los judíos y le decían: ¿Hasta cuándo nos vas a tener en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente. Les respondió Jesús: Os lo he dicho y no lo creéis; las obras que hago en nombre de mi Padre, éstas dan testimonio de mí. Pero vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y me siguen. Yo les doy vida eterna; no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos; y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.» (Juan 10, 22-30)

1. El buen pastor -el verdadero pastor- es Jesús: pastor "bueno, bravo, honrado, hermoso, perfecto en todos los aspectos"... ¿qué significa “pastor” en la Biblia? El guía, el que cuida, y gobierna, el "mesías", el "jefe del pueblo", pero Jesús añade: -“El verdadero pastor da su vida por sus ovejas...”, "pone su alma" = "deja su vida" = "da su vida". ¡Esta es una imagen sorprendente! Cuando un pastor muere, no puede ya defender sus ovejas... Pero Jesús, por su muerte misma, salva a sus ovejas. Por otra parte, enseguida añadirá que El tiene el poder de "recobrar su vida" -resurrección. Conscientemente Jesús dice que es capaz de "morir" por nosotros. Así nos dice hoy el Evangelio: “Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la dedicación del templo. Era invierno. Jesús se paseaba en el templo, por el pórtico de Salomón. Los judíos lo rodearon y le preguntaron: «¿Hasta cuándo nos has de tener en vilo? Si tú eres el mesías, dínoslo claramente»”. Soy conocido en el amor que Dios me tiene. Y todos están llamados a ese amor, en el corazón universal de Jesús. De ahí que nosotros, Iglesia en Cristo, tengamos una dimensión misionera, apostólica. “Jesús les respondió: «Os lo he dicho y no me habéis creído. Las obras que yo hago en nombre de mi Padre lo demuestran claramente. Pero vosotros no creéis, porque no sois ovejas mías…” Quiero ser de tus ovejas, Señor, meterme en tu redil, dejarme guiar por ti, mi Maestro interior: “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y me siguen. Yo les doy vida eterna; no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos; y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno”: Todo viene de esa misteriosa identificación: «yo y el Padre somos uno», progresiva manifestación del misterio de su propia persona: el «Yo soy». Le pedimos a la Virgen, Divina Pastora, que nos haga escuchadores del Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús, el Buen Pastor.
2. Antioquia es, después de Roma y Alejandría, la tercera ciudad del Imperio romano (con medio millón de habitantes, y una numerosa colonia judía), centro de gran importancia cultural, económica y religiosa; fue la primera gran urbe del mundo antiguo donde se predica el Evangelio. La fundación de la Iglesia en Antioquía, capital de Siria y entonces en pleno país pagano es una etapa principal en la expansión de la Iglesia. Cuando parecía que los acontecimientos iban a señalar el final de la comunidad de Jesús, por la persecución de Esteban y la dispersión que le siguió resultó que la Iglesia empezó a sentirse misionera y abierta. Los discípulos huidos de Jerusalén fueron evangelizando -anunciando que Jesús es el Señor- a regiones como Chipre, Cirene y Antioquía de Siria. Primero a los judíos, y luego también a los paganos: “Los que se habían dispersado a causa de la persecución ocurrida con ocasión de Esteban, llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, predicando sólo a los judíos. Pero había entre ellos algunos chipriotas y cirenenses, quienes, llegados a Antioquía, se dirigieron también a los griegos, anunciando a Jesús, el Señor. El Señor estaba con ellos, y un gran número creyó y se convirtió al Señor”. Problema típico de todos los tiempos: el respeto a la diversidad: los «griegos», paganos, tienen una mentalidad totalmente distinta a la de los judíos… “anunciándoles el Evangelio del Señor Jesús...”: es decir, que Jesús es Dios (no Mesías de un solo pueblo, sino que su dominio es sobre todos los hombres).
Dios dirige la Iglesia, se sirve de todo para que la cosa vaya hacia el bien. “Llegó la noticia a oídos de la Iglesia de Jerusalén, y enviaron a Bernabé a Antioquía”. No se contentan con "crear" nuevas Iglesias locales, la comunidad de Jerusalén cuida de incorporarlas a la unidad de la Iglesia única. «Creo en la Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica». Se crean lazos entre una y otra comunidad, así se «envía a Bernabé», que pertenecía a la comunidad de Jerusalén, a la comunidad de Antioquía... Aparece aquí un personaje muy significativo del nuevo talante de la comunidad: Bernabé. Era de Chipre. Había vendido un campo y puesto el dinero a disposición de los apóstoles. Había ayudado a Pablo en su primera visita de convertido a Jerusalén, para que se sintiera un poco mejor acogido por los hermanos. Era generoso, conciliador: y éste vio en seguida la mano del Espíritu en lo que sucedía en aquella comunidad, se alegró y les exhortó a seguir por ese camino. Más aún: fue a buscar a Pablo, que se había retirado a Tarso, su patria, y lo trajo a Antioquía como colaborador en la evangelización. Bernabé influyó así decisivamente en el desarrollo de la fe en gran parte de la Iglesia. También la comunidad cristiana de ahora debería imitar a la de Antioquía y ser más misionera, más abierta a las varias culturas y estilos, más respetuosa de lo esencial, y no tan preocupada de los detalles más ligados a una determinada cultura o tradición. La apertura que el Vaticano II supuso -por ejemplo, en la celebración litúrgica, con las lenguas vivas y una clara descentralización de normas y aplicaciones concretas- debería seguir produciendo nuevos frutos de inculturación y espíritu misionero. Hoy también se necesitan personas conciliadoras, dialogantes, que sepan mantener en torno suyo la ilusión por el trabajo de evangelización en medio de un mundo difícil. Que valoran las personas y sus capacidades y virtudes, en vez de constituirse en jueces rápidos e inclementes de sus defectos. Deberíamos ser, como Bernabé, conciliadores, y no divisores en la comunidad.
 “Al llegar y ver la gracia de Dios, se llenó de alegría y exhortaba a todos a perseverar con un corazón firme, fieles al Señor, porque era un hombre bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe. Y una gran multitud se unió al Señor. Se fue a Tarso en busca de Saulo; lo encontró y se lo llevó a Antioquía. Y estuvieron un año entero en aquella Iglesia instruyendo en la fe a muchas personas” (Hch 11,19-26). El Espíritu hace que de las patadas que les pegan las persecuciones, como un saco lleno de semilla, más se extienden los granos y el viento los lleva lejos (san Josemaría Escrivá). Te ruego, Señor, por la unidad de tu Iglesia. Que cada comunidad esté abierta a las demás. Que ninguna llegue a ser un gueto, un círculo cerrado, un club reservado a sólo algunos. Te ruego, Señor, por la unidad del mundo. Que la Iglesia, en el mundo, sea signo y fermento de unidad entre todos los hombres.
En Antioquía fue donde, por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de cristianos”. «Cristianos» = «hombres de Cristo». Se ha inventado una palabra nueva. ¿Soy yo otro Cristo? ¿Soy de veras un cristiano? Reflexiono sobre esta palabra, que expresa mi identidad. o bien, ¿se trata sólo de una etiqueta externa? ¡Oh Cristo, hazme semejante a Ti! (Noel Quesson/J. Aldazábal).
2. El Salmo 87/86 habla del nuevo Pueblo de Dios, el Reino de Dios entre nosotros. El Señor nos ha elegido como pueblo suyo: «alabad al Señor todas las naciones», porque Dios llama a todos por igual. “Contaré a Egipto y a Babilonia entre mis fieles; filisteos, tirios y etíopes han nacido allí…” con alusiones al Templo, que es Jesús, la Presencia de Dios vivo, y todos seremos puestos en el registro de este pueblo santo, familia de Dios, Iglesia: “Este ha nacido allí”; y cantarán mientras danzan: “Todas mis fuentes están en ti”». Es la hermandad de todos los pueblos, llamados a la Jerusalén Celestial (dirá el Apocalipsis). Es la «ciudad de Dios»; está por tanto en la base del proyecto de Dios. Todos los puntos cardinales de la tierra se encuentran en relación con esta Madre: Ráhab, es decir, Egipto, el gran estado Occidental; Babilonia, la conocida potencia oriental; Tiro, que personifica al pueblo comercial del norte; mientras que Etiopía representa al profundo sur; y Palestina, el área central, también es hija de Sión.
                Llucià Pou Sabaté 

