viernes, 3 de octubre de 2025

Domingo XXVII (C): la fe es la luz que nos hace ver las cosas auténticamente, nos da fuerza para responder a la palabra de Dios que nos guía hacia el bien, y nos hace mover montañas

Domingo XXVII (C): la fe es la luz que nos hace ver las cosas auténticamente, nos da fuerza para responder a la palabra de Dios que nos guía hacia el bien, y nos hace mover montañas

A. Lectura

1. Habacuc (1,2-3;2,2-4):

¿Hasta cuándo, Señor,
pediré auxilio sin que me oigas,
te gritaré: ¡Violencia!,
sin que me salves?
¿Por qué me haces ver crímenes
y contemplar opresiones?
¿Por qué pones ante mí
destrucción y violencia,
y surgen disputas
y se alzan contiendas?
Me respondió el Señor:
Escribe la visión y grábala
en tablillas, que se lea de corrido;
pues la visión tiene un plazo,
pero llegará a su término sin defraudar.
Si se atrasa, espera en ella,
pues llegará y no tardará.
Mira, el altanero no triunfará;
pero el justo por su fe vivirá.

2. Salmo 94,1-2.6-7.8-9

R/. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».

V/. Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos. R/.

V/. Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía. R/.

V/. Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masa en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron,
aunque habían visto mis obras». R/.

3. II Timoteo (1,6-8.13-14):

Querido hermano:
Te recuerdo que reavives el don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos, pues Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de templanza. Así pues, no te avergüences del testimonio de nuestro Señor ni de mí, su prisionero; antes bien, toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios.
Ten por modelo las palabras sanas que has oído de mí en la fe y el amor que tienen su fundamento en Cristo Jesús. Vela por el precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros.

4. Lucas 17,5-10: "En aquel tiempo, los Apóstoles dijeron al Señor: -Auméntanos la fe.

El Señor contestó: -Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: «Arráncate de raíz y plántate en el mar», y os obedecería. Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor, cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: «En seguida, ven y ponte a la mesa?» ¿No le diréis: «Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo; y después comerás y beberás tú?» ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: «Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer».

B. Comentario:

1. "¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches? ¿Te gritaré «Violencia», sin que me salves? ¿Por qué me haces ver desgracias, me muestras trabajos, violencias y catástrofes, surgen luchas, se alzan contiendas?" Es una queja en medio de la catástrofe, y tantas veces nos preguntamos también nosotros: "¿por qué esto...?, ¿hasta cuándo me pasará esto otro...? La respuesta de estos interrogantes no nos viene más que por la fe y el amor que dan sentido al dolor. En Habacuc este interrogante tiene fuerza de tragedia, porque para él no existía aún la Cruz ni la resurrección.

El injusto agresor es como un cazador o pescador, que va tras sus presas: "con ellos cogió rica presa y comida abundante". Sigue haciendo de su poder un dios y el verdadero Dios, "¿sigue contemplando en silencio a los bandidos, cuando el malvado devora al inocente?" La respuesta llegó: paciencia pues todo "ha de llegar sin retrasarse, pero, si tarda, espera". Y mientras "el injusto se hincha", la hinchazón no es sino viento y vacío. En cambio, "el justo vivirá por la fe", salvará su vida por la confianza en Dios, con su fiel perseverancia.

2. "Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva; entremos a su presencia dándole gracias, vitoreándolo al son de instrumentos. Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro. Porque él es nuestro Dios y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía". Este pastor es Jesús: "Yo soy el buen pastor"... (Juan 10).

"Ojalá escuchéis hoy su voz"… La voz de Dios está en nuestro corazón. Ahí también el buen pastor nos silva para guiarnos… "En lo más profundo de su conciencia el hombre descubre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo pero a la cual debe obedecer y, cuya voz, lo llama siempre que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal; cuando es necesario le dice claramente a los sentidos del alma: haz esto, evita aquello. En realidad el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón…" (Concilio Vaticano II).

"No endurezcáis el corazón". Señor, líbrame de toda sordera, de toda malicia, de todo mal. Un día estaba yo sentado cerca del Himalaya, a la orilla de un río. Saqué del agua una piedra hermosa, dura, redonda, y la rompí. Su interior estaba completamente seco. Esta piedra hacía tiempo que estaba en el agua, pero el agua no había penetrado en ella. Lo mismo ocurre con los hombres de Europa. Hace tiempo que fluye en torno suyo el cristianismo, y éste no ha penetrado y no vive dentro de ellos. La falta no está en el cristianismo, sino en los corazones cristianos (Sadhu Sundar Singh).

