martes, 18 de junio de 2013

Martes de la XI semana (año impar): Jesús nos pide amor hacia los enemigos, y rezar por ellos

“Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mateo 5,43–48).

                1. Jesús, gracias por darnos como doctrina lo que has hecho con tu vida. Tú has amado a los enemigos, y nos enseñas a hacerlo para ser felices como tú. Después de citar las palabras del Levítico (“amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo”), añades la interpretación auténtica, no la de una letra muerta, sino la del espíritu que hay debajo de la ley: “amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen”.
                “La oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos (cf Mt 5,43-44). Transfigura al discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es cumbre de la oración cristiana; el don de la oración no puede recibirse más que en un corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado. Los mártires de ayer y de hoy dan este testimonio de Jesús. El perdón es la condición fundamental de la reconciliación  de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre sí (cf Juan Pablo II, Cart. enc. DM 14)” (Catecismo, 2844).
                Con la oración de San Francisco, te pido: “Señor, hazme un instrumento de tu paz: donde haya odio, ponga yo amor, donde haya ofensa, ponga yo perdón, donde haya discordia, ponga yo armonía, donde haya error, ponga yo verdad, donde haya duda, ponga yo la fe, donde haya desesperación, ponga yo  esperanza, donde haya tinieblas, ponga yo la luz, donde haya tristeza, ponga yo alegría.
                Oh, Señor, que no me empeñe tanto en ser consolado como en consolar, en ser comprendido,  como en comprender, en ser amado, como en amar; porque dando se recibe, olvidando se encuentra, perdonando se es perdonado, muriendo se resucita a la vida. Amén”.
                Cuentan que un importante señor gritó al director de su empresa, porque estaba enfadado en ese momento.
                 El director llegó a su casa y gritó a su esposa, acusándola de que estaba gastando demasiado, porque había un abundante almuerzo en la mesa.
                Su esposa gritó a la empleada porque rompió un plato.
                La empleada dio una patada al perro porque la hizo tropezar.
                El perro salió corriendo y mordió a una señora que pasaba por la acera, porque le cerraba el paso. Esa señora fue al hospital para ponerse la vacuna y que le curaran la herida, y gritó al joven médico, porque le dolió la vacuna al ser aplicada.
                El joven médico llegó a su casa y gritó a su madre, porque la comida no era de su agrado.
                Su madre, tolerante y un manantial de amor y perdón, acarició sus cabellos diciéndole: - "Hijo querido, prometo que mañana haré tu comida favorita. Tú trabajas mucho, estás cansado y precisas una buena noche de sueño. Voy a cambiar las sábanas de tu cama por otras bien limpias y perfumadas, para que puedas descansar en paz. Mañana te sentirás mejor". Bendijo a su hijo y abandonó la habitación, dejándolo solo con sus pensamientos...
                En ese momento, se interrumpió el círculo del odio, porque chocó con la tolerancia, la dulzura, el perdón y el amor. Si tú eres de los que ingresaron en un círculo del odio, acuérdate que puedes romperlo con tolerancia, dulzura, perdón y amor. No caigamos en el círculo del odio pensando que es imposible encontrar amor: la manera más rápida de recibir amor es darlo, hay más alegría en dar que en recibir.
                El amor lo perdemos cuando lo queremos para nosotros, es como el fuego que cuando lo extendemos nos acaricia con su calor; el amor tiene alas y no hay que encadenarlo. El amor es el don más preciado que Dios nos ha regalado, y que nos da la oportunidad de regalar. Además, cuanto más se da más nos queda porque se agranda nuestro corazón al amar, ahí está el secreto del amor.
                De nada tiene necesidad este mundo como del amor. Leía hace poco algo que nos viene muy bien para permanecer en el círculo del amor, y no caer en el del odio: el amor alienta, el odio abate; el amor sonríe, el odio gruñe; el amor atrae, el odio rechaza; el amor confía, el odio sospecha; el amor enternece, el odio enardece; el amor canta, el odio espanta; el amor tranquiliza, el odio altera; el amor guarda silencio, el odio vocifera; el amor edifica, el odio destruye; el amor siembra, el odio arranca; el amor espera, el odio desespera; el amor consuela, el odio exaspera; el amor suaviza, el odio irrita; el amor aclara, el odio confunde; el amor perdona, el odio intriga; el amor vivifica, el odio mata; el amor es dulce; el odio es amargo; el amor es pacífico; el odio es explosivo; el amor es veraz, el odio es mentiroso; el amor es luminoso, el odio es tenebroso; el amor es humilde, el odio es altanero; el amor es sumiso, el odio es jactancioso; el amor es manso, el odio es belicoso; el amor es espiritual, el odio es carnal. El amor es sublime, el odio es triste. El amor todo lo puede... No hay dificultad por muy grande que sea, que el amor no lo supere. No hay enfermedad por muy grave que sea, que el amor no la sane. No hay puerta por muy cerrada que esté, que el amor no la abra. No hay distancias por extremas que sean, que el amor no las acorte tendiendo puentes sobre ellas. No hay muro por muy alto que sea, que el amor no lo derrumbe. No hay pecado por muy grave que sea, que el amor no lo redima. No importa cuán serio sea un problema, cuán desesperada una situación, cuán grande un error, el amor tiene poder para superar todo esto. Quien es capaz de experimentar realmente el amor, puede ser la persona más feliz y más poderosa del mundo. Amar... Siempre... En cada acto, en cada pensamiento, en cada día que amanece, en cada noche que llega, hacer de la vida siempre una canción de amor...
«Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial». Hoy, Jesús, nos invitas a amar. Amar sin medida, que es la medida del Amor verdadero. Dios es Amor, «que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos». Y el hombre, chispa de Dios, ha de luchar para asemejarse a Él cada día, «para que seáis hijos de vuestro Padre celestial». ¿Dónde encontramos tu rostro, Señor? “En los otros, en el prójimo más cercano. Es muy fácil compadecerse de los niños hambrientos de Etiopía cuando los vemos por la TV, o de los inmigrantes que llegan cada día a nuestras playas. Pero, ¿y los de casa? ¿Y nuestros compañeros de trabajo? ¿Y aquella parienta lejana que está sola y que podríamos ir a hacerle un rato de compañía? Los otros, ¿cómo los tratamos? ¿Cómo los amamos? ¿Qué actos de servicio concretos tenemos con ellos cada día?
Es muy fácil amar a quien nos ama. Pero el Señor nos invita a ir más allá, porque «si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener?». ¡Amar a nuestros enemigos! Amar aquellas personas que sabemos —con certeza— que nunca nos devolverán ni el afecto, ni la sonrisa, ni aquel favor. Sencillamente porque nos ignoran. El cristiano, todo cristiano, no puede amar de manera “interesada”; no ha de dar un trozo de pan, una limosna al del semáforo. Se ha de dar él mismo. El Señor, muriéndose en la Cruz, perdona a quienes le crucifican. Ni un reproche, ni una queja, ni un mal gesto...
Amar sin esperar nada a cambio. A la hora de amar tenemos que enterrar las calculadoras. La perfección es amar sin medida. La perfección la tenemos en nuestras manos en medio del mundo, en medio de nuestras ocupaciones diarias. Haciendo lo que toca en cada momento, no lo que nos viene de gusto. La Madre de Dios, en las bodas de Caná de Galilea, se da cuenta de que los invitados no tienen vino. Y se avanza. Y le pide al Señor que haga el milagro. Pidámosle hoy el milagro de saberlo descubrir en las necesidades de los otros” (Iñaki Ballbé Turu).

2. El apóstol Pablo termina su carta con una serie de recomendaciones prácticas, entre las que figura la colecta organizada a través de las iglesias de la gentilidad en favor de los cristianos en Jerusalén. Al parecer, fue organizada por los corintios y fue aceptada por la comunidad de Jerusalén como unidad entre cristianos griegos y judíos. Pablo argumenta para ello: la imitación de Jesucristo (la moral cristiana es reproducir los hechos y los gestos de Cristo); maridos y mujeres, amos y esclavos se aman como Cristo ama a la Iglesia. También se subraya la igualdad de todas las razas, en el plano de la fe (Maertens-Frisque). El amor fraterno no queda en las nubes, se concretiza.
-“Os damos a conocer, hermanos, la gracia que Dios ha otorgado a las iglesias de Macedonia”. Esta «gracia» es haber dado de sus bienes, haber ejercido la caridad para con los hermanos más pobres. Todo es gracia. Dios ayuda. Gracia es todo aquello que hace posible compartir la vida con Dios y con los hermanos (A. Sastre).
-“Aunque probados por muchas tribulaciones, su gran alegría y su suprema pobreza han desbordado en tesoros de generosidad”... Son pobres los que han dado a otros más pobres. Encontramos aquí de nuevo las paradojas aparentemente contradictorias de la vida, según las bienaventuranzas: tribulación-alegría... pobreza-generosidad... (muerte-vida= Pascua). Ayúdanos, Señor, a transformarlo todo así, a mudar la prueba en alegría, según el misterio de tu Pascua.
-“Han contribuido espontáneamente con todos sus medios y aun más pues soy testigo de ello, y nos pedían con mucha insistencia la gracia de ayudar a los fieles de Jerusalén”. Así pues no hubo necesidad de pedirles ni de insistir... los cristianos mismos se lo proponen. Concédenos, Señor, esa espontaneidad en tu servicio.
-“Os invito a dar la prueba de vuestra caridad sincera: conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su generosidad”. Compartiendo, empobreciéndose voluntariamente -espontáneamente- se continúa lo que hizo Jesús. «El cual, siendo rico, se hizo pobre.» Es el sentido de uno de los tres votos que hacen los religiosos en la Iglesia. Pero es también el sentido de todo gesto de verdadera caridad. Con un gesto tan banal, tan a ras del suelo, como «dar dinero», prolongo la encarnación de Jesús. Antes de hacer alguna aplicación práctica empiezo primero, como Pablo, por detenerme a contemplar a «Jesús pobre», habiendo sido rico. Trato de imaginar esa pobreza de Cristo... las humillaciones, los desprecios, las incomprensiones y esta inverosímil obediencia a su condición de hombre, en que ¡seguía siendo Dios! «Él, que era de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se anonadó»... (Flp 2, 5). Este empobrecimiento no es, de otra parte, una actitud morbosa -¡la pobreza por la pobreza, como el placer de infligirse daño!: La pobreza de Jesús tiene una finalidad positiva. Se hizo pobre «por nosotros», «para enriquecernos». No es la privación en sí lo que es bueno, es bueno el compartir que ella hace posible. ¿Qué participación esperas Tú de mí, Señor? Dame el valor y la espontánea alegría de hacerlo (Noel Quesson).
3. "El Señor reina eternamente", canta el salmo como un aleluya, proclama que no nos hallamos bajo el dominio del caos o del hado; los acontecimientos no representan una mera sucesión de actos sin sentido ni meta. A partir de esta convicción se desarrolla una auténtica profesión de fe en Dios, celebrado con una especie de letanía, en la que se proclaman sus atributos de amor y bondad. Él es quien hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos. Él es quien abre los ojos a los ciegos, quien endereza a los que ya se doblan, quien ama a los justos, quien guarda a los peregrinos, quien sustenta al huérfano y a la viuda. Él es quien trastorna el camino de los malvados y reina soberano sobre todos los seres y de edad en edad. Con doce afirmaciones teológicas (número perfecto), quiere expresar la plenitud y la perfección de la acción divina. El Señor no es un soberano alejado de sus criaturas, sino que está comprometido en su historia, como Aquel que propugna la justicia, actuando en favor de los últimos, de las víctimas, de los oprimidos, de los infelices: "Bienaventurado aquel a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor su Dios". "El Señor da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos", Y dice Orígenes que es una referencia implícita a la Eucaristía: "Tenemos hambre de Cristo, y Él mismo nos dará el pan del cielo. "Danos hoy nuestro pan de cada día". Los que hablan así, tienen hambre. Los que sienten necesidad de pan, tienen hambre".

