sábado, 21 de abril de 2018

Domingo semana 4 de Pascua; ciclo B

Domingo de la semana 4 de Pascua; ciclo B

La alegría en la cruz
 “En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: -Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estragos y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Por eso me ama el Padre: porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para quitarla y tengo poder para recuperarla. Este mandato he recibido del Padre” (Juan 10,11-18).
I. La alegría es una característica esencial del cristiano y la Iglesia nos  recuerda durante la Cuaresma que debe estar presente en todos los momentos de nuestra vida. Ahora meditamos la alegría de la Cruz. La alegría es compatible con la mortificación y el dolor. Lo que se opone a la alegría es la tristeza, no la penitencia. La mortificación que vivimos en estos días no debe ensombrecer nuestra alegría interior, sino todo lo contrario: Debe hacerla crecer, porque nuestra Redención se acerca, el derroche de amor por los hombres que es la Pasión se aproxima, el gozo de la Pascua es inminente. Por eso queremos estar muy unidos al Señor, para que también en nuestra vida se repita, una vez más, el mismo proceso: Llegar, por su Pasión y su Cruz, a la gloria y a la alegría de la Resurrección.I. La alegría es una característica esencial del cristiano y la Iglesia nos  recuerda durante la Cuaresma que debe estar presente en todos los momentos de nuestra vida. Ahora meditamos la alegría de la Cruz. La alegría es compatible con la mortificación y el dolor. Lo que se opone a la alegría es la tristeza, no la penitencia. La mortificación que vivimos en estos días no debe ensombrecer nuestra alegría interior, sino todo lo contrario: Debe hacerla crecer, porque nuestra Redención se acerca, el derroche de amor por los hombres que es la Pasión se aproxima, el gozo de la Pascua es inminente. Por eso queremos estar muy unidos al Señor, para que también en nuestra vida se repita, una vez más, el mismo proceso: Llegar, por su Pasión y su Cruz, a la gloria y a la alegría de la Resurrección.

II. La alegría es equivalente a felicidad, y lógicamente se manifiesta en el exterior de la persona. La alegría verdadera tiene un origen espiritual. El Papa Pablo Vi nos dice: “La sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil engendrar la alegría. Porque la alegría tiene otro origen: es espiritual. El dinero, el “confort”, la higiene, la seguridad material, no faltan con frecuencia; sin embargo, el tedio, la aflicción, la tristeza, forman parte, por desgracia, de la vida de muchos” (Exhortación Apostólica Gaudete in Domino). Nosotros sabemos que la alegría surge de un corazón que se siente amado por Dios y que a su vez ama con locura al Señor. De un corazón que se esfuerza que ese amor se traduzca en buenas obras; de un corazón que está en unión y en paz con Dios, pues, aunque se sabe pecador, acude a la fuente del perdón: Cristo en el sacramento de la Penitencia. El Señor nos pide que perdamos el miedo al dolor, a las tribulaciones, y nos unamos a Él, que nos espera en la Cruz. Nuestra alma quedará más purificada, nuestro amor más firme. Entonces comprenderemos que la alegría está muy cerca de la Cruz.

III. Dios ama al que da con alegría (2 Corintios 9, 7). No nos tiene que sorprender que la mortificación y la penitencia nos cuesten; lo importante es que sepamos encaminarnos hacia ellas con decisión, con la alegría de agradar a Dios, que nos ve. La experiencia que nos transmiten los santos es unánime en este sentido: “Estoy lleno de consuelo, reboso de gozo en todas nuestras tribulaciones” (2 Corintios, 11, 24-27). Si hemos tenido miedo a la expiación, llenémonos de valor, pensando que el tiempo es breve y el premio grande, sin proporción con la pequeñez de nuestro esfuerzo.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

viernes, 20 de abril de 2018

Sábado semana 3 de Pascua

Sábado de la semana 3 de Pascua

El examen particular
«Jesús, conociendo en su interior que sus discípulos murmuraban de esto, les dijo: ¿Esto os escandaliza? ¿Pues y si vierais al Hijo del Hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es el que da la vida, la carne de nada sirve: las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. Sin embargo, hay algunos de vosotros que no creen. En efecto, Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que le iba a entrega. Y decía: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí si no le fuera dado por el Padre. Desde entonces muchos discípulos se echaron atrás y ya no andaban con él. Entonces Jesús dijo a los doce: ¿También vosotros queréis marcharos? Le respondió Simón Pedro: Señor ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios.» (Juan 6, 61-69)
I. Muchos discípulos abandonaron al Señor cuando les habló de la Sagrada Eucaristía. Los Doce permanecen, son fieles a su Maestro y Señor. Tampoco comprendieron mucho, pero permanecieron junto al Señor. ¿Porqué se quedaron? ¿Porqué fueron leales en momentos de deslealtades? Porque les unía a Jesús una honda amistad, porque le trataban diariamente y habían comprendido que Él tenía palabras de vida eterna, porque le amaban profundamente. Mientras estemos en este mundo, la vida del cristiano es una lucha constante entre amar a Cristo y el dejarse de llevar por la tibieza, las pasiones o un aburguesamiento que mata el amor. La fidelidad a Cristo se fragua cada día en la lucha contra todo lo que nos aparta de Él, en el esfuerzo por progresar en las virtudes. El examen particular nos ayuda a luchar con eficacia contra los defectos y obstáculos que nos separan de Cristo y de nuestros hermanos los hombres, nos facilita el modo de adquirir virtudes y limar asperezas, y nos concreta las propias metas de la vida interior.
II. Mediante el examen general llegamos a conocer las razones últimas de nuestro comportamiento; con el examen particular buscamos los remedios eficaces para combatir determinados defectos o para crecer en las virtudes. Es muy importante que nos conozcamos y nos demos a conocer en la dirección espiritual, que es donde habitualmente fijaremos el tema de este examen. Muchos pueden ser los temas: cuidar la presencia de Dios, la puntualidad desde la hora de levantarnos, tener paciencia con nosotros mismos y con los que convivimos, suprimir la murmuración, evitar la brusquedad, ser más agradecidos, más ordenados, o aumentar el trato con nuestro Ángel Custodio. Un examen particular que dejará una profunda huella, si luchamos, puede ser el amar y vivir mejor la Santa Misa y la Comunión. Debemos pedir luces al Señor para conocer en lo qué Él quiere que luchemos: Domine, ut videam! (Marcos 10, 48), ¡Señor, que vea! Le decimos como el ciego de Jericó. Y pedir ayuda en la dirección espiritual.
III. No nos debe extrañar si alcanzar con nuestra lucha el objetivo propuesto en el examen particular nos lleva tiempo. Lo normal es que se trate de un defecto arraigado, y que sea necesaria una lucha paciente, recomenzando una y otra vez sin desánimos, con humildad, fortaleza y constancia. La fidelidad llena de fortaleza en los momentos difíciles se forja cada día en lo que parece pequeño. A Nuestra Señora, Virgo fidelis, le pedimos que nos ayude a ser fieles, luchando cada día por quitar los obstáculos, bien concretos, que nos separan de su Hijo.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
San Anselmo, obispo y doctor de la Iglesia

