jueves, 1 de noviembre de 2012



Noviembre 2, Conmemoración de todos los fieles difuntos: la comunión con los difuntos está basada en la esperanza en Jesús que nos lleva más allá de la muerte, hasta la vida de amor del Cielo

“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando venga el Hijo del hombre, rodeado de su gloria, acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria. Entonces serán congregadas ante él todas las naciones, y él, apartará a los unos de los otros, como aparta el pastor a las ovejas de los cabritos, y pondrá a las ovejas a su derecha y a los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: “venid, benditos de mi padre; tomad posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo; porque estuve hambriento y me disteis de comer, sediento y me disteis de beber, era forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, encarcelado y fuisteis a verme”. Los justos le contestarán entonces: “Señor ¿Cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado y te fuimos a ver?”. Y el rey les dirá: “Yo os aseguro que, cuando lo hicisteis con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicisteis” Entonces dirá también a los de la izquierda: “Apartaos de mí, malditos; id al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles, porque estuve hambriento y no me disteis de comer, sediento y no me disteis de beber, era forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y encarcelado y no me visitasteis”. Entonces ellos le responderán: “Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento o sediento, enfermo o encarcelado y no te asistimos?” Y él les replicará: “Yo os aseguro que, cuando no lo hicisteis con uno de aquellos más insignificantes, tampoco lo hicisteis conmigo”. Entonces, irán éstos al castigo eterno y los justos a la vida eterna” (Mateo 25,31-46).

1. Las lecturas de hoy se escogen libremente, de entre las del formulario de difuntos. Por ellos ofrecemos hoy la misa. ¿Qué pasa con los que mueren? Se ha rezado siempre por ellos en la Iglesia, y se ha formulado la explicación del purgatorio, que no es una cárcel en el más allá, sino el Señor Jesús, en el momento de la muerte, cuando hay el juicio, sale al encuentro del hombre. Con ese abrazo de amor, se le quema al hombre toda la «paja y heno» de su vida y que sólo permanece lo que únicamente puede tener consistencia. Se transforma en aquello que está llamado a ser. Al decir “sí” se hace capaz de acoger la misericordia de Dios. Como el egoísmo le podría impedir decir un “sí” total, debe ser transformado con ese fuego que le transforma con su llama en aquella figura sin mancha que puede convertirse en el recipiente de la eterna alegría. Como todos estamos unidos, podemos rezar por los que han muerto, por ejemplo si uno que muere ha hecho daño a otro, cuando este le perdona ya queda libre de esa pena y puede volar al cielo, y así pasa con todo: estamos en comunicación, y podemos ayudarnos unos a otros, los vivos y los difuntos (Joseph Ratzinger).
Vemos respuesta en la liturgia, en su misteriosa sobriedad: “En Cristo Señor nuestro, brilla la esperanza de nuestra feliz resurrección: y así aunque la certeza del morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad. Porque la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo”. También el Catecismo de la Iglesia Católica nos habla de la comunión con los difuntos: “"La Iglesia peregrina, perfectamente consciente de esta comunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo, desde los primeros tiempos del cristianismo honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos y también ofreció por ellos oraciones pues es una idea santa y provechosa orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados' (2 M 12, 45)" (LG 50). Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor” (n. 958).
La esperanza nos permite vivir sin miedo a la vida y sin miedo a la muerte: La muerte, “salario” del pecado original, es algo tan olvidado y de otra parte algo tan normal: todos hemos de morir. La muerte, para los hijos de Dios, es vida: “no tenemos aquí ciudad permanente, vamos en busca de la que está por venir” (Hebreos 13,14): la que el Señor nos tiene preparada desde siempre: el cristiano que se une a Él en su propia muerte, ésta ya se convierte en entrada a la vida eterna.
El Evangelio del juicio es poco de cumplir preceptos, y mucho de amar a los demás: “cuanto hacíais con ellos… conmigo lo hacíais”.

2. Dice la Sabiduría que para los santos las pruebas se vuelven justicia, pues de este modo "Dios los  probó como oro en crisol, y los recibió como sacrificio de holocausto". Lo que los hombres juzgaron la verdad, no lo fue. El  descalabro pasó a ser camino de gloria, de enaltecimiento de los justos sobre razas y pueblos, para juzgarlos y dominarlos, sin otro rey que el  Señor.
Hay una comunicación entre los de aquí y los que han cruzado el río de la vida, y podemos ayudarles con nuestros esfuerzos y sacrificios (el sentido profundo de los sufragios por los difuntos) y ellos nos animan como espectadores que están viendo nuestro partido, pues estamos corriendo en el campo y ellos desde la grada: “¡venga, ánimo... mete este gol!” En estos días que se preparan dulces tan buenos siguiendo las tradiciones populares, pienso que con aquella sonrisa o detalle de servicio vamos amasando, con buenos ingredientes, esos dulces que se amasan con amor.
El salmo enuncia esta búsqueda de Dios, al que vemos también en el dolor. «Una cosa pido al Señor, y eso buscaré: habitar en la casa del Señor por todos los días  de mi vida». Es necesario entender estas palabras en su verdadera profundidad, es decir, en su  sentido figurado: vivir en el «templo» de su intimidad, cultivar su amistad, acoger  profundamente su presencia; «gozar de la dulzura del Señor», esto es, experimentar  vivamente la ternura de mi Dios, su predilección, su amor, que se me da sin motivos ni  merecimientos, cultivar interminablemente, «por todos los días de mi vida», la relación  personal y liberadora con el Señor, mi Dios.
«Oigo en mi corazón: buscad mi rostro. Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu  rostro», vamos por esta vida detrás de tus pistas, Jesús: «tu rostro buscaré, Señor»; por eso te pido, Señor: «no me escondas tu  Rostro»; «no rechaces a tu siervo»; «no me abandones»; «no me dejes»; y todo esto con la esperanza de que «aunque mi padre y mi madre me abandonen, el Señor me acogerá». Es un canto a la esperanza: «Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida». País de la vida es esta  vida, oportunidad que Dios nos da para ser felices y hacer felices. Gozar de la dicha del  Señor es, simplemente, vivir, ni más ni menos. Mucha gente no vive, agoniza. Anegados entre temores y ansiedades no viven, su existencia es una  angustia; dicen que la meticulosidad va unida a la “reacción catastrófica”, pues ante el miedo a catástrofes, como defensa se defienden con un control del presente, en las rutinas pequeñas del hoy. Pero la esperanza nos dice que podemos respirar en paz sin ansiedades, sentirnos libres, gozosos,  felices. Esto es vivir. Y tanta hermosura como contiene este salmo no podía acabar sino con un grito largo de  coraje y esperanza: «Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor».
El hombre tiene que habérselas con la vida y sus peligros; necesita refugios donde  acogerse. Ha aprendido a no confiar en los poderosos de la tierra, «los señores de la  tierra»; y sabe por experiencia que sólo salvan el poder y el cariño de Dios. Este poder y  amor suscitan la confianza del hombre, y en esta confianza se basa su seguridad. Y esta  seguridad se transforma en el gozo de vivir, vivir plenamente, Shalom (Larrañaga).
Este es el deseo de mi vida que recoge y resume todos mis deseos: ver tu rostro. Palabras atrevidas que yo no habría pretendido pronunciar si no me las hubieras dado tú mismo. En otros tiempos, nadie podía ver tu rostro y permanecer con vida. Ahora te quitas el velo y descubres tu presencia. Y una vez que sé eso, ¿qué otra cosa puedo hacer el resto de mis días, sino buscar ese rostro y desear esa presencia? Ese es ya mi único deseo, el blanco de todas mis acciones, el objeto de mis plegarias y esfuerzos y el mismo sentido de mi vida. «Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor contemplando su templo. Tu rostro buscaré, Señor; no me escondas tu rostro». He estudiado tu palabra y conozco tu revelación. Sé lo que sabios teólogos dicen de ti, lo que los santos han enseñado y tus amigos han contado acerca de sus tratos contigo. He leído muchos libros y he tomado parte en muchas discusiones sobre ti y quién eres y qué haces y por qué y cuándo y cómo. Sé muchas cosas de ti, e incluso llegué a creer que bastaba con lo que sabía, y que eso era todo lo que yo podía dar de mí en la oscuridad de esta existencia transitoria. Pero ahora sé que puedo aspirar a mucho más, porque tú me lo dices y me llamas y me invitas. Y yo lo quiero con toda mi alma. Quiero ver tu rostro. Tengo ciencia, pero quiero experiencia; conozco tu palabra, pero ahora quiero ver tu rostro. Hasta ahora tenía sobre ti referencias de segunda mano; ahora aspiro al contacto directo. Es tu rostro lo que busco, Señor. Ninguna otra cosa podrá ya satisfacerme. Tú sabes la hora y el camino. Tienes el poder y tienes los medios. Tú eres el Dueño del corazón humano y puedes entrar en él cuando te plazca. Ahí tienes mi invitación y mi ruego. A mi me toca ahora esperar con paciencia, deseo y amor. Así lo hago de todo corazón. «Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo... y espera en el Señor».
Busca su rostro. Sí, tu rostro, Señor, es lo que busco.” (Sal 26,7-8): “Soy desvergonzado y temerario, oh tú, mi socorro y mi apoyo de siempre, tú que no me abandonas jamás. Mira, es el amor de tu amor el que me hace buscar tu rostro” (Sal 26,8) Tú me ves y yo no puedo verte. Pero tú me has dado el deseo de verte y ver todo lo que te complace en mí. Tú perdonas al instante a este ciego que corre hacia ti. Tú le das la mano en cuanto tropieza. En el fondo de mi alma resuena la voz de tu presencia y responde a mi deseo. El alma protesta y echa fuera todo lo que hay en mí y mis ojos interiores son deslumbrados por el fulgor de tu verdad. Me recuerda que el hombre no te puede ver y quedar con vida (Ex 33,20). Hundido en el pecado hasta el día de hoy, no he logrado morir a mí mismo para vivir únicamente para ti (2Cor 5, 15). No obstante, por tu palabra y por tu gracia, me quedo atento, aguardando sobre la roca de la fe, en el lugar que está junto a ti (Ex 33, 21). Apoyado en esta fe, espero paciente, según mis posibilidades y abrazo tu derecha que me sostiene y me guarda (Sab 5,16). Alguna vez, cuando contemplo y miro -por la espalda (Ex 33,23)- a aquel que me ve, a Cristo tu Hijo, en su humildad como hombre, me paro a contemplar... Lo poco que he podido sentir y percibir de él atiza la llama de mi deseo interior. Con paciencia espero que tú retires tu mano (cf Ex 33,22) y que derrames en mí tu gracia iluminadora para que según la respuesta de tu verdad, muerto a mí mismo y vivo para ti, comience a contemplar tu rostro descubierto” (Guillén de Saint-Tierry).
3. La vida plena responde a las aspiraciones más profundas del  corazón humano (¡cuántas cosas hacemos para alargar la vida, para  luchar contra la enfermedad y la muerte!). Pero la experiencia  constante es que, más pronto o más tarde, todos morimos, porque  somos hijos de esta tierra, perecederos ("por Adán murieron todos").  Jesús, también. "Mirad que amor nos ha tenido el Padre para  llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!" El camino del Hijo es el  camino de los hijos; avanzamos hacia el triunfo de Jesús; cuando  celebramos su victoria anunciamos la nuestra. Nuestra vida no se  agota en lo que vemos y tocamos, en lo que podemos darnos unos a  otros: como Jesús, hemos nacido de Dios y a Dios retornamos, nuestro  aliento está en manos del Padre. Tal es la promesa hecha a "los  cristianos", a los que viven como él vivió. La muerte no es para el cristiano la nada y la destrucción: si rompe  unos lazos, quedan otros, y tanto si vivimos como si morimos estamos  siempre en las mismas manos: las del Padre. “Aquellos que nos han dejado no están ausentes, sino invisibles. Tienen sus ojos llenos de gloria, fijos en los nuestros, llenos de lágrimas” (San Agustín).
Dedicar un día del año litúrgico a la oración de todos los difuntos apareció como costumbre de algunas ordenes monásticas bien pronto, aunque es en el siglo IX cuando aparece en algunas parroquias. Con el tiempo se fue extendiendo a la Iglesia universal. En el año 1915, en consideración a los muertos de la primera guerra mundial, el Papa Benedicto XV concedió que los sacerdotes pudieran celebrar este día tres misas y así poder atender la demanda de sufragio. La reciente reforma conciliar, en la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, dispuso que "la liturgia de los difuntos debe expresar más claramente el carácter pascual de la muerte cristiana" (n. 81). De ahí las novedades en lecturas, oraciones y color de ornamento que hemos visto en las exequias. A este respecto hay que notar la supresión del famoso canto "Dies irae" que no está en consonancia con esta nueva perspectiva. La lectura de San Pablo explica bien el carácter "pascual" de la muerte cristiana. El Apóstol comienza afirmando: "Porque si nuestra existencia está unida a él en una muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya". Se trata de un "paso" que comienza en "morir" a todo lo que nos separa del Padre, tanto el pecado como nuestra propia vida terrena, pues, al final, tienen que ser destruidos para llegar a un "resucitar" que nos haga posible el encuentro definitivo y plenificante con Dios Padre y participar de su gloria. Esta visión de la vida y de la muerte es la que engendra la actitud de serenidad y esperanza ante la muerte que presiden las lecturas y las oraciones de la liturgia de hoy (Antonio Luis Martínez).
Llucià Pou Sabaté

