jueves, 10 de febrero de 2011

5ª semana, martes: El universo está lleno de la presencia de Dios, pero sobre todo su gloria está en el hombre, creado a su imagen: «A imagen de Dios

Génesis 1,20–31 (ver Vigília Pascual, 1ª lect.): Dijo Dios: «Bullan las aguas de animales vivientes, y aves revoloteen sobre la tierra contra el firmamento celeste.» Y creó Dios los grandes monstruos marinos y todo animal viviente, los que serpean, de los que bullen las aguas por sus especies, y todas las aves aladas por sus especies; y vio Dios que estaba bien; y bendíjolos Dios diciendo: «sed fecundos y multiplicaos, y henchid las aguas en los mares, y las aves crezcan en la tierra.» Y atardeció y amaneció: día quinto. Dijo Dios: «Produzca la tierra animales vivientes de cada especie: bestias, sierpes y alimañas terrestres de cada especie.» Y así fue. Hizo Dios las alimañas terrestres de cada especie, y las bestias de cada especie, y toda sierpe del suelo de cada especie: y vio Dios que estaba bien. Y dijo Dios: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves de los cielos, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que serpean por la tierra. Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó. Y bendíjolos Dios, y díjoles Dios: «Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra.» Dijo Dios: «Ved que os he dado toda hierba de semilla que existe sobre la haz de toda la tierra, así como todo árbol que lleva fruto de semilla; para vosotros será de alimento. Y a todo animal terrestre, y a toda ave de los cielos y a toda sierpe de sobre la tierra, animada de vida, toda la hierba verde les doy de alimento.» Y así fue. Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien. Y atardecío y amaneció: día sexto.
Concluyéronse, pues, los cielos y la tierra y todo su aparato, y dio por concluida Dios en el séptimo día la labor que había hecho, y cesó en el día séptimo de toda la labor que hiciera. Y bendijo Dios el día séptimo y lo santificó; porque en él cesó Dios de toda la obra creadora que Dios había hecho. Esos fueron los orígenes de los cielos y la tierra, cuando fueron creados. El día en que hizo Yahveh Dios la tierra y los cielos,

Salmo 8,4-9: Al ver tu cielo, hechura de tus dedos, la luna y las estrellas, que fijaste tú, ¿qué es el hombre para que de él te acuerdes, el hijo de Adán para que de él te cuides? Apenas inferior a un dios le hiciste, coronándole de gloria y de esplendor; le hiciste señor de las obras de tus manos, todo fue puesto por ti bajo sus pies: ovejas y bueyes, todos juntos, y aun las bestias del campo, y las aves del cielo, y los peces del mar, que surcan las sendas de las aguas.

Marcos 7,1-13: Se reúnen junto a él los fariseos, así como algunos escribas venidos de Jerusalén. Y al ver que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir no lavadas, -es que los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos, y al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas-. Por ello, los fariseos y los escribas le preguntan: «¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?» El les dijo: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres. Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres.» Les decía también: «¡Qué bien violáis el mandamiento de Dios, para conservar vuestra tradición! Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre y: el que maldiga a su padre o a su madre, sea castigado con la muerte. Pero vosotros decís: Si uno dice a su padre o a su madre: "Lo que de mí podrías recibir como ayuda lo declaro Korbán - es decir: ofrenda -", ya no le dejáis hacer nada por su padre y por su madre, anulando así la Palabra de Dios por vuestra tradición que os habéis transmitido; y hacéis muchas cosas semejantes a éstas.»


Comentario: Si en los primeros cuatro días Dios había creado la luz, las aguas, el día y la noche, ahora el relato del Génesis nos dice, con su lenguaje particular, cómo nació en la tierra la vida. Primero, la vida en las aguas marinas. Luego, en la tierra, con toda clase de animales, y finalmente la pareja humana. En este último día, el comentario que se pone en labios de Dios no es que todo lo que había hecho «era bueno», sino «muy bueno». El hombre y la mujer aparecen como la cumbre de la creación: todo lo demás -animales, plantas- estaba previsto al servicio de ellos. El día séptimo «descansó Dios de todo el trabajo que había hecho». En la semana judía, el sábado («sabbat» significa «descanso»).
Todo procede de Dios y que todo lo ha pensado para bien de la raza humana. Por una parte miramos a Dios, el Creador, el que nos comunica su ser y su vida. Todo lo bendice y lo llena de su amor. Esta primera creación la completará con la nueva y definitiva creación en Cristo, en la que nos comunicará de modo más pleno todavía la participación en su vida divina. Por otra, contemplamos la belleza y bondad intrínseca de todo lo creado. Desde los espacios separados por millones de años luz hasta los más simpáticos colores de una flor o una mariposa. Aquí es donde los ecologistas pueden encontrar la mejor motivación de su empeño por la defensa de la naturaleza. También aquí podríamos reafirmar nuestra postura positiva hacia el cosmos, como obra de Dios para nosotros, sobre todo en el domingo, día de un reencuentro continuado también con la naturaleza, que Dios pensó para descanso, alimento y solaz nuestro. Finalmente, recordamos que Dios creó la pareja humana: «Creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó». Ahí se afirma la dignidad y la igualdad del hombre y la mujer. Los ha hecho reyes de la creación, creados nada menos que a imagen del ser y de la vida del mismo Dios: «A imagen tuya creaste al hombre y le encomendaste el universo entero, para que, sirviéndote sólo a ti, su Creador, dominara todo lo creado» (plegaria eucarística IV). Los dos sexos los ha pensado Dios. Es idea suya el amor y la mutua atracción entre ellos. Dios ha querido y sigue queriendo la vida y no la muerte, el amor y no el odio, la igualdad y no la esclavitud o la manipulación de una persona por otra. Nuestro trabajo puede unirse a este cántico de la creación…
2. Sal 8. El salmo de hoy lo solemos cantar a gusto, porque resume nuestros sentimientos de admiración y gratitud por la obra de la creación… Parecemos tan insignificantes ante la inmensidad del universo. Sin embargo todo está a nuestro servicio. Por desgracia muchas veces nos hemos dejado dominar por las cosas pasajeras. Y eso ha servido de ocasión de discordias entre nosotros. A causa de lo que es inferior a nosotros se han provocado, incluso, guerras, por la avidez de posesionarse de los recursos naturales que les pertenecen a otros. Pretendemos ser grandes construyendo un imperio de riquezas. Desde Cristo, los que creemos en Él, sabemos que no podemos descuidar nuestras diversas obligaciones ante la vida presente. Sabemos que es necesario que existan personas que, tal vez teniéndolo todo, sepan ser justos en el pago de los salarios de sus trabajadores. Si el Señor nos hizo un poquito inferiores a un dios, no podemos nosotros destruir la dignidad de nuestro prójimo, ni llevarle por caminos que le degraden su vida personal. Juntos hemos tanto de vivir construyendo la ciudad terrena para que sea una digna morada para todos, como trabajando para vivir guiados por los auténticos valores que distinguen a los hijos de Dios.
3. Marcos 6,53-56. La tirantez entre Jesús y los fariseos -de nuevo hay algunos que han venido de la capital, Jerusalén- es esta vez por la cuestión de lavarse o no las manos antes de comer. Ciertamente un tema que a nosotros no nos parece demasiado importante, pero que le sirve a Jesús para dar consignas de conducta a sus seguidores. Jesús fustiga una vez más el excesivo legalismo de algunos letrados. Del episodio de las manos limpias pasa a otros que a él le parecen más graves. Porque a base de interpretaciones caprichosas, llegan a anular el mandamiento de Dios (que si es importante) con la excusa de tradiciones o normas humanas: «Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres». El ejemplo del cuarto mandamiento que aduce Jesús es muy aleccionador. Dios quiere que honremos al padre y a la madre, y que lo hagamos en concreto, ayudándoles también materialmente. Pero se ve que algunos no lo cumplían, bajo el pretexto de que los bienes con los que podrían ayudar a sus padres los ofrecían como una limosna al templo -que resultaba bastante más sencilla, el famoso «corbán», una módica ofrenda sagrada- y con ello se consideraban dispensados de ayudar a sus padres, cosa que evidentemente era más difícil y continuado. Pero Dios, más que los sacrificios que le podamos ofrecer a él, lo que quiere es que ayudemos a los padres en su necesidad.
Todos podemos tener algo de fariseos en nuestra conducta. Por ejemplo si somos dados al formalismo exterior, dando más importancia a las prácticas externas que a la fe interior. O si damos prioridad a normas humanas, a veces insignificantes incluso tramposas, por encima de la caridad o de la justicia. Tal vez nosotros no seremos capaces de perder el humor o la caridad por cuestiones tan nimias como el lavarse o no las manos antes de comer. Ni tampoco recurriremos a lo de la ofrenda al Templo para dejar de ayudar a nuestros padres o al prójimo necesitado. Pero ¿cuáles son las trampas o excusas equivalentes a que echamos mano para salirnos con la nuestra?, ¿tenemos también nosotros la tendencia a aferrarnos a la letra y descuidar el espíritu? ¿en qué nos escudamos para disimular nuestra pereza o para inhibirnos de la caridad o la justicia? Seria muy triste que mereciéramos nosotros el fuerte reproche de Jesús: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mi». El concilio Vaticano II llegó a decir que «la separación entre la fe que profesan y la vida cotidiana de muchos debe ser considerada como uno de los errores más graves de nuestro tiempo» (Gaudium et Spes 43, que cita este pasaje de Marcos 7). Hoy contemplamos cómo algunas tradiciones tardías de los maestros de la Ley habían manipulado el sentido puro del cuarto mandamiento de la Ley de Dios. Aquellos escribas enseñaban que los hijos que ofrecían dinero y bienes para el Templo hacían lo mejor. Según esta enseñanza, sucedía que los padres ya no podían pedir ni disponer de estos bienes. Los hijos formados en esta conciencia errónea creían haber cumplido así el cuarto mandamiento, incluso haberlo cumplido de la mejor manera. Pero, de hecho, se trataba de un engaño.
«¡Qué bien violáis el mandamiento de Dios, para conservar vuestra tradición!» (Mc 7,9): Jesucristo es el intérprete auténtico de la Ley; por eso explica el justo sentido del cuarto mandamiento, deshaciendo el lamentable error del fanatismo judío. «Moisés dijo: ‘Honra a tu padre y a tu madre’» (Mc 7,10): el cuarto mandamiento recuerda a los hijos las responsabilidades que tienen con los padres. Tanto como puedan, les han de prestar ayuda material y moral durante los años de la vejez y durante las épocas de enfermedad, soledad o angustia. Jesús recuerda este deber de gratitud. El respeto hacia los padres (piedad filial) está hecho de la gratitud que les debemos por el don de la vida y por los trabajos que han realizado con esfuerzo en sus hijos, para que éstos pudieran crecer en edad, sabiduría y gracia. «Honra a tu padre con todo el corazón, y no te olvides de los dolores de tu madre. Recuerda que por ellos has nacido. ¿Qué les darás a cambio de lo que han hecho por ti?» (Sir 7,27-28).
El Señor glorifica al padre en sus hijos, y en ellos confirma el derecho de la madre. Quien honra al padre expía los pecados; quien glorifica a la madre es como quien reúne un tesoro (cf. Sir 3,2-6). Todos estos y otros consejos son una luz clara para nuestra vida en relación con nuestros padres. Pidamos al Señor la gracia para que no nos falte nunca el verdadero amor que debemos a los padres y sepamos, con el ejemplo, transmitir al prójimo esta dulce “obligación” (Iñaki Ballbé).
San Clemente de Alejandría (150-215) en El Pedagogo III 89,94,98 nos habla de esta ley nueva inscrita en el corazón de los hombres: “Tenemos el decálogo, dado por Moisés...y todo lo que nos recomienda la lectura de los libros santos. “Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien. Buscad el derecho, proteged al oprimido, socorred al huérfano, defended a la viuda. Luego venid discutamos –dice el Señor-.”(Is 1,16-18)... También tenemos las leyes del Verbo, las palabras de exhortación escritas no sobre tablas de piedra por el dedo del Señor (Ex 24,12) sino inscritas en el corazón del hombre (2Cor 3,3)... Ahora bien, las tablas de los corazones duros serán quebradas (Ex 32,19; la fe de los pequeñuelos imprime sus huellas en los corazones dóciles... Estas dos leyes le han servido al Verbo en la pedagogía de la humanidad, primero por boca de Moisés, luego por la de los apóstoles...
Nos hace falta un maestro para explicar estas palabras sagradas...Él nos enseñará la palabra de Dios. La escuela es la Iglesia; nuestro único Maestro es el Esposo, la buena voluntad de un Padre bueno, sabiduría primordial, santidad del conocimiento. “El ha muerto por nuestros pecados.” (1Jn 2,2) Él cura nuestros cuerpos y nuestras almas, cura al hombre en su totalidad, él, Jesús que “ha muerto por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino por los del mundo entero. Sabemos que conocemos a Dios, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo lo conozco, pero no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él.” (1Jn 2,3-4)
Como alumnos de esta divina pedagogía ¡embellezcamos el rostro de la Iglesia y corramos como niños pequeños hacia esta madre llena de bondad. Hagámonos oyentes del Verbo; glorifiquemos la divina providencia que nos conduce por medio de este Pedagogo y nos santifica para ser hijo de Dios!” Llucià Pou Sabaté

lunes, 7 de febrero de 2011

5ª semana, lunes. En la creación, « vio Dios que era bueno», pero luego llegó el pecado, y Jesús proclamaba el Evangelio del Reino y curaba a la gente


5ª semana, lunes. En la creación, « vio Dios que era bueno», pero luego llegó el pecado, y Jesús proclamaba el Evangelio del Reino y curaba a la gente de toda enfermedad: «Los que lo tocaban se ponían sanos».