Llucià Pou Sabaté

lunes, 17 de junio de 2013

Lunes de la 11 semana del año (ciclo par): frente a la venganza, Jesús propone la misericordia y el perdón con los enemigos, pues se vence siempre con el amor y no con la violencia
“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: "Sabéis que está mandado: "Ojo por ojo, diente por diente". Pues yo os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñalo dos; a quien te pide, dale; y al que te pide prestado, no lo rehúyas"” (Mateo 5,38-42).

            1. La ley del talión fue un avance en la antigüedad, pues limitaba las venganzas. Pero tú, Jesús, nos hablas de otra dimensión. Tiene que haber justicia, pero tu solución, Jesús, no es nunca la violencia. Te entendió Gandhi, cuando dijo: “ojo por ojo... y todos acabaríamos tuertos”. Nos hablas de otra visión en la que no hay apego a las cosas materiales. Hace poco una persona superó un cáncer, y miraba atónita a sus parientes, envueltos en envidias por cosas de dinero. Ella ya había madurado, entendía lo de “poner la otra mejilla” y “dar la capa”, “acompañar dos millas al que pide una”, “dar al que pide prestado”.
            Leí esta noticia: “Cuatro años habían pasado desde la muerte de mi padre, por un accidente de coche, y aquella era la última audiencia del juicio. Mientras el juez leía la sentencia –seis meses de reclusión, con la condicional- el chico que lo mató, su mujer y el padre parecían muy deprimidos: se les veía sufrir mucho. Salimos todos de la sala, pero yo no podía irme así como así… junto a mi hermana alcancé aquellas personas y nos presentamos. Noté una actitud defensiva hacia nosotros, pero me apresuré a tranquilizarles: ‘si esto les puede alegrar los ánimos, sepa que no le guardamos rencor’, dije al que lo había atropellado, y nos dimos la mano con fuerza. Había aprendido de alguien que hemos de aprovechar la ocasión, para oír la voz de Dios dentro de nosotros. La felicidad que sentía en aquel momento ciertamente me venía de haber sabido, en aquel preciso instante, ‘aprovechar la ocasión’ para mirar al dolor del otro olvidándome de mí”.
            La vida es como un eco, recibimos lo que damos, y si volvemos bien por mal, nuestro corazón recibe ya el pago de las buenas obras. Según lo que plantamos cosechamos: quién planta flores, cosecha perfume; quién siembra trigo, cosecha pan; quién planta amor, lo recoge; quién siembra alegría, cosecha felicidad. Ser positivo vale la pena en todos los sentidos, tanto en bienestar espiritual, como también en lo corporal que es la base de lo demás, pues alarga la vida: la ciencia está trabajando en una posible relación directa entre el bienestar psicológico y la salud. Las emociones negativas, como la ira y el estrés, roban años. En cambio, las emociones positivas, como la satisfacción vital, el placer de vivir o el disfrute cotidiano... el bienestar mental es algo tan esencial que incluso alarga la vida. El sufrimiento mata; el dolor moral y las preocupaciones perjudican el organismo; la alegría de vivir, una cierta despreocupación por los problemas a base del sentido del humor, ayuda a vivir bien y más. Y la clave está en el amor.
            Jesús, pienso que en este Evangelio nos planteas un tema muy actual: nos encontramos con un pariente que tiene problemas por causa de una herencia, un colega que sufre acoso moral, por ejemplo el mobbing en el trabajo, una mujer que está oprimida por un marido machista pero quiere permanecer ahí por el bien de sus hijos... nos sirvió de ejemplo Juan Pablo II al abrazar a quien le disparó una bala para matarle, aunque no interfirió en los mecanismos de justicia. Nos sirves de ejemplo sobre todo Tú, Señor, cuando en la cruz rezas por los que te matan: “Padre, perdónales, que no saben lo que hacen”. El amor no está reñido con la misericordia y la justicia, cada uno tiene su lugar. “Queridos, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque DIOS ES AMOR. En esto se manifestó entre nosotros el amor de Dios; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero y nos envió a su Hijo como víctima de expiación por nuestros pecados” (1 Juan 4,7-19).
            2. Pablo cita de Isaías: es el “tiempo favorable” que durará hasta el día que Cristo vuelva, pues cada día es día de salvación: “éste es el tiempo oportuno, que puede ser el día de la salvación. Otra vez se oyen los silbidos del buen Pastor, con esa llamada cariñosa: ego vocavi te nomine tuo (Is 43,1). Nos llama a cada uno por nuestro nombre, con el apelativo familiar con el que nos llaman las personas que nos quieren. La ternura de Jesús, por nosotros, no cabe en palabras… Ecce nunc dies salutis, aquí está frente a nosotros, este día de salvación. La llamada del buen Pastor llega hasta nosotros: ego vocavi te nomine tuo, te he llamado a ti, por tu nombre. Hay que contestar — amor con amor se paga— diciendo: me has llamado y aquí estoy. Estoy decidido a que no pase este tiempo (…) como pasa el agua sobre las piedras, sin dejar rastro. Me dejaré empapar, transformar; me convertiré, me dirigiré de nuevo al Señor, queriéndole como El desea ser querido” (san Josemaría Escrivá).
Vienen a la memoria los versos de santa Teresa: “Nada te turbe, / nada te espante, / todo se pasa. / Dios no se muda, / la paciencia / todo lo alcanza. / Quien a Dios tiene, / nada le falta. / Sólo Dios basta”. Es famosa la versión de Taizè en canción de estas palabras, que me llegó por Internet con los siguientes comentarios, muy suculentos: “Hay demasiados ruidos en ti... escucha en lo profundo de tu ser... Hay demasiadas preocupaciones en tu mente... y demasiado peso en tu corazón... quédate a solas... entra en tu aposento… El Señor está aquí y te llama… te ama y te espera... Quédate en silencio delante del Señor… Olvida tus palabras, olvida tus recuerdos, tus peticiones, tus proyectos; mírale, escúchale sin que tus voces interiores te distraigan. Quédate en paz ante Él, abandona en Él toda turbación, todo cuidado, toda preocupación, olvídalo todo. Quédate sin ataduras, libre de tus deseos, pobre como la madera muerta en invierno, vacío de todo cuanto no sea Él. Quédate solo, sin nadie más en tu corazón, que ninguna criatura se interponga entre vuestras miradas. Quédate sin quejas, sin estorbos, sin huéspedes extraños, sin nada que no sea Él. Quédate entero, sin más recuerdo que Dios, sin buscar consuelos humanos, sepultado con Él y en Él, desapareciendo tú para hacerte don en su corazón. Quédate sin tristezas, sin resentimientos, sin orgullo, sin falsas imágenes de ti mismo. Quédate a la escucha de su Palabra, hazte Palabra y Voluntad suya. Quédate sin poderes, sin privilegios, sin honores, sin ídolos, y deja a Dios ser Dios. Quédate en adoración tan profunda que nada altere esa atención, que ni penas ni goces quebranten ese abandono... Quédate en silencio delante del Señor, desaparece tú y que sólo Él sea en ti. Quédate en silencio... Quédate... “Quédate en silencio delante del Señor...” (Salmo 37, 7)”.
Así lo dice también El peregrino ruso cuando le aconsejan: “—Siéntate solo y en silencio. Inclina la cabeza, cierra los ojos, respira dulcemente e imagínate que estás mirando a tu corazón. Dirige al corazón todos los pensamientos de tu alma. Respira y di: Jesús mío, ten misericordia de mí. Dilo moviendo dulcemente los labios y dilo en el fondo de tu alma. Procura alejar todo otro pensamiento. Permanece tranquilo, ten paciencia y repítelo con la mayor frecuencia que te sea posible…”. Él lo hace, pero señala: “comencé a aburrirme… una densa nube de extraños pensamientos me envolvió”, y se le dice que insista pues en esta “guerra del mundo de las tinieblas contra ti, nada aborrece tanto como el recogimiento interior, por eso procura distraerte e impedir que aprendas a orar interiormente. Pero el enemigo sólo puede hacer lo que Dios le permite y Dios sólo le permite lo que es necesario... —repite sólo…: Jesús mío, ten misericordia de mí... después de cierto tiempo también tu corazón se abrirá a la oración…” Y el peregrino es paciente y encuentra esa paz inalterable de quien no vive de fatuidades: “desde entonces camino sin cesar y rezo ininterrumpidamente la oración de Jesús, que es para mí más preciosa y más dulce que todas las cosas del mundo. A veces ando hasta 70 km en un día y no me siento cansado… si alguno me hiere, me basta pensar: ‘¡qué dulce es la oración de Jesús!’, para que la ofensa y el resentimiento se alejen y sean olvidados. He llegado casi a la insensibilidad; no tengo preocupaciones, no tengo deseos…”, quien vive de amor desea sólo sembrar de paz y alegría los corazones.
-“Como cooperadores de Dios os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios”... Debió de ser para Pablo un gran gozo, una muy útil certeza el pensar que cooperaba con Dios. Mi experiencia ni coincide a menudo con la de Pablo, y, sin embargo... Pensando en mis trabajos de HOY, trato de considerarlos como una cooperación, como un «trabajo con» alguien, contigo, Señor. ¿Es verdad, Señor, que la gracia que nos otorgas puede resultar vana? Aplico esta consideración a mi vida... Y concretamente te pido perdón. -Ahora bien, éste es ahora el momento favorable. Los profetas del Antiguo Testamento hablaban así. Anunciaban el momento de la prueba «decisiva», la que no se volverá a presentar: una ocasión única que hay que saber aprovechar para convertirse. ¿Cuál es esta llamada para mí? Lo que nos permite presentarnos como verdaderos ministros de Dios es nuestra vida entera: perseverancia... angustias... dificultades... cárcel... refriegas.. fatigas... noches sin sueño... días sin comer... castidad... conocimiento de Dios... paciencia... bondad... dones del Espíritu... amor sincero... lealtad en la palabra... poder que procede de Dios... Estos son los signos que nos presenta Pablo de la verdad de su ministerio, de su fidelidad a Dios. Es la imagen que nos da Isaías del Servidor sufriente. Es también la imagen de Jesús. Es la imagen de la vida de Pablo. ¿Es algo la mía? ¿Cuál es mi grado de fidelidad a Dios? ¿Cuál es mi capacidad de superar las pruebas? En gloria y en desprecio... en calumnia y en buena fama...
-“Tenidos por impostores, siendo veraces... Como desconocidos aunque bien conocidos.. Tenidos por muertos, estando vivos... Castigados, pero no condenados a muerte... Como tristes, pero siempre alegres... Como pobres, aunque enriquecemos a muchos... Como los que nada tienen, aunque todo lo poseemos”. Esas antítesis ponen de manifiesto el contraste entre el aspecto exterior del apóstol y la realidad interior. Aparentemente ¡todo parece perdido! Pero, ¡qué confianza en lo hondo de sí mismo! ¡Qué alegría! Es una especie de re-edición de las Bienaventuranzas: Jesús había dicho ya: «Felices... los que lloran», «Felices... los pobres». Y Pablo lo repite a su manera mediante su propia vida. No, no puede decirse que la vida cristiana sea una vida fácil. Pero no es una vida triste. La insistencia está claramente puesta en la segunda parte de cada una de esas frases, la parte positiva: «estamos vivos... estamos siempre alegres... lo poseemos todo...». De igual manera que la insistencia de Jesús en las Bienaventuranzas, se ponía sobre la primera palabra: «felices»... Quizá el sentido profundo de la cruz es ser el triunfo del valor, del amor, sobre todo lo que puede afectar nuestras fuerzas vivas (Noel Quesson).
3. Cantad a Yahveh un canto nuevo, porque ha hecho maravillas; victoria le ha dado su diestra y su brazo santo”. El salmo es un himno al Señor rey del universo y de la historia, "cántico nuevo" (perfecto, pleno, solemne, acompañado con música de fiesta) alabando a Dios porque su "diestra" nos proteje, su "santo brazo" (recuerdo del éxodo, liberación de la esclavitud de Egipto).
Yahveh ha dado a conocer su salvación, a los ojos de las naciones ha revelado su justicia; se ha acordado de su amor y su lealtad para con la casa de Israel. Todos los confines de la tierra han visto la salvación de nuestro Dios”: alabamos las perfecciones divinas de la "misericordia" y "fidelidad", signos de salvación para todos sin distinción. Dios salva a su pueblo y todas las naciones se admiran. Dios realiza la salvación en Cristo, hijo de Israel, el Evangelio "es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego", es decir del pagano (Rm 1,16). Ahora "todos los confines de la tierra" no sólo "han contemplado la salvación de nuestro Dios", sino que la han recibido: “¡Aclamad a Yahveh, toda la tierra, estallad, gritad de gozo y salmodiad!”
Llucià Pou Sabaté