lunes, 22 de abril de 2013


LUNES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA: Jesús, el Buen Pastor, continúa guiándonos, abriendo nuestro corazón a la verdad, como hizo con Pedro y los primeros.

“«Un día Jesús dijo a los fariseos: Os aseguro que el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino saltando por otra parte, es un ladrón y un salteador. Pero el que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guarda le abre la puerta y las ovejas reconocen su voz; él llama a sus ovejas por sus nombres y las saca fuera. Y cuando ha sacado todas sus ovejas, va delante de ellas, y las ovejas lo siguen porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños». Jesús les puso esta semejanza, pero ellos no entendieron qué quería decir. Por eso Jesús se lo explicó así: «Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que vinieron antes de mí eran ladrones y salteadores, pero las ovejas no les hicieron caso. Yo soy la puerta; el que entra por mí se salvará; entrará y saldrá y encontrará pastos. El ladrón sólo entra para robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10,1-10, ciclos B y C).

1. Los pastores judíos, de noche, juntaban los rebaños de varios y dejaban a uno de ellos que hacía guardia en el aprisco. Por la mañana, volvían a recoger cada uno su rebaño. «Un día Jesús dijo a los fariseos: Os aseguro que el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino saltando por otra parte, es un ladrón y un salteador. Pero el que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guarda le abre la puerta y las ovejas reconocen su voz; él llama a sus ovejas por sus nombres y las saca fuera”. Jesús nos “hace salir”: conduce hacia la felicidad, hacia la verdadera expansión, hacia los verdaderos alimentos. Va “delante” de nosotros, que somos sus ovejas, que “lo siguen porque conocen su voz”. Porque hacemos oración, y sus palabras llenan nuestra vida de sentido. Hacer silencio en lo íntimo del alma... Escuchar la voz del Señor. He aquí la mejor parte. Aquel tesoro escondido por el cual bien valdría la pena sacrificar todos los halagos y vanidades del mundo. Pero para alcanzar este tesoro es preciso aprender a huir de todas las voces que no sean las del Buen Pastor. Saber escapar, como un ladrón, de la frivolidad de la imaginación, de la disipación de los sentidos, de la irreflexión y la charlatanería. Amar el silencio y la soledad como el precioso santuario de nuestra unión con Dios, el lugar de la paz y la serenidad del alma y del encuentro profundo con nosotros mismos. El contexto de Jesús Puerta es también eucarístico, pues la mesa de la Eucaristía es donde mejor nos conformamos a Él; Tomás de Aquino escribe: «es evidente que el título de “pastor” conviene a Cristo, ya que de la misma manera que un pastor conduce el rebaño al pasto, así también Cristo restaura a los fieles con un alimento espiritual: su propio cuerpo y su propia sangre» (Josep Vall).
Jesús se lo explicó así: «Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que vinieron antes de mí eran ladrones y salteadores, pero las ovejas no les hicieron caso. Yo soy la puerta; el que entra por mí se salvará; entrará y saldrá y encontrará pastos. El ladrón sólo entra para robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante”. Fuera de Él, la humanidad está encerrada en sí misma: ninguna ideología, ninguna teoría, ninguna religión nos libera de la fatalidad de "no ser más que hombre, y por lo tanto, de morir". Pero Jesús nos saca de nuestra impotencia y nos introduce en el dominio divino... un "espacio infinito, eterno se abre a nosotros, por esta Puerta". El que por mí entrare, se salvará y hallará pasto... Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia... (Noel Quesson).
2. Las distintas culturas pueden crear divisiones y problemas entre las personas. En la Iglesia primitiva, algunos de mentalidad limitada, querían imponer a los demás sus propias costumbres. Acusan a Pedro de ser traidor a su patria por el hecho de ir donde los romanos. Los Hechos nos dicen que “los apóstoles y los hermanos que estaban en Judea supieron que también los paganos habían recibido la palabra de Dios. Cuando Pedro llegó a Jerusalén, los partidarios de la circuncisión le echaron en cara: «¿Por qué has entrado en casa de hombres incircuncisos y has comido con ellos?»”. El asunto es grave.
Entonces Pedro comenzó a explicarles por orden, diciendo: «Estaba yo en la ciudad de Jafa orando, cuando tuve en éxtasis una visión: un objeto descendía a modo de un gran lienzo, colgado por las cuatro puntas desde el cielo, y llegó hasta mí. Yo lo miré fijamente, lo examiné y vi cuadrúpedos, bestias, reptiles y aves. Oí también una voz que me decía: Levántate, Pedro, mata y come. Pero yo dije: De ninguna manera, Señor; porque nada profano o impuro ha entrado jamás en mi boca. Pero la voz del cielo dijo por segunda vez: Lo que Dios ha purificado, tú no lo llames impuro. Esto se repitió por tres veces, y todo fue arrebatado de nuevo al cielo”. Hoy, todavía, los judíos tienen prohibidos muy estrictamente ciertos alimentos, que según la tradición de Moisés, eran considerados impuros. Lo que se le pide a Pedro es que supere su propia tradición, y sobre todo que no la imponga a los que no son de su raza. Apertura de espíritu. Universalismo. Unidad que respeta las diversidades. Pluralismo. Comunión profunda en lo esencial, dejando a cada uno su libertad en lo secundario (Noel Quesson). Nos cuesta romper con ciertas cosas de la educación recibida, cuando vemos que no son buenas. Porque forman como una segunda naturaleza. Pero vemos que es posible.
 “Entonces mismo –sigue Pedro- se presentaron en la casa donde yo estaba tres hombres que me habían enviado desde Cesarea. Y el Espíritu me dijo que fuera con ellos sin dudar. Estos seis hermanos vinieron también conmigo y entramos en la casa del hombre en cuestión, quien nos contó que se le había aparecido un ángel y que le había dicho: Manda a Jafa a llamar a Simón Pedro, el cual, con sus palabras, te traerá la salvación a ti y a tu familia. Y al comenzar yo a hablar, descendió el Espíritu Santo sobre ellos, como al principio sobre nosotros. Recordé estas palabras del Señor: Juan bautizó en agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo. Pues si Dios les ha dado a ellos el mismo don que a nosotros por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿cómo podía yo oponerme a Dios?». Al oír esto callaron y glorificaron a Dios, diciendo: «Así que también a los paganos Dios ha concedido el arrepentimiento para alcanzar la vida»” (11,1-18): La intervención milagrosa de Dios hizo que Pedro, a pesar de todo el peso de su pasado y de su ambiente, se resolviera por fin a entrar en casa de los gentiles y comer con ellos. «Una oración...». «Una visión del cielo...». Es el Espíritu de Dios que empuja a la misión. ¡Dios ama a los gentiles! Hoy vemos una apertura de la Iglesia a los gentiles: su misteriosa visión en Jope, la visión del mismo Cornelio y el llamado «Pentecostés de los gentiles». El resultado, muy positivo, fue que todos se sosegaron y glorificaron a Dios. Juan XXIII, que convocó y dio la orientación básica al Concilio del aggiornamento eclesial, fue también una opción profética en estos tiempos modernos (F. Casal). Nos preguntamos: ¿somos víctimas de las ataduras que podamos tener, por formación o pereza mental?, ¿o seguimos teniendo discriminaciones contrarias al amor universal de Dios y a la voluntad ecuménica de su Espíritu?, ¿sabemos dialogar?
3. “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Salmo 41,2-3;42,3-4): Jesús, buen pastor, nos lleva a aguas deliciosas, sigue guiándonos desde su gloria: «Cristo, una vez resucitado de entre los muertos ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre Él. Aleluya» (ant. de entrada); le pedimos que donde Él está vayamos también nosotros: «Oh Dios, que por medio de la humillación de tu Hijo levantaste a la Humanidad caída; concede a tus fieles la verdadera alegría, para que quienes han sido librados de la esclavitud del pecado alcancen la felicidad eterna». Con el Salmo 41 cantamos y subrayamos nuestro carácter de peregrinos gozosos por caminar hacia el que es Luz, Verdad y Vida: «Como busca la sierva corriente de agua, así mi alma te busca a Ti, Dios mío. Mi alma tiene sed del Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Envía tu luz y tu verdad: que ellas me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada. Que yo me acerque al altar de Dios, al Dios de mi alegría; que te dé gracias al son de la cítara, Dios, Dios mío». Son los silbidos del buen pastor, en palabras de San Agustín: «Aunque camine en medio de la sombra de la muerte; aun cuando camine en medio de esta vida, la cual es sombra de muerte no temeré los males, porque Tú, oh Señor, habitas en mi corazón por la fe, y ahora estás conmigo a fin de que, después de morir, también yo esté contigo. Tu vara y tu cayado me consolaron; tu doctrina, como vara que guía el rebaño de ovejas y como cayado que conduce a los hijos mayores que pasan de la vida animal a la espiritual, más bien me consoló que me afligió, porque te acordaste de mí».
Llucià Pou Sabaté

