viernes, 17 de febrero de 2017

Sábado semana 6 de tiempo ordinario; año impar

Sábado de la semana 6 de tiempo ordinario; año impar

«La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve», nos da alas para volar, y poder participar de su llamada: «Este es mi Hijo amado: escuchadlo»
«Seis días después, tomó Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y los llevó a ellos solos aparte a un monte alto, y se transfiguró ante ellos. Sus vestidos se volvieron resplandecientes y muy blancos. Y se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús. Tomando Pedro la palabra, dice a Jesús: Maestro, qué bien estamos aquí; hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías. Pues no sabía lo que decía, porque estaban llenos de temor. Entonces se formó una nube que los cubrió, y se oyó una voz desde la nube que decía: Este es mi hijo, el Amado, escuchadle. Y luego, mirando a su alrededor; ya no vieron a nadie, sino sólo a Jesús con ellos» (Marcos 9,2-10).
1. La escena de la Transfiguración pone un contrapunto a la página anterior del evangelio, cuando Jesús tuvo que reñir a Pedro porque no entendía, e invitaba a sus seguidores a cargar con la cruz. A los tres apóstoles predilectos, los mismos que estarán presentes más tarde en la crisis del huerto de los Olivos, Jesús les hace experimentar la misteriosa escena de su epifanía o manifestación divina: acompañado por Moisés y Elías (Jesús es la recapitulación del Antiguo Testamento, de la ley y los profetas), oye la voz de Dios: «Éste es mi Hijo amado». Aparece envuelto en la nube divina, con un blanco deslumbrante, como anticipando el destino de victoria que seguirá después de la cruz, tanto para el Mesías como para sus seguidores. La voz de Dios invita a los discípulos a aceptar a Cristo como el maestro auténtico: «Escuchadlo». El protagonismo de Pedro también aparece resaltado en esta escena. No es muy feliz su petición, después de la negativa anterior a aceptar la cruz: ahora que está en momentos de gloria, quiere hacer tres tiendas. Marcos comenta la no muy brillante intervención de Pedro diciendo que «no sabía lo que decía».
Nosotros escuchamos este episodio ya desde la perspectiva de la Pascua. Creemos en Jesús Resucitado, el que a través de la cruz y la muerte ha llegado a su nueva existencia glorificada y nos ha incorporado también a nosotros a ese mismo movimiento pascual, que incluye las dos cosas: la cruz y la gloria. Sabemos muy bien que «la pasión es el camino de la resurrección» (prefacio de la Transfiguración). El misterio de la gloria ilumina el sentido último de la cruz.
Pero el misterio de la cruz ilumina el camino de la gloria. Es de esperar que nuestra reacción ante este hecho no sea como la de Pedro, espabilado él, que aquí sí que quiere construir tres tiendas y quedarse para siempre. Le gusta el Tabor, con la gloria. No quiere oír hablar del Calvario, con la cruz. Acepta lo fácil. Rehúye lo exigente. De nuevo aparece el mandato de que no propalen todavía su mesianismo. «Hasta que resucite de entre los muertos», porque no veía todavía preparada a la gente. Por cierto que después de la resurrección de Jesús, Marcos nos dirá que las mujeres, temblando de miedo, se callaron y no dijeron nada a nadie de su encuentro con el ángel.
Además, también recibimos la gran consigna de Dios: «Éste es mi Hijo amado: escuchadle». ¿Escuchamos de veras a Jesús como al Maestro, como a la Palabra viviente de Dios?, ¿le prestamos nuestra atención y nuestra obediencia?, ¿comulgamos con Cristo Palabra antes de acudir a comulgar con Cristo Pan?
Hay una diferencia en la teofanía de ahora: en el bautismo, esta voz se dirige a Jesús solo... ahora se dirige a los discípulos con ese detalle suplementario "¡escuchadle!". La Palabra del Padre viene a autentificar las enseñanzas de Jesús. Cuando Él os dice que va a sufrir, y morir y resucitar, ¡es verdad! Hay que escucharle. Jesús de Nazaret es el Hijo que se dirige al Padre. San Juan explicitará más este misterio de relación.
-“Bajando del monte, les prohibió contar a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitase de entre los muertos”. Decididamente, nos sentimos turbados por ese secreto constantemente solicitado. La divinidad de Jesús es un misterio muy grande, pues está "escondido".
-“Guardaron aquella orden y se preguntaban qué era aquello de: "cuando resucitase de entre los muertos"”. Ellos, los tres que han visto... no se hacen los listos. Continúan preguntándose. Son muy modestos. San Pedro, san Jaime, san Juan, rogad por nosotros.
-“Le preguntaron: ¿Cómo dicen los escribas que primero ha de venir Elías?"” Y bien, responde Jesús, Elías ha venido, le han hecho sufrir y llevado a la muerte: es Juan Bautista. Todos los verdaderos amigos de Dios pasan por ello (Noel Quesson).
Santo Tomás de Aquino dice: «Con el fin de que una persona camine rectamente por un camino es necesario que conozca antes, de alguna manera, el lugar al cual se dirige». Jesús, has querido probar ese callejón que se ve muchas veces como sin salida, has querido pasar por eso, para darnos tu amor de comprensión.
Contemplar es seguir al Transfigurado: Cristo llama sin cesar nuevos discípulos, hombres y mujeres para comunicarles, gracias a la efusión del Espíritu Santo, el amor divino, el ágape, su manera de amar, y para exhortarlos a servir a los prójimos en el humilde don de sí mismos, lejos de todo cálculo interesado. Pedro que se extasía ante la luz de la transfiguración exclama: “¡Señor, qué bien estamos aquí!” (Mt 17,4) es invitado por Jesús a volver a los caminos de la vida, para continuar en el servicio del Reino de Dios (Juan Pablo II).
“¡Pedro, baja! Tú querías descansar en la montaña; baja y proclama la Palabra, amonesta a tiempo y a destiempo, reprocha, exhorta, anima con gran bondad y con toda clase de doctrina. Trabaja, esfuérzate, soporta las torturas para poseer lo que está significado en las vestiduras blancas del Señor, también en la blancura y la belleza de tu recto obrar, inspirado por la caridad.” (S. Agustín).
2. Terminamos nuestra lectura de los primeros once capítulos del Génesis con una página de la carta a los Hebreos, que resume los ejemplos más edificantes de estos capítulos, como estímulo a nuestra perseverancia en la fe. La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven”. ¡«creer» es conocer! Conocimiento dinámico, hacia "entender no entendiendo", un «conocimiento en la noche», «como si viéramos lo invisible».
“Por ella fueron alabados nuestros mayores. Por la fe, sabemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de manera que lo que se ve resultase de lo que no aparece”. La Fe es el aspecto «divino» de las cosas. Dios invisible, Dios escondido... y no obstante «fuente», "sostén", «finalidad» de todas las cosas.
“Por la fe, ofreció Abel a Dios un sacrificio más excelente que Caín, por ella fue declarado justo, con la aprobación que dio Dios a sus ofrendas; y por ella, aun muerto, habla todavía. Por la fe, Henoc fue trasladado, de modo que no vio la muerte y no se le halló, porque le trasladó Dios. Porque antes de contar su traslado, la Escritura da en su favor testimonio de haber agradado a Dios. Ahora bien, sin fe es imposible agradarle, pues el que se acerca a Dios ha de creer que existe y que recompensa a los que le buscan. Por la fe, Noé, advertido por Dios de lo que aún no se veía, con religioso temor construyó un arca para salvar a su familia; por la fe, condenó al mundo y llegó a ser heredero de la justicia según la fe”. Es un elogio de nuestros antepasados remotos, que comienza con una definición de lo que es tener fe. Supieron creer en Dios y creer a Dios.
3. Podemos rezarte, Señor, con el salmo: “todos los días te bendeciré, por siempre jamás alabaré tu nombre; grande es Yahveh y muy digno de alabanza, insondable su grandeza. Una edad a otra encomiará tus obras, pregonará tus proezas. El esplendor, la gloria de tu majestad, el relato de tus maravillas, yo recitaré. Te darán gracias, Yahveh, todas tus obras y tus amigos te bendecirán; dirán la gloria de tu reino, de tus proezas hablarán”…
Llucià Pou Sabaté

