viernes, 18 de febrero de 2011

Jueves de la 6ª semana, año I: «El Señor, desde el cielo, se ha fijado en la tierra», y el arco iris es signo de su alianza. «El Hijo del Hombre tiene


Génesis 9,1–13. 1 Dios bendijo a Noé y a sus hijos, y les dijo: «Sed fecundos, multiplicaos y llenad la tierra. 2 Infundiréis temor y miedo a todos los animales de la tierra, y a todas las aves del cielo, y a todo lo que repta por el suelo, y a todos los peces del mar; quedan a vuestra disposición. 3 Todo lo que se mueve y tiene vida os servirá de alimento: todo os lo doy, lo mismo que os di la hierba verde. 4 Sólo dejaréis de comer la carne con su alma, es decir, con su sangre, 5 y yo os prometo reclamar vuestra propia sangre: la reclamaré a todo animal y al hombre: a todos y a cada uno reclamaré el alma humana. 6 Quien vertiere sangre de hombre, por otro hombre será su sangre vertida, porque a imagen de Dios hizo El al hombre. 7 Vosotros, pues, sed fecundos y multiplicaos; pululad en la tierra y dominad en ella.» 8 Dijo Dios a Noé y a sus hijos con él: 9 «He aquí que yo establezco mi alianza con vosotros, y con vuestra futura descendencia, 10 y con toda alma viviente que os acompaña: las aves, los ganados y todas las alimañas que hay con vosotros, con todo lo que ha salido del arca, todos los animales de la tierra. 11 Establezco mi alianza con vosotros, y no volverá nunca más a ser aniquilada toda carne por las aguas del diluvio, ni habrá más diluvio para destruir la tierra.» 12 Dijo Dios: «Esta es la señal de la alianza que para las generaciones perpertuas pongo entre yo y vosotros y toda alma viviente que os acompaña: 13 Pongo mi arco en las nubes, y servirá de señal de la alianza entre yo y la tierra.

Salmo 102,16-21,29,22–23. 16 Y temerán las naciones el nombre de Yahveh, y todos los reyes de la tierra tu gloria; 17 cuando Yahveh reconstruya a Sión, y aparezca en su gloria, 18 volverá su rostro a la oración del despojado, su oración no despreciará. 19 Se escribirá esto para la edad futura, y en pueblo renovado alabará a Yahveh: 20 que se ha inclinado Yahveh desde su altura santa, desde los cielos ha mirado a la tierra, 21 para oír el suspiro del cautivo, para librar a los hijos de la muerte. 22 Para pregonar en Sión el nombre de Yahveh, y su alabanza en Jerusalén, 23 cuando a una se congreguen los pueblos, y los reinos para servir a Yahveh. 29 Los hijos de tus siervos tendrán una morada, y su estirpe ante ti subsistirá.

Marcos 8,27-33: 27 Salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesarea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?» 28 Ellos le dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas.» 29 Y él les preguntaba: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro le contesta: «Tú eres el Cristo.» 30 Y les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de él. 31 Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días. 32 Hablaba de esto abiertamente. Tomándole aparte, Pedro, se puso a reprenderle. 33 Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: «¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.»

Comentario: 1. Gn 9,1-13. Termina la historia del diluvio con la alianza que Dios sella con Noé y su familia, y con el reinicio de una nueva humanidad. El juicio de Dios ha sido justo, pero salvador y misericordioso. Entre las cláusulas de la alianza hay detalles que se refieren a la comida: por primera vez se dice que el hombre puede comer carne de animales (hasta entonces, se ve que eran vegetarianos), pero no carne con sangre. Sobre todo hay un mandamiento taxativo: «Al hombre le pediré cuentas de la vida de su hermano, porque Dios hizo al hombre a su imagen». Dios propone aquí, como señal de este pacto con Noé, el arco iris. Lo cual probablemente se entiende como una interpretación popular del fenómeno cósmico del arco iris después de la lluvia, en una sociedad que tiende a verlo todo desde el prisma religioso. No es magia: cuando vean ese arco, se comprometen a recordar la bondad y las promesas de Dios. También podría tener otro sentido: el arco iris nos recordará que Dios ya no usará el arco de guerra (en la Biblia se designa con la misma palabra) contra el hombre, «colgará el arco en el cielo».
Dios bendijo a Noé y a sus hijos y les dijo: «Sed fecundos, multiplicaos y llenad la tierra... Todo lo que se mueve y tiene vida os servirá de alimento: Todo os lo doy.» Evidentemente, esto es la reanudación del proyecto inicial de Dios respecto a Adán. La diferencia está en que esta nueva bendición sucede al pecado de la humanidad: por lo tanto, más allá del pecado, Dios conserva su amor por sus criaturas. Repitamos, una vez más, que, desde el punto de vista de Dios, el mal no es una fatalidad indudable y definitiva: el más gran pecador conserva todas sus oportunidades... el hijo pródigo puede rehacer su vida, el bandolero condenado a muerte y crucificado junto a Jesús puede entrar en el paraíso. La buena nueva del evangelio aflora ya desde las primeras páginas del Antiguo Testamento.
-Todo os lo doy... ¿A quién van dirigidas estas palabras? Notemos que todavía estamos en el inicio de la humanidad. La elección de un pueblo particular, Israel, tendrá lugar mucho más tarde con Abraham, Jacob, Moisés. La bendición de Dios a Noé y a su descendencia es pues una bendición «universal», destinada a todos los hombres, sin excepción alguna: la vida es el primer don de Dios. Los que no forman parte visiblemente del «pueblo elegido» de la Iglesia HOY se hallan lo mismo que los demás, bajo el impulso de ese amor de Dios: ¡todo os lo doy! Dios ofrece a todos los hombres:
1º Una "bendición": «Sed fecundos; os lo doy todo...»
2º Una «ley única»: «Respetaos los unos a los otros: pediré cuenta de la sangre de cada uno de vosotros...»
3º Una «alianza»: no estoy en «contra» de vosotros, sino "con" vosotros.
-Sólo dejaréis de comer la carne con su alma, es decir con su sangre. Os prometo reclamar vuestra propia sangre... A cada uno de los hombres reclamaré el alma humana. Quien vertiere sangre de hombre, por otro hombre será su sangre vertida, porque Dios creó al hombre a su imagen. Una sola «ley» ha sido dada a la humanidad entera: el respeto a la vida, simbolizado por el respeto a la sangre. En diversas religiones la carne se come siempre sin su sangre. Cada vez que un judío cumple ese rito de la carne, «Kascher», recuerda casi cotidianamente esa ley universal de respeto a la «vida». Notemos el motivo dado por la Biblia: el respeto a todo hombre se funda en que es «imagen de Dios». Lo que hacéis al más pequeño de los míos, a Mí lo hacéis, dirá Jesús.
-He aquí que Yo establezco mi alianza con vosotros, con todos vuestros descendientes y con todos los seres vivos que os acompañan... Esta es la señal de la alianza que pongo entre Yo y vosotros y todas las generaciones futuras: pongo mi arco iris en medio de las nubes, para que sea señal de la alianza entre Dios y la tierra.
La alianza universal. En el diluvio Dios pareció estar en «contra» del hombre: desencadenó sus armas, los cataclismos naturales. Afirma ahora solemnemente que ha decidido no volver a estar jamás en «contra» del hombre, sino «con» el hombre, su aliado para siempre. Para los semitas los fenómenos meteorológicos eran signos de Dios: todo lo que pasaba «en el cielo» pertenecía precisamente a ese dominio divino sobre el cual el hombre no tiene poder alguno. Los astros eran los ejércitos de Dios. El viento y el huracán, sus mensajeros. La tempestad, la ejecutora de sus órdenes. El trueno, su voz. El relámpago, su flecha temible. Ese Dios «guerrero» cuelga de nuevo su "arco" en el muro y promete no volver a usarlo jamás: vivamos unidos, seamos aliados de ahora en adelante (Noel Quesson).
La tradición sacerdotal, como la yahvista, concede gran importancia al final del diluvio, estructurada en dos temas capitales: bendición y compromiso divino, muy relacionados entre sí (el último corresponde a 8,21 y el primero a 8,22) y bien definidos (el inicio y el final de cada uno de los bloques: 9,1 con 9,7, y 9,9 con 9,17, forman inclusión y son prácticamente idénticos). La palabra de Dios se manifiesta aquí con un valor absoluto y definitivo. La bendición divina renueva y completa la de Gn 1,28-29. Ahora, sin embargo, los animales pueden ya ser sacrificados para alimentar al hombre. "Os temerán y respetarán" se usa con cierta frecuencia en la promesa de la conquista de Canaán (cf. Dt 11,25), así como «están todos en vuestro poder» es una expresión muy corriente en el vocabulario de la guerra santa de Israel. Las dos limitaciones que se imponen: no comer la carne de animales todavía vivos (la sangre que palpita se identifica con la vida) y la prohibición del homicidio (se puede derramar la sangre de los animales, pero no la sangre humana), tienen la función de salvaguardar la bendición y la generosidad divinas. Sin ellas imperaría el salvajismo, la sed de sangre y el afán homicida. Así como antiguamente existía la venganza de sangre, ejercida por los parientes de la víctima, así también Dios «pedirá cuentas», intervendrá para ejercer la justicia. Puede resultar sorprendente que Dios decrete el castigo de un animal por la muerte de una persona. Cabe explicarlo a partir de la domesticación de los animales y por la relación que tienen con los hombres, y está en consonancia con lo establecido en Ex 21, 28-32. El versículo 6, con ritmos (en puntos culminantes de la narración se suele usar un vocabulario bien medido, como en Gn 2,23 - 8,22 ), ratifica y subraya de una forma medio legal medio proverbial (como Mt 26,52) la prohibición de derramar sangre humana. Imagen de Dios como es el hombre tiene una relación especial con Dios. Matarlo constituye un atentado directo a la soberanía divina. Se da como supuesta la aplicación de la pena capital dentro de la sociedad humana mientras se respete el derecho único de Dios a la vida y a la muerte y la inviolabilidad del hombre. Mediante el compromiso divino, la tradición sacerdotal integra la narración del diluvio dentro de la contextura teológica de toda su obra literaria. No se puede decir que se trata de una alianza propiamente dicha, porque figuran también los animales, y la obligación es unilateral, sólo por parte de Dios. No se puede hacer tampoco la comparación con el pacto de Abrahán, ya que en este caso existe una cierta reacción del patriarca con gestos y palabras, cosa que no se da en Noé. El arco iris se convierte en un signo que confirma que Dios conservará la existencia del mundo y de todos los vivientes. La complementariedad entre creación y diluvio se hace manifiesta en estos versículos, que además ponen de relieve que Dios ama todo lo que existe, como «señor, amigo de la vida» (Sab 11,26) que es. Así nosotros, los cristianos, somos llamados a la vida por la Vida (J. Mas Anto).
2. Salmo. Dios empieza de nuevo, ilusionadamente, ahora con la familia de Noé, después de la purificación general del diluvio. No tenemos a Dios en contra. Siempre a favor. A pesar de todo el mal que hemos hecho, nos sigue amando y concediendo un voto de confianza. Si el salmista podía decir con esperanza: «El Señor, desde el cielo, se ha fijado en la tierra... para escuchar los gemidos de los cautivos y librar a los condenados a muerte», nosotros tenemos motivos muchos más válidos para confiar en la cercanía salvadora de Dios. Jesús inició una «nueva creación» y, al atravesar las aguas de la muerte, nos invitó a todos a salvarnos en su Arca, que es la Iglesia, donde ingresamos a través del sacramento del agua, el bautismo. Pero es bueno que recordemos seriamente que en su alianza con la humanidad, Dios nos exige una cosa importante: que respetemos a nuestros hermanos, porque cada uno de ellos es imagen de Dios. Después del asesinato de Abel, que representaba toda la maldad del corazón humano, Dios, para su nueva humanidad, quiere un corazón nuevo, que respete no sólo la vida sino también el honor y el bienestar del hermano. Faltar al hermano va a ser desde ahora faltarle al mismo Dios. Y si esto quedó claro en la alianza con Noé, mucho más en la de Jesús: «a mi me lo hicisteis».
No estaría mal que cada vez que veamos el arco iris, después de la lluvia, también nosotros, aunque somos muy listos y ya sabemos que es un fenómeno que se debe a la reflexión de la luz, recordáramos dos cosas: que Dios tiene paciencia, que nos perdona, que siempre está dispuesto a hacer salir su sol después de la tempestad, su paz después de nuestros fallos; y que también nosotros hemos de enterrar el arco de guerra (no es precisamente nuestro instrumento agresivo de ahora, pero es un símbolo) y tomar la decisión de no disparar ninguna flecha, envenenada o no, contra nuestro hermano, porque es imagen de Dios.
3.- Mc 8, 27-33 (domingo 24B, y jueves de la semana 18ª). Con el pasaje de hoy termina la primera parte del evangelio de Marcos. la que había empezado con su programa: «Comienzo del evangelio de Jesús Mesías, Hijo de Dios» (1,1). Ahora (8,29) escuchamos, por fin, por boca de Pedro, representante de los apóstoles, la confesión de fe: «Tú eres el Mesías». Es una página decisiva en Marcos, la confesión de Cesarea. Es una pregunta clave, que estaba colgando desde el principio del evangelio: ¿quién es en verdad Jesús? Pedro responde con su característica prontitud y amor. Pero todavía no es madura, ni mucho menos, esta fe de los discípulos. Por eso les prohíbe de nuevo que lo digan a nadie. La prueba de esta falta de madurez la tenemos a continuación, cuando sus discípulos oyen el primer anuncio que Jesús les hace de su pasión y muerte. No acaban de entender el sentido que Jesús da a su mesianismo: eso de que tenga que padecer, ser condenado, morir y resucitar. Pedro recibe una de las reprimendas más duras del evangelio: «Apártate de mi vista, Satanás. Tú piensas como los hombres, no como Dios».
Nosotros creemos en Jesús como Mesías y como Hijo de Dios. En la encuesta que el mismo Jesús suscita, nosotros estaríamos claramente entre los que han captado la identidad de su persona y no sólo su carácter de profeta. Nos hemos definido hace tiempo y hemos tomado partido por él. Pero a continuación podemos preguntarnos con humildad -no vaya a ser que tengamos que oír una riña como la de Pedro- si de veras aceptamos a Jesús en toda su profundidad, o con una selección de aspectos según nuestro gusto, como hacían los apóstoles. Claro que «sabemos» que Jesús es el Hijo de Dios. Entre otras cosas, Marcos nos lo ha dicho desde la primera página. Pero una cosa es saber y otra aceptar su persona juntamente con su doctrina y su estilo de vida, incluida la cruz, con total coherencia. Día tras día vamos espejándonos en Jesús. Pero no sólo tenemos que aceptarle como Mesías, sino también como «Mesías que va a entregar su vida por los demás». Mañana nos dirá que acogerle a él es acogerle con su cruz, con su misterio pascual de muerte y resurrección. También para nuestra vida de seguidores suyos: «que cargue con su cruz y me siga». A Pedro le gustaba lo del Tabor y la gloria de la transfiguración. Allí quería hacer tres tiendas. Pero no le gustaba lo de la cruz. ¿Hacemos nosotros algo semejante?, ¿merecemos también nosotros el reproche de que «pensamos como los hombres y no como Dios»? Tendríamos que decir, con palabras y con obras: «Señor Jesús, te acepto como el Mesías, el Hijo de Dios. Te acepto con tu cruz. Dispuesto a seguirte no sólo en lo consolador, sino también en lo exigente de tu vida. Para colaborar contigo en la salvación del mundo».
Llegamos hoy a un viraje en el evangelio de san Marcos -y de los otros-: Después de largas vacilaciones e incomprensiones, Pedro, en nombre del grupo de los Doce, "reconoce" a Jesús por lo que El es. Son ya varias las semanas y los meses que le observan, que están "con El"... para ellos, como para el ciego de Betsaida, sus ojos se han abierto progresivamente. -Iba Jesús con sus discípulos a las aldeas de Cesarea de Filipo... Marchan hacia países paganos, lejos de las muchedumbres de Galilea. Jesús sabe lo que quiere hacer: someter a prueba la Fe de sus discípulos.
-Caminando les hizo esta pregunta "¿Quién dicen las gentes que soy yo". ¡No es que quiera saber lo que dicen de El! Debe saberlo ya. Le consideran un gran hombre: Juan Bautista, Elías, un profeta... un "portavoz de Dios"... es también lo que siguen diciendo, de modo equivalente muchos hombres de hoy: hoy se reconoce habitualmente que Jesús es un hombre excepcional. ¿Y vosotros? ¿Quién decís que soy?
-Pedro, tomando la palabra, responde "¡Tú eres el Mesías!" -Cristo, en griego-. Así, el grupo de los Doce va mucho más allá de las respuestas corrientes de las gentes. El título de "Xristos" que Pedro otorga a Jesús, es el que Marcos había puesto delante de su evangelio (Mc 1, 1). Se trata pues del reconocimiento de la identidad profunda de Jesús: Jesús no es solamente "uno de los profetas", por los cuales Dios conducía la historia a su término... El es el término, el fin mismo, "aquel que los profetas anunciaban", el Mesías, el Ungido, el "Xristos".
-y les encargó muy seriamente que no hablaran a nadie de El. El "secreto mesiánico". No es una desaprobación de este título, pero sí un evitar su divulgación prematura. Nos encontramos siempre ante el mismo problema que el de aquellos fariseos que pedían una "señal del cielo". La espera mesiánica es tan ambigua en los medios judíos -y en los nuestros también hoy- que será necesario que Jesús pase por la muerte y la resurrección para que su identidad sea manifestada.
-Y por primera vez comenzó a enseñarles cómo era preciso que el Hijo del hombre padeciese mucho y que fuese rechazado por los ancianos y los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y que fuese muerto y resucitase después de tres días. Jesús decía todo esto claramente. Hasta la "pasión" de Jesús, tendremos tres relatos parecidos y los tres añaden cada vez el anuncio de la "muerte y resurrección": fue el primer "credo primitivo" de las comunidades cristianas. Estos tres anuncios forman un crescendo: en el último, Jesús dará todos los detalles.... esto sucederá "en Jerusalén", será "entregado a los paganos", "le escupirán" y "le flagelarán"... (/Mc/10/33). En fin, cada anuncio de la cruz va seguido de una instrucción a los discípulos.
-Pedro, tomándole aparte, se puso a reprenderle. Pero Jesús, volviéndose reprendió severamente a Pedro: "Quítate allá Satanás, porque tus pensamientos no son los pensamientos de Dios, sino los de los hombres. ¡La consigna del secreto no es pues inútil! Por de pronto Pedro no ha comprendido nada, a pesar del hermoso título que acaba de dar a Jesús. El también espera un mesías glorioso. Y Jesús acaba de anunciar "un mesías que va a morir". Sí, el Mesías que los discípulos esperan es un mesías humano, visto con ojos de hombre, un mesías político, un liberador de aquí abajo. Y Jesús una vez más experimenta esta sugestión como una tentación satánica. Y yo, ¿qué es lo que espero de Dios, de la Iglesia? (Noel Quesson).
«¿Quién dicen los hombres que soy yo? ¿Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Hoy seguimos escuchando la Palabra de Dios con la ayuda del Evangelio de san Marcos. Un Evangelio con una inquietud bien clara: descubrir quién es este Jesús de Nazaret. Marcos nos ha ido ofreciendo, con sus textos, la reacción de distintos personajes ante Jesús: los enfermos, los discípulos, los escribas y fariseos. Hoy nos lo pide directamente a nosotros: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mc 8,29).
Ciertamente, quienes nos llamamos cristianos tenemos el deber fundamental de descubrir nuestra identidad para dar razón de nuestra fe, siendo unos buenos testigos con nuestra vida. Este deber nos urge para poder transmitir un mensaje claro y comprensible a nuestros hermanos y hermanas que pueden encontrar en Jesús una Palabra de Vida que dé sentido a todo lo que piensan, dicen y hacen. Pero este testimonio ha de comenzar siendo nosotros mismos conscientes de nuestro encuentro personal con Él. Juan Pablo II, en su Carta apostólica Novo millennio ineunte, nos dice: «Nuestro testimonio sería enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro».
San Marcos, con este texto, nos ofrece un buen camino de contemplación de Jesús. Primero, Jesús nos pregunta qué dice la gente que es Él; y podemos responder, como los discípulos: Juan Bautista, Elías, un personaje importante, bueno, atrayente. Una respuesta buena, sin duda, pero lejana todavía de la Verdad de Jesús. Él nos pregunta: «Y vosotros, quién decís que soy yo?». Es la pregunta de la fe, de la implicación personal. La respuesta sólo la encontramos en la experiencia del silencio y de la oración. Es el camino de fe que recorre Pedro, y el que hemos de hacer también nosotros.
Hermanos y hermanas, experimentemos desde nuestra oración la presencia liberadora del amor de Dios presente en nuestra vida. Él continúa haciendo alianza con nosotros con signos claros de su presencia, como aquel arco puesto en las nubes prometido a Noé (J. Pulido). Llucià Pou Sabaté