sábado, 20 de abril de 2013


Domingo 4º de Pascua, C. Jesús, el Cordero, pastor en nuestro interior, nos conducirá hacia fuentes de aguas vivas, y nos dice: “Yo doy la vida eterna a mis ovejas”

En aquel tiempo, dijo Jesús: - «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno»” (Juan 10,27-30).

1. “¿Me salvaré?”: es una pregunta que nace en nuestro interior, como me decía una persona que se dedicaba al voluntariado y al servicio a los demás: pues así aseguraba que se salvaría. Es de lo que nos habla hoy Jesús, de la "vida eterna". La vida que se recibe ya por la fe, por la Palabra, como rezamos hoy en la Oración Colecta: “Dios y Padre nuestro, ayúdanos a abrir siempre los oídos del corazón para escuchar tu palabra de Buen Pastor y seguirte”. Juan escribe su evangelio para que, creyendo en Jesús, tengamos vida eterna. Entiende la "vida eterna" como algo que se inicia ya en este mundo. Cuantos creen en Jesús tienen su vida eterna guardada en las mejores manos y no morirán para siempre. Porque Jesús y el Padre son uno. La fe misma es seguridad en Dios. Porque no tenemos a Dios a buen recaudo, sino que es él el que nos tiene con fuerza y el que inspira en nosotros una confianza sin límites (“Eucaristía 1992”).
Pablo VI señaló este domingo como un día para la plegaria en favor de las vocaciones al ministerio y a la vida consagrada, dentro del conjunto de la liturgia pascual. Una vez concluido el ciclo de las apariciones, se nos va presentando al Señor en algunas de sus dimensiones más teológico-espirituales, como hoy la del Pastor enviado por Dios:
-"Yo les doy la vida eterna". El evangelio del Buen Pastor contiene una promesa que supera toda medida; incluso se podría decir que supera toda previsión. A las ovejas de Jesús, a las que él conoce y que le siguen, se les asegura por tres veces su definitiva pertenencia a él y al Padre. Y esto porque ellas ya ahora han recibido por anticipado «vida eterna». Porque lo que Jesús nos da aquí abajo con su vida, su pasión, su resurrección, su Iglesia y sus sacramentos, es ya vida eterna. El que la recibe y no la rechaza, jamás puede ya «perecer», nadie puede ya «arrebatarlo de mi mano»; más aún: nadie puede arrebatarlo de la mano del Padre, del que Jesús dice que es más que él (porque es su origen), y sin embargo que él, el Hijo, es uno con este Padre más grande. Las ovejas, que están amparadas en esta unidad entre el Padre y el Hijo, poseen la vida eterna; ningún poder terreno, ni siquiera la muerte, puede hacerles nada. Sin embargo, aquí no se promete el cielo a todo el mundo, sino a aquellos que «escuchan mi voz» y «siguen» al pastor: una pequeñísima condición sine qua non para una consecuencia infinita, inmensamente grande. Conviene recordar aquí las palabras de san Pablo: «Una tribulación pasajera y liviana produce un inmenso e incalculable tesoro de gloria» (2 Co 4,17) (Von Balthasar).
El buen pastor es una de las primeras imágenes que representan a Jesús. Sin barba, con vestiduras cortas y peinado grecoromano, lleva sobre sus espaldas unas ovejas. Así les gustaba a los cristianos de Roma, en el siglo III, definir e imaginarse a Jesús. De Cristo pastor se nos dice que ama a sus ovejas a las que ha comprado con su propia sangre (Hch 20, 28), que las guía, que las busca si se pierden, que las defiende con su vida, que ellas lo reconocen, que la autoridad que manifiesta sobre ellas está fundada en su entrega y su amor. La semejanza con el pastor da por supuesto que se está andando, buscando entre escaseces y peligros algo vital. El inhóspito desierto y los lobos amenazan de muerte a las ovejas.
Sólo Yahvé es el pastor de Israel. Y se promete al pueblo disperso que Yahvé volverá a reunir a su rebaño y le dará un pastor: su siervo David, el Mesías. Las ovejas no siguen a un extraño, conocen en su interior ese buen pastor que concede el don de la vida eterna: ven que él anuncia la salvación en una unidad con el Padre: es la respuesta a la pregunta sobre si él era el Mesías. Por tanto, es en mi interior que te reconozco, Señor, donde nadie me engaña, pues mi yo más profundo se abre a ti… Tú y Dios sois lo mismo: «yo y el Padre somos uno» y estableces ya una relación entre ti y nosotros: «yo las conozco y les doy la vida eterna... y ellas escuchan mi voz y me siguen». Te reconozco como cantamos en la Comunión: «Ha resucitado el Buen Pastor, que dio la vida por sus ovejas y se dignó morir por su grey. Aleluya». Y en la postcomunión: «Pastor bueno, vela con solicitud sobre nosotros y haz que el rebaño adquirido por la sangre de tu Hijo pueda gozar eternamente de las verdes praderas de tu Reino». Nos guías a verdes praderas como recuerda el famoso salmo. A veces aparece Cristo como Maestro y Guía, como Salvador y Señor. Hoy te miramos como a nuestro Pastor, que nos acompañas en nuestro camino y se nos das tú mismo como alimento y bebida, sobre todo en la Eucaristía; él es nuestro verdadero alimento, nuestro Guía. Tu Palabra es digna de que yo la escuche, que tenga fe en ti, que deje que des sentido a toda mi vida (J. Aldazábal).
En la Entrada cantamos: «La misericordia del Señor llena la tierra, la palabra del Señor hizo el Cielo. Aleluya» (Sal 32,5-6). Y quieres que seamos nosotros tus testigos: testigos, ¿de qué?: testificar a Jesús, la verdad, "el que es", que pastorea a su pueblo. Y ¿qué puede significar para nosotros hoy la figura de Cristo pastor? En él se fundamentan nuestra esperanza, nuestra serenidad y nuestra ética. En una sociedad que sólo da visiones fragmentadas de la realidad, que no sabe cómo encontrar los valores morales fijos, que ha perdido sus utopías y que todo lo convierte en instrumento (incluso al hombre mismo), la figura del Maestro nos marca la dirección. Jesús "one way", el único camino, la dirección obligada para encontrar la paz, el gozo, como pedimos en el Ofertorio: «Concédenos, Señor, darte gracias siempre por estos misterios pascuales, para que esta actualización repetida de nuestra redención sea para nosotros fuente de gozo incesante»,
Jesús, quiero seguirte, como pastor porque se hizo cordero, el cordero de Dios que quita el pecado del mundo y por cuya sangre hemos sido purificados y reconciliados con el Padre. Viniste a servir y no a ser servido, a enseñarnos nuestra misión en la vida, crecer en el servicio, aprender a amar. Tú nos conduce por ese camino "a las fuentes de agua viva".