miércoles, 31 de octubre de 2012


Miércoles de la semana 30 (par): el Reino de Dios nos compromete, para vivir en cristiano en todas las circunstancias, con todas las personas, de la familia y sociedad
«Y recorría ciudades y aldeas enseñando, mientras caminaban hacia Jerusalén. Y uno le dijo: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?». El les contestó: «Esforzaos para entrar por la puerta angosta, porque muchos, os digo, intentarán entrar y no podrán. Una vez que el dueño de la casa haya entrado y cerrado la puerta, os quedaréis fuera y empezaréis a golpear la puerta, diciendo: "Señor, ábrenos". Y os responderá: "No sé de dónde sois". Entonces empezaréis a decir: "Hemos comido y hemos bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas". Y os diré: "No sé de dónde sois; apartaos de mí todos los que obráis la iniquidad". Allí será el llanto y rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham y a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras que vosotros sois arrojados fuera. Y vendrán de Oriente y de Occidente y del Norte y el Sur y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios. Pues hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos» (Lucas 13,22-30).
1.-“Camino de Jerusalén, Jesús enseñaba en los pueblos y aldeas que iba atravesando”. Jesús esta en camino, "viaja". La vida es un “camino”. Es uno de los términos preferidos por Lucas. Pablo es, también, como Jesús un gran viajero. Como los Apóstoles, nosotros somos también itinerantes, en el camino de la vida…
-“Uno le preguntó: "Señor, ¿son pocos los que se salvan?" Jesús dio esta respuesta: "Esforzaos para abriros paso por la puerta estrecha..."” Ser activo. Esforzarse. Efectivamente, ser cristiano, no supone reposo. ¿Qué puerta? Tú mismo, Señor: «Yo soy la puerta; si alguno entra a través de mí, se salvará» (Juan 10,9). Mediador único para Dios: «De nadie puede decirse que sea puerta; esta cualidad Cristo se la reservó para sí; el oficio, en cambio, de pastor lo dio también a otros y quiso que lo tuvieran sus miembros; por ello, Pedro fue pastor y pastores fueron también los otros apóstoles, y son pastores también todos los buenos obispos» (Santo Tomás).
San Pablo lo tenía muy claro: «por eso mortifico mi cuerpo y lo castigo, no sea que habiendo predicado a otros sea yo desechado» (1 Corintios 9,27). Para entrar por la puerta angosta es preciso esforzarse por hacer buenas obras, y para ello hay que luchar contra la comodidad, la sensualidad y el egoísmo: corregir esos vicios y flaquezas, reformar esos ideales egoístas, transformar la vida entera (Pablo Cardona).
-“Porque, muchos intentarán entrar y no podrán”. Jesús, nos invitas a ser generosos, en una tensión amorosa. Condenas la molicie y la pereza. Señor, no me veo capaz de grandes cosas, pero me apoyo en tu fuerza para que me des empeño y no vaya yo a ciegas.
-“Una vez que el dueño de la casa, cierre la puerta...” Existe un tiempo favorable para la "salvación"... Jesús, nos has abierto la puerta del cielo. Pero como para el estudiante hay un día de examen, quieres invitarnos a la "decisión" de aplicarnos a lo que en conciencia vemos: no hay que dejarlo para después. ¿Cuánto tiempo me queda a mi? Vivir cada día como si fuera el día del Juicio. Vivir en plenitud cada día como si fuera el último.
-“El dueño de la casa os dirá: "No sé quién sois". Y si replicáis: "Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras calles". Responderá: "No sé quiénes sois. Alejaos de mí los que practicáis el mal"”. Señor, ayúdanos a tomar en serio esa decisión que esperas de nosotros.
-“Seréis echados fuera. Entonces vendrán de oriente y de occidente, del Norte y del Sur a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios”. Nadie podrá acusar a Dios, si no entra a sentarse en el banquete eterno... porque tienen entrada aun los paganos de todos los puntos cardinales del mundo. Sabemos que Jesús nos presenta el amor incondicional de Dios, pero cuenta con nuestra entrega (Noel Quesson).
En el sermón de la montaña ya nos había avisado: "entrad por la entrada estrecha, porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la vida!" (Mt 7,13-14). El Reino es exigente y, a la vez, abierto a todos. No se decidirá por la raza o la asociación a la que uno pertenezca, sino por la respuesta de fe que hayamos dado en nuestra vida. Al final del evangelio de Mateo se nos dice cuál va a ser el criterio para evaluar esa conversión: "me disteis de comer... me visitasteis". Ahí se ve en qué sentido es estrecha la puerta del cielo, porque la caridad es de lo que más nos cuesta.
El Apocalipsis nos dice que es incontable el número de los que se salvan: "una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar" (Ap 7), los que han seguido a Cristo "entrarán por las puertas en la Ciudad" (Ap 22,14). Es de esperar que nosotros estemos bien orientados en el camino y que lo sigamos con corazón alegre. Para que al final no tengamos que estar gritando: "Señor, ábrenos", ni oigamos la negativa "no sé quiénes sois", sino la palabra acogedora: "venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros" (J. Aldazábal).
2. Pablo sigue hablando hoy de cómo vivir en cristiano en la sociedad en la que se encuentra, donde había "esclavitud", por ejemplo. Nos da consejos prácticos para vivir en esos ambientes, que se irán volviendo más libres con la verdad del Evangelio:
-“Hijos, escuchad y obedeced a vuestros padres, en el Señor. Honra a tu padre y a tu madre, para que seas feliz”. Qué bien dicho, eso de poner el primer deber en "escuchar." Es condición de obediencia inteligente, porque hay que saber qué se pide para poder cumplirlo. Pero además, escuchar es condición para la comunicación entre personas, para el diálogo, por lo tanto, para el verdadero amor. Enseñar a un niño a saber "escuchar" es hacerlo salir de «sí mismo», es ya "enderezarle hacia otro", es enseñarle el movimiento esencial del amor. Para los que ayudamos en tareas de educación, nada tan importante como aprender a escuchar. Para los que están en una etapa de formación de infancia, adolescencia, o juventud, lo mismo. Para todos, aprender a escuchar es el mayor valor humano.
-“Padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino formadles por una educación inspirada en el Señor”. Otro principio educativo del Evangelio. Al igual que ayer con el matrimonio, también ha cambiado mucho la relación de los hijos con los padres desde el tiempo de Pablo. Pero siguen vivas las indicaciones: Nada de tiranías, educar en libertad y amor.  Así como el niño debe «escuchar según el Señor», así también el padre y la madre deben «educar según el Señor».
-“Esclavos, obedeced a vuestros amos de este mundo con respeto y temor, con sencillez de corazón, como a Cristo, no por ser vistos, como quien busca agradar a los hombres... Sabiendo que cada cual recibirá del Señor su "salario" sea esclavo o libre”. No es una invitación a la «sumisión», sino más bien a la «promoción de la dignidad humana».Y hay que tener la convicción, en el fondo de uno mismo, de la radical «igualdad» de todos: esclavos y patrón, puesto que tanto él como yo recibiremos, ¡el «verdadero salario» del Dios que nos juzga a ambos!
-“Amos, obrad de la misma manera con ellos, dejando las amenazas. Sabéis que el Amo vuestro y el de ellos está en los cielos y que en El no hay acepción de personas”. Fermento revolucionario: «Dios no hace diferencias entre los hombres». Es preciso que algún día, en las leyes y estructuras de la sociedad, los hombres lleguen a encontrar el modo de lograr, de asentar esta igualdad, esta «no-diferencia» (Noel Quesson). El criterio básico es siempre el ejemplo de Cristo Jesús: "como el Señor quiere", "como haría el Señor". ¿No está ahí, para todo cristiano, el principio fundamental de la dignidad de la persona humana y de su compromiso de fraternidad?
3. Todos dando gloria a Dios, felices, con el salmo: “Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, / que te bendigan tus fieles; / que proclamen la gloria de tu reinado, / que hablen de tus hazañas… / Tu reinado es un reinado perpetuo… /  El Señor es fiel a sus palabras, / bondadoso en todas sus acciones. / El Señor sostiene a los que van a caer, / endereza a los que ya se doblan”.
 Llucià Pou Sabaté