jueves, 16 de febrero de 2017

Viernes semana 6 de tiempo ordinario; año impar

Viernes de la semana 6 de tiempo ordinario; año impar

«Toda la tierra hablaba una sola lengua» pero se desbarató, con el afán de éxito y poder. Y Jesús nos dice que hemos de subir al cielo con la escalera de la Cruz, de su mano, a la resurrección
«Y llamando a la muchedumbre junto con sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio, la salvará. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida? O, ¿qué dará el hombre a cambio de su vida? Porque si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre también se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre acompañado de sus santos ángeles» (Marcos 8, 34-38).
1. Marcos  nos dice que Jesús, llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. Seguir a Cristo comporta consecuencias. Por ejemplo, tomar la cruz e ir tras él. Después de la reprimenda que Jesús tuvo que dirigir a Pedro, como leíamos ayer, porque no entendía el dolor y el sacrificio, hoy anuncia Jesús con claridad, para que nadie se lleve a engaño, que el que quiera seguirle tiene que negarse a sí mismo y tomar la cruz. 
¿Qué es negarme a mí mismo?; ¿negarme qué? Negar todo aquello que signifique buscar mi comodidad, mi gusto, mi afirmación por encima de todo. Negarse, perder la vida, parecen términos negativos. Parece que es fastidiarse continuamente, fiado en que, al final, obtendré el Cielo. Pero no es así. Señor, veo que negarme a mí es afirmar que Tú eres Dios, que Tú sabes mejor que yo lo que me hace feliz. Negarme es el camino de la verdadera alegría. Pero hay que probarlo de verdad: es decir; he de intentar que mi regla de conducta sea: Señor, ¿Tú lo quieres? Entonces yo también lo quiero.
Negarme a mí mismo es aprender a contar con los demás: con las necesidades de los demás, con lo que le gusta a los demás; es desaparecer de todo lo que sea recibir honores y enhorabuenas; es servir silenciosamente a los que me rodean. La vida ordinaria ofrece muchas ocasiones de renunciar a uno mismo y tomar con alegría la cruz: el dolor de cabeza o de muelas; las extravagancias del marido o de la mujer; el quebrarse un brazo; aquel desprecio o gesto; el perderse los guantes, la sortija o el pañuelo; aquella tal cual incomodidad de recogerse temprano y madrugar para la oración o para ir a comulgar; aquella vergüenza que causa hacer en público ciertos actos de devoción; en suma, todas estas pequeñas molestias, sufridas y abrazadas con amor, son agradabilísimas a la divina Bondad, que por solo un vaso de agua ha prometido a sus fieles el mar inagotable de una bienaventuranza cumplida (Pablo Cardona).
Nos pides, Señor, «perder su vida» y no avergonzarnos de ti ante este mundo: “porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”. Jesús, ayúdame a ver que si entierro mi vida bajo tierra, si busco sólo tu gloria y no la mía, entonces viviré. Viviré una vida dichosísima aquí en la tierra, con una alegría que nadie me podrá arrebatar; y después, no te avergonzarás de mí cuando te pida entrar «en la gloria de tu Padre, acompañado de tus santos ángeles». Porque el Cielo está reservado para aquellos que han aprendido a amar, a darse y a ser felices en la tierra.
“Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?” San Ignacio guiaba a san Francisco Javier con estas palabras. Hay que estar atentos para que no sea que por vivir preocupados por tener, acumular y enriquecernos, nos empobrezcamos en el ser, perdiendo así la capacidad dar y recibir la vida. Esta exigencia pide una fe a toda prueba, una fe que no se avergüence ni de Jesús ni de su Palabra. Seguir a Jesús y su proyecto del Reino se convierten en el único camino que conduce con certeza a la casa del padre. La escena del juicio nos presenta a un Hijo del Hombre identificado plenamente con Jesús, el Hijo de Dios, que participa totalmente de su gloria. Los otros actores en este juicio son los ángeles, que tienen como tarea reunir a los elegidos de Dios, que según el evangelio de hoy, son los que siguen a Jesús, por caminos de pasión y muerte, con la convicción que estamos apoyados por el Dios de la vida. 
“Pues ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles.» Es una opción radical la que pide el ser discípulos de Jesús. Creer en él es algo más que saber cosas o responder a las preguntas del catecismo o de la teología. Es seguirle existencialmente. Jesús no nos promete éxitos ni seguridades. Nos advierte que su Reino exigirá un estilo de vida difícil, con renuncias, con cruz. Igual que él no busca el prestigio social o las riquezas o el propio gusto, sino la solidaridad con la humanidad para salvarla, lo que le llevará a la cruz, del mismo modo tendrán que programar su vida los que le sigan. Si uno intenta seguir a Jesús con cálculos humanos y comerciales se llevará un desengaño. Porque los valores que nos ofrece Jesús son como el tesoro escondido, por el que vale la pena venderlo todo para adquirirlo. Pero es un tesoro que no es de este mundo. Las actitudes que nos anuncia Jesús como verdaderamente sabias y productivas a la larga son más bien paradójicas: «que se niegue a sí mismo... que cargue con su cruz... que pierda su vida». ¡Paradoja del evangelio! Quien "gana" pierde. Quien "pierde" gana. Verdaderamente lo que hay aquí es la cruz para Jesús. Y lo evocado es la persecución para los cristianos. "Perder su vida"… no es una vida fácil. "Salvar su vida". Quiero confiar en ti y creer en tu palabra, Señor. Mis renuncias, mis opciones, mis fidelidades, y mis cobardías... comprometen mi vida eterna: esto es algo muy grande, muy serio, algo que vale la pena. Les decía también: «Yo os aseguro que entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean venir con poder el Reino de Dios.ᄏ” 
2. La página de la torre de Babel, como todas las páginas de los once primeros capítulos del Génesis en sentido estricto no es historia. Pero ¡qué sorprendente página profética! ¡Qué profunda visión de la humanidad! a nivel de símbolos, naturalmente: “Todo el mundo era de un mismo lenguaje e idénticas palabras. Al desplazarse la humanidad desde oriente, hallaron una vega en el país de Senaar y allí se establecieron. Entonces se dijeron el uno al otro: «Ea, vamos a fabricar ladrillos y a cocerlos al fuego.» Así el ladrillo les servía de piedra y el betún de argamasa. Después dijeron: «Ea, vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cúspide en los cielos, y hagámonos famosos, por si nos desperdigamos por toda la haz de la tierra.» Hoy queremos fabricar obras que lleguen hasta el cielo, jugamos a ser dioses, Babel es hoy...
Aparecen con esa ansia de poder los problemas de comunicación, que en una concepción antigua se ven como castigo divino: “Bajó Yahveh a ver la ciudad y la torre que habían edificado los humanos (…) confundamos su lenguaje, de modo que no entienda cada cual el de su prójimo.» Y desde aquel punto los desperdigó Yahveh por toda la haz de la tierra, y dejaron de edificar la ciudad. Por eso se la llamó Babel; porque allí embrolló Yahveh el lenguaje de todo el mundo, y desde allí los desperdigó Yahveh por toda la haz de la tierra”. Vemos hoy esta falta de comunicación entre esposos, entre colegas, ciertos silencios que comienzan y duran, con signo de que no se tiene ya nada que decir, que para nada serviría hablarse, que se es incapaz de comprender... como si se viviera en dos universos diferentes. Entre miembros de una misma Iglesia, la corriente fraterna no circula... como si se perteneciera a Iglesias diferentes. ¿De dónde procede ese trágico mal entendido?
¡El orgullo es la causa de las incomunicabilidades entre nosotros! Conquistar el cielo. Con otra forma, se trata del mito de Prometeo. Es siempre el mismo sueño de «hacerse dios», de «prescindir de Dios». ¿Cuáles son mis formas personales de orgullo que bloquean la comunicación con mis semejantes?, ¿que suscitan su agresividad consciente o inconsciente? 
El fenómeno inverso se llamará «Pentecostés»: aquél en que hombres de todo país y de toda lengua pasarán a ser capaces de entenderse. Se llamará "Iglesia", -Ecclesia, en griego, significa «asamblea»- el lugar en el cual hombres muy diferentes y muy diversos, movidos por el mismo Espíritu, llegarán a crear entre ellos una «comunión» real. Cuando la Iglesia insiste sobre el «pluralismo», que desea ver aumentar entre los cristianos, afirma una condición esencial de la supervivencia de la humanidad: la unidad verdadera no se logra por uniformidad o coerción, sino por unanimidad, en el respeto a las diferencias y a las variadas riquezas de cada uno sin pretender nivelarlas todas (Noel Quesson).
3. Siempre ha despertado curiosidad el fenómeno de que en el mundo se hablen lenguas tan numerosas. «Babel» significa «confusión». Como decimos en el salmo, «el Señor deshace los planes de las naciones, frustra los proyectos de los pueblos». A los orgullosos los confunde el Señor. A los humildes los ensalza. Siempre es el pecado el que, según la Biblia, trastorna los equilibrios y las armonías: Adán y Eva, Caín y Abel, corrupción y diluvio. El pecado más común, entonces y ahora, es el orgullo y el egoísmo. Es este pecado el que hace imposible la comunicación y nos aísla a unos de otros, a un pueblo de otro pueblo. El orgullo y la intolerancia levantan torres, y muros también entre los de una misma lengua. La humildad, por el contrario, y la fraternidad, nos hacen construir puentes, no torres ni muros, y tender la mano a todos. También para corregir, como el último canon del Código de Derecho Canónico dice que se hará «teniendo en cuenta la salvación de las almas, que ha de ser siempre la ley suprema de la Iglesia» (n. 1752). San Agustín tiene la famosa lección: «Animam salvasti tuam predestinasti», que el adagio popular ha traducido así: «Quien la salvación de un alma procura, ya tiene la suya segura». Sabiendo que “a veces, perder es ganar”. En Pentecostés, con María, hay comunicación perfecta.
Llucià Pou Sabaté
Los siete santos Fundadores de la Orden de los Siervos de la Virgen María

LOS SIETE FUNDADORES SERVITAS
(Alejo de Falconieri, Bonfiglio, Bonajunta, Amideo, Sosteneo, Lotoringo, Ugocio)