-"No perecerán para siempre" los que te siguen, porque, como decía Pablo, "ni la vida ni la muerte, ni el presente ni el futuro, ni las fuerzas, ni lo alto ni lo profundo, ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor que Dios nos tiene y nos ha manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro" (Rom 8,38s.). En Jesús resucitado se nos ha revelado un amor más fuerte que la muerte. Los que reciben ese amor, los que se dejan abrazar por ese amor, superan con Jesús todas las dificultades de la vida y resucitan con él. Participan de su resurrección y la muerte no es para ellos ya otra cosa que el desfiladero de la vida, el paso a la verdadera vida, al Padre. -¿Somos conscientes de que el Señor vive y está con nosotros donde dos o más nos reunimos en su nombre? Reunirse en el nombre de Jesús, ¿no es también reunirse bajo su nombre y reconocerlo como nuestro Pastor? -¿Que significa ser pastor de la iglesia o ejercer un ministerio pastoral? -¿Por qué somos cristianos?, ¿por qué seguimos a Cristo? ¿Lo seguimos de verdad?, ¿sólo hasta cierto punto?, ¿hasta la cruz? (“Eucaristía 1983”).
2. La perícopa de Antioquía de Pisidia es muy importante porque el proceso de difusión del evangelio a gentes no judías se presenta ya con forma. Todos invitan a Pablo a que hable sobre el mismo tema el sábado siguiente. Pablo toma en ese momento una importante decisión: en vez de encerrarse entre los judíos, durante la semana, va con preferencia a los "temerosos de Dios", a los que conquista por su total ausencia de racismo. Ellos, a su vez, atraen a mucha gente a la reunión del sábado siguiente; ahí se juntan paganos que nunca se habían comprometido con los judíos.
Entonces se produce la crisis. La asamblea se divide en dos bandos. Los judíos más cerrados y orgullosos se asustan al verse invadidos por esos paganos "impuros", se oponen a Pablo e incluso tratan de echarlo fuera por cualquier medio. Intervienen las mujeres ricas y piadosas. Desde ese momento se constituye una comunidad cristiana separada de la de los judíos. “Pablo y Bernabé dijeron sin contemplaciones: - «Teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: "Yo te haré luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el extremo de la tierra.
¿Quién no se da cuenta que junto a la Iglesia actual todavía hay "prosélitos", o sea, hombres de buena voluntad, que esperan que se les predique un evangelio realmente abierto a todos, y para los cuales no hay cabida en nuestras asambleas? (“Eucaristía 1992”).
Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron y alababan la palabra del Señor; y los que estaban destinados a la vida eterna creyeron”. “El hombre no se salva automáticamente. Hay que aceptar la palabra de Dios y de la Iglesia... El pueblo de Israel no debía querer poseer la salvación para él solo, pues ésta estaba destinada para todos los hombres: desear la salvación de una manera egoísta significa autoexcluirse del cielo… también los gentiles deben aceptar personalmente la fe y vivir conforme a ella” (von Balthasar).
 “La palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región. Pero los judíos incitaron a las señoras distinguidas y devotas y a los principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron del territorio. Ellos sacudieron el polvo de los pies, como protesta contra la ciudad, y se fueron a Iconio. Los discípulos quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo”. En todo esto hay un sentido eclesial. «Admirable es el testimonio de San Fructuoso, obispo. Como uno le dijera y le pidiera que se acordara de rogar por él. El santo respondió: “Yo debo orar por la Iglesia católica, extendida de Oriente a Occidente”. ¿Qué quiso decir el  santo obispo con estas palabras? Lo entendéis, sin duda, recordadlo ahora conmigo: “Yo debo orar por la Iglesia Católica; si quieres que ore por ti, no te separes de aquélla por quien pido en mi oración”» (san Agustín, Sermón 273).
Cantamos en el salmo: “Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores”: Realmente el Padre es bueno, eterno es su amor, El es fiel"... "Sois su rebaño, su pueblo". “Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño”. "Él nos ha hecho y le pertenecemos"... “No temáis, ni un pajarito cae a tierra sin que vuestro Padre lo sepa”... (Mateo 10,29). ¡Sí, escuchemos a Jesús que recita este salmo! Escuchémoslo en el fondo de nosotros mismos, allí donde el Espíritu "ora en nosotros" (Rom 8,26-31).
«El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades.» La alegría, de por sí, es comunicativa. "Reconoced que el Señor es Dios". Esto viene de dentro, sin ninguna presión... Libremente. Soy tuyo, Señor, porque soy oveja de tu rebaño. Hazme caer en la cuenta de que te pertenezco a ti precisamente porque soy miembro de tu pueblo en la tierra… no me salvo solo. Es verdad que tú, Señor, me amas con amor personal, cuidas de mí y diriges mis pasos uno a uno; pero también es verdad que tu manera de obrar entre nosotros es a través del pueblo que has escogido. El pastor conoce a cada oveja y cuida personalmente de ella, con atención especial a la que lo necesita más en cada momento; pero las lleva juntas, las apacienta juntas, las protege juntas en la unidad de su rebaño. Así haces tú con nosotros, Señor.
Haz que me sienta oveja de tu rebaño, Señor. Responsable, sociable, amable, hermano de mis hermanos y hermanas y miembro vivo del género humano. No me permitas pensar ni por un momento que puedo vivir por mi cuenta, que no necesito a nadie, que las vidas de los demás no tienen nada que ver con la mía... No permitas que me aísle en orgullo inútil o engañosa autosuficiencia, que me vuelva solitario, que sea un extraño en mi propia tierra...
Haz que me sienta orgulloso de mis hermanos y hermanas, que aprecie sus cualidades y disfrute con su compañía. Haz que me encuentre a gusto en el rebaño, que acepte su ayuda y sienta la fuerza que el vivir juntos trae al grupo, y a mí en él. Haz que yo contribuya a la vida de los demás y permita a los demás contribuir a la mía. Haz que disfrute saliendo con todos a los pastos comunes, jugando, trabajando, viviendo con todos. Que sea yo amante de la comunidad y que se me note en cada gesto y en cada palabra. Que funcione yo bien en el grupo, y que al verme apreciado por los demás yo también les aprecie y fragüe con ellos la unidad común.
Soy miembro del rebaño, porque tú eres el Pastor. Tú eres la raíz de nuestra unidad. Al depender de ti, buscamos refugio en ti, y así nos encontramos todos unidos bajo el signo de tu cayado. Mi lealtad a ti se traduce en lealtad a todos los miembros del rebaño. Me fío de los demás, porque me fío de ti. Amo a los demás, porque te amo a ti. Que todos los hombres y mujeres aprendamos así a vivir juntos a tu lado (Carlos G. Vallés).
3. «El Cordero será su pastor», se nos ofrece en una visión del cielo, donde se cumple la promesa que el Señor hace en el evangelio y donde todos los que lo han seguido en la tierra como «sus ovejas» aparecen como una muchedumbre inmensa de todos los pueblos delante del Cordero, su pastor, porque han sido rescatados por la sangre de su cruz y ahora son apacentados y conducidos por él «hacia fuentes de aguas vivas». La vida que se les promete no es un estancamiento, sino algo que fluye eternamente; por eso los que pertenecen al Señor «ya no pasarán hambre ni sed» (Hans Urs von Balthasar).
Llucià Pou Sabaté