Génesis 1, 1-19: Al principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era una soledad caótica y las tinieblas cubrían el abismo, mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas. Y dijo Dios: "Que exista la luz". Y la luz existió. Vio Dios que la luz era buena y la separó de las tinieblas. A la luz la llamó día y a las tinieblas noche. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día primero.
Y dijo Dios: "Que haya un firmamento entre las aguas para separar unas aguas de otras". Y así fue. Hizo Dios el firmamento y separó las aguas que hay debajo, de las que hay encima de él. Al firmamento Dios lo llamó cielo. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día segundo.
Y dijo Dios: "Que las aguas que están bajo los cielos se reúnan en un solo lugar, y aparezca lo seco". Y así fue. A lo seco lo llamó Dios tierra y a la acumulación de las aguas la llamó mares. Y vio Dios que era bueno.
Y dijo Dios: "Produzca la tierra vegetación: plantas con semilla y árboles frutales que den en la tierra frutos con semilla de su especie". Y así fue. Brotó de la tierra vegetación: plantas con semilla de su especie y árboles frutales que dan fruto con semilla de su especie. Y vio Dios que era bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día tercero.
Y dijo Dios: "Que haya lumbreras en el firmamento celeste para separar el día de la noche, y sirvan de señales para distinguir las estaciones, los días y los años; que brillen en el firmamento para iluminar la tierra. Y así fue. Hizo Dios dos lumbreras grandes, la mayor para regir el día y la menor para regir la noche, y también las estrellas; y las puso en el firmamento para iluminar la tierra, para regir el día y la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y vio Dios que era bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día cuarto.

Salmo 103, 1-2a.5-6.10.12.24 y 35c: Bendice al Señor, alma mía.
Bendice al Señor, alma mía: ¡Señor, Dios mío, qué grande eres! Vestido de majestad y de esplendor, envuelto en tu manto de luz.
Afirmaste la tierra sobre sus cimientos y permanecerá inconmovible para siempre; le pusiste el océano como vestido y las aguas cubrían las montañas.
De los manantiales sacas los ríos, que corren entre las montañas; en sus riberas anidan las aves del cielo, que dejan oír su canto entre las ramas.
¡Cuántas son tus obras, Señor! Todas las hiciste con sabiduría, la tierra está llena de tus criaturas.

Evangelio según san Marcos 6, 53-56: En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos terminaron la travesía del lago, y tocaron tierra en Genesaret. Pero al desembarcar algunos lo reconocieron. Recorrieron toda aquella región y comenzaron a traer a los enfermos en camillas adonde oían decir que se encontraba Jesús. Cuando llegaba a cualquier ciudad, pueblo o aldea, colocaban en la plaza a los enfermos y le pedían que les dejara tocar siquiera el borde de su manto; y todos los que lo tocaban quedaban sanos.