sábado, 15 de junio de 2013

Sábado de la semana 10ª del tiempo ordinario (impar): somos auténticos, cuando estamos con la Verdad, el Señor nos llama y podemos decirle que sí

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No jurarás en falso” y “Cumplirás tus votos al Señor”. Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo. A vosotros os basta decir “sí” o “no”. Lo que pasa de ahí viene del Maligno” (Mateo 5,33-37).

1. Hoy, Jesús, nos muestras tu tercera antítesis del sermón de la montaña relativa a la ley del juramento y a la del talión. Vas más allá que la ley judía cuando prohíbe la mentira en todas las circunstancias, haciendo así inútil el juramento. En realidad, el juramento sacraliza la palabra humana relacionándola con un poder exterior, en la mayoría de los casos divino. Cuando recomiendas la renuncia al juramento, tú Señor nos hablas de lealtad y objetividad en sí misma sin tener que someterse a tutelas exteriores. Y si Dios está presente en la palabra humana, no lo es tanto por la invocación de su nombre como por la fuente misma de la sinceridad del hombre. No quieres un hombre esclavizado; lo quiere erguido y fiel a sí mismo (Maertens-Frisque).
Se ha dicho: -"No jurarás en falso" y "cumplirás tus votos al Señor". Es el "¡no dirás falso testimonio, ni mentirás!" La Ley antigua prohibía los juramentos falsos, esto es "tomar a Dios por testigo" para sostener falsedades. Y tú, Señor, dices: “-Pues bien, Yo os digo ¡que no juréis en absoluto!” La ley, interiorizada, nos manda decir siempre la verdad.
-“Que vuestro "sí" sea un sí y vuestro "no" un no, lo que pasa de ahí es cosa del Maligno”. Dios es verdad. Satán es mentira. ¡He aquí lo que ve Jesús! (Noel Quesson). Jesús, nos invitas a vivir la veracidad en toda ocasión, a conformar nuestro pensamiento, nuestras palabras y nuestras obras a la verdad. “Y la verdad, ¿qué es? Es la gran pregunta, que ya vemos formulada en el Evangelio por boca de Pilato, en el juicio contra Jesús, y a la que tantos pensadores a lo largo de los tiempos han procurado dar respuesta. Dios es la Verdad” (Jordi Pascual). Quien vive agradando a Dios, cumpliendo sus Mandamientos, vive en la Verdad. Dice el santo Cura de Ars: «La razón de que tan pocos cristianos obren con la exclusiva intención de agradar a Dios es porque la mayor parte de ellos se encuentran sometidos a la más espantosa ignorancia. Dios mío, ¡cuántas buenas obras se pierden para el Cielo!». Hay que pensar en ello.
Nos conviene formarnos, leer el Evangelio y el Catecismo. Después, vivir según lo que hemos aprendido.