SÁBADO DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA: el Apóstol Pedro, vicario de Jesús, está asistido por el Espíritu Santo a lo largo del tiempo, y es portavoz de la fe de la Iglesia.

«Jesús, conociendo en su interior que sus discípulos murmuraban de esto, les dijo: ¿Esto os escandaliza? ¿Pues y si vierais al Hijo del Hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es el que da la vida, la carne de nada sirve: las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. Sin embargo, hay algunos de vosotros que no creen. En efecto, Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que le iba a entrega. Y decía: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí si no le fuera dado por el Padre. Desde entonces muchos discípulos se echaron atrás y ya no andaban con él. Entonces Jesús dijo a los doce: ¿También vosotros queréis marcharos? Le respondió Simón Pedro: Señor ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios.» (Juan 6, 61-69)

1. El Evangelio de hoy muestra el escándalo y rechazo de la gran mayoría ante las palabras de Jesús: ¡es la crisis! Hasta aquí las muchedumbres le han seguido y buscado: -Muchos de sus discípulos gritaron: "¡Duras son estas palabras! ¿Quién puede escucharlas? ¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne?": Lejos de retirar sus afirmaciones o de explicarlas simbólicamente, Jesús las subrayará: -"¿Esto os escandaliza? Pues, ¿qué, si viereis al Hijo del Hombre subir adonde antes estaba?...  El Espíritu es el que da vida; la carne no aprovecha para nada. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. Pero hay entre vosotros algunos que no creen”. Pues desde el principio Jesús sabía quiénes eran los que no creían y quién le había de entregar, y decía: -Por esta razón os he dicho que nadie puede venir a mí, a menos que le haya sido concedido por el Padre.
Desde entonces, muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con Él. Entonces Jesús dijo a los doce: -¿Queréis acaso iros vosotros también?” "Yo no os retengo..." parece decir. Sois libres. En el conflicto actual entre muchos jóvenes y sus padres, cara a la eucaristía, recordemos ese gran misterio. Podemos decirle nosotros con san Pedro que no queremos dejarle: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna". Estar sin Jesús es un infierno insoportable, y estar con Jesús es un dulce paraíso (Kempis). Y Juan Pablo II decía: “Cuando, considerando demasiado duro su lenguaje, muchos de sus discípulos lo abandonaron, Jesús preguntó a los pocos que habían quedado: «¿También vosotros queréis marcharos?», le respondió Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna». Y optaron por permanecer con Él. Se quedaron porque el Maestro tenía palabras de vida eterna, palabras que, mientras prometían la eternidad, daban pleno sentido a la vida.
”Hay momentos y circunstancias en que es preciso hacer opciones decisivas para toda la existencia. Como sabéis muy bien, vivimos momentos difíciles, en los que con frecuencia no logramos distinguir el bien del mal, los verdaderos maestros de los falsos. Jesús nos ha advertido: «Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: "Yo soy" y "el tiempo está cerca". No les sigáis». Orad y escuchad su palabra; dejaos guiar por verdaderos pastores; no cedáis jamás a los halagos y a los fáciles espejismos del mundo que luego, con demasiada frecuencia, se transforman en trágicos desengaños… No olvidéis que «la suerte futura de la humanidad está en manos de aquellos que sean capaces de transmitir a las generaciones venideras razones para vivir y para esperar» (Gaudium et spes).
”Purificados por la reconciliación, fruto del amor divino y de vuestro arrepentimiento sincero, practicando la justicia, viviendo en acción de gracias a Dios, podréis ser en el mundo, a menudo sombrío y triste, profetas de alegría creíbles y eficaces. Seréis heraldos de la plenitud de los tiempos.
”El camino que Jesús os señala no es cómodo; se asemeja más bien a un sendero escarpado de montaña. No os desalentéis. Cuanto más escarpado sea el sendero, tanto más rápidamente sube hacia horizontes cada vez más amplios. Os guíe María, estrella de la evangelización. Dóciles, al igual que ella, a la voluntad del Padre, recorred las etapas de la historia como testigos maduros y convincentes. / Con ella y con los Apóstoles sabed repetir en cada instante la profesión de fe en la presencia vivificante de Jesucristo: Tú tienes palabras de vida eterna”.
Y también nos decía en una fiesta del Corpus: “Jesús se define "el Pan de vida", y añade: "El pan que yo daré, es mi carne para la vida del mundo". / ¡Misterio de nuestra salvación! Cristo, único Señor ayer, hoy y siempre, quiso unir su presencia salvífica en el mundo y en la historia al sacramento de la Eucaristía. Quiso convertirse en pan partido, para que todos los hombres pudieran alimentarse con su misma vida, mediante la participación en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre.
”Como los discípulos, que escucharon con asombro su discurso en Cafarnaum, también nosotros experimentamos que este lenguaje no es fácil de entender. A veces podríamos sentir la tentación de darle una interpretación restrictiva. Pero esto podría alejarnos de Cristo, como sucedió con aquellos discípulos que "desde entonces ya no andaban con Él".
”Nosotros queremos permanecer con Cristo, y por eso le decimos con Pedro: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna". Con la misma convicción de Pedro, nos arrodillamos hoy ante el Sacramento del altar y renovamos nuestra profesión de fe en la presencia real de Cristo”.
2. En la historia de la primera comunidad de Jerusalén llegamos ahora a una época de paz. Vemos -Hechos (9,31-42)- la acción del Espíritu Santo: “Entonces por toda Judea, Galilea y Samaria la iglesia tenía paz. Iba edificándose y vivía en el temor del Señor, y con el consuelo del Espíritu Santo se multiplicaba”.
Pedro, sale de Jerusalén y hace un recorrido por las comunidades cristianas, a modo de visita pastoral, para reanimarlas en su fe: “Aconteció que mientras Pedro recorría por todas partes, fue también a visitar a los santos que habitaban en Lida”.
Su presencia va acompañada por hechos milagrosos. La fuerza curativa de Jesús se ha comunicado ahora a su Iglesia, en la persona de Pedro, que explícitamente invoca a Jesús: “Allí encontró a cierto hombre llamado Eneas, que estaba postrado en cama desde hacía ocho años, pues era paralítico. Pedro le dijo: "Eneas, ¡Jesucristo te sana! Levántate y arregla tu cama." De inmediato se levantó, y le vieron todos los que habitaban en Lida y en Sarón, los cuales se convirtieron al Señor”.
Entonces había en Jope cierta discípula llamada Tabita, que traducido es Dorcas. Ella estaba llena de buenas obras y de actos de misericordia que hacía”. Se enfermó y murió, y como Lida estaba cerca de Jope, los discípulos, al oír que Pedro estaba allí, le enviaron dos hombres para que le rogaran: "No tardes en venir hasta nosotros." Entonces Pedro se levantó y fue con ellos. Pedro, como Jesús, mandó sacar fuera a todos, “se puso de rodillas y oró; y vuelto hacia el cuerpo, dijo: "¡Tabita, levántate!" Ella abrió los ojos, y al ver a Pedro se sentó. Él le dio la mano y la levantó. Entonces llamó a los santos y a las viudas, y la presentó viva”. Antes de resucitar a la muchacha, se arrodilla y reza. Todo lo hace «en el nombre de Jesús». El milagro está en función de la fe. Y la fe se propaga (Noel Quesson). Como Pedro en su tiempo, deberíamos ser cada uno de nosotros «buenos conductores» de la salud y de la vida del Resucitado.
3. Con su resurrección Cristo ha vencido a la muerte. Las cadenas que nos ataban han quedado definitivamente rotas. Jesús nos ha salvado ¿Cómo pagar tan inmenso bien? La Santa Misa es la acción de gracias más agradable al Padre. Con el Salmo decimos: «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre” (116/115,12-17), alusión a la libación ritual, quizá, de vino y aceite, copa derramada en acción de gracias por haber sido librado de la muerte: “¿Quién te dio la copa de salvación, de suerte que, tomándola e invocando el nombre del Señor, le retribuyas por todo lo que a ti te retribuyo? Quien sino Aquel que dice: ‘¿podéis beber el cáliz que yo he de beber? ¿Quién te otorgó imitar sus padecimientos sino Aquel que primeramente padeció por ti? Por tanto, preciosa es delante del Señor la muerte de sus santos. La compró con su sangre, que primeramente derramó por la salud de sus siervos, para que sus siervos no dudasen en derramarla por el Nombre del Señor” (S. Agustín).
Sigue el Salmo: “Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo. Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles. Señor, yo soy tu siervo, siervo tuyo, hijo de tu esclava: Rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor». El sacrificio de acción de gracias tenía lugar en el Templo (donde habitaba el Señor): esas palabras eran citadas en la antigua liturgia romana antes de la comunión (la mejor manera de pagar la deuda es unirse al sacrificio de Jesús), y es un salmo que se usa con frecuencia para preparar el sacrificio de la Misa y lo proclama la liturgia en la fiesta del Corpus y el Jueves santo (Archidiócesis de Madrid).
Llucià Pou Sabaté