Se ha hablado alguna vez de "constelaciones de santos". En efecto; en el cielo de la Iglesia, como en el cielo astronómico, los astros no se suelen presentar aislados, sino formando parte de "constelaciones": grupos de santos que se influyen entre sí, se prestan mutuamente sus luces, se ayudan y se estimulan. Sin embargo, aunque esto sea verdad, no es menos cierto que cada uno de esos santos es luego, salvo el caso de los mártires, objeto de un culto individual, al que han precedido una beatificación y una canonización también individuales. Hay, sin embargo, una excepción: el caso singularísimo de los siete fundadores servitas cuya fiesta celebra la Iglesia el 12 de febrero. Este grupo de siete almas, llegó a fundirse en el único ideal de "servir" a su Señora, y servirla de manera tan perfecta que las notas personales apenas tuvieran un valor relativo. Después de su muerte, su memoria y su culto fueron y siguen siendo algo esencialmente colectivo, y así sus nombres son prácticamente desconocidos, porque siempre se habla de ellos bajo la apelación de los siete fundadores servitas".
Por eso, cuando las más antiguas crónicas tratan de la vida de fray Alejo de Florencia, el último en morir, y el que por estas circunstancias pudo ofrecer a los biógrafos alguna mayor ocasión de ser considerado individualmente, esos mismos biógrafos se apresuran a asegurarnos que la santidad de él mostraba la de sus seis compañeros. Oigámosles:
"Hubo siete hombres de tanta perfección, que Nuestra Señora estimó cosa digna dar origen a su Orden por medio de ellos. No encontré que ninguno sobreviviera de ellos, cuando ingresé en la Orden, a excepción de uno que se llamaba fray Alejo... La vida de dicho fray Alejo, como yo mismo pude comprobar con mis ojos, era tal, que no sólo, conmovía con su ejemplo, sino que también demostraba la perfección de sus compañeros y su santidad."
Es éste el único caso que se da culto colectivo a varios santos confesores, y la misma liturgia, en el oficio divino y en la misa de este día, se ve forzada a modificar sus esquemas habituales para poder adaptarlos a una fiesta tan singular. Caso hermosísimo, que alienta a cuantos lo contemplamos a ir por el camino de la imitación. Llegar a la santidad, es muy hermoso, pero todavía sería más hermoso aún que lográsemos esa santidad dentro de un grupo, ayudándonos unos a otros, estimulándonos con nuestro buen ejemplo, siguiendo las huellas de este hermoso caso de santidad colectiva.
Nos encontramos en el siglo XIII. Y he aquí que entonces va a producirse un fenómeno que ya antes se había producido muchas veces en la Iglesia, que hemos visto repetirse ante nuestros propios ojos en los días que vivimos, y que, sin duda, ha de continuar produciéndose también hasta el fin de los siglos. La fundación de una Orden o Congregación religiosa sin que, quienes intervienen en ella, tuvieran al principio la más remota idea de emprenderla.
No sabemos si fueron estos siete jóvenes nobles de Florencia quienes, por sus relaciones comerciales, trajeron a la ciudad toscana la idea de aquella nueva cofradía. Acaso estuviera ya fundada y llevase unos años funcionando. Poco importa para nuestro intento. Lo cierto es que en Florencia, al comienzo del siglo XIII, encontramos una hermandad, llamada oficialmente sociedad de Santa María, pero más conocida por su nombre vulgar de los laudesi, o alabadores de la Santísima Virgen, a la que pertenecían siete mercaderes de las mejores familias de Toscana. Las crónicas nos han conservado su nombre: Bonfilio Monaldi, Bonayunto Manetti, Manetto de l´Antella, Amidio Amidei, Ugoccio Ugoccioni, Sostenio de Sostegni y Alejo Falconieri. Tengamos, sin embargo, en cuenta que algunos de ellos cambiaron su nombre al hacer la profesión religiosa. Los siete formaban parte de lo que hoy llamaríamos la junta directiva, es decir, el elemento más vivo y entusiasta de la cofradía. No sabemos la fecha de su nacimiento, pero ciertamente eran todavía jóvenes cuando, en 1233, comenzaron los acontecimientos que vamos a narrar.
Fue el día 15 de agosto, ese día que, además de estar consagrado a la Asunción de la Santísima Virgen, ha sido también señalado para tantos y tantos acontecimientos importantes de la historia eclesiástica. Los siete gentileshombres florentinos sintieron aquel día una común inspiración. Oigamos, una vez más, al cronista clásico: "Teniendo su propia imperfección, pensaron rectamente ponerse a sí mismos y a sus propios corazones, con toda devoción, a los pies de la Reina del cielo, la gloriosísima Virgen María, a fin de que, como mediadora y abogada, les reconciliara y les recomendase a su Hijo, y supliendo con su plenísima caridad sus propias imperfecciones, impetrase misericordiosamente para ellos la fecundidad de los méritos. Por eso, para honor de Dios, poniéndose al servicio de la Virgen Madre, quisieron, desde entonces, ser llamados siervos de María."
Pidieron para eso la bendición de su obispo, que se la otorgó contento; se despidieron de sus familias, y el 8 de septiembre del mismo año 1233 se recogieron en una casita, Villa Camarzia, en un suburbio de Florencia, no lejos del convento de los franciscanos, y en las inmediaciones de la antigua iglesia de Santa Cruz. Sin embargo, la casita, que ni siquiera era propiedad de ellos, sino de otro miembro de la cofradía, resultó pronto excesivamente céntrica para sus deseos de oscuridad, olvido y renunciamiento. Pasaron a otra casa que la cofradía tenía en el Cafaggio, en la que transcurrió bien poco tiempo, y pronto se planteó la cuestión de encontrar una sede que en cierto modo pudiera llamarse definitiva.
Pero antes un milagro vino a señalar cuán grata era a Dios la empresa que habían acometido. Alrededor de la fiesta de Epifanía del siguiente año, 1234, iban de dos en dos recorriendo las calles de Florencia y solicitando humildemente la caridad por amor de Dios, cuando se oyó exclamar a los niños, incluso los que aún no hablaban, señalándoles con el dedo: "He ahí los servidores de la Virgen: dadles una limosna". Entre aquellos inocentes niños que sirvieron para proclamar el agrado de Dios sobre la nueva Orden estaba uno que todavía no había cumplido los cinco meses, y que con el tiempo habría de ser una de sus más preciadas joyas: San Felipe Benicio.
El milagro vino a agravar la situación: las gentes empezaron a fijarse más en aquel humilde grupo y se hizo también más urgente la necesidad de alejarse de la ciudad. Por eso recurrieron ellos al obispo de Florencia, que tan acogedor se había mostrado desde el primer momento. Él, con el generoso consentimiento del cabildo catedral, les ofreció una porción de terreno en el monte Senario. Y allí se instalaron el día de la Ascensión del año 1234.
Es aquí, en el monte Senario, donde se inicia propiamente la vida religiosa. Hasta entonces sólo había habido una especie de tentativa. En el monte Senario construyen una iglesia, edifican unos míseros eremitorios de madera, separados unos de otros, e inician observancia con todo rigor. Reciben la visita del cardenal de Chatillon, legado del papa Gregorio IX en la Toscana y la Lombardía, quien les anima a continuar su vida, si bien moderando sus excesivas austeridades.
Pero la mejor y más preciada confirmación la tuvieron el Viernes Santo de 1239: la Santísima Virgen se apareció para encargarles que llevaran un hábito negro, en memoria de la pasión de su Hijo, y para presentarles la regla de San Agustín. Después de esta aparición, ya no había lugar a dudas. Acudieron al obispo de Florencia para regularizar, por decirlo así, su situación canónica.
Y, en efecto, el obispo impuso a los siete el hábito que les había mostrado la Virgen, recibió sus votos y les dio las sagradas órdenes. Fue precisamente en esta ocasión cuando algunos de ellos cambiaron de nombre. Y fue también en esta ocasión cuando San Alejo Falconieri mostró sus deseos de no ser ordenado sacerdote, lo que consiguió, muriendo como hermano.
La obra estaba ya, en cierto modo, encauzada. Quienes sólo habían pensado en vivir con mayor entusiasmo los ideales de su piadosa confraternidad, encontraban ya ordenados sacerdotes, con unos votos emitidos y con una regla, la de San Agustín, recibida al par de la Santísima Virgen y de la autoridad eclesiástica. Faltaba, sin embargo, dar un último paso para que naciera una nueva Orden religiosa: la admisión de novicios. Hubo sus discusiones, y mientras unos se inclinaban a admitirlos, contando con el favor del obispo, siempre inclinado en este sentido, otros preferían mantener su vida en el cuadro de la primitiva sencillez.
