sábado, 22 de mayo de 2010

Sábado de la 7ª semana de Pascua: Confiar en Jesús y seguirle, proclamar su Reino, es el camino de la felicidad: el Espíritu Santo viene a darnos esta alegría y abandono en el amor de Dios


1. Los Hechos terminan con esta llegada de Pablo a Roma acompañado desde el Foro de Apio y Tres Tabernas por los hermanos de la ciudad, que habían salido a su encuentro; de la situación de arresto domiciliario en que queda, y del encuentro, alocución y reto final a los judíos: durante dos años enseñando: “con un soldado que le custodiara… convocó a los principales judíos, y una vez reunidos les dijo: Hermanos, sin haber hecho nada contra el pueblo ni contra las tradiciones de los padres fui apresado en Jerusalén y entregado en manos de los romanos, que después de interrogarme querían ponerme en libertad por no haber en mí ninguna causa de muerte”. -Tres días después de nuestra llegada, convocó a los principales judíos... «Hermanos, no he hecho nada contra «nuestro» pueblo... pues precisamente por la esperanza de Israel, llevo yo esas cadenas.» Sin pérdida de tiempo, emprende la evangelización de Roma. Tres días después de su llegada convoca a cuantos puede. Y como de costumbre empieza por los de «su» pueblo, y se apoya en la escritura para poner de manifiesto que la fe en Jesús es la prolongación de toda la tradición de Israel. "Innovador" y a la vez «tradicionalista»... Tiene toda la novedad del evangelio, infusa en toda la fidelidad a la tradición recibida de las generaciones precedentes. El Antiguo Testamento era portador de una "esperanza", que Jesús ha realizado. El Antiguo Testamento era una preparación: Conservado violentamente como norma intangible, pasó a ser caduco... leído y releído en la perspectiva de la novedad de Jesucristo, conserva todo su valor.
“Pero ante la oposición de los judíos, me vi obligado a apelar al César, no para acusar de nada a los de mi nación. Por esta razón os he pedido veros y hablaros, pues llevo estas cadenas por la esperanza de Israel.

Pablo permaneció dos años completos en el lugar que había alquilado y recibía a todos los que acudían a él. Predicaba el Reino de Dios y enseñaba lo relativo al Señor Jesucristo con toda libertad y sin ningún estorbo” (Hch 28,16-20.30-31).

Mientras espera su juicio y su muerte. En sólo dos años la huella de Pablo quedará en Roma, lo mismo que la de Pedro que morirá allá también. Pablo se encuentra ahora en el centro. El centro de un inmenso Imperio pagano. Hoy todavía son dignos de contemplar la suntuosidad de las ruinas de los Foros y de los numerosos Templos. En esa civilización brillante y decadente a la vez y que aparece a la luz del día, segura de su fuerza... Pablo humildemente, obstinadamente, desde su casita particular desconocida, propaga el evangelio en el corazón de algunos hombres y mujeres, una «levadura que levantará toda la pasta». A menudo suelo pensar, Señor, que HOY todavía tu evangelio se encuentra frente a un mundo impermeable; masivamente alejado de las perspectivas de la fe. Concédenos, Señor, confiar en el progreso de tu evangelio, sin acciones ruidosas, por el apostolado humilde, por la oración perseverante de los cristianos que te han encontrado. San Pablo, tan sólo con algunas decenas de cristianos, en la Roma inmensa... ¡rogad por nosotros!

-“Recibía a todos los que iban a verle, proclamando el Reino de Dios y enseñaba con toda valentía lo referente al Señor Jesús”. Ayúdanos, Señor, a que sepamos aprovechar toda ocasión para proclamar la «buena nueva». Y en primer lugar ayúdanos a conocer mejor ese «reino» de Dios, a conocer mejor «todo lo concerniente a Jesús». Ante todo, Señor, que yo te deje «reinar» en mí, que tu voluntad se haga en mi propia vida a fin de que pueda hablar válidamente de ti a todos aquellos que de algún modo se acerquen a mí, como lo hacía Pablo en su casa de Roma. Fue durante esos dos años de su presencia en Roma cuando Pablo escribió sus Epístolas a los Colosenses, a los Efesios y el breve escrito a Filemón.

Los Hechos de los Apóstoles terminan aquí. La historia final de Pablo acaba en algo vago, en la noche. Posiblemente al cabo de dos años sería liberado... emprendería un nuevo viaje misionero... Encarcelado otra vez, morirá en Roma, bajo la persecución de Nerón, hacia el año 67 (F. Casal/Noel Quesson). En ciertas ocasiones podemos sentirnos también nosotros en parte coartados por la sociedad o por sus leyes, o mal interpretados en nuestras intenciones. Pero si de veras creemos en el Resucitado, que sigue presente, y confiamos en su Espíritu, que sigue siendo vida, fuego, savia y alegría de la comunidad eclesial, la energía de la Pascua debería durarnos y notársenos a lo largo de todo el año en nuestro estilo de vida (J. Aldazábal).

El final no interesa al final del libro, porque lo que importa es el triunfo de la Palabra de Dios, el triunfo del Espíritu Santo, desde Jerusalén hasta Roma como punto de partida para la misión hasta el extremo de tierra, lo que conocemos hoy, la Iglesia. El libro nos cuenta la conversión al Espíritu de los personajes claves de la misión: Pedro, Esteban, Felipe, Bernabé, Marcos, y finalmente Pablo. La película continuará con otros actores…

2. Dios se deleita en los justos, a quienes ve como a sus hijos amados en quienes Él se complace. Pero no se olvida de los pecadores. Él no quiere castigar ni destruir al pecador sino que se convierta y viva. En su gran amor hacia nosotros nos envió a su propio Hijo, para el perdón de nuestros pecados y para hacernos participar de su Vida y de su Espíritu, haciéndonos así hijos suyos: “El Señor examina al justo y al impío, / y aborrece al que ama la violencia. / Hará llover ascuas y azufre sobre los impíos; / un viento abrasador será la porción de su copa. / El Señor es justo / y ama la justicia; / los rectos verán su rostro” (Salmo 10,5-7). Aprovechemos este tiempo de gracia del Señor, pues Él ha venido a buscar y a salvar todo lo que se había perdido; Él es el Buen Pastor que busca la oveja descarriada, hasta encontrarla para llevarla sobre sus hombros de vuelta al redil. Dejémonos encontrar, salvar y amar por el Señor de tal forma que, renovados en Cristo, seamos una continua alabanza del Nombre de nuestro Dios y Padre. “La alabanza conclusiva refleja la esperanza del justo. Ver el ‘rostro’ de Dios significa aquí tener libre y confiado acceso a Dios en el Templo, de modo parecido a como la expresión ‘ver el rostro del rey’ indica en otros pasajes del Antiguo Testamento poder acceder a él libre y confiadamente. Jesús en las Bienaventuranzas promete asimismo a los limpios de corazón que verán a Dios” (Biblia de Navarra). Esta “promesa supera toda felicidad… en la Escritura, ver es poseer… el que ve a Dios obtiene todos los bienes que se pueden concebir” (S. Gregorio de Nisa).

3. “Volviéndose Pedro vio que le seguía aquel discípulo que Jesús amaba, el que en la cena se había recostado en su pecho y le había preguntado: Señor, ¿quién es el que te entregará? Viéndole Pedro dijo a Jesús: Señor, ¿y éste qué? Jesús le respondió: Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme. Por eso surgió entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué?

Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero. Hay, además, otras muchas cosas que hizo Jesús, y que si se escribieran una por una, pienso que ni aun el mundo podría contener los libros que se tendrían que escribir” (Jn 21,20-25). Dice S. Ireneo que Juan vivió mucho tiempo, alcanzando el imperio de Trajano (98-117). Jesús nunca habla de manera curiosa o inútil del futuro, sino de lo que necesitamos para ser fieles.

Jesús acaba de anunciar a Pedro el "género de muerte" que va a tener: una muerte violenta, forzada, un martirio, una coerción. Pedro que sabe cómo murió Jesús, hace cincuenta días, podría tenerse por dichoso de "dar gloria a Dios" por una muerte parecida a la de Jesús. Pero, y es muy natural, tiene miedo. Y en su turbación hace una pregunta: "Y Juan, ¿morirá mártir?" Dame, Señor, la gracia de vivir mi destino personal, el que Tú has escogido para mí, sin compararme con los demás. Lo que es precisamente sorprendente es que unos hombres frágiles, parecidos a la media de la humanidad, hubieran podido fundar una obra que perdura aún. Hay aquí una fuerza más que humana. En medio de sus errores han estado protegidos en lo esencial: podemos confiar en la Iglesia... ella tiene la verdad esencial y puede trasmitirla… Y nosotros mismos, en el día de hoy, estamos "rodeados de flaqueza".

Es también sorprendente que la primitiva Iglesia hizo elección de un humilde sucesor de Pedro en Roma… ¡incluso en vida de otro apóstol, Juan!, que además tenía fama de Apóstol "inmortal", y llegaría a muy anciano… La muerte de Pedro, hacia los anos 64-67 en los jardines de Nerón debió de plantear a la Iglesia primitiva una engorrosa cuestión: su "primado" tan evidente en todos los relatos del evangelio, era una prerrogativa personal que se acababa con él... o debía pasar a sus sucesores... y ¿a quién elegir como sucesor...? Esta cuestión es central en el Ecumenismo. Mañana, es ¡Pentecostés! La Iglesia es incomprensible sin el Espíritu. Hoy todavía, así creo yo, este mismo Espíritu anima las decisiones aparentemente más humanas de tu Iglesia. Mi Fe es una inmensa confianza en tu obra: tú estás siempre presente, tú trabajas siempre en el corazón del mundo (Noel Quesson).

Juan termina afirmando que Jesús «hizo muchas otras cosas», pero que no caben en los libros. Parece como si no acabara: ¿nos estamos dejando llevar por el Espíritu de Jesús a la verdad plena, a la verdad encarnada en cada generación? Porque esta historia no ha acabado…

viernes, 21 de mayo de 2010

navegando sobre montañas

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VIERNES DE LA SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA: Pedro, pescador y pecador, por la misericordia divina es ahora pastor, su vida es llevar a las almas a Dios.