Comentario: 1. Después de un mes con la carta a los Hebreos, pasamos al AT y escuchamos el Génesis, esta vez sólo en su primera parte, los primeros once capítulos, el origen del mundo y la humanidad, hasta Babel. Los capítulos 12 al 50, con la historia de Abrahán, Isaac, Jacob y José, serán nuestra lectura más tarde, en las semanas 12 a 14 del Tiempo Ordinario. El Génesis no es un libro científico. O sea, no nos cuenta la historia exacta de la evolución del cosmos hasta llegar a su situación actual. Es un libro que intenta responder a los grandes interrogantes que Israel se ha hecho en varios períodos de su historia: cuál es el origen del mundo, de la vida, del hombre. Interpreta la historia desde el prisma religioso, que es la base de toda la Biblia: Dios es trascendente, el creador de lo que existe, sobre todo de la vida y de la humanidad, todo lo ha hecho bien y tiene un plan de salvación que empieza en la creación, llega a su plenitud al enviarnos a su Hijo como Salvador universal y tiene como meta los cielos nuevos y la tierra nueva al final de los tiempos. El Génesis nos cuenta todo esto utilizando géneros literarios populares y poéticos, que expresan el trasfondo histórico por medio de cuentos, relatos, mitos y leyendas, a los que su autor extrae un valor religioso para que nos ayude en nuestro camino. Por ejemplo, nos dice que la creación se hizo «en siete días» y que al final, «Dios descansó». Es una manera popular y antropomórfica de describir un proceso cuyos detalles científicos no interesan al autor y de paso justificar la institución de la semana y el descanso del sábado. La Biblia no nos quiere enseñar técnicamente cómo surgieron las diversas especies de animales, o el hombre y la mujer: lo de la arcilla para Adán y la costilla para Eva son evidentemente géneros literarios sin pretensiones de exactitud biológica. Lo mismo pasa con el origen de los astros. La Biblia no quiere decirnos tanto cómo se hizo el cielo, sino cómo se va al cielo, en frase atribuida a Galileo. No nos da lecciones de cosmología, sino que nos invita a entonar un himno de alabanza a las grandezas de Dios creador. Los estudiosos notan en los libros del Pentateuco (los «cinco libros» atribuidos a Moisés: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio) la mezcla de varias «versiones» o tradiciones, cada una con sus fuentes y sus tendencias: sobre todo la yahvista y la sacerdotal. La primera, la tradición yahvista, fue escrita en el siglo X antes de Cristo, en tiempos del rey Salomón. La segunda, la sacerdotal, es más reciente, del siglo VI, en tiempos del destierro. El libro actual del Génesis es una mezcla de ambas. Hoy leemos el principio de todo. Cómo Dios pone orden en el caos inicial, pensando en el hombre y su bien. El primer día separa la luz de las tinieblas. El segundo, las aguas superiores y las inferiores. El tercero, la tierra de los mares. El cuarto, el día y la noche. Siempre, después de la «jornada» en que sucede, se afirma que «vio Dios que era bueno».
El estudio sobre el origen del cosmos está de plena actualidad. Las hipótesis se suceden unas a otras, más o menos en la línea del «big bang», la gran explosión que habría sucedido al inicio de todo desde la materia concentrada. También sobre el origen y la antigüedad de la vida en nuestro planeta se siguen ofreciendo teorías y pruebas más o menos aceptadas. Lo que iremos leyendo en el Génesis es perfectamente compatible con estos esfuerzos científicos. Porque aquí el autor sagrado -un redactor «sacerdotal» que escribe después del destierro- sólo nos dice que en el origen de todo está Dios, su voluntad creadora, comunicadora, llena de sabiduría y amor. Y lo dice según el lenguaje y la cosmovisión propios de su época. En la plegaria eucarística IV el sacerdote alaba así a Dios: «Te alabamos, Padre, porque eres grande, porque hiciste todas las cosas con sabiduría y amor». Podría haber añadido «y con humor», porque en verdad, tanto el macrocosmos como el microcosmos, desde los astros hasta los más pequeños animalitos y flores, están llenos de belleza y detalles sorprendentes. Tenemos que escuchar estas páginas con la intención poética y religiosa del que las escribió. Dios crea. Es lo suyo, comunicar el ser, comunicar su vida y su felicidad. Dios empieza su aventura de la creación, su historia con el hombre. «Hiciste todas las cosas para colmarlas de tus bendiciones» (de nuevo la plegaria eucarística IV). Y lo hace bien, para que el hombre encuentre un mundo armónico, hermoso, capaz de darle felicidad: la luz, el agua, el dÍa y la noche. Tendríamos que refrescar nuestra capacidad de asombro y admiración por las cosas que nos ha regalado Dios en este mundo en que vivimos. Deberíamos ser todos de alguna manera ecologistas, admiradores y conservadores de esta naturaleza para bien de todos. El salmo nos ayuda a esta oración contemplativa: «Dios mío, qué grande eres. Te vistes de belleza y majestad... Asentaste la tierra sobre sus cimientos... de los manantiales sacas los ríos... Cuántas son tus obras, Señor, y todas las hiciste con sabiduría».
En la Colecta de hoy oramos: “Padre santo todopoderoso, protector de los que en ti confían; ten misericordia de nosotros y enséñanos a usar con sabiduría de los bienes de la tierra, a fin de que no nos impidan alcanzar los del cielo”. En la primera página de la Sagrada Escritura nos describe con sencillez y grandiosidad la creación del mundo; y vio Dios que era bueno todo cuanto salía de sus manos. Después, coronando todo cuanto había hecho, creó al hombre, y lo hizo a su imagen y semejanza. Y la misma Escritura nos enseña que lo enriqueció de dones y privilegios sobrenaturales, destinándolo a una felicidad inefable y eterna. Nos revela también que de Adán y Eva proceden los demás hombres, y, aunque estos se alejaron de su Creador, Dios no dejó de considerarlos como hijos y los destinó de nuevo a su amistad. La voluntad divina dispuso que la criatura humana participara en la conservación y propagación del género humano, que poblara la tierra y la sometiera, dominando sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre los ganados y sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra.
El Señor quiso también que las relaciones entre los hombres no se limitaran a un trato de vecindad ocasional y pasajero, sino que constituyeran vínculos más fuertes y duraderos, que vinieran a ser los cimientos de la vida en sociedad. El hombre buscará ayuda para todo aquello que la necesidad y el decoro de la vida exigen, pues la Providencia divina ordenó su naturaleza de tal modo que naciera inclinado a asociarse y unirse a otros, en la sociedad doméstica y en la sociedad civil, que le proporciona lo necesario para la vida. El Concilio Vaticano II nos recuerda que “el hombre, por su íntima naturaleza, es un ser social, y no puede vivir ni desarrollar sus cualidades sin relacionarse con los demás”. “La sociedad es un medio natural que el hombre puede y debe usar para obtener su fin”: es el ámbito ordinario en el que Dios quiere que nos santifiquemos y le sirvamos. Vivir en sociedad nos facilita los medios materiales y espirituales necesarios para desarrollar la vida humana y la sobrenatural. Esta convivencia es fuente de bienes, pero también de obligaciones en las diversas esferas en las que tiene lugar nuestra existencia: familia, sociedad civil, vecindad, trabajo... Estas obligaciones revisten un carácter moral por la relación del hombre a su último fin, Dios. Su observancia o su incumplimiento nos acerca o nos separa del Señor. Son materia del examen de conciencia. Dios nos llama a la convivencia, a aportar con sencillez lo que esté en nuestras manos –poco o mucho– para el bien de todos. Examinemos hoy en este rato de oración si vivimos abiertos a los demás, pero particularmente a quienes el Señor ha puesto más cerca de nuestra existencia. Pensemos si estamos de ordinario disponibles, si cumplimos ejemplarmente los deberes familiares y sociales, si pedimos con frecuencia luz al Señor para saber lo que hemos de hacer en cualquier oportunidad y llevarlo a cabo con entereza, con valentía, con espíritu de sacrificio. Preguntémonos muchas veces: ¿qué puedo hacer por los demás?, ¿qué palabras puedo decirles que sean alivio y ayuda? “La vida pasa. Nos cruzamos con la gente en los variadísimos senderos o avenidas del vivir humano. Cuánto queda por hacer... ¿Y por decir? (...). Cierto que primero hay que hacer (cfr. Hech 1, 1); pero luego hay que decir: cada oído, cada corazón, cada mente, tienen su momento, su voz amiga que puede despertarles de su marasmo y de su tristeza.
“Si se ama a Dios, no puede dejar de sentirse el reproche de los días que pasan, de las gentes (a veces tan cercanas) que pasan... sin que nosotros sepamos hacer lo que hacía falta, decir lo que había que decir” (C. López Pardo). Pidamos mucho a Jesús, que nos ve y nos oye, no caminar nunca de espaldas e indiferentes a quienes están a nuestro lado por tantas diversas razones: de parentesco, amistad, trabajo, ciudadanía...
Esta solidaridad y dependencia mutua de unos hombres con otros, nacida por voluntad divina, fue sanada y fortalecida por Jesucristo al asumir la naturaleza humana en el momento de su Encarnación, y al redimir a todo el género humano en la Cruz. Este es el nuevo título de unidad: haber sido constituidos hijos de Dios y hermanos de los hombres. Así debemos tratar a todo el que encontremos cada día en nuestro caminar. “Tal vez se trate de un hijo de Dios ignorante de su grandeza, acaso en rebeldía contra su Padre. Mas en todos, aun en el más deforme, rebelde o alejado de lo divino, hay un destello de la grandeza de Dios (...). Si sabemos mirar, estamos rodeados de reyes a quienes hemos de ayudar a descubrir las raíces ¡y las exigencias! de su señorío” (C. López Pardo).
Además, la noche antes de la Pasión nos dejó el Señor un mandamiento nuevo, para superar, si fuera necesario heroicamente, los agravios, el rencor..., y todo lo que es causa de separación. Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros, como Yo os he amado, es decir, sin límites, y sin que nada sirva de excusa para la indiferencia. Así, nuestra vida está llena de poderosas razones para convivir en sociedad, la cual, al ser más cristiana por nuestras obras, se vuelve más humana. No somos los hombres como granos de arena, sueltos y desligados unos de otros, sino que, por el contrario, estamos relacionados mutuamente por vínculos naturales, y los cristianos, además, por vínculos sobrenaturales.
Parte importante de la moral son los deberes que hacen referencia al bien común de todos los hombres, de la patria en la que vivimos, de la empresa en que trabajamos, de la vecindad de la que formamos parte, de la familia que es objeto de nuestros desvelos, sea cual sea el puesto que en ella ocupemos. No es cristiano, ni humano, considerar estos deberes solo en la medida en que personalmente nos son útiles o nos causan un perjuicio. Dios nos espera en el empeño, según nuestras posibilidades, por mejorar la sociedad y los hombres que la componen.
La dimensión apostólica y fraterna es, por querer divino, tan esencial al hombre que no puede concebirse una orientación a Dios que prescinda de los lazos que unen a cada persona con aquellos con quienes convive o se relaciona. No agradaríamos a Dios si, de algún modo, hay despego de quienes están a nuestro alrededor, si dejamos de ejercitar las virtudes cívicas y sociales. “Hay que reconocer a Cristo, que nos sale al encuentro, en nuestros hermanos los hombres. Ninguna vida humana es una vida aislada, sino que se entrelaza con otras vidas. Ninguna persona es un verso suelto, sino que formamos todos parte de un mismo poema divino, que Dios escribe con el concurso de nuestra libertad”.
Examinemos hoy, en la oración personal, cómo estamos contribuyendo al bien común de todos, si somos ejemplares en aquello que se relaciona con los deberes sociales y cívicos (cumplimiento de las leyes de tráfico, tributos justos, participación en asociaciones, ejercicio del derecho al voto...), si tenemos en cuenta que necesitamos de los demás y los demás de nosotros, si nos sentimos corresponsables de la conducta moral de los otros, si procuramos superar sin rodeos aquello que puede ser causa de separación, o al menos que no es ayuda para la convivencia.
El desarrollo de la sociedad tiene lugar gracias a la contribución de sus miembros, cada uno de los cuales aporta lo que le es propio, aquellos dones que recibió del Señor y que incrementó con su inteligencia, la ayuda de la sociedad y la gracia de Dios. Estos bienes y dones nos fueron dados para el desarrollo de la propia personalidad y para lograr el fin último; pero también para servicio del prójimo. Es más, no podríamos alcanzar el fin personal si no es contribuyendo al bien de todos.
Por no estar el desarrollo de la sociedad al margen de los planes del Señor, el concurso personal de cada uno al bien común reviste el carácter de una ineludible obligación moral. “La vida social no es para el hombre sobrecarga accidental. Por ello, a través del trato con los demás, de la reciprocidad de servicios, del diálogo con los hermanos, la vida social engrandece al hombre en todas sus cualidades y le capacita para responder a su vocación” (Gaudium et spes 25). Unas obligaciones son de estricta justicia en sus diversas formas; otras son exigencias de la caridad, que va más allá de dar a cada uno lo que estrictamente le corresponde. Unas y otras se cumplen cada vez que contribuimos al bien de todos, para que la sociedad en la que vivimos sea cada vez más humana y cristiana, por ejemplo, “ayudando y promoviendo a las instituciones, públicas y privadas, que sirven para mejorar las condiciones de vida del hombre” (id 30): fundaciones, obras de caridad y de formación, de cultura, publicaciones de sana doctrina, etc. Pues “hay quienes profesan amplias y generosas opiniones, pero en realidad viven siempre como si nunca tuvieran cuidado alguno de las necesidades sociales. No solo esto; en varios países son muchos los que menosprecian las leyes y las normas sociales” (id), y viven entonces de espaldas a sus hermanos los hombres y de espaldas a Dios.
Pensemos junto al Señor en quienes nos rodean. ¿Contribuyo según mis posibilidades al fomento del bien común: dedicando tiempo a instituciones y obras en bien de la sociedad, colaborando económicamente, apoyando iniciativas en favor de los demás, particularmente de los más necesitados? ¿Cumplo fielmente las obligaciones que se derivan de vivir en sociedad: ruidos, limpieza...? ¿Cultivo las virtudes de convivencia –afabilidad, gratitud, optimismo, puntualidad, orden...– en mi ámbito familiar? ¿Me mueve habitualmente el afán de servir a los demás, aunque sea en cosas muy pequeñas? (F. Fernández Carvajal). Por eso la oración de hoy pide encontrar a Dios en medio de las cosas buenas del mundo.
"En el principio ya existía la Palabra" (Jn 1, 1). El relato sacerdotal con que se abre el libro del Génesis es un buen testimonio de los conocimientos científicos de la época en que fue escrito. La visión del cosmos que se desprende del relato pertenece al fondo común de la Antigüedad. La tierra ocupa el centro cósmico como un disco rodeado por el mar y colocado sobre las aguas primordiales; encima, la bóveda celeste separa las aguas que hay debajo de ella de las aguas que hay encima. Pero el relato es mucho más que una antología del saber de los sacerdotes que lo escribieron: hace una reflexión teológica sobre el origen del mundo y la existencia del hombre. En primer lugar, define con términos vigorosos la esencia de la creación: el universo no es de naturaleza divina: es mero producto de la voluntad personal de Dios. En efecto, la creación vio la luz y se mantiene en el ser por gracia de la Palabra. Por otra parte, los primeros versículos subrayan la extrema precariedad del mundo creado, totalmente rodeado por lo informe, que puede absorberlo en cualquier momento. Esta afirmación fundamental tiene unas consecuencias escatológicas importantes: lo que en realidad sugiere es que el mundo está sometido a la jurisdicción de la Palabra, que lo mantiene en la existencia.
La descripción de las etapas sucesivas de la creación es igualmente rica en enseñanzas. La primera conclusión señala el papel de la luz, elemento privilegiado de la creación; sin ella, todo vuelve a la oscuridad y, por consiguiente, al caos. La introducción de la bóveda celeste en el relato es también muy sugerente, pues ha conservado el vestigio de las dos concepciones que se reparten el relato, la primera de las cuales habla de una creación por la Palabra; la otra -más arcaica, sin duda- presenta a Dios como algo parecido a un chapista que hubiera trabajado el metal de la bóveda a golpe de martillo (v. 7: "Hizo Dios una bóveda"). En cuanto a la creación de los vegetales, esta segunda concepción llama la atención sobre la participación de la tierra en el acto creador (v. 12: "La tierra brotó hierba verde...").
Por último, están los astros. Un análisis detallado mostraría que el autor modificó su fuente para situar la creación de los astros en el día cuarto, o sea, el miércoles, que es el primer día del año en el calendario sacerdotal. En efecto, la misión de los astros era presidir las fiestas, los días y los años, y no regir el destino personal de los individuos, como admitía el pensamiento común de la Antigüedad. Hay, pues, en el relato sacerdotal una voluntad deliberada de rebajar la importancia de los astros; éstos no son más que unas "lumbreras", humildes servidores. La Biblia no contemporiza con los mercaderes de horóscopos (“Dios cada día”, Sal terrae).
No hay problema sobre la falta de concordancia entre la verdad mítica (la historia que nos presenta este pasaje, ropaje literario para mostrar la verdad religiosa) y lo que nos dicen las ciencias, pues como dice Agustín: "No se lee en el Evangelio que el Señor haya dicho; os mando el Paráclito que os enseñará cómo camina el sol y la luna. Pues quería hacer cristianos, no matemáticos". Y al parecer fue Galileo quien dijo comentando esas palabras, muy agudamente: "El Espíritu Santo en la Escritura no nos enseña cómo va el cielo, sino cómo se va al cielo". Las verdades religiosas que nos enseña:
a) que en última instancia Dios es creador y Señor de todas las cosas;
b) que este poder omnipotente de Dios no es una fuerza ciega y caótica, sino que obra a impulso de la Palabra de Dios, que, a su vez, es expresión de la inteligencia y sabiduría divinas, que se manifiestan en el orden y distinción de los seres creados;
c) que toda criatura, por ser obra de Dios es buena, ya que ha sido creada conforme a la idea ordenadora de la inteligencia divina;
d) que los astros no son algo divino, sino que se mueven porque Dios determinó su curso y son un mero instrumento al servicio del hombre, por lo tanto, no ejercen influencia sobre su destino personal.
El hombre se ha preguntado siempre por "el principio". Esa pregunta inocente de todas los niños: ¿qué fue antes el huevo o la gallina? Se la hace continuamente el hombre respecto de sus cosas y de su mundo. También el pueblo de Dios, el antiguo Israel, se hacía esa pregunta respecto de su "principio" como pueblo e interpretando las tradiciones heredadas descubre que fue Dios el principio salvador de su pueblo, que le hizo salir de Egipto, con mano poderosa y brazo extendida, y conduciéndole a través del desierto, librándole de todos los peligros, le hizo entrar en la tierra prometida.
-Todos los seres, fuera de Dios, han sido creados. Todos son distintos de El. Todos son radicalmente dependientes. Dependientes en aquello que tienen de más interno, que es el propio ser, raíz de toda actividad. "¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste ¿de qué te glorías como si no lo hubieras recibido? 1Co 4, 7.
-Ningún ser puede presentar derechos ante Dios. Cada uno tendrá aquello que Dios ha pensado para él. Dios no hace injusticia a nadie.
-Todos los seres creados son buenos. Todos salen de sus manos hechos una maravilla. Dios lo hace todo bien.
-Todos los seres creados están al servicio del hombre. Ninguno debe esclavizar al hombre. Ninguno debe ser adorado por el hombre.
-La primera característica de la acción creadora de Dios es su plena "gratuidad". La iniciativa de la creación es pura y exclusivamente de Dios. Nada de lo creado ha influido en El para venir a la existencia. Sólo el amor de Dios ha realizado esta maravilla. Sólo el querer de Dios ha dado ser y vida al mundo y al hombre.
-La creación lleva el sello del creador. A través de lo creado, el hombre puede llegar a Dios. En las obras de las manos de Dios se descubren sus huellas. Su contemplación nos ayuda a descubrir quién es y también cómo es Dios. Rm 1, 19-22
-El conocimiento de la creación suscita en el hombre la admiración y la alabanza, por la bondad de Dios.
¡Oh bosques y espesuras, / plantadas por la mano del Amado! / ¡Oh prado de verduras / de flores esmaltado! / decid si por vosotros ha pasado.
Mil gracias derramando, / pasó por estos sotos con presura. / Y, yéndolos mirando, / con sólo su figura, / vestidos los dejó de su hermosura (San Juan de la Cruz, Cántico espiritual)
Fray Diego de Estella (s. XVI) a su vez dice: "Todas tus criaturas me dicen, Señor, que te ame y en cada una de ellas veo una lengua que publica tu bondad y grandeza. La hermosura de los cielos, la claridad del sol y de la luna, la refulgencia de las estrellas, las corrientes de las aguas, las verduras de los campos, la diversidad de las flores, variedad de colores y todo cuanto tus divinas manos fabricaron, ¡oh Dios de mi corazón y esposo de mi alma! me dicen que te ame.
Todo cuanto veo me convida con tu amor, y me reprende cuando no te amo. No puedo abrir mis ojos sin ver predicadores de tu muy alta sabiduría, ni puedo abrir mis oídos, sin oír pregoneros de tu bondad, porque todo lo que hiciste me dice, Señor, quién eres. Todas las cosas criadas, primero enseñan el amor del criador que el don".
2. El salmo sigue cantando que Dios todo lo hizo bueno, pero es necesario que Jesús venga a curar las heridas que se causarán en esta creación. San Gregorio Magno (540-604) en su comentario al salmo 50 decía: “Todos los que le tocaban quedaban curados”… “Imaginémonos en nuestro interior a un herido grave, de tal forma que está a punto de expirar. La herida del alma es el pecado del que la Escritura habla en los siguientes términos: “Todo son heridas, golpes, llagas en carne viva, que no han sido curadas ni vendadas, ni aliviadas con aceite.” (Is 1,6) ¡Reconoce dentro de ti a tu médico, tú que estás herido, y descúbrele las heridas de tus pecados! ¡Que oiga los gemidos de tu corazón, él para quien todo pensamiento secreto queda manifiesto! ¡Que tus lágrimas le conmuevan! ¡Incluso insiste hasta la testarudez en tu petición! ¡Que le alcancen los suspiros más hondos de tu corazón! ¡Que lleguen tus dolores a conmoverle para que te diga también a ti: ”El Señor ha perdonado tu pecado.” (2Sm 12,13) Grita con David, mira lo que dice: “Misericordia Dios mío....por tu inmensa compasión” (Sal 50,3).
Es como si dijera: estoy en peligro grave a causa de una terrible herida que ningún médico puede curar si no viene en mi ayuda el médico todopoderoso. Para este médico nada es incurable. Cuida gratuitamente. Con una sola palabra restituye la salud. Yo desesperaría de mi herida si no pusiera, de antemano, mi confianza en el Todopoderoso”.
3.- Mc 6,53-56. El evangelio de hoy es como un resumen de una de las actividades que más tiempo ocupaba a Jesús: la atención a los enfermos. Son continuas las noticias que el evangelio nos da sobre cómo Jesús atendía a todos y nunca dejaba sin su ayuda a los que veía sufrir de enfermedades corporales, psíquicas o espirituales. Curaba y perdonaba, liberando a la persona humana de todos sus males. En verdad «pasó haciendo el bien». Como se nos dice hoy, «los que lo tocaban se ponían sanos». No es extraño que le busquen y le sigan por todas partes, aunque pretenda despistarles atravesando el lago con rumbo desconocido.
La comunidad eclesial recibió el encargo de Jesús de que, a la vez que anunciaba la Buena Noticia de la salvación, curara a los enfermos. Así lo hicieron los discípulos ya desde sus primeras salidas apostólicas en tiempos de Jesús: predicaban y curaban. La Iglesia hace dos mil años que evangeliza este mundo y le predica la reconciliación con Dios y, como hacia Jesús. Todo ello lo manifiesta de un modo concreto también cuidando de los enfermos y los marginados. Esta servicialidad concreta ha hecho siempre creíble su evangelización, que es su misión fundamental. Un cristiano que quiere seguir a su Maestro no puede descuidar esta faceta: ¿cómo atendemos a los ancianos, a los débiles, a los enfermos, a los que están marginados en la sociedad? Los que participamos con frecuencia en la Eucaristía no podemos olvidar que comulgamos con el Jesús que está al servicio de todos, «mi Cuerpo, entregado por vosotros», y por tanto, también nosotros debemos ser luego, en la vida, «entregados por los demás». De modo particular por aquellos por los que Jesús mostró siempre su preferencia, los pobres, los débiles, los niños, los enfermos. Sería bueno que leyéramos los números 1503-1505 del Catecismo de la Iglesia que tratan de «Cristo, médico», y los números 1506-1510 sobre «sanad a los enfermos», el encargo que Jesús dio a los suyos para con los enfermos: la asistencia humana, la oración, y de modo particular el sacramento propio de los cristianos enfermos: la Unción.
El milagro de la multiplicación de los panes, que acaba de producirse ha suscitado el entusiasmo popular. Da la impresión de que "Jesús y sus discípulos" están jugando al escondite con la muchedumbre: tratan de huir atravesando el lago, en un sentido o en otro. Pero cada vez la muchedumbre les encuentra. Jesús y sus discípulos no pueden escapar de las gentes. Es necesario ocuparse de ellas: el descanso será para más tarde. Repensemos el hecho: vienen de la misión, necesitan de un lugar tranquilo, atraviesan el lago: la muchedumbre está ahí. Se las arreglan para salir desapercibidos (Mc 6, 45). ¡Es inútil! la gente los ha alcanzado de nuevo. Señor, danos tu disponibilidad.
-Adonde quiera que llegaba, en las aldeas, ciudades o granjas, colocaban a los enfermos en las plazas y le rogaban que les permitiera tocar siquiera la orla de su vestido. Y cuantos le tocaban quedaban sanos.
La "enfermedad"... En nuestros días la curación de las enfermedades corresponde a la ciencia médica. Pero los antiguos, en todas las civilizaciones del mundo, dieron a la enfermedad y a la curación una significación religiosa. Se recurría a Dios para ser curado... mientras que hoy la primera reacción es llamar al médico. Y esto esta bien. El hombre con la inteligencia que Dios le ha dado, debe combatir el mal: ayudar, cuidar, sanar, sigue siendo un "don de Dios", si bien pasa por las manos, la inteligencia y el corazón de los hombres. Médicos y enfermeras... maravillosa vocación al servicio de la humanidad.
Sí, la enfermedad y los sufrimientos que la acompañan, sitúan al hombre en una terrible inseguridad: simbolizan la fragilidad de la condición humana, sometida a riesgos inesperados e imprevisibles. La enfermedad contradice el deseo de absoluto y de solidez, que todos tenemos: y es por ello que la enfermedad guarda siempre una significación religiosa, aun para el hombre moderno.
De esta inseguridad radical, los médicos no pueden curarnos. Sólo Jesús puede hacerlo, por la fe, en cuanto esperamos la curación definitiva en el más allá (Noel Quesson).
Los genios son genios no por lo que producen, sino por lo que proyectan, por lo que reparten. Un genio no es un hombre que tiene el alma muy grande, sino un hombre de cuya alma podemos alimentarnos. En los santos la cosa es aún más clara: son santos porque no se reservaron nada para sí, sino que se entregaron a todos cuantos les rodeaban. Jesús, que acababa de multiplicar los panes compadeciéndose de la multitud, les da después, a los discípulos, un susto tremendo. Por así decirlo, se trata de una de esas «bromas del Altísimo». Una vez que se les pasó el miedo de haber visto a Jesús caminando sobre las aguas, tocan tierra de nuevo. ¡Qué personalidad la de Cristo! En cuanto bajó de la barca, le reconocieron y corrieron a Él. ¡Es la fuerza de los santos, la fuerza de Dios! Cada tarde, al volver del trabajo, anhelamos encontrar a nuestros seres queridos y disfrutar de la paz del hogar. El esfuerzo cotidiano exige un buen descanso. Jesús no se detuvo a contemplar su cansancio, su fatiga ni siquiera, si estaba o no dentro de su horario de trabajo o si se le pagaría una prima extra. Esta es la verdadera generosidad. Esto es no reservarse nada para sí, sino entregarse a los demás. Le traían enfermos. Deseaban, al menos tocar la orla de sus vestidos para ser curados. A nosotros, Dios no nos pide directamente que curemos enfermos o hagamos todo tipo de milagros. Quizá no esté a nuestro alcance. Pero sí podemos dar una palabra de aliento al compañero de trabajo. Una sonrisa a quienes suben con nosotros en el ascensor. Una atención y un recuerdo en la oración para quien nos pide ayuda por la calle. La alegría y el detalle con nuestra esposa o esposo y nuestros hijos, a pesar de la tensión acumulada en el trabajo. Cosas sencillas pero que, a los ojos de Dios, tienen un valor inmenso. Los genios, los grandes santos, lo han sido a base de estos pequeños pero valiosos actos de amor y generosidad. Y tú, ¿qué esperas para ser feliz? (Xavier Caballero). Llucià Pou Sabaté.