El hecho es que en el huerto en el que trabajaban para huir del demonio de la ociosidad, se habían producido, en la noche que precedió al tercer domingo de Cuaresma del año 1239, un significativo milagro. Una viña, mientras todo el resto del terreno estaba endurecido por la helada, se cubrió de frutos sin haber tenido previamente flores, y extendió de manera maravillosa sus brazos fecundos. Ya no cabía duda: todos vieron en el prodigio una señal de la voluntad de Dios y un presagio de los futuros destinos de la naciente familia religiosa.
Y, en efecto, los novicios empezaron a llegar en gran número. El fervor se mantuvo y atrajo las simpatías de toda la región. No faltaron tampoco insignes aprobaciones. San Pedro de Verona visita el monte Senario y alienta a los servitas en su vida religiosa. Poco después, en 1249, el cardenal Capocci, legado del Papa en Toscana, aprueba la Orden y la coloca bajo la jurisdicción de la Santa Sede. Dos años más tarde, el 2 de octubre de 1251, el papa Inocencio IV nombra al cardenal Fiechi primer protector de los servitas. En 1255 un rescripto del papa Alejandro IV daba la aprobación definitiva a la Orden y la autorización para nombrar un superior general. Nuevas aprobaciones llegaron de los papas Urbano IV y Clemente IV.
¿Será necesario decir algo de cada uno? En realidad las vidas corren casi paralelas y resulta difícil separarlas. El más anciano de ellos, Bonfilio Monaldi, fue el primer superior que gobernó la comunidad durante los dieciséis primeros años de tentativas. En 1251 fue nombrado superior general de la Orden, de manera provisional. Cuando en 1225, Alejandro IV aprueba solemnemente la Orden, convocó un capítulo general y dimitió su cargo. Ya desde entonces sólo se dedicó a la oración y a la penitencia en el retiro. En 1262, volviendo de visitar los conventos de la Orden, acompañando a San Felipe Benicio, devolvió dulcemente su alma a Dios después de maitines, encontrándose en el oratorio.
Le había sucedido, como general de la Orden, primero en el sentido canónico, Juan Magnetti. Pero por poco tiempo. De los siete, fue éste el primero en volar a Dios el 31 de agosto de 1257. Con una muerte hermosísima: celebró la santa misa en presencia de sus hermanos, anunció su próximo fin, dio a conocer algunos detalles de la vida futura de la Orden que le habían sido revelados por Dios, Después, como era viernes, quiso, según era uso entre ellos, comentar la narración de la Pasión. Y al llegar a las palabras: "En tus manos Señor, encomiendo mi espíritu", expiró.
También al tercero de los tres compañeros le correspondió gobernar toda la Orden. Elegido superior general en 1265, contribuyó extraordinariamente al desenvolvimiento de la Orden por su actividad y el resplandor de su virtud. Dos años después renunció a su oficio y consiguió que fuera elegido para sucederle San Felipe Benicio. A los pocos meses, el 20 de agosto de 1268, moría asistido por su propio sucesor.
Mucho más sencilla es la vida del cuarto, Amideo Amidei. Había nacido en 1204 en el seno de una familia dividida por violentas enemistades. Era de un candor tal, que su misma familia evitó siempre mezclarle para nada en aquellas animosidades. Su vida religiosa fue también sencilla, limpia, retirada, humilde. Fue elegido prior de Monte Senario y después, de Cafaggio. Pero no pudo decirse que tales dignidades llegasen a cambiar el humilde curso de su vida. El 18 de abril de 1266 entregaba su alma a Dios. Todo el convento se sintió envuelto por un perfume celestial, mientras una resplandeciente llama volaba desde su celda hasta el cielo.
Pero acaso sea todavía más encantadora la vida de otros dos de los siete compañeros: Ugoccio Ugoccioni y Sostenio de Sostegni. Eran amigos desde su misma juventud. Juntos entraron a formar parte del grupo. Juntos se santificaron en los largos años de preparación de la Orden. Cuando ésta empezó a extenderse, les fue, sin embargo, forzoso separarse. Sostegni fue elegido vicario general de Francia; Ugoccini, de Alemania. Los dos trabajaron con todas sus fuerzas en la difusión de la Orden en sus respectivas provincias. Ya ancianos, San Felipe Benicio les llamó a Viterbo para la celebración de un capítulo general que habría de reunirse en mayo de 1282. En Monte Senario, al que tantos y tan dulces recuerdos les ligaban, se encontraron los dos ancianos, y allí hablaron largamente de todas las cosas que habían ocurrido en los últimos cincuenta años, y de lo que habían hecho por la propagación de la Orden. Hablando estaban cuando se dejó oír una voz que decía: "Servidores de Dios y de María, no lloréis más la prolongación de vuestro destierro: vuestros trabajos tocan ya a su fin". En efecto, llegados al convento, el agotamiento y la fatiga les obligaron a acostarse. Y al mismo tiempo murieron, el 3 de mayo de 1282. San Felipe Benicio vio aquella noche dos lirios de una blancura deslumbrante que eran cortados en la tierra e inmediatamente presentados a la Virgen en el cielo. Comprendió que los dos ancianos habían dejado este mundo, y así se lo anunció a los religiosos que estaban con él en Viterbo.
Nos queda San Alejo Falconieri. Es el que más vivió, pues alcanzó los ciento diez años de edad. Nacido en Florencia en 1200, murió el 17 de febrero de 1310. Entró el más joven de todos en la Orden, rehusó siempre ser sacerdote y vivió con gran humildad, dedicado, como hermano lego, a recoger limosnas y a trabajar en las más humildes tareas. Fue el instrumento de que Dios se sirvió para la santificación de su sobrina, Santa Juliana Falconieri, y quien le animó a abrazar la vida religiosa. Su larga vida le hizo presenciar un episodio harto doloroso que se produjo en 1276... y su feliz solución.
En efecto, en ese año 1276 el papa Beato Inocencio V comunicó a la Orden de los servitas que la Iglesia la consideraba como extinguida, a causa del canon 223 del segundo concilio de Lyon. Habían desaparecido ya de la tierra cuatro de los siete fundadores. Otros dos de ellos estaban ausentes de Italia. La tempestad parecía amenazante y hubo momentos en que todo estuvo a punto de perderse. Hay quien dice que de hecho se hubiese perdido si no hubiera mediado la fortaleza y el ánimo de San Felipe Benicio.
Fue él quien levantó la bandera mariana y alegó que la Orden había sido aprobada repetidas veces por los Romanos Pontífices. Sólo San Alejo llegó a ver la victoria. San Felipe Benicio, y los otros dos fundadores supervivientes murieron antes de que el 11 de febrero de 1304 el papa Benedicto XI la confirmara de nuevo. Todavía había de vivir seis años gozando de la admirable expansión que tras esta confirmación tuvo la Orden.
En efecto, como si el triunfo después de tan deshecha tempestad hubiera sido la señal que se esperaba para lanzarse por todo el mundo, la Orden se extendió desde entonces con particular fuerza, y en el siglo XIV contaba con más de cien conventos y con misiones en Creta y en las Indias. La reforma protestante le hizo perder un buen número de conventos en Alemania, pero la Orden prosperó en el mediodía de Francia. El final del siglo XVIII le fue funesto, como a todas las Ordenes religiosas. Pero en el siglo XIX se extendió a Inglaterra, y después a América. Muy recientemente se ha implantado también en España. En la actualidad consta de 1.550 religiosos.
Como hemos dicho, desde el primer momento, al poco tiempo de muerto San Alejo, la historia nos habla del culto colectivo a los siete fundadores. Sin embargo, habría de pasar mucho tiempo antes de que este culto obtuviera la plena aprobación canónica. Todos ellos habían muerto en el Monte Senario, salvo San Alejo, cuyo cadáver fue prontamente transportado allí. Benedicto XIV atestiguaba que en sus tiempos los cuerpos estaban conservados en la iglesia de Monte Senario, bajo el altar de la capilla situado bajo el coro. Sin embargo, este Papa creó una seria dificultad para su posible canonización, exigiendo que para cada uno de los siete fueran presentados cuatro milagros, y que, por consiguiente, las siete causas se vieran independientemente. De hecho, los primeros bolandistas no los mencionaban, con la única excepción de San Alejo.
En 1717, Clemente XI aprobaba el culto del Beato Alejo, y en 1725, el de los otros seis. Sólo en tiempo de León XIII, como consecuencia de un clamoroso milagro ocurrido en Viareggio como consecuencia de la invocación colectiva a los siete fundadores, se pudo volver al primitivo procedimiento: estudiar simultáneamente y en una sola causa la santidad de los siete. La causa tuvo éxito feliz, y el 15 de enero de 1888 fueron solemnísimamente canonizados. El 28 de diciembre del mismo año se fijaba su fiesta para el 11 de febrero. Años después, la fiesta fue pasada al 12, para dar lugar a la celebración de la aparición de la Inmaculada en Lourdes. Así sus fieles siervos cedieron, por medio de la Orden por ellos fundada, a la Santísima Virgen el lugar que venían ocupando en el calendario.
LAMBERTO DE ECHEVERRíA

