jueves, 13 de junio de 2013

Jueves de la X semana del tiempo ordinario (impar): el amor une todos los mandatos de la ley: "Todo el que esté peleado con su hermano, será procesado"

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: "Si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás, y el que mate será procesado. Pero yo os digo: todo el que esté peleado con su hermano, será procesado. Y si uno llama a su hermano "imbécil", tendrá que comparecer ante el sanedrín, y si lo llama "renegado", merece la condena del fuego.
Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Procura arreglarte con el que te pone pleito en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí” (Mateo 5,20-26).

1. Los primeros ejemplos que hoy leemos se presentan a partir de la oposición entre “lo que fue dicho a los antiguos” y el “yo les digo” de Jesús, que con su actividad legislativa lo conecta con Moisés que en el Sinaí transmitió la ley divina a Israel.
Jesús, quieres enseñarnos a amar como tú nos amas. Las autoridades judías son puestas en evidencia por tus palabras, cuando dices: “Os digo que si vuestra justicia y fidelidad no sobrepasa la de los escribas o letrados y fariseos, no entraréis en el Reino de Dios”.
Luego pasas a darnos el sentido de la ley de Moisés, con una interpretación verdadera, auténtica: -“Habéis oído que se mandó a los antiguos: No matarás... Pues Yo os digo: Todo el que trate con ira a su hermano será condenado por el tribunal”. La falta de respeto contra el hermano es un modo de homicidio, y requiere la intervención del tribunal; pero estás hablando también de otro tribunal: el de la conciencia, el del juicio ante Dios. En el fondo, es un cambio total: nos pides, Jesús, que de la práctica formalista pasemos a una actitud de interiorización, mucho más exigente. Lo que corrompe el interior del corazón humano no es en primer lugar el gesto de matar -por desgracia se puede matar sin querer-... sino el odio -alguien puede ser un verdadero homicida de su hermano sin derramamiento de sangre-...
Quería fijarme en el modo de interpretar la ley: «Pero yo os digo». Jesús, te veo con la autoridad del profeta definitivo enviado por Dios,
Y añades que la piedad hacia Dios no es verdadera si la acompaña el amor a los hermanos. "El que dice "amo a Dios" y no ama primero a su hermano, es un mentiroso". El culto será bueno si es auténtico, y para eso la fraternidad verdadera es prioritaria al servicio cultual de Dios; o mejor aún, está Dios, ¡el servicio que Dios espera en primer lugar!
-“…si yendo a presentar tu ofrenda al altar, te acuerdas allí de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí ante el altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano; vuelve entonces y presenta tu ofrenda”. Se me ocurre que si alguien cuando va a comulgar se acuerda de que tiene algo que resolver con alguien, no se trata de salir de la fila para ir enseguida a hacer las paces, pero sí de tener en aquel momento el propósito de hacerlas cuanto antes mejor…
-“Muéstrate conciliador con el que te pone pleito, mientras vais todavía de camino...” ¡Restablece rápidamente la amistad con tu adversario! Casi siempre un buen acuerdo es mejor que un mal pleito, incluso un mal acuerdo es mejor que un buen pleito… No siempre se puede arreglar así, Jesús, pero eres realista y pones el caso de un hombre que tiene deudas con otro hombre, que está obligado a comparecer ante el tribunal... con riesgo de ser encarcelado. Y dices: “procura aprovechar el tiempo que aún te queda para obtener "amistosamente" la reconciliación” (Noel Quesson).
Jesús, tú quieres que cuidemos nuestras actitudes interiores, que es de donde proceden los actos externos. Antes de comulgar con Cristo, en la misa hacemos el gesto de que queremos estar en comunión con el hermano. El «daos fraternalmente la paz» no apunta sólo a un gesto para ese momento, sino a un compromiso para toda la jornada: ser obradores de paz, tratar bien a todos, callar en el momento oportuno, decir palabras de ánimo, saludar también al que no me saluda, saber perdonar. Son las actitudes que, según Jesús, caracterizan a su verdadero seguidor. Las que al final, decidirán nuestro destino: «tuve hambre y me diste de comer, estaba enfermo y me visitaste» (J. Aldazábal).
Nos dices todo esto, Jesús, para movilizarnos en un gran amor. San Pablo resumirá: «En efecto lo de: No adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud» (Rm 13,9-10). Te pedimos, Señor, ser renovados en el don de la caridad —hasta el mínimo detalle— para con el prójimo, y nuestra vida será la mejor y más auténtica ofrenda al Dios.
2. Pablo prosigue su propia defensa frente a los ministros de la Antigua Alianza. Se defiende porque se le ataca y acusa: pero toda su argumentación descansa sobre Cristo y no sobre sí mismo: -“Hoy todavía, cuando se lee la ley de Moisés, un «velo» se extiende sobre el corazón de los que escuchan... Pero cada vez que nos convertimos al Señor, el velo se levanta”. Moisés baja del Sinaí cubierto con un velo para ocultar el resplandor de su rostro luminoso por el contacto de Dios. Pablo saca de ello otra conclusión: los judíos están siempre bajo ese velo porque es oscuro su entender la Palabra de Dios. Solamente Cristo permite interpretar totalmente el Antiguo Testamento.
-“Porque el Señor es el Espíritu y donde está el espíritu del Señor, allí está la libertad”. Pablo afirma rotundamente que es «libre». Es su bien más preciado. Bien quisiera yo también ser libre, con esa libertad interior que viene de Ti, Señor. Libérame. Siento dolorosamente todas mis cadenas, todos mis límites.
-“Todos reflejamos la gloria del Señor... Nos transfiguramos a su imagen, por la acción del Señor que es Espíritu...” El lote de todos los creyentes comprende esta presencia divina. Algo de Dios se «refleja» en mi rostro. Soy un «reflejo» de Dios. Mi precio es pues inestimable. Soy importante. No soy solamente el fruto del azar. Hay en mí una participación del infinito de Dios, de la Gloria de Dios: cuando soy inteligente, es la Inteligencia divina que se refleja... cuando amo, es el Amor divino que se refleja... cuando soy dinámico y activo, es el Creador que crea por mí.
-“Por esto no desfallecemos. No teniendo de qué avergonzarnos, no tenemos que ocultar nada”. He ahí también esa «confianza», esa «solidez» de Pablo. No empleamos un procedimiento cualquiera, no falseamos la Palabra de Dios. ¡Ah, no! Que no se me acuse de esto, dice san Pablo. Danos, Señor, la gracia de no falsear tu Palabra, de no traicionarla jamás durante toda nuestra vida.
-“No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor y a nosotros como siervos vuestros por Jesús”. Un servidor. Tal es el ministro de Jesús. Ninguna vanagloria personal. Este es también un tema constante en Pablo: se siente débil. La causa de muchas de nuestras penas ¿no será quizá que contamos demasiado con nuestras propias fuerzas? Renunciar a toda «primera fila» a toda «proclamación» de nosotros mismos, para no «proclamar» más que a Jesucristo (Noel Quesson).
-“Dios ha hecho brillar la luz en nuestros corazones para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo”.
3. Jesús ha «re-velado», «des-velado» el sentido de la historia y de la voluntad de Dios. En este mundo hay muchos que no acaban de ver. Que tienen ante los ojos un velo: el materialismo, el interés, la falta de formación religiosa... Como Pablo para con los Corintios, los cristianos de hoy deberíamos ser luz para los demás. ¿Somos reflejo del amor y de la alegría de Dios? Hemos recibido su Espíritu de gracia y libertad. Podemos cantar con el salmo: «la gloria del Señor habitará en nuestra tierra», porque ya ha aparecido Cristo Jesús, que Dios nos manda: “tú cuidas de la tierra, la riegas y la enriqueces sin medida; la acequia de Dios va llena de agua, preparas los trigales”: el agua viva de tu Hijo, Señor, el trigo comida divina de la Eucaristía.
Riegas los surcos, igualas los terrenos, tu llovizna los deja mullidos, bendices sus brotes”: tu gracia es nuestro aliento y vida, Señor. “Coronas el año con tus bienes, tus carriles rezuman abundancia, los pastos del páramo, y las colinas se orlan de alegría”: todo será alegría de tener lo que ya nos das por la esperanza: tu propia vida, Señor.

Llucià Pou Sabaté

miércoles, 12 de junio de 2013

Miércoles de la semana 10ª del tiempo ordinario (impar): Dios nos ha hecho servidores de una alianza nueva, basada no en la letra, sino en el Espíritu del amor

«No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda. Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos” (Mateo 5,17-19).

