1. Un motín dirigido contra Pablo obliga a éste a abandonar Éfeso. Las constantes persecuciones de los judaizantes le obligan a modificar continuamente sus planes de viaje: está acosado. Se acerca el desenlace. Sabe que, desde ahora no tardarán en atraparle. En su escala a Mileto se despide de los «Ancianos», venidos expresamente de Éfeso, sus sacerdotes, discípulos suyos. Hoy y mañana escuchamos este discurso de despedida, y como en todo discurso de despedida, encontramos una mirada al pasado, otra al presente y una final al futuro de la comunidad (esta última la leeremos mañana): “Desde Mileto envió un mensaje a Éfeso y convocó a los presbíteros de la iglesia. Cuando llegaron les dijo: Vosotros sabéis cómo me he comportado en vuestra compañía desde el primer día que entré en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad y lágrimas y con las dificultades que me han venido por las insidias de los judíos; cómo no dejé de hacer nada de cuanto podía aprovecharos, y os he predicado y enseñado públicamente y en vuestras casas, anunciando a judíos y griegos la conversión a Dios y la fe en nuestro Señor Jesús. Ahora, encadenado por el Espíritu, me dirijo a Jerusalén, sin conocer lo que allí me sucederá, excepto que por todas las ciudades el Espíritu Santo testimonia en mi interior para decirme que me esperan cadenas y tribulaciones”. Ahora Pablo se dirige a Jerusalén, «forzado por el Espíritu». Y de nuevo es admirable su actitud y disponibilidad: «no sé lo que me espera allí», aunque sí «estoy seguro que me aguardan cárceles y luchas». Y sin embargo va con confianza: «no me importa la vida: lo que me importa es completar mi carrera y cumplir el encargo que me dio el SeñorJesús: ser testigo del Evangelio, que es la gracia de Dios».
“Sé ahora que ninguno de vosotros, entre quienes pasé predicando el Reino, volveréis a ver mi rostro. Os testifico por ello en este día que estoy limpio de la sangre de todos, pues no dejé de anunciaros todos los designios de Dios” (Hechos 20,17-27). Vamos a pedir al Señor la humildad y servicio, ser instrumentos de Jesús como Pablo, sin orgullo: -“Yo nunca me acobardé, cuando era necesario anunciar la palabra de Dios”. Valentía. Seguridad. Audacia. «Yo nunca me acobardé» Esta fórmula deja suponer que alguna vez, Pablo sintió la tentación de «acobardarse», de huir, de callarse, de renunciar. Perdón, Señor por todas nuestras cobardías, por todos nuestros silencios.
Decía san Josemaría Escrivá: “El camino del cristiano, el de cualquier hombre, no es fácil. Ciertamente, en determinadas épocas, parece que todo se cumple según nuestras previsiones; pero esto habitualmente dura poco. Vivir es enfrentarse con dificultades, sentir en el corazón alegrías y sinsabores; y en esta fragua el hombre puede adquirir fortaleza, paciencia, magnanimidad, serenidad (…) Lógicamente, en nuestra jornada no toparemos con tales ni con tantas contradicciones como se cruzaron en la vida de Saulo. Nosotros descubriremos la bajeza de nuestro egoísmo, los zarpazos de la sensualidad, los manotazos de un orgullo inútil y ridículo, y muchas otras claudicaciones: tantas, tantas flaquezas. ¿Descorazonarse? No. Con San Pablo, repitamos al Señor: siento satisfacción en mis enfermedades, en los ultrajes, en las necesidades, en las persecuciones, en las angustias por amor de Cristo; pues cuando estoy débil, entonces soy más fuerte”.
Pablo ha dado su vida. Ya no le pertenece. No cuenta para él. Ama. Vive para otro: Jesús. Anunciar, por entero, la voluntad de Dios. Tal es el contenido del feliz mensaje: el don gratuito (Noel Quesson). Fue en verdad un gigante como apóstol y como dirigente de comunidades. El retrato que hemos visto hoy está más que justificado con las páginas de los Hechos que hemos ido leyendo estas semanas: su entrega a la evangelización, su generosidad y su espíritu creativo, siempre al servicio del Señor y dejándose llevar en todo momento por el Espíritu. Es un misionero excepcional y un líder nato. Pablo nos resulta un estímulo a todos nosotros. Lo que él hizo por Jesús y lo que estamos haciendo nosotros en la vida, probablemente no se pueden comparar. Al final de un curso, o de un año, o de nuestra vida, ¿podríamos nosotros trazar un resumen así de nuestra entrega a la causa de Cristo, de la radicalidad de nuestra entrega y del testimonio que estamos dando de El en nuestro ambiente? Confusión y vergüenza, en cuanto que la generosidad que vemos en Él no tiene límites en la entrega, mientras que la nuestra adolece casi siempre de cobardías, medias tintas, ambigüedades, reservas. No acabamos de ser totalmente de Cristo. También nosotros lo podemos todo con la fuerza del Espíritu. Recuerdo aquella poesía de Ernestina de Champourcin: “Espíritu que limpias, santificas y creas. / Espíritu que abrasas y consumes la escoria, / Tú que aniquilas todo lo inútil y lo impuro / y puedes convertirnos en antorchas vivientes, // ciéganos con tu luz, ven y arrasa este mundo, ven y arrasa este mundo / sucio de tantos siglos que lo surcan y agobian… / Se nos derrumba el suelo maltrecho y abrumado / bajo la carga inmensa del tiempo y del dolor. // Sana esta pobre tierra enferma de nosotros, / de nuestro andar confuso que no sabe abrir rastros, / de nuestra eterna duda con su temblor constante, / de las vacilaciones que ahogan la semilla. // Desgaja, rompe, azota… Seremos leño dócil / si quieres inflamarnos para prender tu hoguera. / Visítanos, al fin, con un viento de gracia / que aniquile y destruya para sembrar de nuevo. // Espíritu de Dios, quémanos las entrañas / con ese fuego oculto que corroe y devora. / Cuando sólo seamos unos huesos ardientes / se iniciará en nosotros la gloria de tu reino”.