6ª semana, miércoles. El mal tiene un fin, y hemos de acoger la conversión que el Señor nos ofrece, salir de nosotros mismos y recibir el don de Dios

Génesis 8: 6 - 13, 20 – 22: 6 Al cabo de cuarenta días, abrió Noé la ventana que había hecho en el arca, 7 y soltó al cuervo, el cual estuvo saliendo y retornando hasta que se secaron las aguas sobre la tierra. 8 Después soltó a la paloma, para ver si habían menguado ya las aguas de la superficie terrestre. 9 La paloma, no hallando donde posar el pie, tornó donde él, al arca, porque aún había agua sobre la superficie de la tierra; y alargando él su mano, la asió y metióla consigo en el arca. 10 Aún esperó otros siete días y volvió a soltar la paloma fuera del arca. 11 La paloma vino al atardecer, y he aquí que traía en el pico un ramo verde de olivo, por donde conoció Noé que habián disminuido las aguas de encima de la tierra. 12 Aún esperó otros siete días y soltó la paloma, que ya no volvió donde él. 13 El año 601 de la vida de Noé, el día primero del primer mes, se secaron las aguas de encima de la tierra. Noé retiró la cubierta del arca, miró y he aquí que estaba seca la superficie del suelo. 20 Noé construyó un altar a Yahveh, y tomanda de todos las animales puros y de todas las aves puras, ofreció holocaustos en el altar. 21 Al aspirar Yahveh el calmante aroma, dijo en su corazón: «Nunca más volveré al maldecir el suelo por causa del hombre, porque las trazas del corazón humano son malas desde su niñez, ni volveré a herir a todo ser viviente como lo he hecho. 22 «Mientras dure la tierra, sementera y siega, frío y calor, verano e invierno, día y noche, no cesarán.»
Salmo (116,12-15,18-19) 12 ¿Cómo a Yahveh podré pagar todo el bien que me ha hecho? 13 La copa de salvación levantaré, e invocaré el nombre de Yahveh. 14 Cumpliré mis votos a Yahveh, ¡sí, en presencia de todo su pueblo! 15 Mucho cuesta a los ojos de Yahveh la muerte de los que le aman. 18 Cumpliré mis votos a Yahveh, sí, en presencia de todo su pueblo, 19 en los atrios de la Casa de Yahveh, en medio de ti, Jerusalén.
Marcos 8, 22-26. "Un día, Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida, y allí le presentaron a Jesús un ciego pidiéndole que le curase.
Tomando al ciego de la mano, le sacó fuera del pueblo, y habiéndole puesto saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntaba: «¿Ves algo?» Él, alzando la vista, dijo: «Veo a los hombres, pues los veo como árboles, pero que andan» Después, le volvió a poner las manos en los ojos y comenzó a ver perfectamente y quedó curado, de suerte que veía de lejos claramente todas las cosas. Y le envió a su casa, diciéndole: «Hecho eso, Jesús le mandó a casa diciéndole: no se lo digas a nadie en el pueblo».
Comentario: 1.- Gn 8, 6-13.20-22: a) Sigue el relato, popular y sugerente, del diluvio, lleno de detalles simpáticos: el cuervo, la paloma, la hoja de olivo y el suspense del progresivo final del diluvio. El Génesis nos cuenta sobre todo el sacrificio de acción de gracias que ofrece la familia de Noé sobre un altar y la promesa de Dios, llena de comprensión hacia la debilidad del hombre: «No volveré a maldecir a la tierra a causa del hombre, porque el corazón humano piensa mal desde la juventud». Está a punto de dar comienzo una nueva etapa de la humanidad, con los que ha salvado Dios del juicio del diluvio. El arca de Noé es un símbolo de la misericordia de Dios, que en justicia condena el pecado y purifica a la humanidad, pero siempre aparece dispuesto a empezar de nuevo, dando confianza a sus creaturas. Como dice el salmo, «mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles»: intenta siempre que se conviertan y vivan.
"Lamek engendró un hijo y le puso por nombre Noé, diciendo: Este nos consolará de nuestros afanes y de la fatiga de nuestros manos, por causa del suelo que maldijo Yahveh". Esta es la promesa paternal. -"Y Noé encontró gracia ante los ojos del Señor". Es la realización divina. -"Y Noé hizo todo lo que Dios le ordenó". Es la realización personal. Es digno de ver -aquí en este relato del diluvio y en todo el marco de la revelación -lo que el individuo es capaz de hacer. El individuo elegido por Dios y llamado por su nombre. El individuo que responde a la palabra de Dios y sigue su mandato. En este individuo, en él y sobre él, se congrega todo el mundo salvo, se regeneran los hombres y su vida. Y esto expresa el arca como signo. Flotando sobre las aguas, sobrevive al juicio de Dios y supera la catástrofe. El arca oculta la bendición de Dios y garantiza la pervivencia de la humanidad. Por Noé es salvada su mujer, sus hijos y las mujeres de sus hijos; son salvados los animales, los puros y los impuros, un par de cada especie. El individuo -viene a decirnos este relato- tiene una función salvadora y santificadora para toda la comunidad. Noé se convierte en una brillante imagen que consuela porque refleja la amabilidad de Dios; la disposición de Dios a conservar el género humano y a proseguir la historia universal. El aspecto de Dios como juez no ha eclipsado el de salvador y fuente de vida, revelado en primer lugar. Y Noé es ahora el signo de esperanza de que la vida continúa y cobra fuerza renovada. NO se dice que Noé tuviera méritos propios que le distinguieran del resto de los hombres. Se dice sencillamente que halló favor a los ojos de Dios. El autor de la carta a los Hebreos habla de una prueba que Noé había superado; obedecer la orden del cielo de construir el arca sin conocer su objeto. Su obediencia y su fe, expuestas a las burlas de quienes la veían construirla, le habían merecido el ser salvado. Para el autor de esta historia Dios muestra su favor libremente a quien nunca tendría méritos adecuados. La obra personal de este patriarca, el gran representante de la religión cósmica, es considerable. También Noé como Abraham creyó "contra toda esperanza" y fue hecho padre de muchos pueblos. También Noé obró contra las apariencias que reflejaba la humanidad superficial y contra las sombras proyectadas por el comportamiento de su mundo. Esto es lo que viene a decirnos la segunda carta de S. Pedro cuando evoca el recuerdo de Noé. Como en los tiempos de Noé, ahora y siempre, ocurre lo mismo. "Sabed, ante todo, que en los últimos días vendrán hombres llenos de sarcasmo, guiados por sus propias pasiones, que dirán en son de burla: "¿Dónde está la promesa de su venida?". Mientras los hombres ríen y bailan, Noé construye su arca, fiel a los mandatos del otro mundo. Así es el hombre de fe, pendiente de la palabra de Dios, sin hacer caso de comportamiento y de los principios del mundo. ARCA/I: El arca ha sido el instrumento de la salvación de Noé y de su familia. Estos pocos han sido "el resto" salvado de la catástrofe y con los cuales Dios vuelve a empezar la historia de sus maravillas. La humanidad que sale del arca es una humanidad nueva; la salvación realizada equivale a una nueva creación, a una resurrección. La vida comienza de nuevo. Para los salvados todo es nuevo, como recién estrenado, como recién salido de la mano de Dios. Todo vuelve a ser bueno. El arca se ha convertido en el paraíso donde reinaba la paz, la armonía, la amistad con Dios. Los SS.PP vieron en el arca la imagen de la Iglesia. El arca es tipo de la Iglesia -comunidad de los fieles y pueblo santo de Dios-, imagen de aquella familia que confía en el Dios uno y único y le sigue incondicional- mente. Todo esto lo expresaron maravillosamente los primeros cristianos en las pinturas de las catacumbas.
El hombre, por el pecado, está abocado a la destrucción, a la muerte eterna. Dios establece un juicio de ese hombre pecador en el bautismo por el agua. Esta agua destinada a ahogar eternamente al pecador, ahoga en realidad al pecado, y de ese diluvio bautismal resurge el hombre nuevo, la nueva criatura. El agua se ha convertido en instrumento de castigo para el pecado, destruyéndolo, pero ha sido instrumento de salvación, para el hombre, en virtud de los méritos de este Jesús, el Salvador, que se anegó en las aguas de su muerte -pasó por un diluvio de sangre-, por lo cual Dios lo exaltó, lo resucitó, y lo hizo Señor y Salvador.
Con él y por él formamos nosotros parte de una alianza -alianza nueva y eterna- de la cual la alianza con Noé no era más que una figura y un anticipo.
Los relatos babilónicos que narran diluvios están llenos de reyertas de los dioses. Al aprovechar esas viejas narraciones el autor sagrado tuvo buen cuidado de eliminar el politeísmo y de introducir su Fe en el Dios único, en el autor de la Alianza. ¿Somos hoy nosotros capaces de asimilar la cultura de nuestro tiempo para despojarla de sus errores, y utilizar de nuevo su lenguaje y sus estructuras a fin de proclamar la Fe? -Al cabo de cuarenta días abrió Noé la ventana y soltó al cuervo. Después soltó a la paloma para ver si habían menguado ya las aguas de la superficie terrestre. En el relato babilónico encontramos exactamente los mismos detalles concretos, prueba evidente de su parentesco literario. La paloma regresó al atardecer y he ahí que traía en el pico un ramo verde de olivo. No debemos aferrarnos a esas imágenes, pero sí podemos confesar que no les falta poesía. La paloma, con su ramito de olivo ha pasado a ser el símbolo de la paz. Esos relatos, de tradición oral primeramente son muy fáciles de recordar. Cuando se ha oído contar una sola vez, quedan grabados en la memoria para siempre. Sería lástima despreciarlos apelando a no sé qué purismo. Es preciso empero incluso tratando con los niños, no quedarse en el plano material sino, sin quitarles encanto, saber poner en evidencia las lecciones que de dichos relatos se siguen. ¡La paz! ¿Soy un hombre de paz?
-Noé construyó un altar al Señor y ofreció holocaustos. El primer gesto de este «salvado» es «ofrecer un sacrificio de acción de gracias». Tú eres, Señor, quien nos ha liberado. Gracias, Señor. ¿Es mi vida lo suficientemente «eucarística"? ¿Tengo el sentido de la alabanza a Dios?
-El Señor aspiró el agradable aroma... Imagen sacada también del lenguaje pagano de Babilonia: los dioses están contentos «como moscas atraídas por el buen olor de los guisados». El autor sagrado retuvo sólo el beneplácito que Dios otorga a la acción de gracias de Noé. Efectivamente, nuestra alabanza agrada a Dios. Decir «gracias» a los que amamos.
-Díjose a Sí mismo: «Nunca más volveré a maldecir el suelo por causa del hombre, porque las trazas del corazón humano son malas desde su niñez...» El diluvio ha sido copiado de los cuentos babilonios, únicamente para insertar en él ese final optimista y esta revelación sobre el verdadero Dios: A Dios no le agrada castigar... A Dios no le agrada imponerse por la fuerza... preferirá enviar a su Hijo para salvar al hombre pecador antes que volver a castigarle.
¿Por qué esa misericordia? Porque Dios «conoce el corazón del hombre». Conoce mejor que nosotros nuestra debilidad congénita, diríamos hoy. La Biblia expone con esto una observación realista que no deberíamos olvidar: «desde su niñez», ¡antes incluso de ser culpable, el hombre obra el mal! Cuando un niño obra mal, no es «maldición» lo que necesita, sino «amor». Nunca más volveré a maldecir al hombre, dice Dios, lo amaré más todavía.
-No volveré a herir a todo ser viviente como lo he hecho. Mientras dure la tierra, sementera y siega, fríos y calor, verano e invierno, día y noche ¡no cesarán! De nuevo una admirable revelación sobre Dios. El verdadero Dios no es un ser caprichoso. Por lo contrario crea un universo con leyes estables, con las que el hombre puede contar. Gracias a esta estabilidad de las reacciones y de los fenómenos naturales, el hombre ha podido fundar la ciencia, la técnica, el mejoramiento de su vida. La creación tiene una verdadera autonomía, dada por Dios, que permite al hombre ser el «socio" de Dios (Noel Quesson).
2. La humanidad tiene futuro. También ahora, a pesar de que algunas veces nos parezca que haría falta un nuevo diluvio para purificar al mundo de tanta corrupción y maldad. Sobre todo porque en Cristo Jesús, mucho más plenamente que en Noé, se ha reconciliado la humanidad con Dios de una vez por todas y en el Arca de la Iglesia todos deberían encontrar un espacio de salvación y esperanza. Tenemos que aprender del optimismo de Dios. A Dios le gusta mucho más salvar que castigar. Cuando castiga, es como medicina y pedagogía para la conversión. Deberíamos saber dar una y otra vez un margen de confianza a los demás, a esta humanidad en la que vivimos, a esta Iglesia concreta que puede no gustarnos, a nuestra familia y comunidad, a cada uno de los que viven con nosotros, y a nosotros mismos. Después del pecado de Adán y Eva, Dios promete la salvación. Después del asesinato de Abel, Dios da otro hijo a Eva y deja la puerta abierta a la esperanza. Después del diluvio, sella un pacto de bendición para los hombres. ¿Es así de magnánimo nuestro corazón para con el mal que descubrimos en los demás? Dios sigue creyendo en el hombre. ¿Por qué nosotros negamos un margen de confianza a nuestros hermanos?
3.- Mc 8, 22-26. Otro signo mesiánico de Jesús, esta vez la curación progresiva del ciego. ¡Cuántas veces habían anunciado los profetas que el Mesías haría ver a los ciegos! Esta vez Jesús realiza unos ritos un poco nuevos: lo saca de la aldea, llevándolo de la mano, le unta de saliva los ojos, le impone las manos, dialoga con él, el ciego va recobrando poco a poco la vista, viendo primero «hombres que parecen árboles» y luego con toda claridad. Es una curación «por etapas» que puede ser que en Marcos apunte simbólicamente al proceso gradual de visión y conversión que siguen los discípulos de Jesús, que sólo lentamente, y con la ayuda de Jesús, van madurando y viendo con ojos nuevos el sentido de su Reino mesiánico. Ayer mismo leíamos que Jesús les llamaba «torpes» a sus discípulos, porque no entendían: «¿Para qué os sirven los ojos si no véis y los oídos si no oís?».