domingo, 6 de febrero de 2011

5ª semana, domingo A. Como Jesús, hemos de dar luz y vida almundo: “vosotros sois la sal de la tierra… vosotros sois la luz del mundo”

5ª semana, domingo A. Como Jesús, hemos de dar luz y vida almundo: “vosotros sois la sal de la tierra… vosotros sois la luz del mundo”

Lectura del Profeta Isaías 58,7-10. Esto dice el Señor: Parte tu pan con el hambriento, / hospeda a los pobres sin techo, / viste al que va desnudo, / y no te cierres a tu propia carne. / Entonces romperá tu luz como la aurora, / en seguida te brotará la carne sana; / te abrirá camino la justicia, / detrás irá la gloria del Señor.
Entonces clamarás al Señor / y te responderá. / Gritarás y te dirá: / «Aquí estoy.»
Cuando destierres de ti la opresión, / el gesto amenazador y la maledicencia, / cuando partas tu pan con el hambriento / y sacies el estómago del indigente, / brillará tu luz en las tinieblas, / tu oscuridad se volverá mediodía.

Sal 111,4-5. 6-7. 8a y 9. R/. El justo brilla en las tinieblas como una luz
En las tinieblas brilla como una luz / el que es justo, clemente y compasivo. / Dichoso el que se apiada y presta / y administra rectamente sus asuntos.
El justo jamás vacilará, / su recuerdo será perpetuo. / No temerá las malas noticias, / su corazón está firme, en el Señor.
Su corazón está seguro, sin temor, / reparte limosna a los pobres, / su caridad es constante, sin falta, / y alzará la frente con dignidad.

Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 2,1-5. Hermanos: Cuando vine a vosotros a anunciaros el testimonio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado. Me presenté a vosotros débil y temeroso; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 5,13-16. En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una vela para meterla debajo del celemín sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.