1. Los personajes históricos que se salen en estos días -gobernadores, oficiales, soldados- se conocen por los documentos civiles de la época: en Cesarea una inscripción arqueológica indica el asiento que ocupaba «Pontius Pilatus» cuando asistía a las representaciones teatrales. El gobernador Felix, Festus, Agripa… Festo había ido ya demasiado lejos, y apeló al César haciendo uso de nuevo de su derecho de ciudadano romano y bloqueando su proceso en el punto en que se encontraba.
Pablo afirma que Jesús está vivo. Y ciertamente Él no se ha alejado de entre nosotros; sólo se ha hecho invisible, pero continúa con nosotros; más aún: habita en nuestro propio interior. Por Él debemos estar dispuestos a ir hasta el último rincón de la tierra para proclamar su Evangelio. Pues el cumplimiento de la misión que el Señor nos ha confiado debe impulsarnos no sólo a darlo a conocer, sino a propagar que su salvación y su vida lleguen a toda la humanidad, y surja así una humanidad nueva en Él: “Pasados algunos días llegaron a Cesarea el rey Agripa y Berenice y fueron a saludar a Festo. Como se detuvieron allí unos días, Festo mencionó al rey el asunto de Pablo, diciendo: Hay aquí un hombre que Félix dejó en prisión, contra quien presentaron acusación los Sumos Sacerdotes y los ancianos de los judíos, cuando estuve en Jerusalén, pidiendo sentencia condenatoria. Yo les contesté que no es costumbre entre romanos entregar a un hombre antes de que el acusado tenga delante de él a sus acusadores y la oportunidad de defenderse de la acusación. Cuando llegaron a mí, me senté al día siguiente en el tribunal, sin ninguna dilación, y ordené que trajeran a aquel hombre. Los acusadores se presentaron ante él, pero no alegaban ninguna acusación de los delitos que yo sospechaba. Tenían contra él ciertas cuestiones de su religión y de un tal Jesús, ya muerto, de quien Pablo afirma que vive. Perplejo por estas cuestiones, le propuse si deseaba ir a Jerusalén para ser juzgado allí de estas cosas. Pero como Pablo apeló para que su causa sea reservada a la decisión del César, mandé custodiarlo hasta que lo pueda enviar al César” (Hechos 25,13-21).
2. Bendigamos al Señor por su bondad y su misericordia para con nosotros. Él nos ha hecho el mayor de todos los beneficios y ha ido más allá de nuestras esperanzas, pues por medio de su Hijo no sólo nos ha perdonado nuestros pecados, sino que nos ha hecho hijos suyos: “Bendice, alma mía, al Señor, / y con todo mi ser a su Nombre santo. / Bendice, alma mía, al Señor, no olvides ninguno de tus beneficios. / Pues cuando se elevan los cielos sobre la tierra, / Así prevalece su misericordia con los que le temen. / Cuanto dista el oriente del occidente, / así aleja de nosotros nuestras iniquidades. / El Señor estableció su trono en los cielos, / su reino domina todas las cosas. / Bendecid al Señor, ángeles suyos, / fuertes guerreros, que ejecutáis sus mandatos, prestos a obedecer a la voz de su palabra” (Salmo 103/102,1-2.11-12.19-20). Nuestra alabanza al Señor no la daremos sólo con nuestros labios, sino con todo nuestro ser, pues a pesar de que Dios tiene su trono santo en el cielo, no nos contempla como juez, ni conforme a los criterios de los gobernantes de este mundo, sino como un Padre lleno de amor y de ternura por sus hijos.
Esta bendición a Dios es multiplicada con toda clase de bendiciones en Cristo, porque nos ha redimido mediante su sangre de todos nuestros delitos, y porque nos ha hecho sus hijos de adopción.
3. La Pasión según san Juan ya se leyó el Viernes Santo... y las apariciones de Jesús resucitado en los días de Pascua... saltamos hoy y mañana seguidamente, a las dos últimas páginas del evangelio de san Juan. Ya habíamos leído esta aparición en la primera semana de Pascua -por tanto el final de la Pascua conecta con su principio- pero hoy escuchamos el diálogo «de sobremesa» que tuvo lugar después de la pesca milagrosa y el encuentro de Jesús con los suyos, con el amable desayuno que les preparó. El diálogo tiene como protagonista a Pedro, con las tres preguntas de Jesús y las tres respuestas del apóstol que le había negado. Y a continuación Jesús le anuncia «la clase de muerte con que iba a dar gloria a Dios» (Juan 21,15-19, se ha leído también en el 3º domingo de Pascua C): -“Simón, ¿me amas más que éstos?” Tres fueron las negaciones de Pedro, y para que no esté triste tres son las veces que Jesús pregunta a Pedro si le quiere. Jesús necesita que le digamos no tres sino 33 veces cada día que le queremos. Las faltas de amor no nos han de agobiar, se arreglan con actos de amor. Esto nos hace pensar en el sacramento del perdón, para confesar nuestros pecados, y tener una alegría inmensa. Jesús, a las orillas del lago, acaba de comer con sus discípulos; que los momentos de desafección acaben así, con una fiesta. En la gran corriente de la Historia del mundo, de que hablan la prensa y la radio se halla esta "mi" aventura personal que se desarrolla desde "mi" fe. "¿Me amas, Tú?" No puedo refugiarme en la respuesta de los demás. Es a mí a quien concierne, soy yo el preguntado: -“Sí, Señor, Tú sabes... Es así... también el Señor conoce muy bien la debilidad de Pedro. Pero Pedro apela a ese conocimiento aun más profundo que Jesús tiene de él: "¡Tú bien sabes que yo te amo!"
-“Apacienta mis corderos”. Después del perdón, vuelta al trabajo… La intimidad de la Fe y la respuesta de amor de Pedro no se han escrito para ser saboreadas sentimentalmente sino para ser transformadas en responsabilidad. La relación personal con Jesús, ciertamente indispensable no es un "dúo afectivo" que se cierra sobre "los dos". Este amor es la fuente de un lanzamiento hacia los demás. Puesto que amas a Dios, sé responsable de los demás; sé su pastor... vela sobre ellos... condúceles a los verdes pastos.
-“Tres veces Jesús le preguntó "¿Me amas, tú?" Las tres preguntas sucesivas quizá recuerdan a Pedro las tres veces que había negado a su Maestro. Jesucristo interroga a Pedro, por tres veces, como si quisiera darle una repetida posibilidad de reparar la triple negación. La primera pregunta se inicia con el nombre antiguo de Pedro al decirle Jesús: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?" Pedro debió sentir un sobresalto al sentirse llamado Simón, aunque no era infrecuente que Jesús lo hiciese; pero sintió como si Jesús le dijese: "acuérdate de tus orígenes, si quieres puedes volver a tu tranquila vida anterior. ¿Te acuerdas de tus antiguas preocupaciones?". Y Pedro recuerda todo, incluidas sus negaciones. "Sí, Señor, tú sabes que te amo" es la respuesta de Pedro, quizá pronunciada en voz baja. ¡Qué lejos quedan los alardes de entusiasmo y fervor!; pero no es menos sincero que antes. Ahora Pedro no se ha atrevido a responder a todo lo que el Señor le preguntaba; por esto respondió ´Yo te amo´, sin decir ´más que estos´. No quiso exponerse de nuevo. Él podía responder de su propio corazón; no debía ser juez del corazón ajeno. La lección de humildad ha sido aprendida, debe confiar mucho en Dios y poco en sí mismo si quiere ser fiel, y, desde luego, no compararse con nadie.
"Apacienta mis corderos" es la respuesta de Jesús. En las tres ocasiones que interroga a Pedro sobre su amor confirma su misión como pastor a semejanza de Cristo.
“Las dos siguientes dice el Señor: “Pastorea y apacienta mis ovejas”. Los matices son importantes. Lo primero es nombrarle pastor. Al llamarle después de la primera pesca milagrosa le dice que será “pescador de hombres”, ahora le nombra “pastor”. Cristo nunca habla de sí mismo como pescador, en cambio muy frecuentemente se muestra como "el buen pastor", el que cuida las ovejas, el que busca buenos pastos, y defiende el rebaño de los lobos, no es un asalariado que huye ante el peligro, llama a cada oveja por su nombre, va delante de ellas; las ovejas conocen su voz pues es el pastor único que forma un sólo rebaño. Pedro será Pastor del rebaño de Cristo” (Enrique Cases).
Jesús usa dos veces el verbo amar (agapás me) y Pedro contesta siempre con otro verbo: te quiero (filo se), no se atreve a decir que ama con un amor tan grande como el que Jesús nos ama. La tercera vez Jesús toma el verbo de Pedro: me quieres (filéis me), se pone a su altura, y Pedro le contesta ya con humildad: “tú lo sabes todo… me conoces”. “Pedro se entristeció de que le preguntara por tercera vez”. La triple negación es ahora una triple pregunta. Esto es lo que evidentemente piensa Pedro. Un buen responsable en la Iglesia no es el que aplasta a los otros con su superioridad... es el que conoce su propia debilidad y cuenta más con la amistad de Dios que con sus propias fuerzas humanas. En la Iglesia sobre todo, el Papado o el Episcopado deben distinguirse por esta señal: ser conscientes de sus propios límites, amar, acordarse de su propia debilidad, se apoya en una "profesión de amor": Jesús le ha pedido incluso ser superiormente amante... "¿Me amas tú, más que éstos?"
¿Qué significa que “el pescador” es ahora “pastor”? Benedicto XVI dice que Pedro recuerda aquella otra pesca, cuando le dice a Jesús, después de otra noche sin pesca: “Maestro, por tu palabra echaré las redes”. Se le confió entonces la misión: “No temas, desde ahora serás pescador de hombres” (Lc 5, 1.11). “También hoy se dice a la Iglesia y a los sucesores de los apóstoles que se adentren en el mar de la historia y echen las redes, para conquistar a los hombres para el Evangelio, para Dios, para Cristo, para la vida verdadera”. Los peces sin agua se mueren, pero nosotros en el mundo vivimos “en las aguas saladas del sufrimiento y de la muerte; en un mar de oscuridad, sin luz. La red del Evangelio nos rescata de las aguas de la muerte y nos lleva al resplandor de la luz de Dios, en la vida verdadera. Así es, efectivamente: en la misión de pescador de hombres, siguiendo a Cristo, hace falta sacar a los hombres del mar salado por todas las alienaciones y llevarlo a la tierra de la vida, a la luz de Dios. Así es, en verdad: nosotros existimos para enseñar Dios a los hombres. Y únicamente donde se ve a Dios, comienza realmente la vida. Sólo cuando encontramos en Cristo al Dios vivo, conocemos lo que es la vida. No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario. Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con Él. La tarea del pastor, del pescador de hombres, puede parecer a veces gravosa. Pero es gozosa y grande, porque en definitiva es un servicio a la alegría, a la alegría de Dios que quiere hacer su entrada en el mundo.
El momento será inolvidable. Están los ocho alrededor de las brasas. Tienen frío y hambre, aunque no se atreven a comer. Jesús les anima sonriendo. El ambiente tiene un clima familiar y cálido propicio para las confidencias. Jesús va repartiendo el pan, como un recuerdo del pan de cada día prometido.
Sólo una vez finalizado el almuerzo, cuando todos hubieron reparado sus fuerzas, el Maestro comenzó a hablar. Le gusta hacerlo en esa intimidad. Jesús se dirige a Simón para confirmarle en la vocación de apóstol y otorgarle el primado. La conversación está llena de matices; pues en ella se mezcla la ternura, el perdón y la llamada a una mayor entrega. Y ocurre a orillas del mismo lago donde tres años antes le había dicho: "Sígueme", y dejándolo todo, le había seguido.
Quisiera ahora destacar todavía una cosa: tanto en la imagen del pastor como en la del pescador, emerge de manera muy explícita la llamad a la unidad. “Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo Pastor”, dice Jesús al final del discurso del buen pastor. Y el relato de los 153 peces grandes termina con la gozosa constatación: “Y aunque eran tantos, no se rompió la red”. ¡Ay de mí, Señor amado! ahora la red se ha roto, quisiéramos decir doloridos. Pero no, ¡no debemos estar tristes! Alegrémonos por tu promesa que no defrauda y hagamos todo lo posible para recorrer el camino hacia la unidad que Tú has prometido. Hagamos memoria de ella en la oración al Señor, como mendigos; sí, Señor, acuérdate de lo que prometiste. ¡Haz que seamos un solo pastor y una sola grey! ¡No permitas que se rompa tu red y ayúdanos a ser servidores de la unidad!”
-“Cuando eras joven te ceñías e ibas adonde querías; cuando envejezcas, otro te ceñirá y llevará adonde no quieras”. Una última parábola de Jesús, sobre la "juventud" y la "vejez", sobre la "libertad" y la "coerción". Llega una edad en la que no puede hacerse todo lo que se quisiera. ¿Cuál es la significación, el valor de todo esto?
-“Jesús lo dijo indicando con qué muerte había de glorificar a Dios”. Toda coerción, todo lo que nos conduce "allá donde no quisiéramos ir", puede transformarse en "martirio", en "testimonio" de amor: valor inmenso del sufrimiento aceptado, participación en la redención universal de Jesús. Yo te ofrezco, Señor, todas mis coerciones y limitaciones del día de hoy… (Noel Quesson).
Pedro, el apóstol impulsivo, que quería de veras a Jesús, aunque se había mostrado débil por miedo a la muerte, tiene aquí la ocasión de reparar su triple negación con una triple profesión de amor. Jesús le rehabilita delante de todos: «apacienta mis corderos... apacienta mis ovejas». A partir de aquí, como hemos visto en el libro de los Hechos, Pedro dará testimonio de Jesús ante el pueblo y ante los tribunales, en la cárcel y finalmente con su martirio en Roma. Al final de la Pascua, cada uno de nosotros podemos reconocer que muchas veces hemos sido débiles, y que hemos callado por miedo o vergüenza, y no hemos sabido dar testimonio de Jesús, aunque tal vez no le hayamos negado tan solemnemente como Pedro. Tenemos la ocasión hoy, y en los dos días que quedan de Pascua, y cada día, para reafirmar ante Jesús nuestra fe y nuestro amor, y para sacar las consecuencias en nuestra vida, de modo que este testimonio no sólo sea de palabras, sino también de obras: un seguimiento más fiel del Evangelio de Jesús en nuestra existencia. También a nosotros nos dice el Señor: «sígueme». Desde nuestra debilidad podemos contestar al Resucitado, con las palabras de Pedro: «Señor, Tú sabes que te amo». Y también, imitando esta vez a Pablo, podemos reafirmar que «creemos que Jesús, ese a quien el mundo da por difunto, está vivo» (J. Aldazábal).
Vemos que el Espíritu Santo es un Artista divino que nos da pistas para seguir dentro de nuestro corazón, y con Juan Pablo II vimos cómo vivía este “sígueme”, esta voz de Dios: en su testamento dijo que no dejaba nada material: todos sabemos que se dio del todo, fue dando su vida como el buen pastor que “da su vida por las ovejas”. No se reservó nada para él, quiso darse del todo. “El amor de Cristo fue la fuerza dominante en nuestro querido Santo Padre; quien lo ha visto rezar, quien lo ha oído predicar, lo sabe”, sigue diciendo Ratzinger: A Juan Pablo II le pasó como a san Pedro, a quien Jesús dijo: “«cuando eras joven…, ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras»... En el primer período de su pontificado el Santo Padre, todavía joven y repleto de fuerzas, bajo la guía de Cristo fue hasta los confines del mundo. Pero después compartió cada vez más los sufrimientos de Cristo, comprendió cada vez mejor la verdad de las palabras: «Otro te ceñirá...». Si en verdad amamos a Cristo debemos dejarnos conducir por su Espíritu. Mientras uno es joven, inmaduro, va por los propios caminos, por los propios caprichos e imaginaciones. Una fe madura debe llevarnos a dejarnos conducir por el Espíritu que, como el viento, nos llevará por donde Él quiera (www.homiliacatolica.com).