También nuestro camino es gradual, como lo es el de los demás. No tenemos que perder la paciencia ni con nosotros mismos ni con aquellos a los que estamos intentando ayudar en su maduración humana o en su camino de fe. No podemos exigir resultados instantáneos. Cristo tuvo paciencia con todos. Al ciego le impuso las manos dos veces antes de que viera bien. También los apóstoles al principio veían entre penumbras. Sólo más tarde llegaron a la plenitud de la visión. ¿Tenemos paciencia nosotros con aquellos a los que queremos ayudar a ver? Este proceso nos recuerda también el itinerario sacramental: con el contacto, la imposición de manos y la unción, Cristo nos quiere comunicar su salvación por medio de su Iglesia. La pedagogía de los gestos simbólicos, unida a la palabra iluminadora, es la propia de los sacramentos cristianos en su comunicación de la vida divina. Tanto las palabras como los gestos simbólicos se han de potenciar, realizándolos bien, para que la celebración sea un momento en que se nos comunique la salvación de Dios de una manera no sólo válida, sino también educadora y pedagógica (J. Aldazábal).
Esta curación ha sido colocada de propósito en un contexto, en que se habla también de la ceguera de los fariseos y de los discípulos. Se trata, pues, de una indicación simbólica a pesar de que el estilo de la narración induce a pensar que se trata de un acontecimiento real. Como en el caso del sordomudo decapolitano (7,31-37), Jesús hace uso de gestos que a primera vista parecerían mágicos. Pero en realidad, Jesús no hace magia, sino que usa el lenguaje táctil, que únicamente podría comprender el pobre ciego. Como siempre, se intenta que la persona objeto del prodigio sea perfectamente consciente de lo que pasa. El relato, comparado con el del sordomudo, parece demasiado prosaico. Ahora bien, como la curación se opera en dos tiempos, lo más probable es que las cosas sucedieran así: en un primer momento, el ciego ve un poco confusamente y confunde los hombres con los árboles, como hacen ordinariamente los niños cuando realizan los primeros dibujos; en un segundo momento la curación es ya completa. Hay que notar que el milagro se acomoda, por así decirlo, al curso normal de la recuperación natural. El relato termina con el "leitmotiv" de Marcos: no hay que hacer del milagro un motivo de actitudes triunfalistas. Volvemos a repetir lo de siempre: Jesús podría ser un taumaturgo en el doble sentido de la palabra: o en virtud de unas extraordinarias facultades psico-físicas o en virtud de una fuerza estrictamente sobrenatural. Un creyente no necesita "demostrar" el carácter sobrenatural del prodigio, ya que los prodigios siempre vienen después de la fe de los creyentes, de tal forma que, cuando no hay fe o la fe es débil, no se realiza el prodigio, como fue el caso de Nazaret. En segundo lugar, los "milagros" jamás son encuadrados dentro de una cristología o eclesiología triunfalista, sino todo lo contrario: son testimonios de la venida del Mesías, que han de ser contados discretamente por aquéllos que han sido objeto de ellos. En todo caso, la "reserva mesiánica" es casi obsesiva en todos los relatos miraculosos del segundo evangelio. Actualmente un creyente no tiene por qué medir sus fuerzas con el no creyente a propósito de los milagros. En primer lugar, porque el auténtico creyente no tiene ningún inconveniente en admitir que muchos "prodigios" fueran efecto de unas fuerzas naturales todavía no conocidas por la razón humana. En segundo lugar, porque su fe no proviene de los milagros, sino que la presupone. En todo caso, un creyente tiene derecho a pensar que ciertos acontecimientos son auténticos "prodigios", ya que cree en la fuerza "sobrenatural" de Dios. Pero no lo puede demostrar racionalmente (edic. Marova).
Debemos ser cada vez más sensibles a los procedimientos de composición literaria de San Marcos. Lo que cuenta para él es lo que podríamos llamar "el evangelio interior": la progresión de la fe, la progresión del descubrimiento de la persona de Jesús... Ese libro, aparentemente ingenuo es obra de un apóstol que quiere conducir a sus oyentes a plantearse cuestiones para llegar a la Fe. No olvidemos que en este relato tenemos algo de la predicación de Pedro en Roma: Este recuerda su propio itinerario interior, el que pasó de la ininteligencia a la fe... de la ceguera a la luz. Y Pedro predica a catecúmenos a quienes propone el mismo itinerario espiritual.
Esta teología, ¿fue completamente inventada? No, pues no tendría ya ningún valor convincente. Pedro recuerda "hechos históricos", que son incluso apremiantes para él, como ya se ha visto. Pero, hay que repetirlo, lo que cuenta para Pedro, por tanto también para Marcos, no es ante todo una historicidad concreta de los detalles materiales y de las palabras de Jesús -¡como si hubiesen sido grabados en un magnetofón!- es la significación interior para la fe. Y por lo tanto estos relatos nos conciernen hoy también a nosotros.
-Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida. Le llevaron un ciego. Tomando al ciego de la mano, lo sacó fuera de la aldea... He aquí precisamente un detalle concreto. ¿Por qué no sería verdadero? ¡Es tan verosímil! Sí, se conduce a los ciegos de la mano: contemplo esta escena... La mano del ciego en la mano de Jesús... Gesto humano, muy sencillo. ¡Que esperanza debió suscitar en el corazón del ciego! mientras iban los dos, de la mano. Si Jesús le lleva "fuera de la aldea", es para esconder en lo posible su milagro. Es también un detalle histórico, pero del cual conocemos bien la significación teológica: el "secreto mesiánico"... Cristo no será realmente comprensible sino después de la cruz, y la resurrección.
-Y poniéndole saliva sobre los ojos le impuso las manos. Son los mismos gestos que, en tiempo de san Pedro se hacían sobre los catecúmenos, para conducirlos de la incredulidad a la iluminación de la fe. Teológicamente hay que relacionar este milagro con el de la curación del "sordomudo", explicado después de la primera multiplicación de los panes y el explicado después de la segunda multiplicación. Marcos piensa evidentemente en el "bautismo": los gestos de los dos milagros son gestos "litúrgicos"... y por esos gestos de Cristo, todo el ser del hombre queda sano. Los tres "sentidos" importantes para la comunicación del hombre con el mundo y con sus hermanos son rehabilitados y renovados: el sentido del oído, el sentido de la palabra, el sentido de la vista ¡He aquí lo que la fe hace en nosotros hoy! El bautismo nos abre a un universo nuevo, solamente transformado desde el interior: oír a Dios que nos habla a través de los acontecimientos y a través de la palabra de nuestros hermanos, ver a Dios que obra en el núcleo de nuestras vidas y de la vida del mundo, y llegar a ser capaz de poder hablar de todo ello... Hago oración partiendo de esta gracia de mi bautismo...
-El hombre empezaba a ver... Seguidamente Jesús le impuso las manos sobre los ojos por segunda vez y el hombre empezó a ver mejor: recobró la vista, y vio claramente todos los objetos... Marcos insiste, evidentemente, sobre esta curación en dos tiempos, que se va haciendo progresivamente. He aquí, de nuevo, uno de esos detalles que no se inventan -que tendería a probar que ¡Jesús carecía de poder!- Marcos, a través de este detalle histórico ve la lentitud del caminar hacia la fe plena: hoy también avanzamos muy lentamente por ese camino... y nos quedamos medio ciegos por mucho tiempo. ¡Abre nuestros ojos, Señor! (Noel Quesson).
Con la mirada limpia… Con frecuencia nos encontramos a muchos ciegos espirituales que no ven lo esencial: el rostro de Cristo, presente en la vida del mundo. El Señor habló muchas veces de este tipo de ceguera, cuando decía a los fariseos que eran ciegos (3). Es un gran don mantener la mirada limpia para el bien, para encontrar a Dios en medio de los propios quehaceres, para ver a los hombres como hijos de Dios, para penetrar en lo que verdaderamente vale la pena, para contemplar junto a Dios la belleza divina que dejó como un rastro en las obras de la creación. Además es necesario tener la mirada limpia para que el corazón pueda amar, para mantenerlo joven. Mirada limpia no sólo en lo que se refiere directamente a la lujuria, sino en otros campos que también caen en la “concupiscencia de los ojos”: afán de poseer ropas, objetos, comidas o bebidas. No se trata de “no ver”, sino de “no mirar” lo que no se debe mirar, de vivir sin rarezas el necesario recogimiento para tener siempre presente el rostro de Cristo.
El cristiano ha de saber –poniendo los medios necesarios- quedar a salvo de esa gran ola de sensualidad y consumismo que parece querer arrasarlo todo. No tenemos miedo al mundo porque en él hemos recibido nuestra llamada a la santidad, ni tampoco podemos desertar, porque el Señor nos quiere como fermento y levadura. Debemos estar vigilantes con una auténtica vida de oración y sin olvidar que las pequeñas mortificaciones –y las grandes, cuando el Señor las pida- han de mantenernos siempre en guardia, como el soldado que no se deja vencer por el sueño, porque es mucho lo que depende de su vigilia. A un alma que viviera en un clima sensual que prolifera en los espectáculos que da lugar a muchos pecados internos y externos contra la castidad, le sería imposible seguir a Cristo de cerca... y quizá tampoco de lejos.
El Cristianismo no ha cambiado: Jesucristo es el mismo ayer, y hoy y siempre (Hebreos 13, 8), y nos pide la misma fidelidad, fortaleza y ejemplaridad que pedía a los primeros discípulos. También ahora deberemos navegar contra corriente en muchas ocasiones. Nuestra lealtad con Dios nos ha de llevar a evitar las ocasiones de peligro para el alma. Y si por estar mal informados asistiéramos a un espectáculo que desdice de la moral, la conducta que sigue un buen cristiano es levantarse y marcharse con naturalidad, sin miedo a parecer raro. Pidamos a San José que nos ayude a conservar nuestra mirada limpia para poder contemplar a Dios algún día (Francisco Fernández Carvajal).
Elogio de la caridad. Un mendigo, enfermo, estaba cierto día a la vera de un camino que sube de la ciudad de Córdoba, España, a su famosa sierra, concretamente al lugar llamado Scala Coeli, escalera que quiere tocar al cielo. Ese mendigo, enfermo, como acontecía en los itinerarios seguidos por Jesús en Galilea, alargaba la mano a los viandantes: ¡Una caridad, por Dios! ¿A qué viandante alargaba la mano el enfermo aquel día? A un fraile dominico, llamado fray Álvaro de Córdoba, insigne predicador, peregrino de Roma y Tierra Santa, místico y asceta, maestro en Teología, confesor de reyes, iniciador de la reforma dominicana en España, por el año 1415. ¿Cómo reaccionó un hombre tan aureolado de títulos humanos y religiosos?
Al oír la voz del necesitado, fray Luis se detuvo; miró con amor al mendigo y enfermo, y le respondió: Amigo, otra caridad no tengo; y, poniéndolo sobre sus hombros, lo llevó hacia su convento de Scala Coeli.
Por el camino iba un poco preocupado. En el monasterio había amor, pero no había medicamentos ni buen enfermero. ¿Qué podría hacer por el enfermo, excepto ungirle las heridas y darle un poco de calor?
Al llegar al portal de entrada a la Iglesia y al monasterio, colocó al enfermo sobre un banco, junto a la puerta monástica, y, antes de gestionar qué posada podría ofrecerle, pasó a saludar al Señor del sagrario y de la cruz. ¡Allí fue la sorpresa! En el templo, al contemplar el rostro dolorido de Cristo crucificado, percibió que el rostro del Nazareno de la capilla era el mismo rostro del enfermo que había dejado reposando en el portal.
La hagiografía no nos aclara qué sucedió después: si el enfermo desapareció o si más bien fray Álvaro llevó al enfermo a una habitación, lo cuidó, y tuvo la sensación gozosa de que cada vez que limpiaba su rostro estaba limpiando el rostro de Cristo.
Hoy a través de un milagro, Jesús nos habla del proceso de la fe. La curación del ciego en dos etapas muestra que no siempre es la fe una iluminación instantánea, sino que, frecuentemente requiere un itinerario que nos acerque a la luz y nos haga ver claro. No obstante, el primer paso de la fe —empezar a ver la realidad a la luz de Dios— ya es motivo de alegría, como dice san Agustín: «Una vez sanados los ojos, ¿qué podemos tener de más valor, hermanos? Gozan los que ven esta luz que ha sido hecha, la que refulge desde el cielo o la que procede de una antorcha. ¡Y cuán desgraciados se sienten los que no pueden verla!».
Al llegar a Betsaida traen un ciego a Jesús para que le imponga las manos. Es significativo que Jesús se lo lleve fuera; ¿no nos indicará esto que para escuchar la Palabra de Dios, para descubrir la fe y ver la realidad en Cristo, debemos salir de nosotros mismos, de espacios y tiempos ruidosos que nos ahogan y deslumbran para recibir la auténtica iluminación?
Una vez fuera de la aldea, Jesús «le untó saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: ‘¿Ves algo?’» (Lc 8,23). Este gesto recuerda al Bautismo: Jesús ya no nos unta saliva, sino que baña todo nuestro ser con el agua de la salvación y, a lo largo de la vida, nos interroga sobre lo que vemos a la luz de la fe. «Le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre miró: estaba curado, y veía todo con claridad» (Lc 8,25); este segundo momento recuerda el sacramento de la Confirmación, en el que recibimos la plenitud del Espíritu Santo para llegar a la madurez de la fe y ver más claro. Recibir el Bautismo, pero olvidar la Confirmación nos lleva a ver, sí, pero sólo a medias (Joaquim Meseguer García). Llucià Pou Sabaté