2. –“Hermanos, el amor de Cristo nos apremia, cuando pensamos que uno solo murió por todos”. Todo empieza y termina aquí: amar a alguien, amar apasionadamente a Cristo. La imagen es fuerte: Pablo se acuerda a menudo del camino de Damasco, donde fue literalmente «atrapado». ¡Cuán lejos estoy, yo, de esta pasión! ¡Cuán fría es mi fe! ¡Haznos descubrirte, Señor! ¡Apodérate de nosotros! Que comprenda al fin que «has muerto por mí», que has «dado tu vida» porque nos amas.
La urgencia de la caridad de Cristo es como un arranque que abarca tanto el amor que Cristo nos tiene como el de la correspondencia a Cristo. Es un amor profundo, que tiene "urgencia" y que no quitar la libertad, y ayuda a no vivir según la "carne", sino como "criatura nueva".
-“Cristo murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven sino para aquel que murió y resucitó por ellos”. Estas palabras han sido incluidas en una de las nuevas «plegarias eucarísticas» de la misa. Es una de las verdades esenciales de nuestra Fe. Es uno de los sentidos esenciales de la misa y cada vez, una de sus funciones en nosotros. El hombre no es un ser para vivir «para sí»... el hombre es un ser «para los demás». Así lo hizo Cristo. Muerto por amor. Muerto para todos. Cristo murió para liberarnos de «vivir para nosotros mismos»: para que «no vivan para sí los que viven»... a fin de permitirnos que nosotros amemos así y entreguemos nuestra vida. ¿Qué haré HOY en ese sentido?
El hombre no fue hecho solamente para amar a sus hermanos de la tierra, fue hecho también para amar a Dios, para amar «a aquel que murió y resucitó por él». ¿Has muerto por mí, Señor? ¿Cómo permanecería yo indiferente?
-“En adelante, no conocemos ya a nadie de una manera exclusivamente humana”. El texto griego dice: «no conocemos ya a nadie según la carne». «La carne», para Pablo, es «el hombre-sin-Dios», el hombre encerrado en su humanidad, el hombre encarcelado, seccionado de Dios. Dicho de otro modo, para nosotros cristianos todo ha cambiado en nuestras relaciones con los demás: no conocemos ya a nadie como si Dios no existiera... los vínculos humanos son diferentes, ya no son dictados solamente «según la carne». Adoptando el corazón infinito de Dios, se establece un nuevo estilo de relaciones. Conocen a los demás «a la manera de Dios». Amar como El.
-“Si alguien está "en Cristo Jesús", es una nueva criatura. El mundo viejo pasó, un mundo nuevo ha nacido ya”. Podemos saborear esas palabras divinas. Todo es nuevo. Dios rejuvenece todas las cosas, lo renueva todo. Gracias.
Se tiene la impresión de que san Pablo es consciente de estar participando en el «alba de un mundo nuevo»: es una nueva creación del hombre, ¡como si Dios creara de nuevo al hombre! Y el apóstol trabaja con Dios en esa re-«creación». Desde mi lugar, ¿participaré también en ella?
Proclama Pablo el ministerio de la reconciliación, que parte de la nueva creación que Cristo ha hecho, fruto de su muerte sacrificial, alianza nueva del Cordero pascual, Siervo doliente que hace el "sacrificio por el pecado", con valor expiatorio, acto litúrgico que sustituye definitivamente a la economía del templo. La Eucaristía es el punto en donde la embajada de la reconciliación realiza su misión (liturgia de la Palabra), el punto en que la reconciliación del mundo con Dios está incluida en el memorial de la cruz, el punto, en fin, en que cada uno de los participantes se apropia, a través de una aceptación significada, en la comunión, la reconciliación operada en beneficio de todos (Maertens-Frisque):
-“Todo esto proviene de Dios, que nos reconcilió consigo, y nos confió el ministerio de trabajar para esa reconciliación. Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo. Somos pues embajadores de Cristo, como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros diciendo: dejaos reconciliar con Dios”. Creación nueva. Alianza nueva. Reconciliación universal. Amor. ¡Ah Señor, queda mucho trabajo a hacer en el taller del mundo! ¡Cuántos seres destrozados, cuántas rupturas, cuántas relaciones insatisfactorias, cuántas «reconciliaciones» a llevar a cabo: de hombre a hombre, de grupo a grupo... y de hombre a Dios! (Noel Quesson).
Es el papel hermoso de la Iglesia en el mundo: reconciliar a los hombres con Dios y entre sí. Los cristianos estamos agradecidos por haber sido reconciliados por Cristo y haber sido hechos, por tanto, «criaturas nuevas», para que -como dice la Plegaria Eucarística IV del Misal, copiando el pensamiento de Pablo- «no vivamos ya para nosotros mismos, sino para él, que por nosotros murió y resucitó».
Al mismo tiempo, nos sentimos convocados a servir de mediadores en la reconciliación de todos con Dios. Aunque esta mediación la ejerce la Iglesia sobre todo por sus ministros y pastores, es toda la comunidad la reconciliadora: «Toda la Iglesia, como pueblo sacerdotal, actúa de diversas maneras al ejercer la tarea de reconciliación que le ha sido confiada por Dios:
- no sólo llama a la penitencia por la predicación de la Palabra de Dios,
- sino que también intercede por los pecadores
- y ayuda al penitente con atención y solicitud maternal, para que reconozca y confiese sus pecados y así alcance la misericordia de Dios, ya que sólo él puede perdonar los pecados.
- Pero, además, la misma Iglesia ha sido constituida instrumento de conversión y absolución del penitente
- por el ministerio entregado por Cristo a los apóstoles y a sus sucesores» (Ritual de la Penitencia, n.8).
La Iglesia va repitiendo desde hace dos mil años: «en nombre de Cristo, os pedimos que os reconciliéis con Dios». Deberíamos sentirnos orgullosos de este encargo como Pablo: «nosotros actuamos como enviados de Cristo y es como si Dios mismo os exhortara por medio nuestro». Y eso, tanto a la hora de aprovechar nosotros mismos este don de Cristo -sobre todo en el sacramento de la Penitencia-, como a la de comunicar a los demás la buena noticia del amor misericordioso de Dios.
Después de participar en la Eucaristía, que es comunión con el Cristo que quita el pecado del mundo y se ha entregado para reconciliarnos con Dios, ¿somos signos creíbles de su amor en la vida de cada día?, ¿somos personas que concilian y reconcilian, que ayudan a otros a conectar con Dios?, ¿de veras «nos apremia el amor de Cristo»?

3. Después de la comunión, podríamos rezar lentamente, por nuestra cuenta, el salmo de hoy, un canto entrañable al amor de Dios (uno de los que más veces aparece en nuestras Eucaristías como responsorial): «el Señor es compasivo y misericordioso... él perdona todas tus culpas...».
Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios”: Es la acción de gracias porque el Señor ha devuelto la salud y librado de la muerte. La manifestación de los sentimientos más íntimos del salmista y el amor de Dios a su pueblo volvemos a encontrarlos en el sal 108, y es esta bendición por tantos motivos (por lo que Dios ha hecho con el salmista, cómo ha manifestado su justicia, perdonando a su pueblo, actuando como un padre con sus fieles, reinando desde el cielo)… “Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura”. Es la paz de la reconciliación que nos ganó Jesús: “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; no está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo”. Queremos proclamar hoy su bondad: “Como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre sus fieles; como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos”. En el himno bendición del comienzo de la carta a los Efesios, donde se alaba a Dios en Cristo, se completa cuanto aquí proféticamente está anunciado.

Llucià Pou Sabaté

viernes, 14 de junio de 2013

Viernes de la semana 10ª del tiempo ordinario (impar): Jesús nos ayuda a vivir el amor y educar los deseos: en la oración encontramos el camino

«Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna. Y si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtatela y arrójala de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo vaya a la gehenna. «También se dijo: El que repudie a su mujer, que le dé acta de divorcio. Pues yo os digo: Todo el que repudia a su mujer, excepto el caso de fornicación, la hace ser adúltera; y el que se case con una repudiada, comete adulterio” (Mateo 5,27–32).