Lombardo de origen, de una familia noble cuyos dominios se sitúan en el Valle de Aosta, Anselmo fue un niño frágil. Su padre, Gandolfo, a la sazón muy mundano, más tarde se haría monje. Su madre, Ermemberge, cristiana ejemplar, se encargó de la primera educación de su hijo. Siendo todavía muy niño, éste buscaba ya a Dios, a su manera ingenua: “Estando en medio de montañas, escribe su biógrafo Eadmero, observó que el cielo descansaba sobre sus crestas, e imaginó que alcanzando sus cimas entraría en el Cielo, morada de Dios. Tanto que una noche soñó que había visto los esplendores de la celestial morada y que comió en la Mesa del Señor”.
La inteligente solicitud de su madre defícilmente logró mantener el equilibrio entre una alma ardiente y un cuerpo delicado. Siendo precarios los resultados y a punto de ser aniquilados por la brutalidad de un preceptor, el muchacho rozó la neurastenia. Pequeño oblato en la Abadía benedictina de Aosta, parece querer sobreponerse. Teniendo él l5 años, la feroz oposición de su padre a su vocación religiosa naciente provocaba una nueva crisis.
Para distraerlo se le envía a Borgoña y a Francia. Se espera que podrá allí proseguir sus estudios y ¿quién sabe? . . . quizá tambión dejarse ganar por alguna ambición humana que disipe sus sueños de vida religiosa.
Discípulo de Lanfranco, al cual lo une nuy pronto una veneración completamente filial, el joven Anselmo no duda en seguirlo hasta Normandía, a la Abadía del Bec, donde prosigue sus estudios... Pero ¿con qué objeto? Con la ayuda del ambiente, las aspiraciones a la vida religiosa se han despertado, mezcladas todavía con perspectivas humanas. ¿Hacerse monje? Sí, pero ¿en qué abadía? “Entre yo en Cluny o en el Bec, el tiempo que he consagrado al estudio de las letras será perdido; porque en Cluny no hay estudios, y en el Bec el lugar está ocupado por Lanfraanco... Yo no estaba todavía rendido -confesaba él más tarde-; aún no tenía yo el desprecio del mundo... Así es que ¿el querer se monje es ambicionar los honores, la estima? Lejos de mí tal gloria. Seré monje donde no cuente yo para nada, para agradar a Dios solo... En el Bec será mi reposo; allí será mi consuelo y mi satisfacción el continuo pensar en Dios, su amor será el objeto de mi contemplación”.
Tiene él 27 años cuando se hace monje benedictino. Su superioridad intelectual y su virtud se imponen a tal grado que al llegar precisamente a los 30 años es nombrado Prior del monasterio, sucediendo a su propio maestro Lasfranco, que ha venido a ser Abad de San Esteban de Caen. Luego, en l078, a la muerte de Herluin, fundador de Bec, Anselmo es elegido Abad.
A pesar de múltiples actividades que en esta época le quitan el tiempo al jefe de una poderosa Abadía -administración de sus dominios, recepción de personalidades laicas y eclesiásticas, visita de sus prioratos, de los que algunos son tan lejanos que se encuentran hasta en Inglaterra-, Anselmo sigue siendo el gran contemplativo que, no contento con mantener perpetuamente la unión con Dios, bosqueja y prosigue las obras de doctrina que harán de él el “Doctor Mgnífico”.
Una noche, sin dormir, se planteaba la cuestión de saber cómo podrían tener los profetas un conocimiento presente del pasado y del porvenir. Cuando repentinamente vio que al son de la campana los monjes se levantaban y cada uno cumplía su oficio: unos encendían los cirios, otros preparaban el altar y cantaban Maitines. Se dijo entonces que tan sencillo como eso era para Dios el iluminar a los profetas y poner sus palabras en sus labios.
Así quería él resolver las cuestiones oscuras, y hacerlo con argumentos tal claros, que parecieran irrefutables.
Escrito estaba que Anselmo seguiría las huellas de Lanfranco. Elevado éste a la sede primacial de Cantorbery, había muerto en l089. Durante un viaje a Inglaterra, Anselmo, a pesar de sus repugnancias y de sus protestas, fue obligado por el Rey Guillermo el Rojo (hijo del Conquistador) a aceptar la difícil secesión (año de l093. “Una pobre pequeñita oveja uncida al yugo con un toro indómito”.
El príncipe es un astuto y un rapaz que bajo el pretexto de las investiduras sueña ni más ni menos que con “nacionalizar” a la Iglesia de Inglaterra, a fin de explotarla más fácilmente. Abrumado por esta mala fe, descorazonado por la política demasiado huidiza del Papa Urbano ll, el Arzobispo ca a Roma a presentar su renuncia y obtener el permiso de volver sin más a su monasterio (año l097). Se le niega la autorización, y sin embargo la vida en Cantorbery se le ha vuelto imposible. Si exilio semivoluntario le permite asistir al concilio de Bari. en El año de ll00, después de la muerte de Guillermo el Rijo y a invitación apremiante de su sucesor Enrique Beauclerc, Anselmo consiente en volver a su puesto.
La paz iba a ser de corta duración. Menos brutal que su hermano, el nuevo Rey era igualmente autoritario. Por otra parte, el Papa Pascual ll endurecía la posición de la Iglesia a propósito de las investiduras. Situación insostenible: Anselmo emprende una segunda vez el camino del exilio. Pero el Rey se inquieta, envía mensajeros a Roma, luego a Lyon, para entablar pláticas con el Arzobispo fugitivo. Finalmente, en la Abadía del Bec se concluyó un acuerdo, según el cual “el Obispo no podrá recibir la investidura por la cruz y el anillo de manos de un laico, pero, en cambio, previamente a la consagración episcopal, deberá prestar juramento de vasallaje al Rey por todos sus feudos” (año ll06).
Su última reflxión, al final de su vida, da una idea exacta de hasta qué punto el monje arzobispo era un apasionado de las investigaciones filosóficas y teológicas. Paralítico desde hacía varios meses, estaba verdaderamente moribundo el domingo de Ramos del año ll09. Los discípulos que lo rodeaban quisieron sugerirle un pensamiento de esperanza: “Señor y Padre -le dijo uno de ellos-, estamos viendo que os vais de este mundo, y que festejaréis la Pascua en la corte de Vuestro Divino Maestro”. “Si tal es su voluntad -respondió él- de buena gana me someto a ella. Pero si El quisiera dejarme todavía entre vosotros, para permitirme esclarecer la cuestión que estoy investigando, la de los orígenes del alma, yo lo aceptaría con gratitud; porque no sé sidespués de mí pueda alguien llegar a esclarecerla”.
Ya sea que el Señor quisiera dejar la cuestión entera, ya sea que le reservara a otro el proporcionar la solución, llamó a su servidor el miércoles de la Semana Santa, 2l de abril de ll09. Tenía él 76 años.
Fue declarado Doctor de la Iglesia por el Papa Clemente Xl, en l720.

