miércoles, 2 de julio de 2014

Jueves semana 13 de tiempo ordinario

Jueves de la semana 13 de tiempo ordinario

Jesús en su obediencia perfecta nos consigue el perdón de nuestros pecados
«Subiendo a una barca, cruzó de nuevo el mar y vino a su ciudad. Entonces le presentaron un paralítico postrado en una camilla. Al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados. Ciertos escribas dijeron en su interior: Éste blasfema. Conociendo Jesús sus pensamientos, dijo: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: tus pecados te son perdonados, o decir: levántate y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados, dijo al paralítico: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. Él se levantó y se marchó a su casa. Al ver esto las multitudes se atemorizaron y glorificaron a Dios por haber dado tal poder a los hombres» (Mateo 9, 1-8).
1. Jesús subió a una barca, cruzó a la otra orilla y llegó a Cafarnaúm, su ciudad. Después de su viaje a territorio pagano vuelve a su país.
“-Le presentaron un paralítico echado en un catre. Viendo la fe que tenían, Jesús dijo al paralítico: "¡Animo, hijo! Se te perdonan tus pecados"”. En Marcos (2, 4) y Lucas (5, 19) vemos más detalles: la camilla bajada desde el techo después de levantar algunas tejas... Mateo va  a lo esencial, el perdón de los pecados. Hasta aquí hemos visto a Jesús curando enfermos, dominando los elementos materiales, venciendo los demonios; y he aquí que ¡también perdona los pecados! Ahora tenemos la confesión, los sacramentos… aquel día, Jesús: ¿Qué pensaste cuando por primera vez dijiste "se te perdonan tus pecados"'?
-“Entonces algunos escribas o letrados dijeron interiormente: "Este blasfema"”. Está reservado a Dios. También Dios es vulnerable, en cierta manera. Es una cuestión de amor. Porque nos ama. Dios se deja "herir" por nuestros pecados. Señor, haz que comprendamos esto mejor. Para que comprendamos mejor también el perdón que nos concedes. Pienso que Dios es feliz cuando nosotros realizamos ese proyecto de amor, y se entristece cuando nos hacemos daño con el pecado, de ahí que le ofende el pecado. Y aunque no nos importe a veces nuestro bien, podemos evitar hacernos mal porque el pecado ofende a Dios.
-“Para que veáis que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados, dijo entonces al paralítico: Ponte en pie, carga con tu catre y vete a tu casa”. Los escribas pensaban que la enfermedad estaba ligada a un pecado. Jesús denunció esa manera de ver (Jn 9, 1-41) "ni él ni sus parientes no pecaron para que se encuentre en este estado". Pero Jesús usa aquí la visibilidad de la curación corporal, perfectamente controlable, para probar esa otra curación espiritual, la del alma en estado de pecado. Los sacramentos son signos visibles que manifiestan la gracia invisible. En el sacramento de la Penitencia, el encuentro con el ministro, el diálogo de la confesión y la fórmula de absolución, son los "signos", del perdón. Hoy, uno se encuentra, a menudo con gentes que quisieran reducir esta parte exterior de los sacramentos -"¡confesarse directamente a Dios!"- De hecho, el hombre necesita signos sensibles. Y el hecho que Dios se haya encarnado es el gran Sacramento: hay que descubrir de nuevo el aspecto muy humano del sacramento. Jesús pronunció fórmulas de absolución -"tus pecados son perdonados"-, hizo gestos exteriores de curación -"levántate y vete a tu casa"-. De otro modo, ¿cómo hubiera podido saber el paralítico, que estaba realmente perdonado? Los signos del sacramento también nos dan seguridad del perdón, y paz en el alma, al confiar lo que era escondido y había que sacar fuera. Hay una necesidad de tener un “desagüadero”…
-“Al ver esto el gentío quedó sobrecogido y alababa a Dios, que da a los hombres tal autoridad”. El "poder" que Jesús acaba de ejercer... lo ha confiado a "unos hombres", en plural. Son pobres pecadores, a quienes se les había conferido ese poder, para llevar el perdón y la paz a los demás. La Iglesia es la prolongación real de la Encarnación: como Jesús es el gran Sacramento -el Signo visible-de-Dios... así la Iglesia es el gran Sacramento visible de Cristo. La Iglesia es la misericordia de Dios para los hombres (Noel Quesson).
La Iglesia, arraigo histórico de la obra de Cristo, perdona los pecados porque Cristo está verdaderamente presente en ella. Es el sacramento de salvación del hombre. La iniciativa amorosa de Dios continúa a través de los apóstoles o sus sucesores y los demás sacerdotes, que perdonan en nombre de Cristo. En este encuentro sacramental Dios se presenta al hombre que confiesa su pecado como el padre del hijo pródigo, que no piensa más que en preparar el festín familiar; en el mismo momento la Iglesia entera se hace partícipe con Dios en este perdón al reintegrar al penitente a la comunidad eclesial (Maertens-Frisque).
No hay pecado que sea imperdonable porque no hay situación de la que el hombre no pueda salir. Nadie puede descender demasiado bajo para Dios. Por muy podrido que uno esté, por mucho asco que se dé a sí mismo y a los demás, Dios puede con él. La fe, ese don o regalo que Dios da al hombre, si es auténtica, es capaz de llevarle a la conversión, a la reorientación de su vida y de su marcha hacia la felicidad, hacia la salvación. Y como para Dios el valor de un hombre no está en función de su pasado, de lo que ha hecho, sino de su futuro, de lo que puede alcanzar a ser, su pasado queda perdonado. Dios valora el futuro y perdona el pasado. Dios no juzga lo que hemos sido, sino lo que vamos a ser y por eso la muerte, el momento de la muerte, es el momento moral por excelencia, a partir del cual uno ya no puede cambiar, pero mientras hay vida hay esperanza de crecimiento, de cambio, de conversión y por tanto de perdón.
La gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad. Resulta apasionante tratar de vivir y de hacer vivir al auténtico Dios, al Dios Padre; ese Dios que la debilidad humana, demasiado a menudo, ha deformado y olvidado (Benjamín Oltra Colomer).
2. –“Dios probó a Abraham”. Nació por fin Isaac, y parece que Dios quiere pedirle el «sacrificio» supremo: sacrificar lo que hay de más amado en el mundo... según los usos de esa época primitiva en la que los padres tenían la costumbre de sacrificar a su «primogénito», en honor a su dios y para obtener sus favores. En un cierto sentido, puede decirse que Dios no ha querido nunca esa muerte. Pero de algún modo se sirvió de esa costumbre de la época para hablarnos de la fe de Abraham. Así existen quizá HOY en mi vida unas situaciones anormales y aún inhumanas, que pueden ser «recuperadas» para un bien mayor. El sufrimiento es un mal y sigue siendo un mal. Pero, en ciertas condiciones, puede ser utilizado como «prueba de la Fe» y del amor. No hay que hacer a Dios responsable de ciertas desgracias que nos suceden; y en ese sentido la expresión «Dios nos ha enviado tal cosa», es falsa. Porque Tú, Señor, sólo quieres la felicidad de tus hijos. Pero tus designios son misteriosos: algunos grandes sufrimientos son, como el sacrificio de Isaac, una cúspide hacia la que conduces de la mano a tus hijos. Me detengo a evocar las «pruebas», las mías de HOY. ¡Ayúdame a soportarlas en espíritu de Fe! Aunque no vea el final.
-“No me has negado tu hijo, tu único”. Cuando se lee esta frase pensando en Jesucristo, Tu único Hijo, toma un sentido enteramente nuevo. Es verdad. Si Abraham fue dispensado de tal prueba en tu amor paternal... Tú, oh Padre, has ido hasta el final. Esta página de la Biblia es ya el evangelio de la Cruz. Esta cúspide de la montaña es el anuncio del Calvario. El sufrimiento no es inútil si es «testimonio de un amor»: ¡no hay amor más grande que dar la vida por los que se ama! ¿Sabré, Señor, transfigurar mis pruebas dolorosas en una prueba de amor? Sin embargo, te pido, Señor, que no me anonaden. ¡Te pido, por mis hermanos que sufren, la fuerza de superar su prueba!
-“Porque tú has aceptado esto, te colmaré de bendiciones”. La alegría y la felicidad triunfan siempre... al fin. La gloria de Pascua sigue al anonadamiento del Viernes Santo. Señor, Tú finalmente quieres la felicidad así como la plena realización de tus hijos. Pero será quizá preciso que, como tu Hijo, pasen por la Cruz. Esto es difícil de comprender y duro de admitir y no obstante es el único y auténtico consuelo en las más difíciles pruebas. Es «la única luz capaz de iluminar la última prueba»: la muerte. Si la resurrección no existe, la vida no tiene sentido y la muerte es el absurdo más horrible. Gracias, Señor, por darnos a entender a través de nuestra Fe, que «colmas» luego a los que «has probado». Que el sacrificio no es más que un momento pasajero y meritorio. Que la muerte es sólo un pasaje hacia la vida (Noel Quesson).
De cuño elohísta, de profunda emotividad y densidad teológica, señala este episodio que Dios interrumpe los sacrificios humanos y proclama el “no matarás”, precisamente en el país de Moria (probable alusión a la montaña en que fue edificado el templo de Jerusalén; cf. 2 Cr 3,1), y preludia un Sacrificio que vendrá. La Carta a los Hebreos pone a Abrahán como modelo de fe y de disponibilidad ante Dios: «Por la fe, Abrahán, sometido a la prueba, presentó a Isaac como ofrenda, y el que había recibido las promesas, ofrecía a su unigénito. Pensaba que poderoso era Dios aun para resucitar de entre los muertos» (Hb 11,17-19). ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a ser fieles a Dios o a seguir a Cristo en su estilo de vida? ¿Seguimos a Cristo cuando todo va bien, o también cuando nos parece que no sale el sol y no le vemos sentido a lo que hacemos, aunque sepamos que es voluntad de Dios?; ¿le seguimos sólo a las buenas como la resurrección, o también el Viernes de la cruz, cuando la enfermedad o los fracasos o la fatiga ocultan la presencia del Señor en nuestra vida?; ¿somos capaces de salir de nuestro Ur, de la situación a la que nos habíamos acostumbrado, y de sacrificar nuestro Isaac, lo que más amamos en la vida?; ¿somos capaces de asumir la postura de Abrahán -«Dios proveerá»-, sin rebelarnos interior o exteriormente? La primera Plegaria Eucarística, al ofrecer el sacrificio de Cristo y el nuestro a Dios, dice: «acéptala (nuestra ofrenda)como aceptaste el sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe» (J. Aldazábal).
3. Si nos mostramos tan disponibles ante Dios, también nosotros tendremos descendencia numerosa y podremos decir con el salmo: «caminaré en presencia del Señor en el país de la vida... El Señor guarda a los sencillos; estando yo sin fuerzas me salvó». Pero, sobre todo, miremos a Jesús, que sí llegó hasta la muerte en su solidaridad y en su entrega, y subió al monte llevando la cruz, como Isaac la leña para el fuego, camino del monte Moría. Jesús es el modelo acabado de fidelidad, el que va por delante de todos en la fe: «corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios... No desfallezcáis faltos de ánimo» (Hb 12,1-4).
"Amo al Señor, porque escucha mi voz suplicante; porque inclina su oído hacia mí el día que lo invoco", cuando el peligro viene: “Me envolvían redes de muerte, me alcanzaron los lazos del abismo, caí en tristeza y angustia. Invoqué el nombre del Señor: «Señor, salva mi vida»”. Es la imagen de una presa que ha caído en la trampa de un cazador, y desde ese abismo trágico sale un clamor hacia el único que puede extender la mano y arrancar al orante angustiado de aquella maraña inextricable: "Señor, salva mi vida". Así los discípulos en la tempestad (cf Mt 8,25), y Pedro al hundirse (cf Mt 14,30): “El Señor es benigno y justo, nuestro Dios es compasivo”; es la confianza que siente el amor de Dios, aunque no podamos entender su manera de actuar: “el Señor guarda a los sencillos: estando yo sin fuerzas, me salvó. Arrancó mi alma de la muerte, mis ojos de las lágrimas, mis pies de la caída. Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida”. Señala Orígenes: “si uno se humilla, el Señor tiene misericordia de él y lo protege”, el que es pequeño y humilde puede recobrar la paz, la calma: "Recobra tu calma". Nuestra calma es Cristo, nuestro Dios".
Llucià Pou Sabaté