3. Pablo anima a Timoteo para que luche fielmente por el evangelio. "Aviva el fuego de la gracia de Dios que recibiste cuando te impuse las manos; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio". El elegido debe acordarse del Espíritu que le ha sido, conferido con la imposición de manos. Debe «avivar» en sí el fuego que quizá sólo arde tímidamente, porque es un «Espíritu de energía, amor y buen juicio»: en tres palabras explica la fuerza se encuentra precisamente en el amor, fuerza para luchar contra los poderes antidivinos; esta fuerza del amor es el arma del cristiano. Esto se inculca una vez más: hay que trabajar por el Evangelio según las fuerzas que nos ha conferido el Espíritu, hay que «permanecer» en el «amor» que se nos ha dado, y todo ello conforme al ejemplo de los santos, que incluso en prisión tuvieron fuerza para sufrir por el Evangelio; éste precisamente puede ser el «buen combate» (2 Tm 4,7), el más fecundo, porque se libra junto con el Cordero (von Balthasar): "No tengas miedo de dar la cara por nuestro Señor y por mí, su prisionero. Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según las fuerzas que Dios te dé".

4. "Auméntanos la fe" (Lc 17,5)

Los apóstoles pidieron a Jesús: «Auméntanos la fe». También nosotros podemos hacer nuestra esta súplica, sobre todo cuando caminamos cansados, con dudas o heridas. El himno del Año de la Fe (2013) expresa bien este deseo:

"Caminamos llenos de esperanza, pero a tientas en la noche.
Vienes tú en el Adviento de la historia, eres tú el Hijo del Altísimo.
Credo, Domine, credo! Adauge nobis fidem!"

Cada estrofa nos recuerda que en los distintos momentos de la vida —en la pobreza, el dolor, el cansancio o la alegría—, Jesús es nuestra luz, nuestro pan, nuestra meta. Con María, con los pobres, con la Iglesia, caminamos en esperanza pidiendo: "Auméntanos la fe".

La fe y el amor: ver con el corazón

Antoine de Saint-Exupéry decía: «Sólo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible a los ojos».
San Pablo añade: «Con el corazón se cree» (Rm 10,10).

El Papa Francisco enseña que la fe transforma a la persona porque se abre al amor. La fe no es solo creer ideas, sino amar y dejarse amar por Dios. El amor ilumina, da sentido y fuerza, nos permite ver la realidad con ojos nuevos. Cuando creemos y amamos, comprendemos desde dentro, con una certeza que nace de la experiencia viva del amor de Dios.

Hoy, a menudo se entiende el amor como un sentimiento pasajero. Pero el amor verdadero es un compromiso, una apertura al otro, una unión que construye un "nosotros". Es un camino hacia la verdad, y solo cuando se une a ella, el amor dura y se vuelve pleno.

Amor y verdad se necesitan mutuamente.
Sin amor, la verdad es fría.
Sin verdad, el amor se vuelve frágil.

El amor auténtico ilumina la inteligencia y enciende el corazón, permitiéndonos ver y conocer de un modo nuevo. Como decía san Gregorio Magno, el amor mismo es un conocimiento. Por eso, razón creyente y amor son como "dos ojos de una misma mirada", que juntos contemplan a Dios.

También "tocar" forma parte de la fe: Jesús tocaba a los enfermos, y hoy nos toca en los sacramentos. San Agustín lo resume así: «Tocar con el corazón, esto es creer».

La fe como confianza y servicio

Jesús responde:

«Si tuvierais fe como un granito de mostaza…»

La fe auténtica no se mide por su tamaño, sino por su confianza. Es fiarse totalmente de Dios, ver con sus ojos, aprender a pensar, sentir y actuar como Él.

Y a continuación, el Evangelio nos invita a servir sin esperar recompensas:

"Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que debíamos hacer."

No seguimos a Cristo por el premio, sino por amor. Como dice el antiguo poema:

"No me mueve, mi Dios, para quererte,
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido…
Muéveme tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara."

El amor es ya el mayor premio. Servir a Dios no le añade nada a Él, pero nos transforma a nosotros, nos llena de vida y alegría. Quien vive desde el amor no busca recompensas, sino comunión con el Amado.

María, modelo de fe

La Virgen María es el ejemplo más puro de fe. Creyó en la Palabra de Dios sin vacilar, incluso al pie de la cruz. Su fe fue obediencia y servicio, hasta hacerse "la esclava del Señor".

Ella nos enseña a acoger la voluntad de Dios con confianza, a caminar en esperanza, y a servir por amor, sabiendo que la fe auténtica siempre se expresa en gestos de entrega y fidelidad.

Llucià Pou Sabaté

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