1.- Jesús, en el sermón de la montaña comparas el Antiguo y el Nuevo Testamento: has criticado las interpretaciones que se hacían de la ley de Moisés, pero no la ley, que la llevas a su auténtico cumplimiento. Has venido a perfeccionarla y llevarla a su plenitud. Irás poniendo ejemplos de vivir en amor y verdad, para una interiorización vivencial, sin conformarse con el mero cumplimiento exterior.
La Alianza del Sinaí nunca ha sido derogada, pero era una imagen de la que vendría con tu sacrificio pascual, Jesús, pues en la cruz y en su celebración memorial de la Eucaristía participamos de tu Vida de amor (J. Aldazábal). Nos dices: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas; (...), sino a dar cumplimiento». La meditación frecuente —diaria, si fuera posible— de las Escrituras, es un buen propósito para participar de esa visión cristiana de la ley. San Juan dirá, refiriéndose a esa ley en relación con el amor: «En esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados» (1Jn 5,3). No es una ley del castigo, sino de amor, y el que no vive el amor, se queda empequeñecido en su corazón: «El que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos». En cambio, «el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos» (Mt 5,19). El buen ejemplo es el primer elemento del apostolado cristiano (Miquel Masats Roca).
Señor, tú no quieres actos externos, culto falso, ritos vacíos…, sino que todo esto salga de dentro, pues todo lo exterior no llega al valor de un simple acto de contrición, de una simple y sencilla oración que nace del corazón y que diga: “Señor, ten piedad de mí, porque soy un pecador”... como nos dices: “un corazón contrito y humillado tú, Oh Dios, no lo desprecias” (salmo 50). Hoy como ayer podemos tranquilizar la conciencia con un acto externo, dar una limosna que excuse la conciencia de la responsabilidad que tenemos ante tantas personas que esperan nuestra solidaridad, o ni siquiera eso... y en lugar de dejarte lugar en nuestra alma, Señor, podemos conformarnos con “decir algo a Dios de vez en cuando”... Ayúdame, Señor, a interiorizar la ley, a acudir a tus sacramentos con visión apostólica, y dar paz según aquello que dijiste en tu despedida: “yo estaré con vosotros hasta el final del mundo”...
En esta sociedad ya no inmoral sino amoral, permisivista, una sociedad light, sin sustancia y sin sustento: todo es válido, en la medida en que te deje satisfecho, y sin lamentarnos, no nos quedemos con los brazos cruzados: Señor, tú nos pides que seamos fieles a su Ley, la Ley del Amor. La Iglesia de Cristo debe convertirse en el camino seguro del hombre hacia su plena perfección (www.homiliacatolica.com).
Jesús, quisiera saber el sentido de tus palabras, de llevar a plenitud la ley. Quizá me ayude relacionarlo con lo que Pablo dirá: "Pues lo que la ley no pudo hacer, ya que era débil por causa de la carne, Dios lo hizo: enviando a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y como ofrenda por el pecado, condenó al pecado en la carne, para que el requisito de la ley se cumpliera en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu" (Rm 8,3-4). Tú Jesús alcanzas lo que no alcanzaba la Ley, pero no sin la Ley sino viviéndola con plena intensidad. Despreciar algo de la ley nos haría "el más pequeño en el Reino de los Cielos." Por el contrario, el que descubre el amor y la sabiduría de Dios incluso en las cosas pequeñas, por amor, da abundancia de luz y de gracia de Dios, y así se es "grande en el Reino de los Cielos” (Fray Nelson).
2. –“Hermanos, si tenemos tanta confianza delante de Dios, gracias a Cristo... No es a causa de una capacidad personal de la que podríamos atribuirnos el mérito”. No nos presentamos a Dios por nuestros méritos, sino que la confianza en Él y ese estar «seguros de nosotros mismos» es compatible con sentirnos débiles: Dame, Señor, esta confianza que se apoya en Ti y no en mí.
-“Nuestra capacidad viene de Dios, el cual nos capacitó para ser ministros de una nueva alianza”. Señor, yo también quisiera ser todo disponibilidad, tener siempre abiertas las dos palmas de mis manos, como el sacerdote en el altar, la posición del orante... en la postura del mendigo que espera recibir. Así estoy ante Ti, Señor, abre mi corazón.
Compara Pablo el ministerio de Moisés y el de los ministros de la nueva alianza: la letra y el espíritu. Los judaizantes de la Iglesia de Corinto -que reprochaban a Pablo sus novedades en relación a la antigua Ley judaica- trataban de desacreditar el carácter apostólico de san Pablo y su postura en relación a la Ley de Moisés. Pablo se defiende con una triple «comparación»: -La Ley Antigua: una «letra» demasiado material... una «gloria velada» antes deslumbrante... una «condenación del pecado»... La nueva Alianza: un «espíritu» interiorizado... «una gloria manifiesta y resplandeciente»... una «justificación del pecado»... Esta comparación confirma a Pablo en su confianza. La historia sagrada progresa. Dios conduce esa historia. Lo que Dios había revelado a Moisés en su tiempo, era bueno. Pero lo que nos revela en su Hijo Jesús es mejor aún y hace caducar todo lo precedente. Danos el sentido de TU HOY. Ayúdanos a ver claramente lo que Tú quieres para tu Pueblo, para tu Iglesia. Ayuda a esta Iglesia a no encerrarse de nuevo en «la letra» sino a dejarse llevar por el «Espíritu». Es verdad, Señor, siento siempre la tentación de pararme.
-“Aquel ministerio de muerte –letras grabadas en piedra”…, dice san Pablo: La letra mata, pero el espíritu vivifica. En mi vida este riesgo es constante. Quedarme sólo en el cumplimiento formal de gestos, contentarme con una rectitud exterior, según la letra. Así se degradan las más hermosas cosas: lo mismo sucede con las más hermosas vocaciones, profesiones, plegarias... los más sanos amores y los más puros sentimientos. Ayúdame, Señor, a no cesar de vivificarlo todo con una nueva vida. No hacer mi quehacer de HOY sólo de un modo formal, porque hay que hacerlo, sino poniendo en él todo mi ser. «Espíritu... ven sobre el mundo... danos la vida...» (Noel Quesson).
En la vida de un cristiano, sobre todo si se dedica a algún tipo de apostolado, tiene que haber unas convicciones claras, sin las cuales le resultará difícil perseverar en su camino. Encontramos la fuerza en la Eucaristía, Sangre de la Nueva Alianza.
2. «Moisés y Aarón con sus sacerdotes invocaban al Señor y él les respondía», reza el salmo: la cercanía de Dios es mucho más viva con Jesús vivo en la Eucaristía, donde nos unimos para alabar a Dios e interceder por la humanidad.
Dios les hablaba desde la columna de nube”, pero ahora nos habla desde dentro, pues vive en nosotros Cristo: "No vivo yo, sino que Cristo vive en mí" (Gl 2,20). Agradecemos como el salmista esa presencia divina: “Señor, Dios nuestro, tú les respondías, tú eras para ellos un Dios de perdón”… nos sabemos inundados del amor y del poder de Dios, es lo que llamamos vivir en el Espíritu Santo. Pablo reconoce que hay una "gloria" en todo aquello que preparó la llegada del Mesías, es decir, lo que nosotros llamamos el Antiguo Testamento; sin embargo, eso era transitorio. Lo permanente es esta acción nueva del Espíritu, y es permanente porque no puede ser derrotada, ya que en Cristo hemos visto que ni la furia del demonio, ni el abandono de la cruz, ni la frialdad del sepulcro fueron mayores que la vida que Cristo anunció y trajo a nosotros. Pablo lo vio y vivió; nosotros podemos verlo y vivirlo.
La Ley, lo que es recto –“derecho y justicia” -, que se proclama ante el Arca de Dios –“estrado de sus pies”, como Templo o monte santo- es una referencia a la Encarnación de Jesús que vendrá, máxima expresión de la presencia divina, glorificada en la Resurrección, como apunta Orígenes: “alguno ha dicho que el estrado de los pies es la carne de Cristo que debe ser adorada por motivo de Cristo. Y Cristo debe ser adorado por motivo del Verbo de Dios que está en él. San Jerónimo prefiere la aplicación al cuerpo resucitado del Señor: “he leído en el libro de un autor: ‘se trata, dice, de la Encarnación, es decir, que (el salmo) afirma que el Hombre que Dios se dignó asumir en María, es Él mismo, el estrado de sus pies’. Aunque en realidad el hombre haya estado asumido –y, delante de Dios, toda criatura es estrado de sus pies- aun en este caso, este estrado fue estrechamente unido con Dios y con aquel que está sentado con Él. Daos cuenta de lo que me atrevo a afirmar. Lo que un día fue estrado yo lo adoro de la misma manera que el trono. Y aunque hayamos conocido a Cristo según la carne, ahora no lo conocemos ya más según la carne (2 Cor 5,16). Admitamos que haya sido estrado antes de la muerte, antes de la resurrección, cuando comía, cuando bebía, cuando tenía nuestros mismos sentimientos. Pero después de resucitar y ascender victorioso al cielo yo no distingo entre el que está sentado y el que es estrado: en Cristo todo es trono. Tú me preguntarás y me dirás: ‘¿Por qué?, o ‘¿cómo?’. Yo no sé de qué modo, y, sin embargo, creo que es así”. La Santísima Humanidad de Cristo merece adoración, culto de latría, por su unión hipostática con el Verbo de Dios.
Dios ejerce el derecho y la justicia en su pueblo a través de mediadores. Se califica a Moisés y a Aarón de sacerdotes por ser ambos de la tribu de Leví, pero sobre todo por haber sido intercesores entre Dios y el pueblo a la salida del Egipto (Ex 4,15-16), y junto a ellos se cita Samuel que medió por la monarquía, todos ellos según el querer de Dios, que es santo y no admite el pecado y lo castiga, y la Iglesia ensalza su nombre diciendo: “Santo, santo, santo, Señor Dios Todopoderoso” (cf. Ap 4,8: notas de la Biblia de Navarra).


Llucià Pou Sabaté

martes, 11 de junio de 2013

Martes de la semana 10ª del tiempo ordinario: Dios nos llama a ser la sal de la tierra, luz del mundo, al participar en la vida y misión de Cristo

Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo           5,13 – 16).