miércoles, 16 de febrero de 2011

Martes de la 6º semana. El mal se supera siempre con el bien, si acogemos el don de Dios y evitamos el mal: “tened cuidado con la levadura de los fari


Génesis 6,5-8/7,1-5,10: 5 Viendo Yahveh que la maldad del hombre cundía en la tierra, y que todos los pensamientos que ideaba su corazón eran puro mal de continuo, 6 le pesó a Yahveh de haber hecho al hombre en la tierra, y se indignó en su corazón. 7 Y dijo Yahveh: «Voy a exterminar de sobre la haz del suelo al hombre que he creado, - desde el hombre hasta los ganados, las sierpes, y hasta las aves del cielo - porque me pesa harberlos hecho.» 8 Pero Noé halló gracia a los ojos de Yahveh.
7,1 Yahveh dijo a Noé: «Entra en el arca tú y toda tu casa, porque tú eres el único justo que he visto en esta generación. 2 De todos los animales puros tomarás para ti siete parejas, el macho con su hembra, y de todos los animales que no son puros, una pareja, el macho con su hembra. 3 (Asimismo de las aves del cielo, siete parejas, machos y hembras) para que sobreviva la casta sobre la haz de toda la tierra. 4 Porque dentro de siete días haré llover sobre la tierra durante cuarenta días y cuarenta noches, y exterminaré de sobre la haz del suelo todos los seres que hice.» 5 Y Noé ejecutó todo lo que le había mandado Yahveh. 10 A la semana, las aguas del diluvio vinieron sobre la tierra.

Salmo 29,1-4,3,9-10, 1 ¡Rendid a Yahveh, hijos de Dios, rendid a Yahveh gloria y poder! 2 Rendid a Yahveh la gloria de su nombre, postraos ante Yahveh en esplendor sagrado. 3 Voz de Yahveh sobre las aguas; el Dios de gloria truena, ¡es Yahveh, sobre las muchas aguas! 4 Voz de Yahveh con fuerza, voz de Yahveh con majestad. 9 Voz de Yahveh, que estremece las encinas, y las selvas descuaja, mientras todo en su Templo dice: ¡Gloria! 10 Yahveh se sentó para el diluvio, Yahveh se sienta como rey eterno.

Lectura del santo evangelio según san Marcos 8, 14-21. En aquel tiempo, a los discípulos se les olvidó llevar pan, y no teman mas que un pan en la barca. Jesús les recomendó: -«Tened cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes.» Ellos comentaban: -«Lo dice porque no tenemos pan.» Dándose cuenta, les dijo Jesús: -«¿Por qué comentáis que no tenéis pan? ¿No acabáis de entender? ¿Tan torpes sois? ¿Para qué os sirven los ojos si no veis, y los oídos si no oís? A ver, ¿cuántos cestos de sobras recogisteis cuando repartí cinco panes entre cinco mil? ¿Os acordáis?» Ellos contestaron: -«Doce.» -« ¿Y cuántas canastas de sobras recogisteis cuando repartí siete entre cuatro mil?» Le respondieron: -«Siete.» Él les dijo: -«¿Y no acabáis de entender?»