miércoles, 15 de febrero de 2017

Jueves semana 6 de tiempo ordinario; año impar

Jueves de la semana 6 de tiempo ordinario; año impar

«El Señor, desde el cielo, se ha fijado en la tierra», y el arco iris es signo de su alianza. «El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho», dará su vida para salvarnos, en la nueva Alianza.
«Salió Jesús con sus discípulos hacia las aldeas de Cesarea de Filipo y en el camino preguntaba a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? Ellos le respondieron: Unos que Juan el Bautista, otros que Elías y otros que uno de los profetas. Entonces él les pregunta: Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Pedro, le dice: Tú eres el Cristo. Y les ordenó que no hablasen a nadie sobre esto.Y comenzó a enseñarles que el Hijo del Hombre debía padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, por los príncipes de los sacerdotes y por los escribas y ser muerto, y resucitar después de tres días. Hablaba de esto abiertamente. Pedro, tomándolo aparte, se puso a reprenderle. Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, increpó a Pedro y le dijo: ¡Apártate de mí, Satanás!, porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres» (Marcos 8,27-33).
1. Jesús es el «Mesías que va a entregar su vida por los demás». Mañana nos dirá que acogerle a él es acogerle con su cruz, con su misterio pascual de muerte y resurrección. “Iba Jesús con sus discípulos a las aldeas de Cesarea de Filipo”... Marchan hacia países paganos, lejos de las muchedumbres de Galilea. Jesús sabe lo que quiere hacer: someter a prueba la Fe de sus discípulos. 
-“Caminando les hizo esta pregunta "¿Quién dicen las gentes que soy yo?””. «Y vosotros, quién decís que soy yo?». Es la pregunta de la fe, de la implicación personal. La respuesta sólo la encontramos en la experiencia del silencio y de la oración. Es el camino de fe que recorre Pedro, y el que hemos de hacer también nosotros. 
-“Pedro, tomando la palabra, responde "¡Tú eres el Mesías!"” -Cristo, en griego-. Así, el grupo de los Doce va mucho más allá de las respuestas corrientes de las gentes. Se trata pues del reconocimiento de la identidad profunda de Jesús: Jesús no es solamente "uno de los profetas", por los cuales Dios conducía la historia a su término... El es el término, el fin mismo, "aquel que los profetas anunciaban", el Mesías, el Ungido, el "Xristos". 
-“Y les encargó muy seriamente que no hablaran a nadie de El”. Es el "secreto mesiánico", evitar su divulgación prematura.  Hace falta que pase por la muerte y la resurrección para que su identidad sea manifestada: -“Y por primera vez comenzó a enseñarles cómo era preciso que el Hijo del hombre padeciese mucho y que fuese rechazado por los ancianos y los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y que fuese muerto y resucitase después de tres días.
Jesús decía todo esto claramente”. Con este anuncio termina la primera parte del relato de Marcos y comienza lo que llaman una sección nueva. Hasta la "pasión" de Jesús, tendremos tres relatos parecidos y los tres añaden cada vez el anuncio de la "muerte y resurrección"… forman un crescendo: en el último, Jesús dará todos los detalles.... esto sucederá "en Jerusalén", será "entregado a los paganos", "le escupirán" y "le flagelarán"... 
-“Pedro, tomándole aparte, se puso a reprenderle. Pero Jesús, volviéndose reprendió severamente a Pedro: "Quítate allá Satanás, porque tus pensamientos no son los pensamientos de Dios, sino los de los hombres”. Hasta los discípulos esperan es un mesías humano, en el éxito, un mesías político, un liberador de aquí abajo. Y Jesús una vez más experimenta esta sugestión como una tentación satánica. Y yo, ¿qué es lo que espero de Dios, de la Iglesia? (Noel Quesson).
2. Termina la historia del diluvio con la alianza que Dios sella con Noé y su familia, y con el reinicio de una nueva humanidad: Dios bendijo a Noé y a sus hijos, y les dijo: «Sed fecundos, multiplicaos y llenad la tierra. Infundiréis temor y miedo a todos los animales de la tierra, y a todas las aves del cielo, y a todo lo que repta por el suelo, y a todos los peces del mar; quedan a vuestra disposición. Todo lo que se mueve y tiene vida os servirá de alimento: todo os lo doy, lo mismo que os di la hierba verde”. Entre las cláusulas de la alianza hay detalles que se refieren a la comida: por primera vez se dice que el hombre puede comer carne de animales (hasta entonces, se ve que eran vegetarianos), pero no carne con sangre. Hay una acomodación religiosa a las costumbres y creencias de la época, como no tomar sangre porque pensaban que era el alma que hacía vivos a los animales. En medio de todo esto, una verdad divina: el juicio de Dios ha sido justo, pero salvador y misericordioso.
-“Todo os lo doy”... Dios se compromete: ofrece a todos los hombres una "bendición" de fecundidad, una «ley única» del respeto de “los unos a los otros”, y una «alianza» que leemos más abajo.
También pone Dios una regla: “sólo dejaréis de comer la carne con su alma, es decir, con su sangre, y yo os prometo reclamar vuestra propia sangre: la reclamaré a todo animal y al hombre: a todos y a cada uno reclamaré el alma humana. Quien vertiere sangre de hombre, por otro hombre será su sangre vertida, porque a imagen de Dios hizo El al hombre”. En medio de algunos signos cultuales, pone Dios este mandamiento taxativo de no matar a otra persona, entre los motivos dos especiales. En primer lugar, cada hombre es nuestro hermano. Y sobre todo, porque cada persona es imagen de Dios. Una sola «ley» ha sido dada a la humanidad entera: el respeto a la vida, simbolizado por el respeto a la sangre. “Lo que hacéis al más pequeño de los míos, a Mí lo hacéis, dirá Jesús”.
“Vosotros, pues, sed fecundos y multiplicaos; pululad en la tierra y dominad en ella.» Dijo Dios a Noé y a sus hijos con él: «He aquí que yo establezco mi alianza con vosotros, y con vuestra futura descendencia, y con toda alma viviente que os acompaña: las aves, los ganados y todas las alimañas que hay con vosotros, con todo lo que ha salido del arca, todos los animales de la tierra. Establezco mi alianza con vosotros, y no volverá nunca más a ser aniquilada toda carne por las aguas del diluvio, ni habrá más diluvio para destruir la tierra.» Dijo Dios: «Esta es la señal de la alianza que para las generaciones perpetuas pongo entre yo y vosotros y toda alma viviente que os acompaña: Pongo mi arco en las nubes, y servirá de señal de la alianza entre yo y la tierra. Otra vez vemos una acomodación a la historia, poniendo como causa de las desgracias un castigo divino según las creencias de la época. Aquí hay, con gran claridad, la renovación de la Alianza, con este pacto con Noé, el arco iris. Interpretación popular del fenómeno cósmico del arco iris después de la lluvia, en una sociedad que tiende a verlo todo desde el prisma religioso, donde los fenómenos meteorológicos eran signos de Dios: todo lo que pasaba «en el cielo» pertenecía precisamente a ese dominio divino sobre el cual el hombre no tiene poder alguno. Los astros eran los ejércitos de Dios. El viento y el huracán, sus mensajeros. La tempestad, la ejecutora de sus órdenes. El trueno, su voz. El relámpago, su flecha temible. Ese Dios «guerrero» cuelga de nuevo su "arco" en el muro y promete no volver a usarlo jamás: vivamos unidos, seamos aliados de ahora en adelante (Noel Quesson).
No es magia: cuando vean ese arco, se comprometen a recordar la bondad y las promesas de Dios. También podría tener otro sentido: el arco iris nos recordará que Dios ya no usará el arco de guerra (en la Biblia se designa con la misma palabra) contra el hombre, «colgará el arco en el cielo».
Es la reanudación del proyecto inicial de Dios respecto a Adán. La diferencia está en que esta nueva bendición sucede al pecado de la humanidad: por lo tanto, más allá del pecado, Dios conserva su amor por sus criaturas. Repitamos, una vez más, que, desde el punto de vista de Dios, el mal no es una fatalidad indudable y definitiva: el más gran pecador conserva todas sus oportunidades... el hijo pródigo puede rehacer su vida, el bandolero condenado a muerte y crucificado junto a Jesús puede entrar en el paraíso. La buena nueva del evangelio aflora ya desde las primeras páginas del Antiguo Testamento. 
3. Dios está siempre a favor. A pesar de todo el mal que hemos hecho, nos sigue amando y concediendo un voto de confianza. Si el salmista podía decir con esperanza: «El Señor, desde el cielo, se ha fijado en la tierra... para escuchar los gemidos de los cautivos y librar a los condenados a muerte», nosotros tenemos motivos muchos más válidos para confiar en la cercanía salvadora de Dios. Jesús inició una «nueva creación» y, al atravesar las aguas de la muerte, nos invitó a todos a salvarnos en su Arca, que es la Iglesia, donde ingresamos a través del sacramento del agua, el bautismo.
“Se ha inclinado Yahveh desde su altura santa, desde los cielos ha mirado a la tierra, para oír el suspiro del cautivo, para librar a los hijos de la muerte”. No estaría mal que cada vez que veamos el arco iris, después de la lluvia, también nosotros, aunque ya sabemos que es un fenómeno que se debe a la reflexión de la luz, recordáramos dos cosas: que Dios tiene paciencia, que nos perdona, que siempre está dispuesto a hacer salir su sol después de la tempestad, su paz después de nuestros fallos; y que también nosotros hemos de enterrar el arco de guerra (cualquier instrumento agresivo) y tomar la decisión de no disparar ninguna “flecha”, envenenada o no, contra nuestro hermano, porque es imagen de Dios. 
Llucià Pou Sabaté