lunes, 29 de octubre de 2012


Martes de la 30ª semana (par): El Reino de Dios va creciendo como un grano de mostaza…

“En aquel tiempo, decía Jesús: - ¿A qué se parece el reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; crece, se hace un arbusto y los pájaros anidan en sus ramas. » Y añadió: -¿A qué compararé el reino de Dios? Se parece a la levadura que una mujer toma y mete en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta»” (Lucas 13,18-21).  

1. Gracias, Señor, por hablarnos hoy de tu Reino: -Jesús decía: "¿A qué se parece el reino de Dios? ¿Con qué lo compararé?" Nos dices que es un "reino escondido": "Mi Reino no es de este mundo..." Lucas nos habla muchas veces de tu Reino, de que has venido para traérnoslo; quiero considerar esas palabras, para entender mejor tu explicación de hoy:
- "Debo anunciar la "buena nueva" del Reino de Dios" (4,43).
- "Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios" (6,20).
- "El más pequeño en el Reino de Dios es mayor que Juan Bautista" (7,28).
- "A vosotros es dado conocer los misterios del Reino de Dios" (8,10).
- "Jesús envió a los Doce a proclamar el Reino de Dios" (9,2).
- "El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios" (9,62).
- "El Reino de Dios está cerca" (10,9-11).
- "Padre, venga a nosotros tu Reino" (11,2).
- "Buscad el Reino de Dios, y eso se os dará por añadidura" (12,31).
- "El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Sabedlo, ya está entre vosotros el Reino de Dios" (17,21).
- "Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios" (14,15).
- "Los niños, y de los que son como éstos es el Reino" (18,16).
- "Es mas difícil a un rico entrar en el Reino de Dios” (18,25).
- "Nadie que haya dejado casa, mujer... por el Reino de Dios, quedará sin recibir el céntuplo" (18,29).
- [petición del buen ladrón]: "Jesús, acuérdate de mí cuando vayas a tu Reino" (23,42).
Nos pones dos parábolas: -“El reino se parece al grano de mostaza que un hombre sembró en su huerta. Creció; se hizo un árbol”. Es, pues, un "crecimiento"... la potencia misma de la vida. No está ya edificada la Iglesia, sino que la obra de Dios crece "a la manera" de un árbol vivo. Me dieron unas semillas de mostaza, para plantar, y vi que es pequeñísima. Y, sin embargo, tiene una fuerza interior que la llevará a ser un arbusto de los más altos. A nosotros nos suelen gustar las cosas espectaculares, solemnes y, a ser posible, rápidas. No es ése el estilo de Dios. También en mi vida, el Reino de Dios conviene que crezca, día a día. Todos los días podemos pasar junto a un árbol sin notar que está creciendo. El Reino de Dios crece, sin que muchos se den cuenta de ello. Sólo la Fe nos abre a ese reconocimiento.
Muchas veces, son los pequeños los que transforman el mundo, aptos para ser instrumentos de Dios en su obra. Jesús, nos enseñas a tener paciencia y a no precipitarnos, a recordar que Dios tiene predilección por los humildes y sencillos, y no por los que humanamente son aplaudidos por su eficacia. Tu Reino -tu Palabra, tu evangelio, tu gracia- actúa, también hoy, humildemente, desde dentro, vivificado por el Espíritu. Tu Reino es la Iglesia: «El Señor Jesús comenzó su Iglesia con el anuncio de la Buena Noticia, es decir, de la llegada del Reino de Dios prometido desde hacía siglos en las Escrituras. Para cumplir la voluntad del Padre, Cristo inauguró el Reino de los cielos en la tierra. La Iglesia es el Reino de Cristo presente ya en misterio» (Catecismo 763). No nos dejemos desalentar por las apariencias de fracaso o de lentitud: la Iglesia sigue creciendo con la fuerza de Dios. En silencio. Estamos llamados a dar fruto, a no fijarnos en ramas secas que caen, en tener confianza en tantas ramas lozanas, en el Reino que se va desarrollando (J. Aldazábal).
-“El reino se parece a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que toda la pasta acabó por fermentar”. Cada ama de casa cocía el pan cada mañana. La víspera por la tarde preparaba la pasta; agua, un puñado de levadura todo mezclado con la harina... Durante la noche la mezcla "fermentaba" y a la mañana estaba a punto de ser metida en el horno. Así es de potente la acción de Dios: pero se ve poco… (Noel Quesson).
En las horas de lucha y contradicción cuando quizá «los buenos» llenen de obstáculos tu camino, alza tu corazón de apóstol: oye a Jesús que habla del grano de mostaza y de la levadura. -Y dile: «edissere nobis parabolam» -explícame la parábola.
”Y sentirás el gozo de contemplar la victoria futura: aves del cielo, en el cobijo de tu apostolado, ahora incipiente; y toda la masa fermentada” (J. Escrivá, Camino 695).

2. Es la vida nueva "en Cristo" de la que nos continúa hablando hoy san Pablo. Se leía en las misas de bodas y hoy no se entiende, porque hay que distinguir la cultura de la época, que toma como ejemplo el Apóstol, y la enseñanza divina. La mujer tenía entonces una situación muy distinta a la nuestra: tenía una situación de inferioridad. Apoyándose en esa dependencia legal de la mujer respecto a su marido, Pablo sugiere que la Iglesia depende enteramente de Cristo. Si queremos que el texto sea actual, hacer una lectura fructuosa, la actitud adecuada consiste:
1º en tomar en sentido estricto todo lo que Pablo dice de Cristo y de la Iglesia.
2º en conjugar en los dos sentidos todo lo que se dice de la pareja. En la civilización de hoy se está todavía lejos de haber realizado la reciprocidad perfecta, pero se tiende hacia este ideal.