Santo Tomás, apóstol

Tomás significa "gemelo"
La tradición antigua dice que Santo Tomás Apóstol fue martirizado en la India el 3 de julio del año 72. Parece que en los últimos años de su vida estuvo evangelizando en Persia y en la India, y que allí sufrió el martirio.
De este apóstol narra el santo evangelio tres episodios.
El primero sucede cuando Jesús se dirige por última vez a Jerusalem, donde según lo anunciado, será atormentado y lo matarán. En este momento los discípulos sienten un impresionante temor acerca de los graves sucesos que pueden suceder y dicen a Jesús: "Los judíos quieren matarte y ¿vuelves allá?. Y es entonces cuando interviene Tomás, llamado Dídimo (en este tiempo muchas personas de Israel tenían dos nombres: uno en hebreo y otro en griego. Así por ej. Pedro en griego y Cefás en hebreo). Tomás, es nombre hebreo. En griego se dice "Dídimo", que significa lo mismo: el gemelo.
Cuenta San Juan (Jn. 11,16) "Tomás, llamado Dídimo, dijo a los demás: Vayamos también nosotros y muramos con Él". Aquí el apóstol demuestra su admirable valor. Un escritor llegó a decir que en esto Tomás no demostró solamente "una fe esperanzada, sino una desesperación leal". O sea: él estaba seguro de una cosa: sucediera lo que sucediera, por grave y terrible que fuera, no quería abandonar a Jesús. El valor no significa no tener temor. Si no experimentáramos miedo y temor, resultaría muy fácil hacer cualquier heroísmo. El verdadero valor se demuestra cuando se está seguro de que puede suceder lo peor, sentirse lleno de temores y terrores y sin embargo arriesgarse a hacer lo que se tiene que hacer. Y eso fue lo que hizo Tomás aquel día. Nadie tiene porque sentirse avergonzado de tener miedo y pavor, pero lo que sí nos debe avergonzar totalmente es el que a causa del temor dejemos de hacer lo que la conciencia nos dice que sí debemos hacer, Santo Tomás nos sirva de ejemplo.
La segunda intervención: sucedió en la Última Cena. Jesús les dijo a los apóstoles: "A donde Yo voy, ya sabéis el camino". Y Tomás le respondió: "Señor: no sabemos a donde vas, ¿cómo podemos saber el camino?" (Jn. 14, 15). Los apóstoles no lograban entender el camino por el cual debía transitar Jesús, porque ese camino era el de la Cruz. En ese momento ellos eran incapaces de comprender esto tan doloroso. Y entre los apóstoles había uno que jamás podía decir que entendía algo que no lograba comprender. Ese hombre era Tomás. Era demasiado sincero, y tomaba las cosas muy en serio, para decir externamente aquello que su interior no aceptaba. Tenía que estar seguro. De manera que le expresó a Jesús sus dudas y su incapacidad para entender aquello que Él les estaba diciendo.
Admirable respuesta:
Y lo maravilloso es que la pregunta de un hombre que dudaba obtuvo una de las respuestas más formidables del Hijo de Dios. Uno de las más importantes afirmaciones que hizo Jesús en toda su vida. Nadie en la religión debe avergonzarse de preguntar y buscar respuestas acerca de aquello que no entiende, porque hay una verdad sorprendente y bendita: todo el que busca encuentra.
Le dijo Jesús: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí" Ciertos santos como por ejemplo el Padre Alberione, Fundador de los Padres Paulinos, eligieron esta frase para meditarla todos los días de su vida. Porque es demasiado importante como para que se nos pueda olvidar. Esta hermosa frase nos admira y nos emociona a nosotros, pero mucho más debió impresionar a los que la escucharon por primera vez.
En esta respuesta Jesús habla de tres cosas supremamente importantes para todo israelita: el Camino, la Verdad y la Vida. Para ellos el encontrar el verdadero camino para llegar a la santidad, y lograr tener la verdad y conseguir la vida verdadera, eran cosas extraordinariamente importantes.
En sus viajes por el desierto sabían muy bien que si equivocaban el camino estaban irremediablemente perdidos, pero que si lograban viajar por el camino seguro, llegarían a su destino. Pero Jesús no sólo anuncia que les mostrará a sus discípulos cuál es el camino a seguir, sino que declara que Él mismo es el Camino, la Verdad y la Vida.
Notable diferencia: Si le preguntamos al alguien que sabe muy bien: ¿Dónde queda el hospital principal? Puede decirnos: siga 200 metros hacia el norte y 300 hacia occidente y luego suba 15 metros... Quizás logremos llegar. Quizás no. Pero si en vez de darnos eso respuesta nos dice: "Sígame, que yo voy para allá", entonces sí que vamos a llegar con toda seguridad. Es lo que hizo Jesús: No sólo nos dijo cual era el camino para llegar a la Eterna Feliz, sino que afirma solemnemente: "Yo voy para allá, síganme, que yo soy el Camino para llegar con toda seguridad". Y añade: Nadie viene al Padre sino por Mí: "O sea: que para no equivocarnos, lo mejor será siempre ser amigos de Jesús y seguir sus santos ejemplos y obedecer sus mandatos. Ese será nuestro camino, y la Verdad nos conseguirá la Vida Eterna".
El hecho más famoso de Tomás
Los creyentes recordamos siempre al apóstol Santo Tomás por su famosa duda acerca de Jesús resucitado y su admirable profesión de fe cuando vio a Cristo glorioso.
Dice San Juan (Jn. 20, 24) "En la primera aparición de Jesús resucitado a sus apóstoles no estaba con ellos Tomás. Los discípulos le decían: "Hemos visto al Señor". El les contestó: "si no veo en sus manos los agujeros de los clavos, y si no meto mis dedos en los agujeros sus clavos, y no meto mi mano en la herida de su constado, no creeré". Ocho días después estaban los discípulos reunidos y Tomás con ellos. Se presento Jesús y dijo a Tomás: "Acerca tu dedo: aquí tienes mis manos. Trae tu mano y métela en la herida de mi costado, y no seas incrédulo sino creyente". Tomás le contestó: "Señor mío y Dios mío". Jesús le dijo: "Has creído porque me has visto. Dichosos los que creen sin ver".
Parece que Tomás era pesimista por naturaleza. No le cabía la menor duda de que amaba a Jesús y se sentía muy apesadumbrado por su pasión y muerte. Quizás porque quería sufrir a solas la inmensa pena que experimentaba por la muerte de su amigo, se había retirado por un poco de tiempo del grupo. De manera que cuando Jesús se apareció la primera vez, Tomás no estaba con los demás apóstoles. Y cuando los otros le contaron que el Señor había resucitado, aquella noticia le pareció demasiado hermosa para que fuera cierta.
Tomás cometió un error al apartarse del grupo. Nadie está pero informado que el que está ausente. Separarse del grupo de los creyentes es exponerse a graves fallas y dudas de fe. Pero él tenía una gran cualidad: se negaba a creer sin más ni más, sin estar convencido, y a decir que sí creía, lo que en realidad no creía. El no apagaba las dudas diciendo que no quería tratar de ese tema. No, nunca iba a recitar el credo un loro. No era de esos que repiten maquinalmente lo que jamás han pensado y en lo que no creen. Quería estar seguro de su fe.
Y Tomás tenía otra virtud: que cuando se convencía de sus creencias las seguía hasta el final, con todas sus consecuencias. Por eso hizo es bellísima profesión de fe "Señor mío y Dios mío", y por eso se fue después a propagar el evangelio, hasta morir martirizado por proclamar su fe en Jesucristo resucitado. Preciosas dudas de Tomás que obtuvieron de Jesús aquella bella noticia: "Dichosos serán los que crean sin ver".

Jesús forma su Iglesia sobre el cimiento de los Apóstoles, no fundamentada en los méritos de los hombres sino en la Misericordia divina
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: -«Hemos visto al Señor.» Pero él les contestó: -«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo. » A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: -«Paz a vosotros.» Luego dijo a Tomás: -«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.» Contestó Tomás: -«¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo: -«¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto» (Juan 20,24-29).
1. Tomás no acepta el testimonio de los discípulos, y exige pruebas. Y éstas van en escala: “ver la señal de los clavos”, “meter el dedo en la señal de los clavos”, “meter la mano en el costado”. A Tomás no le bastan las palabras de los otros discípulos. Es necesaria la aparición de Jesús, que se presente en medio de ellos y pronuncie el saludo judío, que es su saludo pascual. Llama la atención la actitud de Jesús resucitado que ofrece a Tomás las pruebas que éste había exigido y lo que es más importante, le invita a creer. La respuesta del discípulo es realmente emotiva: su confesión personal está cargada de afecto: “Señor mío y Dios mío”. En ella manifiesta no sólo su fe en la resurrección de Jesús, sino también en su divinidad. Y con ello nos enseña que la consecuencia última de la resurrección del Mesías es el reconocimiento de su condición divina (Diario Bíblico). Santo Tomás “el incrédulo” dijo la frase más bonita dirigida a Jesús: “¡Señor mío y Dios mío!” Esta lección tan sublime sobre la verdad de Cristo, Señor siempre vivo... “con heridas”. Jesús, te reconocemos... por tus heridas. Y yo huyo de las mías… cuando Pedro se iba según cuenta una tradición, salió Jesús a su encuentro y Pedro le preguntó: “¿Dónde vas?: Quo vadis?” y Jesús contestó: “voy a Roma, a dejarme crucificar otra vez, por ti”. Pedro volvió a Roma y asumió su martirio…
«¡Con qué humildad y con qué sencillez cuentan los evangelistas hechos que ponen de manifiesto la fe floja y vacilante de los Apóstoles!
”-Para que tú y yo no perdamos la esperanza de llegar a tener la fe inconmovible y recia que luego tuvieron aquellos primeros» (J. Escrivá,Camino 581).
¡Cuántas gracias tenemos que dar por aquellos apóstoles, que nos han transmitido la fe...! Éstos siguieron el mandato del Señor: id al mundo entero, proclamad el Evangelio a todas las naciones, a toda criatura, que se entere bien la tierra.
¿Continúo yo la cadena en el anuncio evangélico o pienso que es mejor estar calladito, calladita...?
La ausencia de Tomás en el grupo apostólico cuando se apareció Jesús nos ha valido para los cristianos de todos los tiempos la confesión de fe más preciosa que existe en la Biblia: “Señor mío y Dios mío” cristificando el nombre de Dios del AT (Consuelo Ferrús). Así lo celebramos hoy, “para que tengamos vida abundante en nosotros por la fe en Jesucristo a quien Tomás reconoció como su Señor y Dios” (Oración colecta).
En estos siglos de “las luces” de la inteligencia, de que no aceptamos lo que escapa de la experimentación, la fiesta de hoy aparece como una luz verdadera, en medio de tantas lucecitas de feria. Contigo, Señor, pasamos del "si no lo veo, no lo creo" a Jesús, sólo tú tienes "palabras de vida eterna", y vemos que nos conocemos de verdad cuando nos miramos en ti, Jesús, por eso rezamos: «Señor mío y Dios mío, quítame todo aquello que me aparta de ti; Señor mío y Dios mío, dame todo aquello que me acerca a ti; Señor mío y Dios mío, sácame de mí mismo para darme enteramente a ti» (San Nicolás de Flüe).
Bienaventurados los que sin haber visto hayan creído y no seas incrédulo sino creyente”. Santo Tomás, el “gemelo”, creyó, y nos cuenta la tradición que fue martirizado en la India el 3 de julio del año 72. Parece que en los últimos años de su vida estuvo evangelizando en Persia y en la India, donde murió. Sus restos fueron traslados a Edesa.
Era valiente, pues la primera vez que sale en el Evangelio es cuando Jesús se dirige por última vez a Jerusalem, donde lo matarán. Los discípulos dicen a Jesús: "Los judíos quieren matarte y ¿vuelves allá?” Y es entonces cuando interviene Tomás (Jn 11,16): "Vayamos también nosotros y muramos con Él". No quería abandonar a Jesús, aunque muriera. Está dispuesto a arriesgarse a hacer lo que se tiene que hacer.
Lo vemos también en la Última Cena, cuando Jesús les dijo a los apóstoles: "A donde Yo voy, ya sabéis el camino". Y Tomás le respondió: "Señor: no sabemos a donde vas, ¿cómo podemos saber el camino?" (Jn 14, 15). Hombre sincero, dice lo que piensa en su sencillez. Jesús le responde: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí", frase para meditarla todos los días de nuestra vida.
Cuando queremos ir a un sitio y nos indican dónde ir (“vaya a la derecha y luego…”) podemos llegar o no, pero cuando nos dicen como respuesta: "Sígame, que yo voy para allá", entonces sí que llegamos con toda seguridad. Es lo que hizo Jesús: No sólo nos dijo cual era el camino para llegar, sino que nos lleva (almudi.org
).