martes, 14 de febrero de 2017

Miércoles semana 6 de tiempo ordinario; año impar

Miércoles de la semana 6 de tiempo ordinario; año impar

El mal tiene un fin, y hemos de acoger la conversión que el Señor nos ofrece, salir de nosotros mismos y recibir el don de Dios, la fe. Jesús hace milagros contando con nuestra fe
«Llegan a Betsaida y le traen un ciego suplicándole que lo toque.  Tomando de la mano al ciego lo sacó fuera de la aldea, y poniendo saliva en sus ojos, le impuso las manos y le preguntó: ¿Ves algo? Y alzando la mirada dijo: Veo a los hombres como árboles que andan. Después puso otra vez las manos sobre sus ojos y comenzó a ver y quedó curado de manera que veía con claridad todas las cosas. Y lo envió a su casa diciendo: No entres ni siquiera en la aldea» (Marcos 8, 22-26).
1.  -“Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida. Le llevaron un ciego. Tomando al ciego de la mano, lo sacó fuera de la aldea”... Esos detalles concretos intensifican el realismo de la escena, aunque quizá se redacte de un modo que sirva también para mostrar la ceguera de los fariseos, y su falta de fe. Se dice también que ese esconder el prodigio puede ser por el "secreto mesiánico"... Cristo no será realmente comprensible sino después de la cruz, y la resurrección.
-“Y poniéndole saliva sobre los ojos le impuso las manos”. Son los mismos gestos que, en tiempo de san Pedro se hacían sobre los catecúmenos, para conducirlos de la incredulidad a la iluminación de la fe. Teológicamente hay que relacionar este milagro con el de la curación del "sordomudo", explicado después de la primera multiplicación de los panes y el explicado después de la segunda multiplicación.
El "bautismo" parece aquí representado: los gestos de los dos milagros son gestos "litúrgicos"... y por esos gestos de Cristo, todo el ser del hombre queda sano. Los tres "sentidos" importantes para la comunicación del hombre con el mundo y con sus hermanos son rehabilitados y renovados: el sentido del oído, el sentido de la palabra, el sentido de la vista. ¡He aquí lo que la fe hace en nosotros hoy! El bautismo nos abre a un universo nuevo, solamente transformado desde el interior: oír a Dios que nos habla a través de los acontecimientos y a través de la palabra de nuestros hermanos, ver a Dios que obra en el núcleo de nuestras vidas y de la vida del mundo, y llegar a ser capaz de poder hablar de todo ello... Hago oración partiendo de esta gracia de mi bautismo... 
-“El hombre empezaba a ver... Seguidamente Jesús le impuso las manos sobre los ojos por segunda vez y el hombre empezó a ver mejor: recobró la vista, y vio claramente todos los objetos...” Marcos insiste, evidentemente, sobre esta curación en dos tiempos, que se va haciendo progresivamente. Es otro detalle del realismo de la escena. Marcos, a través de este detalle histórico ve la lentitud del caminar hacia la fe plena: hoy también avanzamos muy lentamente por ese camino... y nos quedamos medio ciegos por mucho tiempo. ¡Abre nuestros ojos, Señor! (Noel Quesson).
Jesús, imagino que en vez de curar de modo instantáneo, curas «en dos tiempos», quizá por la imperfecta fe de aquel hombre. «Dios se deja ver de los que son capaces de verle, porque tienen abiertos los ojos de la mente. Porque todos tienen ojos, pero algunos los tienen bañados en tinieblas y no pueden ver la luz del sol. Y no porque los ciegos no la vean deja por eso de brillar la Iuz solar, sino que ha de atribuirse esta oscuridad a su defecto de visión. Así, tú tienes los ojos entenebrecidos por tus pecados y malas acciones» (San Teófilo de Anrtioquía).
«¿Ves algo?» le preguntas al ciego. Jesús, desde el Sagrario, escondido pero pendiente de mí, me dices una y otra vez: ¿no me ves?, ¿es que no ves que te necesito? Sí, veo, pero... sólo a medias. Y respondes: sé más generoso, entrega eso que te guardas para ti y que te empaña la vista. Jesús, necesito luchar con constancia, comenzar y recomenzar. Pero, a veces, yo solo no puedo, o no sé cómo hacerlo. Te necesito, y también abrirme a las personas de mi confianza, pues sé que muchas veces en ese abrirme me das la gracia que necesito para ver con claridad mi camino cristiano: “Y comenzó a ver y quedó curado de manera que veía con claridad todas las cosas”.
Usa Jesús gestos, acompañando el prodigio que viene con la fe. Se produce el milagro, testimonio de la venida del Mesías. Hay quien dice que muchos "prodigios" fueran efecto de unas fuerzas naturales todavía no conocidas por la razón humana. Y la no proviene de los milagros, sino que la presupone. Lo que está claro es que Dios puede hacer milagros… si no, no sería Dios. La escena tiene también un significado simbólico: muchos ciegos espirituales no ven lo esencial: el rostro de Cristo, presente en la vida del mundo. Es un gran don ver con la luz de la fe, mantener la mirada limpia para el bien, para encontrar a Dios en medio de los propios quehaceres, para ver a los hombres como hijos de Dios, para penetrar en lo que verdaderamente vale la pena, para contemplar junto a Dios la belleza divina que dejó como un rastro en las obras de la creación. Además es necesario tener la mirada limpia para que el corazón pueda amar, lo que se refiere directamente a la lujuria, sino en otros campos que también caen en la “concupiscencia de los ojos”: afán de poseer ropas, objetos, comidas o bebidas. Se trata de “no mirar” lo que impida vivir el necesario recogimiento para tener siempre presente el rostro de Cristo (F. Fernández Carvajal).
Para mirar bien nuestro corazón debe despegarse de la codicia y otros modos de egoísmo, y poder gozar de esa luz, como decía san Agustín: «Una vez sanados los ojos, ¿qué podemos tener de más valor, hermanos? Gozan los que ven esta luz que ha sido hecha, la que refulge desde el cielo o la que procede de una antorcha. ¡Y cuán desgraciados se sienten los que no pueden verla!».
2. Al cabo de cuarenta días, abrió Noé la ventana que había hecho en el arca, y soltó al cuervo, el cual estuvo saliendo y retornando hasta que se secaron las aguas sobre la tierra. Después soltó a la paloma, para ver si habían menguado ya las aguas de la superficie terrestre. La paloma, no hallando donde posar el pie, tornó donde él, al arca, porque aún había agua sobre la superficie de la tierra; y alargando él su mano, la asió y metióla consigo en el arca. Aún esperó otros siete días y volvió a soltar la paloma fuera del arca. La paloma vino al atardecer, y he aquí que traía en el pico un ramo verde de olivo, por donde conoció Noé que habían disminuido las aguas de encima de la tierra. Aún esperó otros siete días y soltó la paloma, que ya no volvió donde él”. La paloma, con su ramito de olivo ha pasado a ser el símbolo de la paz. Esos relatos, de tradición oral primeramente son muy fáciles de recordar. Cuando se ha oído contar una sola vez, quedan grabados en la memoria para siempre. Sería lástima despreciarlos apelando a no sé qué purismo. Es preciso empero incluso tratando con los niños, no quedarse en el plano material sino, sin quitarles encanto, saber poner en evidencia las lecciones que de dichos relatos se siguen. ¡La paz! ¿Soy un hombre de paz?
Sigue el relato, popular y sugerente, del diluvio, lleno de detalles simpáticos: el cuervo, la paloma, la hoja de olivo y el suspense del progresivo final del diluvio. El Génesis nos cuenta sobre todo el sacrificio de acción de gracias que ofrece la familia de Noé sobre un altar y la promesa de Dios, llena de comprensión hacia la debilidad del hombre: “El año 601 de la vida de Noé, el día primero del primer mes, se secaron las aguas de encima de la tierra. Noé retiró la cubierta del arca, miró y he aquí que estaba seca la superficie del suelo. 20 Noé construyó un altar a Yahveh, y tomando de todos los animales puros y de todas las aves puras, ofreció holocaustos en el altar. Al aspirar Yahveh el calmante aroma, dijo en su corazón: «Nunca más volveré al maldecir el suelo por causa del hombre, porque las trazas del corazón humano son malas desde su niñez, ni volveré a herir a todo ser viviente como lo he hecho. «Mientras dure la tierra, sementera y siega, frío y calor, verano e invierno, día y noche, no cesarán.» 
Se da comienzo una nueva etapa de la humanidad, con los que ha salvado Dios del juicio del diluvio. El arca de Noé es un símbolo de la misericordia de Dios, que en justicia condena el pecado y purifica a la humanidad, pero siempre aparece dispuesto a empezar de nuevo, dando confianza a sus creaturas. Como dice el salmo, «mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles»: intenta siempre que se conviertan y vivan. "Lamek engendró un hijo y le puso por nombre Noé, diciendo: Este nos consolará de nuestros afanes y de la fatiga de nuestros manos, por causa del suelo que maldijo Yahveh". Esta es la promesa paternal. -"Y Noé encontró gracia ante los ojos del Señor". Es la realización divina. -"Y Noé hizo todo lo que Dios le ordenó". Es la realización personal. Es digno de ver -aquí en este relato del diluvio y en todo el marco de la revelación -lo que el individuo es capaz de hacer. El elegido por Dios y llamado por su nombre, responde a la palabra de Dios y sigue su mandato. Es signo de esperanza de que la vida continúa y cobra fuerza renovada. Noé como Abraham creyó "contra toda esperanza" y fue hecho padre de muchos pueblos.
Los relatos babilónicos que narran diluvios están llenos de reyertas de los dioses. Al aprovechar esas viejas narraciones el autor sagrado tuvo buen cuidado de eliminar el politeísmo y de introducir su Fe en el Dios único, en el autor de la Alianza. ¿Somos hoy nosotros capaces de asimilar la cultura de nuestro tiempo para despojarla de sus errores, y utilizar de nuevo su lenguaje y sus estructuras a fin de proclamar la Fe?
-Noé construyó un altar al Señor y ofreció holocaustos. El primer gesto de este «salvado» es «ofrecer un sacrificio de acción de gracias». Tú eres, Señor, quien nos ha liberado. Gracias, Señor. ¿Es mi vida lo suficientemente «eucarística"? ¿Tengo el sentido de la alabanza a Dios?
3. Proclama el salmo un canto de salvación, por el bautismo que nos libera de todo mal como diluvios, por la Iglesia la nueva Arca de salvación: ¿Cómo a Yahveh podré pagar todo el bien que me ha hecho? La copa de salvación levantaré, e invocaré el nombre de Yahveh. Cumpliré mis votos a Yahveh, ¡sí, en presencia de todo su pueblo! Mucho cuesta a los ojos de Yahveh la muerte de los que le aman. Cumpliré mis votos a Yahveh, sí, en presencia de todo su pueblo, en los atrios de la Casa de Yahveh, en medio de ti, Jerusalén”.
Llucià Pou Sabaté