Comentario: Ser sal, ser luz… ser fuente de vida, alegría, sabor a las comidas, para las vidas del prójimo, el caso de Teresa de Calcuta es un ejemplo de almas que se sienten mediadoras de la única Luz que realmente puede iluminar a los hombres, como es el caso de tantos catequistas, de tantos agentes de la Palabra, de tantos evangelizadores... que se sienten llamados a proclamar la Buena Noticia del Reino de Dios. Todos ellos, y otros muchos, sienten que sus vidas han sido iluminadas por la Luz de Cristo; y saben que su única posibilidad es convertirse en transmisores de esa Luz; la Luz de la esperanza que se mantiene contra toda esperanza, la Luz de la convicción nacida en el corazón de las apariencias adversas, la Luz de la bienaventuranza descubierta en la pobreza o en la persecución, la Luz del Dios Rey encontrada en la cruz en la que muere. Quizás es por eso que muchos, pasando de la paradojas, prefieren una luz "prêt-à-porter" y se encandilan con la primera luz que encuentran: luces de colores, luces de escaparates, luces de escenario, luces artificiales..., con tal que alumbren un poco, ¿qué más da?; pero, a la larga, antes o después, esas luces se debilitan, se apagan, acaban por no iluminar suficientemente al hombre; y entonces el hombre tiene que buscar por otros sitios... Afortunadamente nunca es demasiado tarde para encontrar la Luz de Dios; quien la busca sinceramente y sin querer ponerle condiciones, acaba por encontrarla; quien acepta que esa Luz ilumine su vida para verla con toda claridad, para verla tal y como es, con sus grandezas y sus miserias -porque cuando la Luz de Dios ilumina la vida del hombre, no hay posibilidad de engaño-, acaba por encontrarla. Pero, para que ese encuentro se produzca, hacen falta testigos, hacen falta hombres y mujeres que ya hayan encontrado esa Luz, se dejen inundar por ella y se conviertan en transmisores de esa Luz para los demás.
Hace pocas semanas hemos escuchado al profeta Isaías anunciar que el pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran Luz; y también hemos escuchado al evangelista San Juan lamentarse de que la luz vino a los suyos, pero los suyos no la recibieron. El problema es serio: La Luz se hizo presente en el mundo, pero las tinieblas no se han disipado totalmente; aunque será más exacto decir que las tinieblas no han querido disiparse; las tinieblas han preferido quedarse cómodamente instaladas en sus privilegios, en sus tesoros, en sus cuentas de ahorro, en sus palacios, en su "jet-set", en sus partidos, en sus negocios, en su "beautiful people". Y, sin embargo, las palabras de Jesús siguen sonando, claras y rotundas: "Nosotros somos la sal de la tierra, la luz del mundo". ¿Vamos a responder a las expectativas de Jesús?; ¿vamos a estar a la altura de las circunstancias?; ¿vamos a ser capaces de dar auténtica luz y verdadero sabor al mundo?; ¿vamos a ser capaces de resistir la tentación de volvernos "sal tonta" o "luz fatua"?
Muchos se presentan como la luz de nuestro mundo. No son pocos los que pretenden darse a sí mismos esa condición de sal y luz de los hombres. Políticos con vocación de salvadores, científicos con complejo de creadores; médicos con pretensiones de ser amos y señores de la vida y de la muerte, pensadores que se tienen por conocedores de todos los misterios del hombre, teólogos y hombres de Iglesia que se sienten poseedores y administradores de los misterios de Dios..., todos pretenden saber la verdad sobre todo lo humano y lo divino y, por tanto, creen estar capacitados para iluminar al resto de la humanidad (Luis Gracieta).
Señor, las cosas claras: ni soy sal ni soy luz. En realidad, soy un cristiano rutinario y soso. Como cristiano, ni siquiera ando por mí mismo. Son otros, más militantes los que me tienen que remolcar. Yo dejo que me lleven y, para mayor ironía, tengo la sensación de que les estoy haciendo un favor. Muchas veces, mi cristianismo es tan poco sentido que me aburre. Tú me pides que sirva de ejemplo para que los demás sepan cómo seguirte. Quieres que te siga de forma moderna con un estilo joven y atractivo. La verdad es que, en el fondo me gustaría ser así. Pero me falta motor y me sobra pereza. De todos modos, esta semana, voy a intentar vivir como sal y como luz. Te lo prometo (“Eucaristía 1993”).
1. Is 58,7-10. La primera lectura tiene hoy un especial vigor de concreción del evangelio. Es un no rotundo a la falsa piedad. Es una advertencia muy necesaria, ya que tendemos a establecer una dicotomía entre religión y vida. Convertimos la fe sólo en religión y, quedándonos en ésta, no hay relación con nuestro actuar. Es un hecho fácilmente constatable en nuestra vida personal. Y, socialmente, la reacción también se nota: cuando la predicación insiste en ideas similares a las de la primera lectura, fácilmente se le acusa de tergiversación de la verdad. No es otra cosa que un modo de excusarse o defenderse (cuando la verdad escuece, lo mejor es desprestigiar o destruir al que la proclama). Lo cierto es que el acceso a Dios ("Aquí estoy") es posible únicamente por el amor que se traduce en obras a favor del necesitado. La iluminación tiene lugar cuando el hombre no vive encerrado en sí mismo. Lo importante es "sentir" las necesidades y remediarlas. Quizá los creyentes hablamos mucho, hacemos declaraciones sobre derechos, pero el problema -queramos o no- es nuestra actuación social (sin triunfalismos ridículos y optando por una real eficacia, sin romanticismos). Necesitamos una notable clarificación en este aspecto, especialmente en una situación de deficiente educación social. Pero recordemos que la verdadera religiosidad requiere proyección en la vida. Eso molesta pero es condición para la conversión. En el proceso purificador entran las actitudes descritas por el profeta: compartir el pan, la hospitalidad, la apertura a los necesitados, desterrar toda opresión, desterrar la maledicencia (ancestral en ambientes religiosos): J. Guiteras.
El profeta, sin duda un discípulo del segundo Isaías, que habla a los de Jerusalén poco después del retorno del exilio, queda aquí invitado a interpelar a sus compatriotas. Efectivamente, a la hora de la reconstrucción de Jerusalén después de la catástrofe del destierro, el profeta se encuentra con cuatro dificultades grandes: una, la crisis de esperanza provocada por lo que tarda la salvación; otra, una depravación tenaz como en el culto de los ídolos; la tercera, una división exacerbada por las circunstancias, que lleva al odio entre hermanos; cuarta, un peligro nacido de la circunstancia concreta como es el posible desprecio de los extranjeros, los que se habían establecido en Israel durante el exilio. Por eso, toda reconstrucción debe tener, como uno de sus pilares, la dimensión social: no puede haber fe en el Dios de Israel sin la justicia del país. Principio claro y aplicable a nuestros días. La promesa de Dios es clara: la verdadera restauración vendrá cuando el creyente colabore en la restauración de su hermano. Esto está descrito, al igual que en Is 35,10, como una especie de procesión ritual: la justicia va delante, en medio el que obra según Dios y, al final, la gloria del Señor (v. 8). La disponibilidad de Dios en favor del que obra el bien se convierte en un signo salvador. No hay aquí ningún "quid pro quo"; el Señor hace su obra en favor del hombre sin otro mérito (Ez 36,22.32) que el de la colaboración. No puede quedar estéril la oferta de Dios. Es preciso meterse en el corazón del mundo para, por ese camino, encontrar al Señor (ver evangelio de hoy).
En el versículo 10 se recogen y amplían los mismos temas que en los anteriores versos. Pero aquí se añade un detalle: Dios no "premia" la buena acción: sería demasiado infantil; sino que Dios desata un nuevo proceso de misericordia. Es posible cumplir la alianza cuando haces que la vida del que vive en tu ciudad pueda ser justa y equilibrada. Mensaje para tiempos de fuertes crisis, las de entonces como las de ahora (“Eucaristía 1993”).
2. Salmo 111: Este salmo hacía parte de las ceremonias en que Israel renovaba su Alianza con Dios. Dos veces al año, el día de Pascua y el día de la Fiesta de los Tabernáculos, Israel se comprometía, una vez más a ser fiel a Dios y a su Ley... Una especie de "profesión de fe". Difícilmente podemos imaginarnos en nuestro mundo actual el clima de inseguridad en que vivían los antiguos pueblos. Las relaciones de "Alianza" de los pueblos débiles con sus vecinos poderosos eran entonces cuestiones de vida o muerte. Todas las relaciones inter-ciudades o inter-pueblos estaban regidas por un conjunto complejo de lazos de soberanía y de vasallaje en que el "pequeño" se sometía al más "fuerte" a cambio de la protección que éste le prometía. Los tratados de "Alianzas" hititas son muy conocidos en la historia. Sobre este modelo Israel concibió sus relaciones con Dios.
La realidad de la Alianza tenía entonces una extraordinaria carga de afectividad y seguridad: admirable pensar (¡qué audacia!) que el Todopoderoso se haya aliado "por amor" con el pueblo de Israel. ¡Qué responsabilidad también! El Dios con quien se hacía la Alianza no era un cualquiera, sino el Dios de la vida, el creador de la naturaleza y del hombre, cuyas "Leyes" se debían respetar. Tal es el tema de este salmo 111 anunciado desde los dos primeros versos: "¡Aleluya! ¡Bienaventurado el que teme al Señor y se deleita en su voluntad!". Este salmo 111, como el anterior, es un acróstico, ya que cada uno de los 22 versos comienza con una de las 22 letras del alfabeto hebreo: procedimiento nemotécnico para aprenderlo de memoria y al mismo tiempo procedimiento simbólico para significar la totalidad de la Ley. Esta sujeción literaria impone un cierto desorden en las ideas. No obstante hay que admirar el hecho de que la Ley se resume prácticamente en estos dos amores esenciales: "Amarás al Señor tu Dios... y a tu prójimo..."
A quien cumple estos dos mandamientos se le prometen tres formas de dicha: numerosa posteridad, prosperidad en los negocios materiales, inmunidad contra los ataques de la desgracia, de los malvados, de la mala fortuna... Aquí cabe una observación capital: hay una correspondencia entre los dos salmos que siguen (el 110 y el 111) y que son igualmente alfabéticos. El primero sólo habla de Dios (sujeto de todos los verbos), y el segundo sólo habia del "justo" (sujeto de casi todos los verbos). En esta forma se afirma con vehemencia que el fin de la Alianza entre Dios y el hombre es configurar éste a semejanza de Dios. A este respecto, observemos la audacia de algunas fórmulas, que no pueden ser fruto del azar:
"Su justicia permanecerá para siempre...": se trata de Dios. "Para siempre permanecerá su justicia": se trata del justo. "El Señor es clemente y compasivo...": "Definición de Dios". "El justo es clemente y compasivo...': "Definición del justo".
** La audaz "asimilación " entre Dios y el hombre que se somete a Dios no puede menos de hacernos pensar en Jesús, Hombre Dios, aunque el salmista no lo hiciera, como es obvio. El único "Justo" verdadero es Jesús, el Mesías.
Relacionando este salmo 111 y el Evangelio de San Mateo (5,14), la Iglesia, en el quinto domingo ordinario del año "A" nos invita a meditar precisamente sobre la "participación del hombre en la naturaleza divina", como lo dice también San Pedro (I Pedro 1,4). Jesús, iluminado por este salmo, dijo a sus discípulos: "Ustedes son la luz del mundo" después de haber dicho: "Yo soy la luz del mundo".
Releamos este salmo, poniéndolo en los labios de Jesús. ¿Quién mejor que El, "amó a plenitud la voluntad del Padre"? ¿Quién ha tenido una posteridad igual a la de Jesús? ¿Quién fue un enamorado de la Justicia, la ternura y la piedad? ¿Quién dio a los pobres más que El? ¿Quién fue "luz de los corazones rectos"? ¿Quién fue más "glorificado" que Jesús en su Resurrección? Por lo que hace al Impío, Principe de este mundo, que rechina los dientes ante la derrota, Jesús triunfa sobre él, mediante la Pascua (Juan 16,33), anuncio de la victoria final el Día Escatológico de Dios.
CON NUESTRO TIEMPO *** La búsqueda de la verdadera felicidad. A primera vista parece rudimentaria esta "felicidad" prometida aquí. Sin embargo, el hombre moderno también aspira a una vida de familia feliz, a un cierto éxito en sus empresas, a la tranquilidad de alguien protegido de la desgracia. ¿Por qué hacer algo raro de esas realidades? El hombre del pasado, en particular el judío, consideraba estos logros como un signo de respeto a la naturaleza de las cosas. Estas formas de felicidad no están "prohibidas". Dios no nos prohíbe ser "felices", al contrario, es su deseo que lo seamos: es la primera palabra del salmo y la primera de las Bienaventuranzas. Ahora bien, la felicidad más profunda no está en los "bienes materiales": hay una felicidad que nadie puede arrebatar al justo y es su "justicia" misma... Es decir, la felicidad de "compartir" de cumplir su deber, de " hacer correctamente" sus negocios, a riesgo de pobreza, en un mundo sin conciencia.
Ser un justo. Hay que comprender bien este concepto a riesgo de que degenere en cierto orgullo farisaico. El justo es un hombre "de acuerdo" con Dios, que "corresponde" perfectamente al proyecto del creador... Así como se dice "justo", de un zapato que se acomoda perfectamente al pie, ni demasiado grande ni demasiado pequeño... O del cálculo que es "justo", cuando corresponde a la verdad. Igualmente el hombre, es justo cuando se asemeja a la idea que Dios tiene de él, cuando se modela según Dios. Señor, Tú que eres el Amor, haz que nos asemejemos a Ti. Señor, Tú que eres luz, da a nuestras vidas el brillo de un día de verano. Señor, Tú que eres Santo, haz que busquemos la perfección en toda cosa.
Los dos mandamientos. El Antiguo Testamento, tuvo el gran mérito de unir estrechamente los deberes del hombre "hacia Dios" y los deberes del hombre "hacia el hombre". Jesús también resumió en el "amor" toda la conducta moral humana: "lo que hacéis al más pequeño de los míos, lo hacéis conmigo" (Mateo 25). En este salmo, que habla esencialmente de la Alianza con Dios, vemos ya resaltados los deberes sociales: "El justo jamás vacilará, reparte... a manos llenas, da al pobre...". Sí. Dios es el fiador de la dignidad humana y el promotor de la igualdad entre los hombres (Noel Quesson).
Recojo con atención reverente los rasgos que definen al hombre justo en las páginas de la Biblia y en los versos de este salmo: «El justo teme al Señor, ama de corazón sus mandatos, es clemente y compasivo, reparte limosna a los pobres, su caridad es constante».
La búsqueda de la perfección no ha de ser por necesidad complicada. La santidad está al alcance, y la justicia se encuentra en casa. Amor a los mandatos del Señor y compasión para ayudar al pobre. El sentido común vale aun para la vida espiritual, y la sencillez del buen sentir encuentra atajos donde la razón sofisticada se pierde entre discursos. Basta con ser un hombre bueno. Un hombre justo. El corazón sabe el camino, y la sabiduría elemental del espíritu se apresta a seguirlo con naturalidad. Ahí está el secreto.