1. Hoy nos muestras, Jesús, sucesivamente, las enseñanzas sobre las parábolas de la sal, de la luz y de la ciudad. A diferencia de otros evangelistas, en Mateo la imagen de la sal se convierte en una alegoría misionera: "vosotros sois la sal de la tierra..." y la sal representa a los discípulos. Señor, te pido ser la sal de la tierra, que tu Iglesia sea la sal: sin la sal, la tierra no tiene ya razón de ser; con la sal, si no pierde sus cualidades, la tierra puede proseguir su vocación y su historia. Entiendo aquí la tierra como comida, que precisa ser salada. Si la Iglesia, si yo, no fuera fiel nos perderíamos, y dejaríamos al mundo sin salvador. Si somos fieles, como la sal aumenta el sabor del mundo. Ayúdame, Señor, a ser sal, para que crezca y se desarrolle a mi alrededor ese clima de bondad, amor, el sabor de Dios, que apague toda amargura, mezquindad... banalidad.
Me gustaría entender, Señor, qué significa que el que ha perdido el sabor de Dios es "echado fuera", como el invitado al banquete que no llevaba puesto su traje de fiesta (Mt 22, 12), como el mal servidor que enterró su talento -su millón- (Mt 25. 30). "El evangelio es sal. Algunos cristianos lo han hecho azúcar" (Paul Claudel).
-“Vosotros sois la Luz del Mundo”. Es tu segunda parábola de hoy; ser como el "sol" del mundo es ser como tú, Jesús, que con tu mirada abarcas un amplio horizonte, contigo aprendo a ver mejor las cosas de la tierra, especialmente las que me cuestan, las que no me gustan. Contigo encuentran un sentido. La luz es sacada de debajo del celemín para iluminar todo alrededor, pues tu enseñanza, Jesús, desvela la luz de la verdad. Aquí añades: "vosotros sois la luz del mundo..."; como la sal, cada uno puede participar de tu misión, Señor.
Hace poco me decía una persona: “me siento vacía, presa de la envidia, con necesidad de algo mejor, de un sentido de la vida…” Te pido, Señor, que ese “anhelo interior” que me hace buscar algo grande, más allá de las mentiras del mundo, encuentre en ti descanso: ¡llenarnos de la verdad, Jesús!, ¡que sepa descubrir la vida como don para los demás! Cuando me dejo llevar por el afán de seguridad, no vivo ya tranquilo, con el miedo del mañana. Bendito el día en que se quede libre de todas esas "verdades a medias", que acepte el riesgo de la fe, de recibir y dar, de pedir perdón y perdonar y compartir (Maertens-Frisque).
-“No se puede ocultar una ciudad situada en lo alto de un monte: ni se enciende un candil para meterlo debajo del perol, sino para ponerlo en el candelero y que alumbre a todos los de la casa”. Añades también, Jesús, la imagen de la ciudad elevada, cada uno puede ser signo de Dios para el mundo. No podemos salvarnos solos, sino que estamos comprometidos con los demás, formando Iglesia, en el mundo (Noel Quesson).
El día de nuestro Bautismo se encendió una vela del Cirio pascual de Cristo. Cada año, en la Vigilia Pascual, tomamos esa vela encendida en la mano. Es la luz que debe brillar en nuestra vida de cristianos, la luz del testimonio, de la palabra oportuna, de la entrega generosa. No se nos ha dicho que seamos lumbreras, sino luz. No se espera de nosotros que deslumbremos, sino que alumbremos. Hay personas que lucen mucho e iluminan poco. Se nos dice, finalmente, que seamos como una ciudad puesta en lo alto de un monte, como punto de referencia que guía y ofrece cobijo. Te lo pedimos, Señor, con la Plegaria Eucarística II de la Reconciliación: «que la Iglesia resplandezca en medio de los hombres como signo de unidad e instrumento de tu paz»; y la Plegaria V b: «que tu Iglesia sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando». También te pedimos eso mismo para las familias y las comunidades cristianas. Qué hermoso el testimonio de aquellas casas que están siempre abiertas, disponibles, para niños y mayores, parientes o vecinos. No sólo para invitar a comer, sino sobre todo con las caras acogedoras y una mano tendida. ¿Somos de verdad sal que da sabor en medio de un mundo soso, luz que alumbra el camino a los que andan a oscuras, ciudad que ofrece casa y refugio a los que se encuentran perdidos? (J. Aldazábal).
La gente que ama mucho sonríe fácilmente, porque la sonrisa es, ante todo, una gran fidelidad a sí mismo. Y atención porque se habla de sonrisa y no de risa. “Mayor felicidad hay en dar que en recibir” (Hch 20,35). Esos a quienes llamamos santos lograron la nota más alta en su vida porque se dedicaron a servir. Porque se entregaron sin límites a sus hermanos. La alegría del cristiano es una alegría verdadera, profunda que está llamada a ser sal de la tierra. No puede quedarse oculta. Siendo lo que es, debe calar y debe motivarnos a transmitirla, a darla a conocer a los demás. Esta felicidad se halla en el encuentro personal con Cristo. Sí, antes de salir a predicar, los santos se encontraron con Jesús. Por ello, tan sólo les bastaba una sonrisa para trasmitir a Dios, lo irradiaban, estaban rebosantes de Él. Cuentan que un día, san Francisco de Asís le pidió a uno de los frailes cofundadores que se preparara para salir a predicar con él. Salieron y estuvieron caminando y dando vueltas por todo Asís, durante una hora y media. En un cierto momento, el fraile que lo acompañaba le dijo a san Francisco: “Padre Francisco, usted me dijo que saldríamos a predicar. Hasta ahora, sólo hemos caminado y recorrido todo el pueblo”. San Francisco le respondió: “Hermano, llevamos una hora y media de predicación. No hay mejor predicación que la sonrisa y el testimonio de una vida auténticamente cristiana”. Ojalá que también nosotros prediquemos el mensaje de la felicidad, de la sonrisa, de la plenitud cristiana. Que seamos sal y luz para nuestros familiares y amigos. Quien verdaderamente se ha encontrado con Jesús no puede callar, no puede encerrarse en sí mismo, debe compartirlo con todo el mundo (Xavier Caballero).