Comentario: 1.-Gn 6,5-8.7,1-5.10. El oscuro río del pecado se iba haciendo cada vez más ancho y funesto; el NO con que los hombres se enfrentaban a Dios era cada vez más profundo e insistente. Este cáncer del pecado que primeramente se había manifestado sólo en la persona de Caín, devoraba ya a toda la humanidad. La figura de Dios: el escritor sagrado presenta una figura de Dios ingenua y genial el mismo tiempo, con la misma sencillez con que en el relato de la creación y del paraíso habla de las palabras, de las acciones y de los paseos de Dios a la brisa de la tarde, ahora escribe "al ver el Señor que la maldad del hombre crecía sobre la tierra, y que todo su modo de pensar era siempre perverso, se arrepintió de haber creado al hombre en la tierra, y le pesó de corazón". Nos encontramos ante una humanización de Dios atrevida, incluso arriesgada e inaudita desde el punto de vista teológico. Parece que Dios no es el que lo sabe todo -el omnisciente- y que se ha visto sorprendido por el modo de obrar de los hombres, hasta el punto de sentir pesar y decidir la destrucción de la humanidad. La desilusión y el desaliento -sentimientos tan humanos- son proyectados sobre Dios, sin que por esto su figura aparezca disminuida a los ojos del justo del A.T. El escritor sagrado estaba tan convencido de la eternidad de Dios, de la espiritualidad de Dios y de la grandeza de Dios, que podía permitirse el lujo de humanizarlo hasta ese punto.
El hombre bíblico conoce la insuficiencia de sus propias afirmaciones respecto de Dios y como se encuentra en una relación dinámica y existencial con ese "tú" divino, puede hablar de un Dios que parece puramente humano. Lo que pretende decir es fruto de su piedad, aun cuando la forma de expresarlo sea insuficiente e incluso arriesgada desde el punto de vista teológico. En el fondo, este pesar de Dios, este arrepentimiento de Dios quieren dar a entender su gran interés por los hombres. Cuando aparece alguna desgracia, aquí simbolizada por el diluvio, se puede decir: ¿Qué clase de Dios es éste, cuya cólera destruye de tal manera, que aniquila todo cuanto existe, aunque fue él quien anteriormente lo creó de la nada, y ahora hace esto?
Por un lado, Dios no quiere el mal, aunque la Biblia nos presente ese modo de hablar digamos “a lo humano”, nuestra visión: Dios deja que las cosas pasen y no dejaría que pasaran si no fuera porque incluso del mal sacará un bien. Toda la moral auténtica se basa en esta convicción que los comportamientos del hombre no son indiferentes, sino que van hasta comprometer a Dios: Dios quiere el bien y la felicidad... Dios va contra el mal y la desgracia... Al enviar a su Hijo para la salvación del mundo, Dios es fiel a sí mismo. Nos es un bien contemplar a «Dios dolido» por el mal que los hombres continúan haciendo hoy ¡como en tiempo del diluvio! Esto puede comprometernos a fondo a combatir con El enérgicamente. -Pero Noé halló gracia a los ojos de Dios: «Tú eres el único justo que he visto en esta generación.» Jesús, el único verdadero justo, será también quien salvará la raza humana de la perdición total.
Importancia de nuestras solidaridades interiores: todo hombre que "se" eleva, "eleva el mundo". Todo verdadero acto de justicia, de santidad, de amor, contribuye a la salvación de la humanidad. -Entra en el arca, tú y tu familia, con siete animales de cada especie. En todos esos detalles es patente la inverosimilitud de este relato, si se persiste en querer tomarlo en sentido literal. Sin embargo, su significación simbólica es, en cambio, profundamente verdadera: el hombre es quien salva la naturaleza o la pierde. El único verdadero mal es el mal culpable: el que el hombre hace. De otra parte, esta «arca de salvación», este barco de salvamento, lleno de seres vivos tan dispares, es una imagen de la Iglesia. Porque finalmente, Dios no quiere destruir, sino salvar. El mal no tendrá la última palabra, sigue repitiéndonos la Biblia. Jesús, «Dios salva», se vislumbra en el horizonte del diluvio universal, como salvador universal.
-Dentro de siete días haré llover sobre la tierra durante cuarenta días y cuarenta noches y exterminaré de sobre la haz del suelo todos los seres que hiciere. Simbolismo del agua que destruye. El gran naufragio. El Mar Rojo que engulle a los opresores, cuando salen de Egipto los israelitas. El bautismo que «engulle» nuestros pecados con la muerte de Jesús. Sería conveniente que de vez en cuando recordáramos que nuestro bautismo posee su sentido simbólico y real de un gran combate de Dios contra el mal: seamos conscientes del precio que Jesús pagó, del bautismo de sangre en el que fue sumergido. Nuestra vida de bautizados no puede ser una vida tranquila, como si el mal no existiera.
-Noé ejecutó todo lo que el Señor le había mandado. Verdaderamente, Dios es el que salva. El hombre participa en ello por su libertad y su cooperación. Tu voluntad, Señor, es una voluntad de salvación. Tú quieres la vida. Y el verdadero diluvio es el mal capaz de destruir todo a su paso. Ayúdanos, Señor, a cooperar en tu proyecto. Haz que seamos "salvadores" contigo (Noel Quesson).
En 6,5-8 subraya el yahvista la inmersión de la humanidad en el mal ("en la tierra crecía la maldad del hombre y toda su actitud era siempre perversa"), que motiva la inundación que Dios decreta, y destaca también el arrepentimiento de haber creado al hombre (que intenta justificar la incompatibilidad entre el Dios creador y el Dios destructor). Otra posibilidad de pecado que presenta la tradición yahvista es la corrupción de un grupo de hombres en una o varias generaciones. Si Noé es preservado es debido únicamente a la gracia divina. Las características principales de la forma de introducir el diluvio (que está en todo relato de pueblos antiguos) en la tradición sacerdotal (6,9-22) son que el gran castigo ha sido encuadrado dentro de la genealogía de Noé (convertida así en un relato de héroe del diluvio) y el predominio de la alocución de Dios a Noé, según los esquemas teológicos y estilísticos de esta tradición, según la cual todo lo que sucede obedece al mandamiento divino (Gn 1; 6; 17; Ex 25s). Noé no hace más que ejecutar las órdenes divinas y de esta forma (al revés de la actitud yahvista, en la que Noé es salvado por gracia) se manifiesta su piedad. El mundo, por tanto, es preservado a causa de un hombre piadoso. Las medidas del arca, por grandes que sean, no llegan a la exageración de los relatos extrabíblicos. La divergencia en el número de cada especie de animales entre la tradición yahvista y la sacerdotal (mayor número en la yahvista) estriba, sobre todo, en que la sacerdotal no relata ningún sacrificio después del diluvio y concuerda con el orden inicial, según el cual los hombres se alimentaban de vegetales.
En cuanto a la irrupción de las aguas y a los efectos del diluvio, el yahvista, interesado en el hombre, relata los hechos y la aniquilación de los seres con gran concisión, mientras que la tradición sacerdotal, con mayor dramatismo y despliegue de palabras, insiste en la crecida de las aguas (también la bendición, a la inversa, implica un crecimiento) y en la augusta majestad de Dios en el acto de destruir. El diluvio pone de relieve la contingencia de todo lo creado y la fuerza devastadora de los pecados de los hombres. Por tanto no busquemos aquí restos arqueológicos de naves, ni imaginemos cómo hacer caber tantos animales en una barca, sino más bien en la idea religiosa que se nos muestra (J. Mas Anto).
2. El día de nuestro Bautismo fuimos «salvados a través del agua», como lo fueron los ocho miembros de la familia de Noé (cf. l Pedro 3,20). Fuimos incorporados al nuevo Noé, Cristo Jesús, que atravesó la muerte y pasó a la nueva existencia. En el Arca que es la Iglesia. Debemos poner nuestra confianza en Dios, que es quien dirige la historia y saber captar sus señales para nuestra vida. Seguro que él quiere una nueva humanidad, la que ya inauguró con Cristo Jesús y que no acaba nunca de establecerse de veras: los cielos nuevos y la tierra nueva, purificados de todo mal. Tal vez de nuevo busca un Noé, un grupo, una familia, un «resto de Israel», que sea fermento de la nueva humanidad.
3.- Mc 8,14-21 (par: Mt 16,5-12). A partir de un episodio sin importancia -los discípulos se han olvidado de llevar suficientes panes- Jesús les da una lección sobre la levadura que han de evitar. Jesús va sacando enseñanzas de las cosas de la vida, aunque sus oyentes esta vez, como tantas otras, no acaban de entenderle. La levadura es un elemento pequeño, sencillo, humilde, pero que puede hacer fermentar en bien o en mal a toda una masa de pan. También puede entenderse en sentido simbólico: una levadura buena o mala, dentro de una comunidad, la puede enriquecer o estropear. Jesús quiere que sus discípulos eviten la levadura de los fariseos y de Herodes.
El aviso va para nosotros, ante todo en nuestra vida personal. Una actitud interior de envidia, de rencor, de egoísmo, puede estropear toda nuestra conducta. En los fariseos esta levadura mala podía ser la hipocresía o el legalismo, en Herodes el sensualismo o la superficialidad interesada: ¿cuál es esa levadura mala que hay dentro de nosotros y que inficiona todo lo que miramos, decimos y hacemos? Al contrario, cuando dentro hay fe y amor, todo queda transformado por esa levadura interior buena. Los actos visibles tienen una raíz en nuestra mentalidad y en nuestro corazón: tendríamos que conocernos en profundidad y atacar a la raíz.
El aviso también afecta a la vida de una comunidad. Pablo, en l Corintios 5,6-8, aplica el simbolismo al mal que existe en Corinto. La comunidad tendría que ser «pan ázimo», o sea, pan sin levadura mala: «¿No sabéis que un poco de levadura fermenta toda la masa? Purificaos de la levadura vieja, para ser masa nueva, pues sois ázimos». Y quiere que expulsen esa levadura (está hablando del caso del incestuoso) y así puedan celebrar la Pascua. «no con levadura vieja, ni con levadura de malicia e inmoralidad, sino con ázimos de pureza y de verdad» (J. Aldazábal).
En el entramado del relato evangélico se introduce, de una forma un poco artificiosa, un episodio bastante curioso. Al subir en la barca, los discípulos se habían olvidado de llevarse pan; por casualidad les quedaba un pequeño pedazo. Estando en esta tensión psicológica, oyen a Jesús que, dándole vueltas a la respuesta negativa que había dado a los fariseos, decía: "Cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes". Los discípulos no entienden; a lo sumo creen que se trata de una regañuza por no haber llevado el alimento necesario. Sin embargo, el significado de aquellas palabras era más profundo. Para comprender este texto, hay que conocer antes el significado de la palabra "levadura". La fiesta de la pascua implicaba, entre otras cosas, el rito de comer panes no fermentados. La levadura era considerada como signo y causa de corrupción. La pascua era la fiesta de la novedad, de la renuncia a lo viejo, de la búsqueda de un Dios que se revela en lo nuevo. El NT profundiza este sentido de la novedad y ve en Jesús el ácimo por excelencia, el hombre nuevo frente al hombre viejo (1 Co 6,6-8; 15, 20-23; Rm 6,1-11). Así queda patente cómo la levadura se pone en relación con la maldad y la bondad: "Rechazad la vieja levadura, para llegar a ser una masa nueva, ya que sois ácimos... Celebremos, pues, la fiesta, no con el fermento antiguo, ni con el fermento de la maldad o de la iniquidad, sino con los ácimos de la pureza y de la verdad" (1 Co 5,7-8).
Pero en la literatura judea-helenista la metáfora de la levadura se aplicaba frecuentemente no a cualquier "corrupción" moral, sino muy concretamente al orgullo, a la soberbia, a la hipocresía. En el pasaje paralelo Lucas añade expresamente: "Guardaos de la levadura (esto es, de la hipocresía) de los fariseos" (Lc 12, 1).
Así pues, nos inclinamos a creer que Jesús hubiera puesto en guardia a sus discípulos contra el orgullo y la soberbia de los fariseos, los cuales pensaban probablemente en un mesías triunfal, en un jefe, que con prodigios grandiosos sometía al mundo al nuevo superpoder de Israel. Para Jesús no se trata de alcanzar el poder, sino de servir a la humanidad necesitada. Este es el único milagro que se debe realizar en este mundo mientras se va proclamando la gran noticia del reino de Dios. Los discípulos habían recibido recientemente una espléndida lección con respecto a ello, lección insistentemente repetida: en la primera multiplicación habían recogido cinco cestas llenas de las sobras, en la segunda, doce. Esto significa que el hecho de compartir el pan no empobrece, sino que, todo lo contrario, enriquece. Esta era la lección del " hijo del hombre", que los discípulos, contagiados en parte por los fariseos, no lograban entender (Edic. Marova).
La escena que nos propone hoy Marcos es una de las más dolorosas del evangelio. Jesús acaba de romper voluntariamente el diálogo con los fariseos ante su "ininteligencia" y su "endurecimiento"... ahora bien, en el barco mismo que les aleja, encontramos a Jesús ante la misma "incomprensión" y aquí, de parte de sus amigos más próximos, los Doce elegidos. Inmensa soledad. Jesús está rodeado de incredulidad. Nadie comprende en verdad su mensaje. No, el evangelio no está engalanado, no es un bonito cuento color de rosa inventado por los Doce. Las cosas debieron pasar así para que hayan sido relatadas con esta dureza.
-Los discípulos al embarcar se olvidaron de tomar consigo panes, y no tenían en la barca sino un pan. Jesús les daba esta consigna: "¡Mirad de guardaros del fermento de los fariseos y del fermento de Herodes!" Pero ellos iban discurriendo entre sí porque no habían llevado panes. Este malentendido revela que ellos no se encuentran en la misma longitud de onda. Jesús quisiera ponerles en guardia contra el "fermento" -considerado como fuente de impureza y de corrupción. 1 Co 5, 68, Ga 5, 9- de los fariseos. Jesús continúa todavía bajo el peso de la tentación anterior. El gran problema es el "fariseísmo": ¡Estad atentos, desconfiad! ¡Pero los apóstoles están preocupados por problemas materiales: Temen no tener suficiente para comer... ¡sólo se han llevado un pan de la panadería!
-Por qué discutís por no tener pan? Todavía no comprendéis? ¿Sois obtusos de entendimiento? ¿Teniendo ojos no véis y teniendo oídos no oís? Ellos son también "ciegos" y no entienden en absoluto a Jesús! Notemos que antes de la "profesión de fe" de Pedro (Mc 8 27-30) Jesús ejercerá su poder iluminador, curando, como con dificultad, a un ciego (Mc 8,22-26). "¡Tenéis ojos y no véis!" Los mismos discípulos tendrán que ser curados de su ceguera espiritual para reconocer quién es Jesús. Así los Doce reciben el mismo reproche que las multitudes que no comprendían las parábolas (Mc 4,12). Esta ininteligencia de los apóstoles es aquí subrayada fuertemente. Continuará hasta el final... hasta después de la resurrección: "Jesús se manifestó a los once cuando estaban a la mesa y les reprochó su incredulidad y la dureza de su corazón, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado" (Mc 16,14). Esta ininteligencia, esa incredulidad, debe interpelarnos hoy también a nosotros. ¿No estamos a veces muy orgullosos de nuestra Fe, muy seguros de nosotros mismos? Y sin embargo ¿no somos también a menudo ininteligentes e incrédulos? Señor, ven en ayuda de nuestra falta de Fe. Haznos humildes. Guarda nuestras mentes y nuestros corazones abiertos, alertados, siempre atentos, disponibles para nuevos progresos. Purifícanos, Señor, del "fermento" de la suficiencia, sánanos de nuestras certidumbres orgullosas. Mantén en nosotros, Señor, un espíritu de búsqueda (Noel Quesson).
Jesús pone en alerta al grupo de discípulos sobre el plan que están organizando los fariseos y los herodianos contra él. Jesús sabe que el proyecto del Reino que ha venido predicando de pueblo en pueblo, está incomodando a los líderes del poder religioso y político de Jerusalén. Por eso Jesús le dice al grupo de sus amigos que se cuiden de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes; esas dos levaduras pueden corromper la masa.
Frente a la llamada de atención que hace Jesús, sus apóstoles no le prestan atención, sino que se preocupan de la falta de alimento y de esa forma distorsionan el mensaje de alerta que el Maestro estaba dando. El pan no es el problema fundamental. Siempre que ha faltado ha habido forma de conseguirlo para saciar el hambre del grupo y de la multitud hambrienta. Jesús deseaba que sus seguidores cayeran en cuenta del complot que se estaba preparando contra él.
En el proseguimiento de la causa de Jesús, es decir en el asumir el proyecto del Reino, la persecución es una de las realidades que acompañan a todos aquellos que asumen con radicalidad la obra liberadora iniciada por el Maestro. Los poderosos siempre estarán descontentos con las propuestas de humanizar esta historia y de equilibrar este mundo desequilibrado por el egoísmo institucionalizado. La misión es difícil. Pero tenemos que ser capaces de continuarla para hacer posible el Reinado de Dios en medio de nuestro mundo. La utopía del Reino nos sigue interpelando y nos sigue llamando a desinstalarnos y a dejar las seguridades que nos impiden ponernos en camino para vivir como Jesús vivió. La Iglesia tiene un compromiso con el Reino de Dios. Nosotros que somos Iglesia estamos llamados a combatir con nuestro propio testimonio el poder de dominio e instaurar en medio de nuestro mundo una realidad alternativa, así se nos persiga y se nos calumnie (Juan Mateos).
La levadura de los fariseos, según vemos en Luc 12,1, es la hipocresía. Hemos de guardarnos tanto de compartirla cuanto de ser su víctima. La levadura de Herodes es la mala vida, que se contagia como una peste. Véase Mt 16,6 y 12: "Y Jesús les dijo: "Mirad y guardaos de la levadura de los fariseos y de los saduceos. Entonces, comprendieron que no había querido decir que se guardasen de la levadura de los panes, sino de la doctrina de los fariseos y saduceos".
Hoy notamos que Jesús —como ya le pasaba con los Apóstoles— no siempre es comprendido. A veces se hace difícil. Por más que veamos prodigios, y que se digan las cosas claras, y se nos comunique buena doctrina, merecemos su reprensión: «¿Aún no comprendéis ni entendéis? ¿Es que tenéis la mente embotada?» (Mc 8,17).
Nos gustaría decirle que le entendemos y que no tenemos el entendimiento ofuscado, pero no nos atrevemos. Sí que osamos, como el ciego, hacerle esta súplica: «Señor, que vea» (Lc 18,41), para tener fe, y para ver, y como el salmista dice: «Inclina mi corazón a tus dictámenes, y no a ganancia injusta» (Sal 119,36) para tener buena disposición, escuchar y acoger la Palabra de Dios y hacerla fructificar.
Será bueno también, hoy y siempre, hacer caso a Jesús que nos alerta: «Abrid los ojos y guardaos de la levadura de los fariseos» (Mc 8,15), alejados de la verdad, “maniáticos cumplidores”, que no son adoradores en Espíritu y en verdad (cf. Jn 4,23), y «de la levadura de Herodes», orgulloso, despótico, sensual, que sólo quiere ver y oír a Jesús para complacerse.
Y, ¿cómo preservarnos de esta “levadura”? Pues haciendo una lectura continua, inteligente y devota de la Palabra de Dios y, por eso mismo, “sabia”, fruto de ser «piadosos como niños: pero no ignorantes, porque cada uno ha de esforzarse, en la medida de sus posibilidades, en el estudio serio, científico de la fe (...). Piedad de niños, pues, y doctrina segura de teólogos» (San Josemaría).
Así, iluminados y fortalecidos por el Espíritu Santo, alertados y conducidos por los buenos Pastores, estimulados por los cristianos y cristianas fieles, creeremos lo que hemos de creer, haremos lo que hemos de hacer. Ahora bien, hay que “querer” ver: «Y el Verbo se hizo carne» (Jn 1,14), visible, palpable; hay que “querer” escuchar: María fue el “cebo” para que Jesús dijera: «Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan» (Lc 11,28; Lluís Roqué Roqué).
La levadura, en la mentalidad judía, tiene una imagen negativa. Igualmente en el NT, con excepción de la parábola para ilustrar el Reino (Lc 13,20-21; Mt 13,33). Los rabinos veían en la levadura una fuerza maligna que predispone a las personas hacia al mal. Dado que la levadura tiene la función de fermentar, era considerada como signo y causa de corrupción. Sobre esto nos dice 1 Cor 5,7-8 “echen fuera la vieja levadura y purifíquense; ustedes han de ser una masa nueva, pues si Cristo es para nosotros la víctima pascual, ustedes son los panes sin levadura. Entonces basta ya de vieja levadura, la levadura del mal y del vicio, y celebren la fiesta con el pan sin levadura, que es pureza y sinceridad”. Podríamos concluir diciendo que la metáfora de la levadura se aplicaba a la corrupción moral, pero sobretodo al orgullo, la soberbia y la hipocresía.
En el pasaje paralelo a nuestro texto de hoy, Lucas dirá expresamente “cuídense de la levadura de los fariseos que es la hipocresía”. Jesús advierte entonces de la soberbia, el orgullo y la hipocresía de los fariseos, deseosos de un mesías triunfalista, revelado a través de grandes prodigios cósmicos, que someta el mundo conocido bajo el poder de Israel, y les permita mantener su poder religioso. Al fin y al cabo, ellos parecen ponerse como los únicos jueces autorizados para determinar quien es el verdadero mesías.
En la misma línea están los herodianos, temerosos de perder sus privilegios políticos. Cuando Jesús dice a sus discípulos “abran los ojos”, se contrapone a la actitud de los fariseos y herodianos, que hasta el momento han cerrado sus ojos ante Jesús de Nazaret, la verdadera señal revelada por Dios para que la humanidad tuviera vida, y vida en abundancia. Al contrario, ambos grupos se habían puesto de acuerdo para intentar eliminar a Jesús (Mc 3,6). Los discípulos deben estar atentos para no dejarse contagiar de esta levadura. Las palabras de Jesús no parecen tener eco en los discípulos que siguen preocupados por la falta de pan. Jesús entonces los reprocha, utilizando advertencias echas precedentemente a sus adversarios (Mc 3,5; 4,12), que a su vez tiene su origen en los profetas”.”Oye pueblo estúpido y tonto, que tienes ojos y no ves, orejas y no oyes” (Jer 5,21). Llama la atención que la expresión “ojos que no ven y oídos que no oyen”, se encuentra en medio de relatos de curaciones de un sordomudo y un ciego. Esto significa que, aún los discípulos, dependen totalmente de Jesús para abrir sus ojos y sus oídos, o lo que es lo mismo, sólo Jesús abre los ojos y los oídos para ver y escuchar el verdadero proyecto de Dios.
A partir del v. 19, Jesús evoca el recuerdo de los dos relatos de multiplicación, en los que solo se mencionan los panes omitiendo los peces. Esto permite afirmar la lectura simbólica cristológica y eucarística que hace Marcos de estos relatos. Aquí incluso, podríamos releer de manera simbólica, el único pan (v. 14) como una alusión a Jesús. En las preguntas sobre los relatos de la multiplicación, Marcos insiste en las expresiones “repartir” (o “partir el pan”, término con que en el cristianismo primitivo llamaba a la eucaristía) y “recoger”. Podríamos interpretar estas palabras diciendo que lo que aún no logran entender, ni ver, ni oír los discípulos, es que lo opuesto a la levadura de los fariseos y los herodianos, es el repartir o compartir el pan con los necesitados, sólo así recogeremos la riqueza del Reino de Dios. Llucià Pou Sabaté, con textos de mercaba.org

