Génesis 8: 6 - 13, 20 – 22: 6 Al cabo de cuarenta días, abrió Noé la ventana que había hecho en el arca, 7 y soltó al cuervo, el cual estuvo saliendo y retornando hasta que se secaron las aguas sobre la tierra. 8 Después soltó a la paloma, para ver si habían menguado ya las aguas de la superficie terrestre. 9 La paloma, no hallando donde posar el pie, tornó donde él, al arca, porque aún había agua sobre la superficie de la tierra; y alargando él su mano, la asió y metióla consigo en el arca. 10 Aún esperó otros siete días y volvió a soltar la paloma fuera del arca. 11 La paloma vino al atardecer, y he aquí que traía en el pico un ramo verde de olivo, por donde conoció Noé que habián disminuido las aguas de encima de la tierra. 12 Aún esperó otros siete días y soltó la paloma, que ya no volvió donde él. 13 El año 601 de la vida de Noé, el día primero del primer mes, se secaron las aguas de encima de la tierra. Noé retiró la cubierta del arca, miró y he aquí que estaba seca la superficie del suelo. 20 Noé construyó un altar a Yahveh, y tomanda de todos las animales puros y de todas las aves puras, ofreció holocaustos en el altar. 21 Al aspirar Yahveh el calmante aroma, dijo en su corazón: «Nunca más volveré al maldecir el suelo por causa del hombre, porque las trazas del corazón humano son malas desde su niñez, ni volveré a herir a todo ser viviente como lo he hecho. 22 «Mientras dure la tierra, sementera y siega, frío y calor, verano e invierno, día y noche, no cesarán.»
Salmo (116,12-15,18-19) 12 ¿Cómo a Yahveh podré pagar todo el bien que me ha hecho? 13 La copa de salvación levantaré, e invocaré el nombre de Yahveh. 14 Cumpliré mis votos a Yahveh, ¡sí, en presencia de todo su pueblo! 15 Mucho cuesta a los ojos de Yahveh la muerte de los que le aman. 18 Cumpliré mis votos a Yahveh, sí, en presencia de todo su pueblo, 19 en los atrios de la Casa de Yahveh, en medio de ti, Jerusalén.
Marcos 8, 22-26. "Un día, Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida, y allí le presentaron a Jesús un ciego pidiéndole que le curase.
Tomando al ciego de la mano, le sacó fuera del pueblo, y habiéndole puesto saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntaba: «¿Ves algo?» Él, alzando la vista, dijo: «Veo a los hombres, pues los veo como árboles, pero que andan» Después, le volvió a poner las manos en los ojos y comenzó a ver perfectamente y quedó curado, de suerte que veía de lejos claramente todas las cosas. Y le envió a su casa, diciéndole: «Hecho eso, Jesús le mandó a casa diciéndole: no se lo digas a nadie en el pueblo».
Comentario: 1.- Gn 8, 6-13.20-22: a) Sigue el relato, popular y sugerente, del diluvio, lleno de detalles simpáticos: el cuervo, la paloma, la hoja de olivo y el suspense del progresivo final del diluvio. El Génesis nos cuenta sobre todo el sacrificio de acción de gracias que ofrece la familia de Noé sobre un altar y la promesa de Dios, llena de comprensión hacia la debilidad del hombre: «No volveré a maldecir a la tierra a causa del hombre, porque el corazón humano piensa mal desde la juventud». Está a punto de dar comienzo una nueva etapa de la humanidad, con los que ha salvado Dios del juicio del diluvio. El arca de Noé es un símbolo de la misericordia de Dios, que en justicia condena el pecado y purifica a la humanidad, pero siempre aparece dispuesto a empezar de nuevo, dando confianza a sus creaturas. Como dice el salmo, «mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles»: intenta siempre que se conviertan y vivan.