1. Jesús, nos hablas de la interioridad de la moral: “todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón.” Nos dices que la castidad no es sólo evitar la traición en los actos, sino también en los deseos: “La virtud de la castidad, por tanto, entraña la integridad de la persona y la integridad del don” (Catecismo 2337). Lo que cuenta para ti es el fondo de los corazones. Lo que mancha al hombre no es su cuerpo, sino su mente, su deseo, su intención. Introduces un nuevo valor: el respeto profundo de sí mismo, el respeto del otro sexo, la nobleza del amor... En aquel entonces, en Israel, el divorcio era legal; pero tú Jesús nos haces ver que la moral conyugal, la moral sexual, no es ante todo una lista material de actos permitidos y de actos prohibidos... es una actitud interior, mucho más exigente que pide una continua superación. Hay una ley natural impresa en el alma, Señor, y pienso que el deseo sexual lo has puesto para proteger el bien de la familia, de modo parecido que el de comer lo has puesto para bien de la vida propia. Te pedimos que sea en función de ese bien que ordenemos nuestros apetitos: ven a ayudarnos. Sin ti no podemos seguir tu evangelio.
-“Si tu ojo te pone en peligro, sácatelo y échalo fuera”... Son palabras de una dureza tremenda. El cuerpo humano no es malo. El recelo hacia él no es una actitud cristiana. Jesús, sé que no quieres que nadie se mutile, usas un sentido simbólico aquí, tus palabras hay que leerlas en el contexto de tu Evangelio, que nos habla del cuerpo como parte de nuestra vida y hay que respetar la vida. Te refieres a evitar la ocasión, con fuerza, energía.
-“Se os ha dicho: "El que repudia a su mujer, que le dé acta de divorcio". Pues yo os digo: ‘Todo el que repudia a su mujer, fuera del caso de unión ilegal, la lleva al adulterio, y el que se case con la repudiada, comete adulterio’”. Has cambiado aquí, Jesús, la Ley de Moisés, llevando todo a sus orígenes. La Alianza está perfeccionada por una Ley nueva, volviendo todo a una intención original de Dios, expresada en el relato de la creación (Gn 1,26); como dirás en otro pasaje: "en el principio no fue así" (Mt 19,1-9). "La unión ilegal" serían los que no están casados. Te pedimos, Señor, que veamos todos que esta exigencia "salva el amor" de todo lo que, tan fácilmente, lo destruiría. Hay que leer este pasaje con su complemento: la actitud tan comprensiva de Jesús para con la mujer adúltera (Jn 8,1-11), para ver que no estamos en una religión del miedo sino del amor y del perdón. Que no se juzga aquí las personas sino que se interpreta la ley. Y bien podemos preguntarnos: ¿somos nosotros, cada uno de nosotros, tan buenos como lo fue Jesús con las pobres libertades humanas desfallecientes? (Noel Quesson).
Las antítesis entre lo que se decía en el Antiguo Testamento y lo que tú nos propones, Jesús, te llevan hoy a tratar la fidelidad conyugal, como ayer lo hacías sobre la caridad fraterna. Pones tu autoridad: «Pero yo os digo». Tus palabras son un canto a la libertad, para salir del yugo de la esclavitud de tanta ley. Vas al fondo de la cuestión. Libertad es ir a la verdad, al bien del amor. Dejarse guiar por el espíritu de Dios. Es la forma de liberarse de la Ley que oprime, para vivir la Ley del amor. Eres más exigente. Buscas profundidad, invitas a ir a la raíz de las cosas. La fuente de todo está en el corazón, en el pensamiento. Hablas con la autoridad de Dios, por encima de la de Moisés, por eso tu Torá es la auténtica Ley. Aquí nos dices  hoy: no más divorcios.
Juan Pablo II, en su teología del cuerpo, habló de este pasaje y de su significado: cuando el hombre «mira con concupiscencia» define sus intenciones, la mujer se convierte en objeto; se trata de un acto «puramente interior», escondido en el corazón. La mujer, que “existe perennemente «para el hombre» esperando que también él, por el mismo motivo, exista «para ella» queda privada del significado de su atracción en cuanto persona, la cual, aun siendo propia del «eterno femenino», se convierte, al mismo tiempo, para el hombre solamente en objeto”: se pasa del respeto a considerarla objeto, y de ahí las palabras duras de Jesús: «Ya adulteró con ella en su corazón».
La mujer, “sujeto de llamada y atracción personal o sujeto de «comunión»”, es vista como objeto, pero todavía no estamos en el ámbito de la voluntad; si arrastrara a la voluntad a su estrecho horizonte, si se diera el caso, “sólo entonces se puede decir que el «deseo» se ha enseñoreado también del «corazón»”, que es el pecado del que habla Jesús. Si se da esa «constricción», hay “pérdida de la «libertad del don», connatural a la conciencia profunda del significado esponsalicio del cuerpo”.
Jesús, nos hablas “del modo de existir del hombre y de la mujer como personas, o sea, de ese existir en un recíproco «para», el cual (…) puede y debe servir para la construcción de la unidad de «comunión» en sus relaciones recíprocas. En efecto, éste es el significado fundamental propio de la perenne y recíproca atracción de la masculinidad y de la feminidad, contenida en la realidad misma de la constitución del hombre como persona, cuerpo y sexo al mismo tiempo”.
Además, nos ayudas a ver el plan de Dios en el amor fiel en la vida matrimonial. La dignidad de la mujer estaba perjudicada con las separaciones sin causa, la ley permitía al marido repudiar a su mujer por cualquier causa, y ella quedaba solo con una carta de libertad. Una fidelidad así exige, a veces, renuncias, porque puede haber motivos de separación. Entiendo, Jesús, que prescindir de una parte (los ejemplos del ojo o de la mano), si son ocasión de escándalo, es como una amputación, para salvar el todo, el matrimonio, aun perdiendo algo. Extirpar defectos, cosas que hacen daño... Prescindir de cosas personales (con la aparente pérdida de libertad) cuando esto va en bien común de la familia. Aguantar, no precipitarse… tener paciencia. Aunque a veces puede ser buena una separación, pero también ha de verse como una amputación de una parte, para salvar el “todo” que peligra (paz familiar, formas de violencia)…
Señor, dame tu luz para ver. Si dentro de nosotros están arraigados el orgullo, o la pereza, o la codicia, o el rencor, poco haremos para su corrección si no atacamos esa raíz. Si nuestro ojo está viciado, todo lo verá mal. Si lo curamos todo lo verá sano. Las palabras agrias o los gestos inconvenientes nacen de dentro, y es dentro donde tenemos que poner el remedio, arrancando el rencor o la ambición o el orgullo (J. Aldazábal).
En la vida hay dos palabras importantes: amor y muerte. Eros y thanatos van unidos. Cuando se pierde la admiración por el otro, malo… comienza la muerte. Y nada consecuente ni oportuno puede decirse sobre la muerte sin asumir primero, quizá por mano del dolor, la seriedad de su paso y su veredicto. Jesús, nos muestras hoy que tomar "en serio" al corazón humano; tomas "en serio" al amor. Cuando decimos "te amo" es de alguna manera sagrado; de ahí la seriedad con que todos hemos de defender el amor (Fray Nelson).
2. –“Este tesoro de la luz divina lo llevamos como en recipientes de barro sin valor”. Estamos hechos de barro de la tierra (Genes. 77,7), de barro de botijo: frágil, quebradizo, inconsistente. Pero ya habéis visto cómo arreglan esas vasijas de cerámica que se hicieron pedazos: con lañas, para que sigan sirviendo. Los cacharros recompuestos así, son incluso más bonitos: tienen una gracia particular. Se ve que han servido para algo. Si siguen sirviendo, son espléndidos. Además, esas vasijas, si pudieran razonar, no tendrían soberbia nunca. Nada tiene de extraño que se hayan roto, y menos aún que las hayan arreglado, sobre todo si se trataba de algo insustituible… El conocimiento de la propia insuficiencia nos da a entender una dimensión más profunda de la necesidad de ser instrumentos de Dios. Y como queremos ser buenos instrumentos, cuanto más pequeños y miserables nos sintamos con verdadera humildad, todo lo que nos falte lo pondrá Nuestro Señor… recordando la miseria de que estamos hechos, teniendo presentes los fracasos que causó nuestra soberbia, ante la majestad de ese Dios —de Cristo pescador— hemos de decir lo mismo que Pedro: “Señor, yo soy un pobre pecador”. Y entonces Jesucristo nos repite lo que también nos dijo cuando nos metió en su red, al llamarnos (Lc 5,10): “desde ahora serás pescador de hombres”: con mandato divino, con misión divina, con eficacia divina… Cuando llega la noche y hago el examen y echo las cuentas y saco la suma, la suma es: soy un siervo pobre y humilde… Digo muchas veces: “no desprecias, Señor, un corazón contrito y hummillado” (Sl 50,19). No lo digo con humildad de garabato.
         Si el Señor ve que nos consideramos sinceramente siervos pobres e inútiles, que tenemos el corazón contrito y humillado, no nos despreciará, nos unirá a Él, a la riqueza y al poder grande de su Corazón amabilísimo. Y tendremos el endiosamiento bueno: el endiosamiento de quien sabe que nada tiene de bueno, que no sea de Dios; que él, de sí mismo, nada es, nada puede, nada tiene… Por eso, si los demás —porque el Señor, en su bondad, no les deja ver nuestra fragilidad— nos tienen por mejores que ellos, nos alaban y muestran desconocer que somos pecadores, debemos pensar y meditar en el fondo de nuestro corazón, con humildad verdadera (Sl 70,7): “llegué a ser, para muchos, como un prodigio; pero bien sé que tú, Dios mío, eres mi fortaleza”... San Pablo se sabe el último de los apóstoles, pero siente también el mandato de evangelizar. Como tú y como yo. Tú sabrás cómo eres. De mi te puedo decir que soy una pobre cosa, un pecador que ama a Jesucristo. Por gracia de Dios no le ofendemos más, pero me siento capaz de cometer todas las vilezas que haya cometido cualquier otro hombre... Dios, cuando desea realizar alguna obra, emplea medios desproporcionados, para que se note bien que la obra es suya. Por eso vosotros y yo, que conocemos bien el peso abrumador de nuestra mezquindad, debemos decir al Señor: aunque me vea miserable, no dejo de comprender que soy un instrumento divino en tus manos. No he dudado jamás de que los trabajos que haya hecho a la largo de mi vida en servicio de la Iglesia Santa, no los he hecho yo: sino el Señor, aunque se haya servido de mí: no puede el hombre atribuirse nada, si no le es dado del cielo (Jn 3,27)... Por eso, cuando con el corazón encendido le decimos al Señor que sí, que le seremos fieles, que estamos dispuestos a cualquier sacrificio, le diremos: Jesús, con tu gracia; Madre mía, con tu ayuda. ¡Soy tan frágil, cometo tantos errores, tantas pequeñas equivocaciones, que me veo capaz —si me dejas— de cometerlas grandes... Si alguna vez sentís que está en peligro esa gracia que Dios nos ha hecho, no os debéis extrañar, porque —ya os lo he dicho— somos de barro (II Cor 4,7): una vasija de barro para llevar un tesoro divino. No te hablo para ahora: te hablo por si acaso, alguna vez, sientes que tu corazón vacila. Para entonces te pido, desde este momento, una fidelidad que se manifieste en el aprovechamiento del tiempo y en dominar la soberbia, en tu decisión de obedecer abnegadamente, en tu empeño por sujetar la imaginación: en tantos detalles pequeños, pero eficaces, que salvaguardan y a la vez manifiestan la calidad de tu entregamiento (San Josemaría Escrivá).
-“Así resulta patente que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros”. Ayúdame también, Señor, a aceptar francamente mis pobrezas, mis límites, permaneciendo vinculado a Ti inquebrantablemente, a fin de que tu poder resplandezca en mi debilidad. Descripción del estado psicológico del apóstol y -guardadas las proporciones- del cristiano: -“Atribulados en todo... pero no abatidos... Perplejos... pero no desesperados... Perseguidos... pero no abandonados... Derribados... pero no aniquilados... Llevamos siempre en nuestros cuerpos la agonía de Jesús, a fin de que la vida de Jesús también se manifieste en nuestro cuerpo... Porque sabemos que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará con Jesús y nos colocará junto a Él”.
3. “¡Tengo fe!”, pero hay problemas en la vida, y por eso añade el salmo: «qué desgraciado soy... yo decía en mi apuro: los hombres son unos mentirosos». Pero, sobre todo, nos ha hecho expresar la confianza en Dios: «rompiste mis cadenas, te ofreceré un sacrificio de alabanza». Todo para que vaya creciendo la comunidad: «cuantos más reciban la gracia mayor será el agradecimiento, para gloria de Dios». No estamos en este mundo sólo para salvarnos nosotros, sino para evangelizar, para ayudar a otros a que se enteren del don de Dios y lo acepten. "Dios es veraz y todo hombre mentiroso" (Rm 3,4). Nos sentimos poca cosa: “¡Ah, Yahveh, yo soy tu siervo, tu siervo, el hijo de tu esclava, tú has soltado mis cadenas!” Este agradecimiento por sus dones nos lleva al deseo de ofrecerle cosas: “Sacrificio te ofreceré de acción de gracias, e invocaré el nombre de Yahveh. Cumpliré mis votos a Yahveh, sí, en presencia de todo su pueblo”, hay una referencia al "cáliz de la salvación", pues es en la Eucaristía que se vive en plenitud esa acción de gracias.


Llucià Pou Sabaté

jueves, 13 de junio de 2013

Jueves de la X semana del tiempo ordinario (impar): el amor une todos los mandatos de la ley: "Todo el que esté peleado con su hermano, será procesado"

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: "Si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás, y el que mate será procesado. Pero yo os digo: todo el que esté peleado con su hermano, será procesado. Y si uno llama a su hermano "imbécil", tendrá que comparecer ante el sanedrín, y si lo llama "renegado", merece la condena del fuego.
Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Procura arreglarte con el que te pone pleito en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí” (Mateo 5,20-26).