1º Cristo e Iglesia: -“Cristo es Cabeza de la Iglesia, el salvador del Cuerpo”.  La Iglesia se somete a Cristo.
Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella para santificarla y presentársela resplandeciente a sí mismo, sin mancha, ni arruga, ni defecto alguno”... La quería santa e inmaculada. Cristo cuida con cariño a la Iglesia porque somos miembros de su Cuerpo. En estas frases hay dos imágenes entrelazadas: La Iglesia es el Cuerpo de Cristo, la Iglesia es la Esposa de Cristo.
Cuerpo de Cristo: estamos en unión vital con Jesús. La Iglesia es Jesucristo. Los cristianos son Jesucristo en el mundo. Estamos ante una imagen de inmensa belleza y rica en consecuencias. Pero esta imagen, por sí sola, tendría el inconveniente de no marcar bastante la diferencia entre la Iglesia y Cristo. Pablo matiza pues su pensamiento diciendo primero que Cristo es «la Cabeza» de ese Cuerpo. No somos «Cristo» por nosotros mismos, sino porque lo recibimos todo de la cabeza.
Esposa de Cristo. Esta segunda imagen tiene un sentido análogo: se trata siempre de una unión íntima... pero de una relación entre dos personas distintas. ¡Cristo se ha desposado con su Iglesia! se unido a las buenas y a las malas con ella, para siempre... porque la ama. Ha «entregado» su vida por ella, ¡ha muerto por ella para embellecerla! ¡La quiere santa e inmaculada! ¡Cuida de ella! Cristo y la Iglesia son sólo uno, se dan totalmente el uno al otro, para dar a luz al mundo nuevo. Insiste en la sumisión de la Iglesia a Cristo, según la costumbre de la época, porque el "esposo es la cabeza".
2º La pareja: marido y mujer.
-“El hombre se unirá a su mujer y los dos serán uno solo: este misterio es grande... Lo digo pensando en Cristo y en la Iglesia”. A los esposos, les da a Cristo y a la Iglesia como modelo. El matrimonio elevado a nivel de «sacramento», de signo de gracia, de vía de santidad. Pero hoy ya no vemos una dirección única: marido y mujer han de ser fuente de gracia, y de santidad, el uno para el otro (Noel Quesson).
Ahora, nos preguntamos: ¿por qué la esposa no puede representar a Cristo en el sentido que aquí se apunta? Influenciado por su judaísmo y por el marco jurídico de la familia que él conoce, Pablo no se plantea que la esposa pueda ejercer ciertas funciones de mediación respecto a su esposo y, por tanto, ser la figura de Cristo, y que el esposo pueda también ser aceptación y receptabilidad, a la manera de la Iglesia. Vivió en un tiempo en que todas las mediaciones del hogar pasaban por el hombre. Y Pablo ha diferenciado, naturalmente, en la situación cristiana, un papel de mediador específico del esposo, figura de Cristo, y una función de receptividad propia de la esposa, figura de la Iglesia (Maertens-Frisque).

3. Pero Pablo nos habla del amor de Jesús con la Iglesia y no de igualdad entre hombres y mujeres, impensable en su tiempo, pero sí da los criterios que más tarde llevarán a esa conclusión. En otra carta dirá que "ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Ga 3,28).
El salmo es una imagen idílica de tiempos antiguos: "la mujer como parra fecunda en medio de tu casa, tus hijos como renuevos de olivo alrededor de tu mesa", que más allá de esas formas culturales históricas, ofrece el secreto de la verdadera felicidad y convivencia familiar: "dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos".
Llucià Pou Sabaté

viernes, 26 de octubre de 2012


iDomingo de la 30ª semana (B). Jesús cura a los ciegos y nos da luz para que podamos ver cuando no somos capaces.

“En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: - «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.» Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: - «Hijo de David, ten compasión de mí.» Jesús se detuvo y dijo: - «Llamadlo.» Llamaron al ciego, diciéndole: - «Ánimo, levántate, que te llama.» Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: - «¿Qué quieres que haga por ti?» El ciego le contestó: - «Maestro, que pueda ver.» Jesús le dijo: - «Anda, tu fe te ha curado.» Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino” (Marcos 10,46-52).

1. El Evangelio nos dice que Jesús sale de Jericó camino de Jerusalén. Va con sus discípulos y más gente. De pronto se escuchan unos gritos. Es un mendigo ciego que, desde el borde del camino, se dirige a Jesús: «Hijo de David, ten compasión de mí». Su ceguera le impide disfrutar de la vida como los demás. Él nunca podrá peregrinar hasta Jerusalén. El mendigo ciego Bartimeo está sentado en el camino de la vida. Entonces los caminos eran los lugares de paso; por tanto, todos los que deseaban encontrarse con la gente iban a los caminos. Jesús camina con nosotros. Al oír que pasaba Jesús, lo llama por su nombre: Jesús, Hijo de David.
Decir el Nombre de Jesús salva. "Esta invocación de fe bien sencilla ha sido desarrollada en la tradición de la oración bajo formas diversas en Oriente y en Occidente. La formulación más habitual, transmitida por los espirituales del Sinaí, de Siria y del Monte Athos es la invocación:  «Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor, ¡ten piedad de nosotros, pecadores!» Conjuga el himno cristológico de Flp 2,6-11 con la petición del publicano y del mendigo ciego. Mediante ella, el corazón está acorde con la miseria de los hombres y con la misericordia de su Salvador" (2667).
Jesús se acerca, a pesar de que la gente trata de alejar al ciego del Señor. San Josemaría comentaba con frecuencia esta escena: "¿No te entran ganas de gritar a ti, que estás también parado a la vera del camino, de ese camino de la vida… a ti, que te faltan luces…: Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí? ¡Qué hermosa jaculatoria, para que la repitas con frecuencia!".
Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: - «Hijo de David, ten compasión de mí.» Jesús se detuvo y dijo: - «Llamadlo.» Llamaron al ciego, diciéndole: - «Ánimo, levántate, que te llama.» Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús” A veces hemos de dejar cosas, para seguir mejor a Jesús, porque cargados de tonterías no podemos seguirle.... y “comienza un diálogo divino, un diálogo de maravilla, que conmueve, que enciende, porque tú y yo somos ahora Bartimeo. Abre Cristo la boca divina y pregunta: …“¿qué quieres que te conceda?” Y el ciego: “Maestro, ¡que vea!”… Yo no puedo dejar de recordar que, al meditar este pasaje muchos años atrás, al comprobar que Jesús esperaba algo de mí -¡algo que yo no sabía qué era!-, hice mis jaculatorias. Señor, ¿qué quieres?, ¿qué me pides? Presentía que me buscaba para algo nuevo y Maestro, que vea- me movió a suplicar a Cristo, en una continua oración: Señor, que eso que Tú quieres, se cumpla… Ahora es a ti, a quien habla Cristo. Te dice: ¿qué quieres de Mí? ¡Que vea, Señor, que vea! Y Jesús: anda, que tu fe te ha salvado. E inmediatamente vio y le iba siguiendo por el camino.
Seguirle en el camino. Tú has conocido lo que el Señor te proponía, y has decidido acompañarle en el camino. Tú intentas pisar sobre sus pisadas, vestirte de la vestidura de Cristo, ser el mismo Cristo: pues tu fe, fe en esa luz que el Señor te va dando, ha de ser operativa y sacrificada… hemos de andar a su ritmo con obras llenas de generosidad, arrancando y soltando lo que estorba.”