6º semana, lunes: Dios camina al paso del hombre, y no hemos de buscar más signos que los que nos da, de su presencia en nuestro corazón, para que pas

Génesis 4: 1 - 15, 25: 1 Conoció el hombre a Eva, su mujer, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: «He adquirido un varón con el favor de Yahveh.» 2 Volvió a dar a luz, y tuvo a Abel su hermano. Fue Abel pastor de ovejas y Caín labrador. 3 Pasó algún tiempo, y Caín hizo a Yahveh una oblación de los frutos del suelo. 4 También Abel hizo una oblación de los primogénitos de su rebaño, y de la grasa de los mismos. Yahveh miró propicio a Abel y su oblacíon, 5 mas no miró propicio a Caín y su oblación, por lo cual se irritó Caín en gran manera y se abatió su rostro. 6 Yahveh dijo a Caín: «¿Por qué andas irritado, y por qué se ha abatido tu rostro? 7 ¿No es cierto que si obras bien podrás alzarlo? Mas, si no obras bien, a la puerta está el pecado acechando como fiera que te codicia, y a quien tienes que dominar.» 8 Caín, dijo a su hermano Abel: «Vamos afuera.» Y cuando estaban en el campo, se lanzó Caín contra su hermano Abel y lo mató. 9 Yahveh dijo a Caín: «¿Dónde está tu hermano Abel? Contestó: «No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?» 10 Replicó Yahveh: «¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo. 11 Pues bien: maldito seas, lejos de este suelo que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. 12 Aunque labres el suelo, no te dará más su fruto. Vagabundo y errante serás en la tierra.» 13 Entonces dijo Caín a Yahveh: «Mi culpa es demasiado grande para soportarla. 14 Es decir que hoy me echas de este suelo y he de esconderme de tu presencia, convertido en vagabundo errante por la tierra, y cualquiera que me encuentre me matará.» 15 Respondióle Yahveh: «Al contrario, quienquiera que matare a Caín, lo pagará siete veces.» Y Yahveh puso una señal a Caín para que nadie que le encontrase le atacara. 25 Adán conoció otra vez a su mujer, y ella dio a luz un hijo, al que puso por nombre Set, diciendo: «Dios me ha otorgado otro descendiente en lugar de Abel, porque le mató Caín.»

Salmo 50,1,8,16-17,20–21. 1 Salmo. De Asaf. El Dios de los dioses, Yahveh, habla y convoca a la tierra desde oriente hasta occidente. 8 «No es por tus sacrificios por lo que te acuso: ¡están siempre ante mí tus holocaustos! 16 Pero al impío Dios le dice: «¿Qué tienes tú que recitar mis preceptos, y tomar en tu boca mi alianza, 17 tú que detestas la doctrina, y a tus espaldas echas mis palabras? 20 «Te sientas, hablas contra tu hermano, deshonras al hijo de tu madre. 21 Esto haces tú, ¿y he de callarme? ¿Es que piensas que yo soy como tú? Yo te acuso y lo expongo ante tus ojos.

Evangelio según San Marcos 8,11-13. Entonces llegaron los fariseos, que comenzaron a discutir con él; y, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Jesús, suspirando profundamente, dijo: "¿Por qué esta generación pide un signo? Les aseguro que no se le dará ningún signo". Y dejándolos, volvió a embarcarse hacia la otra orilla.

Marcos 8,11-13: 11 Y salieron los fariseos y comenzaron a discutir con él, pidiéndole una señal del cielo, con el fin de ponerle a prueba. 12 Dando un profundo gemido desde lo íntimo de su ser, dice: «¿Por qué esta generación pide una señal? Yo os aseguro: no se dará, a esta generación ninguna señal.» 13 Y, dejándolos, se embarcó de nuevo, y se fue a la orilla opuesta.