1. Los primeros ejemplos que hoy leemos se presentan a partir de la oposición entre “lo que fue dicho a los antiguos” y el “yo les digo” de Jesús, que con su actividad legislativa lo conecta con Moisés que en el Sinaí transmitió la ley divina a Israel.
Jesús, quieres enseñarnos a amar como tú nos amas. Las autoridades judías son puestas en evidencia por tus palabras, cuando dices: “Os digo que si vuestra justicia y fidelidad no sobrepasa la de los escribas o letrados y fariseos, no entraréis en el Reino de Dios”.
Luego pasas a darnos el sentido de la ley de Moisés, con una interpretación verdadera, auténtica: -“Habéis oído que se mandó a los antiguos: No matarás... Pues Yo os digo: Todo el que trate con ira a su hermano será condenado por el tribunal”. La falta de respeto contra el hermano es un modo de homicidio, y requiere la intervención del tribunal; pero estás hablando también de otro tribunal: el de la conciencia, el del juicio ante Dios. En el fondo, es un cambio total: nos pides, Jesús, que de la práctica formalista pasemos a una actitud de interiorización, mucho más exigente. Lo que corrompe el interior del corazón humano no es en primer lugar el gesto de matar -por desgracia se puede matar sin querer-... sino el odio -alguien puede ser un verdadero homicida de su hermano sin derramamiento de sangre-...
Quería fijarme en el modo de interpretar la ley: «Pero yo os digo». Jesús, te veo con la autoridad del profeta definitivo enviado por Dios,
Y añades que la piedad hacia Dios no es verdadera si la acompaña el amor a los hermanos. "El que dice "amo a Dios" y no ama primero a su hermano, es un mentiroso". El culto será bueno si es auténtico, y para eso la fraternidad verdadera es prioritaria al servicio cultual de Dios; o mejor aún, está Dios, ¡el servicio que Dios espera en primer lugar!
-“…si yendo a presentar tu ofrenda al altar, te acuerdas allí de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí ante el altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano; vuelve entonces y presenta tu ofrenda”. Se me ocurre que si alguien cuando va a comulgar se acuerda de que tiene algo que resolver con alguien, no se trata de salir de la fila para ir enseguida a hacer las paces, pero sí de tener en aquel momento el propósito de hacerlas cuanto antes mejor…
-“Muéstrate conciliador con el que te pone pleito, mientras vais todavía de camino...” ¡Restablece rápidamente la amistad con tu adversario! Casi siempre un buen acuerdo es mejor que un mal pleito, incluso un mal acuerdo es mejor que un buen pleito… No siempre se puede arreglar así, Jesús, pero eres realista y pones el caso de un hombre que tiene deudas con otro hombre, que está obligado a comparecer ante el tribunal... con riesgo de ser encarcelado. Y dices: “procura aprovechar el tiempo que aún te queda para obtener "amistosamente" la reconciliación” (Noel Quesson).
Jesús, tú quieres que cuidemos nuestras actitudes interiores, que es de donde proceden los actos externos. Antes de comulgar con Cristo, en la misa hacemos el gesto de que queremos estar en comunión con el hermano. El «daos fraternalmente la paz» no apunta sólo a un gesto para ese momento, sino a un compromiso para toda la jornada: ser obradores de paz, tratar bien a todos, callar en el momento oportuno, decir palabras de ánimo, saludar también al que no me saluda, saber perdonar. Son las actitudes que, según Jesús, caracterizan a su verdadero seguidor. Las que al final, decidirán nuestro destino: «tuve hambre y me diste de comer, estaba enfermo y me visitaste» (J. Aldazábal).
Nos dices todo esto, Jesús, para movilizarnos en un gran amor. San Pablo resumirá: «En efecto lo de: No adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud» (Rm 13,9-10). Te pedimos, Señor, ser renovados en el don de la caridad —hasta el mínimo detalle— para con el prójimo, y nuestra vida será la mejor y más auténtica ofrenda al Dios.
2. Pablo prosigue su propia defensa frente a los ministros de la Antigua Alianza. Se defiende porque se le ataca y acusa: pero toda su argumentación descansa sobre Cristo y no sobre sí mismo: -“Hoy todavía, cuando se lee la ley de Moisés, un «velo» se extiende sobre el corazón de los que escuchan... Pero cada vez que nos convertimos al Señor, el velo se levanta”. Moisés baja del Sinaí cubierto con un velo para ocultar el resplandor de su rostro luminoso por el contacto de Dios. Pablo saca de ello otra conclusión: los judíos están siempre bajo ese velo porque es oscuro su entender la Palabra de Dios. Solamente Cristo permite interpretar totalmente el Antiguo Testamento.
-“Porque el Señor es el Espíritu y donde está el espíritu del Señor, allí está la libertad”. Pablo afirma rotundamente que es «libre». Es su bien más preciado. Bien quisiera yo también ser libre, con esa libertad interior que viene de Ti, Señor. Libérame. Siento dolorosamente todas mis cadenas, todos mis límites.
-“Todos reflejamos la gloria del Señor... Nos transfiguramos a su imagen, por la acción del Señor que es Espíritu...” El lote de todos los creyentes comprende esta presencia divina. Algo de Dios se «refleja» en mi rostro. Soy un «reflejo» de Dios. Mi precio es pues inestimable. Soy importante. No soy solamente el fruto del azar. Hay en mí una participación del infinito de Dios, de la Gloria de Dios: cuando soy inteligente, es la Inteligencia divina que se refleja... cuando amo, es el Amor divino que se refleja... cuando soy dinámico y activo, es el Creador que crea por mí.
-“Por esto no desfallecemos. No teniendo de qué avergonzarnos, no tenemos que ocultar nada”. He ahí también esa «confianza», esa «solidez» de Pablo. No empleamos un procedimiento cualquiera, no falseamos la Palabra de Dios. ¡Ah, no! Que no se me acuse de esto, dice san Pablo. Danos, Señor, la gracia de no falsear tu Palabra, de no traicionarla jamás durante toda nuestra vida.
-“No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor y a nosotros como siervos vuestros por Jesús”. Un servidor. Tal es el ministro de Jesús. Ninguna vanagloria personal. Este es también un tema constante en Pablo: se siente débil. La causa de muchas de nuestras penas ¿no será quizá que contamos demasiado con nuestras propias fuerzas? Renunciar a toda «primera fila» a toda «proclamación» de nosotros mismos, para no «proclamar» más que a Jesucristo (Noel Quesson).
-“Dios ha hecho brillar la luz en nuestros corazones para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo”.
3. Jesús ha «re-velado», «des-velado» el sentido de la historia y de la voluntad de Dios. En este mundo hay muchos que no acaban de ver. Que tienen ante los ojos un velo: el materialismo, el interés, la falta de formación religiosa... Como Pablo para con los Corintios, los cristianos de hoy deberíamos ser luz para los demás. ¿Somos reflejo del amor y de la alegría de Dios? Hemos recibido su Espíritu de gracia y libertad. Podemos cantar con el salmo: «la gloria del Señor habitará en nuestra tierra», porque ya ha aparecido Cristo Jesús, que Dios nos manda: “tú cuidas de la tierra, la riegas y la enriqueces sin medida; la acequia de Dios va llena de agua, preparas los trigales”: el agua viva de tu Hijo, Señor, el trigo comida divina de la Eucaristía.
Riegas los surcos, igualas los terrenos, tu llovizna los deja mullidos, bendices sus brotes”: tu gracia es nuestro aliento y vida, Señor. “Coronas el año con tus bienes, tus carriles rezuman abundancia, los pastos del páramo, y las colinas se orlan de alegría”: todo será alegría de tener lo que ya nos das por la esperanza: tu propia vida, Señor.

Llucià Pou Sabaté

miércoles, 12 de junio de 2013

Miércoles de la semana 10ª del tiempo ordinario (impar): Dios nos ha hecho servidores de una alianza nueva, basada no en la letra, sino en el Espíritu del amor

«No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda. Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos” (Mateo 5,17-19).