OBRAS
La obra doctrinaria de San Anselmo no nos ha llegado entera por la razón de que fue mutilada en vida suya y por su propia determinación. El mismo destruía lo que no le parecía satisfactorio. Humildad y anhelo de perfección que honran a un autor: no es común tanta decisión para limpiar lo propio.
Pero no es de felicitarnos el hecho de que hayan sido destruidos escritos que, aunque imperfectos a los ojos del santo, podrían haber sido instructivos y edificantes para la posteridad.
Desde sus principios, Anselmo es discípulo de Aristóteles en su “De grammatico”, escrito “para quienes desearen iniciarse en la dialéctica”.
El teólogo aparece en el “Monologion”,extensa meditación sobre la esencia divina. Dos partes dejan presentir la división que llegará a ser clásica en los manuales: “De Deo uno; de Deo Trino”. Y la noción de “Verbo” se introduce allí atrevidamente sobre todo en el sentido de “Verbo Creador”. Palabra todopoderosa que produce los seres. El “Proslogion” enuncia el famiso argumento llamado tradicionalmente “argumento de San Anselmo” o “argumento Ontológico” sobre la existencia de Dios: argumento que provicó desde su aparición un vigoroso ataque de Gaunilon, monje de Marmoutiers, y que sescita siempre debates en los tratados y en las facultades de teología.
San Anselmo simo habla de él como de una especie de inspiración: “Después de haber escrito el Monologion -dice-, viendo que había allí toda cadena de razonamientos, me puse a unvestigar si no habría un argumento único que, sin exigir otra prueba que él mismo, bastara por sí solo para establecer que Dios existe y que El es el soberano Bien, sin necesidad de ninguno otro, y de quien todo lo demás necesita para existir y para ser un bien, y en fin, todo lo que creemos de la naturaleza divina. A llo volvía sin cesar mi pensamiento, y en ello se detenía con fervor; a veces me parecía que ya iba yo a encontrar lo que buscaba; para luego alejarse de la visión de mi mente. Fatigado de la lucha, decidía renunciar a una búsqueda sin esperanza. Pero en vano trataba yo de ahuyentar un pensamiento que ocupando inútilmente mi espíritu, me apartaba de otras materias más provechosas: mientras más resistía yo y reaccionaba, más importuno y obsesivo se me haacía. Así es que un día que me agotaba yo rechazándolo, dentro de la lucha misma de mis ideas, se me presentó lo que yo ya no esperaba y que acogí como la bienvenida idea que me esforzaba por alejar” (Proslogion, prefacio).
Luego viene el motivo que provoca el argumento: “Yo no pretendo, Señor, penetrar vuestras profundidades: están muy por encima de mi inteligencia. Pero yo quisiera comprender algo de nuestra Verdad que mi corazón cree y ama. Porque yo no trato de comprender para creer, sino que creo para comprender. Más todavía: creo que si yo no creyera primeramente, nada comprendería”.
En seguida una cinmovedora oración: “Señor, Vos que dais a la Fe la inteligencia, concedeme, en la medida en que sepáis que sea útil, el comprender que Vos existís, como lo creemos, y que sois lo que creemos”.
En fin, el argumento propiamente dicho: “Creemos que Sois un Ser tal que no puede ser concebido otro mayor. El insensato mismo, cuando declara que ‘no hay Dios’ puede tener en la mente la idea de un ser tal que ninguno otro le exceda; pero no cree que ese ser exista realmente. Porque una cosa es concebir mentalmente un ser, y otra es pensar que ese ser exista: así, cuando el artista concibe la obra que va a ejecutar, la tiene ya en su pensamiento, pero no piensa que ya estí, cuando el artista concibe la obra que va a ejecutar, la tiene ya en su pensamiento, pero no piensa que ya esté hecha; cuando ella es realizada, al contrario, la tiene siempre en su mente, pero al mismo tiempo sabe que existe ella realmente. Por lo tanto, el insensato dice reconocer, también él, que hay, al menos en el pensamiento, un ser tal que no se pueda concebir nada mayor. Pero un ser tal que no se pueda concebir nada mayor no puede existir tan sólo en el pensamiento, porque entonces se podría concebir un ser mayor que él, esto es, un ser mayor que todos y que sí existe realmente.
Y la conclusión: “Sí, Dios existe tan verdaderamente que ni siquiera se puede concebir que no exista; porque Aquel cuya existencia no se puede negar es mayor que aquel de quien se puede pensar que no existe. Y si no correspondiera a un ser real, la idea que se tendría de un Ser mayor que todos sería falsa y contradictoria. Y un ser tal que no se puede concebir nada mayor sois Vos, Señor, nuestro Dios. Así es que Vos sois, señor y Dios mío, y tan verdaderamente que ni siquiera se puede concebir que no existáis” (Proslogios, cap. ll).
Este argumento se funda en la perfección de Dios, tal como la Fe la revela, tal como la razón misma puede darse una idea de ella. Dios no puede ser concebido sino como el Ser infinito, por lo tanto absolutamente perfecto, al que nada le falta. Ahora bien, la existencia es una perfección; aun es la condición de todas las otras. Un ser al que le faltara la existencia estaría privado en realidad de todas las demás perfecciones. Si no existiera sino en el pensamiento, se podría concebir un ser superior a El; esto es, un ser existente realmente, un ser objetivo y ya no subjetivo solamente. Así es que la perfección absoluta inherente a la idea de Dios implica en primer lugar su existencia real.
Para su inventor el argumento es no solamente irrefutable sino apodíctico: “Se basta a sí mismo y dispensa de cualquiera otro para demostrar la existencia de Dios. Solamente ‘el insensato’ puede negarse a admitirlo”.
Se debe confesar que es impresionante.
Eminentes teólogos de la Edad Media -Alejandro de Hales, San Buenaventura, Duns Escoto- registraron el argumento sin discutirlo, aun sin tomarse el trabajo de analizarlo. Pertenecía al número de argumentos de autoridad -“magister dixit”-: tan grande era, en esa época, el prestigio de San anselmo. El único que se permite criticarlo es Santo Tomás de Aquino (De Veritate, q. X, art. l2; Suma teol., 7, 8, ll, art. l ad 2m).
Más tarde, Descartes intentaba descubrir el verdadero pensamiento del Abad del Bec, aunque laicizándolo de cierta manera:
“Lo que concebimos claramente y distintamente como perteneciente a la naturaleza de una cosa puede ser afirmado como una verdad de esta cosa. Ahora bien, después de haber investigado qué es Dios, concebimos claramente y distintamente que pertenece a su naturaleza el existir. Por lo tanto, podemos afirmar con verdad que Dios existe” (Discurso del Método, 4a parte).
Leibniz toma a su vez el argumento; pero hallándolo insuficiente, trata de completarlo con sus propios trabajos que pueden resumirse en su famoso silogismo: “El Ser necesario, si es posible, existe; ahora bien, El es posible; luego existe”.
Sin embargo, el argumento ontológico, llamado así porque pasa de la idea al ser, si en él se reflexiona, entraña una falta muy grave: ésta consiste en su carácter distintivo mismo, el ontologismo. Esta es la gran objeción que le hacen sus adversarios: “¿Del análisis de la idea encasillada se pueden concluir la existencia del objeto pensado?” O en otros términos: ¿Basta pensar en una cosa para estar uno seguro de que ésta existe realmente?’
Esto sería negar la posibilidad de la ilusión.
Antes que nadie, Gaunilon se hizo el “abogado de los insensatos”1 : “De la idea que tenemos del Ser más grande de todos no podemos concluir -dice él- su existencia”. Dicho de otra manera, no podemos con tanta facilidad y sin transición pasar del dominio subjetivo, hasta hacerlos casi coincidir. Porque si el espíritu humano es apto para conocer las realidades existentes, ¿quién no sabe que también es capaz de forjar quimeras?
Es cierto que Anselmo, en su respuesta, le reprocha a su contradictor el no colocarse en el mismo plano que él. El punto débil del argumento no debía haberse escapado a tan poderosa mente, ya enamorada, además, de la lógica de Aristóteles.
¿Cuál es pues el plano del Santo Doctor? ¿Será posible unírsele y descubrir ciertas sutilezas geniales o ciertos esclarecimientos divinos que le darían a su argumento un auténtico valor?
El plano sobre el cual construye su sistema San anselmo es un plano superior al de la razón y la filodofía: es el de la fe. Lo explica él mismo en una frase de su libro: “Comprendo (Señor) bajo el efecto de vuestra luz, a tal grado que si yo no quisiera creer en vuestra existencia, no podría dejar de comprenderla” (Proslogios, lV). Evidentemente la iluminación de la Fe revela a Dios simultáneamente existente y dotado de todas las perfecciones: estas dos nociones, aunque distintas, son inseparables. No es posible que Dios exista y no sea infinitamente perfecto: dicho de otra manera, ya no sería Dios.
Por otra parte, siendo la Fe un conocimiento inculcado por Dios y no una construcción de la mente humana, es un conocimiento objetivo que descansa sobre lo real: ese real y tal objeto no es otra cosa que el verdadero Dios.
“Bajo el efecto de vuestra Luz” . . . ¿no puede entenderse esto también de todas las primeras verdades que Dios se digna dispensarnos a los hombres aun fuera de la Fe sobrenatural propiamente dicha, o anteriormente a ella? Ya en el orden natural ¿no es Dios quien por su Providencia pone en ejercicio la inteligencia humana así como acciona a todas las creaturas? Ahora bien, si Dios, no contento con promover el acto de conocimiento natural, se digna esclarecer la inteligencia humana con una claridad suplementaria, esta verdad comunicada por Dios es más cierta que todas las conquistas por el ejercicio natural de las facultades. Consiguientemente, suponiendo que la idea de un Ser infinitamente grande y perfecto no sea una simple lucubración del espíritu humano, sino que viene de Dios, no podría ser errónea. Es cierto, por lo demás, que la noción de existencia está incluida en la idea de grandeza y de perfección, siendo la inexistencia la peor de las imperfecciones, puesto que reduce las mejores cosas al estado de abstracción. Por lo mismo, si la idea del Ser soberanamente perfecto es verdaderamente de inspiración divina, equivale a una revelación de la existencia de Dios.
Pero nadie puede afirmar haber captado el pensamiento de San Anselmo, heber discernido su intención inicial y seguido sus meandros.¿Quiso aportar con su argumento una prueba de la existencia de Dios, una prueba racional, previa a la Fe? O bien, al contrario, ¿no enunció sino una verdad de la Fe de tal manera segura que le parecía indiscutible? O también ¿no se trata seno de una exposición del modo de Ser divino más que de una demostración de la existencia de Dios?
Graves autores contemporáneos se confiesan tan embarazados como los antiguos para contestar estas preguntas (Cf. Gilson. Sens et nature de l’argument de S. Andelme, Archivos de Historia doctrinal y literaria de la Edad Media). Fervientes partidarios, no contentos con adherirse al argumento de San Anselmo, lo desenvuelven además. Como el P. Auriault, antiguo profesor del Instituto Católico de París: “De la idea de Ser infinito se deduce rectamente la existencia del Ser infinito. Porque si el objetode esta idea no existe en el orden real, la idea misma perece. En efecto, ¿qué es, respecto al alma, ese Ser infinito sino el Ser que tiene en sí todas las perfecciones, y por lo tanto la existencia, o mejor todavía la necesidad de existir, el Ser cuya esencia es el existir? Así es que excluye toda posibilidad de recibir de otro su Ser; y si hay alguna cosa quele sea esencial, es justamente la necesidad y la independencia. Ahora bien, un Ser independiente, nesesario, que posea en su esencia misma, y por su sola esencia, la existencia, existe evidentemente en el orden real. Porque si no existe, no hay sino una razón: que él es imposible, un ser de sueño, una quimera. Ahora bien, el Ser infinito, el Ser más perfecto, es al contrario el término supremo del pensamiento; solamente allí reposa éste. Se le aparece como el más posible de todos los seres, el primero posible como el primero pensable.