El que cree, tiene una visión más clara. No puede haber contradicción entre fe y razón; las dos alas son necesarias para volar:fe y pensar. La fe no puede ir en contra de la razón. No hay una verdad religiosa y una científica. Es lógico que haya una sola verdad. Tanto razón como fe usan una potencia espiritual para pensar, la inteligencia. No piensa la fe con otra cosa. Es un complemento, un modo más alto de pensar, como las gafas dan más capacidad a una vista que no alcanza por el defecto de visión. Pero si algo parece incompatible, entre fe y razón, por ejemplo en la creación y los siete días, es que no miramos bien. "Dios no quiere hacernos científicos -nos dice Agustín- sino enseñarnos las verdades de la creación", luego deja a nuestra ciencia los modos de penetrar esos misterios. El error será si un lenguaje mítico lo tomamos como algo literal. El creyente se siente seguro –y con razón– porque está en la realidad. Los ojos de la fe nos ayudan a ver mejor.
Tomás también hace presencia en la aparición de Jesús en el lago de Tiberíades (Jn 2,1-14). Tras la Ascensión lo contemplamos en Jerusalén con los demás apóstoles. Jesús fue a buscarlo, como el pastor bueno a la oveja perdida, y volvió Tomás al rebaño, más fuerte por las pruebas pasadas. La misericordia divina, -un atributo precioso de Dios-, se convierte así en esa larga persecución de Dios al hombre a lo largo de toda la vida por medio de innumerables gracias que respetan indudablemente la libertad del hombre. No se resigna a perder a nadie. Dios no abandona a nadie, a no ser que alguien le abandone a él. Jamás desiste Dios de este compromiso, suceda lo que suceda y pase lo que pase. Es tal el amor de Dios hacia el hombre que, aun rechazado, olvidado, abandonado, blasfemado, Dios sigue llamando a las puertas del corazón una y otra vez, hasta el último momento de la vida. Este comportamiento divino se encierra en una palabra: "alianza". Dios ha hecho una alianza de amor con el hombre que él siempre respetará (Juan J. Ferrán).
2. “Hermanos: Ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois ciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios”. La carta a los Efesios presenta como cimiento de la fe a los apóstoles y profetas. Cristo Jesús es la piedra angular: él es objeto de la fe y el que la posibilita, el que nos sostiene. Los cristianos por el Bautismo nos incorporamos a este edificio que se ha ido levantando con los siglos, pasamos a formar parte de la misma familia de Dios. ¿No es extraordinario? Edificados sobre el cimiento de los apóstoles nos vamos integrando en la construcción de un templo consagrado al Señor. Si no vivimos como tales consagrados, el edificio no progresa... Esta edificio que es la Iglesia está abierta a todos judíos y gentiles, y quiere ser morada de Dios por el Espíritu. Tú y yo somos piedras vivas en este edificio: “Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular. Por él todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. Por él también vosotros os vais integrando en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu”.
3. El salmo (116) es una pequeña doxología, es decir, un “amén” o un "Gloria al Padre", y son para exaltar la alianza entre el Señor y su pueblo, como lo usa Pablo: "Los gentiles glorifican a Dios por su misericordia, como dice la Escritura: (...) Alabad al Señor todas las naciones; aclamadlo, todos los pueblos" (Rm 15,9.11).
El bien florece en muchos terrenos y, en cierta manera, puede ser orientado y dirigido hacia el único Señor y Creador, y así se han compuesto himnos en este sentido como el “Te Deum”: "A ti, oh Dios, te alabamos, a ti, Señor, te reconocemos, a ti, eterno Padre, te venera toda la creación". Se trata de dar gloria al Señor como pides tú, Jesús: "Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5,16).
Este salmo es universal, proclama la salvación para todos. Y es como el núcleo de la oración, del encuentro y diálogo vivo y personal con Dios: “Alabad al Señor, todas las naciones, aclamadlo, todos los pueblos.  / Firme es su misericordia con nosotros, su fidelidad dura por siempre”.
En un mundo tecnológico minado por un eclipse de lo sagrado, en una sociedad que se complace en cierta autosuficiencia, el testimonio del orante es como un rayo de luz en la oscuridad. San Efrén el Sirio (s. IV). En uno de sus Himnos sobre la fe, el decimocuarto, expresa el deseo de no dejar nunca de alabar a Dios, implicando también "a todos los que comprenden la verdad" divina. He aquí su testimonio: "¿Cómo puede mi arpa, Señor, dejar de alabarte? ¿Cómo podría enseñar a mi lengua la infidelidad? Tu amor me ha dado confianza en mi apuro, pero mi voluntad sigue siendo ingrata. Es justo que el hombre reconozca tu divinidad; es justo que los seres celestiales alaben tu humanidad; los seres celestiales quedaron asombrados de ver hasta qué punto te anonadaste; y los de la tierra de ver cuánto has sido exaltado".
Dice también: "Que en ti, Señor, mi boca rompa el silencio con la alabanza. Que nuestras bocas expresen la alabanza; que nuestros labios la confiesen; que tu alabanza vibre en nosotros. Dado que en nuestro Señor está injertada la raíz de nuestra fe, aunque se encuentre lejos, se halla cerca por la unión del amor. Que las raíces de nuestro amor estén unidas a él; que la plena medida de su compasión se derrame sobre nosotros" (estrofa 6).
Llucià Pou Sabaté

martes, 1 de julio de 2014

Miércoles de la semana 13 de tiempo ordinario

Miércoles de la semana 13 de tiempo ordinario

Dios quita el mal en la historia, acude en nuestra necesidad y quiere que también nosotros vivamos en el amor
«Al llegar a la otra orilla, a la región de los gadarenos, le fueron al encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, tan furiosos que nadie podía transitar por aquel camino. En ese momento se pusieron a gritar diciendo: ¿Qué tenemos que ver contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí antes de tiempo para atormentarnos? Había lejos de ellos una gran piara de cerdos que pacían. Los demonios le rogaban diciendo: Si nos expulsas, envíanos a la piara de cerdos. Les respondió: Id. Y ellos salieron y entraron en los cerdos. Entonces toda la piara corrió con ímpetu por la pendiente hacia el mar y pereció en el agua. Los porqueros huyeron y al llegar a la ciudad contaron todo, en particular lo de los endemoniados. Ante esto toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y al verle, le rogaron que se alejara de su región.» (Mateo 8, 28-34)
1. –“Desde el cementerio dos endemoniados salieron al encuentro de Jesús; eran tan peligrosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino”... Mateo cita a "dos", Marcos y Lucas "uno". Ya sabemos que son tradiciones distintas, que se respetaron como las contaron los apóstoles, y que concuerdan en la esencia: el milagro de Jesús. A orillas del lago hay unos senderos en cuesta abrupta y rocosa, con grutas y tumbas: guaridas de bandoleros y de anormales, que roban a los transeúntes... El demonio encuentra allí buena clientela.
-“Empezaron a gritar: "¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí a atormentarnos antes de tiempo?"” No sabemos la inteligencia que tienen los demonios, pero intuyen que es "antes de tiempo" porque llegará un momento, el Juicio final, cuando los demonios serán reducidos sin que tengan más influencia sobre nadie más. Jesús va a anticipar ese día con el exorcismo que hoy recordamos.
Las fuerzas del mal atacan al hombre, le desvían de su ruta normal, le impiden de realizar su camino. El mal hace su juego contra el hombre... aun cuando toma la apariencia de ser su placer o su bien. ¡Es preciso desenmascarar a Satán, "aquel que impide al hombre de pasar"!
En diálogo con Jesús, los demonios le piden ir a una piara de cerdos (animal impuro entre los judíos, prohibido, suponemos que por las enfermedades que llevaban entonces los cerdos, y que ahora están superadas): -“He aquí que la piara entera se abalanzó al lago, acantilado abajo, y murió ahogada.” La piara está territorio pagano. ¿Qué sentido tiene eso? No lo sabemos. Quizá consideran a Jesús culpable de la pérdida de una piara de cerdos, que seguramente se debió a algún fenómeno natural (J. Aldazábal). Quizá, por medio de ese gesto espectacular, hace una catequesis popular para mostrar de manera sensible que el Mal será "tragado por el mar". La Bestia del Apocalipsis (19,20), también es precipitada al "mar de fuego".
-“Los porquerizos salieron huyendo, llegaron al pueblo y lo contaron todo incluyendo lo de los endemoniados. Entonces el pueblo salió adonde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que abandonase su país”... Jesús saca los demonios de esos hombres, que están libres y felices. En cambio choca con la incomprensión de los hombres. El relato termina con la declaración de un fracaso dramático: ¡Jesús es expulsado! El camino que conduce a Dios está abierto, los demonios lo interceptan, pero los hombres se resisten a comprometerse. Señor, sana el mal uso de nuestra libertad (Noel Quesson).
En todo esto hay un sentido espiritual. Jesús, sigues ahora tu lucha contra el mal. Y nosotros, contigo. El mal que hay dentro de nosotros, el mal que hay en el mundo. Jesús, sigues siendo el más fuerte. Tanto si se trata del demonio, como de otro mal, todos tenemos experiencia de que existe el mal en nuestras vidas y, también, de nuestras pocas fuerzas para combatirlo. ¿Somos como los gerasenos, que desaprovechan la presencia del Mesías y no parecen querer que les cure de sus males?, ¿invocamos confiadamente a Jesús para que nos ayude en nuestra lucha? Haremos bien en pedirle que nos libere de las cadenas que nos atan, de los demonios que nos poseen, de las debilidades que nos impiden una marcha ágil en nuestra vida cristiana. En el Padrenuestro pedimos a Dios: «Mas líbranos del mal», que también se puede traducir «mas líbranos del malo».
Cuando vamos a comulgar, se nos recuerda que ese Pan de vida que recibimos, Jesús Resucitado, es «el que quita el pecado del mundo». Al mismo tiempo, como seguidores de Cristo, tenemos que saber ayudar a otros a liberarse de sus males. Jesús nos da a nosotros el equilibrio interior y la salud, con sus sacramentos y su palabra. Nosotros hemos de ser buenos transmisores de esa misma vida a los demás, para que alcancen su libertad interior y vivan más gozosamente su vida humana y cristiana (J. Aldazábal).
2. Abraham es mayor cuando nació su hijo Isaac. Dios es fiel. Mantiene sus promesas. La fe de Abraham, puesta a prueba tanto tiempo, no fue vana. Después de una larga espera, el plan de Dios se realiza. ¡No tienes prisa, Señor! En la historia sagrada se nos presentan toda la colección de las miserias humanas: celos, peleas… pero Dios condesciende y se pone a nuestra altura, permite todas estas cosas, porque sabe sacar de todo ello algo bueno, sabe “reciclar” de todo eso material para su obra, como hacía –imitándolo- Gaudí en sus edificios, aprovechando los rotos para recomponer sus “collages” y mosaicos y saber sacar de aquello una obra de arte.
Aquí se nos revela una idea muy pura de Dios. Un Dios que, una vez más, está atento, un Dios que escucha. Ningún sufrimiento humano, ningún grito lo deja indiferente. Ayúdanos, Señor, a parecernos a ti. ¿Oiré yo, en mi vida, las llamadas y los sufrimientos de mis hermanos?
-“No temas. ¡Arriba! Levanta al pequeño y tómalo fuertemente de la mano, porque haré de él un gran pueblo”. Actitud constante de Dios: levantar, ¡poner al hombre de pie! Volver a tener el valor y el gusto de vivir, dar un «sentido» a la vida. Te ruego, Señor, por todos los desanimados de la existencia, por todos los niños que siguen gritando en los países del hambre, por todas las madres que están al borde de la desesperación, por todos los que necesitan levantarse (Noel Quesson).
Isaac, el hijo esperado, el hijo de la promesa, llena de alegría la casa. Isaac significa «Dios sonríe» o «Dios es propicio». Este relato es distinto del que leímos hace días, de las discusiones entre Sara y Agar. Lo común es que «Dios oyó la voz del niño» (Ismael significa «Dios escucha»), que llegará a ser el padre de los ismaelitas, nómadas del desierto, y los árabes, que se refieren de buen grado a Abrahán como su padre y origen. Esta versión elohísta de la expulsión de Ismael nos muestra también que éste no quedará excluido de la protección divina. Dios «sabe escribir derecho con líneas torcidas», y aunque no forma parte de la elección especial, está llamado a convertirse en un «gran pueblo» (J. Mas Anto).
Nosotros solemos tener prisa por conseguir nuestros objetivos. Desde que Dios le prometió que tendría descendencia pasaron bastantes años, y Abrahán no perdió la esperanza. Finalmente, llegó, cuando parecía imposible. ¿Perdemos la esperanza en el porvenir de la Iglesia, de las vocaciones, en los valores de la juventud?; ¿queremos resultados a corto plazo, como si todo dependiera de nosotros, o nos fiamos de Dios, que conduce la historia a su ritmo misterioso? Otra lección que tenemos que aprender de esta página del Génesis es la amplitud de corazón. Como Dios y como Abrahán, ¿sabemos acoger a todos, tanto a Isaac como a Ismael, tanto a la libre como a la esclava?; ¿o somos mezquinos de corazón y celosos? En nuestra familia o en nuestra comunidad, ¿sabemos ceder, como Abrahán, que, una vez, dejó a su sobrino Lot escoger los mejores pastos y ahora se preocupa tanto del hijo de la esclava como del de la libre?; ¿miramos con ojos de simpatía, con ojos de Buen Pastor, también a los que en nuestra Iglesia vemos como alejados, y estamos dispuestos a descubrir los valores que también ellos tienen, y que nos pueden enseñar a nosotros? Dios está también con Ismael. ¿Quiénes somos nosotros para hacer acepción de personas? Acaba la lectura: “Dios estaba con el muchacho”.
3. El salmo parece personificar la oración de Agar y de su hijo en el desierto: “si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de su angustia”. Es una continuación del salmo que ya hemos comenzado a considerar, la bondad de Dios es grande, y la perciben los que se abren a su voluntad, los que siguen sus sendas (J. Aldazábal).
Llucià Pou Sabaté