jueves, 20 de mayo de 2010

MIÉRCOLES DE LA SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA: Jesús nos santifica para que santifiquemos el mundo, amándolo apasionadamente, sin ser mundanos, en una donación que es vivir auténticamente (como s. Pablo)


1. Se despide Pablo de la comunidad de Éfeso, de modo emotivo: “Pablo siguió hablando a los principales de Éfeso a los que había llamado, y les dijo: tened cuidado de vosotros y del rebaño que el Espíritu Santo os ha encargado guardar, como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió por la sangre de su Hijo. Ya sé que cuando yo os deje se meterán entre vosotros lobos feroces que no tendrán piedad del rebaño. Incluso algunos de entre vosotros deformarán la doctrina y arrastrarán a los discípulos. Estad alerta: acordaos que durante tres años, de día y de noche, no he cesado de aconsejar con lágrimas en los ojos a cada uno en particular. Ahora os dejo en manos de Dios y de su palabra, que es gracia. Ahora os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, que es poderosa para edificar y conceder la herencia a todos los santificados. No he codiciado de nadie plata, oro o vestidos. Sabéis bien que las cosas necesarias para mí y los que están conmigo las proveyeron estas manos. Os he enseñado en todo que trabajando así es como debemos socorrer a los necesitados, y que hay que recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Mayor felicidad hay en dar que en recibir.
Dichas estas cosas se puso de rodillas y oró con todos ellos. Se produjo entonces un gran llanto de todos y abrazándose al cuello de Pablo le besaban, afligidos sobre todo por lo que había dicho de que no volverían a ver su rostro. Y le acompañaron hasta la nave” (Hechos 20,28-38).
Este texto es una página antológica del Pablo integral que ha quemado tres años de vida en servicio de maestro, pastor, colaborador y amigo; que derrama lágrimas en la despedida como derramó gotas de sudor en su trabajo; que vive temeroso de maestros insinceros y desleales; que pone como signo de buen obrar el ser solícitos por los demás.
El pastor en la Iglesia no recibe un encargo del pueblo, sino de Dios, ¡se recibe del Espíritu! Responsabilidad misteriosa. Plegaria por aquellos que la han recibido, para conducir la Iglesia de Dios... Dios, aquí, es el Padre. Toda la Trinidad es evocada, para definir el ministerio. La «comunidad» cuyos presbíteros son responsables es, en la tierra, el reflejo de otra «comunidad». Las tres Divinas Personas, a la vez distintas e íntimamente unidas, son el modelo de la Iglesia, que Dios se adquirió con la sangre de su Hijo. Ser "pastor" de un rebaño es batirse contra «lobos»: un combate contra fuerzas enemigas (de fuera y de dentro). La Iglesia está compuesta de pecadores. Pero no hay problema: «os dejo en manos de Dios», y así la comunidad debe «construirse» y «tener parte en la herencia de los santos», con corresponsabilidad, siguiendo unas palabras de Jesús que no aparecen en los evangelios: «más vale dar que recibir»; y “trabajar para socorrer a los necesitados”.
Padre, guárdalos en tu nombre… “Ven, Espíritu divino... / Ven, dulce huésped del alma, / descanso de nuestro esfuerzo, / tregua en el duro trabajo, / brisa en las horas de fuego, / gozo que enjuga las lágrimas / y reconforta en los duelos”. Huésped, descanso, tregua, brisa, gozo, consuelo... Todo eso y mucho más significa la presencia amorosa del Espíritu en nuestras vidas, porque nos ayuda a entender cada momento y cada circunstancia con ecuanimidad y fortaleza, sin dar lugar al desaliento.
2. “Tú, Dios mío, ordena tu poder, oh Dios, que actúa en favor nuestro. A tu templo de Jerusalén traigan los reyes su tributo. Reyes de la tierra, cantad a Dios, tocad para el Señor, que avanza por los cielos, los cielos antiquísimos, que lanza su voz, su voz poderosa: "Reconoced el poder de Dios". Sobre Israel resplandece su majestad, y su poder sobre las nubes. Desde el santuario, Dios impone reverencia: es el Dios de Israel  quien da fuerza y poder a su pueblo. ¡Dios sea bendito!” (Salmo 67,29-30.33-36). El Señor quiere que nosotros seamos suyos, y que lo glorifiquemos con una vida intachable. Algún día vendrá, lleno de gloria. Entonces habrá terminado el año de gracia, y el Señor aparecerá como juez de todas las naciones. Pero quienes le hayamos vivido y perseverado fieles hasta el final no tendremos ningún temor, pues permaneceremos de pie en su presencia. Por eso, ya desde ahora, dejemos que la Gloria del Señor resplandezca sobre el rostro de su Iglesia porque nuestras buenas obras manifiesten que, en verdad, Dios permanece en nosotros y nosotros en Él.
3. Jesús, en su oración al Padre, se preocupa de sus discípulos y de lo que les va a pasar en el futuro. Igual que durante su vida él los guardó, para que no se perdiera ni uno (excepción hecha de Judas), pide al Padre que les guarde de ahora en adelante, porque van a estar en medio de un mundo hostil: “Jesús siguió orando, y levantando los ojos al cielo, dijo: ¡Padre santo! , guarda en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Mientras he permanecido con ellos, yo he guardado en tu nombre a los que me diste y los custodiaba... Pero ahora voy a ti... Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo”. Paradoja de la situación de los creyentes: han sido llamados por Jesús, y Jesús se va. Jesús es consciente de la gran dificultad en que pone a sus apóstoles desapareciendo. -Ellos no son "del mundo"... Como Yo no soy del "mundo"... Como Tú me enviaste "al mundo"... Así Yo los envié a ellos "al mundo". Tal es la tensión paradójica en la que Jesús ha introducido a sus amigos: estar en el mundo sin ser del mundo. Una solución a esta tensión, para preservarles, para guardarles... sería retirarlos del mundo. Pero, no... -No te pido que los saques del mundo, sino que los guardes del "mal". El creyente no es un ser aparte. Incluso el monje, en cierta medida, no puede vivir totalmente separado, "retirado del mundo": su vocación peculiar, indispensable, debe estar inserta en el mundo donde realizará su misión profética. Pero la palabra de Jesús, con mayor razón, se aplica a los laicos, a los sacerdotes y a los obispos: "Yo no pido que les retires del mundo..." y esto vale incluso para los sacerdotes, dice el último concilio: "Situados aparte en el seno del pueblo de Dios no para estar separados de este pueblo, ni de cualquier hombre, sea el que sea. No podrían ser ministros de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de una vida, distinta a la terrena; pero tampoco serían capaces de servir a los hombres si permanecieran extraños a su existencia y a sus condiciones de vida". Y claro, para los laicos: "Lo propio y peculiar del estado laico es vivir en medio del mundo y de los asuntos profanos: han sido llamados por Dios a ejercer su apostolado en el mundo -a la manera de la levadura en la masa-, gracias al vigor de su espíritu cristiano." ¿Cuáles son mis presencias en el mundo, en qué lugares y obras me he comprometido?