“¿Cómo dudar de la posibilidad intrínseca de un Ser en que no haya más que el Ser? ¿Qué contradicción podría haber allí, qué choque de cualidades, donde no hay sino una sola nota: el Ser puro? Pero, si El es posible, es: Porque aquí la existencia ideal extraña la existencia real; y si no se da la existencia real, la existencia ideal no puede ser. . . Así es que razonablemente no se puede dudar del valor del argumento. ¿Se podrá discutir solamente para saber en qué lugar hay que ponerlo en la serie de las pruebas de la existencia de Dios, o bien, si no se posee esta idea por pruebas que demuestren por sí mismas la existencia del Ser infinito? Pero esto no impide que el argumento que parte de la sola idea, haciendo abstracción del modo por el cual hemos llegado a ella, sea válido y útil. En resumen: en la cima de nuestra nuestras concepciones está el Ser perfecto, el Ser que tiene por sí mismo su existencia. Luego este Ser existe, porque si no existiera no rería El que está en lo más alto de todas nuestras concepciones” (P. Auriault).
Por el contrario, las objeciones insisten: una existencia ideal no supone necesariamente una existencia real. Que el hombre conciba a Dios como existente, sea; pero eso no prueba que tal concepto corresponda a una realidad. Concebimos una idea de Dios, sí; pero esto no quiere decir que concibamos a Dios mismo. Esa idea puede ser facticia, un simple juego de la mente. A lo sumo esa concepción permitiría considerar a Dios como posible.
Sea lo que sea, estando demostrada la existencia de Dios de otras maneras (las cinco vías de Santo Tomás de Aquino), el argumento de San Anselmo, conforme a la intención primordial de su autor, avuda a mejor comprender la infinita perfección de “El que Es”.
Conocido especialmente por este famoso “argumento” y los debates que ha provocado, sin embargo, es por otras obras de una amplitud y de una elevación notables por las que San Anselmo ha merecido el epíteto de “Doctor Magnífico”.
“La Epístola sobre la Encarnación” es una especie de introducción al libro ¿Por qué el Dios-Hombre?, que el obispo de Cantorbery dedicara al Papa Urbano ll. Pero la introducción misma es un verdadero tratado, dogmático y apologético a la vez. Allí refuta el autor la doctrina de Roselino que sostenía que las tres Personas divinas son como tres almas. Combatiendo al adversario en su propio terreno y con sus propias armas, más por la dialéctica que por los textos escriturarios o los argumentos de autoridad, delimita Anselmo las nociones de naturaleza y de persona, para establecer el doble dogma de la Unidad y de la Trinidad en Dios. La importancia dada a esta cuestión ha llevado a ciertos compiladores a modificar el título de la obra: en lugar de “Epístola sobre la Encarnación” la han llamado “De la Fe en la Trinidad”. Sin embargo, se trata ciertamente de la Encarnación al término de la obra. El autor no habla de la distinción de las Personas sino para mejor demostrar cómo el Verbo, El solo pudo encarnarse, y cómo la Encarnación se efectuó por la unidad de Persona, no por la unidad de naturaleza. Este libro de San Anselmo fue estudiado y aprovechado en el Concilio de Bari, en l098.
“La procesión del Espíritu Santo” sigue la Epístola sobre la Encarnación. Exponiendo claramente la doctrina católica sobre este punto, a saber, que la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, el Espíritu Santo, procede a la vez del Padre y del Hijo, Anselmo es llevado muy naturalmente a tratar sobre el conflicto que había opuesto ya tan violentamente a los griegos contra los latinos, conflicto conocido en la historia con el nombre de querella del “Filioque”, porque éstos querían mantener y aquéllos suprimir esta palabra en Símbolo de Nicea: “(Credo) y en el Espíritu Santo Señor y vivificador que del Padre y del Hijo procede”. Lealmente, el autor subraya la unidad de la Fe realizada desde entonces entre los antagonistas.
“¿Por qué un Dios-Hombre?” anunciado y preparadao por “La Epístola sobre la Encarnación” se divide en dos partes. La primera tiene en cuenta sobre todo a los incrédulos y les muestra la necesidad de la Encarnación, vista la imposibilidad en que está el mundo de salvarse sin Cristo. Exigiendo la Justicia de Dios una satisfacción infinita, y no pudiendo ofrecerla ninguna creatura, se necesitaba un Dios-Hombre. La segunda parte les recuerda a los creyentes que en su Fe en la Persona y en la acción de Cristo nada es superfluo, sino todo indispensable para la conquista de su supremo fin, la eterna bienaventuranza. En el estudio de los motivos de la Encarnación, San Anselmotuvo buen cuidado de descartar los pretendidos derechos del demonio sobre la humanidad, que algunos habían creído tener que reconocer por anticipado, como si Cristo, al rescatar a los hombres, tuviese que pagar su rescate a Satanás, a fin de indemnizarlo por el despojo que se infligía. El demonio no tenía verdaderos derechos sobre la humanidad: aunque los hombres se habían entregado entre sus manos, por error y desidia, no le había conferido por eso mismo una autoridad legítima sobre ellos: su título de “príncipe del mundo” no era sino usurpado; consiguientemente no tenía que reivindicar ningún pago cuando se le quitaran sus esclavos (Cf. J. Rivière, Le dogme de la Redemption au début du Moyen âge, Vrin, l934).
“La concepción virginal y el pecado original”. Historia del primer pecado de la humanidad y de sus repercusiones sobre toda la especie humana, hasta la tranmisión, no solamente de las consecuencias y de las penas que de aquél se desprenden, sino de la falta misma, que hace que el género humano en su conjunto sea no tanto castigado y desdichado cuanto verdaderamente culpable y pecador. Sólo Cristo, por haber nacido de una Virgen, escapa del castigo del pecado original. En cuanto a la Virgen María misma, si San anselmo no enseña explícitamente su Inmaculada Concepción, sin embargo la pone aparte de las demás creaturas: “Convenía que la Virgen brillase con una pureza tal que no se pueda concebir nada semejante, fuera de la de Dios” (De la Concepción Virginal, cap. l8).
“Consonancia de la presciencia y de la predestinación”, y luego “De la Gracia divina con la libertad humana”. “En la inocencia de la seguridad de la Fe, dice Barbey d’Aurevilly, Anselmo planteaba los problemas que la Matafísica agita desde que existe sin jamás resolverlos”.
El moralista se revela en tres trataados conexos, redactados en forma de diálogo entre maestro y discípulo: “De la Verdad”, “Del libre albedrío”, “De la caída del Diablo”. El tema dominante es la rectitud de la voluntad, en el ejercicio del libre albedrío, en las relaciones con la Verdad y la Justicia. “Hay una suprema Verdad subsistente. . .; y no se puede hablar de la Verdad de una cosa sino en la medida en que concuerda con la Verdad primera”. En cuanto al libre albedrío, “No es, como a menudo se cree, la libertad de hacer el mal, sino la facultad de mantener la voluntad en el bien”. En fin, la caída del diablo es la explicación del origen del mal: un abuso que Lucifer hizo de su libre albedrío y las consecuencias que de ello se desprenden.
Estos tres libros se reparten el estudio minucioso de esos difíciles problemas, siempre renacientes, en los cuales, en cada generación, creen encontrar los hombres objeciones nuevas e irrefutables contra la acción y la sabiduría de la Providencia.
Las soluciones propuestas pos San anselmo habían de servir de base a la teología moral de la época escolástica, y siempre son válidas. Más que un curso completo de teología, lo que se halla en San Anselmo son sublimes apreciaciones que enriquecen y aligeran la sequedad de los tratados (Cf. Baudry, Archives d’histoire doctrinale et littéraire au Moyen âge [Vrin, l940]: “La prescience divine chez S. Anselme”).
A estas obras didácticas se agregan una gran cantidad de textos espirituales y de sintencias, luego una abundante correspondencia enla que aparece, más que la virtuosidad del genio, el alma del Santo.
Las “Meditaciones” de San Anselmo han sido comparadas ora a las “Confesiones” o a los “Soliloquios” de San Agustín, ora a las “Elevaciones” de Santa Teresa. En efecto, es estos tres autores la especulación intelectual vaa de consumo con los arranques del corazón; las ideas que llenan la mente del pensador dirigente y alimentan las efusiones del sacerdote y del monje. Una muestra en este solo rasgo en su onceava Meditación sobre la Redención humana: “Señor, os lo suplico, hacedme gustar por amor lo que gusto por el conocimiento; que sienta con el corazón lo que siento con la inteligencia”.
Entre sus numerosas epístolas algunas tienen la amplitud de verdaderos Opúsculos. Pero aunque fuesen simples cartas de dirección dirigidas a particulares, proporcionan siempre luz y animación. Este intelectual de atrevidos vuelos es ante todo un monje benedictino, un contemplativo. Aunque escribe para esclarecer y convencer a los “espíritus que investigan”, se propone todavía más “elevar a los que ya han hallado”. Quisiera darles lo que él mismo llama “la inteligencia de la Fe”, una visión más clara de las grandes Verdades reveladas, una comprensión que gradualmente se acerque a la visión beatífica.
Un encantoparticular se desprende todavía ahora de sus escritos como antiguamente de su persona.
Con una simplicidad exquisita, señal de la verdadera humildad que sabe estimar en sí las ventajas de la naturaleza y de la Gracia como otros tantos dones gratuitos de la Providencia a la que le corresponde toda gloria, San Anselmo tenía conciencia de ser simpático y atractivo: “Cuantas gentes de bien me han conocido me han querido; y más me han querido las que más íntimamente me han conocido”. “Casi todos, les escribía a sus monjes, habéis venido al Bec por mí. Sin embargo, ni uno solo se ha hecho monje por mi causa”. Esta amabilidad se encuentra también en su estilo, siemprecuidado y directo: el escritor traba una especie de diálogo con sus lectores. En lugar de una seca y abstracta exposición de la doctrina, a personas concretas les entrega su pensamiento, tanto para darles un testimonio de interés como para satistacer sus deseos y sus necesidades. Por ejemplo, esta conclusión de su libro sobre “La concordancia de la presciencia con la predestinación, y de la Gracia de Dios con el libre albedrío”: “Pienso poder terminar aquí este tratado sobre tres cuestiones difíciles, que he comenzado contando con el socorro divino. Si he dicho algo que satisfaga al investigador, no me lo atribuyo a mí porque no obro yo sino la gracia de Dios por mí. Digo esto porque en medio de mis investigaciones sobre estas cuestiones, cuando mi espíritu iba de un lado a otro para hallar las respuestas de la razón, se me han dado las que aquí están escritas, por lo cual he dado las gracias y he quedado satisfecho. Así es que lo que yo he podido ver en ello a la luz de Dios, me ha satisfecho mucho más, sabiendo que otros también se sentirían felices si yo lo escribía, y he querido dar gratuitamente a petición suya lo que gratuitamente he recibido”.
San Anselmo se une sobre todo a sus discípulos por el “gozo de comprender” que sabe comunicarles. Este “Padre de la Escolástica” como se le ha llamado, está animado de “la fe que busca a la inteligencia” que caracteriza a la auténtica teología. Partiendo del “dato revelado”, base inquebrantable de certeza, razona, argumenta, demuestra, a fin de probar lo bien fundado de las verdades enunciadas, y en lugar de dejar a los espíritus en la creencia ciega, los conduce al descanso en la luz.
Del gozo de comprender es inseparable la dicha de poseer. Como San Agustín, San Anselmo experimenta y exclama “que amar es ver”. Y los arranques de su corazón no son menos antusiastas que las claridades de su espíritu: “Primeramente se debe purificar el corazón por la Fe; y luego se iluminan los ojos por la fidelidad a los preceptos” (De la Fe en la Trinidad, Cap. ll). . . “En la escuela de Cristo he aprendido lo que sé; por saberlo lo afirmo; al afirmarlo lo amo” (Carta a Lanfranco). . . “Oh, corazón mío, dile ahora a Dios: ‘Señor, yo quisiera ver vuestro rostro’. . . ‘Y Vos, Señor Dios mío, enseñd ahora a mi corazón dónde y cómo buscaros, dónde y cómo encontraros’. . . ‘Dios mío, os lo suplico: haced que os conozca, que os ame, que goce de Vos’.” (Proslogion, cap. l, Cap. 26).
Cronológicamente, San anselmo aparece entre San Agustín y Santo Tomás. Lógicamente también es intermediario entre estos dos grandes genios y apenas inferior a ellos. Teólogo-filósofo, por su estudio racional del dogma, prosiguió lo que el primero había preparado, y así abrió el camino a todo lo ancho para el segundo.
Menos brillante que esos dos astros del firmamento de la Iglesia, sin embargo -declaró San Pío X- fue “poderoso en obras y en palabras, y sobre el océano de las almas brilla como un faro de doctrina y de santidad”.