Un antiguo texto cristiano, la “Carta a Diogneto”, habla sobre la misión de los cristianos en el mundo. Dice así: “Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos; ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres. Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte; siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida; y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho. Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan esas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se les condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, pero abundan en todo. Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su justicia. Son maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia, y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores; y, al ser castigados con la muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos los combaten como a extraños y los gentiles los persiguen; y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad. Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma en el cuerpo. El alma, en efecto, se halla esparcida por todos los miembros el cuerpo; así también los cristianos se encuentran dispersos por todas las ciudades del mundo. El alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está encerrada en la cárcel del cuerpo visible; los cristianos viven visiblemente en el mundo, pero su religión es invisible. La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido de ella agravio alguno, sólo porque le impide disfrutar de los placeres; también el mundo aborrece a los cristianos, sin haber recibido agravio de ellos porque se oponen a sus placeres. El alma ama al cuerpo y a sus miembros, a pesar de que éste la aborrece; también los cristianos aman a los que los odian. El alma está encerrada en el cuerpo; también los cristianos se hallan retenidos en el mundo como en una cárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón del mundo. El alma inmortal habita en una tienda mortal; también los cristianos viven como peregrinos en moradas corruptibles mientras esperan la incorrupción celestial. El alma se perfecciona con la mortificación en el comer y beber; también los cristianos, constantemente mortificados, se multiplican más y más. Tan importante es el puesto que Dios les ha asignado del que no les es lícito desertar” (cap. 5-6).
2. Pablo se defiende ante los ataques de Corinto. Su única fidelidad no es a los partidos humanos sino a Dios. Se apoya en Dios: "tan verdadero como Dios es fiel" he tratado de ser sincero con vosotros. El mundo moderno va descubriendo las leyes de la comunicación entre las personas. Nada hay más difícil que «comunicarse». Se hiere sin quererlo. ¡Señor, ayuda a los hombres a comprenderse! Ayúdame a que mi lenguaje sea «sí» y "no", claro y neto.
-“El Hijo de Dios, Jesucristo, que os hemos anunciado nunca ha sido a la vez "sí" y "no". Siempre ha sido un "sí"”. Cristo es un "sí". Sí, es decir, "lo positivo"; "la claridad", «la simplicidad», "la franqueza". "la acogida", "la aquiescencia", «la disponibilidad». Sí es la palabra del matrimonio, del amor, del consentimiento del otro. Sí, es el símbolo de un «ser que no está vuelto en sí mismo» sino «que se vuelve hacia el otro». Sí es una "respuesta". Que sea yo también un «sí».
-“Todas las promesas hechas por Dios han tenido su «sí» en Jesucristo”. Jesucristo es el «sí» de Dios. En Jesús, Dios ha dicho «sí» al hombre. La alianza. ¡Qué misterio! Dios se ha comprometido conmigo, como el esposo se compromete con su esposa. Ahora bien, Dios es fiel. Y ¡yo lo soy tan poco! -“Es también por Cristo que decimos "amén" a Dios, nuestro "sí" para su gloria”. El término «amén» en hebreo es el equivalente a nuestro «sí». Trataré de pronunciarlo pensando en lo que digo. Decir «sí» a Dios.
-“Dios nos marcó con su sello” -nos ha consagrado- y, en avance a sus dones nos ha dado: al Espíritu Santo que habita en nosotros. ¡La inhabitación del Espíritu en el corazón del hombre! Pablo era un hombre consciente de llevar a Dios consigo. Señor, ¿es esto verdad? Y es sólo un «a cuenta», un «primer avance», ¡un comienzo de lo que será un día total y definitivo! ¡Gracias! (Noel Quesson).
3. Confiamos en la fidelidad de Dios: «vuélvete a mí y ten misericordia, como es tu norma con los que aman tu nombre», a la vez que manifestamos nuestro compromiso de respuesta afirmativa: «enséñame tus leyes... tus preceptos son admirables, por eso los guarda mi alma». Quizá nos pueda servir para meditar este salmo de hoy las siguientes palabras de S. Roberto Belarmino: “Tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia; ¿quién, que haya empezado a gustar, por poco que sea, la dulzura de tu dominio paternal, dejará de servirte con todo el corazón? ¿Qué es, Señor, lo que mandas a tus siervos? Cargad –nos dices– con mi yugo. ¿Y cómo es este yugo tuyo? Mi yugo –añades– es llevadero y mi carga ligera. ¿Quién no llevará de buena gana un yugo que no oprime, sino que halaga, y una carga que no pesa, sino que da nueva fuerza? Con razón añades: Y encontraréis vuestro descanso. ¿Y cuál es este yugo tuyo que no fatiga, sino que da reposo? Por supuesto aquel mandamiento, el primero y el más grande: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón. ¿Qué más fácil, más suave, más dulce que amar la bondad, la belleza y el amor, todo lo cual eres tú, Señor, Dios mío? ¿Acaso no prometes además un premio a los que guardan tus mandamientos, más preciosos que el oro fino, más dulces que la miel de un panal? Por cierto que sí, y un premio grandioso, como dice Santiago: La corona de la vida que el Señor ha prometido a los que lo aman. ¿Y qué es esta corona de la vida? Un bien superior a cuanto podamos pensar o desear, como dice san Pablo, citando al profeta Isaías: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman. En verdad es muy grande el premio que proporciona la observancia de tus mandamientos. Y no sólo aquel mandamiento, el primero y el más grande, es provechoso para el hombre que lo cumple, no para Dios que lo impone, sino que también los demás mandamientos de Dios perfeccionan al que los cumple, lo embellecen, lo instruyen, lo ilustran, lo hacen en definitiva bueno y feliz. Por esto, si juzgas rectamente, comprenderás que has sido creado para la gloria de Dios y para tu eterna salvación, comprenderás que éste es tu fin, que éste es el objetivo de tu alma, el tesoro de tu corazón. Si llegas a este fin, serás dichoso; si no lo alcanzas, serás un desdichado. Por consiguiente, debes considerar como realmente bueno lo que te lleva a tu fin, y como realmente malo lo que te aparta del mismo. Para el auténtico sabio, lo próspero y lo adverso, la riqueza y la pobreza, la salud y la enfermedad, los honores y los desprecios, la vida y la muerte son cosas que, de por sí, no son ni deseables ni aborrecibles. Si contribuyen a la gloria de Dios y a tu felicidad eterna, son cosas buenas y deseables; de lo contrario, son malas y aborrecibles.”
Llucià Pou Sabaté