2. “Derramaste una lluvia copiosa, oh Dios, / reconfortaste tu heredad extenuada. / Tu grey habitó en la heredad / que, en tu bondad, oh Dios, preparaste al pobre. // ¡Bendito sea el Señor, día tras día! / Él lleva nuestras cargas, es el Dios de nuestra salvación. / Dios es para nosotros el Dios que salva, / y al Señor, nuestro Dios, / debemos el escapar de la muerte” (Salmo 67,10-11.20-21). Dios ha sido nuestra fortaleza, nuestro poderoso protector, nuestro amparo, nuestro auxilio. Dios jamás nos ha abandonado en nuestros sufrimientos, en nuestras pobrezas y enfermedades. Como Padre lleno de amor por sus Hijos Él nos ha colmado de sus favores. Más aún, viéndonos desorientados como ovejas sin Pastor, envió a su propio Hijo para que quienes creamos en Él, en Él tengamos el perdón de nuestros pecados y la vida eterna. Esos bienes y esa herencia es lo que el Señor ha preparado para los pobres, que somos nosotros. Por eso sea Él bendito ahora y por siempre, pues nos lleva sobre sus alas para salvarnos y librarnos de la muerte.
3. Leemos hoy y en los dos próximos días, toda la oración-testamento de Jesús, oración sacerdotal, oración por la unión de los cristianos: “Jesús, dicho esto, elevó sus ojos al cielo y exclamó”: Una actitud corporal de oración. Los "ojos" de Jesús... expresan la actitud de todo su ser. Nosotros, por la fe, querríamos participar de este anhelo divino, de esta “presencia a oscuras” que decía Ernestina de Champourcin: “Estrella que viste a Dios, / dame un rayo de su luz. / ¡Oh nube que me lo ocultas, / desgarra un poco tu velo! / Águila que lo rozaste, / inclina hacia mí tus alas. / Sol que estuviste a sus pies, / ¡abrásame con tu fuego”: querríamos entrar en él Cenáculo, “en silencio”: “Quiero cerrar los ojos y mirar hacia dentro / para verte, Señor, / quiero cerrar los ojos y volver la mirada / al faro de tu amor; / quiero cerrar mis ojos y olvidar los paisajes / de tan lánguido ardor, / que en el alma despiertan morbosas inquietudes / de escondido dulzor; / quiero olvidar pupilas que en las mías clavaron / su hechizo tentador, / dejando para siempre temblando en mi recuerdo / su místico dolor. / Quiero cerrar los ojos y sentir de tu fuerza / el terrible vigor, / quiero cerrar los ojos y mirar hacia dentro / ¡para verte, Señor!” Es el “¡Señor, que vea!” que decía san Josemaría en su barruntar, cerca de 10 años buscando…
“Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique; ya que le diste poder sobre toda carne, que él dé vida eterna a todos los que Tú le has dado”. Este verbo "glorificar" se repetirá cuatro veces en unas pocas frases. Esta palabra expresa una densidad de oración de una intensidad extrema: la "gloria", para toda la tradición bíblica, era lo propio de Dios (resplandor, honor: “hemos visto su gloria”… es algo como "peso", no este "brillante exterior del renombre"). La gloria de Dios, es la salvación del hombre, y la salvación del hombre, es el conocimiento de Dios. La "vida"... "conocer a Dios". La "vida eterna..." Esta vida ha empezado ya en la medida en que avanzamos en este conocimiento, que no es sobre todo un avanzar intelectual, sino la unión de todo nuestro ser con Dios. Ciertas personas muy sencillas tienen un profundo conocimiento de Dios, que no alcanzan a tener jamás ciertos sabios. ¡Danos, Señor, este conocimiento vital de ti!
“Esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien Tú has enviado. Yo te he glorificado en la tierra: he terminado la obra que Tú me has encomendado que hiciera. Ahora, Padre, glorifícame Tú a tu lado con la gloria que tuve junto a Ti antes de que el mundo existiera. He manifestado tu nombre a los que me diste del mundo. Tuyos eran, me los confiaste y han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me has dado proviene de Ti, porque las palabras que me diste se las he dado, y ellos las han recibido y han conocido verdaderamente que yo salí de Ti, y han creído que Tú me enviaste”. La segunda palabra importante, después de la de glorificar es la de "dar: en la única página del evangelio de hoy, Jesús la pronuncia diez veces... El Padre ha "dado" poder al Hijo... ha "dado" la Gloria al Hijo... ha "dado" palabras al Hijo... Y Jesús "da" la vida eterna a los hombres... "da" las palabras del Padre a los hombres... Sí, la obra de Jesús, es hacer participar a la humanidad en todo lo que ha recibido del Padre. Dar. Darse. Actitudes esenciales del amor.
“Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo sino por los que me has dado, porque son tuyos. Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío, y he sido glorificado en ellos. Ya no estoy en el mundo, pero ellos están en el mundo y yo voy a Ti” (Juan 17,1-11, también se lee el domingo 7ª de Pascua A). Jesús unido al Padre… Es una de las más perfectas definiciones del amor, de la Alianza. He aquí lo que Jesús decía de Dios, he aquí lo que él decía a Dios. ¿Puedo yo mismo repetirlo pensando en Dios? Pensando también en todos aquellos a quienes creo amar... Verdaderamente ¿hago participar de lo mío a los demás? ¿Es verdad también que no guardo nada? Señor Jesús, ven a enseñarnos a amar de verdad (Noel Quesson).
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