jueves, 18 de abril de 2013


JUEVES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA: Jesús, pan de Vida, nos enseña el sentido del sufrimiento, y nos estimula a preocuparnos de los demás
Nadie puede venir a mí si el Padre que me envió no lo trae, y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los Profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Todo el que ha escuchado al que viene del Padre, y ha aprendido viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre, sino aquél que procede de Dios, ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo que el que cree tiene vida eterna.
Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Este es el pan que baja del Cielo para que si alguien come de él no muera. Yo soy el pan vivo que he bajado del Cielo. Si alguno come de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.
Discutían, pues, los judíos entre ellos diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» (Juan 6,44-52).
3. Seguimos con la fe, y ya anuncia Jesús la Eucaristía, el pan que nos dará. San Agustín enseña: «El maná era signo de  este pan, como  lo era también el altar del Señor. Ambas cosas eran signos sacramentales: como signos son distintos, más en la realidad  hay identidad... Pan vivo, porque desciende del cielo. El maná también descendió del cielo; pero el maná era sombra, éste la verdad... ¡Oh qué misterio de amor, y qué símbolo de la unidad y qué vínculo de la caridad! Quien quiere vivir sabe dónde está su vida y sabe de dónde le viene la vida. Que se acerque y que crea, y que se incorpore a este cuerpo, para que tenga participación de su vida...». Así dice el Evangelio (Jn 6,44-51): “nadie puede venir a mí si el Padre que me envió no lo trae, y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los profetas: Todos serán enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y acepta su enseñanza viene a mí. Esto no quiere decir que alguien haya visto al Padre. Sólo ha visto al Padre el que procede de Dios. Os aseguro que el que cree tiene vida eterna”. No dice “tendrá”, sino “tiene”, pues la fe nos da ya lo que esperamos… un modo de vivir nuevo. San Ambrosio dirá: «Cosa grande, ciertamente, y de digna veneración, que lloviera sobre los judíos maná del cielo. Pero, presta atención. ¿Qué es más: el maná del cielo o el Cuerpo de Cristo? Ciertamente que el Cuerpo de Cristo, que es el Creador del cielo. Además, el que comió el maná, murió; pero el que comiere el Cuerpo recibirá el perdón de sus pecados y no morirá  para siempre. Luego, no en vano dices tú “Amén”, confesando ya en espíritu que recibes el Cuerpo de Cristo... Lo que confiesa la lengua, sosténgalo el afecto».
Sigue Jesús: “Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Éste es el pan que baja del cielo; el que come de él no muere. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo». Queremos ser testimonios de la Verdad, como pedimos en el Ofertorio: «¡Oh Dios! que por el admirable trueque de este sacrificio nos haces partícipes de tu divinidad; concédenos que nuestra vida sea manifestación y testimonio de esta verdad que conocemos». Dirá San Ignacio de Antioquía: «Partimos un mismo pan, que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, para vivir por siempre en Jesucristo».
2. Los Hechos (8,26-40) nos muestra hoy a Felipe, que un ángel le dice: «Ponte en marcha hacia el sur, por el camino que va de Jerusalén a Gaza a través del desierto». El evangelio, en los caminos… Por la calle que va de «mi» casa a la casa de los demás. Y sigue el texto: “allí ve a un etíope eunuco, ministro de Candaces, reina de Etiopía, administrador de todos sus bienes, que había venido a Jerusalén, que regresaba y, sentado en su carro, leía al profeta Isaías”. (Etiopía es el reino de Nubia, entonces su capital era Meroe, y se extendía al sur de Egipto más allá de Asuán, actualmente parte del Sudán, y Candace no era una persona real sino la dinastía de las reinas -entonces el país era gobernado por mujeres. Eunuco era en general un empleado de la corte, quizá ministro del tesoro).
El Espíritu dijo a Felipe: «Avanza y acércate a ese carro». Felipe corrió, oyó que leía al profeta Isaías y dijo: «¿Entiendes lo que estás leyendo?». Él respondió: «¿Cómo lo voy a entender si alguien no me lo explica?». Y rogó a Felipe que subiera y se sentara con él”. (Felipe iría en mula, la ataría al carruaje del ministro y subiría a leerle el pasaje que no entiende, el poema del Siervo que hemos meditado durante la semana santa. Y se sorprende de que el «justo» sea conducido al matadero como un cordero mudo, de que la vida del "justo" sea humillada y de que se termine en el fracaso. El sufrimiento... la muerte de los inocentes... ¡Gran pregunta!).
A veces la vida nos deja tristes y desconcertados, con una visión pesimista de la condición humana. Hay presiones, surge un sentimiento de insatisfacción, nos falta aire... Me acordaba de la historia de una chica joven, que desconsolada cuenta a su madre lo mal que le va todo: “-los estudios, un desastre; con el marido, la cosa no va bien, el examen de conducir suspendido”… Su madre, de pronto, le dice: "-vamos a hacer un pastel". La hija, desconcertada por esta salida ilógica, le ayuda entre sollozos. La madre le pone delante harina, y le dice: "-come". Ella contesta asombrada: "-¡si es incomible!" Luego le pone unos huevos, y vuelve a decirle: "-come", y la hija: "-¡si ya sabes que los huevos crudos me dan asco!" Y luego un limón, y otros ingredientes…, y la hija que insiste en que eran cosas muy malas para comer. La madre lo revuelve todo bien amasado, luego lo pasa por el horno, y queda un pastel que dice “cómeme” de sabroso que está. La madre le dice a su hija la moraleja: "-Tantas cosas de la vida son impotables, no nos gustan, son malas. Decimos: ¡vaya pastel! Y muchas veces nos preguntamos por qué Dios permite que pasemos por momentos y circunstancias tan malos, y trabaja estos ingredientes malos, los revuelve bien, de la misma manera que hemos hecho ahora... dejando que Él amase todo esto, bien cocinado, saldrá un pastel pero no malo sino delicioso… Solamente hemos de confiar en Él, y llegará el momento en el que ¡las cosas malas que nos pasan se convertirán en algo maravilloso! Lo mejor siempre está por llegar.