lunes, 10 de junio de 2013

Lunes de la semana 10ª del tiempo ordinario: las bienaventuranzas, el retrato de Jesús en el que nos podemos mirar para vivir como Él y ser felices

            “Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo:
            -Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.
            -Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros”
(Mateo 5,1-12).
1. San Mateo guiará nuestro encuentro con Jesús este tiempo, a partir de donde lo dejamos en tiempo de Navidad y Cuaresma. Si san Marcos relata los "hechos" de Jesús, san Mateo relata muchas de sus "palabras", agrupadas en cinco grandes discursos: 1. Sermón de la montaña (5 a 7). 2. Consignas para la “misión” (10). 3. Parábolas del Reino (13). 4. Lecciones de vida comunitaria (18). 5. Discurso escatológico (24 y 25).
Jesús, hoy comenzamos este primer discurso con tu “retrato”, que es nuestro modelo de vida: “Dichosos... Dichosos... Dichosos... Dichosos... Dichosos... Dichosos... Dichosos”... quieres que seamos felices, bienaventurados. Por eso comienzas así, cada bienaventuranza. Dios nos ha creado para la felicidad. Para un Padre, es lo lógico: el amor puesto en acto. Nos dices que el "paraíso" es nuestra meta, ¡la felicidad es la gran aspiración del hombre! Participar de ti, Señor: ¡Tú eres dichoso, feliz! Dios está en la alegría. Dios vive en el gozo. Y la humanidad va hacia ti… y yo voy hacia ti.
-“Los pobres... Los no violentos... Los afligidos... Los que tienen hambre y sed de justicia... Los misericordiosos... Los sinceros y limpios de corazón... Los que trabajan por la paz... Los perseguidos”... no nos das unas frases relamidas, de alegrías fáciles ni falsas dichas. Nos hablas de lucha, de crecer por el dolor, de no dejarse abatir: ¡las bienaventuranzas son la máxima expresión de la fortaleza! Ayúdame, Señor, porque me da miedo la "pobreza", la "aflicción", la "persecución", y que me llamen loco... además, sé que no soy "limpio", que puedo ser más "sincero", y más "pacífico", y más "misericordioso". Quiero seguir en tu camino, Señor, adelantar y crecer en ti, tener paz, ser feliz.
-“Porque suyo es el Reino de los cielos. .. Heredarán la tierra... Serán consolados... Serán saciados... Alcanzarán misericordia... Verán a Dios... Se llamarán hijos de Dios... Suyo es el Reino de los cielos”... Jesús no promete a los pobres una revancha sobre los ricos; tampoco habla de la revolución social: está a otro nivel: el nivel del "corazón", que es la más grande revolución, sin excluir las otras, que no valen nada sin ésta: ver a Dios... poseer el Reino de los cielos... ser hijos de Dios (Noel Quesson).
Jesús, nos enseñas un camino en verdad paradójico: llamas felices a los pobres, a los humildes, a los de corazón misericordioso, a los que trabajan por la paz, a los que lloran y son perseguidos, a los limpios de corazón. Sé que la felicidad no está en la misma pobreza o en las lágrimas o en la persecución, sino en lo que esta actitud ante ellas, ante la cruz. Llamas bienaventurados a los «pobres de Yahvé» del Antiguo Testamento, los no se apoyan en nada humano, sino en Dios.
Nos prometes otro tipo de éxito distinto al del mundo: humildad, sencillez de corazón. Sé que nadie puede vivir eso en plenitud, sino que es tu retrato el que muestras para que sigamos: Tú eres el pobre, el que crea paz, el misericordioso, el limpio de corazón, el perseguido. Este programa nos lo das para tener felicidad verdadera y cambiar la situación del mundo. No son tanto unos mandamientos, sino el anuncio del tesoro escondido por el que vale la pena renunciar a todo (J. Aldazábal).
Jesús: quiero renovar mi “determinada determinación”, como decía santa Teresa de Jesús, para ser sembrador de paz y alegría en mi ambiente. Sembrar con tus Bienaventuranzas tu perfume participado en la historia humana. Quiero también aprender de cuando llegan las horas malas; me dices: entonces «alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos» (Àngel Caldas i Bosch).
El pensamiento antiguo coincidía en que el fin del hombre es la búsqueda de la felicidad. Diversas escuelas filosóficas lo ponían en la serenidad y quietud del alma frente a los reveses de la vida; en un equilibrado placer; en la razón al vivir según la naturaleza. Las religiones han buscado dar respuesta a este profundo deseo del ser humano conjugando cierta felicidad en la tierra con la paz completa en el más allá.
Tú, Señor, nos muestras que ese deseo del hombre lo ha puesto Dios, “y sólo en Él encontrará la verdad y la dicha que no cesa de buscar” (Catecismo, 27). Conoces  perfectamente el corazón del hombre, sus ansias y anhelos de eternidad, y nos das la clave para que lleguemos a ser felices. A diferencia de los filósofos, no sólo das pistas para caminar, sino que tú eres el Camino y la meta.
Pablo VI decía: “quien no ha escuchado las bienaventuranzas, no conoce el Evangelio; y quien no las ha meditado, no conoce a Cristo”. El Sermón del monte es como la “Carta magna del Reino”, el núcleo más esencial del mensaje de Jesucristo.
Son dichosos no son los que no tienen nada, sino los que no tienen su corazón apegado a nada, a ningún bien de esta tierra. Por eso gozan de una total libertad interior y pueden abrirse sin barreras a Dios y a las necesidades de sus semejantes. Los mansos son los hombres y mujeres llenos de bondad, de paciencia y de dulzura, que saben perdonar, comprender y ayudar a todos sin excepción. Por eso pueden poseer la tierra. El que es dueño de sí mismo es capaz de conquistar más fácilmente el corazón de los demás para llevarlo hacia Dios. Y vive feliz y en paz. En su corazón no hay lugar para la amargura. Y por eso, porque vive en paz, puede repartir la paz en torno suyo. Como Francisco de Asís, que podía dialogar, sin armas en la mano, con el terrible sultán de los sarracenos, que hacía la guerra a los cristianos. Los pacíficos son también pacificadores. Porque son misericordiosos y rectos de corazón. Y los que aceptan de buen grado la persecución por amor a Cristo y a su Reino son personas que viven en otra dimensión, que tienen ya el alma en el cielo. Y nadie es capaz de quitarles jamás esa felicidad de la que ya gozan. Han entrado ya en la eternidad sin partir de este mundo. Nada ni nadie puede perturbar su paz. ¡Ésos son los santos! El que sigue a Jesús: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mt 11,29) (Sergio Córdova).
2. Corinto era una ciudad rica, activa, de fuerte comercio, inquieta y con todos los vicios -pequeños y grandes- que su misma situación social comportaba. Pero, además, llegaron allí «falsos misioneros» (10,1-12,3) que atacaron a Pablo, quien les escribe una primera carta de reprensión, para que se conviertan, como así hicieron. La segunda Epístola que comenzamos hoy a leer es muy "personal": Pablo «abre» su corazón, vemos su personalidad prodigiosa: tierno y duro; audaz y tímido; débil y con la misma fuerza de Dios.
Encabeza el saludo llamándose: «apóstol de Jesucristo por designio de Dios». Escogido y enviado, a pesar de sus limitaciones y debilidades, servidor de la Palabra de Dios, sin partidos, hace Iglesia: une y reúne a todos.
-“Yo, Pablo, que por voluntad de Dios soy apóstol de Cristo Jesús, os deseo gracia y paz de parte de Dios”. Su misión es «lo que le hace vivir», lleno de Dios que, a cada instante y a propósito de las mil naderías de la vida cotidiana, ese Dios-a-quien-ha-entregado-su- vida aparece en todo lo que hace: en las veinte primeras líneas de su epístola, contamos ya seis veces la palabra "Dios"... y cinco veces la palabra "Cristo "... Señor, que no haga yo nada artificioso en mi propia vida: te pido humildemente que me ayudes a vivir de Ti de ese modo.
-“Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo... Padre de las misericordias... y Dios de toda consolación”... He ahí ya cuatro maneras de nombrar a Dios. Esto nos recuerda al enamorado que halla diversos nombres para hablar de su amada. ¿Qué es Dios para mí? ¿Qué letanía de nombres podría yo aplicar de veras a Dios? Nadie puede ocupar mi lugar para ello, para dirigirme así a Dios. Puedo intentarlo, en el secreto de mi oración de HOY. Mi Dios... Mi Amor... Mi Padre... El que me levanta... El que me perdona... El que me da vida...
-“Que nos consuela en todas nuestras pruebas... Los sufrimientos de Cristo abundan para nosotros”... Es duro lo que dice de sus "tribulaciones" -seis veces el término "prueba" o "sufrimiento", aparece en esas líneas-. Pablo sufre. Su oración no debió de ser muy fácil todos los días. Señor, ayúdame a valerme de todo incluso del sufrimiento, para unirme a ti. Que incluso el vacío y la sequedad que siento, lleguen a ser como una oración: la espera, el deseo... "Como una tierra seca, sedienta, falta de agua... mi alma tiene sed de ti".
“La consolación”, nueve veces dicho en estas líneas, es “alegría”, podemos pedir el consuelo y ese “gozo después de una pena” para todos los que sufren... (Noel Quesson). Imitando a Pablo, ¿sabemos encontrar en Cristo Jesús la fuerza para seguir adelante? En los momentos buenos y en los malos, nos deberíamos sentir, como Pablo, unidos a Cristo: «si los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, gracias a Cristo rebosa en proporción nuestro ánimo».
2. Los ojos del Señor velan sobre los justos… gustad y ved qué bueno es el Señor”. ¿Podemos rezar nosotros con el salmo: «me libró de todas mis ansias... gustad y ved qué bueno es el Señor»? Podríamos rezar hoy, serenamente, como oración personal, este hermoso salmo 33. Pero hay otro aspecto: ¿sabemos ser animadores, repartidores de aliento, como Pablo? Ojalá podamos decir que vivimos «repartiendo con los demás el ánimo que nosotros recibimos de Dios»: confortados por la cercanía de Dios, confortar a los demás, en nuestra familia o en nuestra comunidad, porque seguramente están igual o peor que nosotros.