jueves, 19 de abril de 2018

Viernes semana 3 de Pascua

Viernes de la semana 3 de Pascua

Comunión de los santos
«Discutían, pues, los judíos entre ellos diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mi y yo en él. Como el Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, así, aquél que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del Cielo, no como el que comieron los padres y murieron: quien come este pan vivirá eternamente. Estas cosas dijo en la sinagoga, enseñando en Cafarnaún. Entonces, oyéndole muchos de sus discípulos, dijeron: Dura es esta enseñanza, ¿quién puede escucharla?» (Juan 6, 52-60).
I. Y al caer en tierra, oyó una voz que decía: Saulo, ¿porqué me persigues? Él contestó: ¿Quién eres, Señor? Y Él: Yo soy Jesús, a quien tú persigues (Hechos 9, 3-5). En esta primera revelación, Jesús le muestra personal e íntimamente unido a sus discípulos a quien Pablo perseguía. Desde los primeros tiempos de la Iglesia, los cristianos, al rezar el Símbolo Apostólico, han profesado como una de las principales verdades de la fe: Creo en la Comunión de los Santos. Consiste en una comunidad de bienes espirituales de los que todos se benefician. No es una participación de bienes de este mundo, materiales, culturales, artísticos, sino una comunidad de bienes imperecederos, con los que nos podemos prestar unos a otros una ayuda incalculable. Hoy, ofreciendo al Señor nuestro trabajo, nuestra oración, nuestra alegría y nuestras dificultades, podemos hacer mucho bien a personas que están lejos de nosotros y a la Iglesia entera: todos los que estamos unidos en Cristo –los santos del Cielo, las almas del purgatorio y los que aún vivimos en la tierra- debemos tener conciencia de las necesidades de los demás.
II. La Comunión de los Santos se extiende hasta los cristianos más abandonados: por más solo que se encuentre un cristiano, sabe muy bien que jamás muere solo: toda la Iglesia está junto a él para devolverlo a Dios que lo creó. Pasa a través del tiempo. En el último día nos será dado el comprender las resonancias incalculables que han podido tener, en la historia del mundo, las palabras, o las acciones, o las instituciones de un santo, y también las nuestras. En este momento alguien reza por nosotros. En nuestro juicio particular veremos esas inmensas aportaciones que nos mantuvieron a flote, y si somos fieles, también contemplaremos con inmenso gozo cómo fueron eficaces en otras personas todos nuestros sacrificios, trabajos y oraciones. De modo particular, vivimos y participamos de esta comunión de bienes en la Santa Misa, en torno al Cuerpo del Señor, que se ofrece por su Iglesia y por toda la humanidad.
III. En el dogma de la Comunión de los Santos se basa la doctrina de las indulgencias. En ellas, la Iglesia administra con autoridad las gracias alcanzadas por Cristo, la Virgen y los santos; emplea esas gracias para satisfacer por la pena debida por nuestros pecados y por lo que deben satisfacer las almas del Purgatorio. Nada de lo que hagamos con rectitud de intención se pierde. Si viviéramos mejor esta realidad de nuestra fe, nuestra vida estaría llena de frutos. Si se lo pedimos, la Virgen nos ayudará a ser más generosos.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

miércoles, 18 de abril de 2018

Jueves semana 3 de Pascua

Jueves de la semana 3 de Pascua

El pan que da la vida eterna
Nadie puede venir a mí si el Padre que me envió no lo trae, y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los Profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Todo el que ha escuchado al que viene del Padre, y ha aprendido viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre, sino aquél que procede de Dios, ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo que el que cree tiene vida eterna.Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Este es el pan que baja del Cielo para que si alguien come de él no muera. Yo soy el pan vivo que he bajado del Cielo. Si alguno come de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.Discutían, pues, los judíos entre ellos diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» (Juan 6,44-52).
I. Yo soy el pan vivo que ha bajado del Cielo. Si alguno come de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. Jesús revela el gran misterio de la Sagrada Eucaristía. Sus palabras son de un realismo tan grande que excluyen cualquier otra interpretación. Sin la fe, estas palabras no tienen sentido. Por el contrario, aceptada por la fe la presencia real de Cristo en la Eucaristía, la revelación de Jesús resulta clara e inequívoca, y nos muestra el infinito amor que Dios nos tiene. Te adoro con devoción, Dios escondido, decimos con aquel himno a la Sagrada Eucaristía Adoro te devote, que compuso Santo Tomás y que constituye un resumen de los principales puntos de la doctrina católica sobre este sagrado Misterio. Te adoro, Dios escondido, le decimos nosotros en nuestra oración, manifestándole nuestro amor, nuestro agradecimiento y el asentimiento humilde con que le acatamos. Es una actitud imprescindible para acercarnos a este misterio de amor.
II. La Consagración en la Santa Misa ha sido y es la piedra de toque de la fe cristiana. Por la transubstanciación, “convertida la sustancia o naturaleza del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, no queda ya nada de pan y de vino, sino las solas especies: Bajo ellas Cristo entero está presente en su realidad física, aun corporalmente, aunque no del mismo modo como los cuerpos están en su lugar” (PABLO VI, Mysterium fidei). En la Sagrada Comunión se nos entrega el mismo Cristo, perfecto Dios y perfecto Hombre; misteriosamente escondido, pero deseoso de comunicarnos la vida divina. Su Divinidad actúa en nuestra alma, mediante su Humanidad gloriosa, con una intensidad mayor que cuando estuvo aquí en la tierra. Oculto bajo las especies sacramentales, Jesús nos espera, y le decimos: Tú eres nuestro Redentor, la razón de nuestro vivir.
III. La Comunión sustenta la vida del alma de modo semejante a como el alimento corporal sustenta al cuerpo: mantiene al cristiano en gracia de Dios librando el alma de la tibieza, y ayuda a evitar el pecado mortal y a luchar contra el venial. La Sagrada Eucaristía también aumenta la vida sobrenatural, la hace crecer y desarrollarse, y deleita a quien comulga bien dispuesto. Nada se puede comparar a la alegría de la cercanía de Jesús, presente en nosotros. Jesús nos espera cada día. Si se lo pedimos, la Santísima Virgen nos ayudará a ir a la Comunión mejor dispuestos cada día.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Aniversario de la elección de SS. Benedicto XVI

Ya con el nuevo Papa Francisco, y en este nuevo aniversario de la elección de Benedicto XVI, nos viene a la cabeza su reciente renuncia, declarada en el consistorio del día de la Virgen de Lourdes, que había sido ya anunciada por él en algunos escritos, y al llevarlo a la práctica, lo ha hecho tanto por el bien de la Iglesia como por ayudar a sus sucesores. Ya estaba previsto en el derecho, pero ahora también es un hecho, que ha puesto de manifiesto su humildad. Así como los obispos tienen una misión y luego una di-misión, así también el obispo de Roma puede renunciar a la misión por falta del vigor necesario.
Hace falta vigor para dar ese paso. Lo tenía meditado. Juan Pablo II sería el último en aguantar hasta el final. También es heroica la decisión de renunciar cuando en conciencia ve que es mejor para la Iglesia. Así lo ha hecho. Es el primero en hacerlo, en este sentido. Los demás obispos, también vicarios de Cristo, lo venían haciendo. El obispo de Roma, con la misión de suceder a Pedro, también puede hacerlo. Han cambiado los tiempos, ahora se vive más, y el mundo requiere una participación más activa en la manera de vivir el papado, de ahí que requiera vigor su ejercicio. De hecho, vemos que parece que anda ya peor de salud estos días.
La fina inteligencia de Benedicto XVI, su elegancia sin artificio en el estilo, la humildad basada en el estudio, han conmocionado al mundo en este acto de obediencia a su conciencia, allá dentro del corazón donde el alma toca a Dios, sin depender de nadie. Dios se lo ha hecho ver. Todo lo demás, por mucho que se hable de ello, intrigas y políticas eclesiásticas… es secundario frente a eso: no se siente “con el vigor físico y de espíritu necesarios” para continuar con su tarea. Él quiere ser con su vida “colaborador de la verdad”, de la Verdad que es Cristo.  El “humilde trabajador de la viña del Señor” que acogió el ministerio petrino, se retira con la misma sencillez con que aceptó. Señala a Jesús, tiene la sabiduría de saberse como el que está de paso.
No se puede analizar todo lo que ha hecho este Papa en pocas líneas, pero me gusta destacar que es una persona que sabe escuchar. Que en una Europa en crisis, ha dejado de lado la sospecha de la Iglesia sobre los que no creen, para establecer un diálogo fecundo.
La renuncia a lo personal es también respuesta a aquella invitación de “sígueme” que Jesús hizo a los apóstoles y sigue haciéndonos a nosotros. Así lo dijo el otro día: «En los momentos decisivos de la vida, pero, bien mirado, en todo momento, estamos frente a una encrucijada: ¿queremos seguir al yo, o a Dios? ¿El interés individual, o el verdadero Bien, lo que es realmente bien?» Es difícil no encontrar ecos de su decisión, tomada «por el bien de la Iglesia», en estas palabras.
Llucià Pou Sabaté