El tiempo nos da muchas respuestas, vemos que el dolor ennoblece a las personas y las sensibiliza, las hace solidarias, al punto de olvidar su propio dolor y conmoverse por el ajeno... Aprendemos a valorar las cosas importantes que están cercanas, y no desear lo que está lejano… El silencio de Dios ante tanto mal es un silencio que habla en todas las páginas de la Escritura Santa, de la fe de la Iglesia, que habla en Jesús colgado en la Cruz, que sufre callando, que sintió “eso” en su vida, y murió para con su dolor dar sentido al nuestro. Este Dios vivo nos deja rastros a su paso por la historia, como los montañeros que dejan marcas en el camino por donde pasan, hay unos mensajes que nos llegan como en una botella a la playa, en medio del mar de dolor, mensajes que se pueden oír en cierta forma, cuando tenemos el oído y corazón preparado. Son pistas que nos hablan de confiar, de amar, de que ante nosotros se abren dos puertas, la del absurdo (el sin-sentido) y la del misterio (la fe): abandonarnos en las manos de Dios es el camino que da paz, aunque no está exento de dolor, pero éste adquiere un sentido.
Y sobre todo es Jesús en la Cruz que en tres horas de agonía nos muestra un libro abierto, hasta exclamar aquel “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” Él, sin perder la conciencia de que aquello acabaría en la muerte, cuando se siente abandonado incluso por Dios, se abandona totalmente en los brazos de Dios, y se produce el milagro: pudo proclamar aquel grito desgarrador por el que decretó que “todo está consumado”; así, con la entrega de su vida la muerte ha sido vencida, ya no es una puerta a la desesperación sino hacia el amor del cielo, la agonía se convirtió en victoria y podemos unirnos, por el sufrimiento, al suyo y a su Vida. Es ya un canto a la esperanza, a la resurrección, pues el dolor no se convierte en el ladrón que nos roba los placeres que hay en la vida, sino un camino que nos habla de que la muerte es la puerta abierta para el gozo sin fin que es el cielo. Jesús nos salva en la Pascua, pero sobretodo demuestra su amor en el sufrimiento llevado hasta la muerte, que es lo que tiene mérito: resucitar no tiene tanto mérito como dar la vida, esto sí cuesta, y es lo que hace Jesús por nosotros, para darnos la Vida.
-“Felipe tomó entonces la palabra, y, partiendo de ese texto bíblico, le anunció la Buena Nueva de Jesús”. Pues «¡Era necesario que Cristo sufriera para entrar en su gloria!»
El pasaje de la Escritura que leía era éste: “Como cordero llevado al matadero, como ante sus esquiladores una oveja muda y sin abrir la boca. Por ser pobre, no le hicieron justicia. Nadie podrá hablar de su descendencia, pues fue arrancado de la tierra de los vivos”. El eunuco dijo a Felipe: «Por favor, ¿de quién dice esto el profeta? ¿De él o de otro?». Felipe tomó la palabra y, comenzando por este pasaje de la Escritura, le anunció la buena nueva de Jesús. Continuaron su camino y llegaron a un lugar donde había agua; el eunuco dijo: «Mira, aquí hay agua; ¿qué impide que me bautice?».
Y mandó detener el carro. Bajaron los dos al agua, Felipe y el eunuco, y lo bautizó. Al salir del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe. El eunuco ya no lo vio más, y continuó su camino muy contento. Felipe se encontró con que estaba en Azoto, y fue evangelizando todas las ciudades hasta llegar a Cesarea”.
-“Y el Etiope siguió gozoso su camino”. Jesucristo está presente en todos nuestros caminos, pero está «velado». Está en todas nuestras casas, en todos nuestros ambientes de trabajo... ¡portador de alegría! (Noel Quesson).
3. Es lo que canta el Salmo (66/65,8-9.16-17.20): Pueblos, bendecid a nuestro Dios, proclamad a plena voz sus alabanzas; Él nos conserva la vida y no permite que tropiecen nuestros pies. Fieles del Señor, venid a escuchar, os contaré lo que Él hizo por mí. Mi boca lo llamó y mi lengua lo ensalzó. Bendito sea Dios, que no ha rechazado mi plegaria ni me ha retirado su misericordia”. En la Colecta proclamamos esa gratitud y alabanza: «Dios Todopoderoso y eterno, que en estos días de Pascua nos has revelado claramente tu amor y nos has permitido conocerlo con más profundidad; concede a quienes has librado de las tinieblas del error adherirse con firmeza a las enseñanzas de tu verdad».
Llucià Pou Sabaté

martes, 16 de abril de 2013


MIÉRCOLES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA: Jesús es Pan de vida y auténtica libertad, el árbol de la vida eterna
«Jesús les respondió: Yo soy el pan de vida; el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mino tendrá nunca sed. Pero os lo he dicho: me habéis visto y no creéis. Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que viene a mino lo echaré fuera, porque he bajado del Cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad de Aquél que me ha enviado. Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que Él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. Esta es, pues, la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.» (Juan 6, 35-40)