“No ruego que los retires del mundo sino que los guardes del mal... Santifícalos en la verdad: tu palabra es la verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo...” (Juan 17,11-19, también se lee el domingo 7ª de Pascua B). El cristiano es, primero, "un hombre", como todos los demás... pero es también un "consagrado": Jesús dice que es la "verdad", ¡la que obra esto en ellos! ¡Cuántos cristianos, por desgracia, son poco conscientes de esta extraordinaria dignidad! Yo mismo, ¿soy consciente de estar en comunión con el Dios santo? ¿Qué cambios origina esto en mi vida? ¿Qué deseo de perfección? ¿Tengo hambre de absoluto? ¿Dejo que Dios trabaje en mi interior? ¿Voy en busca del bien, de lo bello, de lo verdadero? Ten piedad de nosotros, Señor, y continúa tu plegaria para que seamos consagrados, de verdad. Jesús quiere que sus discípulos, además, vivan unidos («para que sean uno, como nosotros»), que estén llenos de alegría («para que ellos tengan mi alegría cumplida») y que vayan madurando en la verdad («santifícalos en la verdad»).
“Mundo” aquí no es lo que ha salido de manos de Dios, el conjunto de la creación, sin la seducción (“el príncipe de este mundo”) y en este sentido san Juan de la Cruz quería estar “… en toda desnudez y pobreza y vacío”… como comenta Ernestina de Chambourcin: “porque en toda pobreza / me quisiste, Señor, / toda pobre me tienes. / En pobreza de amor, / en pobreza de espíritu, / sin fuerzas y sin voz. // Que anduviste en vacío / me pediste y ya voy / hacia Ti por la nada / que de mi ser quedó / la noche en que me abriste / -¡qué aurora!- el corazón. // Desnuda de mí misma / en tus manos estoy. / En pobreza y vacío / ¡renaceré, Señor! /// Porque lo quiero todo / ya apenas quiero nada. / Voluntad de no ir / donde lo fácil llama, / de evitar la ribera / donde el sentido basta. / ¡Qué hondo no querer, / qué absolutoa desgana, / qué desviar lo inútil / arrancándole al alma / el último asidero / y hasta esa luz prestada / que le roba
MIÉRCOLES DE LA SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA: Jesús nos santifica para que santifiquemos el mundo, amándolo apasionadamente, sin ser mundanos, en una donación que es vivir auténticamente (como s. Pablo)
a lo oscuro / su claridad intacta! // Porque lo quiero todo / ya apenas quiero nada”, cuando el Señor nos da un nombre, es decir nos ama y nos llama, en Él lo tenemos todo.

MARTES DE LA SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA: Jesús abre su corazón en su despedida-testamento a sus discípulos (oración y unión con su Padre, entrega a los discípulos de la misión apostólica), y lo mismo vemos que hace Pablo a sus amigos

1. Un motín dirigido contra Pablo obliga a éste a abandonar Éfeso. Las constantes persecuciones de los judaizantes le obligan a modificar continuamente sus planes de viaje: está acosado. Se acerca el desenlace. Sabe que, desde ahora no tardarán en atraparle. En su escala a Mileto se despide de los «Ancianos», venidos expresamente de Éfeso, sus sacerdotes, discípulos suyos. Hoy y mañana escuchamos este discurso de despedida, y como en todo discurso de despedida, encontramos una mirada al pasado, otra al presente y una final al futuro de la comunidad (esta última la leeremos mañana): “Desde Mileto envió un mensaje a Éfeso y convocó a los presbíteros de la iglesia. Cuando llegaron les dijo: Vosotros sabéis cómo me he comportado en vuestra compañía desde el primer día que entré en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad y lágrimas y con las dificultades que me han venido por las insidias de los judíos; cómo no dejé de hacer nada de cuanto podía aprovecharos, y os he predicado y enseñado públicamente y en vuestras casas, anunciando a judíos y griegos la conversión a Dios y la fe en nuestro Señor Jesús. Ahora, encadenado por el Espíritu, me dirijo a Jerusalén, sin conocer lo que allí me sucederá, excepto que por todas las ciudades el Espíritu Santo testimonia en mi interior para decirme que me esperan cadenas y tribulaciones”. Ahora Pablo se dirige a Jerusalén, «forzado por el Espíritu». Y de nuevo es admirable su actitud y disponibilidad: «no sé lo que me espera allí», aunque sí «estoy seguro que me aguardan cárceles y luchas». Y sin embargo va con confianza: «no me importa la vida: lo que me importa es completar mi carrera y cumplir el encargo que me dio el SeñorJesús: ser testigo del Evangelio, que es la gracia de Dios».
         “Sé ahora que ninguno de vosotros, entre quienes pasé predicando el Reino, volveréis a ver mi rostro. Os testifico por ello en este día que estoy limpio de la sangre de todos, pues no dejé de anunciaros todos los designios de Dios” (Hechos 20,17-27). Vamos a pedir al Señor la humildad y servicio, ser instrumentos de Jesús como Pablo, sin orgullo: -“Yo nunca me acobardé, cuando era necesario anunciar la palabra de Dios”. Valentía. Seguridad. Audacia. «Yo nunca me acobardé» Esta fórmula deja suponer que alguna vez, Pablo sintió la tentación de «acobardarse», de huir, de callarse, de renunciar. Perdón, Señor por todas nuestras cobardías, por todos nuestros silencios.
Decía san Josemaría Escrivá: El camino del cristiano, el de cualquier hombre, no es fácil. Ciertamente, en determinadas épocas, parece que todo se cumple según nuestras previsiones; pero esto habitualmente dura poco. Vivir es enfrentarse con dificultades, sentir en el corazón alegrías y sinsabores; y en esta fragua el hombre puede adquirir fortaleza, paciencia, magnanimidad, serenidad (…) Lógicamente, en nuestra jornada no toparemos con tales ni con tantas contradicciones como se cruzaron en la vida de Saulo. Nosotros descubriremos la bajeza de nuestro egoísmo, los zarpazos de la sensualidad, los manotazos de un orgullo inútil y ridículo, y muchas otras claudicaciones: tantas, tantas flaquezas. ¿Descorazonarse? No. Con San Pablo, repitamos al Señor: siento satisfacción en mis enfermedades, en los ultrajes, en las necesidades, en las persecuciones, en las angustias por amor de Cristo; pues cuando estoy débil, entonces soy más fuerte”.
Pablo ha dado su vida. Ya no le pertenece. No cuenta para él. Ama. Vive para otro: Jesús. Anunciar, por entero, la voluntad de Dios. Tal es el contenido del feliz mensaje: el don gratuito (Noel Quesson). Fue en verdad un gigante como apóstol y como dirigente de comunidades. El retrato que hemos visto hoy está más que justificado con las páginas de los Hechos que hemos ido leyendo estas semanas: su entrega a la evangelización, su generosidad y su espíritu creativo, siempre al servicio del Señor y dejándose llevar en todo momento por el Espíritu. Es un misionero excepcional y un líder nato. Pablo nos resulta un estímulo a todos nosotros. Lo que él hizo por Jesús y lo que estamos haciendo nosotros en la vida, probablemente no se pueden comparar. Al final de un curso, o de un año, o de nuestra vida, ¿podríamos nosotros trazar un resumen así de nuestra entrega a la causa de Cristo, de la radicalidad de nuestra entrega y del testimonio que estamos dando de El en nuestro ambiente? Confusión y vergüenza, en cuanto que la generosidad que vemos en Él no tiene límites en la entrega, mientras que la nuestra adolece casi siempre de cobardías, medias tintas, ambigüedades, reservas.  No acabamos de ser totalmente de Cristo. También nosotros  lo podemos todo con la fuerza del Espíritu. Recuerdo aquella poesía de Ernestina de Champourcin: “Espíritu que limpias, santificas y creas. / Espíritu que abrasas y consumes la escoria, / Tú que aniquilas todo lo inútil y lo impuro / y puedes convertirnos en antorchas vivientes, // ciéganos con tu luz, ven y arrasa este mundo, ven y arrasa este mundo / sucio de tantos siglos que lo surcan y agobian… / Se nos derrumba el suelo maltrecho y abrumado / bajo la carga inmensa del tiempo y del dolor. // Sana esta pobre tierra enferma de nosotros, / de nuestro andar confuso que no sabe abrir rastros, / de nuestra eterna duda con su temblor constante, / de las vacilaciones que ahogan la semilla. // Desgaja, rompe, azota… Seremos leño dócil / si quieres inflamarnos para prender tu hoguera. / Visítanos, al fin, con un viento de gracia / que aniquile y destruya para sembrar de nuevo. // Espíritu de Dios, quémanos las entrañas / con ese fuego oculto que corroe y devora. / Cuando sólo seamos unos huesos ardientes / se iniciará en nosotros la gloria de tu reino”.
2. Derramaste una lluvia copiosa, oh Dios, / reconfortaste tu heredad extenuada. / Tu grey habitó en la heredad / que, en tu bondad, oh Dios, preparaste al pobre. // ¡Bendito sea el Señor, día tras día! / Él lleva nuestras cargas, es el Dios de nuestra salvación. / Dios es para nosotros el Dios que salva, / y al Señor, nuestro Dios, / debemos el escapar de la muerte” (Salmo 67,10-11.20-21). Dios ha sido nuestra fortaleza, nuestro poderoso protector, nuestro amparo, nuestro auxilio. Dios jamás nos ha abandonado en nuestros sufrimientos, en nuestras pobrezas y enfermedades. Como Padre lleno de amor por sus Hijos Él nos ha colmado de sus favores. Más aún, viéndonos desorientados como ovejas sin Pastor, envió a su propio Hijo para que quienes creamos en Él, en Él tengamos el perdón de nuestros pecados y la vida eterna. Esos bienes y esa herencia es lo que el Señor ha preparado para los pobres, que somos nosotros. Por eso sea Él bendito ahora y por siempre, pues nos lleva sobre sus alas para salvarnos y librarnos de la muerte.
3. Leemos hoy y en los dos próximos días, toda la oración-testamento de Jesús, oración sacerdotal, oración por la unión de los cristianos: Jesús, dicho esto, elevó sus ojos al cielo y exclamó”: Una actitud corporal de oración. Los "ojos" de Jesús... expresan la actitud de todo su ser. Nosotros, por la fe, querríamos participar de este anhelo divino, de esta “presencia a oscuras” que decía Ernestina de Champourcin: “Estrella que viste a Dios, / dame un rayo de su luz. / ¡Oh nube que me lo ocultas, / desgarra un poco tu velo! / Águila que lo rozaste, / inclina hacia mí tus alas. / Sol que estuviste a sus pies, / ¡abrásame con tu fuego”: querríamos entrar en él Cenáculo, “en silencio”: “Quiero cerrar los ojos y mirar hacia dentro / para verte, Señor, / quiero cerrar los ojos y volver la mirada / al faro de tu amor; / quiero cerrar mis ojos y olvidar los paisajes / de tan lánguido ardor, / que en el alma despiertan morbosas inquietudes / de escondido dulzor; / quiero olvidar pupilas que en las mías clavaron / su hechizo tentador, / dejando para siempre temblando en mi recuerdo / su místico dolor. / Quiero cerrar los ojos y sentir de tu fuerza / el terrible vigor, / quiero cerrar los ojos y mirar hacia dentro / ¡para verte, Señor!” Es el “¡Señor, que vea!” que decía san Josemaría en su barruntar, cerca de 10 años buscando…
“Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique; ya que le diste poder sobre toda carne, que él dé vida eterna a todos los que Tú le has dado”. Este verbo "glorificar" se repetirá cuatro veces en unas pocas frases. Esta palabra expresa una densidad de oración de una intensidad extrema: la "gloria", para toda la tradición bíblica, era lo propio de Dios (resplandor, honor: “hemos visto su gloria”… es algo como "peso", no este "brillante exterior del renombre"). La gloria de Dios, es la salvación del hombre, y la salvación del hombre, es el conocimiento de Dios. La "vida"... "conocer a Dios". La "vida eterna..." Esta vida ha empezado ya en la medida en que avanzamos en este conocimiento, que no es sobre todo un avanzar intelectual, sino la unión de todo nuestro ser con Dios. Ciertas personas muy sencillas tienen un profundo conocimiento de Dios, que no alcanzan a tener jamás ciertos sabios. ¡Danos, Señor, este conocimiento vital de ti!
“Esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien Tú has enviado. Yo te he glorificado en la tierra: he terminado la obra que Tú me has encomendado que hiciera. Ahora, Padre, glorifícame Tú a tu lado con la gloria que tuve junto a Ti antes de que el mundo existiera. He manifestado tu nombre a los que me diste del mundo. Tuyos eran, me los confiaste y han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me has dado proviene de Ti, porque las palabras que me diste se las he dado, y ellos las han recibido y han conocido verdaderamente que yo salí de Ti, y han creído que Tú me enviaste”. La segunda palabra importante, después de la de glorificar es la de "dar: en la única página del evangelio de hoy, Jesús la pronuncia diez veces... El Padre ha "dado" poder al Hijo... ha "dado" la Gloria al Hijo... ha "dado" palabras al Hijo... Y Jesús "da" la vida eterna a los hombres... "da" las palabras del Padre a los hombres... Sí, la obra de Jesús, es hacer participar a la humanidad en todo lo que ha recibido del Padre. Dar. Darse. Actitudes esenciales del amor.
“Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo sino por los que me has dado, porque son tuyos. Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío, y he sido glorificado en ellos. Ya no estoy en el mundo, pero ellos están en el mundo y yo voy a Ti” (Juan 17,1-11, también se lee el domingo 7ª de Pascua A). Jesús unido al Padre… Es una de las más perfectas definiciones del amor, de la Alianza. He aquí lo que Jesús decía de Dios, he aquí lo que él decía a Dios. ¿Puedo yo mismo repetirlo pensando en Dios? Pensando también en todos aquellos a quienes creo amar... Verdaderamente ¿hago participar de lo mío a los demás? ¿Es verdad también que no guardo nada? Señor Jesús, ven a enseñarnos a amar de verdad (Noel Quesson).