martes, 17 de abril de 2018

Miércoles semana 3 de Pascua

Miércoles de la semana 3 de Pascua

Frutos de la contradicción
«Jesús les respondió: Yo soy el pan de vida; el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mino tendrá nunca sed. Pero os lo he dicho: me habéis visto y no creéis. Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que viene a mino lo echaré fuera, porque he bajado del Cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad de Aquél que me ha enviado. Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que Él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. Esta es, pues, la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.» (Juan 6, 35-40)
I. Después del martirio de San Esteban se originó una persecución contra los cristianos en Jerusalén, lo que dio lugar a que se dispersaran por otras regiones (Hechos 8, 1-8). La Providencia se sirvió de estas circunstancias dolorosas para llevar la semilla de la fe a otros lugares que de otro modo hubieran tardado más en conocer a Cristo. El Señor siempre tiene planes más altos. Los mismos perseguidores, que pretendían ahogar la semilla de la fe recién nacida, fueron la causa indirecta de que muchos conocieran la doctrina de Cristo. No debemos sorprendernos por las dificultades, de un signo u otro; son algo de lo que podemos sacar mucho bien. Debemos entender en lo más íntimo de nuestra alma que el Señor está muy cerca de nosotros para ayudarnos, con más gracias para madurar las virtudes, y para que el apostolado dé su fruto. En esas ocasiones, Dios desea purificarnos como al oro en el crisol, de la misma manera que el fuego lo limpia de su escoria, haciéndolo más auténtico y preciado.
II. Cuando el ambiente se aleja más de Dios, deberemos sentir como una llamada del Señor a manifestar con nuestra palabra y con el ejemplo de nuestra vida que Cristo resucitado está entre nosotros, y que sin Él se desquician el mundo y el hombre. Cuanto mayor sea la oscuridad, mayor es la urgencia de la luz. Deberemos luchar entonces contra corriente, apoyados en una viva oración personal, fortalecidos por la presencia de Jesucristo en el sagrario. La contradicción nos lleva a purificar bien la intención, realizando las cosas por Dios, sin buscar recompensas humanas. No olvidemos que una misma dificultad tiene distinto efecto según las disposiciones según las disposiciones del alma: el bien que hemos de alcanzar es un bien arduo, difícil, que exige de nuestra parte una correspondencia decidida, llena de fortaleza. Y solamente la lograremos muy cerca del Señor.
III. La unión con Dios a través de las adversidades, de cualquier género que sean, es una gracia de Dios que está dispuesto a concedernos siempre, pero como todas las gracias, exige el ejercicio de la propia libertad, nuestra correspondencia, el no desechar los medios que pone a nuestro alcance, de modo singular abrir el alma en la dirección espiritual si en alguna ocasión las Cruz nos pareciera más pesada. El Señor nos espera en el sagrario para animarnos siempre... y para decirnos que lo más pesado de la Cruz lo llevó Él, camino al Calvario. Y al pie de la Cruz, su Madre, nuestra Madre.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

lunes, 16 de abril de 2018

Martes semana 3 de Pascua

Martes de la semana 3 de Pascua

Rectitud de intención
«Le dijeron: ¿Pues qué milagro haces tú, para que lo veamos y te creamos? ¿Qué obras realizas tú? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del Cielo. Les respondió Jesús: En verdad, en verdad os digo que no os dio Moisés el pan del Cielo, sino que mi Padre os da el verdadero pan del Cielo. Pues el pan de Dios es el que ha bajado del Cielo y da la vida al mundo. Ellos le dijeron: Señor, danos siempre de este pan. Jesús les respondió: Yo soy el pan de vida; el que viene a mino tendrá hambre, y el que cree en mino tendrá nunca sed.» (Juan 6, 30-35)
I. La intención es recta cuando Cristo es el fin y motivo de todas nuestras acciones: ¡La pureza de intención nos es más que presencia de Dios! Por el contrario, quien busca la aprobación ajena y el aplauso de los demás puede llegar a deformar la propia conciencia: se puede tomar como criterio de actuación “el qué dirán” y no la voluntad de Dios. La preocupación por la opinión de los demás podría transformarse en miedo al ambiente, y en ocasiones, para no desentonar con él, se comienza con facilidad a no ser del todo coherente con los principios. Se cae en la tentación de inclinarse hacia el lado en que es más fácil recoger sonrisas y cumplidos, o, en el mejor de los casos, del lado de la mediocridad. Por el contrario, el que busca de verdad a Cristo ha de saber que su conducta será impopular y combatida en muchas ocasiones. Los juicios humanos son a menudo errados y poco fiables. Nuestro juez es el Señor. Y a Él es a quien debemos agradar.
II. Una mala intención destruye las mejores actuaciones; la obra puede estar bien hecha, incluso ser beneficiosa, pero, por estar corrompida en su fuente, pierde todo su valor a los ojos de Dios. La vanidad o el buscarse a sí mismo puede destruir, a veces totalmente, lo que podría haber sido una obra de santidad. Sin rectitud de intención equivocamos el camino. En algunas ocasiones el recibir un pequeño elogio es un signo de amistad y puede ayudarnos en el camino del bien. Pero debemos de dirigirlo con sencillez al Señor. Además, una cosa es recibir un elogio, y otra, el buscarlo. Y siempre hemos de estar atentos a las alabanzas. El Señor señala en diversas ocasiones el pago de las buenas obras hechas sin rectitud de intención: ya recibieron su recompensa, dice a los fariseos que buscaban ser alabados. Esta jaculatoria repetida con frecuencia nos ayudará a vivir el desprendimiento de tantas cosas y a rectificar la rectitud de intención: “Señor, para mí nada quiero. Todo para tu gloria y por Amor”
III. Para ser personas de intención recta es conveniente examinar los motivos que mueven nuestras acciones. En presencia del Señor podremos descubrir los puntos de cobardía o de vanagloria que puede haber en nuestra conducta. Ninguno de nuestros actos pasa inadvertido ante nuestro Padre Dios, nada le es indiferente. Somos más libres cuando hacemos las cosas solamente por Él. Así no estaremos supeditados al “qué dirán” ni a la gratitud humana, que es siempre frágil. La rectitud de intención nos señala el camino de la libertad interior. Pidámosla a Nuestra Madre.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Santa Catalina Tekakwitha, virgen

Primera santa piel roja: Kateri Tekakwitha
“En esta época, cuando el principio del placer que domina nuestra sociedad, y cuando la gente gasta todo tipo de tiempo, esfuerzo y energía para eliminar la cruz del cristianismo y para escapar de las realidades a veces duras y responsabilidades de la vida cristiana madura, Kateri Tekakwitha se erige como un ejemplo heroico de cómo integrar el misterio de la cruz con el misterio de la resurrección de una manera que da honor y gloria a Dios y que garantiza un servicio de amor a su pueblo” (Monseñor Howard J. Hubbard, DD, Obispo de Albany, Nueva York)
Conocí de su existencia hace poco más de dos años. Uno de mis hijos pasó unos meses en Milwoky y la familia que le acogió, con una generosidad fuera de lo habitual, le regaló una reliquia de esta beata india, hija de una algonquína cristiana capturada por los iroqueses y un jefe de la tribu Mohak.
Al principio pensé que era un presente cuanto menos original. Llena de curiosidad empecé a buscar documentación sobre esta joven aborigen de la tribu de los iroqueses. Y he de confesar que la vida del ““Lirio- o flor de pascua-, de los Mohawks”, como así la llaman, me fascino desde el primer instante.
En primer lugar, porque como bien señala La Hermana Kateri Mitchell, directora ejecutiva de la Conferencia Nacional Tekakwitha, del mismo clan Turtle de la nación mohawk, “la vida de la beata Kateri fue el vínculo de las dos tradiciones culturales — las formas tradicionales (americana nativa) y el catolicismo (…) Ambas tradiciones me han hecho personalmente más fuerte. Tenemos nuestros valores tradicionales y nuestros valores cristianos, y encuentro que los dos son compatibles en mi vida para caminar por el sendero en forma más fuerte y con mayor dedicación”. (1)
En segundo lugar, porque la vida de Kateri no fue fácil pero si extraordinaria. Es más, si la repasamos con atención nos tropezamos con una mujer tenaz y valiente que no dudó en abrazar la fe aún consciente de que esta decisión le provocaría el rechazo y el desprecio de su pueblo. El Padre John Paret, jesuita y miembro del personal del Santuario de Nuestra Señora de los Mártires en Auriesville, Nueva York, y uno de los vicepostuladores de la causa de Kateri, señala que “en esos días, el que una niña india no se casara era simplemente fuera de lo común, pero ella dijo: ‘No, quiero ser esposa de Cristo’ y nadie pudo quitarle eso de su cabeza”. Es más, Kateri Tekakwitha se erige como un ejemplo heroico de cómo integrar el misterio de la cruz con el misterio de la resurrección de una manera que da honor y gloria a Dios y que garantiza un servicio de amor a su pueblo”. (2)
Su espíritu de mortificación- en algunas ocasiones por el afán de expiar los excesos carnales de su pueblo, en otras como “actos de amor y agradecimiento” a Cristo y a la Santísima Virgen- , la llevo incluso a colocar brasas encendidas entre los dedos de los pies, hacer la oración de rodillas en la nieve, o dormir en un lecho de espinas como San Luis Gonzaga.
Además, me sorprende- por lo novedoso e inusual para la época-, como encontraba a Dios en las tareas ordinarias de su vida, como señalaba su director espiritual, el Padre Pierre Cholene , recogidas en la Positio de la causa de beatificación: “Ella logró, sin ningún otro maestro que el Espíritu Santo, un don sublime de la oración,(…) No lo hizo, sin embargo, a la exclusión de las realidades y los deberes de su vida, y de hecho tenía la sensación de que toda la realidad era el lugar donde podía ser buscada y encontrada (…) Al unirse a sí misma a Dios ella se adjunta al trabajo, como a un medio muy adecuado de la unión con Él, así como para conservar durante todo el día las buenas inspiraciones que había recibido en el por la mañana al pie del altar”.
Por esta razón, no es de extrañar que Juan Pablo II, el 22 de junio de 1980, en la Beatificación de cinco nuevos beatos entre los que se encontraba esta joven virgen piel roja, nos recordara que: “esta dulce, frágil y fuerte figura de una joven, muerta a los 24 años de edad: Catalina Tekakwitha, el «lirio de los Mohawks», la primera virgen iroquesa, (…) es gentil, dócil, laboriosa y pasa el tiempo trabajando, rezando y meditando. A los 20 años recibe el bautismo. Incluso en las temporadas de caza, siguiendo a su propia tribu, continúa sus ejercicios de piedad, que realiza ante una tosca cruz, que ella misma ha tallado en la selva. Invitada por su familia al matrimonio, responde con mucha serenidad y firmeza que tiene a Jesús como único esposo; tal decisión, consideradas las condiciones sociales de la mujer en las tribus indias de aquel tiempo, supone para Catalina el riesgo de vivir marginada y en la miseria. Es un gesto valeroso, contracorriente, profético: el 25 de marzo de 1679, a los 23 años, Catalina, con el consentimiento de su director espiritual, hace voto de perpetua virginidad, el primero conocido, de esa índole, entre los indios de Norteamérica.
Los últimos meses de su vida son una manifestación cada vez mayor de su fe sólida, de su límpida humildad, de su serena resignación, de su gozo luminoso, aun en medio de atroces sufrimientos. Sus últimas palabras, sencillas y sublimes, susurradas en trance de muerte, sintetizan, como cántico altísimo, una vida de purísima caridad: «Jesús, te amo»”.(3)