"Lamek engendró un hijo y le puso por nombre Noé, diciendo: Este nos consolará de nuestros afanes y de la fatiga de nuestros manos, por causa del suelo que maldijo Yahveh". Esta es la promesa paternal. -"Y Noé encontró gracia ante los ojos del Señor". Es la realización divina. -"Y Noé hizo todo lo que Dios le ordenó". Es la realización personal. Es digno de ver -aquí en este relato del diluvio y en todo el marco de la revelación -lo que el individuo es capaz de hacer. El individuo elegido por Dios y llamado por su nombre. El individuo que responde a la palabra de Dios y sigue su mandato. En este individuo, en él y sobre él, se congrega todo el mundo salvo, se regeneran los hombres y su vida. Y esto expresa el arca como signo. Flotando sobre las aguas, sobrevive al juicio de Dios y supera la catástrofe. El arca oculta la bendición de Dios y garantiza la pervivencia de la humanidad. Por Noé es salvada su mujer, sus hijos y las mujeres de sus hijos; son salvados los animales, los puros y los impuros, un par de cada especie. El individuo -viene a decirnos este relato- tiene una función salvadora y santificadora para toda la comunidad. Noé se convierte en una brillante imagen que consuela porque refleja la amabilidad de Dios; la disposición de Dios a conservar el género humano y a proseguir la historia universal. El aspecto de Dios como juez no ha eclipsado el de salvador y fuente de vida, revelado en primer lugar. Y Noé es ahora el signo de esperanza de que la vida continúa y cobra fuerza renovada. NO se dice que Noé tuviera méritos propios que le distinguieran del resto de los hombres. Se dice sencillamente que halló favor a los ojos de Dios. El autor de la carta a los Hebreos habla de una prueba que Noé había superado; obedecer la orden del cielo de construir el arca sin conocer su objeto. Su obediencia y su fe, expuestas a las burlas de quienes la veían construirla, le habían merecido el ser salvado. Para el autor de esta historia Dios muestra su favor libremente a quien nunca tendría méritos adecuados. La obra personal de este patriarca, el gran representante de la religión cósmica, es considerable. También Noé como Abraham creyó "contra toda esperanza" y fue hecho padre de muchos pueblos. También Noé obró contra las apariencias que reflejaba la humanidad superficial y contra las sombras proyectadas por el comportamiento de su mundo. Esto es lo que viene a decirnos la segunda carta de S. Pedro cuando evoca el recuerdo de Noé. Como en los tiempos de Noé, ahora y siempre, ocurre lo mismo. "Sabed, ante todo, que en los últimos días vendrán hombres llenos de sarcasmo, guiados por sus propias pasiones, que dirán en son de burla: "¿Dónde está la promesa de su venida?". Mientras los hombres ríen y bailan, Noé construye su arca, fiel a los mandatos del otro mundo. Así es el hombre de fe, pendiente de la palabra de Dios, sin hacer caso de comportamiento y de los principios del mundo. ARCA/I: El arca ha sido el instrumento de la salvación de Noé y de su familia. Estos pocos han sido "el resto" salvado de la catástrofe y con los cuales Dios vuelve a empezar la historia de sus maravillas. La humanidad que sale del arca es una humanidad nueva; la salvación realizada equivale a una nueva creación, a una resurrección. La vida comienza de nuevo. Para los salvados todo es nuevo, como recién estrenado, como recién salido de la mano de Dios. Todo vuelve a ser bueno. El arca se ha convertido en el paraíso donde reinaba la paz, la armonía, la amistad con Dios. Los SS.PP vieron en el arca la imagen de la Iglesia. El arca es tipo de la Iglesia -comunidad de los fieles y pueblo santo de Dios-, imagen de aquella familia que confía en el Dios uno y único y le sigue incondicional- mente. Todo esto lo expresaron maravillosamente los primeros cristianos en las pinturas de las catacumbas.
El hombre, por el pecado, está abocado a la destrucción, a la muerte eterna. Dios establece un juicio de ese hombre pecador en el bautismo por el agua. Esta agua destinada a ahogar eternamente al pecador, ahoga en realidad al pecado, y de ese diluvio bautismal resurge el hombre nuevo, la nueva criatura. El agua se ha convertido en instrumento de castigo para el pecado, destruyéndolo, pero ha sido instrumento de salvación, para el hombre, en virtud de los méritos de este Jesús, el Salvador, que se anegó en las aguas de su muerte -pasó por un diluvio de sangre-, por lo cual Dios lo exaltó, lo resucitó, y lo hizo Señor y Salvador.