miércoles, 19 de mayo de 2010

LUNES DE LA SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA: hemos de fomentar una fe sin miedo a nada ni nadie, porque Jesús ha vencido todo lo malo, con Él estamos seguros

1. Pablo llegó a Éfeso por segunda o tercera vez, se quedará allá por lo menos dos años y medio, entre los años 53 y 56: “Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo, una vez recorridas las regiones altas, llegó a Efeso, encontró a algunos discípulos y les preguntó: ¿Habéis recibido el Espíritu Santo al abrazar la fe? Ellos le respondieron: Ni siquiera hemos oído que haya Espíritu Santo. El les replicó: ¿Entonces con qué bautismo habéis sido bautizados? Con el bautismo de Juan, respondieron. Pablo contestó: Juan bautizó con un bautismo de penitencia diciendo al pueblo que creyeran en el que había de venir detrás de él, esto es, en Jesús. Cuando oyeron esto se bautizaron en el nombre del Señor Jesús. Al imponerles Pablo las manos, vino el Espíritu Santo sobre ellos, de modo que hablaban en lenguas y profetizaban. Eran entre todos unos doce hombres. Entró en la sinagoga y habló abiertamente durante tres meses, exponiendo lo referente al Reino de Dios y tratando de convencerles” (Hechos 19,1-8).

2. Por medio de la Ley, dada en el Sinaí, Dios camina con su Pueblo hasta establecerlo en Sión, su Ciudad Santa. Cristo Jesús, por medio del amor, ha llevado a su plenitud la Ley; por medio de ese amor inició su camino hacia el hombre, en el cual ha hecho su morada, pues al infundir en nuestros corazones el Don de su Amor, Él habita en nosotros como en un templo: desde allí protege al débil, protege a su pueblo tal como en tiempos de Moisés. Nuestro Dios y Padre siempre irá con nosotros, encaminando a su Iglesia hacia su perfección en Cristo:
“Se levanta Dios, y se dispersan sus enemigos, / huyen de su presencia los que lo odian; / como el humo se disipa, se disipan ellos; / como se derrite la cera ante el fuego, / así perecen los impíos ante Dios. // En cambio, los justos se alegran, / gozan en la presencia de Dios, / rebosando de alegría. / Cantad a Dios, tocad en su honor… su nombre es el Señor… // Padre de huérfanos, protector de viudas, / Dios vive en su santa morada. / Dios prepara casa a los desvalidos, / libera a los cautivos y los enriquece” (Salmo 67,2-7).
3. Al final del último discurso de Jesús después de la cena (Jn 16,29-33) le dicen los discípulos a Jesús: “Ahora sí que hablas con claridad y no usas ninguna comparación”; esto es justamente lo que los discípulos han experimentado en su trato con Jesús; sabe las cosas de Dios y sabe cuanto se refiere a la felicidad y a la desgracia del hombre.
…“ahora vemos que lo sabes todo, y no necesitas que nadie te pregunte; por esto creemos que has salido de Dios”. ¿Por qué razón se dice "no necesitas que te pregunten?". Porque la ciencia de Jesús, es decir, el conocimiento que Jesús tiene acerca de Dios y acerca del hombre, es una sabiduría que El comunica a los suyos. No es como los maestros de este mundo, un saber que él guarde exclusivamente para sí y que únicamente va comunicando a los suyos, como a cuentagotas, a base de las preguntas que le vayan formulando. "Todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer".
"El Espíritu de la verdad os conducirá a la verdad plena". En esa ciencia reveladora de Jesús quedan superadas todas las preguntas de los discípulos. En todo lo que él nos ha revelado se encuentra la respuesta de todas las preguntas humanas. Más aún, desde el momento en que uno acepta a Jesús como Señor de su vida y toma en serio su palabra como norma suprema, esas preguntas ya están todas contestadas anticipadamente.
“Jesús les dijo: ¿Ahora creéis? Mirad que llega la hora, y ya llegó, en que os dispersaréis cada uno por su lado, y me dejaréis solo, aunque no estoy solo porque el Padre está conmigo. Os he dicho esto para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación, pero confiad: yo he vencido al mundo”.
"¿Ahora creéis?" Un interrogante que tiene sabor de sorpresa… cuando llega esa hora que anuncia Jesús, la hora de la pasión y de la muerte, la hora en la que no tiene sentido las cosas que suceden, dejamos de creer. Los discípulos -como nosotros- aún no tenían fe; la fe está inseparablemente unida a la hora, a la muerte y resurrección. La fe es inseparable del escándalo de la cruz. Por eso cuando llegó la hora del escándalo tuvo lugar la dispersión y el abandono de los discípulos. La situación histórica de los discípulos, dispersados por la muerte de Jesús, es la situación, repetida constantemente en los creyentes. Se tiene la impresión una vez más, que el vencedor es el diablo, el príncipe de este mundo; el creyente siente la tentación de abandonar a Jesús y buscar refugio en el mundo. Seguir confiando en Jesús y en su palabra es la única manera de encontrar la paz. Porque él no está solo. El Padre está con él y, por tanto, tiene que ser en realidad el vencedor. El Padre no puede ser vencido. Esta Palabra de Jesús está dirigida a mí, como lo está a todos los creyentes: quiere revelar la incapacidad de cada uno de nosotros para traducir efectivamente en nuestros actos, la Fe... que afirmamos sin embargo con nuestros labios al recitar el "credo". No, no basta cantar el Credo para enorgullecerse de ser de los que están en la Verdad. ¿Cuántas de nuestras conductas abandonan a Jesús? Señor, haz que seamos humildes. Señor, haced que nuestra vida cotidiana corrresponda a lo que afirmamos el domingo.
«¿Ahora creéis?». Él sabe muy bien que dentro de pocas horas le van a abandonar todos, asustados ante el cariz que toman las cosas y que llevarán a su Maestro a la muerte. Allí flaquearán todos. Jesús les quiere dar ánimos ya desde ahora, antes de que pase. Quiere fortalecer su fe, que va a sufrir muy pronto contrariedades graves. Pero la victoria es segura: «en el mundo tendréis luchas, pero tened valor: yo he vencido al mundo». Así acaba el documento vaticano dirigido a los sacerdotes: “Por lo demás, el Señor Jesús, que dijo: "Confiad, yo he vencido al mundo" (Jn., 16, 33), no prometió a su Iglesia con estas palabras una victoria completa en este mundo. Pero se goza el Sagrado Concilio porque la tierra, repleta de la semilla del Evangelio, fructifica ahora en muchos lugares bajo la guía del Espíritu del Señor, que llena el orbe de la tierra, y que excitó en los corazones de muchos sacerdotes y fieles el espíritu verdaderamente misional. De todo ello el Sagrado Concilio da amantísimamente las gracias a todos los presbíteros del mundo: "Y al que es poderoso para hacer que copiosamente abundemos más de lo que pedimos o pensamos, en virtud del poder que actúa en nosotros, a El sea la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús" (Ef 3,20-21)”.
-“Pero no estoy solo: el Padre esta conmigo”. Cuán emocionante resulta este final de la frase de Jesús. A sus apóstoles acaba de decirles que todos le abandonarán: vosotros me dejaréis solo... ¡pero no! "No estoy nunca solo... El Padre está conmigo... El, no me abandona nunca... estoy seguro de que puedo contar con El... El, me ama sin fallo..." Entretenerse en decir, y en repetir, esta palabra de Jesús.. . en meditar y volver a meditar esta forma... en contemplar y volver a contemplar lo que esto nos revela del "interior de Jesús. Y a mí, ¿me llega también la tentación de pensar que estoy solo? Os he dicho esto para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero, ¡confiad!; Yo he vencido al mundo. Jesús nos repite aquí nuestra doble pertenencia: los creyentes están "en el mundo", y "en Jesús"... de aquí nuestros quebrantos y nuestros abandonos. Pero de las dos pertenencias una es más fuerte que la otra: confiad, Yo he vencido "al mundo". Así pues, ya no es el sufrimiento el que domina, sino la paz. Esta es la última palabra que Jesús dirigió a sus amigos. A partir de este momento, Jesús entrará en el misterio de su última plegaria: en lo sucesivo se dirigirá a su Padre (Noel Quesson).
¿De veras creemos? La pregunta de Jesús podría ir dirigida hoy a cada uno de nosotros, que decimos que tenemos fe. Nunca es segura nuestra adhesión a Cristo. Sobre todo cuando se ve confrontada con las luchas que él nos anuncia y de las que tenemos amplia experiencia. ¿Hasta qué punto es sólida nuestra fe en Jesús? ¿aceptamos también la cruz, o no quisiéramos que apareciera en nuestro camino? Nos puede pasar como a Pedro, antes de la Pascua. Todo lo iba aceptando, menos cuando el Maestro hablaba de la muerte, o cuando se humillaba para lavar los pies de los suyos. La cruz y la humillación no entraban en su mentalidad, y por tanto en su fe en Cristo. Luego maduró por obra del Espíritu. ¿Abandonamos a Cristo cuando sus criterios de vida son contrarios a nuestro gusto o a la moda de la sociedad? ¿le seguimos también cuando exige renuncias? El mismo Jesús nos ha dado ánimos: ninguna dificultad, ni externa ni interna, debería hacernos perder el valor. Unidos a él, participaremos de su victoria contra el mal y el mundo. La última palabra no es la cruz, sino la vida. Y ahí encontraremos la serenidad: «para que encontréis la paz en mí»” (J. Aldazábal).
Son días para pensar en la fiesta de Pentecostés a la que nos preparan las lecturas, de la mano de María en este mes de mayo, y estos días contemplándola como Esposa del Espíritu Santo. Él nos enseñará a guardar todo cuanto nos ha mandado Jesús, quien añadió: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 16-20). El Señor se marcha, pero no nos deja huérfanos: permanecerá con nosotros hasta el fin de los siglos. ¿Cómo se queda? En la Iglesia, en los Sacramentos (por su presencia bautismal, por la sustancial presencia de Jesús en la Eucaristía), por su Palabra al meditar la Escritura, en la intimidad del corazón donde fomenta con su presencia las virtudes teologales y cardinales dando a la inteligencia y voluntad un dejarse llevar dócilmente por esa fuerza divina. Dicen los teólogos que es la prolongación en el tiempo de la Procesión eterna del Padre y del Hijo, por las misiones del Hijo y del Espíritu Santo; así la Encarnación y la Pentecostés se unen como puente de la inhabitación invisible de toda la Trinidad en el alma del cristiano. La palabra clave en esta relación nuestra con el Divino Espíritu es docilidad: si se lo permitimos, Él nos transforma con su acción santificadora. «Derrama sobre nosotros la fuerza del Espíritu, para que demos testimonio de ti con nuestras obras» (oración)