Hace algunos años, en los Juegos Olímpicos Especiales de Seattle, nueve participantes, todos con discapacidad mental o física, se alinearon para la partida de la carrera de los 100 metros lisos. A la señal, todos partieron, no exactamente rápidos, pero con ganas de dar lo mejor de sí, terminar la carrera y ganar. Todos, menos un muchacho que tropezó en la pista, cayó rodando y empezó a llorar. Los otros ocho oyeron el llanto, disminuyeron el paso y miraron hacia atrás. Entonces, se voltearon y regresaron. Una de las muchachas, con Síndrome de Down, se arrodilló, le dio un beso al muchacho y dijo: "Listo, ahora te vas a mejorar."
Entonces,  los nueve competidores se dieron los brazos y caminaron juntos hasta la meta. El estadio entero se levantó y los aplausos duraron muchos minutos. Todavía hoy, las personas que ahí estaban siguen repitiendo esta historia. Jesús estuvo ahí, en esos chicos, abriendo los ojos a los que miraban, para que aprendieran que la vida se vive mejor com-partiendo que com-pitiendo.
2. Jeremías dice de parte de Dios unas palabras de consuelo, que curará ciegos y cojos. “Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos… Seré un padre para Israel”. Es un himno de alegría, la marcha llorosa del pueblo se cambia en un volver gozoso, el llanto se transforma en alegría, por el gran amor de Dios hacia Israel. Hay momentos oscuros en los que parece que Dios calla, se oculta... pero nunca se olvida: Dios es siempre fiel con su pueblo. Y ésta debe ser también la razón de nuestra alegría. Cuando nosotros sintamos la tristeza, el abandono, hemos de creer –saber-  que Dios sigue ahí a nuestro lado y no tener miedo. Es el buen pastor que cuida de los que van despistados y se preocupa de que nadie se quede en el camino. El corazón de Dios es el de un padre que nos quiere con locura, es Padre de Israel.
El Salmo recuerda cómo “el Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”: “nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares”, y es que uno canta cuando está contento, porque con Dios vamos bien, aunque a veces lo hemos pasado mal: “los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares. Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas”. Es un cantar para la fiesta de la cosecha, cuando todo es alegría, y así el torrente de agua viva que hace florecer toda la tierra en primavera, hace que las semillas del grano de trigo que mueren bajo tierra den lugar al nacimiento a la alegría de las cosechas. Esto recuerda la salida de la esclavitud de Egipto y la conquista de la tierra prometida, la cárcel de Babilonia y la liberación y reconstrucción de Jerusalén, y la única verdadera "liberación" que es la Pascua de Jesús. Jesús habla de la "semilla" muchas veces, y del grano de trigo y de sembrar y de dar fruto. Ante los fracasos hemos de pensar que Jesús está ahí, en nuestro corazón, y que nos dice “venga, no te rajes, que tú puedes”, y con su fortaleza damos un paso más, y aquello se va haciendo como una bola de nieve, que al principio cuesta, pero se va volviendo más grande, y lo que costaba mucho ya no nos cuesta: estudiar, pedir perdón, hacer las paces, o lo que sea… nos vamos haciendo más fuertes, más bondadosos, con un corazón cada vez más grande, si lo hacemos todo con Jesús, que no quiere que nos amarguemos cuando algo no nos sale sino que lo arreglemos enseguida con humildad, con alegría, volviendo a comenzar enseguida.
Nuestra esperanza no es la vaga esperanza de que las cosas se arreglarán algún día, en el cielo… Es la certeza de que Dios "está en acción" para curarnos hoy, cada día, está haciendo madurar la cosecha. Dios quiere sólo nuestra colaboración. La salvación es un "don gratuito". Entonces la risa llena nuestra boca, ¡el canto nuestra lengua! La admiración y belleza de este canto continúan en el de la Virgen después de la Anunciación cuando exclama: “porque ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso”. Y hará grandes cosas con nosotros si le dejamos hacer: “nos parecía soñar”.
3. La Carta a los Hebreos nos dice esta semana que Jesús ha sido proclamado por Dios: «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy», y «Tú eres sacerdote eterno.» Es el sacerdocio de Cristo, y de ahí viene que somos con Él sacerdotes. Cuando yo vivía en Roma un seminarista amigo, alemán, me decía que ser sacerdote es lo más importante que se puede ser en la vida. Le dije que celebrar Misa era lo más alto, pero que la santidad no era eso, que mi madre era mucho más santa que yo y no era sacerdote. Eso le hizo pensar y no confundir dos cosas: misión de cada uno en la Iglesia, la función que tenemos, y la importancia de la santidad que está en otra cosa, en el amor, porque entonces sería menos importante una mujer por no poder ser sacerdote. Lo esencial en la Iglesia es la santidad, como vemos en María Virgen.
Lo más importante en mi vida es mi ser hijo de Dios, mi sacerdocio real, lo que aprendí de mi madre: procurar tener buen corazón, hacer el bien, y para eso, rezar a mi Dios, a mi Jesús. Las oraciones aprendidas de mi madre, al levantarme y acostarme, tratar a Jesús y María, y pedir ayuda a mi ángel de la guarda, cosas que aunque abandonemos en algún momento nunca olvidaremos. La Misa de los domingos en familia, la primera comunión y las siguientes con una preparación exquisita, por parte de la parroquia. Cuando vemos que la gente nos quiere, nos sentimos en casa, y nos quedamos con ellos. Esto es lo que pasó con Jesús y la Iglesia, la familia de los cristianos, los amigos de Dios. Y algunos de estos son sacerdotes para seguir lo que Jesús nos dejó, los Sacramentos. Este año está dedicado a rezar por los sacerdotes, y podemos hacer una oración especial por ellos, y para que haya más y sobre todo sean santos, buenos.
Llucià Pou Sabaté





Sábado de la 29ª semana (par). No dependemos de la impaciencia de los hombres, ni de los poderes del mal, sino del amor de Dios, que con paciencia nos va guiando hacia nuestra salvación

En una ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.» Y les dijo esta parábola: -«Uno tenla una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: "Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde? Pero el viñador contestó: "Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas"»” (Lucas 13,1-9).  

1. Jesús, ayer nos hablaste de saber interpretar los signos de los tiempos. Hoy nos pones dos ejemplos. Pilato aplasta una revuelta de galileos cuando estaban sacrificando en el Templo, mezclando su sangre con la de los animales que ofrecían. Sabemos por Flavio Josefo que ese u otro hecho es real, que fue así dominado con violencia. Tampoco sabemos más de ese accidente, el derrumbamiento de un muro de la torre de Siloé, que aplastó a dieciocho personas:
-“En aquel momento llegaron algunos que le contaron lo de los Galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. Y aquellas dieciocho personas que murieron aplastadas al desplomarse la torre de Siloé...” Jesús, no juzgas como los antiguos, que los males son castigo divino. Superas esta visión, que también tiene el pueblo judío, y en continuidad con la revelación de la resurrección de la carne que poco tiempo antes ya creían, y nos dices que habrá otra vida con una justicia plena, y aquí del mal saca Dios un bien. También nos indicas que todos tenemos que convertirnos, para que así la muerte, sea cuando sea, nos encuentre preparados.
Todo lo que acaece puede ser portador de un mensaje; es un signo, si sabemos hacer su lectura en la Fe. Tal enfermedad, tal fracaso, tal éxito, tal solicitud, tal amistad, tal responsabilidad, tal accidente, tal hijo que nos da preocupación o alegría, tal esposo, tal esposa, tal gran corriente contemporánea... Todo es "signo". ¿Qué quiere Dios decirnos a través de esas cosas?
-“¿Pensáis que aquellos Galileos eran más pecadores que los demás? ¡Os digo que no!; y si no os enmendáis, todos vosotros pereceréis también”. Se creía que las víctimas de una desgracia recibían así el castigo por sus pecados. Es una manera simplista de ver la historia. Todos nuestros males o los de nuestros vecinos son signos de la fragilidad humana; no hay que abandonarse a una seguridad engañosa... vamos hacia nuestro "fin"... es urgente tomar posición. La "revisión de vida" sobre los acontecimientos no tiene que llevarnos a juzgar a los demás -es demasiado fácil- sino a una conversión personal.
Hay también otra explicación de las palabras de Jesús: que esos hombres que murieron no eran malos. Simplemente eligieron el camino equivocado; además, si la multitud toma ese camino, le va a ocurrir igual. Precisamente esto fue lo que ocurrió en el año 75 d.C. cuando algunos fanáticos nacionalistas se rebelaron contra Roma. Su mentalidad posesiva y opresora los llevó a interminables luchas internas que le facilitaron el triunfo a Roma. Jesús les advierte: no es el éxito armado lo que garantiza una victoria sobre el sistema vigente, sino el cambio de mentalidad en las personas y en la comunidad. De lo contrario, la violencia seguirá reproduciéndose y la guerra, entonces como ahora, será despiadada e interminable. Jesús llama al Pueblo de Dios para que no se convierta en una higuera estéril, sino que se transforme en un árbol que de abundantes frutos de solidaridad, justicia e igualdad. Por eso, advierte al pueblo que tiene un breve tiempo, en el que Dios espera que la higuera de los frutos que le corresponden. Terminado el tiempo, Dios decidirá qué hacer con ella. Así, el Pueblo tiene que entender que el tiempo no es indefinido, sino que debe comenzar aquí y ahora a cambiar su manera de pensar y a transformar su manera de actuar (servicio bíblico latinoamericano).
-“Jesús añadió esa parábola: "Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar higos y no encontró. Entonces dijo al viñador: "Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto de esta higuera y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a agotar la tierra?"” Siempre es cuestión de urgencia. ¿Soy una higuera estéril para Dios, para mis hermanos?
-“Pero el viñador le contestó: "Señor, déjala todavía este año, entretanto yo cavaré y le echaré estiércol. Quizá dará fruto de ahora en adelante"”. Tenemos aquí un elemento capital de apreciación de los "signos de los tiempos": ¡la paciencia de Dios! La intercesión de ese viñador es una línea de conducta para nosotros. Tan necesario es no perder un minuto en trabajar para nuestra propia conversión como ser nosotros muy pacientes con los demás e interceder a favor de ellos. Tenemos siempre tendencia a juzgar a los demás demasiado aprisa y desconsideradamente. Jesús nos pone como ejemplo a ese viñador que no escatima sus energías: cava, pone abono. Seguramente Jesús, compartiendo la vida dura de los pobres cultivadores galileos, debió también hacer ese humilde trabajo en el cercado de su viña familiar. Contemplo a Jesús cavando la tierra de una higuera que no quería dar fruto. Todo un símbolo de Dios hacia nosotros. Jesús, hoy todavía, se porta así conmigo. Gracias, Señor.
Benedicto XVI habla mucho de que el mundo lo pierde la impaciencia de los hombres (nuestras precipitaciones) y lo gana la paciencia de Dios (ahí, en la Cruz, Jesús, indefenso, consigue ganar nuestro corazón). La paciencia todo lo alcanza…
La paciencia de Dios contrasta con nuestra impaciencia. Queremos ver pronto los resultados, que todo se arregle en un instante, que se acabe de golpe con el mal. Y la vida no es así: se crece lentamente, se madura lentamente, no siempre se da el fruto deseado. Hay que saber, por tanto, adoptar una actitud de espera activa y positiva, como la de aquel viñador que dio un plazo más a la higuera y dejó abierta la puerta a la esperanza de una cosecha abundante de higos, haciendo mientras tanto lo que estaba de su parte: cavar y echar estiércol (servicio bíblico latinoamericano).
-“Si no, la cortas.” "Un año" aún ante mí, para dar fruto... El Final de los tiempos se acerca... ha empezado.... ¡Señor, que sepa utilizar bien el tiempo que tú me das! (Noel Quesson).
La muerte también es un misterio, y no es Dios quien la manda como castigo de los pecados ni "la permite" a pesar de su bondad. En su plan no entraba la muerte, pero lo que sí entra es que incluso de la muerte saca vida, y del mal, bien. Desde la muerte de Cristo, también trágica e injusta, toda muerte tiene un sentido misterioso pero salvador. Jesús nos enseña a sacar de cada hecho de estos una lección de conversión, de llamada a la vigilancia. Somos frágiles, nuestra vida pende de un hilo: tengamos siempre las cosas en regla, bien orientada nuestra vida, para que no nos sorprenda la muerte, que vendrá como un ladrón, con la casa en desorden. Lo mismo nos dice la parábola de la higuera estéril. ¿Podemos decir que damos a Dios los frutos que esperaba de nosotros?, ¿que si nos llamara ahora mismo a su presencia tendríamos las manos llenas de buenas obras o, por el contrario, vacías? Una última reflexión: ¿tenemos buen corazón, como el de aquel viñador que "intercede" ante el amo para que no corte el árbol?, ¿nos interesamos por la salvación de los demás, con nuestra oración y con nuestro trabajo evangelizador? ¿Somos como Jesús, que no vino a condenar, sino a salvar? Con nosotros mismos, tenemos que ser exigentes: debemos dar fruto. Con los demás, debemos ser tolerantes y echarles una mano, ayudándoles en la orientación de su vida (J. Aldazábal).