Llucià Pou Sabaté

viernes, 7 de junio de 2013

Blogueros con el Papa

Viernes de la semana 9ª del tiempo ordinario: Jesús, el Señor y Salvador, es nuestro mediador para volver a Dios, en nuestra unión con él.

“En aquel tiempo, Jesús, tomando la palabra, decía mientras enseñaba en el Templo: «¿Cómo dicen los escribas que el Cristo es hijo de David? David mismo dijo, movido por el Espíritu Santo: ‘Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies’. El mismo David le llama Señor; ¿cómo entonces puede ser hijo suyo?». La muchedumbre le oía con agrado” (Mc 12,35-37).

1. Jesús, te veo enseñar en el templo. Enseñas. Eres maestro. El Maestro. Te veo preguntar, como experto en Escritura: -"¿Cómo dicen los escribas que el Mesías es hijo de David?" Pues le dice David al Mesías que ocupe el lugar más destacado: "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra" (salmo 110).
-“Si el mismo David le llama Señor: "Entonces, ¿cómo puede ser Hijo suyo?"” Si es Señor, ¿cómo puede ser hijo? Jesús, quiero verte como hijo de David y como hijo de Dios, y decirte yo también: -“Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies”, palabras (salmo 110) aplicadas a tu resurrección, pues reinas en tu subida al cielo, cuando vences la muerte con tu muerte y resurrección.
En Oriente no se puede pensar en un padre de familia que llame Señor a un hijo. David, inspirado por el Espíritu, profetizó sobre tú, Jesús, al mismo tiempo hijo de David y Señor (hijo de Dios), es decir simultáneamente hombre y Dios (Rom 1,3-4), el Mediador. Como nos recordaba Juan Pablo II, Cristo se ha unido de alguna manera a cada persona, en su grandeza, en su pecaminosidad… en todo nuestro modo de ser.
Jesús, quiero proclamarte como camino, verdad y vida. Como luz, maestro y pastor. Quiero ser como tú, seguirte, vivir en ti. Como el Señor, Hijo de Dios: «El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la estirpe de Jacob por siempre» (Lc 1,32-33).
Los pobres te clamaban: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!» (Mc 10,48).
En tu entrada del domingo de Ramos en Jerusalén, te aclamaron: «¡Bendito el reino que viene, el de nuestro padre David!» (Mc 11,10).
La Didakhé agradece a Dios «la viña santa de David, tu siervo, que nos has dado a conocer por medio de Jesús, tu siervo».
Y también decían los primeros: «David murió y fue sepultado, y su sepulcro aún se conserva entre nosotros (…). A este Jesús Dios lo ha resucitado, y de ello somos testigos todos nosotros» (Ac 2,14).
Y san Pablo dirá de ti: Jesucristo, «nacido, en cuanto hombre, de la estirpe de David y constituido por su resurrección de entre los muertos Hijo poderoso de Dios» (Rm 1,3-4; he tomado esta selección de citas de Josep Laplana). Señor, eres foco de atracción de nuestros corazones, y te pido que reines en todos y en mi corazón. Que reines por el servicio que doy a los demás, a ejemplo tuyo, recordando tu enseñanza a los apóstoles: ¿Quién es el más importante, el que está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que el que está a la mesa? Pues yo, que soy vuestro Maestro y Señor, he estado en medio de vosotros como el que sirve. Nos has dado ejemplo, para que hagamos lo mismo. El camino de la Iglesia es el servicio a las personas.
2. Tras la despedida de los padres empieza la narración del viaje de Tobías y el ángel, en la cual resplandece nuevamente la fe y la obediencia del hijo de Tobit. Llegados a la orilla del Tigris, Tobías baja a bañarse. Allí tiene lugar el episodio del pez, que, por designio divino, será el instrumento que sanará a Tobit y Sara. El hígado, el corazón y la hiel de determinados peces poseen virtudes curativas. Concretamente, Plinio habla del poder curativo de la hiel respecto a enfermedades de los ojos. Se devuelve la luz a los ojos enfermos, dirá el Ap 3,18. Luz es felicidad, don de Dios. Lo esencial está situado a un nivel más interno: lo que tiene que iluminarse es el corazón del hombre para que pueda estructurarse la felicidad requerida, y es él el que debe rechazar el pecado. Pero no lo consigue sino en la medida en que Dios le ofrece su claridad. El Padre ha hecho ya que Jesús pasara de las tinieblas a la gloria y todos cuantos sigan las huellas de Cristo conseguirán esa misma iluminación (Jn 8,12: Maertens-Frisque).
El proceso de la misma narración confirmará posteriormente la utilidad del acto de obediencia que hace Tobías sin ver su inmediato provecho. Porque el ángel dice a Tobías que el corazón y el hígado obrarán como exorcismos liberadores. Se inicia luego el desarrollo del plan divino respecto a la boda de Tobías y Sara, hija de Raguel. En Nm 36,6-8 se habla de la obligación que tenían las hijas de Salfajad: «Se casarán dentro de los clanes de la tribu paterna». Así, pues, Tobías, como miembro de la misma tribu y familia, era el primero que tenía derecho a casarse con la hija de Raguel. El ángel, verdadero instrumento del beneplácito divino, insiste en este sentido. Sin embargo, Tobías conoce las desgracias de Sara con los siete maridos que se acercaron a ella en la cámara nupcial. El ángel tranquiliza a Tobías: el hígado y el corazón del pez alejarán de Sara el espíritu maligno, el cual, después de oler el humo producido por la quema de las mencionadas vísceras, jamás volverá a ella. La plegaria al Dios omnipotente da su fruto. Por encima de todo remedio humano están la misericordia y la salvación, que sólo pueden venir de aquel Señor que siempre se compadece de los hombres. Más aún: Sara estaba reservada a Tobías desde la eternidad. Este pensamiento encierra una realidad profundísima: la providencia eterna de Dios para con sus escogidos. Tal pensamiento debe infundir siempre gran confianza a todos los que viven en paz con Dios (J. O`Callaghan).
-“Ana iba a sentarse todos los días al borde del camino, sobre una altura desde donde podía ver a lo lejos. En cuanto lo divisó corrió a anunciarlo a su marido”. Participa con Tobit de la espera febril del hijo. ¡Todo está bien si acaba bien! ¡El tiempo arregla muchas cosas! En este libro optimista, todo se arregla al final. «Vale más así», podríamos decir. ¡Si fuera siempre verdad! Pero, de hecho, esa convicción positiva ¿no deberían adoptarla más a menudo, sobre todo las personas propensas a angustiarse?: es uno de los aspectos de la esperanza... después de todo y no el menor y ¡a menudo verdadero! ¡Confesémoslo!
-“Rafael dijo al joven Tobías: «En cuanto entres en tu casa adora al Señor tu Dios»; y después de darle gracias acércate a tu padre y abrázalo”. Lejos de tratarse de una serie de prácticas formalistas esta oración es una maravillosa disposición permanente que hace que la «acción de gracias" surja a propósito de todo: "¡gracias, Dios mío!"... Bendito seas. Voy donde alguien, toco el timbre: ¡una plegaria mientras espero! Voy de compras, camino por la calle: ¡una plegaria! Alguien ha llamado a la puerta. Voy a abrir: ¡una plegaria mientras voy!
-“Entonces el perro que los había acompañado en el viaje se adelantó corriendo, llegó como mensajero meneando la cola en señal de alegría”. El padre ciego se levantó, echó a correr, tropezó, tomó la mano de un niño para alcanzar a su hijo, lo abrazó, lo besó lo mismo que a su mujer y todos lloraron de alegría. El texto pertenece al gran arte narrativo, con su sentido del detalle concreto bien observado. Es, sencillamente, muy humano. La Encarnación del Hijo de Dios en una verdadera familia, en situaciones humanas reales, nos dirá pronto que la aventura divina se realiza en el corazón de las realidades más humildes, más cotidianas.
-“Cuando hubieron adorado a Dios y dado gracias, se sentaron. Entonces Tobías tomó la hiel del pez y frotó con ella los ojos de su padre... Este recobró la vista”. La curación del ciego de nacimiento es interpretada explícitamente por Jesús como símbolo de esta "luz que proviene de Dios y que permite mirar los acontecimientos a la manera de Dios" (Jn 9,40-41). En efecto, la luz es «ver como Dios", esto es la fe y la felicidad. Por el contrario, el pecado es tinieblas y desgracia. Abre nuestros ojos, Señor... haznos lúcidos y clarividentes... ilumina nuestras vidas.
Dios no abandona a los justos. La prueba se transforma en bendición. De hecho ahora Tobit recupera mucho más de lo que había perdido. La lectura acaba con la gozosa bendición de Tobit tras haber recobrado la vista: alaba al Señor de la misma forma que en los pasajes anteriores. Tobit tiene muchos motivos para alabar a Dios. Todas las páginas del libro están impregnadas de la convicción de que la providencia del Señor gobierna todo. El Señor nunca abandona a los justos. Por eso Tobit puede decir: “Bendito sea Dios, bendito su gran nombre..., porque si antes me castigó, ahora veo a mi hijo Tobías”. Es un final que, con mucha más razón que las purificaciones exigidas por los cánones de la tragedia griega, deja al alma convencida de que Dios es, sobre todo, un padre que ama. La historia se acerca a su fin. Naturalmente, no la escuchamos entera, y no estaría mal que aprovecháramos para leerla íntegra en la Biblia, porque tiene otros muchos matices interesantes.
-“Todos glorificaban a Dios: él, su mujer y todos sus conocidos. El viejo Tobit decía: «Yo te bendigo, Señor, porque me has afligido y me has salvado."” ¿Es la "bendición", el dar gracias a Dios, el clima habitual de mi vida? Acaso en mi felicidad, mis alegrías, mis éxitos ¿me olvido de Dios? (Noel Quesson/J. O`Callaghan).
Lo que parece desastroso en nuestra historia, muchas veces resulta para bien. Dios lo conduce todo para nuestro provecho. Cuántas veces tenemos la experiencia de que una enfermedad, o la falta de suerte, o un accidente, o un fracaso que nos hicieron sufrir, luego han resultado beneficiosos para nuestra vida. ¿Sabemos reaccionar con una cierta serenidad y con actitud de fe ante las pruebas de la vida?, ¿nos hundimos fácilmente, o somos capaces de bendecir a Dios incluso en la desgracia?, ¿sabemos, luego, en el momento de la felicidad, dar gracias a Dios?
3. El salmo de hoy nos inspira los sentimientos idóneos: «alaba, alma mía, al Señor, que mantiene su fidelidad perpetuamente», «el Señor liberta a los oprimidos, abre los ojos al ciego, endereza a los que ya se doblan», «el Señor ama a los justos y trastorna el camino de los malvados». “La contemplación del profeta, le empuja a situarse, por así decir, en el final de los tiempos. Entonces, viendo la fragilidad de todo lo que, por ser terreno, resulta caduco, no piensa más que en alabar a Dios. Este fin del mundo vendrá presto para cada uno de nosotros: vendrá en el momento en que muramos y nos desliguemos de cuanto nos rodea. Enderecemos, pues, nuestros afanes hacia lo que constituirá, al fin, nuestra ocupación perenne” (Casiodoro).
Las acciones que cuenta el salmo con las que Dios manifiesta su poder y bondad (poder del Dios de Jacob, que además realiza su misericordia hacia los necesitados en distintas situaciones, por eso se puede confiar en Él en cualquier momento), las ha realizado Jesús: sus milagros son signos de su obra redentora, cumpliendo las palabras del salmo (cf también Is 61,1-2; Lc 4,17-21).

Llucià Pou Sabaté


jueves, 6 de junio de 2013

Jueves de la 9ª semana del Tiempo ordinario: el camino del amor a Dios y a los demás, es la senda auténtica de la vida feliz

“En aquel tiempo, se llegó uno de los escribas y le preguntó: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?». Jesús le contestó: «El primero es: ‘Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas’. El segundo es: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No existe otro mandamiento mayor que éstos».

Le dijo el escriba: «Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios».

Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios». Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas” (Mc 12,28-34).