El 21 de octubre de 2012 fue proclamada santa por el papa Benedicto XVI en la Basílica de San Pedro.
SU VIDA
En la (web site oficial del Santuario Nacional de la beata Kateri Tekakwitha http://www.katerishrine.com/ ) en Fonda (New York) encontramos esta pequeña biografía:
“Kateri Tekakwitha fue una joven Mohawk que vivió en el siglo XVII. La historia de su conversión al cristianismo, su coraje en la cara de sufrimiento y de su santidad extraordinaria es una inspiración para todos los cristianos. (…) Kateri nació en 1656 de una madre Algonquin y un jefe Mohawk en la aldea fortificada de Mohawk Canaouaga o Ossernenon (hoy en dia, Auriesville) en el estado de Nueva York. Cuando tenía sólo 4 años de edad sus padres y su hermano murieron de una epidemia de viruela. Kateri sobrevivió a la enfermedad, pero dejó su cara marcada y con una discapacidad grave en su vista.
Debido a su mala visión, Kateri fue nombrado “Tekakwitha", que significa “la que se tropieza con las cosas". Kateri fue recogida por su tío, que se opuso duramente al cristianismo. Cuando tenía 8 años de edad, la familia de acogida de Kateri, de acuerdo con las costumbres iroquesas, la emparejó con un niño a la espera de que se casarían. Sin embargo, Kateri quería dedicar su vida a Dios. Su tío desconfiaba de los colonos debido a la forma en que trataban a los indios y que fueron los responsables de la introducción de la viruela y otras enfermedades mortales en la comunidad indígena.
Cuando Kateri tenía diez años, en 1666, una partida de guerra compuesta por soldados franceses e indios hostiles de Canadá destruyó las fortalezas de Mohawk situados en la orilla sur del rio Mohawk, incluyendo Ossernenon. Los mohawks supervivientes se trasladaron a la parte norte del río y construyeron su pueblo fortificado cerca del actual pueblo de Fonda. Kateri vivió en Caughnawaga, sede del Santuario de la actualidad, durante sus siguientes diez años.
Cuando Kateri tuvo 18 años de edad, comenzó las instrucciones de la fe católica en secreto. Su tío, finalmente cedió y dio su consentimiento para que Kateri se convirtiera al cristianismo, a condición de que ella no tratara de salir de la aldea india. Por unirse a la Iglesia Católica, Kateri fue ridiculizada y despreciada por los aldeanos. Fue sometida a acusaciones injustas y su vida se vio amenazada. Casi dos años después de su bautismo, en el lugar donde hoy se erige el Santuario de Kateri, se escapó a la Misión de San Francisco Javier, un asentamiento de indios cristianos en Canadá.
El pueblo en Canadá llamado Caughnawaga (Kahnawake). Aquí era conocida por su dulzura, amabilidad y buen humor. El día de Navidad 1677 Kateri hizo su primera comunión y en la Fiesta de la Anunciación en 1679 hizo voto de virginidad perpetua. Asimismo, se ofreció a la Santísima Madre para que la aceptara como una hija.
Durante su estancia en Canadá, Kateri enseñaba oraciones a los niños y trabajaba con los ancianos y enfermos. Ella solía ir a misa, tanto al amanecer como al atardecer. Ella era conocida por su gran devoción al Santísimo Sacramento y de la Cruz de Cristo.
Durante los últimos años de su vida, Kateri soportó un gran sufrimiento de una enfermedad grave. Ella murió el 17 de abril de 1680, poco antes de cumplir 24 años, y fue enterrado en Kahnawake, Quebec, Canadá.
Las últimas palabras de Kateri fueron:. “Jesos Konoronkwa”, que significa: “Jesús, Te amo”
Los testigos informaron de que a los pocos minutos de su muerte, las marcas de viruela le desaparecieron por completo y su rostro resplandecía con encanto radiante.
Antes de su muerte, Kateri prometió a sus amigos que iba a seguir amando y orar por ellos en el cielo. Tanto los nativos americanos y los colonos, de inmediato, comenzaron a orar por su intercesión celestial. Varias personas, incluyendo a un sacerdote que asistió a Kateri durante su última enfermedad, informaron que Kateri se les había aparecido y muchos milagros de sanación fueron atribuidos a ella".
Novena a la Beata KateriKateri, hija favorita, Flor de la algonquinos y lirio de los mohawks, venimos a buscar tu intercesión en nuestra necesidad actual: (mencionar aquí).
Admiramos las virtudes que adornaban tu alma: el amor a Dios y al prójimo, la humildad, la obediencia, la paciencia, la pureza y el espíritu de sacrificio.
Ayúdanos a imitar tu ejemplo en nuestra vida. A través de la bondad y la misericordia de Dios, que te bendijo con tantas gracias que te llevaron a la verdadera fe y con un alto grado de santidad, ruega a Dios por nosotros y ayúdanos.
Concédenos una devoción muy ferviente de la Sagrada Eucaristía para que podamos amar a la Santa Misa como tu lo hiciste y recibir la Santa Comunión con la frecuencia que nos sea posible. Enséñanos también a ser devotos como tú, de nuestro Salvador crucificado, que con gozo podamos llevar nuestras cruces de cada día por amor a El. Quien tanto ha sufrido por amor a nosotros. Más que todo te ruego que ores para que podamos evitar el pecado, llevar una vida santa y salva nuestras almas. Amén.
En acción de gracias a Dios por las gracias concedidas a Kateri: un Padre Nuestro, Avemaría y Gloria tres de Be. Kateri, la flor de los algonquinos y lirio de los mohawks, ruega por nosotros.(4)
(1)Tom Tracy escribe desde West Palm Beach, Florida
(2)Tres cualidades de Kateri Tekakwitha, el obispo Hubbard
(3)Juan Pablo II, Santa misa para la proclamación de cinco nuevos beatos,22 de junio de1980)
(4) Del libro del Padre Lovasik: Kateri de los mohawks