lunes, 30 de junio de 2014

Martes de la semana 13 de tiempo ordinario

Martes de la semana 13 de tiempo ordinario

Meditaciones de la semana
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Dios parece que calla ante males del mundo, pero nos damos cuenta que acude a nuestra ayuda cuando le invocamos con fe
«Subiendo después a una barca, le siguieron sus discípulos. Y he aquí que se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero él dormía. Y se acercaron y le despertaron diciendo: ¡Señor, sálvanos que perecemos! Jesús les respondió: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, increpó a los vientos y al mar y se produjo una gran bonanza. Los hombres se admiraron y dijeron: ¿Quién es éste que hasta los vientos y el mar le obedecen?» (Mateo 8, 23-27).
1. –“Subió Jesús a la barca y sus discípulos lo siguieron”. La palabra "seguir" tiene un sentido de entrar en la barca contigo, Jesús, meterse en esa aventura divina, con plena conciencia de los riesgos y renuncias a los que hay que atenerse. Eres tú, Señor, que nos dices: "Seguidme".
-“De pronto se levantó un temporal tan fuerte que la barca desaparecía entre las olas”. A veces la cruz aparece en forma de enfermedad, o de contradicciones, fracasos o penas de todo tipo. Y da miedo. En griego dice: "He aquí que sobrevino un gran seísmo", un temporal violento que hace temblar la tierra y que en suelo firme ya resulta horroroso, pero en una frágil barquilla lo es mucho más. El Lago de Galilea tiene fama de violentas tempestades, causadas por vientos que encajonados entre las montañas soplan muy fuertes sobre el agua.
-“Y Jesús dormía”. Hay sin duda un simbolismo que quieres subrayar, Señor: en la historia del mundo, de mi vida, a veces parece que Dios calla: ¡Dios duerme!... y nos preguntamos: ¿por qué no te manifiestas, Señor, para calmar las "tempestades", en las que tu Iglesia, que el mundo, parecen próximos a naufragar? ¿Por qué, Señor no intervienes en mi vida para salvarme de tal o cual cosa?
-“Se acercaron los discípulos y lo despertaron gritándole: "Sálvanos, Señor, que nos hundimos"”. Una oración que es nuestra muchas veces: “Señor, ¡sálvame!”
-“Jesús les dijo: "¿Por qué tenéis miedo? ¡Que poca fe!"” Es la respuesta del Señor, el núcleo de este relato: la fe nos salva. Jesús, nos das confianza: "No tengáis miedo". La fe nos quita el miedo: todo irá bien. Lo mejor está siempre por llegar. De ese mal Dios sacará algo bueno, si no –como buen Padre- no hubiera permitido que pasara aquello. En la más negra noche, amanece Dios. Dios aprieta pero no ahoga. Cuando me sienta desolado, Señor, que me arrastre la fe en ti, que me sienta seguro en tus brazos, que me sepa abandonar de verdad.
-“Entonces Jesús se puso en pie, increpó a los vientos y al lago y sobrevino una gran calma. Aquellos hombres se preguntaban admirados: "¿Quién será éste que hasta el viento y el mar le obedecen?"” Señor, en tus manos está la vida y la muerte, tienes el poder creador de Dios. Todo le obedece: las enfermedades, los demonios, los elementos. No me preocuparé de nada de lo qué pasa en el mar de la vida y sus tempestades: me ocuparé de todas esas cosas, pero sabiendo que tú estás en la barca, en mi vida... en la barca de la Iglesia... que contigo estoy seguro. ¡Señor, suprime todo temor y todo miedo en mí! (Noel Quesson).
«Los problemas que antes te acogotaban te parecían altísimas cordilleras  han desaparecido por completo, se han resuelto a lo divino, como cuando el Señor mandó a los vientos y a las aguas que se calmaran. / ¡Y pensar que todavía dudabas!» (J. Escrivá,Surco 119).
Y ahora, cuando la tempestad está calmada, me admiro de tu poder como los apóstoles, que «se admiraron y dijeron: ¿Quién es éste que hasta los vientos y el mar le obedecen?»
Eres hombre y Dios, Jesús. Y al calmar el viento y el mar, muestras el poder de tu divinidad de modo que la gente se pregunta: «¿quién es éste?» Yo te confieso como el Hijo de Dios que se ha hecho hombre para que los hombres podamos ser hijos de Dios (Pablo Cardona).
Confieso que «la nave es la Iglesia, en la que Jesucristo atraviesa con los suyos el mar de esta vida, calmando las aguas de las persecuciones» (Santo Tomás).
Te pido, señor, fe para creer que tú viajas en mi barca... en la barca de la Iglesia... ver que la tempestad son los acontecimientos históricos que ponen en peligro el mundo, la iglesia, mi vida… llegar a descubrir y admirar tu presencia honda, secreta y misteriosa en mi vida. Te pido fe viva, para que mi vida esté metida en este ambiente sobrenatural que es lo más natural del diario vivir del cristiano. La visión sobrenatural no es una imaginación, sino la gran verdad de la vida humana. Quien no tenga ojos de fe, no descubrirá nunca las bellezas de la vida.
2. En este relato que tiene mucho de simbólico, a pesar de la plegaria de Abraham, Dios no encontró en Sodoma los diez justos que hubieran permitido salvar la ciudad. Dios acepta que Lot, sobrino de Abraham, se libre del castigo: -“¡Levántate! Toma a tu mujer y a tus dos hijas: no vayas a ser barrido por el castigo a la ciudad”. La destrucción de Sodoma sería por un cataclismo natural que arrasó una ciudad del valle del Jordán. Pero la leyenda cobra ahora una «significación» de Fe: el tema de la «huida de una ciudad» es un tema importante a lo largo de la Escritura. En el contexto rural que era el del conjunto del Pueblo de Israel, la «ciudad» era considerada como la estancia del mal y del pecado. Abandonar una ciudad, huir de ella, es reconocer su maldad, es «convertirse». Los hebreos serán así invitados a abandonar las ciudades monstruosas de Egipto (Éx 1,11), y luego, de Babilonia, símbolo de la perversión pagana (Is 48,20; Ap 18,4). La huida de los discípulos de Cristo fuera de Jerusalén (Mateo 24, 16-20) reviste el mismo significado. Ayúdanos, Señor, a saber «interpretar» todos los acontecimientos, todas las situaciones a la luz de la Fe. En su última Carta apostólica, el Papa Pablo VI aporta una apreciación matizada al fenómeno moderno de la urbanización. «En lugar de favorecer el encuentro fraternal y la mutua ayuda la ciudad desarrolla las discriminaciones y las indiferencias y se presta a nuevas formas de explotación y de dominio... Las fachadas esconden muchas miserias que los vecinos más próximos ignoran; y abundan otras miserias en que la dignidad del hombre falla: delincuencia, criminalidad, droga, erotismo...» El texto del Génesis se pronunciaba ya contra la ciudad de Sodoma para «poner un dique» a prácticas sexuales aberrantes.
-“Mostraste, Señor, gran misericordia conservándome la vida”. Dios quiere «salvar». Así, Señor, si todavía HOY juzgas y condenas el anonimato, la promiscuidad, la malsana incitación de nuestras Sodomas modernas, lo que siempre quieres es «salvar» más que destruir. Y esperas sin duda que los cristianos con otros muchos hombres de buena voluntad, actúen en nuestras ciudades y asuman responsabilidades a fin de inventar nuevos estilos de relaciones humanas, para que todos puedan realizarse. Señor, te ruego por...
-“La mujer de Lot miró hacia atrás y se convirtió así en columna de sal”. Aquí la leyenda surgiría por una roca de forma caprichosa, pero ahora adquiere un sentido: «no hay que mirar atrás» (Mc 13,16; Lc 9,62). «Que quien esté en el campo, no vuelva por la capa.» «El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no es apto para el Reino de Dios.» Señor, nos hablas HOY. Ayúdame a no «retroceder», a no «mirar atrás»... perdiendo la paz con victimismos, con el deseo de tomar otros derroteros en la vida… a no echar de menos lo que nos mandas dejar. De esta manera los primeros apóstoles «abandonaron las redes» para seguir a Jesús (Noel Quesson).
En la Biblia hay frases en las que Dios dice que maten, o como aquí, que manda un castigo que mata… ¿es así? No: Voy a decirlo de modo más claro: pienso que Dios no quiere el mal, y por tanto ni mata ni dice nunca que maten. La clásica expresión “Dios quiere que haya pasado esta desgracia” que se decía antes, hay que entenderla en el sentido de que Dios “permite” aquello, y su voluntad permisiva no ha cambiado con un milagro aquello. Porque Dios no permitiría nada malo si no fuera que de aquello sacará una cosa buena, por caminos que no conocemos…
3. Aquí el salmista presenta a Dios su inocencia y pureza de corazón (que viene de haber obtenido el perdón de Dios). Aunque en sentido pleno, sólo Jesús puede rezar este salmo en todo su alcance pues Él ha hecho siempre lo que agrada al Padre, y es para nosotros un estímulo en el camino de la santidad a la que estamos llamados: “Escrútame, Yahveh, ponme a prueba, pasa al crisol mi conciencia y mi corazón; está tu amor delante de mis ojos, y en tu verdad camino”. Cuando pide a Dios “sondea mis entrañas” indica lo más interior, la conciencia, por eso se añade el “corazón”. Vamos pidiendo el salmista el camino de la purificación y de la salvación, para presentarnos ante la mirada del Señor, estar con él, como nos sugiere el Evangelio y Abraham: “No juntes mi alma con los pecadores, ni mi vida con los hombres sanguinarios, que tienen en sus manos la infamia, y su diestra repleta de soborno. Yo, en cambio, camino en mi entereza; rescátame, ten piedad de mí; mi pie está firme en suelo llano; a ti, Yahveh, bendeciré en las asambleas”.