Domingo de la 7ª semana de Pascua - La Ascensión de Jesús al Cielo, donde Dios lo sentó a su derecha, es modelo para nosotros: estamos también llamados a estar allí


1. Lucas dedica su obra al amador de Dios, Teófilo, y después de los Evangelios escribe lo que pasa después de la Ascensión, lo que hemos leído en Pascua, el “evangelio del Espíritu Santo”, después “de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios. Una vez que comían juntos, les recomendó: - «No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.» Ellos lo rodearon preguntándole: - «Serior, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?» Jesús contestó: - «No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo.» Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: - «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse» (Hechos 1,1-11). Juan Pablo II decía que “esta fiesta constituye el coronamiento de la glorificación de Cristo, realizada en la Pascua. Representa también la preparación inmediata para el don del Espíritu Santo, que sucederá en Pentecostés…” y no se va al cielo dejándonos solos: “En realidad, Jesús resucitado no deja definitivamente a sus discípulos; más bien, empieza un nuevo tipo de relación con ellos. Aunque desde el punto de vista físico y terreno ya no está presente como antes, en realidad su presencia invisible se intensifica, alcanzando una profundidad y una extensión absolutamente nuevas. Gracias a la acción del Espíritu Santo prometido, Jesús estará presente donde enseñó a los discípulos a reconocerlo:  en la palabra del Evangelio, en los sacramentos y en la Iglesia, comunidad de cuantos creerán en él, llamada a cumplir una incesante misión evangelizadora a lo largo de los siglos”. Jesús hace nuevas todas las cosas, por el Espíritu Santo, y estos días “permanezcamos en espera de la venida del Paráclito, como los discípulos en el Cenáculo, juntamente con María. Al llegar a vuestra iglesia he visto una columna que sostiene la imagen de la Virgen con la inscripción: "No pases sin saludar a María". Sigamos siempre este consejo. María, a la que recurrimos con confianza sobre todo en este mes de mayo, nos ayude a ser dignos discípulos y testigos valientes de su Hijo en el mundo. Que ella, como Reina de nuestro corazón, haga de todos los creyentes una familia  unida  en el amor y en la paz”.
 2. La ascensión de Jesús nos da más responsabilidad. Así como "en el principio creó Dios el cielo y la tierra" la subida al cielo de Jesús nos hace ver que el mundo está en nuestras manos, que se nos pedirá cuentas pues Él es un Rey y estamos a su servicio: “Pueblos todos batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo; porque el Señor es sublime y terrible, emperador de toda la tierra. Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas; tocad para Dios, tocad, tocad para nuestro Rey, tocad. Porque Dios es el rey del mundo; tocad con maestría. Dios reina sobre las naciones, Dios se sienta en su trono sagrado” (Salmo 46,2-3.6-9). A veces se oye hablar que el mundo se ha apartado de Dios, pero es que los cristianos nos hemos apartado del mundo, vivimos en Babia, pues no estamos respondiendo al Evangelio, vivimos a veces en la nostalgia del pasado. Nos ve el pelo a los cristianos en las películas y las telenovelas, en el mundo de la política hay pocos y pocos en los bancos y los que llevan la economía mundial. Además, no nos preocupemos mucho de hacer quinielas sobre a dónde va ir a parar el mundo, sino de lo que nos pone el Señor en las manos en este momento… el futuro está en manos de Dios, y el Espíritu Santo es un Artista que va llevando la Iglesia, y a cada uno de nosotros, nos va dando pistas en nuestro corazón, para que las sigamos y seamos felices, bienaventurados, para que en medio de nuestra debilidad nos apoyemos en su fortaleza, y en medio del tiempo vayamos descubriendo la gloria
«El Señor nos escogió nuestra herencia». Tú dividiste la Tierra Prometida entre las tribus de Israel, Señor, y tú has determinado las circunstancias de historia, familia y sociedad en que yo he de vivir. Mi tierra prometida, mi herencia, mi “viña” en términos bíblicos. Te doy las gracias por mi viña, la acepto de tu mano, quiero declararte, directa y claramente, que me agrada la vida que para mí has escogido, que estoy orgulloso de los tiempos en que vivo, que me encuentro a gusto en mi cultura y feliz en mi tierra. Es fantástico estar vivo en este momento de la historia, y me alegro de ello con toda el alma, Señor.
Oigo a gente que compara y se queja y preferiría haber nacido en otra tierra y en otra edad. Para mí eso es rebelión y herejía. Todos los tiempos son buenos y todas las tierras son sagradas, y el tiempo y el espacio que tú escoges para mi son doblemente sagrados a mis ojos por ser tú quien los has escogido en amor y providencia como regalo personal para mí. Me encanta mi viña, Señor, y no la cambiaría por ninguna.
Amo mi cuerpo y mi alma, mi inteligencia y mi memoria tal como tú me los has dado. Mi viña. Muchos a mi alrededor tienen cuerpos más sanos e inteligencias más agudas que la mía, y yo te alabo por ello, Señor, al verte mostrar destellos de tu belleza y tu poder en la obra viva de tu creación que es el hombre. Hay racimos más apretados y uvas más dulces en otros viñedos alrededor del mío. Con todo, yo aprecio y valoro el mío más que ningún otro, porque es el que tú me has dado a mi. Tú has fijado el que debía ser mi patrimonio, y yo me regocijo en aceptarlo de tus manos.
Tú me preparas cada día los acontecimientos que salen a mi encuentro, las noticias que leo, el tiempo que me espera y el estado de alma que se apodera de mí. Tú me preparas mi heredad. Tú me entregas mi viña día a día. Enséñame a arar la tierra, a dominar esos estados de alma, a tratar a los que encuentro, a sacar provecho de todos los acontecimientos que tú me envías. Soy hijo de mi tiempo, y considero este tiempo como don tuyo que quiero aprovechar con fe y alegría, sin desanimarme ni desconfiar nunca. El mundo es bello, porque tú lo has creado para mí. Gracias por este mundo, por esta vida, por esta tierra y por este tiempo. Gracias por mi viña, Señor (Carlos G. Vallés).
"Dios asciende entre aclamaciones"… Dios asciende, / Dios es ascensión continuada / pero nunca se aleja. / Dios está siempre por encima / pero está muy dentro. / Dios es siempre el primero / pero a nadie humilla. / Dios asciende porque es vida creciente, / porque irradia fuerza creativa, / porque es amor victorioso, / porque es el Dios-Futuro que todo lo llena de esperanza. / Dios es ascendencia y trascendencia, / meta cada vez más alta, / flecha en progresión continua: / pero está en el fondo de todo ser. / Dios nunca se repite; siempre es nuevo, / siempre es más, siempre crece / y siempre hace crecer.
Dios hizo ascender a su Hijo, / lo sacó de los infiernos, / entre las aclamaciones de Adán, patriarcas y profetas; / lo levantó del sepulcro, / entre el aplauso y la risa de sus discípulos; / lo llevó hasta la gloria, / al son de trompetas apostólicas, / y las trompetas no cesaban de tocar / y resonar por todo el mundo. / Dio la victoria a su Hijo, / puso «a los pueblos bajo su yugo» suave (cfr. Sal 46, 4) / y a las gentes bajo sus pies humildes (cfr. Ef 1, 22; Sal. 8, 7), / no para aplastarlos, / sino para que todos asciendan con él.
Dios hace ascender a sus hijos: / que salgan de la animalidad hasta el espíritu; / que crezcan en sabiduría y gracia, que progresen; / que sean más altos, más hermosos y más vivos; / que sean más libres y solidarios; / que se levanten de sus postraciones; / que salgan de sus esclavitudes; / que sean creadores y liberadores; / que sean cada vez más hombres: / que sean cada vez más dioses, / siguiendo las huellas ascendentes de su Hijo (Caritas 1992).
3. Pide S. Pablo a Dios que conceda a los efesios "espíritu de sabiduría y revelación" para conocerlo. No se trata de saber más cosas, sino del don de sabiduría que lleva al conocimiento y a la aceptación del amor de Dios y de su voluntad. S. Agustin nos habla de cuál es esa sabiduría: “Quien beba de este agua, jamás volverá a tener sed (Jn 4,13). Conocer es también amar, es ver a Dios con los ojos del corazón por una fe práctica: Hermanos: Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro. Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos”. Concretamente, pide el autor que los efesios conozcan: a) la esperanza a la que fueron llamados, b) la herencia que todavía esperan, y c) el poder de Dios que se manifestó en la exaltación de Jesús resucitado y ahora actúa en los creyentes hasta que también ellos resuciten como nuestro Señor. La experiencia cristiana del dinamismo de la salvación sustenta la actitud esperanzada de los creyentes que se manifiesta en la acción de gracias por lo que ya han recibido y en la petición confiada de lo que está por venir.
4. -Desde la Ascensión del Señor, algo de nosotros está ya en el cielo. Como todos los misterios de la vida del Señor, la Ascensión no sólo nos revela quién es Dios. Nos desvela también la profundidad y la altura de nuestra condición humana. En la glorificación de Jesús, la humanidad ha entrado en Dios. El, que siendo de condición divina no se avergonzó de llamarse nuestro hermano, nos introduce en el cielo: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.» Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios” (Lucas 24,46-53)
Una de las poesías más conocidas de Fray Luis está dedicada a la Ascensión: «Y dejas, Pastor santo, tu grey en este valle hondo, escuro». Es una poesía que refleja la tristeza de aquellos discípulos que ven cómo una «nube envidiosa» les priva «deste breve gozo» de la presencia de Jesús y se preguntan: «¿Qué norte guiará la nave al puerto?». Para exclamar finalmente: «¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!». Me gusta más otra de León Felipe: «Aquí vino y se fue. Vino..., nos marcó una tarea y se fue. Tal vez detrás de aquella nube hay alguien que trabaja, lo mismo que nosotros, y tal vez las estrellas no son más que ventanas encendidas de una fábrica, donde Dios tiene que repartir una labor también. Aquí vino y se fue. Vino..., llenó nuestra caja de caudales con millones de siglos y de siglos; nos dejó unas herramientas..., y se fue. Él, que lo sabe todo, sabe que estando solos, sin dioses que nos miren, trabajamos mejor. Detrás de ti no hay nadie. Nadie. Ni un maestro, ni un amo, ni un patrón. Pero tuyo es el tiempo. El tiempo y esa gubia con que Dios comenzó la creación»… los discípulos, después de haber recibido la última bendición de Jesús, "se volvieron a Jerusalén con gran alegría y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios». Los relatos no reflejan la soledad y la nostalgia, estériles, de los discípulos, subrayadas por Fray Luis, sino todo lo contrario: la conciencia de que han recibido una misión que tienen que realizar en la fuerza del Espíritu y por la que deben ser testigos de Jesús en Jerusalén y hasta los confines del mundo (Javier Gafo).