1. El Evangelio (Juan 6,35-40) comienza el «discurso del Pan de la vida» con la fe en Él («yo soy el Pan de vida») y en la promesa de la Eucaristía («yo daré el Pan de vida»). Hoy comenzamos con la fe («el que viene a mí», «el que cree en mí», «el que ve al Hijo y cree en Él»). “La presentación de Jesús por parte del evangelista también nos está diciendo a nosotros que necesitamos la fe como preparación a la Eucaristía. Somos invitados a creer en Él, antes de comerle sacramentalmente” (J. Aldazábal).
Así dice el Evangelio: “Jesús continuó hablando a la gente: Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed. Sin embargo, vosotros, como ya os he dicho, aun viendo lo que habéis visto, no creéis. Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me ha enviado, a saber: que no se pierda nada de lo que me dio sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”. El árbol de la vida da sus frutos, que pueden tomarse inútilmente para hacerse como Dios. Volvemos al jardín del Edén de donde fuimos expulsados, para gustar del fruto del árbol: la cruz es el nuevo árbol de la vida en el que todo hombre puede encontrar su nacimiento, en la fe en ese Jesús que tiene sus brazos abiertos a todos, porque el amor de Dios es para todos.  El grano de trigo ha muerto en el surco del Gólgota, para nacer resucitado: "Si el grano no muere, no puede dar fruto" (Jn 12,24).
Ante las palabras de la zarza ardiente: "Yo soy el que soy", Jesús dirá: “Yo soy el Pan de vida”. Yo soy la Luz del mundo. Yo soy la Puerta de las ovejas. Yo soy el Buen Pastor. Yo soy la Resurrección y la Vida. Yo soy la verdadera Viña. "Yo soy el Pan." El “Emmanuel” es ese Dios que “es” y que “vendrá”, que “ya ha venido”: “Yo soy con vosotros”, como decimos en la Misa: “y con tu espíritu”, siempre con el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús. El trigo molido de Esteban y los primeros cristianos, son grano de trigo que al morir dan vida a muchos. Pedimos hoy al Padre: «Concédenos tener parte en la herencia eterna de tu Hijo resucitado» (oración).
En el fondo, todo es cuestión de dejar actuar a Dios en nosotros, de buscar la voluntad divina, entregarnos, superando lo que me gusta, lo que me interesa, lo que «necesito». Esa será la máxima libertad: “Nos quedamos removidos, con una fuerte sacudida en el corazón, al escuchar atentamente aquel grito de San Pablo: ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación. Hoy, una vez más me lo propongo a mí, y os lo recuerdo también a vosotros y a la humanidad entera: ésta es la Voluntad de Dios, que seamos santos. Para pacificar las almas con auténtica paz, para transformar la tierra, para buscar en el mundo y a través de las cosas del mundo a Dios Señor Nuestro, resulta indispensable la santidad personal” (San Josemaría Escrivá). Jesús, Tú has venido a hacer la voluntad del Padre Celestial y me has dado ejemplo de obediencia hasta en los momentos más difíciles. Ahora me pides que siga ese ejemplo; que mi gran objetivo sea la fidelidad a esa voluntad de Dios para mí que se me va manifestando día a día: mi santidad personal. Porque ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación.
Pero, ¿cómo conocer la Voluntad de Dios? Lo primero es estar lo más unido posible a Él. ¿Cómo? Buscando unos momentos al día para tratarle, para pensar en Él, para pedirle cosas, para darle gracias. Así actuabas Tú, Jesús. Siempre encontrabas la forma de retirarte un poco de la muchedumbre para rezar. Rezar: éste es el gran secreto para unirse a Dios. La oración es fundamental en mi camino hacia la santidad.
Y hay tres tipos de oración: la oración mental, que son estos minutos dedicados a hablar contigo; la oración vocal, que es rezar oraciones ya hechas, entre la que destaca el Rosario; y la oración habitual, que es hacerlo todo en presencia de Dios, convertirlo todo en oración: el estudio, el trabajo, el descanso, el deporte, la diversión, etc... Ayúdame a decir sinceramente cada día: hoy, una vez más, me propongo luchar por cumplir tu Voluntad, luchar por ser santo, luchar por convertir todo mi día en oración (Pablo Cardona), y así, como pedimos en la Postcomunión, «que la participación en los sacramentos de nuestra redención nos sostenga durante la vida presente, y nos dé las alegrías eternas».

2. Los Hechos (8,1-8) siguen narrando el final del martirio de Esteban y la persecución que hubo después: “Y Saulo consentía en su muerte. En aquel día se desató una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén, y todos fueron esparcidos por las regiones de Judea y de Samaria, con excepción de los apóstoles.
Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban, e hicieron gran lamentación por él. Entonces Saulo asolaba a la iglesia. Entrando de casa en casa, arrastraba tanto a hombres como a mujeres y los entregaba a la cárcel. Entonces, los que fueron esparcidos anduvieron anunciando la palabra. Y Felipe descendió a la ciudad de Samaria y les predicaba a Cristo. Cuando la gente oía y veía las señales que hacía, escuchaba atentamente y de común acuerdo lo que Felipe decía. Porque de muchas personas salían espíritus inmundos, dando grandes gritos, y muchos paralíticos y cojos eran sanados; de modo que había gran regocijo en aquella ciudad”.
En medio de esas penas, fue comienzo de la gran «expansión» misionera del evangelio. Cuando parece que todo se pierde, que la Iglesia será exterminada, entonces en la más negra noche amanece Dios… así pasará con Saulo, que se levantará luego como san Pablo y Apóstol de las gentes. Aparecen los mártires de la fe. Siguen existiendo hoy, como columnas que invitan a dar la vida por la Vida. Porque, si la vida es lo más importante, hay algo más importante aún: la Vida eterna. Juan Pablo II se muestra convencido de ello cuando, en el año del Gran Jubileo, decía en su discurso en el Coliseo durante la conmemoración de los mártires del siglo XX: «Permanezca viva, en el siglo y el milenio que acaban de comenzar, la memoria de estos nuestros hermanos y hermanas. Es más, ¡que crezca! ¡Que se transmita de generación en generación, para que de ella brote una profunda renovación cristiana!». Los mártires son semilla de nuevos cristianos. El milagro de Pentecostés sigue haciéndose, la siembra divina continúa… Señala san León Magno: «La religión, fundada por el misterio de la Cruz de Cristo, no puede ser destruida por ningún género de maldad. No se disminuye la Iglesia por las persecuciones, antes al contrario, se aumenta. El campo del Señor se viste entonces con una cosecha más rica. Cuando los granos que caen mueren, nacen multiplicados».
3. El Salmo (65,1-3a.4-5.6-7a) convoca a todos los pueblos a alabar a Dios; llegará el día en que todos los países de la tierra alabarán al Dios verdadero:Aclamad a Dios con alegría, toda la tierra. Cantad la gloria de su nombre; poned gloria en su alabanza. Decid a Dios: ¡Cuán asombrosas son tus obras! Toda la tierra te adorará, y cantará a ti; cantarán a tu nombre. Venid, y ved las obras de Dios, temible en hechos sobre los hijos de los hombres. Volvió el mar en seco; por el río pasaron a pie; allí en Él nos alegramos. Él señorea con su poder para siempre; Sus ojos atalayan sobre las naciones”.
Llucià Pou Sabaté