Llucià Pou Sabaté

Lunes de la semana 13 de tiempo ordinario

Lunes de la semana 13 de tiempo ordinario

Jesús nos enseña el desprendimiento, que nos da libertad de espíritu
«Viendo Jesús a la multitud que estaba a su alrededor ordenó pasar a la otra orilla. Y acercándose a él cierto escriba, le dijo: ‘Maestro, te seguiré dondequiera que vayas’. Jesús le contestó: ‘Las zorras tienen sus guaridas y los pájaros del cielo sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza’. Otro de sus discípulos le dijo: ‘Señor permíteme ir primero a enterrar a mi padre’. Jesús le respondió: ‘Sígueme y deja a los muertos enterrar a sus muertos’» (Mateo 8, 18-22).
1. Jesús, buscas la soledad… a veces me cuesta, porque confundo el trabajo con activismo. Con tu vida, me enseñas que el equilibrio humano corporal y espiritual requiere descanso, que no somos mejores por desarrollar una hiperactividad... ¿Cómo empleo mi tiempo libre, de descanso, de vacaciones?
-“Se acercó un escriba a Jesús y le dijo: "Maestro, te seguiré vayas adonde vayas"”. Es bonito ver que quieren seguirte, Señor. Me recuerdas que la vida cristiana no es solo seguir unos principios... Esto sería "moralismo". Tampoco unos dogmas... esquemas mentales... Ser cristiano es seguirte, Señor, compartir tu vida... imitarte... necesito meditar tu evangelio, tratarte, para conocerte mejor. Como tus discípulos, ir contigo y seguir tus pasos. No quiero, Señor, solamente "saber", sino "aprender" contigo.
-“Jesús respondió al escriba: "Las zorras tienen madrigueras y los pájaros, nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza...” Las personas necesitan seguridad, algo así como lo que hacen los animales, de “marcar su territorio”, lo que es suyo. Pero tú, Jesús, vives en libertad, tienes en tu madre tu hogar, y en la familia que has comenzado que es la Iglesia, y te sientes en casa dondequiera que estés: "no tengo dónde reclinar mi cabeza". Hoy te pido, Señor, no estar apegado a mis cosas, "seguirte". Sé que eso es renunciar a cosas, al excesivo confort. Que la cruz aparece como un tesoro, eso que llamamos inseguridad... ¡sin un lugar donde reclinar la cabeza! Pero, Señor, Tú nos enseñas a caminar por donde tú has ido.
-“Otro, ya discípulo, le dijo: "Señor, permíteme ir primero a enterrar a mi padre". Jesús le replicó: "Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos."” Desprendimiento de la "familia" que hay que entender en el contexto del mensaje de Jesús, de su amor a la familia y de los preceptos de atención a la familia, sino sería algo no evangélico, descarnado, y que pasa factura cuando uno abre los ojos a lo que de verdad nos dice el Señor (Noel Quesson).
2. –“Dijo el Señor a Abraham: «¡Su pecado es gravísimo!»” Señor, consideras realmente a Abraham como «Tu amigo». Le confías lo que se da en lo más íntimo de tu corazón. Eres un Dios Santo y no puedes pactar con el mal. No puedes admitir la maldad, la injusticia, la corrupción. Te desagrada el hombre perverso que quiere hacer el mal. Estás decidido a destruir el mal que va extendiéndose en la ciudad corrompida de Sodoma. Y confías tu propósito a Abraham.
Señor, ¿soy suficientemente amigo tuyo para que compartas, también conmigo, tu preocupación divina de «combatir el mal», de «hacer progresar el bien», en el mundo, en la ciudad donde habito, en la profesión en que trabajo? «¡Su pecado es gravísimo!»
-“¿No perdonarás por los cincuenta justos que hubiere en la ciudad?” Abraham intercede a favor de toda la ciudad. Ruega a Dios por esta urbe, donde «hay tanto mal», en medio de tan «poco bien». Miles de hombres malvados... y ¿quizá cincuenta hombres justos? La fe me pone «en diálogo contigo» y me introduce en el misterio de la «salvación» de la humanidad. La fe me hace ver el mundo «desde un cierto ángulo»: lo veo como un mundo que hay «que salvar». Una humanidad a la que hay que ayudar a salir del mal. La fe me hace participar de tu manera de ver, Señor. Descubro los caminos de Dios.
Creyendo en Ti, Señor, adopto tu punto de vista: en el fondo y a pesar de las apariencias ¡quieres salvar a todos los hombres! Y los que son tus amigos, como Abraham, comparten tu preocupación.
¿Qué haré, HOY, para ayudarte en tu labor de Salvador? ¿A quién puedo ayudar? «¿Me atreveré a interpelar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza?»-
Abraham se siente a sí mismo pecador. Ante el Dios Santísimo, está al lado de la humanidad pecadora y pobre amasada de frágil barro. Quizá por esto, emprende la defensa de sus hermanos: se siente solidario porque hay también mal en él.
Señor, ayúdame a no juzgar, incluso cuando «combato el mal»... pensando que yo mismo participo también de ese pecado. Necesito ser «salvado» yo primero. Mi deseo de salvar a los demás no es una superioridad orgullosa: porque yo mismo he sido beneficiado, quisiera hacer llegar a otros el mismo beneficio: tu perdón.
Que mi fe, Señor, me ayude a profundizar en mi solidaridad con el mundo pecador, que diga yo de veras «perdónanos nuestras ofensas» -insistiendo sobre el «-nos»... contándome estar entre los pecadores-.
-“¿Quizá se encuentren allí diez. - En gracia de esos diez no destruiré la ciudad.” A ese final tiende todo el relato. Ahí se revela la intención profunda de Dios: en realidad. Tú no deseas castigar sino salvar... Esto es ya el evangelio: por «un solo Justo», Jesús, ha llegado la salvación a todos los pecadores. ¡Qué misterio de bondad, Señor! Algunos justos son suficientes para salvar a toda la comunidad.
Concédeme la gracia, Señor, de ser de «los que contribuyen a salvar»... y no de los que contribuyen a merecer la desgracia... Te doy gracias, Señor Jesucristo, a Ti que has dado tu vida por nosotros. ¡Concédenos la gracia de no condenar al mundo, sino de interceder por él, como tu amigo Abraham!
HOY, en mi familia, en mi oficio o profesión, en los grupos que frecuentaré, quiero «atraer el perdón» para todos (Noel Quesson).
3. El diálogo es un regateo delicioso. Abrahán está convencido de la justicia de Dios y, a la vez, de su misericordia. Pero no se atreve a bajar del número de diez justos. Y, como no se encuentran tantos en Sodoma, cae el juicio de Dios sobre esta ciudad, como leeremos mañana.
El salmo subraya la actitud comprensiva de Dios, que va aceptando todas las rebajas que le pide Abrahán, porque lo que Dios quiere es la salvación y no la condenación de los hombres: «el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; no está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo». Rezamos de nuevo este salmo, que tan hermosamente canta el amor misericordioso de Dios (J. Aldazábal). El sacrificio pascual de Jesús lleva a coronación ese Amor: «dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia y reconoce en ella la victima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad» (Plegaria Eucarística III). Nuestra oración es eficaz a los ojos de Dios porque está apoyada en la de Jesús.
Llucià Pou Sabaté