1. La pregunta que hacen a Jesús es sobre un tema importante: ¿qué es lo principal en la moral? «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?» La hace un maestro de la Ley. Jesús le dio la respuesta, siguiendo la Escritura: "Escucha Israel, el primero es: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas." Amar… con "corazón, alma, mente, fuerza" que son nuestras facultades para amar.
Sigue Jesús: -“El segundo es éste: "Amaras a tu prójimo como a ti mismo"”.
San Agustín dirá: «Ama y haz lo que quieras».
Jesús ha respondido con el texto sagrado, como solían hacer los expertos en Escritura. Y el maestro de la ley se abre a la Verdad, explicada con la interpretación correcta de la Palabra (Jesús, que es la misma Palabra, da el sentido correcto); y proclama con otro texto bíblico: amar a Dios con todo el corazón y a los otros como a uno mismo «vale más que todos los holocaustos y sacrificios». Ante tantas obligaciones como tenían los judíos, ha podido por fin establecer qué es lo esencial.
Se habían multiplicado las leyes, que pueden agobiar si se toman como obligaciones. Pasaba esto con los judíos y nos puede pasar a nosotros. Tiene que haber leyes, pero necesitamos buscar la esencia para no perdernos con tantos preceptos. Para los judíos, 248 preceptos positivos y 365 negativos, que se complicaban con las diversas controversias según las escuelas de rabinos. También el Código de Derecho Canónico contiene 1752 cánones, aunque quieren regularse por el bien de las almas. Así, no hay ley que nos aprisione, si hay amor a Dios «con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas» y así participamos de ese amor a Dios, y podemos amar a los demás.
En una conversación hablaron de una persona ausente diciendo con dureza que había hecho algo mal, y alguien añadió además: “¡porque hay que hacer las cosas como Dios manda!” San Josemaría, que estaba presente, dijo: “lo que Dios manda es que vivamos la caridad”. Lo otro, la “perfección”, podrá ser más o menos interesante, pero en este sentido secundario. Quizá utilizamos tantos “pequeños mandamientos” como son «los sacrificios y las ofrendas» para recriminar a los demás, como nuevos fariseos… Te pido, Señor, buscar la verdad con lealtad. Que como hace Jesús, la verdad se abra paso no a fuerza de imposiciones, sino por la misma fuerza de la verdad.
El amor es el resumen de toda la ley. Amar a Dios (escucharle, adorarle, rezarle, amar lo que ama él) y amar al prójimo (a los simpáticos y a los menos simpáticos, ayudarles, acogerles, perdonarles). Por la noche, podemos hacer un poco de examen de conciencia y preguntarnos: ¿cómo hay ido hoy mi amor a Dios, a los demás?, ¿me he buscado a mí mismo? Hemos de llegar a mejorar el tercer mundo, pero comenzar por la familia y nuestro pequeño mundo, quienes nos rodean. En la misa, en el momento de darnos la paz con los más cercanos, podemos recordar cómo vamos en nuestro amor (J. Aldazábal).
2. La oración de Tobías, el anciano ciego y la de Sarra, la joven injuriada... han sido escuchadas. Ahora es Tobías hijo (creyente como su padre) el que aparece como protagonista. Acompañado de Rafael, el hijo de Tobías va a casa de Sarra. Acompañado por el personaje misterioso, que ellos no saben que es el arcángel Rafael, emprende viaje hasta la casa del pariente Ragüel, a cobrar una deuda pendiente de hacía años.
-“Hay aquí un hombre llamado Ragüel, tu pariente, miembro de tu tribu y que tiene una hija llamada Sarra”. El autor insiste, evidentemente en esos vínculos raciales. En aquel tiempo las bodas se concertaban «entre personas del mismo clan». No olvidemos que el problema capital de los exiliados y emigrados fue siempre conservar su identidad y su fe. La familia es la célula esencial donde se transmiten las tradiciones, las convicciones profundas. Y el momento decisivo es el del matrimonio. De él depende todo el porvenir. Porque los exiliados tienen el gran riesgo de ser progresivamente asimilados a las naciones paganas por el hecho natural de casarse. Ruego por los jóvenes que se preparan al matrimonio: que sean muy conscientes de lo que en él está en juego y de las consecuencias en el porvenir que pueden vislumbrarse a través de sus relaciones. Señor haz que crezca en nosotros el sentido de nuestras responsabilidades.
-“Entraron en casa de Ragüel que lo recibió muy contento. Hablaron y Ragüel ordenó que mataran un cabrito y prepararan la mesa”. No será una comida ordinaria sino festiva: preparan un cabrito. ¡Sentido de la hospitalidad! ¿Sabemos también nosotros, en el ajetreo de nuestras vidas, encontrar el tiempo de acoger?
Al llegar a casa de Ragüel, el amor a primera vista entre el joven Tobías y Sara crea una situación penosa (la muerte de los anteriores 7 pretendientes, la noche de bodas), hasta que el ángel les asegura que no se va a repetir el caso de los siete novios anteriores: -“Rafael dijo: No temas dar tu hija a Tobías: es fiel a Dios y con él debe casarse; he ahí por qué nadie la ha tenido por esposa”. Más allá del simplismo aparente de ese razonamiento, admiro la "lectura de fe" que hace Rafael del "acontecimiento": la fatalidad de la muerte de los prometidos podría dejarse solamente al nivel de la «mala suerte» o de la mala magia... pero se puede también acceder a ese nivel más profundo de la fe. Sí, todo acontecimiento puede interpretarse en una síntesis más vasta, la de proyecto de Dios. En todo lo que me sucede ¿procuro ver más allá de las apariencias inmediatas? En particular el «encuentro de dos seres» que van a casarse ¿es solamente un juego del azar, una simple pulsión hormonal, una costumbre sociológica, una ocasión de placer...? o bien ¿hay algo más en el interior de esos condicionamientos tan reales? Dios está ahí, activo, en todo acto humano decisivo. La actitud de FE es procurar descubrir el proyecto de Dios y corresponder a él. Eso no dispensa de los análisis humanos lúcidos.
El matrimonio tiene lugar según las costumbres sociales del tiempo, en familia, con la bendición del padre y la escritura matrimonial y el banquete. Todo ello en un clima de fe y de acción de gracias a Dios, incluidas las tres noches de oración intensa.
-“Ragüel dijo entonces: «Veo ahora que Dios ha atendido mi oración y comprendo que Él os ha conducido a los dos hasta mí, para que mi hija se case con un hombre de su tribu, según la ley de Moisés... ¡Yo te la doy!» Luego tomó la mano derecha de su hija y la puso en la de Tobías diciendo: «Que el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob sea con vosotros. Que El mismo os una y os colme de su bendición." Mandó traer una hoja de papiro y escribió el contrato matrimonial. Acabado esto empezaron el banquete bendiciendo a Dios...” Esta escena es muy relevante. No hay «sacerdote», ni «santuario», ese matrimonio aparentemente es un matrimonio civil, profano, todo pasa en el plan humano ordinario. Vemos «la aprobación de los padres»... «la evocación de la Ley»... «la mano en la mano»... «el contrato en buena y debida forma»... «el banquete de boda»... Sin embargo nada hay exclusivamente profano: Dios se encuentra en el hondón de las realidades humanas. La teología HOY también como en aquel tiempo nos dice que son los mismos esposos, los «ministros» de su sacramento: ¡felices los esposos que, a lo largo de su vida conyugal, acceden a la conciencia de darse recíprocamente la gracia de Dios! (Noel Quesson).
El amor viene de Dios. Ha sido Dios el que, ya desde Adán y Eva, como muy bien recuerda Tobías, ha pensado en esta admirable complementariedad entre hombre y mujer y ha instituido el matrimonio. Leyendo esta página edificante, uno no puede por menos de pensar en la diferencia con los modos en que ahora se lleva a cabo en muchos casos el noviazgo y el matrimonio de los jóvenes. Ciertamente no con esta fe, esta actitud de oración y esta madurez que demuestran Tobías y Sara. ¿Les falta alguien que haga de ángel y les ayude a discernir, preparar, profundizar y enfocarlo todo, no sólo desde las perspectivas humanas, sino desde la fe en Dios? Así es como se pondría la mejor base para una vida matrimonial más estable y feliz.
La redacción de un documento para confirmar la validez de la boda data de tiempo muy antiguo; consta ya en el art. 128 del código de Hammurabi. La bellísima plegaria de Tobías, que comienza con una triple invocación, continúa con la explicación del motivo y termina implorando una vejez feliz. La preparación de la tumba y el recuerdo de Raguel contrastan con la inesperada y agradable sorpresa de encontrarlos durmiendo a los dos, Tobías y Sara. Realmente esta vez no era como las anteriores. El auxilio del Señor no falta allí donde la plegaria es constante y sincera: precedida de toda una vida «por las sendas de la verdad y de la justicia» (J. O`Callaghan).
2. Dichosos todos los que temen a Yahveh, los que van por sus caminos”. Ya nos dice S. Hilario de Poitiers: “para nosotros, el temor de Dios reside sobre todo el en el amor, y su contenido es el ejercicio de la perfecta caridad: obedecer los consejos de Dios, atenderse a sus mandatos y confiar en sus promesas”. El premio de quien tal hace es la felicidad, también para la familia, que según la costumbre de la época: “del trabajo de tus manos comerás, ¡dichoso tú, que todo te irá bien! Tu esposa será como parra fecunda en el secreto de tu casa. Tus hijos, como brotes de olivo en torno a tu mesa. Así será bendito el hombre que teme a Yahveh”. Cumplir los mandamientos es camino de la felicidad: “en verdad es muy grande el premio que proporciona la observancia de tus mandamientos y no sólo aquel mandamiento, el primero y el más grande, es provechoso para el hombre que lo cumple, no para Dios que lo impone, sino que también los demás mandamientos de Dios perfeccionan al que los cumple, lo embellecen, lo instruyen, lo ilustran, lo hacen en definitiva bueno y feliz. Por esto, si juzgas rectamente, comprenderás que has sido creado para la gloria de Dios y para tu eterna salvación, comprenderás que éste es tu fin, que éste es el objetivo de tu alma, el tesoro de tu corazón. Si llegas a este fin, serás dichoso; si no lo alcanzas, serás un desdichado” (S. Roberto Belarmino).
¡Bendígate Yahveh desde Sión, que veas en ventura a Jerusalén todos los días de tu vida!”. Es la acogida a los peregrinos. Todo ello adquiere nueva perspectiva en la bendición de Dios por Jesucristo (cf Ef 1,3-10).