Comentario: 1. Gn. Caín mata a Abel. Las consecuencias del pecado de Adán y Eva no se hacen esperar: se rompe la armonía de relaciones con Dios y entre los mismos seres humanos. El deterioro de la humanidad es evidente. No sabemos cuál fue el motivo por el que Dios no miraba con buenos ojos las ofrendas de Caín y sí las de Abel. Los dos le ofrecían sacrificios. No parece que sea por el hecho de que Abel era pastor (más nómada) y Caín agricultor (más sedentario). Lo que pasa es que Dios actúa libre y gratuitamente. Como hará después tantas veces, no elige al primogénito o al que ha hecho más méritos, sino al más joven y más débil. Aunque también dialoga con Caín, cuando le ve abatido y le deja abierta una puerta: «Cuando el pecado acecha a tu puerta, tú puedes dominarlo». Aunque de alguna manera hay algo en Caín que le inclina al mal, Dios también vela por él.
No es importante que sea estrictamente histórica la escena: varios detalles suponen que se trata de una etapa más evolucionada de la humanidad, como el cultivo de la tierra y el pastoreo, y unas formas de sacrificio cultual que parecerían posteriores. Los cainitas (o quenitas) eran un pueblo cercano al hebreo, adoradores del verdadero Dios Yahvé. Con ellos se emparentaron por ejemplo Moisés y David. Tal vez se recoge aquí alguna tradición referente a este pueblo.
Lo decisivo es que esta muerte de un hombre a manos de su hermano es por desgracia una de las escenas más representativas de la maldad que hay en el corazón humano. Matar al hermano es el pecado que más expresa el odio, la violencia, la intolerancia. Desde entonces Abel será el representante de todos los que son víctimas de la envidia y la maldad ajena. Y Caín, prototipo de los que odian y matan a su hermano.
Dios defiende la vida humana y pide cuentas de la de Abel a su hermano: «La sangre de tu hermano me grita desde la tierra». Pero, a pesar de la respuesta un tanto insolente de Cam («¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?»), Dios también le protege a él: «El que mate a Caín lo pagará siete veces». Además, Dios concede a Adán y Eva otro hijo, Set: sigue la aventura de la humanidad.
El sacrificio de Abel… Lo mejor de nuestra vida ha de ser para Dios: lo mejor de nuestro tiempo, de nuestros bienes, de toda nuestra vida, incluyendo los años mejores. No podemos darle lo peor, lo que sobra, lo que no cuesta sacrificio o aquello que no necesitamos. Para el Señor toda nuestra hacienda, pero, cuando queramos hacerle una ofrenda, escojamos lo más preciado, como haríamos con una criatura de la tierra a la que estimamos mucho. Dar agranda el corazón y lo ennoblece; de la mezquindad acaba saliendo un alma envidiosa, como la de Caín, quien no soportaba la generosidad de Abel, como nos lo relata el Génesis (4, 1-5, 25) Para Ti, Señor, lo mejor de mi vida, de mi trabajo, de mis talentos, de mis bienes..., incluso de los que podría haber tenido. Para Ti mi Dios, todo lo que me has dado en la vida, sin límites, sin condiciones... Enséñame a no negarte nada, a ofrecerte siempre lo mejor.
Para Dios, lo mejor: un culto lleno de generosidad en los elementos sagrados que se utilicen, y con generosidad en el tiempo, el que sea preciso –no más-, pero sin prisas, sin recortar las ceremonias, o la acción de gracias privada después de la Santa Misa, por ejemplo. El decoro, calidad y belleza de los ornamentos litúrgicos y de los vasos sagrados expresan que es para Dios lo mejor que tenemos. La tibieza, la fe endeble y desamorada tienden a no tratar santamente las cosas santas, perdiendo de vista la gloria, el honor y la majestad que corresponden a la Trinidad Beatísima. “Contra los que atacan la riqueza de vasos sagrados, ornamentos y retablos, se oye la alabanza de Jesús: “Opus enim bonum operata est in me” –una buena obra ha hecho conmigo” (J. Escrivá).
Cuando nace Jesús, no dispone siquiera de la cuna de un niño pobre. Con sus discípulos, no tiene dónde reclinar su cabeza. Morirá desprendido de todo ropaje, en la pobreza más extrema; pero cuando su Cuerpo exánime es bajado de la Cruz y entregado a los que le quieren, éstos le tratan con veneración. En nuestros Sagrarios, Jesús esta ¡vivo! Se nos entrega para que nuestro amor lo cuide y lo atienda con lo mejor que podamos, y esto a costa de nuestro tiempo, de nuestro dinero, de nuestro esfuerzo: de nuestro amor. Pidamos a la Santísima Virgen que aprendamos a ser generosos con Dios, como Ella lo fue, en lo grande y en lo pequeño, en la juventud y en la madurez, en fin, lo mejor que tengamos en cada momento y en cada circunstancia de la vida (Francisco Fernández Carvajal).
Con cuatro pinceladas, el autor sagrado ha pintado un cuadro tenebroso: el de las pasiones humanas, el de las inclinaciones torcidas que, desde el principio de la “conciencia humana”, está regando la tierra con sangre. ¿Qué podemos hacer? ¿Dónde está tu hermano Abel? La narración del Génesis nos coloca ante las consecuencias que, desde el principio de la humanidad, han tenido las actitudes de pecado: envidia, odio, muerte; y también ante la complacencia de Dios por las obras buenas de sus hijos. Pero hemos de reconocer que el texto, leído y tomado literalmente, es tan escueto e incompleto que a algunos puede generarles notable confusión.
2. Salmo. Todos somos un poco Caín. Sigue existiendo la envidia y la intolerancia en nuestro mundo. Jesús -a quien sus enemigos envidiaron y llevaron a la muerte, como a Abel- nos enseñó a amarnos los unos a los otros, también cuando no coincidimos en carácter y cuando hay ofensas de por medio. Pero es lo que más nos cuesta: las relaciones con los que conviven con nosotros. Somos complicados, egoístas, susceptibles.
Por desgracia no han desaparecido los conflictos entre hermanos de una misma familia, entre ciudadanos de los diversos estamentos sociales -el pastor Abel y el agricultor Caín-, entre miembros de una comunidad religiosa o de una parroquia. Nuestra vida se parece más a esta página que a aquella otra ideal del Salmo 133: «Qué bueno y agradable es vivir los hermanos unidos». No llegaremos, es de esperar, a derramar la sangre del que no nos cae bien. Pero sí podemos tratarle con intolerancia o incluso con violencia, ignorarle, odiarle, hablar mal de él, catalogarle en nuestro archivo particular como indeseable: lo que a veces equivale a matarle moralmente. Desde las primeras páginas de la Biblia -antes de que Cristo Jesús nos diera la consigna del amor fraterno- ya nos pide Dios cuentas de la sangre de nuestro hermano, o también de su fama, como nos hace decir el salmo: «Te sientas a hablar contra tu hermano, deshonras al hijo de tu madre, esto haces ¿y me voy a callar? ¿crees que soy como tú? Te acusaré, te lo echaré en cara». Deberíamos oir en nuestro interior muy clara la voz de Dios: «¿Dónde está tu hermano?». Es de esperar que no contestemos como Caín. Cuando antes de ir a comulgar nos damos la paz los unos a los otros, estamos prometiendo que, a la vez que crecemos en el amor a Cristo, queremos también crecer en el amor al hermano, perdonándole si es el caso. Es la mejor preparación para comulgar con «el entregado por todos».
3.- Mc 8,11-13. A Jesús no le gusta que le pidan signos maravillosos, espectaculares. Como cuando el diablo, en las tentaciones del desierto, le proponía echarse del Templo abajo para mostrar su poder. Sus contemporáneos no le querían reconocer en su doctrina y en su persona. Tampoco sacaban las consecuencias debidas de los expresivos gestos milagrosos que hacía curando a las personas y liberando a los poseídos del demonio y multiplicando los panes, milagros por demás mesiánicos. Tampoco iban a creer si hacía signos cósmicos, que vienen directamente del cielo. El buscaba en las personas la fe, no el afán de lo maravilloso.
¿En qué nos escudamos nosotros para no cambiar nuestra vida? Porque si creyéramos de veras en Jesús como el Enviado y el Hijo de Dios, tendríamos que hacerle más caso en nuestra vida de cada día. ¿También estamos esperando milagros, revelaciones, apariciones y cosas espectaculares? No es que no puedan suceder, pero ¿es ése el motivo de nuestra fe y de nuestro seguimiento de Cristo Jesús? Si es así, le haríamos «suspirar» también nosotros, quejándose de nuestra actitud. Deberíamos saber descubrir a Cristo presente en esas cosas tan sencillas y profundas como son la comunidad reunida, la Palabra proclamada, esos humildes Pan y Vino de la Eucaristía, el ministro que nos perdona, esa comunidad eclesial que es pecadora pero es el Pueblo santo de Cristo, la persona del prójimo, también el débil y enfermo y hambriento. Esas son las pistas que él nos dio para que le reconociéramos presente en nuestra historia. Igual que en su tiempo apareció, no como un rey magnifico ni como un guerrero liberador, sino como un niño que nace entre pajas en Belén y como el hijo del carpintero y como el que muere desnudo en una cruz, también ahora desconfió él de que «esta gente» pida «signos del cielo» y no le sepa reconocer en los signos sencillos de cada día. «Mira con ojos de bondad esta ofrenda y acéptala como aceptaste los dones del justo Abel» (plegaria eucarística I; J. Aldazábal).
Es todavía hoy opinión común que los enemigos clásicos de Jesús fueron los fariseos. En todas las lenguas modernas, palabras como "fariseísmo" o "farisaico" significan falsedad e hipocresía. Pero, considerando con atención los elementos históricos, no es muy probable que los miembros de esta secta religiosa hayan sido sistemáticamente hostiles al profeta de Nazaret, cuyas ideas estaban muy cerca de las suyas en muchos puntos. Los fariseos se convirtieron en el símbolo principal de la hostilidad anticristiana solamente en el último tercio del siglo primero. Refiriéndose ahora al segundo evangelio, descubrimos que su autor no considera a los fariseos como los principales adversarios de Jesús, aunque los maltrata bastante. Esta relativa moderación de Marcos con respecto a los fariseos hace pensar en una fecha bastante anterior para su redacción; Marcos presenta a los fariseos como adversarios de Jesús en Galilea, mientras que fuera de ella tienen una parte mucho menos importante (10,12; 12,13). Ahora bien, había un grave punto de fricción entre Jesús y los fariseos. El segundo evangelista pone muy de relieve esta diferencia, y por eso está muy preocupado en presentar a Jesús como hijo del hombre y no como mesías triunfal. Este presupuesto está presente en los relatos taumatúrgicos de nuestro evangelio. Jesús hace milagros no para asombrar a la pobre gente, sino para informarle que la gran noticia se refiere realmente a su liberación total. Por eso los milagros se refieren siempre a la liberación del hombre: de la enfermedad, de la muerte, de la angustia. Por el contrario, en la cristología farisea se insistía mucho sobre los aspectos triunfalistas del futuro Mesías. Este es el sentido de la pretensión de los fariseos, que le piden "que haga aparecer una señal en el cielo", o sea, una exhibición cósmica que obligue a obedecer a los espectadores al glorioso dictador celestial. Jesús se encuentra entre la indignación y el estupor: "¿Por qué esta generación reclama una señal?" En el Nuevo Testamento la expresión "esta generación" denota siempre un juicio negativo (Mc 8,38; 9,19; Mt 12,39-45; 16,4; 17,17; Lc 9,41; 11,29; Fil 2,15). El sentido temporal pasa a segundo plano, mientras que se subraya el contenido humano colectivo; quizá la traducción más cercana podría ser la expresión moderna: "esta gente". Jesús afirma en forma solemne que el poder salvífico de Dios no se manifestará a través de una exhibición fulgurante. A través de los siglos las iglesias caerán constantemente en esta tentación "farisaica": buscar y ofrecer señales asombrosas que hagan callar a sus adversarios. Es curioso notar que esta tentación les viene a las iglesias en momentos críticos de decadencia de su fe: no teniendo que ofrecer a los "otros" testimonios vivos y reales de desalienación, intentan callarles la boca mediante supuestos fenómenos sobrenaturales, muy lejos del espíritu de los milagros de Jesús, y muy cerca de los resultados de la moderna ciencia de la parapsicología (edic. Marova). A veces hay cosas extraordinarias, como las apariciones de la Virgen en Lourdes o Fátima, con un mensaje especial para hacernos pequeños, para cambiar el curso de la historia, pero solemos observar a gente que rastrea los fenómenos y misticismos de un lado a otro, por fuera y en su alma. Necesitan “probar” así la presencia de Dios. Así se mitifican las hazañas de los pueblos, con leyendas que hablan de orígenes divinos. Pienso que lo mismo ocurre en Israel, cuando ponen en nombre de Dios la orden del anatema, de matar a todos, costumbre bárbara de la época y que necesitan poner un origen divino, en la conquista de aquellas tierras y en la consiguiente matanza. Y así se pedía “el juicio de Dios” en hacer pasar a gente sobre ascuas ardientes, o en duelos a caballo o a espada o a pistola, que la Iglesia prohibía. “No tentarás al Señor tu Dios”, oiremos dentro de unos días decir a Jesús ante la tentación del desierto…
Jesús nos da un signo... Con este leit motiv va a jalonar su relato Marcos. Todavía al pie de la cruz, se exigirá a Jesús que baje de ella para fundamentar con ese signo la fe en su misión: “¡baja de la cruz!” Siempre cosas extraordinarias... cuando un ejército gana una guerra, se mitifica frecuentemente la figura del vencedor, dejando de lado el mérito de los compañeros para ensalzar al líder, que se vuelve cada vez más divino. Así pasa con los caudillos. Y se espera de ellos algo grande, signos, milagros. Jesús debe ofrecer pruebas de sus pretensiones. Cuando reclaman un signo del cielo, los fariseos exigen que Dios dé directamente una prueba de la mesianidad de Jesús. Como representantes de la religión, deben pronunciarse, y quieren apoyar su opinión en hechos irrefutables. (...) No habrá más signo que la vida de este hombre. Este es el gesto que manifiesta que Dios actúa: la vida de un hombre. Ya en la mañana del universo, Dios se había reconocido a sí mismo en la vida del hombre; la vida se había convertido en la imagen de Dios. Y hoy, en este hombre de Nazaret vuelve a encontrar Dios su primer retrato. No se dará otro signo que la obediencia del Hijo, es decir, una vida vivida, sin reticencias, bajo la inspiración del Espíritu. La vida de este hombre habla por sí misma, no requiere demostración alguna. Estos son los signos de los tiempos: un hombre que ama, que habla de perdón, que no acabará de romper la caña quebrada; un hombre que, en la cara a cara de la oración, llama "Padre" a Dios. (...) Un signo que es una vida de hombre, porque sólo el testimonio -la vida, quiero decir- puede ser la invitación, invención, promesa.