Santos Protomártires de la santa Iglesia Romana

Acta del Martirio de los protomártires romanos
En el año 64, la cristiandad romana va a pasar literalmente por la prueba del fuego. Una clara noche de julio de dicho año, sentado en el trono imperial Nerón, un terrible incendio, propagado con inusitada violencia, destruyó durante seis días los principales barrios de la vieja Roma.
La descripción que del siniestro nos ha dejado Tácito en sus Anales, escritos unos cincuenta años después del suceso, pertenece a las páginas justamente más célebres de la literatura universal; celebridad enormemente acrecida por ser en esa página donde por primera vez una pluma pagana (y nada menos que la del historiador romano más importante) deja constancia del hecho más grande de la historia universal: el cristianismo y la muerte violenta de su fundador, Cristo:
El incendio de Roma y los mártires (Tácito, Ann., XV, 38-44)
“Siguióse un desastre, no se sabe si por obra del azar o por maquinación del emperador (pues una y otra versión tuvieron autoridad), pero sí más grave y espantoso de cuantos acontecieron a esta ciudad por violencia del fuego.
[…]
Añadióse a todo esto los gritos de las mujeres despavoridas, los ancianos y los niños; unos arrastraban a los enfermos, otros los aguardaban; gentes que se detenían, otras que se apresuraban, todo se tornaba impedimento. Y a menudo sucedía que, volviendo la vista atrás, se hallaban atacados por el fuego de lado o de frente; o que, al escapar a los barrios vecinos, alcanzados también estos por el siniestro, daban con la misma calamidad aun en parajes que creyeran alejados.
[…]
Por otra parte, nadie se atrevía a tajar el incendio, pues había fuertes grupos de hombres que, con repetidas amenazas, prohibían apagarlo, a lo que se añadían que otros, a cara descubierta, lanzaban tizones, y a gritos proclamaban estar autorizados para ello, fuera para llevar a cabo más libremente sus rapiñas, fuera que, efectivamente, se les hubiera dado semejante orden.
Nerón, que a la sazón tenía su residencia en Ancio, no volvió a la ciudad hasta que el fuego se fue acercando a su casa, por la que había unido el Palatino y los jardines de Mecenas.
[…]
Todo ello, si bien encaminado al favor popular, caía en el vacío, pues se había esparcido el rumor de que, en el momento mismo en que se abrasaba la ciudad, había él subido a la escena de su palacio y había recitado la ruina de Troya, buscando semejanza a las calamidades presentes en los desastres antiguos.
Por fin, a los seis días, se logró poner término al incendio al pie mismo del Esquilino, derribando en un vasto espacio los edificios, a fin de oponer a su continua violencia un campo raso y, por así decir, el vacío del cielo.
Aun no se había ido el miedo y vuelto la esperanza al pueblo, cuando de nuevo estalló el incendio, si bien en lugares más deshabitados de la ciudad, por lo que fueron menos las víctimas humanas, derruyéndose, en cambio, más ampliamente templos de dioses y galerías dedicadas a esparcimiento y recreo. Sobre este nuevo incendio corrieron aún peores voces, por haber estallado en los campos aurelianos de Tigelino y creerse que, por lo visto, Nerón buscaba la gloria de fundar una nueva ciudad y llamarla con su nombre.
[…]
Sea de ello lo que fuere, Nerón se aprovechó de la ruina de su ciudad y se construyó un palacio, en que no eran tanto de admirar las piedras preciosas y el oro, cosas gastadas de antiguo y hechas vulgares por el lujo, cuanto de campos y estanques, y, al modo de los desiertos, acá unos bosques, allá espacios descubiertos y panoramas.
[…]   
Tales fueron las medidas aconsejadas por la humana prudencia. Seguidamente se celebraron expiaciones a los dioses y se consultaron los libros sibilinos. Siguiendo sus indicaciones, se hicieron públicas rogativas a Vulcano, a Ceres y a Proserpina; se ofreció por las matronas un sacrificio de propiciación a Juno, primero en el Capitolio, luego junto al próximo mar, de donde se sacó agua para rociar el templo e imagen de la diosa.
Sin embargo, ni por industria humana, ni por larguezas del emperador, ni por sacrificios a los dioses, se lograba alejar la mala fama de que el incendio había sido mandado. Así pues, con el fin de extirpar el rumor, Nerón se inventó unos culpables, y ejecutó con refinadísimos tormentos a los que, aborrecidos por sus infamias, llamaba el vulgo cristianos. El autor de este nombre, Cristo, fue mandado ejecutar con el último suplicio por el procurador Poncio Pilatos durante el Imperio de Tiberio y, reprimida, por de pronto, la perniciosa superstición, irrumpió de nuevo no sólo por Judea, origen de este mal, sino por la urbe misma, a donde confluye y se celebra cuanto de atroz y vergonzoso hay por dondequiera.
Así pues, se empezó por detener a los que confesaban su fe; luego, por las indicaciones que éstos dieron, toda una ingente muchedumbre quedó convicta, no tanto del crimen del incendio, cuanto de odio al género humano. Su ejecución fue acompañada de escarnios, y así unos, cubiertos de pieles de animales, eran desgarrados por los dientes de los perros; otros, clavados en cruces, eran quemados al caer el día, a guisa de luminarias nocturnas.
Para este espectáculo, Nerón había cedido sus propios jardines y celebró unos juegos en el circo, mezclado en atuendo de auriga entre la plebe o guiando él mismo su coche. De ahí que, aun castigando a culpables y merecedores de los últimos suplicios, se les tenía lástima, pues se tenía la impresión de que no se los eliminaba por motivo de pública autoridad, sino por satisfacer la crueldad de uno solo.”
El incendio de Roma, según Suetonio  (Nero, XXXVIII)
“Mas ni a su pueblo ni a las murallas de su patria perdonó Nerón. En efecto, con achaque de serle molesta la deformidad de los viejos edificios y la estrechez y tortuosidad de las calles, prendió fuego a la ciudad tan al descubierto que varios consulares que sorprendieron a camareros suyos con estopa y teas en sus propias fincas, no se atrevieron ni a tocarlos, y algunos graneros, situados en el solar de la Casa de Oro, qué él codiciaba sobre toda ponderación, fueron derribados con máquinas de guerra y abrasados, por estar hechos con piedra de sillería. Durante seis días con sus noches duró en todo su furor el estrago, obligando a la muchedumbre a buscar cobijo en los públicos monumentos y sepulcros.
Entonces, aparte un número inmenso de casas particulares, se quemaron los palacios de los antiguos generales, adornados todavía con los trofeos e los enemigos; los templos de los dioses, que se remontaban a la época de los reyes, y otros consagrados en las guerras gálicas y púnicas, y, en fin, cuanto de precioso y memorable había sobrevivido al tiempo.
Nerón contempló el incendio desde la torre de Mecenas, y arrebatado “por la belleza”, como él decía, “de las llamas”, recitó, vestido de su famoso traje de teatro, la “Toma de Ilión”. Y para que no se le escapara tampoco esta ocasión de coger la mayor presa y botín posible, prometió retirar por su cuenta los escombros y cadáveres, con cuyo pretexto no permitió a nadie acercarse a los restos de sus bienes; y con las tributaciones, no ya sólo voluntarias, sino exigidas, dejó casi exhaustas a las provincias y a los particulares.” 
(BAC, D. RUIZ BUENO, ACTAS DE LOS MÁRTIRES, 212-225)

domingo, 29 de junio de 2014

San Pedro y San Pablo

Domingo de la semana 13 de tiempo ordinario; ciclo A

«No penséis que he venido a traer la paz a la tierra. No he venido a traer la paz sino la espada. Pues he venido a enfrentar al hombre contra su padre, y a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra. Y los enemigos del hombre serán los de su misma casa.Quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y quien ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. Quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. Quien encuentre su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, la encontrará.Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado. Quien recibe a un profeta por ser profeta obtendrá recompensa de profeta, y quien recibe a un justo por ser justo obtendrá recompensa de justo. Y todo el que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños por ser discípulo, en verdad os digo que no quedará sin recompensa.» (Mateo 10, 34-42)
1º. Jesús, intentar seguirte no es sencillo, aunque tampoco es difícil: se trata de valorar las cosas y las personas como las valoras Tú, mirar con tu mirada, tener visión sobrenatural, buscar hacer siempre tu voluntad.
Ese modo de comportarme puede chocar, a veces, con la visión humana de los que me rodean  familiares, amigos, compañeros.
Ante esas situaciones, Tú me recuerdas: «quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mi.»
No es que no tenga que querer a mis familiares o amigos, o que sólo pueda quererlos un poco.
Los he de querer con todo mi corazón.
Pero para quererles de verdad, he de obedecerte a Ti primero.
Ponerte a Ti por delante no es sólo lo mejor para mí, sino también lo mejor para ellos, aunque ahora les cueste un poco más tener que cambiar sus planes o no poder estar conmigo todo el tiempo que querrían.
Lo mismo le pasó a tus padres, Jesús, en Jerusalén, cuando les dejaste plantados porque era necesario estar primero en las cosas de tu Padre (cfr. Lucas 2, 49).
Lo que ocurre más a menudo, sin embargo, es que hacer tu voluntad choca con «mi» voluntad: mis ganas, mis ilusiones, mis «necesidades».
Por eso me recuerdas también: «Quien no toma su cruz me sigue, no es digno de mí. Quien encuentre su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, la encontrará.»
También Tú sentiste la angustia de la muerte, propia de la condición humana, en el huerto de los olivos, pero preferiste la voluntad de tu Padre a la tuya propia:«Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; pero no sea como yo quiero, sino como quieres Tú» (Mateo 26,39).
2º. «Las personas que están pendientes de sí mismas, que actúan buscando ante todo la propia satisfacción, ponen en juego su salvación eterna, y ya ahora son inevitablemente infelices y desgraciadas. Sólo quien se olvida de sí, y se entrega a Dios y a los demás -también en el matrimonio-                                      , puede ser dichoso en la tierra, con una felicidad que es preparación y anticipo del cielo» (Es Cristo que pasa.-24).
Jesús, ésta es la gran paradoja del cristianismo: para ganar la vida, hay que «perder» la vida.
Para ser feliz en esta tierra y en la vida eterna, hay que aprender a no buscar la propia felicidad de manera egoísta, como las personas que están pendientes de si mismas, que actúan buscando ante todo la propia satisfacción.
A veces cuesta, y en esos casos hay que ser fuerte y coger la cruz.
Pero, en cuanto uno descubre que el que se olvida de sí es el más dichoso en la tierra, la cruz se hace llevadera y alegre.
«El Reino de Dios no tiene precio, y sin embargo cuesta exactamente lo que tengas (...). A Pedro y a Andrés les costó el abandono de una barca y unas redes; a la viuda le costó dos moneditas de plata; a otro, un vaso de agua fresca» (San Gregorio Magno).
Jesús, que no tenga miedo a la cruz, al sacrificio, a la entrega a Dios y a los demás.
Que me dé cuenta de que nada de lo que haga por Ti «quedará sin recompensa.»
Y la recompensa es la felicidad terrena -como nadie la puede encontrar- y, además, la eterna.