1.- Jesús, en el sermón de la montaña comparas el Antiguo y el Nuevo Testamento: has criticado las interpretaciones que se hacían de la ley de Moisés, pero no la ley, que la llevas a su auténtico cumplimiento. Has venido a perfeccionarla y llevarla a su plenitud. Irás poniendo ejemplos de vivir en amor y verdad, para una interiorización vivencial, sin conformarse con el mero cumplimiento exterior.
La Alianza del Sinaí nunca ha sido derogada, pero era una imagen de la que vendría con tu sacrificio pascual, Jesús, pues en la cruz y en su celebración memorial de la Eucaristía participamos de tu Vida de amor (J. Aldazábal). Nos dices: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas; (...), sino a dar cumplimiento». La meditación frecuente —diaria, si fuera posible— de las Escrituras, es un buen propósito para participar de esa visión cristiana de la ley. San Juan dirá, refiriéndose a esa ley en relación con el amor: «En esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados» (1Jn 5,3). No es una ley del castigo, sino de amor, y el que no vive el amor, se queda empequeñecido en su corazón: «El que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos». En cambio, «el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos» (Mt 5,19). El buen ejemplo es el primer elemento del apostolado cristiano (Miquel Masats Roca).
Señor, tú no quieres actos externos, culto falso, ritos vacíos…, sino que todo esto salga de dentro, pues todo lo exterior no llega al valor de un simple acto de contrición, de una simple y sencilla oración que nace del corazón y que diga: “Señor, ten piedad de mí, porque soy un pecador”... como nos dices: “un corazón contrito y humillado tú, Oh Dios, no lo desprecias” (salmo 50). Hoy como ayer podemos tranquilizar la conciencia con un acto externo, dar una limosna que excuse la conciencia de la responsabilidad que tenemos ante tantas personas que esperan nuestra solidaridad, o ni siquiera eso... y en lugar de dejarte lugar en nuestra alma, Señor, podemos conformarnos con “decir algo a Dios de vez en cuando”... Ayúdame, Señor, a interiorizar la ley, a acudir a tus sacramentos con visión apostólica, y dar paz según aquello que dijiste en tu despedida: “yo estaré con vosotros hasta el final del mundo”...
En esta sociedad ya no inmoral sino amoral, permisivista, una sociedad light, sin sustancia y sin sustento: todo es válido, en la medida en que te deje satisfecho, y sin lamentarnos, no nos quedemos con los brazos cruzados: Señor, tú nos pides que seamos fieles a su Ley, la Ley del Amor. La Iglesia de Cristo debe convertirse en el camino seguro del hombre hacia su plena perfección (www.homiliacatolica.com).
Jesús, quisiera saber el sentido de tus palabras, de llevar a plenitud la ley. Quizá me ayude relacionarlo con lo que Pablo dirá: "Pues lo que la ley no pudo hacer, ya que era débil por causa de la carne, Dios lo hizo: enviando a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y como ofrenda por el pecado, condenó al pecado en la carne, para que el requisito de la ley se cumpliera en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu" (Rm 8,3-4). Tú Jesús alcanzas lo que no alcanzaba la Ley, pero no sin la Ley sino viviéndola con plena intensidad. Despreciar algo de la ley nos haría "el más pequeño en el Reino de los Cielos." Por el contrario, el que descubre el amor y la sabiduría de Dios incluso en las cosas pequeñas, por amor, da abundancia de luz y de gracia de Dios, y así se es "grande en el Reino de los Cielos” (Fray Nelson).
2. –“Hermanos, si tenemos tanta confianza delante de Dios, gracias a Cristo... No es a causa de una capacidad personal de la que podríamos atribuirnos el mérito”. No nos presentamos a Dios por nuestros méritos, sino que la confianza en Él y ese estar «seguros de nosotros mismos» es compatible con sentirnos débiles: Dame, Señor, esta confianza que se apoya en Ti y no en mí.
-“Nuestra capacidad viene de Dios, el cual nos capacitó para ser ministros de una nueva alianza”. Señor, yo también quisiera ser todo disponibilidad, tener siempre abiertas las dos palmas de mis manos, como el sacerdote en el altar, la posición del orante... en la postura del mendigo que espera recibir. Así estoy ante Ti, Señor, abre mi corazón.
Compara Pablo el ministerio de Moisés y el de los ministros de la nueva alianza: la letra y el espíritu. Los judaizantes de la Iglesia de Corinto -que reprochaban a Pablo sus novedades en relación a la antigua Ley judaica- trataban de desacreditar el carácter apostólico de san Pablo y su postura en relación a la Ley de Moisés. Pablo se defiende con una triple «comparación»: -La Ley Antigua: una «letra» demasiado material... una «gloria velada» antes deslumbrante... una «condenación del pecado»... La nueva Alianza: un «espíritu» interiorizado... «una gloria manifiesta y resplandeciente»... una «justificación del pecado»... Esta comparación confirma a Pablo en su confianza. La historia sagrada progresa. Dios conduce esa historia. Lo que Dios había revelado a Moisés en su tiempo, era bueno. Pero lo que nos revela en su Hijo Jesús es mejor aún y hace caducar todo lo precedente. Danos el sentido de TU HOY. Ayúdanos a ver claramente lo que Tú quieres para tu Pueblo, para tu Iglesia. Ayuda a esta Iglesia a no encerrarse de nuevo en «la letra» sino a dejarse llevar por el «Espíritu». Es verdad, Señor, siento siempre la tentación de pararme.
-“Aquel ministerio de muerte –letras grabadas en piedra”…, dice san Pablo: La letra mata, pero el espíritu vivifica. En mi vida este riesgo es constante. Quedarme sólo en el cumplimiento formal de gestos, contentarme con una rectitud exterior, según la letra. Así se degradan las más hermosas cosas: lo mismo sucede con las más hermosas vocaciones, profesiones, plegarias... los más sanos amores y los más puros sentimientos. Ayúdame, Señor, a no cesar de vivificarlo todo con una nueva vida. No hacer mi quehacer de HOY sólo de un modo formal, porque hay que hacerlo, sino poniendo en él todo mi ser. «Espíritu... ven sobre el mundo... danos la vida...» (Noel Quesson).
En la vida de un cristiano, sobre todo si se dedica a algún tipo de apostolado, tiene que haber unas convicciones claras, sin las cuales le resultará difícil perseverar en su camino. Encontramos la fuerza en la Eucaristía, Sangre de la Nueva Alianza.
2. «Moisés y Aarón con sus sacerdotes invocaban al Señor y él les respondía», reza el salmo: la cercanía de Dios es mucho más viva con Jesús vivo en la Eucaristía, donde nos unimos para alabar a Dios e interceder por la humanidad.
Dios les hablaba desde la columna de nube”, pero ahora nos habla desde dentro, pues vive en nosotros Cristo: "No vivo yo, sino que Cristo vive en mí" (Gl 2,20). Agradecemos como el salmista esa presencia divina: “Señor, Dios nuestro, tú les respondías, tú eras para ellos un Dios de perdón”… nos sabemos inundados del amor y del poder de Dios, es lo que llamamos vivir en el Espíritu Santo. Pablo reconoce que hay una "gloria" en todo aquello que preparó la llegada del Mesías, es decir, lo que nosotros llamamos el Antiguo Testamento; sin embargo, eso era transitorio. Lo permanente es esta acción nueva del Espíritu, y es permanente porque no puede ser derrotada, ya que en Cristo hemos visto que ni la furia del demonio, ni el abandono de la cruz, ni la frialdad del sepulcro fueron mayores que la vida que Cristo anunció y trajo a nosotros. Pablo lo vio y vivió; nosotros podemos verlo y vivirlo.
La Ley, lo que es recto –“derecho y justicia” -, que se proclama ante el Arca de Dios –“estrado de sus pies”, como Templo o monte santo- es una referencia a la Encarnación de Jesús que vendrá, máxima expresión de la presencia divina, glorificada en la Resurrección, como apunta Orígenes: “alguno ha dicho que el estrado de los pies es la carne de Cristo que debe ser adorada por motivo de Cristo. Y Cristo debe ser adorado por motivo del Verbo de Dios que está en él. San Jerónimo prefiere la aplicación al cuerpo resucitado del Señor: “he leído en el libro de un autor: ‘se trata, dice, de la Encarnación, es decir, que (el salmo) afirma que el Hombre que Dios se dignó asumir en María, es Él mismo, el estrado de sus pies’. Aunque en realidad el hombre haya estado asumido –y, delante de Dios, toda criatura es estrado de sus pies- aun en este caso, este estrado fue estrechamente unido con Dios y con aquel que está sentado con Él. Daos cuenta de lo que me atrevo a afirmar. Lo que un día fue estrado yo lo adoro de la misma manera que el trono. Y aunque hayamos conocido a Cristo según la carne, ahora no lo conocemos ya más según la carne (2 Cor 5,16). Admitamos que haya sido estrado antes de la muerte, antes de la resurrección, cuando comía, cuando bebía, cuando tenía nuestros mismos sentimientos. Pero después de resucitar y ascender victorioso al cielo yo no distingo entre el que está sentado y el que es estrado: en Cristo todo es trono. Tú me preguntarás y me dirás: ‘¿Por qué?, o ‘¿cómo?’. Yo no sé de qué modo, y, sin embargo, creo que es así”. La Santísima Humanidad de Cristo merece adoración, culto de latría, por su unión hipostática con el Verbo de Dios.
Dios ejerce el derecho y la justicia en su pueblo a través de mediadores. Se califica a Moisés y a Aarón de sacerdotes por ser ambos de la tribu de Leví, pero sobre todo por haber sido intercesores entre Dios y el pueblo a la salida del Egipto (Ex 4,15-16), y junto a ellos se cita Samuel que medió por la monarquía, todos ellos según el querer de Dios, que es santo y no admite el pecado y lo castiga, y la Iglesia ensalza su nombre diciendo: “Santo, santo, santo, Señor Dios Todopoderoso” (cf. Ap 4,8: notas de la Biblia de Navarra).


Llucià Pou Sabaté

martes, 11 de junio de 2013

Martes de la semana 10ª del tiempo ordinario: Dios nos llama a ser la sal de la tierra, luz del mundo, al participar en la vida y misión de Cristo

Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo           5,13 – 16).