Con él y por él formamos nosotros parte de una alianza -alianza nueva y eterna- de la cual la alianza con Noé no era más que una figura y un anticipo.
Los relatos babilónicos que narran diluvios están llenos de reyertas de los dioses. Al aprovechar esas viejas narraciones el autor sagrado tuvo buen cuidado de eliminar el politeísmo y de introducir su Fe en el Dios único, en el autor de la Alianza. ¿Somos hoy nosotros capaces de asimilar la cultura de nuestro tiempo para despojarla de sus errores, y utilizar de nuevo su lenguaje y sus estructuras a fin de proclamar la Fe? -Al cabo de cuarenta días abrió Noé la ventana y soltó al cuervo. Después soltó a la paloma para ver si habían menguado ya las aguas de la superficie terrestre. En el relato babilónico encontramos exactamente los mismos detalles concretos, prueba evidente de su parentesco literario. La paloma regresó al atardecer y he ahí que traía en el pico un ramo verde de olivo. No debemos aferrarnos a esas imágenes, pero sí podemos confesar que no les falta poesía. La paloma, con su ramito de olivo ha pasado a ser el símbolo de la paz. Esos relatos, de tradición oral primeramente son muy fáciles de recordar. Cuando se ha oído contar una sola vez, quedan grabados en la memoria para siempre. Sería lástima despreciarlos apelando a no sé qué purismo. Es preciso empero incluso tratando con los niños, no quedarse en el plano material sino, sin quitarles encanto, saber poner en evidencia las lecciones que de dichos relatos se siguen. ¡La paz! ¿Soy un hombre de paz?
-Noé construyó un altar al Señor y ofreció holocaustos. El primer gesto de este «salvado» es «ofrecer un sacrificio de acción de gracias». Tú eres, Señor, quien nos ha liberado. Gracias, Señor. ¿Es mi vida lo suficientemente «eucarística"? ¿Tengo el sentido de la alabanza a Dios?
-El Señor aspiró el agradable aroma... Imagen sacada también del lenguaje pagano de Babilonia: los dioses están contentos «como moscas atraídas por el buen olor de los guisados». El autor sagrado retuvo sólo el beneplácito que Dios otorga a la acción de gracias de Noé. Efectivamente, nuestra alabanza agrada a Dios. Decir «gracias» a los que amamos.
-Díjose a Sí mismo: «Nunca más volveré a maldecir el suelo por causa del hombre, porque las trazas del corazón humano son malas desde su niñez...» El diluvio ha sido copiado de los cuentos babilonios, únicamente para insertar en él ese final optimista y esta revelación sobre el verdadero Dios: A Dios no le agrada castigar... A Dios no le agrada imponerse por la fuerza... preferirá enviar a su Hijo para salvar al hombre pecador antes que volver a castigarle.
¿Por qué esa misericordia? Porque Dios «conoce el corazón del hombre». Conoce mejor que nosotros nuestra debilidad congénita, diríamos hoy. La Biblia expone con esto una observación realista que no deberíamos olvidar: «desde su niñez», ¡antes incluso de ser culpable, el hombre obra el mal! Cuando un niño obra mal, no es «maldición» lo que necesita, sino «amor». Nunca más volveré a maldecir al hombre, dice Dios, lo amaré más todavía.
-No volveré a herir a todo ser viviente como lo he hecho. Mientras dure la tierra, sementera y siega, fríos y calor, verano e invierno, día y noche ¡no cesarán! De nuevo una admirable revelación sobre Dios. El verdadero Dios no es un ser caprichoso. Por lo contrario crea un universo con leyes estables, con las que el hombre puede contar. Gracias a esta estabilidad de las reacciones y de los fenómenos naturales, el hombre ha podido fundar la ciencia, la técnica, el mejoramiento de su vida. La creación tiene una verdadera autonomía, dada por Dios, que permite al hombre ser el «socio" de Dios (Noel Quesson).