San Pedro y San Pablo, apóstoles

Cristo está presente en la Iglesia, que se edifica con los cristianos, con sus vicarios los obispos, y Pedro es portavoz y tiene el poder de las llaves que Jesús le dio
En aquel tiempo, llegó Jesús a la región de Cesarea de Felipe y preguntaba a sus discípulos: -¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? Ellos contestaron: -Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas. Él les preguntó: -Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro tomó la palabra y dijo: -Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Jesús le respondió: -¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: -Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo” (Mateo 16,13-19).
1. Celebramos hoy la fiesta de estos dos Apóstoles, Pedro y Pablo, mártires de la primitiva Iglesia de Roma. La Iglesia es una casa construida sobre roca, aunque se apoya en la fragilidad de los hombres. Pero la roca es Cristo, que da hoy sus llaves a Pedro, y el poder de atar y desatar. Así, Pedro es la roca que mantiene firme a la Iglesia, el punto alrededor del cual se constituye la unidad de la comunidad. Dar las llaves significa confiar una autoridad verdadera y plena. Atar y desatar tiene el sentido de permitir y prohibir, de separar y perdonar. El Mesías tiene su vicario en la tierra con el Papa. Debilidad y gracia van unidos, porque poco después Jesús reprocha a Pedro su incomprensión de la cruz. La elección divina no es por dones naturales, es Pedro la roca sobre la cual funda Cristo la Iglesia (Bruno Maggioni).
Jesús, preguntas lo que la gente opina de ti… Yo, ¿que es lo que respondo? Tu pregunta, Señor, es la más actual, la más importante. Tu identidad, solo se descubre en la fe y el amor. Además, "nadie puede decir Jesús es Señor sino en el Espíritu Santo".
¿Quién es éste a quien obedecen el viento y el mar? ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? Sigue abierto el interrogante, para todos los hombres de todos los tiempos. ¿Y vosotros, quién decís que soy yo? La respuesta solamente puede darse desde dos puntos de vista. Pedro personifica la confesión cristiana de la fe: el Mesías, el Hijo de Dios. San Agustín se pregunta: “¿Qué es, pues, el Hijo de Dios? Como antes preguntábamos qué era Cristo y escuchamos que era el Hijo de Dios, preguntemos ahora qué es el Hijo de Dios. He aquí el Hijo de Dios: En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba en Dios y la Palabra era Dios (Jn 1)”.
Pero esta confesión cristiana "no procede de la carne ni de la sangre", es decir, no es posible llegar a través de la lógica y de la razón humana, se hace posible únicamente gracias a la revelación del Padre. Sí, la fe viene de fuera. El hombre, por muy inteligente que sea, es radicalmente incapaz de acceder a lo que es dominio misterioso de Dios. "Mi Padre te lo ha revelado."
"Y vosotros ¿quién decís que soy yo?". Este interrogante nos sitúa en el centro de la fe: y además se puede ampliar a su cuerpo místico, porque además Cristo continúa presente en la Iglesia; ésta es Cristo vivo. La respuesta de la fe es una respuesta a la Iglesia. La respuesta no es fácil.
Hoy ponemos los ojos ante dos apóstoles que son columnas de la Iglesia. El Papa de Roma, que continúa el ministerio apostólico de confirmar en la fe a los hermanos, es para nosotros, como dice el Concilio Vaticano II, "el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles" (LG 23). Jesús edificó sobre la Roca de Pedro a todos los obispos de Roma y por eso vemos en el Santo Padre la imagen cercana, segura y querida de Cristo Buen Pastor entre nosotros. La colecta -el tradicional Óbolo de San Pedro- de este último domingo de junio, destinada a sufragar los servicios pastorales de la Santa Sede, de los que salen beneficiadas todas las diócesis del mundo, es expresión de esta unidad, para colaborar con el ministerio apostólico del Papa, para rezar por él y ayudarle con nuestra limosna.
Jesús, llamas a Cefas Pedro, es decir, "roca". En el Antiguo Testamento se llama "roca" a Yavé, también a Abrahán (Is 51,1ss). Yavé es roca por su fidelidad, porque no le falla al creyente que funda en él su vida. Abrahán y Pedro sólo pueden ser roca por su fe y por su confianza en Dios. Jesús, eliges a Pedro como fundamento de tu iglesia. Quieres construir algo nuevo desde el fundamento; y el poder de la muerte no puede nada contra ella. Nos prometes que tu Iglesia sobrevivirá, no obstante las fuerzas de la destrucción y de la muerte. Poseer "las llaves" en sentido bíblico significa tener autoridad suprema en la casa, en este caso, dentro de la Iglesia. "Atar y desatar" se refiere a la potestad de interpretar auténticamente una ley o una doctrina; pero, sobre todo, a la de expulsar y admitir en la comunidad eclesial. Todo ese poder debe ejercerse con un espíritu de servicio, sin olvidar que la iglesia es de Cristo, y que el fundamento de cualquier fundamento es, en definitiva, el Señor (“Eucaristía 1987”).
2. En la primera lectura (Hch 12,1-11) Lucas presenta a Pedro viviendo una experiencia salvífica. Recuerda la salida de Egipto, y la Pasión y Resurrección de Jesús. De Pascua y de noche; con una intervención milagrosa del ángel del Señor cuando está en la cárcel, bajo custodia, probablemente en la Torre Antonia, en la misma cárcel en la que estaría preso también San Pablo con el tiempo. Pedro ha sido encadenado a sus dos guardianes, que responderían con su propia vida de la seguridad del reo. La pequeña comunidad cristiana de Jerusalén está reunida seguramente en casa de María, la madre de Marcos evangelista, en donde Jesús había celebrado la Cena con sus discípulos. Así que la oración de la comunidad acompaña a Pedro en su angustia durante toda aquella noche, a Pedro, que no supo velar en Getsemaní para acompañar a Jesús en su oración angustiada. Y Dios libró a Pedro de la expectación de los judíos y de la política de Herodes. Todo este relato de la liberación de Pedro se desarrolla con la ayuda de Dios (“Eucaristía 1976”).
Si el afligido invoca al Señor él lo escucha y lo salva de sus angustias”, "el ángel del Señor acampa cerca de sus fieles”. El Salmo 33 es un canto de acción de gracias. Son muchos los beneficios que el salmista ha recibido del Señor y se ve en la necesidad de agradecérselos. Nos recuerda el comienzo del Magníficat de María: "Bendigo al Señor en todo momento... mi alma se gloría en el Señor..." El autor invita a los humildes a que le escuchen y se alegren, y también ellos se sumen a su alabanza: "Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre". Vemos la bondad y condescendencia de Dios. Dios se inclina hacia nosotros, nos escucha, y nos responde y libra de todas nuestras ansias, de todo mal y angustia. "Yo consulté al Señor y me respondió". Por esto se exhorta: "Contempladlo y quedaréis radiantes": mirar a Dios es mirar la luz y por tanto, reflejarla (como Moisés y Esteban).
Quien camina en la luz se halla iluminado, irradia él mismo luz, luz de alegría, de confianza, de seguridad. La frente de los justos no tiene de qué avergonzarse, puede ir siempre alta. "El ángel del Señor acampa en torno a los fieles": manera poética de expresar la protección divina y su providencia. Donde los otros caen, tropiezan o se encallan, el justo lo supera sin dificultad. Es lo que llamaríamos convertir las dificultades en oportunidades. Aquello que es insoportable e inexplicable para los demás, resulta ligero y suave para él: porque el ángel del Señor está con él, lo defiende y ayuda. Lo dirá también Jesús: "Mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt 11,30).
3. Pablo nos dice (Tm 4,6-8.17-18) que entiende su muerte próxima como un sacrificio de libación que ofrece a Dios y en el que va a ser derramada su sangre, también como un retorno a la casa paterna. Juan Pablo II también decía ante su muerte: “dejadme ir a la casa del Padre”. Señor, que yo sepa también aceptar serena y confiadamente la muerte, sabiendo que se vive y se muere siempre para ti. Consciente de haber alcanzado la meta de su vida, Pablo lanza una mirada retrospectiva sobre ella y se goza como atleta que ha vencido en la carrera. Ha vivido esforzadamente y ha conseguido mantener viva y encendida la antorcha de la fe. En este momento de plenitud mira también hacia adelante y espera recibir la corona de justicia de manos del Señor. Pues el triunfo de Pablo es el triunfo del Señor, cuya fuerza se ha manifestado en medio de la debilidad y los apuros de quien le ha servido (“Eucaristía 1976”).
Llucià Pou Sabaté

sábado, 28 de junio de 2014

Inmaculado Corazón de Maria

Inmaculado Corazón de María

María es la mujer que sabe amar según el amor de Dios, a la medida del corazón de Jesús, y nos quiere con corazón de Madre
“Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua.  Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres.  Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca. Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando.» El les dijo: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?» Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio. Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón” (Lucas  2,41-51).   
1. Ayer celebrábamos la solemnidad del Corazón de Jesús, del Amor. Propio de hijos bien nacidos es que hoy, junto al Hijo, encontremos a su Madre. El Papa Pío XII, muy sensible a la celebración del amor compartido entre el Hijo y la Madre, instituyó esta fiesta el año 1944. María, que fue cauce providencial y madre privilegiada del Verbo encarnado, antes de concebir a su Hijo físicamente lo concibió por la fe y el amor. Y cuando el Hijo, concluida la obra de la redención, subió al cielo, al Padre, ella se quedó físicamente entre nosotros sin el Hijo, pero siguió poseyéndolo en fe y amor. Nosotros, si hemos sabido del amor por el costado abierto de Cristo muerto, hemos de saber también del amor sufrido por la Virgen María que en el Calvario hizo ofrenda del Hijo por nosotros al Padre. Alabemos, pues, al Hijo y a su Madre.
Hablar del corazón, y más hablar del corazón de una mujer bendita, es situarnos en un campo de esperanza. El lenguaje popular dice: "tiene un corazón de oro", "te lo digo de corazón", "es toda corazón". Corazón significa intimidad, vida interior, el motor y la raíz de la persona. En la Biblia, corazón es igual a la persona misma. El corazón de la Virgen María es representado con dos símbolos: la espada del dolor y del martirio y las llamas del amor y la ternura.
San Lucas hace dos referencias al corazón de María. Cuando los pastores ven al niño Jesús, “María guardaba todas estas cosas ponderándolas en su corazón" (Lc 2,19).El otro es el que hemos leído hoy: "...Y su madre guardaba estas cosas en su corazón", y fue luego de encontrar a Jesús en el templo, cuando dijo el Señor: "¿Por qué me buscábais? No sabíais que yo tengo que estar en lo que es de mi Padre?" María, como nosotros, has tenido que recorrer un camino de fe y de oscuridades hasta llegar a comprender que “su madre y sus hermanos son los que cumplen el designio de Dios” (Mc 3,35) y que tú estabas ahí en primer lugar por tu entrega, constante, hasta seguir la suerte del maestro hasta el final: "Estaba presente junto a la cruz de Jesús su madre..." (Jn 19,25; Servicio bíblico latinoamericano).
Madre mía, te pedimos hoy que sepamos hacer como tú, que guardabas las cosas buenas, y además las ponderabas. Gracias a eso eres consuelo para la aflicción, Madre del buen consejo, quien mejor nos puede enseñar a vivir el amor al prójimo. Puedes convertir nuestro egoísmo y amor propio en caridad y amor a Dios. Puedes quitar las nubes negras que a veces vienen a mi alma, haciéndome ver la luz de tu Hijo, puedes dar buenas inspiraciones a todos mis pensamientos, haciéndolos puros como los tuyos, puedes darme la libertad de la humildad y poder proclamaramar: “he aquí la esclava del Señor, se haga en mí según su palabra”.Contemplar hoy a Nuestra Señora es mirar el misterio del hombre desde la luz que brota de María. Y decirse devoto del Corazón de María es ser hombre o mujer de corazón misericordioso, donde habita el amor y la ternura.
Corazón es emoción, sentimiento y pasión. Sólo la palabra que sale del corazón y se dice de corazón puede llegar al corazón del otro. Lenguajes rutinarios, formalistas, abstractos no pueden ser los de un profeta porque nada dicen ni a nadie llegan. Cantar al Corazón de la Virgen María es adentrarse por el camino de la profundidad, de la contemplación, del silencio interior. Lo que guardaba y meditaba en su corazón nos señala la senda. Del hondo silencio brota la palabra insondable. "No se ve bien sino con el corazón” (El Principito). En esta fiesta, pensemos que "tener corazón" es la herencia y el regalo que nos ofrece María. Por eso suplicamos: "Danos un corazón grande para amar" (Conrado Bueno Bueno).
María, Tú supiste cuidar de Dios Hombre, hasta la edad adulta, para que creciera «en sabiduría, en edad y en gracia» (Lc 2, 52) eres modelo de todos los educadores. Especialmente eres modelo para los padres cristianos, que están llamados, en condiciones cada vez más complejas y difíciles, a ponerse al servicio del desarrollo integral de sus hijos, para que lleven una vida digna del hombre y que corresponda al proyecto de Dios (Juan Pablo II).
Gran apóstol del Inmaculado Corazón de María fue San Antonio María Claret, que fundó la Congregación de los Misioneros del Inmaculado Corazón de María. Pero es en el siglo XX, cuando alcanza su cenit con dos hechos trascendentales: las apariciones de la Virgen en Fátima y la consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María, hecha por Pío XII el año 1942, y luego Juan Pablo II en 1984, y poco después se cumplió la profecía, la caída del marxismo en Rusia. En Fátima la Virgen manifestó a los niños que Jesús quiere establecer en el mundo la devoción a su Inmaculado Corazón como medio para asegurar la salvación de muchas almas y para conservar o devolver la paz al mundo. La Beata Jacinta Marto, le dijo a Lucía: "Ya me falta poco para ir al cielo. Tú te quedarás aquí, para establecer la devoción al Corazón Inmaculado de Maria". También se lo dirá después la Virgen. Seguirán con esta devoción Pablo VI y, sobre todo Juan Pablo II, que se declara milagro de María, porque ella le salvó en su atentado. El  Corazón Inmaculado, que es, ternura y dulzura, pero, a la vez, exigencia de oración, sacrificio, penitencia, generosidad y entrega.
María es nuestra madre, y nos quiere incondicionalmente. Así como una madre se pone en segundo lugar, olvidando sus proyectos y sueños para el bien de sus hijos, así como cuando un hijo no se porta bien con su madre pero luego le pregunta si le perdona ella dice: “¿cómo no voy a perdonarte, hijo mío?, ¡si soy tu madre!” Así María nos hace ver, como las buenas madres, cómo es el amor de Dios, y su perdón. Un niño de 8 años me decía que “una madre sabe amar de manera distinta a los hijos, según sus necesidades”. Así es, le respondí con lo que yo he aprendido: “quiere más a quién más lo necesita, que hoy puede ser tu hermano más pequeño, pero mañana puedes ser tú”. Así a María le sobra corazón para atendernos a todos como si fuéramos únicos: Dios le dio Corazón de Madre para que con él amara a todos y cada uno de los hombres. Y, no sólo los de hoy, sino todos los de ayer y de mañana. Toda madre tiene amor particular a cada hijo exactamente igual que el que tiene a todos en conjunto. Y más al más desvalido, al extraviado. Madre mía, santa María, quiero entrar en tu corazón, derramar ahí las penas de mi corazón para encontrar consuelo, mis problemas y tentaciones para que como por ósmosis y en otra dimensión de nuestro ser, transformen nuestra vida, sin saber cómo y sin poderlo explicar: "Entréme donde no supe, / y quedéme no sabiendo, / toda ciencia trascendiendo. // Yo no supe dónde entraba, / Pero cuando allí me ví, / Grandes cosas entendí; / No diré lo que sentí, // Pero me quedé no sabiendo, / Toda ciencia trascendiendo" (San Juan de la Cruz). "¡Oh Dios, tú que has preparado en el Corazón de María, una digna morada al Espíritu Santo, haz que por la intercesión de su Corazón y su compañía e intimidad, lleguemos a ser templos de su gloria". Amen (Jesús Martí Ballester).
2. Isaías (61,9-11) nos adentra en el corazón de María, que desborda de gozo con el Señor. Ella es madre de la estirpe nueva: “conocerán que son la estirpe que bendijo el Señor. Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido con un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas”. La ilusión mayor de una madre es que su hijo sea feliz. Ese es el deseo del Corazón de María: que lleguemos al esplendor de la gloria a imagen de Jesús. Por eso se alegra de la salvación de sus hijos: ”Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos”.
3. También en 1Samuel (2,1.4-8) se nos desvelan los sentimientos del corazón de María: “Mi corazón se regocija por el señor, / mi poder se exalta por Dios; /mi boca se ríe de mis enemigos, / porque gozo con tu salvación”. Su acción de gracias va unida a la alegría por nuestra salvación: “los cobardes se ciñen de valor… la mujer estéril da a luz siete hijos… El Señor da la muerte y la vida, / hunde en el abismo y levanta; / da la pobreza y la riqueza, / humilla y enaltece. Él levanta del polvo al desvalido, / alza de la basura al pobre, / para hacer que se siente entre príncipes / y que herede un trono de gloria”.
Llucià Pou Sabaté