lunes, 13 de febrero de 2017

Martes semana 6 de tiempo ordinario; año impar

Martes de la semana 6 de tiempo ordinario; año impar

El pecado es la mala levadura de la que nos previene Jesús, que cuando le dejamos actuar genera la muerte
“En aquel tiempo, a los discípulos se les olvidó llevar pan, y no tenían más que un pan en la barca. Jesús les recomendó: -«Tened cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes.» Ellos comentaban: -«Lo dice porque no tenemos pan.» Dándose cuenta, les dijo Jesús: -«¿Por qué comentáis que no tenéis pan? ¿No acabáis de entender? ¿Tan torpes sois? ¿Para qué os sirven los ojos si no veis, y los oídos si no oís? A ver, ¿cuántos cestos de sobras recogisteis cuando repartí cinco panes entre cinco mil? ¿Os acordáis?» Ellos contestaron: -«Doce.» -« ¿Y cuántas canastas de sobras recogisteis cuando repartí siete entre cuatro mil?» Le respondieron: -«Siete.» Él les dijo: -«¿Y no acabáis de entender?» (Marcos 8,14-21).
1. Vemos hoy la soledad de Jesús, ya rechazado por los fariseos, rodeado de incredulidad… -“Los discípulos al embarcar se olvidaron de tomar consigo panes, y no tenían en la barca sino un pan. Jesús les daba esta consigna: "¡Mirad de guardaros del fermento de los fariseos y del fermento de Herodes!" Pero ellos iban discurriendo entre sí porque no habían llevado panes”. El "fermento" de los fariseos es considerado como fuente de impureza y de corrupción. Lo que ahora llamamos "fariseísmo" es lo que Jesús critica. En la literatura judea-helenista la metáfora de la levadura se aplicaba frecuentemente no a cualquier "corrupción" moral, sino muy concretamente al orgullo, a la soberbia, a la hipocresía. En el pasaje paralelo Lucas añade expresamente: "Guardaos de la levadura (esto es, de la hipocresía) de los fariseos" (Lc 12,1). En nuestra vida personal, podemos tener a veces una actitud interior de envidia, de rencor, de egoísmo, que puede estropear toda nuestra conducta: ¿cuál es esa levadura mala que hay dentro de nosotros y que inficiona todo lo que miramos, decimos y hacemos? Al contrario, cuando dentro hay fe y amor, todo queda transformado por esa levadura interior buena. Los actos visibles tienen una raíz en nuestra mentalidad y en nuestro corazón: tendríamos que conocernos en profundidad y atacar a la raíz.
San Pablo lo aplicará también a la comunidad: «¿No sabéis que un poco de levadura fermenta toda la masa? Purificaos de la levadura vieja, para ser masa nueva, pues sois ázimos».
-“Por qué discutís por no tener pan? Todavía no comprendéis? ¿Sois obtusos de entendimiento? ¿Teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís? Ellos son también "ciegos" y no entienden en absoluto a Jesús! Esta ininteligencia, esa incredulidad, debe interpelarnos hoy también a nosotros. ¿No estamos a veces muy orgullosos de nuestra Fe, muy seguros de nosotros mismos? Y sin embargo ¿no somos también a menudo ininteligentes e incrédulos? Señor, ven en ayuda de nuestra falta de Fe. Haznos humildes. Guarda nuestras mentes y nuestros corazones abiertos, alertados, siempre atentos, disponibles para nuevos progresos. Purifícanos, Señor, del "fermento" de la suficiencia, sánanos de nuestras certidumbres orgullosas. Mantén en nosotros, Señor, un espíritu de búsqueda (Noel Quesson).
Nos gustaría decirle que le entendemos y que no tenemos el entendimiento ofuscado, pero no nos atrevemos. Sí que osamos, como el ciego, hacerle esta súplica: «Señor, que vea» (Lc 18,41), para tener fe, y para ver, y como el salmista dice: «Inclina mi corazón a tus dictámenes, y no a ganancia injusta» (Sal 119,36) para tener buena disposición, escuchar y acoger la Palabra de Dios y hacerla fructificar.
Será bueno también, hoy y siempre, hacer caso a Jesús que nos alerta: «Abrid los ojos y guardaos de la levadura de los fariseos» (Mc 8,15), alejados de la verdad, “maniáticos cumplidores”, que no son adoradores en Espíritu y en verdad (cf. Jn 4,23), y «de la levadura de Herodes», orgulloso, despótico, sensual, que sólo quiere ver y oír a Jesús para complacerse.
Y, ¿cómo preservarnos de esta “levadura”? Pues haciendo una lectura continua, inteligente y devota de la Palabra de Dios y, por eso mismo, “sabia”, fruto de ser «piadosos como niños: pero no ignorantes, porque cada uno ha de esforzarse, en la medida de sus posibilidades, en el estudio serio, científico de la fe (...). Piedad de niños, pues, y doctrina segura de teólogos» (San Josemaría).
2. El pecado que vimos ayer en Caín, devoraba ya a toda la humanidad: “Viendo Yahveh que la maldad del hombre cundía en la tierra, y que todos los pensamientos que ideaba su corazón eran puro mal de continuo, le pesó a Yahveh de haber hecho al hombre en la tierra, y se indignó en su corazón”. Vemos una figura de Dios ingenua y genial, una humanización de Dios presentado como que no lo sabe todo, que se ha visto sorprendido por la maldad de los hombres, escriben sobre un Dios al modo humano donde se proyecta el desaliento y otros sentimientos humanos:
“Y dijo Yahveh: «Voy a exterminar de sobre la haz del suelo al hombre que he creado, -desde el hombre hasta los ganados, las sierpes, y hasta las aves del cielo- porque me pesa haberlos hecho.»” Quien escribe quiere dar a entender el gran interés divino por los hombres. Dios no quiere el mal, ni provoca diluvios ni desgracias. Son atribuciones: Dios deja que las cosas pasen y no dejaría que pasaran si no fuera porque incluso del mal sacará un bien. Toda la moral auténtica se basa en esta convicción que los comportamientos del hombre no son indiferentes, sino que van hasta comprometer a Dios: Dios quiere el bien y la felicidad... Dios va contra el mal y la desgracia... Al enviar a su Hijo para la salvación del mundo, Dios es fiel a sí mismo. Nos es un bien contemplar a «Dios dolido» por el mal que los hombres continúan haciendo hoy ¡como en tiempo del diluvio! Esto puede comprometernos a fondo a combatir con El enérgicamente.
“Pero Noé halló gracia a los ojos de Yahveh”. Noé es imagen y profecía de Jesús, el único verdadero justo, será quien salvará la raza humana de la perdición total. También nos podemos aplicar a nosotros que todo verdadero acto de justicia, de santidad, de amor, contribuye a la salvación de la humanidad.
“Yahveh dijo a Noé: «Entra en el arca tú y toda tu casa, porque tú eres el único justo que he visto en esta generación. De todos los animales puros tomarás para ti siete parejas, el macho con su hembra, y de todos los animales que no son puros, una pareja, el macho con su hembra. (Asimismo de las aves del cielo, siete parejas, machos y hembras) para que sobreviva la casta sobre la haz de toda la tierra”. Sabemos que no fue una barca real, pero la significación simbólica sí es profundamente verdadera, como se ha descrito en la reciente película “Noé”: el hombre es (instrumento divino) quien salva la naturaleza (frente a quienes quieren que se pierda). El único verdadero mal es el mal culpable: el que el hombre hace. De otra parte, esta «arca de salvación», este barco de salvamento, lleno de seres vivos tan dispares, es una imagen de la Iglesia. Porque Dios no quiere destruir, sino salvar. El mal no tendrá la última palabra. Jesús es «Dios salva», y se vislumbra su figura en el horizonte del diluvio universal, como salvador universal.
“Porque dentro de siete días haré llover sobre la tierra durante cuarenta días y cuarenta noches, y exterminaré de sobre la haz del suelo todos los seres que hice.»” El agua destruye. Será el gran naufragio. Algo así como el Mar Rojo que engulle a los opresores, cuando salen de Egipto los israelitas. El bautismo que «engulle» nuestros pecados con la muerte de Jesús. Es el sentido simbólico y real de un gran combate de Dios contra el mal: el precio que Jesús pagó, del bautismo de sangre en el que fue sumergido. Nuestra vida de bautizados no puede ser una vida tranquila, como si el mal no existiera. Estamos implicados en esa guerra de amor…
“Y Noé ejecutó todo lo que le había mandado Yahveh. A la semana, las aguas del diluvio vinieron sobre la tierra”. Dios salva. El hombre participa en ello por su libertad y su cooperación. Tu voluntad, Señor, es una voluntad de salvación. Tú quieres la vida. Y el verdadero diluvio es el mal capaz de destruir todo a su paso. Ayúdanos, Señor, a cooperar en tu proyecto. Haz que seamos "salvadores" contigo (Noel Quesson).
En la tradición sacerdotal Dios habla a Noé, y todo lo que sucede obedece al mandamiento divino (Gn 1;6;17; Ex 25s). Noé no hace más que ejecutar las órdenes divinas y de esta forma (al revés de la actitud yahvista, en la que Noé es salvado por gracia) se manifiesta su piedad. El mundo, por tanto, es preservado a causa de un hombre piadoso. En la tradición sacerdotal (con menos animales que conviene salvar) no relata ningún sacrificio después del diluvio y concuerda con el orden inicial, según el cual los hombres se alimentaban de vegetales. Subraya la augusta majestad de Dios en el acto de destruir. El diluvio pone de relieve la contingencia de todo lo creado y la fuerza devastadora de los pecados de los hombres (J. Mas Anto).
3. El día de nuestro Bautismo fuimos «salvados a través del agua», como lo fueron los ocho miembros de la familia de Noé (cf. l Pedro 3,20). Fuimos incorporados al nuevo Noé, Cristo Jesús, que atravesó la muerte y pasó a la nueva existencia. El salmo nos ayuda a revivir esa gracia: “¡Rendid a Yahveh, hijos de Dios, rendid a Yahveh gloria y poder! Rendid a Yahveh la gloria de su nombre, postraos ante Yahveh en esplendor sagrado. Voz de Yahveh sobre las aguas; el Dios de gloria truena, ¡es Yahveh, sobre las muchas aguas! Voz de Yahveh con fuerza, voz de Yahveh con majestad. Voz de Yahveh, que estremece las encinas, y las selvas descuaja, mientras todo en su Templo dice: ¡Gloria! Yahveh se sentó para el diluvio, Yahveh se sienta como rey eterno”. El Arca es la Iglesia. Debemos poner nuestra confianza en Dios, que es quien dirige la historia y saber captar sus señales para nuestra vida. Seguro que él quiere una nueva humanidad, la que ya inauguró con Cristo Jesús y que no acaba nunca de establecerse de veras: los cielos nuevos y la tierra nueva, purificados de todo mal. Tal vez de nuevo busca un Noé, un grupo, una familia, un «resto de Israel», que sea fermento de la nueva humanidad.
Llucià Pou Sabaté
San Cirilo, monje y San Metodio, obispo

«Después de esto, designó el Señor a otros setenta y dos, los envió de dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar a donde él había de ir. Y les decía: «La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al señor de la mies que envíe obreros a su mies. íd: he aquí que yo os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa ni alforja ni sandalias, y no saludéis a nadie por el camino. En la casa en que entréis decid primero: "Paz a esta casa". Y si allí hubiera algún hijo de paz, descansará sobre él vuestra paz; de lo contrario, retornará a vosotros. Permaneced en la misma casa comiendo y bebiendo de lo que tengan, pues el que trabaja es merecedor de su salario. No vayáis de casa en casa. Y en aquella ciudad donde entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad a los enfermos que haya en ella. Y decidles: "El Reino de Dios está cerca de vosotros». (Lucas 10,1-9)

1º. Jesús, te apoyas en estos setenta y dos discípulos para que te preparen el terreno en toda ciudad a donde ibas a ir.
Estos discípulos te han seguido en tus últimos viajes y han aprendido la buena nueva directamente de tus labios.
Ahora, cuando los necesitas, allí están, dispuestos a lo que haga falta.
Estos son los que han respondido con generosidad a tu llamada; los que no se han excusado con falsas necesidades o dificultades.
Jesús, aunque son un buen número -setenta y dos- te parecen pocos: «la mies es mucha, pero los obreros pocos».
Después de dos mil años, ¡aún queda tanto por hacer!
Países enteros que se llaman cristianos y que no conocen de Ti más que una oscura sombra de tu rostro.
Y países inmensos aún por cristianizar.
Realmente «los obreros son pocos».
¿Qué puedo hacer yo, Jesús, ante este panorama?
Para empezar, no excusarme yo el primero, preguntándote en la intimidad de mi oración: ¿qué lugar tengo en esta gran misión de anunciar la buena nueva del Evangelio?, ¿dónde te puedo servir mejor en esta mies  -en este campo- que es el mundo?
Y luego, he de rezar más: «Rogad, pues, al señor de la mies que envíe obreros a su mies».
Dios mío, llama más gente a que te sirva en esta batalla de paz, en esta siembra de amor.
«Nado hay más frío que un cristiano despreocupado de la salvación ajena. No puedes aducir tu pobreza como pretexto. La que dio sus monedas te acusará. El mismo Pedro dijo: No tengo oro ni plata. Y Pablo era tan pobre que muchas veces padecía hambre y carecía de lo necesario para vivir; Tú no puedes pretextar tu humilde origen: ellos eran también personas humildes, de modesta condición. Ni la ignorancia te servirá de excuso: ellos eran todos hombres sin letras. Seas esclavo o fugitivo, puedes cumplir lo que de ti depende. Tal fue Onésimo, y mira cuál fue su vocación. No aduzcas la enfermedad como pretexto, Timoteo estaba sometido a frecuentes achaques. Cada uno puede ser útil a su prójimo, si quiere hacer lo que puede» San Juan Crisóstomo).
2º. Tienes obligación de llegarte a los que te rodean, de sacudirles de su modorra, de abrir horizontes diferentes y amplios a su existencia aburguesada y egoísta, de complicarles santamente la vida, de hacer que se olviden de si mismos y que comprendan los problemas de los demás.
Si no, no eres buen hermano de tus hermanos los hombres, que están necesitados de ese «gaudium cum pace»  de esta alegría y esta paz, que quizá no conocen o han olvidado» (Forja 900).
Jesús, como a esos setenta y dos discípulos, también hoy llamas a los cristianos -a mí- y nos envías «como corderos en medio de lobos».
En un mundo de luchas egoístas y comportamiento oportunista -que en vez de hombres produce lobos hambrientos- Tú me muestras otro modelo: Tú mismo, que eres «el cordero de Dios».
El mundo de lobos está dominado por la astucia, la desconfianza y la traición.
Por el contrario, tu mundo es un mundo de paz: «paz a esta casa.»
Jesús, si quiero ser hijo de Dios, he de ser «hijo de paz»; promotor del entendimiento y del perdón, hermano de mis hermanos los hombres.
Ésta es precisamente la tarea del apóstol a la que me llamas: abrir horizontes diferentes y amplios a la existencia aburguesada y egoísta de los que me rodean.
Y para ello, el primero que debe cambiar soy yo, olvidándome de mí mismo para atender los problemas de los demás.