2. Prosiguiendo la meditación de ayer, Pablo nos propone contemplar a la Iglesia como "signo e instrumento" de esta ascensión de la humanidad «hacia la unidad de Dios»:
-“Descendió... Luego subió a lo más alto de los cielos para llenarlo todo, para dar al universo su plenitud”. Todo el itinerario de Cristo -su descenso a lo más hondo de la condición humana, y su ascensión a lo más alto de la señoría divina- tiene por finalidad, dice san Pablo, de «dar al universo su plenitud».
No se repetirá nunca bastante que: los cristianos, la Iglesia, tienen en sus manos el proyecto de Dios. ¿Cómo explicar que, con tanta frecuencia estrechemos, achiquemos, recortemos, reduzcamos a polvo nuestra vida?
El futuro de la humanidad, la plenitud del universo están en Cristo: o bien la humanidad se dislocará en una especie de autodestrucción... o bien se construirá en la armonía de un solo Cuerpo... Esta es su oportunidad.
-“Él mismo «dio» a unos el ser apóstoles, a otros, profetas; a otros evangelizadores; a otros pastores y maestros. Así cada fiel ocupará su lugar en orden a las funciones de su ministerio y para edificación del Cuerpo de Cristo”. ¡Cada uno tiene un papel, en esa construcción del porvenir del universo! ¿Cuál es mi papel? No tiene que haber un papel mundano, por ejemplo una concepción política por parte de la jerarquía, sino que tiene que haber obispos en países de sistema «socialista», y en el seno de un sistema «liberal». Obispos americanos en comunión con obispos polacos, obispos árabes con obispos de raza judía.
Tampoco tiene más importancia el que es ordenado sacerdote, y la mujer tenga por eso menos importancia. Lo que importa en la Iglesia –lo que debería importar- es el amor.
-“Al final llegaremos todos a la unidad de la fe y al conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombres «adultos», a la madurez de la plenitud de Cristo”. La Iglesia conduce poco a poco a la humanidad hacia su «madurez»... en la medida, precisamente, en que construye la «cohesión», la «comunión». Por el contrario, todos los que «dividen», todos los falsos doctores que se «dejan llevar a la deriva por todas las corrientes ideológicas, a gusto de las gentes que se burlan de los demás y que emplean la astucia para llevarlos al error», estos mantienen a la humanidad en un estado de «infantilismo».
-“Viviendo en el amor, creceremos en todo hasta Aquel que es la Cabeza, Cristo: de quien todo el cuerpo recibe trabazón y coherencia”. Y nada lo detendrá. Pero ¿participo yo en ello? (Noel Quesson).

3. Estamos con Dios cuando vivimos en el amor, y entonces cantamos con el salmo: “¡Qué alegría cuando me dijeron: / "Vamos a la casa del Señor"! / Ya están pisando nuestros pies / tus umbrales, Jerusalén.”

Llucià Pou Sabaté

jueves, 25 de octubre de 2012


Viernes de la 29ª semana (par). Jesús nos ayuda a entender los signos de los tiempos, a ver la salvación, en acoger la llamada divina

“En aquel tiempo, decía Jesús a la gente: -«Cuando veis subir una nube por el poniente, decís en seguida: "Chaparrón tenemos", y así sucede. Cuando sopla el sur, decís: "Va a hacer bochorno", y lo hace. Hipócritas: si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer? Cuando te diriges al tribunal con el que te pone pleito, haz lo posible por llegar a un acuerdo con él, mientras vais de camino; no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y el guardia te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que no pagues el último céntimo» (Lucas 12,54-59).  