viernes, 14 de mayo de 2010

SÁBADO DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: podemos pedir en nombre de Jesús, rezar es lo mejor, y así se hace el Reino de Dios, de paz y amor


1. Comienza el tercer viaje apostólico de Pablo. Procedente de Éfeso, desembarcó en Cesarea, subió a saludar la Iglesia de Jerusalén y bajó a Antioquía... Luego, recorrió Galacia y Frigia. “Pasó allí algún tiempo y marchó recorriendo una tras otra las regiones de Galacia y Frigia, y confortaba a todos los discípulos.
Un judío llamado Apolo, de origen alejandrino, hombre elocuente y muy versado en las Escrituras, llegó a Efeso. Había sido instruido en el camino del Señor. Hablaba con fervor de espíritu y enseñaba con esmero lo referente a Jesús, aunque sólo conocía el bautismo de Juan. Comenzó a hablar con libertad en la sinagoga. Al oírle Priscila y Aquila le tomaron consigo y le expusieron con más exactitud el camino de Dios. Como deseaba pasar a Acaya, los hermanos le animaron y escribieron a los discípulos para que le recibieran. Cuando llegó fue de gran provecho, con la gracia divina, para los que habían creído, pues refutaba vigorosamente en público a los judíos demostrando por las Escrituras que Jesús es el Cristo” (Hechos 18, 23-28). Apolo, originario de Alejandría, había llegado a Éfeso, viajero que se desplaza por asuntos de su oficio. Mi trabajo, ¿es para mí ocasión de ser tu testigo, Señor? Era un hombre elocuente y lanzado, ya con lo que sabe se lanza, no ha esperado a tener la verdad total para hablar de Jesús. Priscila y Aquila lo forman en el «camino». Un hogar cristiano, unos laicos cristianos se encargan de Apolo para ayudarle a avanzar en su fe. ¡Descubrir el "camino que conduce a Dios"! Señor, pon cerca de los que andan buscando, a laicos cristianos capaces de prestar ese servicio: ser un punto de referencia en el camino que conduce hasta Ti. ¿Hay a mi alrededor quienes andan buscando? ¿Les presto atención? ¿Cómo es mi plegaria?
-Queriendo Apolo ir a Grecia, los hermanos le animaron a ello y escribieron a los discípulos para que le hicieran una buena acogida. Decididamente, ¡la labor apostólica marcha! Y se pone de relieve la importancia de la «acogida». Señor, ayúdanos a poner nuestras dotes personales al servicio del evangelio y de nuestros hermanos (Noel Quesson).
2. Dios es el Rey del mundo: “Pueblos todos, batid palmas, / aclamad a Dios con gritos de júbilo; / porque el Señor es sublime y terrible, / emperador de toda la tierra. // Porque Dios es el rey del mundo: / tocad con maestría. / Dios reina sobre las naciones, / Dios se sienta en su trono sagrado. // Los príncipes de los gentiles se reúnen / con el pueblo del Dios de Abrahán; / porque de Dios son los grandes de la tierra, / y él es excelso” (Salmo 46,2-3.8-10). Se trata de un himno a Dios, Señor del universo y de la historia…
3. Jesús sigue hablando de su relación con el Padre y la vida de hijos de Dios: hoy, de su oración. Ahora que Jesús «vuelve al Padre», que es el que le envió al mundo, les promete a sus discípulos que la oración que dirijan al Padre en nombre de Jesús será eficaz. El Padre y Cristo están íntimamente unidos. Los seguidores de Jesús, al estar unidos a él, también lo están con el Padre. El Padre mismo les ama, porque han aceptado a Cristo. Y por eso su oración no puede no ser escuchada, «para que vuestra alegría sea completa». La eficacia de nuestra oración por Cristo se explica porque los que creemos en él quedamos «enganchados» a Él: nuestra unión con Jesús, el Mediador, es en definitiva unión con el Padre. Dentro de esa unión misteriosa -y no en una clave de magia- es como tiene sentido nuestra oración de cristianos y de hijos. Cuando oramos, así como cuando celebramos los sacramentos, nos unimos a Cristo Jesús y nuestras acciones son también sus acciones. Cuando alabamos a Dios, nuestra voz se une a la de Cristo, que está siempre en actitud de alabanza. Cuando pedimos por nosotros mismos o intercedemos por los demás, nuestra petición no va al Padre sola, sino avalada, unida a la de Cristo, que está también siempre en actitud de intercesión por el bien de la humanidad y de cada uno de nosotros. La clave para la oración del cristiano está en la consigna que Jesús nos ha dado: «permaneced en mí y yo en vosotros», «permaneced en mi amor». Por eso el Padre escucha siempre nuestra oración. No se trata tanto de que él responda a lo que le pedimos. Somos nosotros los que en este momento respondemos a lo que él quería ya antes. Orar es como entrar en la esfera de Dios. De un Dios que quiere nuestra salvación, porque ya nos ama antes de que nosotros nos dirijamos a él. Como cuando salimos a tomar el sol, que ya estaba brillando. Como cuando entramos a bañarnos en el agua de un río o del mar, que ya estaba allí antes de que nosotros pensáramos en ella. Al entrar en sintonía con Dios, por medio de Cristo y su Espíritu, nuestra oración coincide con la voluntad salvadora de Dios, y en ese momento ya es eficaz. Aunque no sepamos en qué dirección se va a notar la eficacia de nuestra oración, se nos ha asegurado que ya es eficaz. Nos lo ha dicho Jesús: «todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido» (Mc 11,24). Sobre todo porque pedimos en el nombre de Jesús, el Hijo en quien somos hermanos, y por tanto también nosotros somos hijos de un Padre que nos ama (J. Aldazábal).
“En verdad, en verdad os digo: si algo pedís al Padre en mi nombre, os lo concederá. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo.
Os he dicho estas cosas por medio de comparaciones. Llega la hora en que ya no os hablaré por comparaciones, sino que abiertamente os anunciaré las cosas acerca del Padre. Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado y habéis creído que yo salí de Dios. Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y voy al Padre” (Juan 16,23-28). ¿Qué significan estas palabras? La abolición de las distancias. Entre Dios y los creyentes, hay una comunicación directa... que viene, por parte de Dios, de una actitud de amor -el Padre mismo os ama-... y por parte del hombre, de una actitud de fe y de amor -porque me habéis amado y habéis creído en mí. Entre el universo invisible y el universo visible, no hay muros. De la tierra, suben sin cesar plegarias, de amor y de fe. Del cielo, descienden sin cesar gracias y palabras divinas, de amor.
Rogar "en nombre de Jesús"... ¿Qué quiere decir esto? “Una oración al Dios de mi vida. Si Dios es para nosotros vida, no debe extrañarnos que nuestra existencia de cristianos haya de estar entretejida en oración. Pero no penséis que la oración es un acto que se cumple y luego se abandona. Por la mañana pienso en ti; y, por la tarde, se dirige hacia ti mi oración como el incienso. Toda la jornada puede ser tiempo de oración: de la noche a la mañana y de la mañana a la noche. Más aún: como nos recuerda la Escritura Santa, también el sueño debe ser oración.
Recordad lo que, de Jesús, nos narran los Evangelios. A veces, pasaba la noche entera ocupado en coloquio íntimo con su Padre. ¡Cómo enamoró a los primeros discípulos la figura de Cristo orante! Después de contemplar esa constante actitud del Maestro, le preguntaron: Domine, doce nos orare (Lc 11,1), Señor, enséñanos a orar así.
San Pablo -orationi instantes (Rm 12,12), en la oración continuos, escribe- difunde por todas partes el ejemplo vivo de Cristo. Y San Lucas, con una pincelada, retrata la manera de obrar de los primeros fieles: animados de un mismo espíritu, perseveraban juntos en oración (Hch 1,4).
El temple del buen cristiano se adquiere, con la gracia, en la forja de la oración. Y este alimento de la plegaria, por ser vida, no se desarrolla en un cauce único. El corazón se desahogará habitualmente con palabras, en esas oraciones vocales que nos ha enseñado el mismo Dios, Padre nuestro, o sus ángeles, Ave María. Otras veces utilizaremos oraciones acrisoladas por el tiempo, en las que se ha vertido la piedad de millones de hermanos en la fe: las de la liturgia -lex orandi-, las que han nacido de la pasión de un corazón enamorado, como tantas antífonas marianas: Sub tuum praesidium…, Memorare…, Salve Regina…
En otras ocasiones nos bastarán dos o tres expresiones, lanzadas al Señor como saeta, iaculata: jaculatorias, que aprendemos en la lectura atenta de la historia de Cristo: Domine, si vis, potes me mundare (Mt 8,2), Señor, si quieres, puedes curarme; Domine, tu omnia nosti, tu scis quia amo te (Jn 21,17), Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo; Credo, Domine, sed adiuva incredulitatem team (Mt 9,23), creo, Señor, pero ayuda mi incredulidad, fortalece mi fe; Domine, non sum dignus (Mt 8,8), ¡Señor, no soy digno!; Dominus meus et Deus meus (Jn 20,18), ¡Señor mío y Dios mío!… U otras frases, breves y afectuosas, que brotan del fervor íntimo del alma, y responden a una circunstancia concreta.
La vida de oración ha de fundamentarse además en algunos ratos diarios, dedicados exclusivamente al trato con Dios; momentos de coloquio sin ruido de palabras, junto al Sagrario siempre que sea posible, para agradecer al Señor esa espera -¡tan solo!- desde hace veinte siglos. Oración mental es ese diálogo con Dios, de corazón a corazón, en el que interviene toda el alma: la inteligencia y la imaginación, la memoria y la voluntad. Una meditación que contribuye a dar valor sobrenatural a nuestra pobre vida humana, nuestra vida diaria corriente.
Gracias a esos ratos de meditación, a las oraciones vocales, a las jaculatorias, sabremos convertir nuestra jornada, con naturalidad y sin espectáculo, en una alabanza continua a Dios. Nos mantendremos en su presencia, como los enamorados dirigen continuamente su pensamiento a la persona que aman, y todas nuestras acciones -aun las más pequeñas- se llenarán de eficacia espiritual.
Por eso, cuando un cristiano se mete por este camino del trato ininterrumpido con el Señor -y es un camino para todos, no una senda para privilegiados-, la vida interior crece, segura y firme; y se afianza en el hombre esa lucha, amable y exigente a la vez, por realizar hasta el fondo la voluntad de Dios.
Desde la vida de oración podemos entender ese otro tema que nos propone la fiesta de hoy: el apostolado, el poner por obra las enseñanza de Jesús, trasmitidas a los suyos poco antes de subir a los cielos: me serviréis de testigos en Jerusalén y en toda la Judea y Samaría y hasta el cabo del mundo.
Con la maravillosa normalidad de lo divino, el alma contemplativa se desborda en afán apostólico: me ardía el corazón dentro del pecho, se encendía el fuego en mi meditación. ¿Qué fuego es ése sino el mismo del que habla Cristo: fuego he venido a traer a la tierra y qué he de querer sino que arda? Fuego de apostolado que se robustece en la oración: no hay medio mejor que éste para desarrollar, a lo largo y a lo ancho del mundo, esa batalla pacífica en la que cada cristiano está llamado a participar: cumplir lo que resta que padecer a Cristo” (san Josemaría Escrivá).
-“Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y me voy al Padre”. Sí, en verdad Jesucristo es "la comunicación" entre estos dos mundos, que no están cerrados el uno al otro. El ha venido de ese mundo invisible, divino, celeste; que nos envuelve por todas partes. El nos lo ha revelado. Ha desvelado lo que estaba escondido en Dios: todo se resume en una sola palabra... Dios ama... Dios es Padre... Dios es amor... Ha vuelto a ese mundo invisible, divino, celeste, a ese mundo donde el amor es rey, a ese mundo donde el amor hace dichoso, a ese mundo donde las relaciones entre las Personas son totalmente satisfactorias, logradas, ¡y perfectas! ¿Vamos nosotros a beber, de vez en cuando, a esta fuente? (Noel Quesson).
“Hoy, en vigilias de la fiesta de la Ascensión del Señor, el Evangelio nos deja unas palabras de despedida entrañables. Jesús nos hace participar de su misterio más preciado; Dios Padre es su origen y es, a la vez, su destino: «Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre» (Jn 16,28).