Dios no podía dar más signo de salvación que la vida entregada de su Predilecto, que llega hasta las últimas consecuencias del amor. Un signo, un testimonio: también nuestra vida de hombres puede serlo. Nuestra serenidad, en efecto, puede convertirse en palabra de esperanza. Nuestra constancia en buscar el bien puede atestiguar nuestra fidelidad a la llamada recibida. Nuestra sencillez puede manifestar ya que todos participamos del mismo Espíritu. ¿Qué este signo es muy modesto? Pero tened en cuenta esto: Dios no puede dar otro, pues desde el primer día se identificó con la vida (Sal Terrae).
Los fariseos permanecen allí: se diría que cuantos más milagros hace Jesús, ¡menos aceptan creer.
-Los fariseos se pusieron a discutir con Jesús... para probarle... Se han bloqueado a priori. No vienen para aclarar las cosas, para discutir noblemente... sino para "tender un lazo", para "tentar". La palabra griega usada por Marcos es la misma de la tentación en el desierto: "fue tentado por Satanás" (Mc 1, 13) "Los fariseos le interrogan para tentarle." Jesús pues conoció esto... Estar rodeados de gentes que quieren perdernos, que buscan hacernos dar un paso en falso, que espían nuestros errores o imperfecciones naturales para ponerlos en evidencia. Recientemente, queriendo exaltar la perfección divina de Jesús, se han minimizado las tentaciones de Jesús, reduciéndolas a algunos pocos momentos de su vida y sobre todo considerándolas como muy exteriores a su conciencia íntima. Ahora bien, constatamos que la "tentación" fue constante en su vida. Jesús ha tenido que estar a menudo en estado de alerta, de combate, de debate interior.
-Le pedían una "señal del cielo." ¡Ahí está! Es la misma tentación grave del desierto: "haz que estas piedras se conviertan en panes... échate abajo desde lo alto del Templo..." La misma tentación renace en la conciencia de Jesús: "¡Muestra quién eres! ¡Haz milagros! ¡Pon en obra tu poder divino! ¡Fuerza a las gentes a creer en ti!" Esta tentación, toda proporción guardada, acerca Jesús a nosotros: gracias, Señor, de haber conocido esto. San Pablo, Fil 2,5, aclara este debate interior de Cristo. "El, que siendo de condición divina no conservó codiciosamente el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo y haciéndose semejante a los hombres..." Y es también la misma tentación en la agonía de Getsemaní: "que se aleje de mí este cáliz"... es la tentación de rechazar la vía de la cruz como medio de Salvación, es la tentación de salvar el mundo por medios más fáciles y menos costosos: "Vamos, danos una señal del cielo". Cada vez que quisiéramos en nuestras vidas suprimir las dificultades, nos encontramos con esta misma tentación.
-Jesús suspiró profundamente y dijo... Ya hemos encontrado este "suspiro" en la curación del "sordo tartamudo" (Mc 7,34). Hay que procurar imaginar este "gemido", esta queja expresada como en el desaliento: "¡No llegarán nunca a comprender!"
-¿Por qué pide señales esta generación? Jesús acaba de hacer unos "signos", acaba de alimentar a 4.000 hombres con 7 panes ¡y con los restos se llenaron 7 canastas! Confesemos que un tal endurecimiento del corazón, una ceguera semejante es descorazonante. "Esta generación", esta expresión, en la boca de Jesús es un término de condenación, que hace alusión a la "generación del desierto" que contestó a Dios, que puso a Dios a prueba reclamando siempre nuevas muestras de poder divino. "Cuarenta años me asqueó aquella generación... cuando me tentaron vuestros padres, a pesar de haber visto mis obras..." (Sal 95,9-10).
-"En verdad os digo que no se le dará ninguna otra señal a esta generación." Y dejándolos, se embarcó de nuevo hacia la otra ribera del lago. Gesto de decepción. Vayamos más lejos. Jesús sufre. Tiene delante de El unos corazones cerrados. Ni siquiera se puede discutir. Por lo tanto huyamos. Pasemos a la otra ribera (Noel Quesson).
La actitud de Jesús debe ser considerada como una negación al poder. No tiene afán de convencer a quienes miden la grandeza de las personas por su capacidad de mando y de dominio. Jesús con sus actos siempre quiso demostrar cómo la entrega y el servicio, dentro de un marco de amor-misericordia, son los principales requisitos para llamarse seguidores de Dios. El no habló de un Dios que ostenta poderío y que está del lado de los fuertes, habló de un Dios que acompaña y apoya a los débiles y a los explotados. Llamarse seguidores del Reino que propuso Jesús, es entregarse a la causa de la fraternidad universal, que pasa por favorecer a los empobrecidos, los que son considerados por la sociedad actual como poco importantes, carentes de valor, de poderío. La propuesta de Jesús es grandiosa por la exigencia que hace a nuestra humanidad de vivir en continuo compromiso con la misericordia, lejos de todo orgullo, ambición de riquezas o deseo de mando.
"Señor, en aquella rama hay un cuervo. Sé que tu majestad no puede rebajarse hasta mí. Pero necesito una señal. Ordena a ese cuervo que emprenda el vuelo. Así sabré que no estoy solo en el mundo. Y observé al pájaro. Pero siguió inmóvil. Me incline de nuevo sobre la roca. Señor, tienes razón. Tu majestad no puede ponerse a mis órdenes. Si el cuervo hubiera emprendido el vuelo, yo me sentiría triste aún, porque este signo lo habría recibido de alguien igual a mí mismo; sería el reflejo de mis deseos. Y de nuevo me habría encontrado en mi propia soledad. En aquel preciso instante, mi desolación se convirtió en una inesperada alegría" (A. de Saint-Exupery). Y yo añado: el que no se contenta es porque no quiere, pues el que es de carácter optimista tiene razones para contentarse siempre… Posiblemente muchos de nosotros todavía andamos, en el fondo de nuestro corazón, a la búsqueda de un signo, del signo, que nos confirme definitivamente en la fe. Es que la duda nos hace temblar a veces. Sentimos el poder de los opresores. Experimentamos la injusticia. Y nos preguntamos si será que este mundo es así, que no tiene remedio. No son malas estas dudas cuando al final, como al autor de nuestro cuento, nos invitan a crecer en la fe y en la esperanza. Lo malo es cuando queremos desafiar a Dios. Lo malo es cuando queremos hacer de él un juguete en nuestras manos. Ningún signo que hiciera sería suficiente para satisfacer nuestras exigencias. Cuando eso sucede, Dios sencillamente desaparece de nuestras vidas. Sólo cuando le aceptamos como es, vuelve a aparecer y nuestra desolación se convierte en alegría (servicio bíblico latinoamericano).
Uno de las ideas del fariseismo era el que esperaban un Mesías “triunfalista” en donde los milagros no fueran el signo de la liberación del hombre del pecado, del dolor y de la angustia, sino el signo del poder de Dios sobre sus enemigos. Por ello san Marcos tiene siempre presente en su evangelio presentarnos la correcta imagen de Jesús. Los fariseos quieren una señal prodigiosa… El problema es que ya se las ha dado pero no la han reconocido. Esta actitud se mantiene aun en muchos cristianos, que continúan buscando un “super Mesías” que sea capaz de cumplir todos sus caprichos. Un Mesías que les resuelva la vida a base de milagros y hechos prodigiosos. Son hermanos que siempre andan a la caza de milagros, de apariciones, de todo lo que suena a “extraordinario”. Debemos recordar que nuestro Mesías, Jesús, el Hijo de Dios, se manifiesta de manera discreta en medio de nuestra vida y que ha escogido precisamente lo débil para confundir a los poderosos. ¿Seremos todavía de los que piden a Jesús una señal para creer o para amarlo? (Ernesto María).
San Agustín (354-430) obispo de Hipona (África del Norte) doctor de la Iglesia, en su Sermón (126,3-4) se pregunta “¿Por qué pide esta generación una señal?” (Mc 8,12) y dice: “Aquí vemos dos cosas: por una parte las obras divinas y por otra, un hombre. Si las obras divinas no pueden ser realizadas sino por Dios, ¡presta atención y mira si acaso Dios se esconde en este hombre! Sí, ¡estate atento a lo que ves y cree lo que no ves! Aquel que te ha llamado a creer no te ha abandonado a tu suerte; incluso si te pide creer lo que no ves, no te ha dejado sin ver algo que te ayuda a creer lo que no ves. ¿La misma creación ¿es un signo débil, una manifestación débil de creador? Además, aquí lo tienes haciendo milagros. No podías ver a Dios, pero podías ver al hombre, pues Dios se hizo hombre para que sea una sola cosa aquello que tú ves y que tú crees”.
Los fariseos al pedir señales del cielo plantean una tentación. Es obligar a Dios a satisfacer las exigencias caprichosas de los seres humanos. Ya en las tentaciones de Jesús en el desierto (Mt 4,1-10) había quedado claro que no es esta la manera como se revela Dios. Los fariseos no entienden que Jesús mismo es el signo que piden; que todo lo que ha dicho y hecho son los signos que lo revelan como el Hijo de Dios. En Jesús ha comenzado el Reino de Dios. Ante tanta sordera y ceguera, Jesús suspira por la incredulidad de unos hombres incapaces de ver a Dios en su palabra y sus obras. La respuesta de Jesús comienza con una pregunta denominando a sus adversarios como “esta generación”. esta expresión, tiene en el AT una connotación negativa. Así se le llama a la generación del diluvio (Gen 7,1), a la generación de Moisés (Sal 95,10) o a la generación desobediente y dura frente a las exigencias de Dios (Jer 8,3). También en el Nuevo Testamento denota un juicio negativo (Mc 8,38; 9,19; Mt 12,39-45; 16,4; 17,17; Lc 9,41; Flp 2,15).
Jesús continúa su respuesta con la fórmula “en verdad les digo”. La expresión “en verdad” reproduce la palabra hebrea “amén”, que significa “firme” pero que generalmente era utilizada para responder afirmativamente a la palabra de otra persona. También el significado de “así es”. Por eso, cuando Jesús dice estas palabras, su enseñanza adquiere una firmeza singular. Aquí la aseveración es clara y tajante: a esta generación, la que como los fariseos no quiere creer en la revelación personal del Dios de la vida, no se le dará ninguna señal, porque su problema es la incredulidad, y a quien no quiere creer no hay señales que valgan. Jesús no soporta la exigencia de un signo de parte de Dios estando precisamente frente al signo, por esto, decide dar la espalda a las autoridades judías e irse a la “otra orilla”, es decir, volver a tierras paganas.
En momentos críticos uno quiere recurrir a recursos extraordinarios para no sucumbir ante las pruebas. Entonces se puede echar mano de la sicología de las masas, se pueden inventar supuestas revelaciones, se puede intentar hacer curaciones o utilizar algunos otros medios que impacten a las multitudes y las hagan venir hacia nosotros. Pero tarde que temprano todo el teatro que se haya armado quedará descubierto y vendrá la ruina total. Jesús nos pide que no demos señales para convencer a los demás de adherirse a nuestras ideas, incluso religiosas, pues los milagros son un regalo que Dios nos hace y no se pueden convertir en una manipulación de los demás. Él quiere que nosotros mismos seamos esa señal; pues nuestras buenas obras deben apuntar hacia Cristo. Hacia Él nos dirigimos; y lo hacemos en serio, con todo el compromiso de quien proclama la Palabra de Dios y da testimonio de que ella ha sido eficaz en el que la anuncia. Cuando buscamos o damos otro tipo de señales estamos dando a entender que vivimos con mucha inmadurez nuestra fe y que necesitamos muletas o sillas de ruedas para movernos. Si, incluso, Dios nos permitiera hacer milagros, no podemos hacerlos para causar admiración hacia nosotros mismos sino para fortalecer, con toda sencillez, la fe de los demás; pues no somos nosotros, sino Dios quien ha de hacer su obra de salvación por medio nuestro, liberándonos de toda esclavitud al mal.
La prueba más grande de que Dios nos ama consiste en que, siendo nosotros pecadores, nos envió a su propio Hijo, el cual entregó su vida para liberarnos de la muerte y de la esclavitud al pecado. Esto es lo que celebramos en esta Eucaristía. Dios nos ama. Dios es Dios-con-nosotros. Dios no sólo se ha hecho cercano a nosotros, sino que ha hecho su morada en nosotros mismos. Sabemos que, a pesar de que el Señor habita en nosotros y va con nosotros, sin embargo jamás desaparecerán las pruebas por las que tengamos que pasar. Nuestra vida constantemente está sometida a una serie de tentaciones que, al ser vencidas con la Fuerza que nos viene de lo Alto, el Espíritu Santo, nos harán madurar en la perfección que nos asemeje, de un modo cada vez mejor y más claro, a nuestro Dios y Padre. La Alianza y Comunión de Vida que volvemos a hacer nuestras en esta Eucaristía, lleva a cabo esta obra del amor de Dios y de su salvación en nosotros.
Es fácil abrir el corazón a todo aquello que se conforma a nuestros propios intereses. Si encontramos personas que apoyen nuestra forma de pensar y actuar, aun cuando sean desordenadas, decimos que son gente buena, que nos comprende y que merece todo nuestro respeto. Sin embargo, cuando realmente confrontamos nuestra vida, nuestras obras y actitudes con el Evangelio de Cristo, nos damos cuenta de que debemos corregir muchas cosas. Y si alguien nos hace un fuerte llamado para que, abandonando nuestros caminos de maldad, nos volvamos hacia Dios nos revelamos y le pedimos que respete nuestra libertad (¿no será mas bien nuestro libertinaje?). Ojalá y el Señor no se aleje de nosotros dejándonos a merced de nuestros vanos pensamientos y de nuestras pasiones desordenadas. Abramos nuestro corazón a la Sabiduría de Dios para que podamos actuar guiados por los criterios del bien, del amor, de la verdad, de la justicia. No nos quedemos en una fe aparente movida por cualquier viento.
Pidámosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos dé la firmeza suficiente en la fe que hemos depositado en Él. Que fieles al Señor y a sus enseñanzas nosotros mismos, con una vida recta, seamos la mejor prueba de que el amor de Dios puede transformar al hombre y hacer que todos lleguemos a la unidad querida por Cristo y que debe tener sus raíces firmemente hundidas en el amor fraterno. Amén (www.homiliacatolica.com). Llucià Pou Sabaté, con textos de mercaba.org