1. Jesús, hoy nos quieres hacer entender que hay quien niega lo previsible:
-“Cuando veis subir una nube por el poniente decís enseguida: "Tendremos lluvia", y así sucede. Cuando sopla el viento sur decís: "Hará calor", y así sucede”. Por medio de esas palabras, Jesús reprocha a sus conciudadanos no saber interpretar los "signos de los tiempos", cuando son perfectamente capaces de interpretar los signos meteorológicos. La Iglesia contemporánea cuida especialmente de ser fiel a esa invitación de Jesús. En el Concilio Vaticano II decía: "Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y futura... Es necesario, por ello, conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el rasgo dramático que con frecuencia le caracteriza.
-“¡Hipócritas! si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo es que no sabéis interpretar el "momento presente"? Los hombres del campo y del mar, mirando el color y la forma de las nubes y la dirección del viento, tienen un arte especial, a veces mejor que los meteorólogos de profesión, para conocer el tiempo que va a hacer. Pero los judíos no tenían vista para "interpretar el tiempo presente" y reconocer en Jesús al Enviado de Dios, a pesar de los signos milagrosos que les hacía. Jesús les llama "hipócritas": porque sí que han visto, pero no quieren creer.
La ofuscación no era exclusiva de los contemporáneos de Jesús. Hay algunos muy hábiles en algunas cosas y necios y ciegos para las importantes. Espabilados para lo humano y obtusos para lo espiritual. Cuando Jesús se queja de esta ceguera voluntaria, emplea la palabra "kairós" para designar "el tiempo presente". "Kairós" significa tiempo oportuno, ocasión de gracia, momento privilegiado que, si se deja escapar, ya no vuelve. Nosotros ya reconocemos en Jesús al Mesías. Pero seguimos, tal vez, sin reconocer su presencia en tantos "signos de los tiempos" y en tantas personas y acontecimientos que nos rodean, y que, si tuviéramos bien la vista de la fe, serían para nosotros otras tantas voces de Dios.
Voces quizá ocultas bajo las ansias de libertad que tienen los pueblos, la solidaridad con los más injustamente tratados, la defensa de los valores ecológicos de la naturaleza, el respeto a los derechos humanos, la revalorización de la mujer en la sociedad y de los laicos en la Iglesia... Podríamos preguntarnos hoy si tenemos una "visión cristiana" de la historia, de los tiempos, de los grandes hechos de la humanidad y de la Iglesia, viendo en todo un "kairós", una ocasión de crecimiento en nuestra fe (J. Aldazábal).
El Concilio ha reconocido algunos "signos de los tiempos" esenciales. He ahí algunos: - la solidaridad creciente de los pueblos (A.S.,14) - el ecumenismo (D. Ecum. 4) - la preocupación por la libertad religiosa (L.R.15) - la necesidad del apostolado de los laicos (A.L.I). "Movido por la fe que le impulsa a creer que quien le conduce es el Espíritu del Señor, que llena el universo, el pueblo de Dios se esfuerza en discernir en los acontecimientos, las exigencias y los deseos que le son comunes con los demás hombres de nuestro tiempo y cuáles son en ellos las señales de la presencia o de los designios de Dios" (G.S. 11).
"¡Darnos cuenta" del momento en que nos encontramos! Dios conduce la historia, Dios sigue actuando hoy. Más que dolernos añorando la Iglesia del pasado... Más que evadirnos soñando la Iglesia de mañana... Es preciso, según la invitación de Jesús, "darnos cuenta del momento en que nos encontramos". Sus contemporáneos en la Palestina de aquella época no supieron aprovechar la actualidad prodigiosa del tiempo excepcional que estaban viviendo. ¿Y nosotros? La finalidad de la "revisión de vida" es tratar, humildemente de "reconocer" la acción de Dios en los acontecimientos, en nuestras vidas... para "encontrarlo" y participar en esa acción de Dios... a fin de "revelarlo", en cuanto fuere posible, a los que lo ignoran. Señor, ayúdanos a vivir los menores acontecimientos de nuestras vidas, como los mayores, a ese nivel. Reconocer participar, revelar tu obra actual.
-“Y ¿por qué no juzgáis vosotros mismos lo que se debe hacer?” El tiempo en el que "yo" estoy viviendo es el único verdaderamente decisivo para mí. "Juzgad vosotros mismos"... Nadie, nadie más que yo puede ponerse en mi lugar para esa opción.
-"Cuando vas con tu contrincante a ver al magistrado, haz lo posible para librarte de él mientras vais de camino; no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al alguacil, y el alguacil te meta en la cárcel..." En Mateo, esa misma parábola (Mt 5,25) servía para insistir sobre el deber de la caridad fraterna. Lucas coloca esa parábola en una serie de consejos de Jesús sobre la urgencia de la conversión: no hay que dejar para mañana la "toma de posición", el discernimiento de los "signos de los tiempos" (Noel Quesson).
Los signos de los tiempos: El Señor sigue pasando cerca de nuestra vida, con suficientes referencias, y cabe el peligro de que en alguna ocasión no lo reconozcamos. Se hace presente en la enfermedad o en la tribulación, en las personas con las que trabajamos o en las que forman nuestra familia, en las buenas noticias esperando que le demos las gracias. Nuestra vida sería bien distinta si fuéramos más conscientes de la presencia divina y desaparecería la rutina, el malhumor, las penas y las tristezas porque viviríamos más confiados de la Providencia divina. La fe se hace más penetrante cuanto mejores son las disposiciones de la voluntad. Cuando no se está dispuesto a cortar con una mala situación, cuando no se busca con rectitud de intención sólo la gloria de Dios, la conciencia se puede oscurecer y quedarse sin luz para entender incluso lo que parece evidente. Si la voluntad no se orienta a Dios, la inteligencia encontrará muchas dificultades en el camino de la fe, de la obediencia o de la entrega al Señor (J. Piepper, La fe, hoy).
La limpieza de corazón, la humildad y la rectitud de intención son importantes para ver a Jesús que nos visita con frecuencia. Rectifiquemos muchas veces la intención: ¡para Dios toda la gloria! Todos vamos por el camino de la vida hacia el juicio. Aprovechemos ahora para olvidar agravios y rencores, por pequeños que sean, mientras queda algo de trayecto por recorrer. Descubramos los signos que nos señalan la presencia de Dios en nuestra vida. Luego, cuando llegue la hora del juicio, será ya demasiado tarde para poner remedio. Este es el tiempo oportuno de rectificar, de merecer, de amar, de reparar, de pagar deudas de gratitud, de perdón, incluso de justicia. A la vez, hemos de ayudar a otros que nos acompañan en el camino de la vida a interpretar esas huellas que señalan el paso del Señor cerca de su familia, de su trabajo... Hemos de saber descubrir a Jesús, Señor de la historia, presente en el mundo, en medio de los grandes acontecimientos de la humanidad, y en los pequeños sucesos de los días sin relieve. Entonces sabremos darlo a conocer a los demás (Francisco Fernández Carvajal).
2. La carta de Efesios insiste en esa vida de hijos de Dios:
-“Yo, preso por Cristo, os exhorto a que viváis de una manera digna de la vocación a la que habéis sido llamados...” Pablo, «cautivo de una causa divina», anima a sus fieles a mantenerse firmes.
-“Todo con mucha humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros por amor... Reunidos en la paz, poniendo empeño en conservar la unidad en un mismo Espíritu”. La fe no es sólo una idea hermosa y justa, es una convicción que compromete todo su ser, y que le obliga a adoptar unos comportamientos muy concretos, muy prácticos en la vida corriente... en particular en el ámbito de las relaciones humanas elementales. Humildad, Dulzura, Paciencia, Ayuda mutua.
Cuidado de conservar la unidad. Señor, ayúdame a mirar mi vida cotidiana desde este ángulo.
-“Un solo Cuerpo... Un solo Espíritu... Un solo Dios y Padre...” Fórmula Trinitaria: la exigencia de la unidad de todos los hombres es absoluta, esencial... el secreto de la «unidad» del género humano procede de la vida común de las Tres divinas personas. En el esquema sobre la Iglesia, el Concilio Vaticano II ha revalorizado esta convicción: «La Iglesia es el sacramento, es decir, el «signo» e «instrumento» de la intima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano... Las condiciones de estos tiempos añaden a este deber de la Iglesia una nueva urgencia. Es preciso que todos los hombres, unidos hoy más íntimamente entre ellos por toda clase de relaciones sociales, técnicas y culturales, consigan también la plena unidad en Cristo» (Lumen Gentium 1).
«La Iglesia se manifiesta como una muchedumbre reunida por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (ibid, 4). Quiero contemplar, Señor, tu Dinamismo Trinitario obrando en el mundo: el progreso de toda solidaridad, de todo trabajo en equipo, de todo acuerdo entre gentes que no se entendían, de todo compromiso al servicio de los demás, de todo servicio prestado... etc. Dios está allí donde «varios forman uno solo». Quisiera, Señor, que toda mi vida concreta, humilde, modesta, pequeña, cotidiana, marchase en el sentido de tu Dinamismo Trinitario.
-“Cristo... El Espíritu... El Padre...” La labor de Cristo, en el Espíritu, hasta el Padre. La humanidad se remonta hacia la unidad (Noel Quesson).
-“Una sola esperanza... Una sola fe... Un solo bautismo...” Una sola vocación, en la Iglesia, que se concreta en el lugar donde cada uno estamos, en ese diálogo entre Dios y el hombre que es la historia.
3. El salmo nos muestra el Señor del que “es la tierra y cuanto la llena, / el orbe y todos sus habitantes: / él la fundó sobre los mares, / él la afianzó sobre los ríos”. Ante él está “el hombre de manos inocentes / y puro corazón, / que no confía en los ídolos”. En la liturgia pedimos al Padre: "danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana, inspíranos el gesto y la palabra oportuna frente al hermano solo y desamparado" (Plegaria V b), y también que "crezcamos en la fidelidad al evangelio, que nos preocupemos de compartir en la caridad las angustias y las tristezas, las alegrías y las esperanzas de los hombres" (Plegaria V c).
Llucià Pou Sabaté

miércoles, 24 de octubre de 2012


Jueves de la 29ª semana (par). Jesús no quieres una falsa tranquilidad, sino la paz consecuencia de la lucha por vivir como hijos de Dios

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres Contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra»” (Lucas 12,49-53).  