1. Hoy nos muestras, Jesús, sucesivamente, las enseñanzas sobre las parábolas de la sal, de la luz y de la ciudad. A diferencia de otros evangelistas, en Mateo la imagen de la sal se convierte en una alegoría misionera: "vosotros sois la sal de la tierra..." y la sal representa a los discípulos. Señor, te pido ser la sal de la tierra, que tu Iglesia sea la sal: sin la sal, la tierra no tiene ya razón de ser; con la sal, si no pierde sus cualidades, la tierra puede proseguir su vocación y su historia. Entiendo aquí la tierra como comida, que precisa ser salada. Si la Iglesia, si yo, no fuera fiel nos perderíamos, y dejaríamos al mundo sin salvador. Si somos fieles, como la sal aumenta el sabor del mundo. Ayúdame, Señor, a ser sal, para que crezca y se desarrolle a mi alrededor ese clima de bondad, amor, el sabor de Dios, que apague toda amargura, mezquindad... banalidad.
Me gustaría entender, Señor, qué significa que el que ha perdido el sabor de Dios es "echado fuera", como el invitado al banquete que no llevaba puesto su traje de fiesta (Mt 22, 12), como el mal servidor que enterró su talento -su millón- (Mt 25. 30). "El evangelio es sal. Algunos cristianos lo han hecho azúcar" (Paul Claudel).
-“Vosotros sois la Luz del Mundo”. Es tu segunda parábola de hoy; ser como el "sol" del mundo es ser como tú, Jesús, que con tu mirada abarcas un amplio horizonte, contigo aprendo a ver mejor las cosas de la tierra, especialmente las que me cuestan, las que no me gustan. Contigo encuentran un sentido. La luz es sacada de debajo del celemín para iluminar todo alrededor, pues tu enseñanza, Jesús, desvela la luz de la verdad. Aquí añades: "vosotros sois la luz del mundo..."; como la sal, cada uno puede participar de tu misión, Señor.
Hace poco me decía una persona: “me siento vacía, presa de la envidia, con necesidad de algo mejor, de un sentido de la vida…” Te pido, Señor, que ese “anhelo interior” que me hace buscar algo grande, más allá de las mentiras del mundo, encuentre en ti descanso: ¡llenarnos de la verdad, Jesús!, ¡que sepa descubrir la vida como don para los demás! Cuando me dejo llevar por el afán de seguridad, no vivo ya tranquilo, con el miedo del mañana. Bendito el día en que se quede libre de todas esas "verdades a medias", que acepte el riesgo de la fe, de recibir y dar, de pedir perdón y perdonar y compartir (Maertens-Frisque).
-“No se puede ocultar una ciudad situada en lo alto de un monte: ni se enciende un candil para meterlo debajo del perol, sino para ponerlo en el candelero y que alumbre a todos los de la casa”. Añades también, Jesús, la imagen de la ciudad elevada, cada uno puede ser signo de Dios para el mundo. No podemos salvarnos solos, sino que estamos comprometidos con los demás, formando Iglesia, en el mundo (Noel Quesson).
El día de nuestro Bautismo se encendió una vela del Cirio pascual de Cristo. Cada año, en la Vigilia Pascual, tomamos esa vela encendida en la mano. Es la luz que debe brillar en nuestra vida de cristianos, la luz del testimonio, de la palabra oportuna, de la entrega generosa. No se nos ha dicho que seamos lumbreras, sino luz. No se espera de nosotros que deslumbremos, sino que alumbremos. Hay personas que lucen mucho e iluminan poco. Se nos dice, finalmente, que seamos como una ciudad puesta en lo alto de un monte, como punto de referencia que guía y ofrece cobijo. Te lo pedimos, Señor, con la Plegaria Eucarística II de la Reconciliación: «que la Iglesia resplandezca en medio de los hombres como signo de unidad e instrumento de tu paz»; y la Plegaria V b: «que tu Iglesia sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando». También te pedimos eso mismo para las familias y las comunidades cristianas. Qué hermoso el testimonio de aquellas casas que están siempre abiertas, disponibles, para niños y mayores, parientes o vecinos. No sólo para invitar a comer, sino sobre todo con las caras acogedoras y una mano tendida. ¿Somos de verdad sal que da sabor en medio de un mundo soso, luz que alumbra el camino a los que andan a oscuras, ciudad que ofrece casa y refugio a los que se encuentran perdidos? (J. Aldazábal).
La gente que ama mucho sonríe fácilmente, porque la sonrisa es, ante todo, una gran fidelidad a sí mismo. Y atención porque se habla de sonrisa y no de risa. “Mayor felicidad hay en dar que en recibir” (Hch 20,35). Esos a quienes llamamos santos lograron la nota más alta en su vida porque se dedicaron a servir. Porque se entregaron sin límites a sus hermanos. La alegría del cristiano es una alegría verdadera, profunda que está llamada a ser sal de la tierra. No puede quedarse oculta. Siendo lo que es, debe calar y debe motivarnos a transmitirla, a darla a conocer a los demás. Esta felicidad se halla en el encuentro personal con Cristo. Sí, antes de salir a predicar, los santos se encontraron con Jesús. Por ello, tan sólo les bastaba una sonrisa para trasmitir a Dios, lo irradiaban, estaban rebosantes de Él. Cuentan que un día, san Francisco de Asís le pidió a uno de los frailes cofundadores que se preparara para salir a predicar con él. Salieron y estuvieron caminando y dando vueltas por todo Asís, durante una hora y media. En un cierto momento, el fraile que lo acompañaba le dijo a san Francisco: “Padre Francisco, usted me dijo que saldríamos a predicar. Hasta ahora, sólo hemos caminado y recorrido todo el pueblo”. San Francisco le respondió: “Hermano, llevamos una hora y media de predicación. No hay mejor predicación que la sonrisa y el testimonio de una vida auténticamente cristiana”. Ojalá que también nosotros prediquemos el mensaje de la felicidad, de la sonrisa, de la plenitud cristiana. Que seamos sal y luz para nuestros familiares y amigos. Quien verdaderamente se ha encontrado con Jesús no puede callar, no puede encerrarse en sí mismo, debe compartirlo con todo el mundo (Xavier Caballero).
Un antiguo texto cristiano, la “Carta a Diogneto”, habla sobre la misión de los cristianos en el mundo. Dice así: “Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos; ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres. Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte; siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida; y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho. Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan esas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se les condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, pero abundan en todo. Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su justicia. Son maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia, y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores; y, al ser castigados con la muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos los combaten como a extraños y los gentiles los persiguen; y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad. Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma en el cuerpo. El alma, en efecto, se halla esparcida por todos los miembros el cuerpo; así también los cristianos se encuentran dispersos por todas las ciudades del mundo. El alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está encerrada en la cárcel del cuerpo visible; los cristianos viven visiblemente en el mundo, pero su religión es invisible. La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido de ella agravio alguno, sólo porque le impide disfrutar de los placeres; también el mundo aborrece a los cristianos, sin haber recibido agravio de ellos porque se oponen a sus placeres. El alma ama al cuerpo y a sus miembros, a pesar de que éste la aborrece; también los cristianos aman a los que los odian. El alma está encerrada en el cuerpo; también los cristianos se hallan retenidos en el mundo como en una cárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón del mundo. El alma inmortal habita en una tienda mortal; también los cristianos viven como peregrinos en moradas corruptibles mientras esperan la incorrupción celestial. El alma se perfecciona con la mortificación en el comer y beber; también los cristianos, constantemente mortificados, se multiplican más y más. Tan importante es el puesto que Dios les ha asignado del que no les es lícito desertar” (cap. 5-6).
2. Pablo se defiende ante los ataques de Corinto. Su única fidelidad no es a los partidos humanos sino a Dios. Se apoya en Dios: "tan verdadero como Dios es fiel" he tratado de ser sincero con vosotros. El mundo moderno va descubriendo las leyes de la comunicación entre las personas. Nada hay más difícil que «comunicarse». Se hiere sin quererlo. ¡Señor, ayuda a los hombres a comprenderse! Ayúdame a que mi lenguaje sea «sí» y "no", claro y neto.
-“El Hijo de Dios, Jesucristo, que os hemos anunciado nunca ha sido a la vez "sí" y "no". Siempre ha sido un "sí"”. Cristo es un "sí". Sí, es decir, "lo positivo"; "la claridad", «la simplicidad», "la franqueza". "la acogida", "la aquiescencia", «la disponibilidad». Sí es la palabra del matrimonio, del amor, del consentimiento del otro. Sí, es el símbolo de un «ser que no está vuelto en sí mismo» sino «que se vuelve hacia el otro». Sí es una "respuesta". Que sea yo también un «sí».
-“Todas las promesas hechas por Dios han tenido su «sí» en Jesucristo”. Jesucristo es el «sí» de Dios. En Jesús, Dios ha dicho «sí» al hombre. La alianza. ¡Qué misterio! Dios se ha comprometido conmigo, como el esposo se compromete con su esposa. Ahora bien, Dios es fiel. Y ¡yo lo soy tan poco! -“Es también por Cristo que decimos "amén" a Dios, nuestro "sí" para su gloria”. El término «amén» en hebreo es el equivalente a nuestro «sí». Trataré de pronunciarlo pensando en lo que digo. Decir «sí» a Dios.
-“Dios nos marcó con su sello” -nos ha consagrado- y, en avance a sus dones nos ha dado: al Espíritu Santo que habita en nosotros. ¡La inhabitación del Espíritu en el corazón del hombre! Pablo era un hombre consciente de llevar a Dios consigo. Señor, ¿es esto verdad? Y es sólo un «a cuenta», un «primer avance», ¡un comienzo de lo que será un día total y definitivo! ¡Gracias! (Noel Quesson).
3. Confiamos en la fidelidad de Dios: «vuélvete a mí y ten misericordia, como es tu norma con los que aman tu nombre», a la vez que manifestamos nuestro compromiso de respuesta afirmativa: «enséñame tus leyes... tus preceptos son admirables, por eso los guarda mi alma». Quizá nos pueda servir para meditar este salmo de hoy las siguientes palabras de S. Roberto Belarmino: “Tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia; ¿quién, que haya empezado a gustar, por poco que sea, la dulzura de tu dominio paternal, dejará de servirte con todo el corazón? ¿Qué es, Señor, lo que mandas a tus siervos? Cargad –nos dices– con mi yugo. ¿Y cómo es este yugo tuyo? Mi yugo –añades– es llevadero y mi carga ligera. ¿Quién no llevará de buena gana un yugo que no oprime, sino que halaga, y una carga que no pesa, sino que da nueva fuerza? Con razón añades: Y encontraréis vuestro descanso. ¿Y cuál es este yugo tuyo que no fatiga, sino que da reposo? Por supuesto aquel mandamiento, el primero y el más grande: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón. ¿Qué más fácil, más suave, más dulce que amar la bondad, la belleza y el amor, todo lo cual eres tú, Señor, Dios mío? ¿Acaso no prometes además un premio a los que guardan tus mandamientos, más preciosos que el oro fino, más dulces que la miel de un panal? Por cierto que sí, y un premio grandioso, como dice Santiago: La corona de la vida que el Señor ha prometido a los que lo aman. ¿Y qué es esta corona de la vida? Un bien superior a cuanto podamos pensar o desear, como dice san Pablo, citando al profeta Isaías: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman. En verdad es muy grande el premio que proporciona la observancia de tus mandamientos. Y no sólo aquel mandamiento, el primero y el más grande, es provechoso para el hombre que lo cumple, no para Dios que lo impone, sino que también los demás mandamientos de Dios perfeccionan al que los cumple, lo embellecen, lo instruyen, lo ilustran, lo hacen en definitiva bueno y feliz. Por esto, si juzgas rectamente, comprenderás que has sido creado para la gloria de Dios y para tu eterna salvación, comprenderás que éste es tu fin, que éste es el objetivo de tu alma, el tesoro de tu corazón. Si llegas a este fin, serás dichoso; si no lo alcanzas, serás un desdichado. Por consiguiente, debes considerar como realmente bueno lo que te lleva a tu fin, y como realmente malo lo que te aparta del mismo. Para el auténtico sabio, lo próspero y lo adverso, la riqueza y la pobreza, la salud y la enfermedad, los honores y los desprecios, la vida y la muerte son cosas que, de por sí, no son ni deseables ni aborrecibles. Si contribuyen a la gloria de Dios y a tu felicidad eterna, son cosas buenas y deseables; de lo contrario, son malas y aborrecibles.”
Llucià Pou Sabaté