A veces pienso que complicamos demasiado la vida espiritual. Cuando pienso en la cantidad de libros espirituales que he leído, cursos que he hecho, métodos que he seguido, prácticas que he adoptado... no puedo menos de sonreírme benévolamente a mí mismo y preguntarme si tenía necesidad de aprobar tantos exámenes para aprender a orar. Y la respuesta que me doy a mí mismo es que todos esos estudios religiosos son muy dignos y útiles, pero pueden también convertirse en obstáculo cuando me pongo de rodillas y trato de rezar. Para ser justo no se necesita todo eso. No hace falta leer el último libro de la moda espiritual para encontrar a Dios en la vida. Por ese camino sólo encontraré libros sobre Dios, pero no encontraré a Dios. Tengo que volver a la sencillez del espíritu y la humildad de la mente. Volver al amor a Dios y al prójimo. Volver a la oración vocal y a las plegarias que decía de niño. Volver a temer al Señor y a amar sus mandamientos. Volver a ser clemente y compasivo en medio de un mundo complicado y dificil. Volver a ser lo que Dios mismo llama, pura y simplemente, «un justo».
Muchas son las bendiciones que Dios acumula sobre la cabeza del justo: «Su linaje será poderoso en la tierra, en su casa habrá riquezas y abundancia; jamás vacilará, no temerá las malas noticias, su recuerdo será perpetuo». También son bendiciones sencillas para el hombre sencillo. Prosperidad en su casa y seguridad en su vida. Las bendiciones de la tierra como anticipo de las del cielo. El justo sabe que la mano de Dios le protege en esta vida, y espera, en confianza y sencillez, que le siga protegiendo para siempre. Justicia de Dios para coronar la justicia del justo. «¡Dichoso quien teme al Señorl» (Carlos G. Vallés).
3. 1Co 2, 1-5: Pablo es el hombre que confía en la fuerza del mensaje. No pone su punto de apoyo en la sabiduría humana, sino en el conocimiento de Cristo crucificado. Lo que resulta manifiesto, a través de la pobreza humana del apóstol, es el poder de Dios. Resulta primordial el conocimiento de Cristo crucificado. En el fondo la fe es la transmisión de una vivencia personal y comunitaria. La autenticidad del trato con el Señor es el pedestal de la verdadera predicación. Es real que nuestra fuerza -la única fuerza- es la fe vivida y vivida profundamente. Ésta da libertad, seguridad e independencia para testimoniar, frente a las situaciones más adversas, sin perder la esperanza ni ser víctimas de la decepción. La ciencia del Cristo crucificado es la que han poseído los santos a lo largo de la historia de la Iglesia. Incluso los más sabios humanamente han subordinado su saber a Cristo, se han dado siempre cuenta de que la sabiduría humana no tenía ningún valor comparada con el conocimiento de Dios. En los momentos actuales de exaltación del hombre, es bueno, de vez en cuando, reflexionar sobre la debilidad humana y mostrar los verdaderos valores (Juan Guiteras).
vv.1-2: La elocuencia y la sabiduría humanas no le van a la verdad desnuda de la cruz de Cristo. Pablo no quiso presentarse a los corintios hablando con palabras altisonantes y haciendo alarde de elocuencia. Les predicó sencillamentte a JC y a éste crucificado, sin triunfalismos.
v. 3: Pablo se presentó ante los corintios como un pobre hombre, débil y temeroso. Pero su debilidad prestaría el único y el mejor servicio al asunto de Jesús, evitando el equívoco y mostrando que no era la palabra avasalladora de un hombre culto, sino la fuerza de Dios lo que operaba en la predicación cristiana.
v. 5: Otros fueron a Corinto que deslumbraron con su elocuencia e hicieron discípulos (por ejemplo, Apolo, el brillante alejandrino). Pablo no quiso hacer discípulos suyos, ni deslumbrar a nadie, sino llevar a todos a la luz de Cristo. La fe no es auténtica si se apoya en la sabiduría humana y se rinde apasionadamente como adhesión a un maestro brillante. Sin embargo no confundamos a Pablo con un hombre primario que abogue por la superioridad de lo irracional, por la primacía del corazón en contra de la razón. Sus palabras se comprenden teniendo en cuenta las desviaciones gnósticas que se dieron en el seno de la comunidad de Corinto. Lo único que desea es salir al paso de estas desviaciones y de la pretensión de la sabiduría humana de llegar a desentrañar el misterio inaccesible de Dios (“Eucaristía 1987”).
Después de haber probado la superioridad del Evangelio sobre los sistemas de sabiduría (1 Cor. 1, 18-25), explica Pablo por qué no ha predicado una doctrina de sabiduría: realmente ha sido mucho mejor, puesto que ha presentado una base divina a las actitudes de los fieles.
Pablo no predica una doctrina de la sabiduría, sino que presenta un testimonio (v. 1). Ahora bien: el testimonio vale en razón de la calidad del acontecimiento que presenta y no en razón de la retórica con que va arropado. Las palabras del testigo son esencialmente relativas; su valor es extrínseco a ellas, al contrario de las palabras de sabiduría.
No obstante, Pablo parece haber realizado una selección en los sucesos de que da testimonio: ha insistido más en torno a la cruz que en torno a la soberanía de Cristo (v. 2), en torno a la humildad de Jesús que en torno a su sabiduría. No es que necesariamente haga esa misma diferenciación preferencial en todas las comunidades a las que evangeliza, pero sí la ha hecho en Corinto ("entre vosotros"), sin duda para evitar los equívocos a que hubiera podido dar lugar otra postura diferente.
Además, puesto que el testimonio vale tanto como el acontecimiento de que habla y no lo que pueda valer la calidad del orador, Pablo no tiene reparo en expresarse a pesar de su lenguaje pobre y balbuciente (v. 3). Después de haber tenido un fracaso en la acrópolis de Atenas (Act. 17, 16-34), muy bien podía temerse un fracaso permanente en Grecia. Sin embargo, un testigo debe aducir un mínimo de pruebas para apoyar sus afirmaciones. A pesar de todo, Pablo no las ha presentado conforme a una técnica oratoria, sino en forma de una demostración de talento y de poder (v.7). No se trata necesariamente de milagros propiamente dichos, sino seguramente de los carismas repentinos distribuidos entre la comunidad de Corinto y, sobre todo, del cambio operado en la vida de muchos de los miembros de su auditorio.
Si Pablo defiende con tanto ardor el testimonio de Cristo crucificado (v.2), quizá sea porque durante mucho tiempo la Cruz fue para San Pablo un fenómeno incomprensible. No podía admitir que el Mesías esperado fuese un Mesías crucificado. La visión del camino de Damasco le hizo descubrir repentinamente que el Crucificado es realmente Señor y que vive entre igualmente perseguidos, con el fin de incorporarlos a su gloria.
¿No se diría entonces Pablo que, si Dios había podido convertirle con tanta facilidad, a él que era un fariseo exaltado, con solo hacerle ver que la gloria era una locura tan incomprensible como la cruz, el mejor medio de convertir a los hombres podía consistir en tomar como ejemplo esa experiencia del camino de Damasco y en presentarles la locura de la cruz como camino de la gloria? Por eso el testimonio que el apóstol presenta al mundo responde a una experiencia esencial concreta: el misionero no convierte a los demás sino porque él mismo se ha convertido. De lo contrario, no es más que un propagandista o un publicista, y sus palabras no constituyen un testimonio (Maertens-Frisque).
Sabemos que Pablo no era precisamente un gran orador, ya que se le reprochaba su falta de elocuencia (cf. 2 Cor 19,10). Además, en tiempos de Pablo, la elocuencia era algo muy estimado entre los de cultura helenística.
Sin embargo, Pablo opone al prestigio de una palabra y de una sabiduría humanas la palabra y la sabiduría que vienen de Dios (2,4.7). A la sabiduría suficiente de la inteligencia humana, que se constituye en regla absoluta, se opone la sabiduría de Dios manifiesta en su propio actuar. Esta sabiduría, encarnada en Jesús, se ha manifestado a los cristianos de Corinto.
Naturalmente, la predicación de la cruz sería lo último que los hombres podrían aguardar: ocasión de escándalo en lugar de señal del poder de Dios, locura en lugar de sabiduría. Pero, una vez sobrepasada esta oscuridad y dada la adhesión de la fe, la cruz aparece como la realización suprema de la verdadera sabiduría y de ese poder de Dios. Aunque este camino no es fácil de andar.
La "manifestación del espíritu" no se refiere a ningún milagro (Hch 8 no lo menciona) sino más bien a la actividad del espíritu en Pablo y en los convertidos de Corinto (ver 14,25; 1 Tes 1,5). La obra cristiana no queda nunca estéril. Los que se lanzan por el camino de la fe, lo comprueban a diario.
Pablo rechaza decididamente los discursos de una sabiduría humana, que serían persuasivos por ellos mismos (v.4) y que harían de la fe una adhesión de orden puramente humano (v. 5). Su predicación es más bien una demostración del poder del espíritu que viene de Dios y requiere en consecuencia una adhesión de otro orden: la del espíritu. Pablo no ha evitado nunca la aspereza y la dosis de ilusión de este mensaje que predica, porque, al fin y al cabo él cree predicar la cruz de Cristo. Los corintios tienen que pensar que su fe solamente se basa en este radicalismo de la cruz. Si el cristiano no es radical, resulta algo deplorable (“Eucaristía 1993”).
Este capítulo, si bien repite ideas ya formuladas, contiene precisiones enriquecedoras y sugerentes, susceptibles de una interpretación actualizada y válida para todos los tiempos. San Pablo cita al profeta Isaías, el cual afirma que Dios revela a "sus amigos" realidades que quedan fuera de la comprensión y la ciencia de los hombres. La sabiduría de los hombres es fundamentalmente práctica, trata de resolver sus problemas inmediatos. Es posible que la humanidad no se haya esforzado nunca tanto como hoy por superar los obstáculos que su misma evolución le presenta día a día. La inteligencia de los hombres se aplica a una búsqueda constante, en el campo de la técnica y de la programación, para adelantarse a nuevos problemas. Digamos también que éste es, sin duda, el mejor uso que el hombre hace de sus propias facultades, y dejemos a un lado la actitud egoísta de tantos -quizá de la mayoría- que sólo se preocupan de sacar provecho personal de su trabajo y de su situación, reduciendo el mundo y sus problemas a sí mismos y a sus intereses. En este contexto, las palabras de Pablo tienen una fuerza insospechada: «El hombre de tejas abajo no capta las cosas del Espíritu de Dios, le parecen una locura» (v 14). El afán por lo inmediato puede acabar por cerrar al hombre dentro de sus angustiosos límites, haciéndole perder la visión amplia sobre su existencia. El Apóstol trata de situar a los cristianos en la perspectiva que Dios tiene de la existencia humana: «su designio secreto... sobre nuestra gloria» (7). Para quien acepta la dinámica de la historia de salvación, la vida está siempre abierta a la esperanza, aun cuando el momento presente deba vivirse con tensión. Pablo es consciente de que sólo el Espíritu de Dios puede realizar este cambio de categorías en lo más profundo del espíritu humano. Recordando a los corintios que cuando ha predicado el evangelio se ha movido siempre en esta dirección, les invita ahora a reconocer con gratitud el don de Dios, don que él llama «gracia». La «necedad de la predicación» puede salvar también hoy al hombre que se decide a creer (1,21) (A. R. Sastre).
4. Mt 5, 13-16: "Vosotros sois la sal de la tierra": Las dos parábolas de este texto parten de dos realidades, la sal y la luz, que en el mundo antiguo tenían la fama de ser imprescindibles. La primera comparación, la de la sal, es una exhortación a los discípulos como comunidad ("vosotros"), que pone de relieve la preocupación eclesial que tiene constantemente Mateo en su evangelio. Juntos, los discípulos han de ser sal de la tierra, han de salar la tierra. ¿Qué significado tiene la sal? Indica las funciones de purificación, de dar sabor, de conservar aquello perecedero, de dar valor, etc. Los sacrificios eran salados, al igual que los pequeños al nacer. Aplicado a los discípulos indica que con sus obras y su testimonio del Evangelio han de dar sabor y valor a la humanidad.
"Si la sal se vuelve sosa...": Aunque propiamente la sal no puede perder su sabor, aquí la imagen queda manipulada al servicio del contenido. Lo que los discípulos pueden perder es la capacidad de manifestar, con sus obras y su testimonio, el Evangelio. Esta posibilidad de fracaso se aplica a la imagen de la sal, subrayando que, de la misma manera que sería totalmente inútil una sal que no tuviera sabor, también lo sería la comunidad si no hiciese presente en el mundo las obras de la fe.
"Vosotros sois la luz del mundo": La segunda comparación gira en el mismo sentido que la anterior, pero subraya la necesidad de que las obras de la comunidad de los discípulos sean visibles por los demás hombres. La imagen de la luz nos recuerda la comunidad de los esenios que se autodenominaban "hijos de la luz", pero vivían apartados del resto del pueblo en la soledad del desierto.
La comunidad cristiana no tiene la luz únicamente como un bien interno, tiene que huir de tentaciones sectarias y esotéricas. Ha recibido la luz y tiene que manifestarla al mundo (J. Naspleda)
Ser la sal de la tierra es ser su elemento más precioso: sin la sal, la tierra no tiene ya razón de ser; con la sal, por el contrario, si sigue siendo sal, la tierra puede proseguir su vocación y su historia. La Iglesia que no es ya fiel a sí misma no solo se pierde, sino que deja al mundo sin salvador.
(...) Cada discípulo es luz en la medida en que sus acciones se convierten en signos de Dios para el mundo. El testimonio cristiano está, pues, dotado de visibilidad y responde a una exigencia misionera: no se santifica uno de manera puramente interior; no se encuentra uno dispersado en el mundo hasta el punto de perderse en él en la conformidad total con ese mundo o de olvidar el testimonio de la trascendencia (Maertens-Frisque).
Jesús habla a la muchedumbre desde una montaña. Acaba de proclamar un estilo de vida tan nuevo como chocante. Y lo ha hecho con autoridad divina. El es el mesías, el salvador. Por él vivimos la nueva y definitiva alianza con Dios. En esta perspectiva, quien dice "sí" con su vida a estas enseñanzas es sal y luz. Dos imágenes de lo que Dios quiere del cristiano en el mundo. La sal da valor y sabor a lo que toca. Para ello tiene que dejar el salero y disolverse en los alimentos. La luz también es para otro. Con ella se ve, se puede caminar. Ocultarla no tiene sentido. Así el cristiano, portador del don de Dios, no puede limitarse a gozarlo y vivirlo sólo él. Debe alumbrar y dar sabor al mundo. No por vanagloria o haciendo alarde de lo que posee, sino para que los demás, viéndolo, den gloria al Padre. El ejemplo más claro es el mismo Jesús, que siempre actuó poniendo su poder y enseñanzas al servicio de la gloria del Padre. Estas dos pequeñas parábolas, con preocupación eclesial, dirigidas a los que han escuchado las bienaventuranzas, señalan, pues, el valor de las obras en favor de los hombres... Los discípulos harán de la tierra entera una ofrenda o acción de gracias a Dios. La dificultad de que la sal químicamente no pueda perder su sabor (esta impropiedad de la imagen), pone de relieve la gravedad de lo que sucede, si los discípulos descuidan las obras: un aviso explícito para los que por la fe queremos hacer la obra de Dios (“Eucaristía 1993”). Llucià Pou Sabaté