2. La humanidad tiene futuro. También ahora, a pesar de que algunas veces nos parezca que haría falta un nuevo diluvio para purificar al mundo de tanta corrupción y maldad. Sobre todo porque en Cristo Jesús, mucho más plenamente que en Noé, se ha reconciliado la humanidad con Dios de una vez por todas y en el Arca de la Iglesia todos deberían encontrar un espacio de salvación y esperanza. Tenemos que aprender del optimismo de Dios. A Dios le gusta mucho más salvar que castigar. Cuando castiga, es como medicina y pedagogía para la conversión. Deberíamos saber dar una y otra vez un margen de confianza a los demás, a esta humanidad en la que vivimos, a esta Iglesia concreta que puede no gustarnos, a nuestra familia y comunidad, a cada uno de los que viven con nosotros, y a nosotros mismos. Después del pecado de Adán y Eva, Dios promete la salvación. Después del asesinato de Abel, Dios da otro hijo a Eva y deja la puerta abierta a la esperanza. Después del diluvio, sella un pacto de bendición para los hombres. ¿Es así de magnánimo nuestro corazón para con el mal que descubrimos en los demás? Dios sigue creyendo en el hombre. ¿Por qué nosotros negamos un margen de confianza a nuestros hermanos?
3.- Mc 8, 22-26. Otro signo mesiánico de Jesús, esta vez la curación progresiva del ciego. ¡Cuántas veces habían anunciado los profetas que el Mesías haría ver a los ciegos! Esta vez Jesús realiza unos ritos un poco nuevos: lo saca de la aldea, llevándolo de la mano, le unta de saliva los ojos, le impone las manos, dialoga con él, el ciego va recobrando poco a poco la vista, viendo primero «hombres que parecen árboles» y luego con toda claridad. Es una curación «por etapas» que puede ser que en Marcos apunte simbólicamente al proceso gradual de visión y conversión que siguen los discípulos de Jesús, que sólo lentamente, y con la ayuda de Jesús, van madurando y viendo con ojos nuevos el sentido de su Reino mesiánico. Ayer mismo leíamos que Jesús les llamaba «torpes» a sus discípulos, porque no entendían: «¿Para qué os sirven los ojos si no véis y los oídos si no oís?».
También nuestro camino es gradual, como lo es el de los demás. No tenemos que perder la paciencia ni con nosotros mismos ni con aquellos a los que estamos intentando ayudar en su maduración humana o en su camino de fe. No podemos exigir resultados instantáneos. Cristo tuvo paciencia con todos. Al ciego le impuso las manos dos veces antes de que viera bien. También los apóstoles al principio veían entre penumbras. Sólo más tarde llegaron a la plenitud de la visión. ¿Tenemos paciencia nosotros con aquellos a los que queremos ayudar a ver? Este proceso nos recuerda también el itinerario sacramental: con el contacto, la imposición de manos y la unción, Cristo nos quiere comunicar su salvación por medio de su Iglesia. La pedagogía de los gestos simbólicos, unida a la palabra iluminadora, es la propia de los sacramentos cristianos en su comunicación de la vida divina. Tanto las palabras como los gestos simbólicos se han de potenciar, realizándolos bien, para que la celebración sea un momento en que se nos comunique la salvación de Dios de una manera no sólo válida, sino también educadora y pedagógica (J. Aldazábal).