San Ireneo, obispo y mártir

Benedicto XVI presenta a San Ireneo de Lyon
miércoles, 28 marzo 2007
Queridos hermanos y hermanas:
En las catequesis sobre las grandes figuras de la Iglesia de los primeros siglos llegamos hoy a la personalidad eminente de san Ireneo de Lyon. Sus noticias biográficas nos vienen de su mismo testimonio, que nos ha llegado hasta nosotros gracias a Eusebio en el quinto libro de la «Historia eclesiástica».
Ireneo nació con toda probabilidad en Esmirna (hoy Izmir, en Turquía) entre los años 135 y 140, donde en su juventud fue alumno del obispo Policarpo, quien a su vez era discípulo del apóstol Juan. No sabemos cuándo se transfirió de Asia Menor a Galia, pero la mudanza debió coincidir con los primeros desarrollos de la comunidad cristiana de Lyon: allí, en el año 177, encontramos a Ireneo en el colegio de los presbíteros. Precisamente en ese año fue enviado a Roma para llevar una carta de la comunidad de Lyon al Papa Eleuterio. La misión romana evitó a Ireneo la persecución de Marco Aurelio, en la que cayeron al menos 48 mártires, entre los que se encontraba el mismo obispo de Lyon, Potino, de noventa años, fallecido a causa de los malos tratos en la cárcel. De este modo, a su regreso, Ireneo fue elegido obispo de la ciudad. El nuevo pastor se dedicó totalmente al ministerio episcopal, que se concluyó hacia el año 202- 203, quizá con el martirio.
Ireneo es ante todo un hombre de fe y un pastor. Del buen pastor tiene la prudencia, la riqueza de doctrina, el ardor misionero. Como escritor, busca un doble objetivo: defender la verdadera doctrina de los asaltos de los herejes, y exponer con claridad la verdad de la fe. A estos dos objetivos responden exactamente las dos obras que nos quedan de él: los cinco libros «Contra las herejías» y «La exposición de la predicación
apostólica», que puede ser considerada también como el «catecismo de la doctrina cristiana» más antiguo. En definitiva, Ireneo es el campeón de la lucha contra las herejías.
La Iglesia del siglo II estaba amenazada por la «gnosis», una doctrina que afirmaba que la fe enseñada por la Iglesia no era más que un simbolismo para los sencillos, pues no son capaces de comprender cosas difíciles; por el contrario, los iniciados, los intelectuales --se llamaban «gnósticos»-- podrían comprender lo que se escondía detrás de estos símbolos y de este modo formarían un cristianismo de élite, intelectualista.
Obviamente este cristianismo intelectualista se fragmentaba cada vez más en diferentes corrientes con pensamientos con frecuencia extraños y extravagantes, pero atrayentes para muchas personas. Un elemento común de estas diferentes corrientes era el dualismo, es decir, se negaba la fe en el único Dios Padre de todos, creador y salvador del hombre y del mundo. Para explicar el mal en el mundo, afirmaban la existencia junto al Dios bueno de un principio negativo. Este principio negativo habría producido las cosas materiales, la materia.
Arraigándose firmemente en la doctrina bíblica de la creación, Ireneo refuta el dualismo y el pesimismo gnóstico que devalúan las realidades corporales. Reivindica con decisión la originaria santidad de la materia, del cuerpo, de la carne, al igual que del espíritu. Pero su obra va mucho más allá de la confutación de la herejía: se puede decir, de hecho, que se presenta como el primer gran teólogo de la Iglesia, que creó la teología sistemática; él mismo habla del sistema de la teología, es decir, de la coherencia interna de toda la fe. En el centro de su doctrina está la cuestión de la «regla de la fe» y de su transmisión. Para Ireneo la «regla de la fe» coincide en la práctica con el «Credo» de los apóstoles, y nos da la clave para interpretar el Evangelio, para interpretar el Credo a la luz del Evangelio. El símbolo apostólico, que es una especie de síntesis del Evangelio, nos ayuda a comprender lo que quiere decir, la manera en que tenemos que leer el mismo Evangelio.
De hecho, el Evangelio predicado por Ireneo es el que recibió de Policarpo, obispo de Esmirna, y el Evangelio de Policarpo se remonta al apóstol Juan, de quien Policarpo era discípulo. De este modo, la verdadera enseñanza no es la inventada por los intelectuales, superando la fe sencilla de la Iglesia. El verdadero Evangelio es el impartido por los obispos que lo han recibido gracias a una cadena interrumpida que procede de los apóstoles. Éstos no han enseñado otra cosa que esta fe sencilla, que es también la verdadera profundidad de la revelación de Dios. De este modo, nos dice Ireneo, no hay una doctrina secreta detrás del Credo común de la Iglesia. No hay un cristianismo superior para intelectuales. La fe confesada públicamente por la Iglesia es la fe común de todos. Sólo es apostólica esta fe, procede de los apóstoles, es decir, de Jesús y de Dios.
Al adherir a esta fe transmitida públicamente por los apóstoles a sus sucesores, los cristianos tienen que observar lo que dicen los obispos, tienen que considerar específicamente la enseñanza de la Iglesia de Roma, preeminente y antiquísima. Esta Iglesia, a causa de su antigüedad, tiene la mayor apostolicidad: de hecho, tiene su origen en las columnas del colegio apostólico, Pedro y Pablo. Con la Iglesia de Roma tienen que estar en armonía todas las Iglesias, reconociendo en ella la medida de la verdadera tradición apostólica, de la única fe común de la Iglesia. Con estos argumentos, resumidos aquí de manera sumamente breve, Ireneo confuta en sus fundamentos las pretensiones de estos gnósticos, de estos intelectuales: ante todo, no poseen una verdad que sería superior a la de la fe común, pues lo que dicen no es de origen apostólico, se
lo han inventado ellos; en segundo lugar, la verdad y la salvación no son privilegio y monopolio de pocos, sino que todos las pueden alcanzar a través de la predicación de los sucesores de los apóstoles, y sobre todo del obispo de Roma. En particular, al polemizar con el carácter «secreto» de la tradición gnóstica, y al constatar sus múltiples conclusiones contradictorias entre sí, Ireneo se preocupa por ilustrar el concepto
genuino de Tradición apostólica, que podemos resumir en tres puntos.
a) La Tradición apostólica es «pública», no privada o secreta. Para Ireneo no hay duda alguna de que el contenido de la fe transmitida por la Iglesia es el recibido de los apóstoles y de Jesús, el Hijo de Dios. No hay otra enseñanza. Por tanto, a quien quiere conocer la verdadera doctrina le basta conocer «la Tradición que procede de los apóstoles y la fe anunciada a los hombres»: tradición y fe que «nos han llegado a través de la sucesión de los obispos» («Contra las herejías» 3, 3 , 3-4). De este modo, coinciden sucesión de los obispos, principio personal, Tradición apostólica y principio doctrinal.
b) La Tradición apostólica es «única». Mientras el gnosticismo se divide en numerosas sectas, la Tradición de la Iglesia es única en sus contenidos fundamentales que, como hemos visto, Ireneo llama «regula fidei» o «veritatis»: y dado que es única, crea unidad a través de los pueblos, a través de las diferentes culturas, a través de pueblos diferentes; es un contenido común como la verdad, a pesar de las diferentes lenguas y culturas. Hay una expresión preciosa de san Ireneo en el libro «Contra las herejías»: «La Iglesia que recibe esta predicación y esta fe [de los apóstoles], a pesar de estar diseminada en el mundo entero, la guarda con cuidado, como si habitase en una casa única; cree igualmente a todo esto, como quien tiene una sola alma y un mismo corazón; y predica todo esto con una sola voz, y así lo enseña y trasmite como si tuviese una sola boca. Pues si bien las lenguas en el mundo son diversas, única y siempre la misma es la fuerza de la tradición. Las iglesias que están en las Germanias no creen diversamente, ni trasmiten otra cosa las iglesias de las Hiberias, ni las que existen entre los celtas, ni las de Oriente, ni las de Egipto ni las de Libia, ni las que están en el centro del mundo» (1, 10, 1-2). Ya en ese momento, nos encontramos en el año 200, se puede ver la universalidad de la Iglesia, su catolicidad y la fuerza unificadora de la verdad, que une estas realidades tan diferentes, de Alemania a España, de Italia a Egipto y Libia, en la común verdad que nos reveló Cristo.
c) Por último, la Tradición apostólica es como él dice en griego, la lengua en la que escribió su libro, «pneumática», es decir, espiritual, guiada por el Espíritu Santo: en griego, se dice «pneuma». No se trata de una transmisión confiada a la capacidad de los hombres más o menos instruidos, sino al Espíritu de Dios, que garantiza la fidelidad de la transmisión de la fe. Esta es la «vida» de la Iglesia, que la hace siempre joven, es decir, fecunda de muchos carismas. Iglesia y Espíritu para Ireneo son inseparables: «Esta fe», leemos en el tercer libro de «Contra las herejías», «la hemos recibido de la Iglesia y la custodiamos: la fe, por obra del Espíritu de Dios, como depósito precioso custodiado en una vasija de valor rejuvenece siempre y hace rejuvenecer también a la vasija que la contiene… Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda gracia» (3, 24, 1).
Como se puede ver, Ireneo no se limita a definir el concepto de Tradición. Su tradición, la Tradición ininterrumpida, no es tradicionalismo, pues esta Tradición siempre está internamente vivificada por el Espíritu Santo, que la hace vivir de nuevo, hace que pueda ser interpretada y comprendida en la vitalidad de la Iglesia. Según su enseñanza, la fe de la Iglesia debe ser transmitida de manera que aparezca como tiene que ser, es decir, «pública», «única», «pneumática», «espiritual». A partir de cada una de estas características, se puede llegar a un fecundo discernimiento sobre la auténtica transmisión de la fe en el hoy de la Iglesia. Más en general, según la doctrina de Ireneo, la dignidad del hombre, cuerpo y alma, está firmemente anclada en la creación divina, en la imagen de Cristo y en la obra permanente de santificación de Espíritu. Esta doctrina es como una «senda maestra» para aclarar a todas las personas de buena voluntad el objeto y los confines del diálogo sobre los valores, y para dar un empuje siempre nuevo a la acción misionera de la Iglesia, a la fuerza de la verdad que es la fuente de todos los auténticos valores del mundo.