Viernes de la semana 4ª. Seguir a Jesús nos da fuerzas para una vida en la verdad,


Viernes de la semana 4ª. Seguir a Jesús nos da fuerzas para una vida en la verdad,
Hebreos 13,1-8.1 Permaneced en el amor fraterno. 2 No os olvidéis de la hospitalidad; gracias a ella hospedaron algunos, sin saberlo, a ángeles. 3 Acordaos de los presos, como si estuvierais con ellos encarcelados, y de los maltratados, pensando que también vosotros tenéis un cuerpo. 4 Tened todos en gran honor el matrimonio, y el lecho conyugal sea inmaculado; que a los fornicarios y adúlteros los juzgará Dios. 5 Sea vuestra conducta sin avaricia; contentos con lo que tenéis, pues él ha dicho: No te dejaré ni te abandonaré; 6 de modo que podamos decir confiados: El Señor es mi ayuda; no temeré. ¿Qué puede hacerme el hombre? 7 Acordaos de vuestros dirigentes, que os anunciaron la Palabra de Dios y, considerando el final de su vida, imitad su fe. 8 Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo, y lo será siempre.

Salmo 27,1,3,5,8-9 1 Yahveh es mi luz y mi salvación, ¿a quién he de temer? Yahveh, el refugio de mi vida, ¿por quién he de temblar? 3 Aunque acampe contra mí un ejército, mi corazón no teme; aunque estalle una guerra contra mí, estoy seguro en ella. 5 Que él me dará cobijo en su cabaña en día de desdicha; me esconderá en lo oculto de su tienda, sobre una roca me levantará. 8 Dice de ti mi corazón: «Busca su rostro.» Sí, Yahveh, tu rostro busco: 9 No me ocultes tu rostro. No rechaces con cólera a tu siervo; tú eres mi auxilio. No me abandones, no me dejes, Dios de mi salvación.

Evangelio según San Marcos 6,14-29. El rey Herodes oyó hablar de Jesús, porque su fama se había extendido por todas partes. Algunos decían: "Juan el Bautista ha resucitado, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos: Otros afirmaban: "Es Elías". Y otros: "Es un profeta como los antiguos". Pero Herodes, al oír todo esto, decía: "Este hombre es Juan, a quien yo mandé decapitar y que ha resucitado". Herodes, en efecto, había hecho arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, con la que se había casado. Porque Juan decía a Herodes: "No te es lícito tener a la mujer de tu hermano". Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo, pero no podía, porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía. Cuando lo oía quedaba perplejo, pero lo escuchaba con gusto. Un día se presentó la ocasión favorable. Herodes festejaba su cumpleaños, ofreciendo un banquete a sus dignatarios, a sus oficiales y a los notables de Galilea. La hija de Herodías salió a bailar, y agradó tanto a Herodes y a sus convidados, que el rey dijo a la joven: "Pídeme lo que quieras y te lo daré". Y le aseguró bajo juramento: "Te daré cualquier cosa que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino". Ella fue a preguntar a su madre: "¿Qué debo pedirle?". "La cabeza de Juan el Bautista", respondió esta. La joven volvió rápidamente adonde estaba el rey y le hizo este pedido: "Quiero que me traigas ahora mismo, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista". El rey se entristeció mucho, pero a causa de su juramento, y por los convidados, no quiso contrariarla. En seguida mandó a un guardia que trajera la cabeza de Juan. El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Después la trajo sobre una bandeja, la entregó a la joven y esta se la dio a su madre. Cuando los discípulos de Juan lo supieron, fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.