Esta curación ha sido colocada de propósito en un contexto, en que se habla también de la ceguera de los fariseos y de los discípulos. Se trata, pues, de una indicación simbólica a pesar de que el estilo de la narración induce a pensar que se trata de un acontecimiento real. Como en el caso del sordomudo decapolitano (7,31-37), Jesús hace uso de gestos que a primera vista parecerían mágicos. Pero en realidad, Jesús no hace magia, sino que usa el lenguaje táctil, que únicamente podría comprender el pobre ciego. Como siempre, se intenta que la persona objeto del prodigio sea perfectamente consciente de lo que pasa. El relato, comparado con el del sordomudo, parece demasiado prosaico. Ahora bien, como la curación se opera en dos tiempos, lo más probable es que las cosas sucedieran así: en un primer momento, el ciego ve un poco confusamente y confunde los hombres con los árboles, como hacen ordinariamente los niños cuando realizan los primeros dibujos; en un segundo momento la curación es ya completa. Hay que notar que el milagro se acomoda, por así decirlo, al curso normal de la recuperación natural. El relato termina con el "leitmotiv" de Marcos: no hay que hacer del milagro un motivo de actitudes triunfalistas. Volvemos a repetir lo de siempre: Jesús podría ser un taumaturgo en el doble sentido de la palabra: o en virtud de unas extraordinarias facultades psico-físicas o en virtud de una fuerza estrictamente sobrenatural. Un creyente no necesita "demostrar" el carácter sobrenatural del prodigio, ya que los prodigios siempre vienen después de la fe de los creyentes, de tal forma que, cuando no hay fe o la fe es débil, no se realiza el prodigio, como fue el caso de Nazaret. En segundo lugar, los "milagros" jamás son encuadrados dentro de una cristología o eclesiología triunfalista, sino todo lo contrario: son testimonios de la venida del Mesías, que han de ser contados discretamente por aquéllos que han sido objeto de ellos. En todo caso, la "reserva mesiánica" es casi obsesiva en todos los relatos miraculosos del segundo evangelio. Actualmente un creyente no tiene por qué medir sus fuerzas con el no creyente a propósito de los milagros. En primer lugar, porque el auténtico creyente no tiene ningún inconveniente en admitir que muchos "prodigios" fueran efecto de unas fuerzas naturales todavía no conocidas por la razón humana. En segundo lugar, porque su fe no proviene de los milagros, sino que la presupone. En todo caso, un creyente tiene derecho a pensar que ciertos acontecimientos son auténticos "prodigios", ya que cree en la fuerza "sobrenatural" de Dios. Pero no lo puede demostrar racionalmente (edic. Marova).
Debemos ser cada vez más sensibles a los procedimientos de composición literaria de San Marcos. Lo que cuenta para él es lo que podríamos llamar "el evangelio interior": la progresión de la fe, la progresión del descubrimiento de la persona de Jesús... Ese libro, aparentemente ingenuo es obra de un apóstol que quiere conducir a sus oyentes a plantearse cuestiones para llegar a la Fe. No olvidemos que en este relato tenemos algo de la predicación de Pedro en Roma: Este recuerda su propio itinerario interior, el que pasó de la ininteligencia a la fe... de la ceguera a la luz. Y Pedro predica a catecúmenos a quienes propone el mismo itinerario espiritual.
Esta teología, ¿fue completamente inventada? No, pues no tendría ya ningún valor convincente. Pedro recuerda "hechos históricos", que son incluso apremiantes para él, como ya se ha visto. Pero, hay que repetirlo, lo que cuenta para Pedro, por tanto también para Marcos, no es ante todo una historicidad concreta de los detalles materiales y de las palabras de Jesús -¡como si hubiesen sido grabados en un magnetofón!- es la significación interior para la fe. Y por lo tanto estos relatos nos conciernen hoy también a nosotros.
-Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida. Le llevaron un ciego. Tomando al ciego de la mano, lo sacó fuera de la aldea... He aquí precisamente un detalle concreto. ¿Por qué no sería verdadero? ¡Es tan verosímil! Sí, se conduce a los ciegos de la mano: contemplo esta escena... La mano del ciego en la mano de Jesús... Gesto humano, muy sencillo. ¡Que esperanza debió suscitar en el corazón del ciego! mientras iban los dos, de la mano. Si Jesús le lleva "fuera de la aldea", es para esconder en lo posible su milagro. Es también un detalle histórico, pero del cual conocemos bien la significación teológica: el "secreto mesiánico"... Cristo no será realmente comprensible sino después de la cruz, y la resurrección.