domingo, 12 de febrero de 2017

Lunes semana 6 de tiempo ordinario; año impar

Lunes de la semana 6 de tiempo ordinario; año impar

La sabiduría de Dios está en Jesús, no hay que pedir otro signo sino Él, y seguirle como camino
Entonces llegaron los fariseos, que comenzaron a discutir con él; y, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Jesús, suspirando profundamente, dijo: "¿Por qué esta generación pide un signo? Les aseguro que no se le dará ningún signo". Y dejándolos, volvió a embarcarse hacia la otra orilla” (Marcos 8,11-13).
1. Se diría que los fariseos, cuantos más milagros hace Jesús, menos aceptan creer:
-“Los fariseos se pusieron a discutir con Jesús... para probarle”... Se han bloqueado a priori. No vienen para aclarar las cosas, para discutir noblemente... sino para "tender un lazo", para "tentar". La palabra griega usada por Marcos es la misma de la tentación en el desierto: "fue tentado por Satanás" (Mc 1, 13). Quizá alguna vez podemos probar eso que Jesús ha tenido que pasar: estar rodeados de gentes que quieren perdernos, que buscan hacernos dar un paso en falso, que espían nuestros errores o imperfecciones naturales para ponerlos en evidencia. Jesús ha tenido que estar a menudo en estado de alerta, de combate, de debate interior.
-“Le pedían una "señal del cielo."” Es la misma tentación grave del desierto: "haz que estas piedras se conviertan en panes... échate abajo desde lo alto del Templo..." La misma tentación renace en la conciencia de Jesús: "¡Muestra quién eres! ¡Haz milagros! ¡Pon en obra tu poder divino! ¡Fuerza a las gentes a creer en ti!" Esta tentación, toda proporción guardada, acerca Jesús a nosotros: gracias, Señor, de haber conocido esto. "El, que siendo de condición divina no conservó codiciosamente el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo y haciéndose semejante a los hombres..." (Fil 2,5). En todo semejante menos en el pecado; también tuvo tentaciones. Y es también la misma tentación en la agonía de Getsemaní: "que se aleje de mí este cáliz"... es la tentación de rechazar la vía de la cruz como medio de Salvación, es la tentación de salvar el mundo por medios más fáciles y menos costosos: "Vamos, danos una señal del cielo". Cada vez que quisiéramos en nuestras vidas suprimir las dificultades, nos encontramos con esta misma tentación.
-“Jesús suspiró profundamente y dijo”... "suspiró" también en la curación del "sordo tartamudo" (Mc 7,34). Hay que procurar imaginar este "gemido", esta queja velada de que no entienden aún…
-“¿Por qué pide señales esta generación?” Jesús acaba de hacer unos "signos", acaba de alimentar a multitudes con 7 panes ¡y con los restos se llenaron 7 canastas! Confesemos que un tal endurecimiento del corazón, una ceguera semejante es descorazonante. "Esta generación", esta expresión, en la boca de Jesús es un término de condenación, que hace alusión a la "generación del desierto" que contestó a Dios, que puso a Dios a prueba reclamando siempre nuevas muestras de poder divino. Hace referencia pues a la incredulidad de aquellos: "cuarenta años me asqueó aquella generación... cuando me tentaron vuestros padres, a pesar de haber visto mis obras..." (Sal 95,9-10).
-"En verdad os digo que no se le dará ninguna otra señal a esta generaciónY dejándolos, se embarcó de nuevo hacia la otra ribera del lago”. Gesto de decepción. Vayamos más lejos. Jesús sufre. Tiene delante de Él unos corazones cerrados. Ni siquiera se puede discutir. Por lo tanto huyamos. Pasemos a la otra ribera (Noel Quesson).
Muchas veces pedimos señales del cielo, como probando a Dios, queriendo que atienda ese deseo de saber que podemos hacer algo grande, como decía el escritor: "Señor, en aquella rama hay un cuervo. Sé que tu majestad no puede rebajarse hasta mí. Pero necesito una señal. Ordena a ese cuervo que emprenda el vuelo. Así sabré que no estoy solo en el mundo. Y observé al pájaro. Pero siguió inmóvil. Me incline de nuevo sobre la roca. Señor, tienes razón. Tu majestad no puede ponerse a mis órdenes. Si el cuervo hubiera emprendido el vuelo, yo me sentiría triste aún, porque este signo lo habría recibido de alguien igual a mí mismo; sería el reflejo de mis deseos. Y de nuevo me habría encontrado en mi propia soledad. En aquel preciso instante, mi desolación se convirtió en una inesperada alegría" (A. de Saint-Exupery). Ante una cosa que ha ido bien por ejemplo en el tema económico, una persona esperanzada ve la mano de Dios, otra codiciosa quiere más de lo que ha recibido y no está nunca contenta. Querían los fariseos un mesías triunfalista, una victoria, algo extraordinario…
San Agustín se pregunta: “¿Por qué pide esta generación una señal?” y dice: “Aquí vemos dos cosas: por una parte las obras divinas y por otra, un hombre. Si las obras divinas no pueden ser realizadas sino por Dios, ¡presta atención y mira si acaso Dios se esconde en este hombre! Sí, ¡estate atento a lo que ves y cree lo que no ves! Aquel que te ha llamado a creer no te ha abandonado a tu suerte; incluso si te pide creer lo que no ves, no te ha dejado sin ver algo que te ayuda a creer lo que no ves. ¿La misma creación ¿es un signo débil, una manifestación débil de creador? Además, aquí lo tienes haciendo milagros. No podías ver a Dios, pero podías ver al hombre, pues Dios se hizo hombre para que sea una sola cosa aquello que tú ves y que tú crees”.
2. Con unas pinceladas, se nos muestra hoy el cuadro tenebroso de las pasiones humanas, inclinaciones torcidas que, desde el principio de la “conciencia humana”, está regando la tierra con sangre.
“Conoció el hombre a Eva, su mujer, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: «He adquirido un varón con el favor de Yahveh.»  Volvió a dar a luz, y tuvo a Abel su hermano. Fue Abel pastor de ovejas y Caín labrador.  Pasó algún tiempo, y Caín hizo a Yahveh una oblación de los frutos del suelo.  También Abel hizo una oblación de los primogénitos de su rebaño, y de la grasa de los mismos”. Abel seguramente ofrecía los mejores corderos a Dios, y Caín ofrecería a Dios los frutos podridos. El sacrificio de Abel… Lo mejor de nuestra vida ha de ser para Dios: lo mejor de nuestro tiempo, de nuestros bienes, de toda nuestra vida, incluyendo los años mejores. No podemos darle lo peor, lo que sobra, lo que no cuesta sacrificio o aquello que no necesitamos. Para el Señor toda nuestra hacienda, pero, cuando queramos hacerle una ofrenda, escojamos lo más preciado, como haríamos con una criatura de la tierra a la que estimamos mucho. Dar agranda el corazón y lo ennoblece; de la mezquindad acaba saliendo un alma envidiosa, como la de Caín, quien no soportaba la generosidad de Abel, como nos lo relata el Génesis (4, 1-5, 25) Para Ti, Señor, lo mejor de mi vida, de mi trabajo, de mis talentos, de mis bienes..., incluso de los que podría haber tenido. Para Ti mi Dios, todo lo que me has dado en la vida, sin límites, sin condiciones... Enséñame a no negarte nada, a ofrecerte siempre lo mejor  (Francisco Fernández Carvajal).
Yahveh miró propicio a Abel y su oblación, mas no miró propicio a Caín y su oblación, por lo cual se irritó Caín en gran manera y se abatió su rostro. Yahveh dijo a Caín: «¿Por qué andas irritado, y por qué se ha abatido tu rostro?¿No es cierto que si obras bien podrás alzarlo? Mas, si no obras bien, a la puerta está el pecado acechando como fiera que te codicia, y a quien tienes que dominar.» Caín, dijo a su hermano Abel: «Vamos afuera.» Y cuando estaban en el campo, se lanzó Caín contra su hermano Abel y lo mató”. Las consecuencias del pecado de Adán y Eva no se hacen esperar: se rompe la armonía de relaciones con Dios y entre los mismos seres humanos. El deterioro de la humanidad es evidente.
Yahveh dijo a Caín: «¿Dónde está tu hermano Abel? Contestó: «No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?» Replicó Yahveh: «¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo. Pues bien: maldito seas, lejos de este suelo que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano.  Aunque labres el suelo, no te dará más su fruto. Vagabundo y errante serás en la tierra.»” Matar al hermano es el pecado que más expresa el odio, la violencia, la intolerancia. Desde entonces Abel será el representante de todos los que son víctimas de la envidia y la maldad ajena. Y Caín, prototipo de los que odian y matan a su hermano.
“Entonces dijo Caín a Yahveh: «Mi culpa es demasiado grande para soportarla.  Es decir que hoy me echas de este suelo y he de esconderme de tu presencia, convertido en vagabundo errante por la tierra, y cualquiera que me encuentre me matará.» Respondióle Yahveh: «Al contrario, quienquiera que matare a Caín, lo pagará siete veces.» Y Yahveh puso una señal a Caín para que nadie que le encontrase le atacara. Adán conoció otra vez a su mujer, y ella dio a luz un hijo, al que puso por nombre Set, diciendo: «Dios me ha otorgado otro descendiente en lugar de Abel, porque le mató Caín.»  Los cainitas (o quenitas) eran un pueblo cercano al hebreo, adoradores del verdadero Dios Yahvé. Con ellos se emparentaron por ejemplo Moisés y David. Tal vez se recoge aquí alguna tradición referente a este pueblo.
Para Dios lo mejor, en el culto vemos la riqueza de nuestra adoración: “Contra los que atacan la riqueza de vasos sagrados, ornamentos y retablos, se oye la alabanza de Jesús: “Opus enim bonum operata est in me” –una buena obra ha hecho conmigo” (J. Escrivá).
3. Todos podemos desatar pasiones turbias, como nos dice el salmista: «No es por tus sacrificios por lo que te acuso: ¡están siempre ante mí tus holocaustos! Pero al impío Dios le dice: «¿Qué tienes tú que recitar mis preceptos, y tomar en tu boca mi alianza, tú que detestas la doctrina, y a tus espaldas echas mis palabras? «Te sientas, hablas contra tu hermano, deshonras al hijo de tu madre. Esto haces tú, ¿y he de callarme? ¿Es que piensas que yo soy como tú? Yo te acuso y lo expongo ante tus ojos”. Pidamos a la Virgen María la pureza de intención, que nos conceda un buen corazón, sin rabias ni rencores… donde quepa solo amor.
Llucià Pou Sabaté