Comentario: 1. Este pasaje, final de la carta, es una especie de poscriptum parenético sobre las condiciones de vida cristiana en el orden social y comunitario. El tono es muy diferente del de los primeros capítulos: no se puede, sin embargo, poner en duda la autenticidad de este capítulo 13. Puesto que el cristiano queda libre del sacrificio y del sacerdocio judío, entra en un sacerdocio y en una liturgia pertenecientes a un orden nuevo, cuyo contenido es la propia actitud ética.
a) La primera actitud que especifica al sacerdocio cristiano con relación al sacerdocio judío es la caridad fraterna (vv. 1-3). Esta caridad se revela sobre todo en la hospitalidad y atención para con los prisioneros (criminales, presos políticos y perseguidos). La razón de esta actitud hacia esos hombres es muy simple: si todos compartimos la condición de transeúntes de este mundo, todos tenemos la probabilidad de ser objeto de la persecución y de la política.
En cuanto a la hospitalidad: El huésped era persona sagrada y le eran debidas todas las atenciones y cuidados. En tiempos de dificultades y persecuciones la hospitalidad adquiría dimensiones nuevas; equivalía a la protección del indefenso, del perseguido, del buscado por su fe y a quien había que proteger recibiéndolo y ocultándolo en casa, aun con todo el riesgo que ello podía suponer. A los motivos que todos los lectores de la carta conocían para el ejercicio de la hospitalidad, añade el autor uno muy curioso. ¿No refiere el A. T. que a veces se presentaron de incógnito ángeles como forasteros pidiendo hospedaje? Se hace referencia a los relatos del Gn (18-19), en los que la solicitud de Abraham y de Lot, al hospedar a aquellos personajes misteriosos, se vio premiada al saber que eran ángeles de Dios. Así pues, cuide cada uno de no ser tan insensato que se exponga a cerrar la puerta a un enviado de Dios. La carta a los Hebreos había podido motivar, con razones cristológicas, el deber de la hospitalidad, como se hace en la parábola evangélica del juicio (Mt 25, 35): "venid, benditos de mi Padre porque tuve hambre y me disteis de comer -era forastero y me acogisteis..". El que escoja más bien a los ángeles depende quizá del interés que a lo que parece, mostraban sus lectores por los espíritus celestiales.
En lo referente a la atención a aquellos que están en prisión, y se recuerda para justificarlo la regla de oro que nos proporciona el evangelio: "haced con los otros lo que quisierais que hiciesen con vosotros".
b) Segunda actitud: la de los cristianos unidos por el matrimonio (v. 4). El lecho nupcial es comparado a un verdadero templo, pues la expresión "no manchado" era utilizada corrientemente por los judíos para designar la pureza del Templo (2 Mac 14, 36; 15, 34; cf. Sant 1, 27). El matrimonio es, por tanto, para el cristiano un auténtico lugar de culto, y la castidad exigida para este testado es sustituida en las antiguas leyes por la pureza legal.
"Que todos respeten el matrimonio, el lecho nupcial que nadie lo mancille, porque a los impuros y adúlteros Dios los juzgará". El adulterio y demás relaciones sexuales ilícitas eran consideradas por las cristianos entre los pecados más graves que eran cometidos en el mundo pagano. Y era una convicción clara que el juicio de Dios recaería implacablemente sobre los que cometían tales pecados.
c) La tercera actitud concierne al dinero (vv. 5-6). El cristiano vive el desinterés evangélico, contentándose con lo que cada día trae consigo, pues sabe que Dios no abandona a sus fieles. Pero es interesante destacar que el versículo que el autor cita para hacer alusión a esta providencia divina (Sal 118/119, 6) está tomado de un salmo litúrgico que cantaba el pueblo desde las puertas del Templo hasta el altar de los holocaustos. Mediante esta cita el autor pone de manifiesto su intención de dejar claro que toda actitud ética es realmente litúrgica.
"Vivid sin ansia de dinero, contentaos con lo que tengáis, pues él mismo dijo: "Nunca te dejaré ni te abandonaré". En relación con el dinero se condena la avaricia; lo mismo dice S. Pablo a Timoteo "la raíz de todos los males es el afán de dinero". Una avaricia que se manifiesta en el aferramiento a aquello que se posee y en la búsqueda de más y más. Al fundamentar nuestra vida en las cosas materiales excluimos a Dios y su providencia del horizonte de todas vida humana que se halle montada sobre esta clase de avaricia. Por eso, Cristo la condena radicalmente.
d) Cuarta actitud que se desprende de este pasaje: la veneración a los guías de las comunidades (v. 7), la adhesión a sus enseñanzas. El término "guía" que designa a los jefes es el mismo que se utiliza para designar a los grandes sacerdotes judíos. Estos guías serán venerados como representantes de Cristo (v. 8), que siempre va tras ellos animando su valor e inspirando sus enseñanzas (Maertens-Frisque).
De sus jefes les llama. Su muerte es presentada como ejemplo de fe. Probablemente habrían sido martirizados por su fe durante la persecución de Nerón. Y así demostraron una fe que no pudo ser conmovida por ninguna clase de dificultades y persecuciones. Aquella fe estaba cimentada en Cristo, que es inmutable, el mismo ayer, hoy y por los siglos. Los jefes cambian, el Jefe permanece; los pastores se suceden, el Pastor permanece el mismo. Debemos crecer en el conocimiento y el amor a este Jesús que permanece siempre en su actitud de entrega por nosotros.
La doctrina de la Fe se desarrolla en el curso de los años, como un «germen vivo», según anunció Jesús, desde «la pequeña simiente hasta ser un gran árbol». (Mt 13, 31.) El 14 de octubre de 1962, en la solemne apertura del Concilio, el Papa Juan XXIII expresó perfectamente ese problema permanente de la Iglesia: «En la actual situación de la sociedad, algunos no ven más que calamidades y ruinas; suelen decir que nuestra época ha empeorado profundamente con relación a los siglos pasados; éstos tales se comportan como si la Historia maestra de vida, no tuviera nada que enseñarles y como si desde los concilios anteriores todo fuera perfecto en lo que concierne a la doctrina cristiana, las costumbres y la justa libertad de la Iglesia... EI tesoro de la Fe no debemos solamente conservarlo, como si tan sólo nos preocupara el pasado, sino que tenemos que ponernos con decidida alegría al trabajo que exige nuestra época, prosiguiendo el camino por el que marcha la Iglesia desde veinte siglos".
Al terminar la carta, el autor vuelve a hablar de la muerte santificadora de Jesús, evocando su sufrimiento «fuera de las murallas» (v 12) y hace esta exhortación: «Salgamos, pues, a encontrarlo fuera de] campamento...» (13-14) y "ofrezcamos a Dios por medio de él un sacrificio de alabanza perpetua" (15- 16) «Salir fuera del campamento», elemento negativo complementario de "entrar en el santuario" (10,19-25), no es apartarse de los hombres, refugiarse en una comunidad o huir a la soledad, pues el hombre lleva dentro de sí mismo la raíz de su alejamiento de Dios y de los demás; «salir» es abandonar una vida centrada en la propia autoafirmación, en la estéril y equivocada búsqueda de la felicidad por el dominio, el poder, las posesiones; es dejar el mediocre egocentrismo que aleja de los demás y de Dios; no es ahí donde se halla la seguridad (9) ni donde radica nuestra ciudad permanente (14). Es preciso salir de este mundo mediocre y «ofrecer sacrificios que agradan a Dios» (15-16), acercándose al santuario (10,22), es decir, ofrecer la propia vida generosamente a Dios como Jesucristo en la cruz, sacrificio existencial que se expresa en «la confesión de la fe y en la comunión con los hombres» (15-16). En esta autodonación, el hombre se pierde aparentemente, pero encuentra en Dios lo que no puede conseguir por sí solo; aunque constituya su necesidad más radical: la seguridad de la vida (9). Nos hallamos ante el único caso en que el autor detalla algunas exhortaciones concretas sobre el amor fraterno, el matrimonio, las riquezas y la relación con los dirigentes de la comunidad ( 13,1-7.17). Toda la carta ha intentado mostrar la revelación central de la cruz de Jesucristo: la comunión del hombre con Dios consiste en su libre y personal donación a Dios en la sangre de Jesucristo; esto es su fe. Pues bien: esta donación se expresa en una vida concreta, constante, aparentemente nada heroica, que hace del Dios vivo la razón de ser de cada decisión; una vida que se sitúa ante los demás en actitud de amor fraterno, que acoge a todos, que se preocupa de los encarcelados, que vive el matrimonio con fidelidad, que se libera del dinero y pone la confianza en Dios. Esa es la fe que Dios quiere de nosotros (10,36-39) y que el pastor pide al terminar su escrito (13,20-21). El don de Dios y el esfuerzo del hombre se unen para conseguir la vida (G. Mora).
2. Sal. 27 (26). ¿De dónde nos vendrá el auxilio para permanecer firmes en nuestro camino hacia la Patria eterna? No podemos confiarnos de nosotros mismos, pues nuestra voluntad es demasiado frágil. No podemos confiarnos totalmente en alguna otra persona humana, pues cada uno tiene sus propios pensamientos y su manera de responder a la Palabra de Dios; más bien juntos, y en un diálogo fecundo, hemos de caminar hacia nuestra perfección en Cristo. Sólo Dios es nuestra luz, nuestro refugio y nuestro poderoso protector. ¿Quién como Dios? El que confíe en Él jamás será defraudado, pues Él jamás abandonará a los que confíen en Él y le vivan fieles Esta plena confianza en el Señor no puede hacernos descuidados respecto al trabajo que hemos de realizar para mantenernos en el camino de la salvación, y para esforzarnos de tal forma que muchos encuentren en Cristo la salvación y la vida eterna.
3.- Mc 6,14-29. La figura de Juan el Bautista es admirable por su ejemplo de entereza en la defensa de la verdad y su valentía en la denuncia del mal. De la muerte del Bautista habla también Flavio Josefo («Antigüedades judaicas» 18), que la atribuye al miedo que Herodes tenía de que pudiera haber una revuelta política incontrolable en torno a Juan. Marcos nos presenta un motivo más concreto: el Bautista fue ejecutado como venganza de una mujer despechada, porque el profeta había denunciado públicamente su unión con Herodes: «Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano». Herodes apreciaba a Juan, a pesar de esa denuncia, y le «respetaba, sabiendo que era un hombre honrado y santo». Pero la debilidad de este rey voluble y las intrigas de la mujer y de su hija acabaron con la vida del último profeta del AT, el precursor del Mesías, la persona que Jesús dijo que era el mayor de los nacidos de mujer. Como Elías había sido perseguido por Ajab, rey débil, instigado por su mujer Jezabel, así ahora Herodes, débil, se convierte en instrumento de la venganza de una mujer, Herodías. De Juan aprendemos sobre todo su reciedumbre de carácter y la coherencia de su vida con lo que predicaba. El Bautista había ido siempre con la verdad por delante, en su predicación al pueblo, a los fariseos, a los publicanos, a los soldados. Ahora está en la cárcel por lo mismo.
Preparó los caminos del Mesías, Jesús. Predicó incansablemente, y con brío, la conversión. Mostró claramente al Mesías cuando apareció. No quiso usurpar ningún papel que no le correspondiera: «él tiene que crecer y yo menguar», «no soy digno ni de desatarle las sandalias». Cuando fue el caso, denunció con intrepidez el mal, cosa que, cuando afecta a personas poderosas, suele tener fatales consecuencias. Un falso profeta, que dice lo que halaga los oídos de las personas, tiene asegurada su carrera. Un verdadero profeta -los del AT, el Bautista, Jesús mismo, los apóstoles después de la Pascua, y los profetas de todos los tiempos- lo que tienen asegurada es la persecución y frecuentemente la muerte. Tanto si su palabra profética apunta a la justicia social como a la ética de las costumbres. ¡Cuántos mártires sigue habiendo en la historia! Tal vez nosotros no llegaremos a estar amenazados de muerte. Pero sí somos invitados a seguir dando un testimonio coherente y profético, a anunciar la Buena Noticia de la salvación con nuestras palabras y con nuestra vida. Habrá ocasiones en que también tendremos que denunciar el mal allí donde existe. Lo haremos con palabras valientes, pero sobre todo con una vida coherente que, ella misma, sea como un signo profético en medio de un mundo que persigue valores que no lo son, o que levanta altares a dioses falsos (J. Aldazábal). He aquí pues a los "doce", ellos solos partiendo hacia los pueblos. ¿Qué hace Jesús durante ese tiempo? Marcos no lo dice. Jesús debe de estar pensando en sus amigos que afrontan el rechazo del cual les había advertido, debe de rezar por ellos... Es la primera experiencia de Iglesia, ¡todo es todavía muy frágil! Esta primera "misión" ha durado sin duda algunas semanas o algunos meses, pues Marcos, antes de contarnos su retorno junto a Jesús, ha creído necesario hacer un intermedio. Y lo que nos dirá no lo intercala al azar: Tendremos con ello una muestra del género de acogida que se hace a los "enviados de Dios"... Juan Bautista es humanamente y aparentemente el fracaso; es el ambiente dramático de la misión. "Como trataron al maestro, así también seréis tratados." -El rey Herodes oyó hablar de Jesús, pues su nombre iba adquiriendo celebridad. Sobre todo en el momento en que el grupo de los discípulos se rompe, para distribuirse por seis ciudades a la vez. Se habla de Jesús un poco por todas partes: ahora tiene "representantes que actúan en su nombre... su movimiento se organiza... empieza a ser notado por las gentes.
-Y Herodes decía: "Es Juan Bautista que ha resucitado..." otros decían: "Es Elías".' Y otros: "Es un profeta como uno de tantos..." Al principio, ya lo hemos visto, la muchedumbre iba a El simplemente por sus milagros. Ahora las gentes sencillas hacen sus hipótesis. Mientras que los adversarios ya han resuelto la cuestión: "es un loco, un poseso", la opinión pública sigue buscando: debe ser Juan Bautista, o Elías, o un profeta. Todas estas palabras indican la estima en que se le tiene. Es un gran hombre, es un hombre de Dios, es un hombre inspirado, es "un profeta". Y yo, ¿qué es lo que digo de Jesús? Para mí, ¿quién eres Tú, Señor? ¡La pregunta sobre Cristo sigue siendo actual hoy también! Recientemente, unas jóvenes decían a su consiliario que no llegaban a creer que "Jesús fuese Dios". ¡Esto no es nuevo! Los contemporáneos de Jesús que le veían con sus propios ojos, no llegaban tampoco a abarcar totalmente su misterio... y habitualmente se equivocaban sobre su profunda identidad. Señor, danos la Fe. Señor, aun en medio de nuestras dudas; conserva nuestras mentes disponibles y abiertas a nuevos y más profundos descubrimientos. ¡Revélate! Arrástranos en tu seguimiento hasta tu abismo, hasta la región inaccesib1e a nuestras exploraciones humanas, hasta el misterio de tu ser. Pero para ello se precisa una lenta, frecuente y perseverante relación. Una enamorada no descubre en un solo día todas las cualidades de la persona amada.
¿Cuánto tiempo paso cada día con Cristo? ¿Por qué me extraña pues que te conozca tan poco? -Herodes pues habiendo oído hablar de Jesús, decía: "Juan, aquel a quien hice decapitar, ha resucitado..." A menudo es a través de la voz de la conciencia que Dios se insinúa a los hombres. Herodes no está orgulloso de su conducta: ¡ha matado injustamente! Esto le inquieta. Jesús despierta su conciencia adormecida: ¿la escuchará? ¿Escucho yo mi conciencia? -Relato de la muerte de Juan Bautista. Marcos se aprovecha de esto para contar el homicidio, del que todo el mundo hablaba en Palestina. Jesús acaba de decir que el éxito aparente de la misión no está asegurado: ya advirtió a sus amigos antes de enviarlos. Y los primeros lectores de Marcos, en Roma, vivían también en la persecución. Es la Pasión redentora que ha comenzado, y que prosigue hoy (Noel Quesson). Hoy, en este pasaje de Marcos, se nos habla de la fama de Jesús —conocido por sus milagros y enseñanzas—. Era tal esta fama que para algunos se trataba del pariente y precursor de Jesús, Juan el Bautista, que habría resucitado de entre los muertos. Y así lo quería imaginar Herodes, el que le había hecho matar. Pero este Jesús era mucho más que los otros hombres de Dios: más que aquel Juan; más que cualquiera de los profetas que hablaban en nombre del Altísimo: Él era el Hijo de Dios hecho Hombre, Perfecto Dios y perfecto Hombre. Este Jesús —presente entre nosotros—, como hombre, nos puede comprender y, como Dios, nos puede conceder todo lo que necesitamos. Juan, el precursor, que había sido enviado por Dios antes que Jesús, con su martirio le precede también en su pasión y muerte. Ha sido también una muerte injustamente infligida a un hombre santo, por parte del tetrarca Herodes, seguramente a contrapelo, porque éste le tenía aprecio y le escuchaba con respeto. Pero, en fin, Juan era claro y firme con el rey cuando le reprochaba su conducta merecedora de censura, ya que no le era lícito haber tomado a Herodías como esposa, la mujer de su hermano. Herodes había accedido a la petición que le había hecho la hija de Herodías, instigada por su madre, cuando, en un banquete —después de la danza que había complacido al rey— ante los invitados juró a la bailarina darle aquello que le pidiera. «¿Qué voy a pedir?», pregunta a la madre, que le responde: «La cabeza de Juan el Bautista» (Mc 6,24). Y el reyezuelo hace ejecutar al Bautista. Era un juramento que de ninguna manera le obligaba, ya que era cosa mala, contra la justicia y contra la conciencia. Una vez más, la experiencia enseña que una virtud ha de ir unida a todas las otras, y todas han de crecer orgánicamente, como los dedos de una mano. Y también que cuando se incurre en un vicio, viene después la procesión de los otros (Ferran Blasi Birbe). Lansperge, el Cartujano (1489-1539) monje, teólogo escribe sobre el Sermón para la fiesta del martirio de S. Juan Bautista (Opera omnia II, pag, 514-515; 518-519) así: “Juan Bautista, muere por Cristo. Juan no vivió para él mismo ni murió para él mismo. ¡A cuántos hombres, cargados de pecados, no habrá llevado a la conversión con su vida dura y austera! ¡Cuántos se habrán visto confortados en sus penas por el ejemplo de su muerte inmerecida! Y a nosotros, ¿de dónde nos viene hoy la ocasión de poder dar gracias a Dios sino por el recuerdo de Juan, asesinado por la justicia, es decir, por Cristo?...
Sí, Juan Bautista ha ofrecido generosamente su vida terrena por amor a Cristo; ha preferido desobedecer las órdenes del tirano a desobedecer las de Dios. Este ejemplo nos tiene que mostrar que nada ha de ser más importante que la voluntad de Dios. Agradar a los hombres no sirve para mucho; incluso, a menudo perjudica en gran manera... Por tanto, con todos los amigos de Dios, muramos a nuestros pecados y a nuestras preocupaciones, aplastemos nuestro amor propio desviado y procuremos que crezca en nosotros el amor ardiente a Cristo”. Fortaleza en la vida ordinaria. El Evangelio de la Misa de hoy nos relata el martirio de Juan el Bautista porque fue coherente hasta el final con su vocación y con los principios que daban sentido a su existencia. El martirio es la mayor expresión de la virtud de la fortaleza y el testimonio supremo de una verdad que se confiesa hasta dar la vida por ella. Sin embargo, el Señor no pide a la mayor parte de los cristianos que derramen su sangre en testimonio de su fe. Pero reclama de todos una firmeza heroica para proclamar la verdad con la vida y la palabra en ambientes quizá difíciles y hostiles a las enseñanzas de Cristo, y para vivir con plenitud las virtudes cristianas en medio del mundo, en las circunstancias en las que nos ha colocado la vida. Santo Tomás (Suma Teológica) nos enseña que esta virtud se manifiesta en dos tipos de actos: acometer el bien sin detenerse ante las dificultades y peligros que pueda comportar, y resistir los males y dificultades de modo que no nos lleven a la tristeza. Nunca fue tarea cómoda seguir a Cristo. Es tarea alegre, inmensamente alegre, pero sacrificada. Y después de la primera decisión, está la de cada día, la de cada tiempo. Necesitamos la virtud de la fortaleza para emprender el camino de la santidad y para reemprenderlo a diario sin amilanarnos a pesar de todos los obstáculos. La necesitamos para ser fieles en lo pequeño de cada día, que es, en definitiva, lo que nos acerca o nos separa del Señor. La necesitamos para no permitir que el corazón se apegue a las baratijas de la tierra, y para no olvidar nunca que Cristo es verdaderamente el tesoro escondido, la perla preciosa (Mateo 13, 44-46), por cuya posesión vale la pena no llenar el corazón de bienes pequeños y relativos. Además esta virtud nos lleva a ser pacientes ante los acontecimientos, noticias desagradables y obstáculos que se nos presentan, con nosotros mismos, y con los demás. III. No podemos permanecer pasivos cuando se quiera poner al Señor entre paréntesis en la vida pública o cuando personas sectarias pretenden arrinconarlo en el fondo de las conciencias. Tampoco podemos permanecer callados cuando tantas personas a nuestro lado esperan un testimonio coherente con la fe que profesamos. La fortaleza de Juan es para nosotros un ejemplo a imitar. Si lo seguimos, muchos se moverán a buscar a Cristo por nuestro testimonio sereno, de la misma manera que otros tantos se convertían al contemplar el martirio de los primeros cristianos (Francisco Fernández Carvajal). Llucià Pou Sabaté, con textos de mercaba.org.