Llucià Pou Sabaté

miércoles, 5 de junio de 2013

Miércoles de la semana 9 de tiempo ordinario

Meditaciones de la semana
en Word y en PDB
Dios escucha nuestras peticiones, y lo que hoy es pena mañana es gloria
“En aquel tiempo, se le acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan que haya resurrección, y le preguntaban: «Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno y deja mujer y no deja hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos: el primero tomó mujer, pero murió sin dejar descendencia; también el segundo la tomó y murió sin dejar descendencia; y el tercero lo mismo. Ninguno de los siete dejó descendencia. Después de todos, murió también la mujer. En la resurrección, cuando resuciten, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete la tuvieron por mujer».Jesús les contestó: «¿No estáis en un error precisamente por esto, por no entender las Escrituras ni el poder de Dios? Pues cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en los cielos. Y acerca de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en lo de la zarza, cómo Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? No es un Dios de muertos, sino de vivos. Estáis en un gran error»” (Mc 12,18-27).
1. Los saduceos no creen en la resurrección y plantean el dilema de la mujer que enviuda siete veces, para criticar la doctrina de Jesús. Tú, Señor, nos haces ver que la vida eterna te pertenece a ti y no podemos entenderlo bien: «cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer, ni ellas marido, sino que serán como ángeles en los cielos». No llega mi cabeza, Señor, pero me fío de tus palabras, porque me llenan, mi corazón me dice que dicen la Verdad. También pienso que con lo que alabas el amor, que es para siempre, no indicas que en el cielo los lazos de amor de la tierra no existirán, sino que allí en "servir y alabar" a Dios (Mt 18,10) lo tendremos todo, también los amores que nos acompañarán en el cielo. Nos dices: «Yo soy la resurrección y la vida: el que crea en mí no morirá para siempre».
No me imagino esa vida eterna pero seguro que tú sabes bien cómo hacernos felices, como señalaba San Agustín: «No padecerás allí límites ni estrecheces al poseer todo; tendrás todo, y tu hermano tendrá también todo; porque vosotros dos, tú y él, os convertiréis en uno, y este único todo también tendrá a Aquel que os posea a ambos». Imagino que puedo entenderlo a través del amor de una madre, que ama a varios hijos como si fuera el único, que así será el amor del cielo, con el que amaremos de un modo angelical, no con el exclusivismo humano que hay por ejemplo tiene que haber en la tierra con el amor conyugal, de “sólo tú”, que es un camino para la unión con Dios. Por eso, cuando una persona sufre en su matrimonio y dice: “¿tendré que estar con él/ella toda la eternidad?” me parece que se le puede responder: “no, sólo ‘hasta que la muerte os separe’”, pues nada malo de la tierra permanece en el cielo. Y en cambio cuando alguien pregunta: “será este amor que tenemos sólo hasta que la muerte nos separe?” se le puede responder: “tranquilo/a, que ningún amor de la tierra deja de continuar en el cielo: estaréis juntos por toda la eternidad”. Parece una contradicción una cosa con la otra, Jesús, pero sé que si no es de esta manera será de otra mejor, y que tú harás que seamos felices sin que no nos falte nadie ni nada en el cielo.
También nos dices las palabras de la zarza ardiente: «Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob», y agregas: «No es un Dios de muertos, sino de vivos». Señor, veo que te pones a la altura de los que te preguntan, con tu ciencia sagrada: te pedimos que amemos las Escrituras, que abras nuestra inteligencia a una comprensión más plena.
2. -“Tobías se puso a orar con gemidos y lágrimas”... Este hombre recto y que permanece fiel en la desgracia, no es un hombre insensible. Sabe lo que es sufrir, llorar, gemir. Pero todo esto en él se transforma en oración. No olvidemos el inmenso desconcierto de ese hombre: es ahora viejo, pasó toda su vida en la justicia y la piedad... y como recompensa a sus desvelos con los desgraciados, queda accidentalmente ciego... hace frente con valentía a su situación y continúa en la rectitud de su vida. Ahora bien, he ahí el colmo de su desventura: ¡su propia mujer lo abandona, lo injuria y le reprocha su «virtud»!
Sucedió aquel mismo día que también Sarra, hija de Raguel, en Ragués, ciudad de Media, fue injuriada por una de sus sirvientas... Al oír esos gritos, Sarra subió a la cámara alta, y permaneció allí tres días y tres noches sin comer ni beber, prolongando su oración, implorando a Dios con lágrimas”. Lejos del anciano que sufre y ora, he ahí otra oración dolorosa que se eleva hacia Dios. Se trata de otra desventura, la de una joven que bien quisiera casarse, pero está literalmente "embrujada". Todos los sueños de su porvenir son rotos por un demonio maléfico que mata sucesivamente a siete de sus prometidos, la noche misma de su boda. Por esta razón, la injuria su sirvienta: "¡Qué nunca veamos hijo o hija tuyos, asesina de tus maridos". Como Tobit, también Sara se ve afligida por la crítica y la burla del prójimo. La tristeza inunda su alma hasta el punto de que Sara quiere suicidarse. Sin embargo, la piedad filial contiene esta actitud y empuja su espíritu hacia Dios, de quien proviene todo consuelo. Esa es la razón de la plegaria que dirige a Dios desde la ventana, probablemente mirando hacia Jerusalén. En la oración encuentra Sara, como antes Tobit, su consuelo espiritual. Desde lo íntimo de su corazón afligido, Sara empieza su oración bendiciendo al Señor y sus obras. Vuelve hacia Dios el rostro y los ojos en señal de súplica. Como Tobit, pide a Dios que la libere del destierro y de los ultrajes que la afligen. Después acumula razones para mover la misericordia del Señor. Y como culminación de su plegaria resplandece un rayo de confianza total.
El autor nos transmite una conmovedora certidumbre sobre la eficacia de la oración. El mismo día en que Tobit oyó las injurias de su mujer, Sarra tiene las injurias de su sirvienta y los dos rezan con lágrimas. Más que de una coincidencia temporal, se trata del cumplimiento del plan de Dios. Este nuevo acontecimiento está localizado en Ecbatana, ciudad situada unos 350 kilómetros al nordeste de Bagdad. El Señor escuchó la oración de ambos. Resume todo el infortunio humano, con sus aspectos de accidentes absurdos, de fatalidad incomprensible, de malas intenciones que se suman a las cualidades. Recordando otros infortunios pasados me imagino los sufrimientos de los que HOY mismo en la tierra están pasando grandes tribulaciones.
-“En aquel tiempo, las plegarias de ambos fueron oídas en la gloria de Dios soberano”. Así, los sufrimientos de los hombres no parecen quedar sin salida. El autor del libro de Tobías nos lo sugiere al mostrarnos de qué modo sorprendente esas dos oraciones «convergen» en el corazón de Dios. Y la continuación del relato nos dirá que esos dos destinos lograrán encontrarse: el hijo de Tobías hará un viaje de 300 kilómetros y ¡tomará a Sarra por esposa! San Rafael fue enviado para curar a uno y a otro, porque sus oraciones habían sido presentadas a la vez ante la faz de Dios. Lo artificioso de la situación viene subrayada por los dos nombres propios que simbolizan todo el relato: - «Asmodeo", el demonio malhechor, significa «El que mata»... Según la creencia popular, Asmodeo era el demonio de la lujuria. Su nombre no parece provenir del judaísmo; tal vez tiene un origen persa. En todo caso, Asmodeo, el destructor, aparece claramente como el antagonista de Rafael, el salvador. - «Rafael", el ángel enviado por Dios, significa “El que sana”, para sacar las escamas de los ojos de Tobit y dar a Tobías por esposa a Sara, la hija de Raguel. La narración termina de modo semejante a como había comenzado. El artificio literario del libro de Tobías recalca la compasión del Señor, que siempre escucha la oración del justo entre los terribles dolores de la prueba. El Señor es eternamente compasivo, y sus caminos son caminos de justicia y de piedad.
-“¡Tú eres justo, Señor! Todos tus caminos son misericordia y verdad. No te acuerdes de mis faltas... No hemos obedecido tus mandatos; por ello nos has llevado a la cautividad... Ordena que mi espíritu sea recibido en la paz, porque más me vale morir que vivir...” Tal fue la emocionante oración de Tobías. En la antigua perspectiva habitual cree que sus pruebas son un castigo. Y pide perdón (Noel Quesson/J. O`Callaghan).
Esta historia es una invitación para que también nosotros sigamos teniendo fe y confianza en Dios, pase lo que pase en nuestra vida. También a nosotros nos pasa que nuestra oración no siempre es poética, gustosa y llena de aleluyas. A veces, como la de Jesús en el huerto de Getsemaní, es angustiada, desgarrada, entre lágrimas, gritada, aunque sea con gritos por dentro. A veces creemos que lo que sucede -a nosotros mismos o a la comunidad- es catastrófico y no tiene salida. Pero Dios saca bien del mal. El relato de Tobías y Sara nos asegura que Dios escucha, que está cerca, que no se desentiende de nuestra historia. Nuestros antepasados nos enseñaron unas oraciones breves que haríamos bien en no olvidar: «bendito sea Dios», «que se haga la voluntad de Dios». Esta fue la actitud de Tobías, de Sara, y sobre todo la de Jesús: «No se haga mi voluntad, sino la tuya». Y en todos los casos, al dolor siguió el gozo y a la muerte la resurrección.
Nuestro mundo occidental ve en él al "primer motor" y al "relojero" de nuestro mundo, al cual se hace responsable directo de todo desorden real o aparente en el mecanismo del universo… sufrimiento, catástrofes, guerra, pecado… Esta concepción nos aleja totalmente del Dios revelado en Jesucristo. Es un misterio, debido en parte al papel más o menos inmediato que el hombre desempeña en ellas. ¿Cabe la posibilidad de confundir, por ejemplo, la enfermedad que aflige, el imperialismo que aplasta, el egoísmo que separa, la indiferencia que hiere? Y, a pesar de todo, el mal existe. La existencia del hombre vive dentro de una salvación que es historia y acontecer. El hombre no cree ya que el universo esté constituido por unas fuerzas que le dominan al modo de un destino fatal; sabe más bien que tiene que reducirle a su servicio y para que pueda desarrollarse… "los sufrimientos del tiempo presente no se pueden comparar con la gloria que ha de revelarse en nosotros" (Rom 8,18-21). No estamos solos. A pesar de todo, el mal, el sufrimiento y la muerte existen. Por supuesto que existen, pero la fe nos insta a echar una ojeada de ojos nuevos sobre una situación a veces intolerable, pero que ahora ya se apoya en una visión de esperanza posible en Jesucristo. Lo que esa visión esperanzadora nos presenta de cara al futuro hemos de vivirlo dentro de una oscuridad parcial que lleva consigo el riesgo de toda nuestra existencia en aras de una promesa de salvación que ya ha comenzado, pero que todavía necesita ser actualizada en su totalidad (Maertens-Frisque).
3. Deberíamos asimilar el salmo de hoy: «Dios mío, en ti confío, no quede yo defraudado... los que esperan en ti no quedan defraudados. Señor, enséñame tus caminos, haz que camine con lealtad». El Señor enseña su camino a los pecadores y humildes, al hacer deponer la soberbia y acogerse a la misericordia divina, “porque ha experimentado la clemencia del que vino en su ayuda” (S. Agustín). Cuando rezamos así, Dios se nos da, y el Donante es el “tesoro” que recibimos, más importante que los dones que nos da “por añadidura”, es decir que se nos da el mismo Dios y con él lo tenemos todo, y como Jesús nos unimos así al Padre y llevamos compasión a los demás.
Llucià Pou Sabaté