-Y poniéndole saliva sobre los ojos le impuso las manos. Son los mismos gestos que, en tiempo de san Pedro se hacían sobre los catecúmenos, para conducirlos de la incredulidad a la iluminación de la fe. Teológicamente hay que relacionar este milagro con el de la curación del "sordomudo", explicado después de la primera multiplicación de los panes y el explicado después de la segunda multiplicación. Marcos piensa evidentemente en el "bautismo": los gestos de los dos milagros son gestos "litúrgicos"... y por esos gestos de Cristo, todo el ser del hombre queda sano. Los tres "sentidos" importantes para la comunicación del hombre con el mundo y con sus hermanos son rehabilitados y renovados: el sentido del oído, el sentido de la palabra, el sentido de la vista ¡He aquí lo que la fe hace en nosotros hoy! El bautismo nos abre a un universo nuevo, solamente transformado desde el interior: oír a Dios que nos habla a través de los acontecimientos y a través de la palabra de nuestros hermanos, ver a Dios que obra en el núcleo de nuestras vidas y de la vida del mundo, y llegar a ser capaz de poder hablar de todo ello... Hago oración partiendo de esta gracia de mi bautismo...
-El hombre empezaba a ver... Seguidamente Jesús le impuso las manos sobre los ojos por segunda vez y el hombre empezó a ver mejor: recobró la vista, y vio claramente todos los objetos... Marcos insiste, evidentemente, sobre esta curación en dos tiempos, que se va haciendo progresivamente. He aquí, de nuevo, uno de esos detalles que no se inventan -que tendería a probar que ¡Jesús carecía de poder!- Marcos, a través de este detalle histórico ve la lentitud del caminar hacia la fe plena: hoy también avanzamos muy lentamente por ese camino... y nos quedamos medio ciegos por mucho tiempo. ¡Abre nuestros ojos, Señor! (Noel Quesson).
Con la mirada limpia… Con frecuencia nos encontramos a muchos ciegos espirituales que no ven lo esencial: el rostro de Cristo, presente en la vida del mundo. El Señor habló muchas veces de este tipo de ceguera, cuando decía a los fariseos que eran ciegos (3). Es un gran don mantener la mirada limpia para el bien, para encontrar a Dios en medio de los propios quehaceres, para ver a los hombres como hijos de Dios, para penetrar en lo que verdaderamente vale la pena, para contemplar junto a Dios la belleza divina que dejó como un rastro en las obras de la creación. Además es necesario tener la mirada limpia para que el corazón pueda amar, para mantenerlo joven. Mirada limpia no sólo en lo que se refiere directamente a la lujuria, sino en otros campos que también caen en la “concupiscencia de los ojos”: afán de poseer ropas, objetos, comidas o bebidas. No se trata de “no ver”, sino de “no mirar” lo que no se debe mirar, de vivir sin rarezas el necesario recogimiento para tener siempre presente el rostro de Cristo.
El cristiano ha de saber –poniendo los medios necesarios- quedar a salvo de esa gran ola de sensualidad y consumismo que parece querer arrasarlo todo. No tenemos miedo al mundo porque en él hemos recibido nuestra llamada a la santidad, ni tampoco podemos desertar, porque el Señor nos quiere como fermento y levadura. Debemos estar vigilantes con una auténtica vida de oración y sin olvidar que las pequeñas mortificaciones –y las grandes, cuando el Señor las pida- han de mantenernos siempre en guardia, como el soldado que no se deja vencer por el sueño, porque es mucho lo que depende de su vigilia. A un alma que viviera en un clima sensual que prolifera en los espectáculos que da lugar a muchos pecados internos y externos contra la castidad, le sería imposible seguir a Cristo de cerca... y quizá tampoco de lejos.
El Cristianismo no ha cambiado: Jesucristo es el mismo ayer, y hoy y siempre (Hebreos 13, 8), y nos pide la misma fidelidad, fortaleza y ejemplaridad que pedía a los primeros discípulos. También ahora deberemos navegar contra corriente en muchas ocasiones. Nuestra lealtad con Dios nos ha de llevar a evitar las ocasiones de peligro para el alma. Y si por estar mal informados asistiéramos a un espectáculo que desdice de la moral, la conducta que sigue un buen cristiano es levantarse y marcharse con naturalidad, sin miedo a parecer raro. Pidamos a San José que nos ayude a conservar nuestra mirada limpia para poder contemplar a Dios algún día (Francisco Fernández Carvajal).