domingo, 15 de abril de 2018

Lunes semana 3 de Pascua

Lunes de la semana 3 de Pascua

Naturalidad cristiana
“Al día siguiente, la multitud que estaba al otro lado del mar vio que no había allí más que una sola barca, y que Jesús no había subido a la barca con sus discípulos, sino que éstos se habían marchado solos. Llegaron otras barcas de Tiberíades, junto al lugar donde habían comido el pan después de haber dado gracias el Señor: Cuando vio la multitud que Jesús no estaba allí ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún buscando a Jesús. Y al encontrarle al otro lado del mar, le preguntaron: Maestro, ¿cuándo llegaste aquí? Jesús les respondió: En verdad, en verdad os digo que vosotros me buscáis no por haber visto los milagros, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad no por el alimento que perece sino por el que perdura hasta la vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre, pues a éste lo confirmó con su sello Dios Padre. Ellos le preguntaron: ¿Qué haremos para realizar las obras de Dios? Jesús les respondió: Esta es la obra de Dios, que creáis en quien Él ha enviado” (Juan 6,22-29).
I. Esteban proclamó con valentía su fe en Jesús resucitado. Y es ejemplo para nosotros –aunque el Señor no nos pida el martirio- de vida cristiana coherente: con naturalidad y claridad, sin detenernos ante falsos escándalos, ni ante el qué dirán. Debemos contar con ambientes en los que alguna vez nos mirarán torcidamente, porque no entienden un comportamiento cristiano, ni muchas de las exigencias amables de Cristo. Debemos entonces imitar al Señor y a quienes le fueron fieles, incluso hasta dar la vida por Él, si fuera necesario, actuando con serenidad, llevando una vida cristiana con todas sus consecuencias. “Sabéis cuál es la primera tentación que el demonio presenta a una persona que ha comenzado a servir mejor a Dios?” –pregunta el Santo Cura de Ars-. Es el respeto humano” (Sermón sobre las tentaciones). ¿Cómo es nuestro comportamiento con los amigos, en el trabajo, en una reunión social? ¿Mostramos con valentía y sencillez nuestra condición de hijos de Dios?
II. Se llama fanático al que habla con entusiasmo de una causa noble –defensa de la vida desde la concepción, libertad de enseñanza... - o tratan de descalificar con diversos adjetivos al que tiene convicciones profundas sobre la vida y su destino final, y trata de vivirlas. Sin intemperancias, que son ajenas al ejemplo amable que nos dejó Jesucristo, trataremos de vivir, con la ayuda de la gracia, una vida llena de convicciones cristianas profundas y libres. El cristiano, por el Bautismo, ha recibido la gracia que salva y da sentido a su caminar terreno. Ante un bien tan excelente es lógico que esté alegre y que procure comunicar su felicidad a quienes están a su lado por medio de un apostolado incesante. En todos los ambientes debemos hacer el bien, como Cristo lo hizo, y comunicar nuestra alegría por haberlo conocido.
III. El lugar donde buscamos la santidad es el trabajo, las relaciones con quienes comparten las mismas tareas con nosotros, el trato social, la familia. Si encontramos obstáculos, incomprensiones o críticas injustas le pediremos al Señor su gracia para mantenernos serenos, tener paciencia y, ordinariamente, no dejar de hacer apostolado. El Señor no siempre se encontró con personas de buena fe al anunciar la Buena Nueva, y no por eso dejó de mostrar las maravillas del Reino de Dios. Los Apóstoles y los primeros cristianos encontraron un clima adverso. Para vencer los respetos humanos, necesitamos rectitud de intención, fortaleza, alegría y buen ejemplo. A la Santísima Virgen le pedimos estas virtudes para hablar de Dios sin respetos humanos.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

sábado, 14 de abril de 2018

Domingo semana 3 de Pascua; ciclo B

Domingo de la semana 3 de Pascua; ciclo B

El día del Señor
“En aquel tiempo contaban los discípulos lo que les había acontecido en el camino y cómo reconocieron a Jesús en el partir el pan. Mientras hablaban, se presentó Jesús en medio de sus discípulos y les dijo: -Paz a vosotros. Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo: -¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo. Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: -¿Tenéis ahí algo que comer? Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: -Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí, tenía que cumplirse. Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: -Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén”(Lucas 24,35-48).
I. El sábado judío dio paso al domingo cristiano desde los mismos comienzos de la Iglesia. Desde entonces, cada domingo celebramos la resurrección del Señor. Las fiestas de Israel, y particularmente el sábado, eran signo de la alianza divina y de un modo de expresar el gozo de saberse propiedad del Señor y objeto de su elección y amor. Con el paso del tiempo, los rabinos complicaron el precepto divino, e implantaron una serie de minuciosas y agobiantes prescripciones que nada tenían que ver con lo que Dios había dispuesto sobre el sábado. Aquellas fiestas sólo contenían la promesa de una realidad que aún no había tenido lugar. Con la Resurrección de Jesucristo, el sábado deja paso a la realidad que anunciaba. Con Cristo surge un culto nuevo y superior, porque tenemos también un nuevo Sacerdote, y se ofrece una nueva Víctima.
II. Después de la Resurrección, el primer día de la semana fue considerado por los Apóstoles como el día del Señor, dominica dies, cuando Él nos alcanzó con su Resurrección la victoria sobre el pecado y la muerte. El precepto de santificar las fiestas regula un deber esencial del hombre con su Creador y su Redentor. En este día dedicado a Dios le damos culto especialmente con la participación en el Sacrificio de la Misa. Ninguna otra celebración llenaría el sentido de este precepto. Nuestras fiestas no son un mero recuerdo de hechos pasados, sino que son un signo que manifiesta y hace presente a Cristo entre nosotros. Hemos de procurar, mediante el ejemplo y el apostolado, que el domingo sea “el día del Señor, el día de la adoración y de la glorificación de Dios, del santo Sacrificio, de la oración, del descanso, del recogimiento, del alegre encontrarse en la intimidad de la familia” (PÍO XII, Alocución)
III. El precepto de santificar las fiestas responde también a la necesidad de dar culto público a Dios, y no sólo de modo privado. El domingo y las fiestas determinadas por la Iglesia son, ante todo, días para Dios y días especialmente propicios para buscarle y para encontrarle. Las fiestas tienen una gran importancia para ayudar a los cristianos a recibir mejor la acción de la gracia. En estos días se exige también que el creyente interrumpa su trabajo para dedicarse al Señor. Indicaría poco sentido cristiano plantear el domingo de manera que se hiciera imposible o muy difícil ese trato con Dios. No es un hacer nada, sino ocasión de ocupación positiva y enriquecimiento personal y familiar, cultivar el trato social y las amistades, o hacer una visita a algunas personas necesitadas, que están solas o enfermas.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

viernes, 13 de abril de 2018

Sábado semana 2 de Pascua

Sábado de la semana 2 de Pascua

Permanecerá hasta el fin de los tiempos
“A la caída de la tarde, los discípulos bajaron al lago, subieron a una barca y emprendieron la travesía hacia Cafarnaum. Era ya de noche y Jesús no había llegado. De pronto se levantó un viento fuerte que alborotó el lago. Habían avanzado unos cinco kilómetros cuando vieron a Jesús, que se acercaba a la barca caminando sobre el lago, y les entró mucho miedo. Jesús les dijo:- Soy yo. No tengáis miedo.Entonces quisieron subirlo a bordo y, al instante, la barca tocó tierra en el lugar al que se dirigían” (Juan 6,16-21).
I. Narra en Evangelio de la Misa que los Apóstoles navegaban hacia Cafarnáun cuando ya había oscurecido. El mar estaba agitado por el fuerte viento, y la barca estaba batida por las olas. La tradición ha visto en esta barca la imagen de la Iglesia, zarandeada a lo largo de los siglos por el oleaje de las persecuciones, de las herejías y de las infidelidades. Siempre, desde el principio sufrió contradicciones, y hoy como ayer se sigue combatiendo a la Iglesia. Eso nos hace sufrir, pero a la vez nos da una inmensa seguridad y una gran paz, que Cristo mismo esté dentro de la barca; vive para siempre en la Iglesia, y por eso, las puertas del infierno no prevalecerán contra Ella (Mateo 16, 18); durará hasta el final de los tiempos. No nos dejemos impresionar porque ha arreciado la tempestad contra nuestra Madre, porque perderíamos la paz, la serenidad y la visión sobrenatural. Cristo está siempre cerca de nosotros, de cada uno, y nos pide confianza.
II. La indefectibilidad de la Iglesia significa que ésta tiene carácter imperecedero, es decir, que durará hasta el fin del mundo, e igualmente que no cambiará cambio sustancial en su doctrina, en su constitución o en su culto. La razón de la permanencia de la Iglesia está en su íntima unión con Cristo, que es su Cabeza y Señor. Después de subir a los cielos envió a los suyos el Espíritu Santo para que les enseñe toda la verdad (Juan 14, 16), y cuando les encargó predicar el Evangelio a todas las gentes, les aseguró que Él estaría siempre con ellos hasta el final del mundo (Mateo 28, 20). La fe nos atestigua que esta firmeza en su constitución y en su doctrina durará siempre, hasta que Él venga. Los ataque a la Iglesia, los malos ejemplos, los escándalos, nos llevarán a amarla más, a pedir por esas personas y a desagraviar. Permanezcamos siempre en comunión con Ella, fieles a su doctrina, unidos a sus sacramentos, y dóciles a la jerarquía.
III. Jesús llega inesperadamente caminando sobre las aguas, para auxiliar a los Apóstoles que se encontraban llenos de pavor, para robustecer su fe débil y para darles ánimos en medio de la tempestad. En nuestra vida personal no faltarán tempestades. Con el Señor, mediante la oración y los sacramentos, las tormentas interiores se tornan en ocasiones de crecer en fe, en esperanza, en caridad y fortaleza. Con el tiempo comprenderemos el sentido de estas dificultades. Siempre contaremos con la ayuda de nuestra Madre del Cielo, especialmente cuando lo pasamos mal. No dejemos de acudir a Ella.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

Curso taller sobre "herramientas para tener pensamientos positivos", hoy viernes 13 de abril en Granada

Hola! Te recuerdo que esta tarde tenemos el curso-taller sobre los pensamientos positivos, y vuelvo a mandar la invitación sustituyendo la anterior donde la fecha del día ponía 14 en lugar de 13. 

Si puedes venir, me alegrará saludarte, en Avenida Andalucía, n. 5 (bajos). 

Saludos cordiales!
Luciano