VIERNES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: Jesús nos anima a no tener miedo, pues todo tiene un sentido en los planes de Dios, y todo será para bien de los




1. Después de Filipos y de Atenas fue Corinto la tercera ciudad de Europa que recibió el Evangelio. Una vez más Pablo será citado ante la Justicia, acusado de ser un perturbador. -Una noche, en una visión, el Señor dijo a Pablo: "No temas, habla sin callar nada, porque yo estoy contigo." Cuando se leen las Epístolas de san Pablo se las encuentra siempre llenas de la presencia de Jesús. Su nombre está tres o cuatro veces en cada página. ¡No era simplemente una "manera de hablar"! Pablo y Jesús vivían juntamente. Continuamente se comunicaban uno al otro. ¡Una oración incesante, dirá un día! (Rm 1,9). Los primeros cristianos estaban convencidos de la Presencia de Cristo y esto constituía su fuerza. En las dificultades cotidianas se agarraban a esta certeza. «¡No temas!» «¡estoy contigo!» Danos también, Señor, esta seguridad.
“El Señor dijo por la noche a Pablo en una visión: No temas, sigue hablando y no calles, que yo estoy contigo y nadie se te acercará para dañarte; porque tengo en esta ciudad un pueblo numeroso. Permaneció allí un año y seis meses enseñando entre ellos la palabra de Dios”.
Era Galión (hermano de Séneca) “procónsul de Acaya cuando los judíos se amotinaron de común acuerdo contra Pablo y lo condujeron al tribunal, diciendo: Este induce a los hombres a dar culto a Dios al margen de la Ley. Cuando Pablo se disponía a hablar, dijo Galión a los judíos: Si se tratara de un delito o de un grave crimen, ¡oh judíos!, sería razonable que os atendiera, pero si son cuestiones de palabras y de nombres y de vuestra Ley, resolvedlo vosotros; yo no quiero ser juez de tales asuntos. Y los expulsó del tribunal. Entonces todos ellos agarraron a Sóstenes, el jefe de la sinagoga, y comenzaron a golpearle delante del tribunal, pero nada de esto le importaba a Galión.
Después de permanecer allí bastante tiempo, Pablo se despidió de los hermanos y embarcó hacia Siria. Iban con él Priscila y Aquila, que se había rapado la cabeza en Cencreas porque había hecho un voto” (Hechos 18,9-18). Ha nacido una nueva comunidad. Pablo marcha a otra parte. En cuanto juzga que pueden prescindir de él se va con vistas a otra fundación, dejando la responsabilidad a unos «ancianos» -presbíteros- a quienes ha nombrado cabeza de grupo. Señor, haz que los cristianos sean activos y responsables (Noel Quesson).
2. Dios, Rey y soberano de todo lo creado, nos ha manifestado su amor levantándose victorioso sobre los pueblos que habitaban la tierra, y la entregó a la descendencia de Abraham y los Patriarcas, como herencia suya. A nosotros nos manifestó su poder y su soberanía cuando, por medio de su Hijo se levantó victorioso sobre aquel que nos retenía bajo su dominio, el Maligno, y nos rescató para que, hechos hijos de Dios, entremos a poseer los bienes definitivos en la Patria celestial. Cristo Jesús no sólo asciende hasta su trono; nos lleva junto con Él para que seamos coherederos de su Gloria. Por eso aclamemos al Señor, llenos de gozo. Que toda nuestra vida se convierta en una continua alabanza de su santo Nombre. Invitamos con el salmista a todos los pueblos a alabar al Señor, a batir palmas, a que lo aclamen con gritos de júbilo. «Porque el Señor es sublime y terrible, emperador de toda la tierra. Él nos somete los pueblos y nos sojuzga las naciones; Él nos escogió por heredad suya: gloria de Jacob su amado. Dios asciende entre aclamaciones; / el Señor, al son de trompetas: / tocad para Dios, tocad, / tocad para nuestro rey, tocad” (Salmo 47/46,2-7).
3. Jesús, al irse, toca el tema del dolor-alegría, como la mujer que tiene un hijo. Al evocar la imagen de la mujer parturienta para describir el sufrimiento que espera a los discípulos, el Evangelio les enseña a reconocer en ellos el signo de la venida de los últimos tiempos. En la Escritura, en efecto, los dolores del parto caracterizan un castigo terrible. Sin embargo, son los únicos dolores que tienen un sentido porque traen una nueva vida al mundo. La revolución que se va a producir será el paso del dolor del alumbramiento a la vida eterna. Inherentes a su condición humana y terrestre, los sufrimientos de la tierra le aseguran una suerte idéntica, como el gusano que se transforma en mariposa, así hemos de salir de este mundo para entrar en la gloria, así Jesús ha de ir al Padre para que recibamos el Espíritu. Es el papel de María, que nos trae a la vida, la nueva Eva, que alumbra simbólicamente a la nueva humanidad en el momento en que Jesús nace a la nueva vida. Imagen de la Iglesia que da a luz a la nueva humanidad a través de los dolores de dar a luz lo mismo que Eva trajo al mundo a la nueva humanidad, la mujer-Iglesia va a traer al mundo a la nueva humanidad, comenzando por Jesús resucitado en los dolores de María (Maertens-Frisque): “Jesús siguió diciendo a sus discípulos: vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría”. No olvidemos que Jesús dijo esto la víspera de morir. De hecho nos imaginamos muy bien la aflicción de los discípulos, mientras que los enemigos que decidieron y lograron su muerte... se gozarán en el triunfo aparente.
-Pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. Fue verdad entonces. Imaginemos la alegría de Pascua que se difundió de discípulo a discípulo: "Ha resucitado... ha resucitado... le han visto... vive..." Es verdad hoy... ¿Tengo yo la experiencia del paso de la aflicción a la alegría, a partir de Jesús? Estar "bajo de moral", desanimado, rebasado por los acontecimientos, incapaz de encontrar humanamente una solución, bloqueado por el propio pecado o el de los demás, aplastado por una enfermedad... Ponerse, sin saber por qué, a rezar... Ir a un lugar silencioso y hablar a Jesús... Tomar el evangelio y leer con calma, la primera página que se nos presenta... Ir a ver a un amigo y hablar... Ir a encontrar a un sacerdote y confesarse... Y he aquí que a veces ¡la "tristeza se cambia en gozo"! Sucede también que nada ha cambiado en las circunstancias externas -el mal o la desgracia subsisten, desgraciadamente- y sin embargo, la tristeza se ha cambiado en gozo. Gracias, Señor. Concede esta alegría a todos los que están en la tristeza: una alegría conquistada, una alegría que sigue a la pena, una alegría que, misteriosamente, como una fuente, rezuma en tierra árida.
“Recordad: La mujer cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro que pasó, porque la inunda la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre”. Una de las parábolas más cortas... Una de las más emotivas observaciones de Jesús. Un "hecho de vida" real tan a menudo observable... y que Jesús interpreta como un símbolo profundamente evocador. Una actitud vital. Una certeza divina. Un acceso al problema del mal: ¿por qué hay sufrimiento? Para ti, Señor, los sufrimientos de aquí abajo no son sufrimientos de agonía -que conducen a la muerte-... son sufrimientos de alumbramiento -que conducen a la vida-... Una visión nueva de las cosas. Un optimismo invencible; el dolor mismo no se pone entre paréntesis, se sublima. Todo sufrimiento, dice Jesús, es fecundo. Sí, ¡esto es lo que has prometido a tus discípulos, Señor! Un "alumbramiento" se está produciendo en el corazón de la historia: un "hombre nuevo" está naciendo. ¿Participo yo en esto? ¿He asumido en mi vida el símbolo de la cruz? ¿Qué calidad tiene mi alegría? ¿Qué es lo que hago con mis sufrimientos? ¿Qué es lo que hago "venir al mundo"?
“También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Y aquel día no me preguntaréis nada” (Juan 16,20-23). Son éstas unas de las últimas palabras humanas que Jesús dijo a sus amigos. Dentro de algunos segundos Jesús se pondrá a hablar a su Padre. Lo hombres seguirán orando... pero es a Dios a quien Jesús dirigirá las últimas palabras que ha de decir antes de que llegue Judas y su banda, armada con espadas y palos. Al final de su vida, lo que comunica Jesús a sus amigos ¡es la alegría! Jesús; repíteme esto. Y que nadie me arrebate esta alegría que Tú me has dado. Gracias, Señor (Noel Quesson).
Que estemos alegres, y aunque ya lo dice la sevillana: "algo se muere en el alma, cuando un amigo se va", él se queda… “Comenzamos el Decenario del Espíritu Santo. Reviviendo el Cenáculo, vemos a la Madre de Jesús, Madre del Buen Consejo, conversando con los Apóstoles. ¡Qué conversación tan cordial y llena! El repaso de todas las alegrías que habían tenido al lado del Maestro. Los días pascuales, la Ascensión y las promesas de Jesús. Los sufrimientos de los días de la Pasión se han tornado alegrías. ¡Qué ambiente tan bonito en el Cenáculo! Y el que se está preparando, como Jesús les ha dicho. Nosotros sabemos que María, Reina de los Apóstoles, Esposa del Espíritu Santo, Madre de la Iglesia naciente, nos guía para recibir los dones y los frutos del Espíritu Santo. Los dones son como la vela de una embarcación cuando está desplegada y el viento —que representa la gracia— le va a favor: ¡qué rapidez y facilidad en el camino!... Durante toda esta semana, la Liturgia nos habla de rejuvenecer, de exultar (saltar de alegría), de la felicidad segura y eterna. Todo nos lleva a vivir de oración” (Joaquim Font). Como nos dice san Josemaría: «Quiero que estés siempre contento, porque la alegría es parte integrante de tu camino. —Pide esa misma alegría sobrenatural para todos». El ser humano necesita reír para la salud física y espiritual. El humor sano enseña a vivir. San Pablo nos dirá: «Sabemos que todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios» (Rom 8,28). ¡He aquí una buena jaculatoria!: «¡Todo es para bien!»; «Omnia in bonum!».
“Ha llegado la hora de Jesús. De su costado herido nacerá la Iglesia. Y su alegría será plena porque volverá a Aquel que le envió, llevando consigo a todos los redimidos mediante su Misterio Pascual. Nosotros no tenemos ya motivos para estar tristes. El Señor habita en nosotros.