Elogio de la caridad. Un mendigo, enfermo, estaba cierto día a la vera de un camino que sube de la ciudad de Córdoba, España, a su famosa sierra, concretamente al lugar llamado Scala Coeli, escalera que quiere tocar al cielo. Ese mendigo, enfermo, como acontecía en los itinerarios seguidos por Jesús en Galilea, alargaba la mano a los viandantes: ¡Una caridad, por Dios! ¿A qué viandante alargaba la mano el enfermo aquel día? A un fraile dominico, llamado fray Álvaro de Córdoba, insigne predicador, peregrino de Roma y Tierra Santa, místico y asceta, maestro en Teología, confesor de reyes, iniciador de la reforma dominicana en España, por el año 1415. ¿Cómo reaccionó un hombre tan aureolado de títulos humanos y religiosos?
Al oír la voz del necesitado, fray Luis se detuvo; miró con amor al mendigo y enfermo, y le respondió: Amigo, otra caridad no tengo; y, poniéndolo sobre sus hombros, lo llevó hacia su convento de Scala Coeli.
Por el camino iba un poco preocupado. En el monasterio había amor, pero no había medicamentos ni buen enfermero. ¿Qué podría hacer por el enfermo, excepto ungirle las heridas y darle un poco de calor?
Al llegar al portal de entrada a la Iglesia y al monasterio, colocó al enfermo sobre un banco, junto a la puerta monástica, y, antes de gestionar qué posada podría ofrecerle, pasó a saludar al Señor del sagrario y de la cruz. ¡Allí fue la sorpresa! En el templo, al contemplar el rostro dolorido de Cristo crucificado, percibió que el rostro del Nazareno de la capilla era el mismo rostro del enfermo que había dejado reposando en el portal.
La hagiografía no nos aclara qué sucedió después: si el enfermo desapareció o si más bien fray Álvaro llevó al enfermo a una habitación, lo cuidó, y tuvo la sensación gozosa de que cada vez que limpiaba su rostro estaba limpiando el rostro de Cristo.
Hoy a través de un milagro, Jesús nos habla del proceso de la fe. La curación del ciego en dos etapas muestra que no siempre es la fe una iluminación instantánea, sino que, frecuentemente requiere un itinerario que nos acerque a la luz y nos haga ver claro. No obstante, el primer paso de la fe —empezar a ver la realidad a la luz de Dios— ya es motivo de alegría, como dice san Agustín: «Una vez sanados los ojos, ¿qué podemos tener de más valor, hermanos? Gozan los que ven esta luz que ha sido hecha, la que refulge desde el cielo o la que procede de una antorcha. ¡Y cuán desgraciados se sienten los que no pueden verla!».
Al llegar a Betsaida traen un ciego a Jesús para que le imponga las manos. Es significativo que Jesús se lo lleve fuera; ¿no nos indicará esto que para escuchar la Palabra de Dios, para descubrir la fe y ver la realidad en Cristo, debemos salir de nosotros mismos, de espacios y tiempos ruidosos que nos ahogan y deslumbran para recibir la auténtica iluminación?
Una vez fuera de la aldea, Jesús «le untó saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: ‘¿Ves algo?’» (Lc 8,23). Este gesto recuerda al Bautismo: Jesús ya no nos unta saliva, sino que baña todo nuestro ser con el agua de la salvación y, a lo largo de la vida, nos interroga sobre lo que vemos a la luz de la fe. «Le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre miró: estaba curado, y veía todo con claridad» (Lc 8,25); este segundo momento recuerda el sacramento de la Confirmación, en el que recibimos la plenitud del Espíritu Santo para llegar a la madurez de la fe y ver más claro. Recibir el Bautismo, pero olvidar la Confirmación nos lleva a ver, sí, pero sólo a medias (Joaquim Meseguer García). Llucià Pou Sabaté
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