1. Jesús, hoy nos pones unas imágenes poéticas, fuertes:
-“He venido a traer fuego a la tierra”... Reconsiderando esa hermosa imagen de Jesús, un himno de comunión canta: "Mendigo del fuego yo te tomo en mis manos como en la mano se toma la tea para el invierno... Y Tú pasas a ser el incendio que abrasa el mundo..." En toda la Biblia, el fuego es símbolo de Dios; en la zarza ardiendo encontrada por Moisés, en el fuego o rayo de la tempestad en el Sinaí, en los sacrificios del Templo, donde las víctimas eran pasadas por el fuego, como símbolo del juicio final que purificará todas las cosas. Pero no es un fuego que destruye, pues tú rehúsas dejar que pidan que caiga fuego del cielo sobre los samaritanos (Lc 9,54). Tu fuego es el "fuego del Espíritu", que ardía en el corazón de los peregrinos de Emaús cuando escuchaban al Resucitado sin reconocerlo... (Lc 24,32), que descenderá en Pentecostés...
-“¡Y otra cosa no quiero sino que baya prendido!” Es tu ardiente deseo de llevar a cabo la misión que te ha dado el Padre, Señor: y comunicar a toda la humanidad el amor, la alegría, tu Espíritu.
El gran pecado de muchos países que han progresado es la banalidad de la existencia, y tú Señor nos dices que hay que "arder"... en las cosas cotidianas, que se vuelven interesantes por el amor.
-“Tengo que recibir un bautismo, y ¡cuán angustiado estoy hasta que se cumpla!” Vemos que tienes pasiones, Señor, y la angustia también. Este pensamiento que nos viene antes de que llegue un mal, y que es más fuerte que el mal que vendrá, si llega… Ves que la salvación del mundo requiere tu sufrimiento... dará frutos de Purificación, de redención de los hombres... Señor, danos la gracia de participar a tu bautismo.
-“¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? Os digo que no, sino división”. El Mesías era esperado como Príncipe de la Paz, uno de los más grandes beneficios que el hombre desea es la paz; y se saludaban deseándose la paz: "Shalom". Jesús despedía a los pecadores y pecadoras con esa frase llena de sentido: "Vete en paz" (Lc 7,50; 8,48; 10,5-9). Y sus discípulos tenían que desear la "paz" a las casas donde entraban. Pero... Ese saludo, esa paz nueva, viene a trastornar la paz de este mundo. No es una paz fácil, sin dificultades: es una paz que hay que construir en la dificultad (Noel Quesson).
-“Porque de ahora en adelante una familia de cinco estará dividida: Tres contra dos, y dos contra tres... El padre contra el hijo, y el hijo contra el padre... La madre contra la hija, y la hija contra la madre”...
La paz no puede identificarse con una tranquilidad a cualquier precio. Cristo es -ya lo dijo el anciano Simeón en el Templo- "signo de contradicción": optar por él puede traer división en una familia o en un grupo humano. Es algo que parece contradictorio, pero a veces son las paradojas las que mejor nos transmiten un pensamiento, precisamente por su exageración y por su sentido sorprendente a primera vista. El fuego con el que Jesús quiere incendiar el mundo es su luz, su vida, su Espíritu. Ése es el Bautismo al que aquí se refiere: pasar, a través de la muerte, a la nueva existencia e inaugurar así definitivamente el Reino. Ésa es también la "división", quizá quieres indicarnos, Señor, que la opción que cada uno haga, aceptándole o no, crea situaciones de contradicción en una familia o en un grupo. Decir que no has venido a traer la paz indica que no quieres una falsa paz: ánimos demasiado tranquilos y mortecinos, banalidad.
Si el Papa o los Obispos o un cristiano cualquiera sólo hablara de lo que gusta a la gente, les dejarían en paz. Serían aplaudidos por todos. ¿Pero es ése el fuego que Jesús ha venido a traer a la tierra, la evangelización que nos ha encargado? Jesús aparece manso y humilde de corazón, pero lleva dentro un fuego que le hace caminar hacia el cumplimiento de su misión y quiere que todos se enteren y se decidan a seguirle. Jesús es humilde, pero apasionado. No es el Cristo acaramelado y dulzón que a veces nos han presentado. Ama al Padre y a la humanidad, y por eso sube decidido a Jerusalén, a entregarse por el bien de todos. ¿Nos hemos dejado nosotros contagiar ese fuego? Cuando los dos discípulos de Emaús reconocieron finalmente a Jesús, en la fracción del pan, se decían: "¿no ardía nuestro corazón cuando nos explicaba las Escrituras?". La Eucaristía que celebramos y la Palabra que escuchamos, ¿nos calientan en ese amor que consume a Cristo, o nos dejan apáticos y perezosos, en la rutina y frialdad de siempre? Su evangelio, que a veces compara con la semilla o con la luz o la vida, es también fuego (J. Aldazábal).
Jesús, ayúdame a ser fiel a tu fuego del Espíritu, para decir como tú: «Pero tengo que ser sumergido por las aguas y no veo la hora de que eso se cumpla» (Lc 12,50). La sociedad reaccionará dándole muerte («ser sumergido por las aguas»), pero tú lo deseas, porque por ese sufrir nos salvas. Por eso, Jesús, vienes a romper la falsa paz del orden establecido (cf. Miq 7,6).
La paz que Jesús da no es la paz del cementerio, sino de la lucha por instaurar el Reino de Dios, y muchas veces los detentores del poder enmascaran y ocultan las graves tensiones en que una sociedad está inmersa. Llamar paz a tal realidad es continuar la práctica de los falsos profetas que aplauden lo que a Dios desagrada. Por ello los seguidores de Jesús deben prepararse para tomar sobre sí los conflictos y aceptar la carga dolorosa de la división que la misión produce y que ellos deben cargar sobre sus débiles hombros (Josep Rius-Camps).
El anciano Simeón ya profetizó que “este niño está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, como signo de contradicción, quedando al descubierto las intenciones de muchos corazones”.

2. La carta a los Efesios nos propone hoy nuestra filiación divina: -“Doblo mis rodillas ante el Padre, que es la fuente de toda paternidad”. «Doblar las rodillas» para prosternarse: los judíos podían orar de pie, sentados, y se arrodillan -con todo el cuerpo inclinado hasta el suelo- para adorar. Por eso, no es cierto lo que dicen los que quitan reclinatorios de las iglesias diciendo que los primeros cristianos no se arrodillaran. Además, a los orientales les es grato siempre este gesto profundo para expresar una intensa adoración.
…«Dios fuente de toda paternidad en el cielo y en la tierra»: gracias, oh Padre de habernos hecho partícipes de tu propia alegría de ser «padre», de ser «madre». En todo hombre, en toda mujer que ama y da la vida Dios está presente. Toda paternidad (biológica, espiritual) va unida a esa paternidad escondida de Dios.
-“Que seáis fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior”. Potencia, fuerza. Dones divinos. ¡Haznos fuertes con tu fuerza, Señor! «El hombre interior» es esta parte de nosotros mismos que está bajo la influencia del Espíritu... y que se renueva de día en día, aun cuando «el hombre exterior» vaya «decayendo» (2 Corintios,4-16) "En "mi interior" ciertamente me complazco en la Ley de Dios, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado" (Romanos,7-22)
¡Oh Señor! Afianza en mí a «ese hombre», a ese hombre que ama, que es generoso y acogedor, a ese hombre casto, comprometido en el servicio de todos, a ese hombre conducido por tu Espíritu... a pesar del «otro hombre» que bulle también en el fondo de mí mismo, el hombre egoísta, mezquino, cerrado, impuro, perezoso, indócil...
-“Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones”. He ahí el verdadero hombre: «el hombre interior», en mí, es cierta reproducción, cierta connivencia... un Cristo que se desarrolla en el hondón de mi vida. ¡Qué sea así verdaderamente, Señor!
-“Permaneced arraigados en el amor... Cimentados en el amor...” "El hombre interior", el Cristo interior es, concretamente, el amor. Dios es amor. Ser amado por el Espíritu de Dios es amar.
-“Así seréis capaces de comprender cual es «la anchura» y «la longitud», «la altura» y «la profundidad»...” Conoceréis el amor de Cristo que excede a todo conocimiento. ¡Entonces seréis colmados hasta la total Plenitud de Dios! Un amor infinito, que nunca se acaba. Un amor inmenso, inconmensurable. Un amor «amplio». Un amor «extenso». Un amor «elevado». Un amor «profundo». Me dejo impregnar por esas imágenes.
«¡Conoceréis... lo que excede a todo conocimiento!» Conocer afectivamente, con el corazón. Conocer el amor de Cristo: saborear, adivinar intuitivamente, pasando largos momentos con aquel a quien se quiere conocer (Noel Quesson).
San Agustín nos explica su propia piedad uniendo este texto a san Juan (Ef 3,18 y Jn 14,9): «El que ha conocido cuál sea la altura y anchura, lo largo y profundo de la caridad de Cristo que sobrepuja todo conocimiento, ése ve a Cristo y ve también al Padre.» Y dice: «Yo suelo entender así las palabras del apóstol Pablo: la anchura significa las buenas obras de amor al prójimo, la largura es la perseverancia hasta el fin, la altura la esperanza de la recompensa celeste, la profundidad el designio inescrutable de Dios por el que esta gracia llega a los hombres». La existencia cristiana abarca estas cuatro dimensiones representadas en la cruz, que así se convierte realmente en fórmula fundamental de la vida cristiana. La anchura es el palo transversal, en que están extendidas las manos del Señor en un gesto en que son una sola cosa inseparable la adoración y el amor a los hombres. La largura es la parte del palo vertical que corre hacia abajo desde el palo transversal, en que cuelga el cuerpo como símbolo de la perseverancia paciente y generosa. La altura es la parte del palo vertical que lleva hacia arriba desde el palo transversal, en que se apoya la cabeza como signo de la esperanza que apunta hacia arriba. La profundidad, finalmente, significa la parte de la cruz hundida en la tierra, que lo sostiene todo; así indica el libre designio de Dios, único que funda en absoluto la posibilidad de que el hombre se salve. Y en la Cruz está la Virgen: solo va al Padre en unidad con la madre, que es la santa Iglesia de Jesucristo (Joseph Ratzinger).
3. Con el salmo queremos aclamar al Señor, “que merece la alabanza de los buenos. / Dad gracias al Señor” cantando y tocando, pues “la palabra del Señor es sincera, / y todas sus acciones son leales; / él ama la justicia y el derecho, / y su misericordia llena la tierra”. Gracias, Señor, por tu amor por siempre, nos quieres como un Padre amoroso quiere a sus hijos.
Llucià Pou Sabaté