Mostrando entradas con la etiqueta Vida. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Vida. Mostrar todas las entradas

martes, 18 de octubre de 2011

Miércoles de la 29ª semana. Ofreceos a Dios como hombres que de la muerte han vuelto a la vida, pero hemos de ser responsables con lo que nos ha da

Miércoles de la 29ª semana. Ofreceos a Dios como hombres que de la muerte han vuelto a la vida, pero hemos de ser responsables con lo que nos ha dado el Señor para hacerlo fructificar por el amor.

Carta del apóstol san Pablo a los Romanos 6, 12-18. Hermanos: Que el pecado no siga dominando vuestro cuerpo mortal, ni seáis súbditos de los deseos del cuerpo. No pongáis vuestros miembros al servicio del pecado, como instrumentos para la injusticia; ofreceos a Dios como hombres que de la muerte han vuelto a la vida, y poned a su servicio vuestros miembros, como instrumentos para la justicia. Porque el pecado no os dominará: ya no estáis bajo la Ley, sino bajo la gracia. Pues, ¿qué? ¿Pecaremos porque no estamos bajo la Ley, sino bajo la gracia? ¡De ningún modo! ¿No sabéis que, al ofreceros a alguno como esclavos para obedecerle, os hacéis esclavos de aquel a quien obedecéis: bien del pecado, para la muerte, bien de la obediencia, para la justicia? Pero, gracias a Dios, vosotros, que erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquel modelo de doctrina al que fuisteis entregados y, liberados del pecado, os habéis hecho esclavos de la justicia.

Salmo 123,1-3.4-6.7-8. R. Nuestro auxilio es el nombre del Señor
Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte - que lo diga Israel -, si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, cuando nos asaltaban los hombres, nos habrían tragado vivos: tanto ardía su ira contra nosotros.
Nos habrían arrollado las aguas, llegándonos el torrente hasta el cuello; nos habrían llegado hasta el cuello las aguas espumantes. Bendito el Señor, que no nos entregó en presa a sus dientes.
Hemos salvado la vida, como un pájaro de la trampa del cazador; la trampa se rompió, y escapamos. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

Evangelio según san Lucas 12,39-48. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.» Pedro le preguntó: -«Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?» El Señor le respondió: -«¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si el empleado piensa: "Mi amo tarda en llegar", y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles. El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá.»

Comentario: 1.- Rm 6,12-18. Esta carta de Pablo -como, en general, los varios libros que vamos leyendo- no la leemos entera. No hay tiempo para ir escuchando todos sus capítulos. Por eso, cuando algo ya se ha leído en otro tiempo del año, nos lo saltamos en esta lectura continuada. Como aquí, en el capítulo 6 de Romanos, en el que se encuentra, inmediatamente antes de lo que hoy leemos, la famosa página bautismal: por el Bautismo hemos sido incorporados a Cristo, hemos vivido sacramentalmente su muerte y su resurrección. Es una lectura que se proclama en la Vigilia Pascual. Ahora bien, para Pablo, el haber sido bautizados en Cristo, tiene como consecuencia una triple liberación: del pecado, de la muerte y de la ley. Hoy nos describe por qué hemos de liberarnos del pecado. Compara al pecado a un dueño tiránico que nos domina. Antes de convertirnos a Cristo, éramos esclavos del pecado, "poníamos a su servicio nuestros miembros como instrumentos del mal". Ahora al revés, debemos sentirnos libres de ese dueño y servir sólo a Dios, "ofreciéndole nuestros miembros como instrumentos del bien".
Uno se queda pensando, al leer estas palabras, que eso sería el ideal: que nos sintiéramos libres interiormente, que no fuéramos esclavos del mal, porque al incorporarnos a Cristo desde el Bautismo, ya no somos "súbditos de los deseos del cuerpo", que "el pecado no sigue dominando en nuestro cuerpo mortal", sino que vivimos como quien "de la muerte ha vuelto a la vida".
Pero también experimentamos, y dramáticamente, que eso lo vamos consiguiendo poco a poco. El amor que nos tiene Dios es grande y la fuerza que nos transmite Cristo es muy eficaz, pero de alguna manera seguimos sintiendo en nosotros la atracción del mal. El Bautismo no es más que el nacimiento. Luego, toda la vida del cristiano es un proceso trabajoso de crecimiento en esa gracia recibida. Ya tenemos vida en nosotros, ya somos miembros de Cristo, pero el pecado no ha desaparecido de nuestro horizonte y hemos de luchar día a día para vivir conforme a eso que somos. La fuerza del pecado permanece en incluso tras el don de la gracia ganada por Cristo.
Pablo exhorta con acentos encendidos: Que no reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal obedeciendo a sus concupiscencias. El Apóstol es un entusiasta del cuerpo humano, llegándolo a considerar como el templo del Esp. Santo (1 Co 6,19), miembro de Cristo (1 Co 6,15), símbolo de la Iglesia (1 Co 12,12). Y, aunque caduco, mortal, algo que se marchita, está destinado a la incorrupción, a la inmortalidad (1 Co 15,12/49). Cuerpo que ha de estar sin pecado, santificado hasta constituir una ofrenda sagrada digna del Altísimo (Rm 12,1). Y lo más material que hay en el hombre, su cuerpo, viene a ser algo lleno de valor espiritual. Por eso Pablo llegará a decir que ya comamos, ya bebamos, todo hay que hacerlo en Dios (1 Co 10,31). La vida entera queda así convertida en una liturgia, en un culto grato a Dios. “Nuestros antiguos pecados han sido eliminados por obra de la gracia. Ahora, para permanecer muertos al pecado después del bautismo, se precisa un esfuerzo personal aunqeu la gracia de Dios continúe ayudándonos poderosamente” (S. Juan Crisóstomo).
Lo que rige la vida del Cristiano, no es un moralismo abstracto, sino el dinamismo interior de la Fe misma. «No obedezcáis a las apetencias de la carne». «No os sometáis a los deseos del cuerpo»: Tales podrían ser las traducciones literales de la primera frase. Lo que san Pablo llama aquí «los deseos del cuerpo» tendría que traducirse en lenguaje moderno por el término «egoísmo», que es lo contrario del amor desinteresado. «No dejéis que reine en vosotros el egoísmo... no busquéis la satisfacción de vuestros deseos egoístas»... porque habéis sido hechos amor, por Aquel que es amor.
-Al contrario, poneos al servicio de Dios... y ofreced a Dios vuestros miembros para el combate de la justicia. En resumen, he ahí lo esencial de la nueva condición del cristiano. El Cristiano tiene, en adelante, la posibilidad y el deber de «ofrecerse a sí mismo» a Dios: el culto nuevo, la moral nueva son, en adelante, lo mismo. «Os exhorto, hermanos, a que ofrezcáis vuestra existencia como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios: éste será vuestro culto espiritual» -dirá san Pablo más adelante en la misma Carta Rom 12,1-. ¡Que mi vida de cada día te glorifique, Señor! Te ofrezco todo lo que voy a hacer. «He ahí mi cuerpo entregado por vosotros». Cristo se ofreció. Cada misa es el memorial y la renovación de ello para que nos ofrezcamos también nosotros con El, por El y en El. ¡Ofreced vuestras vidas! mi trabajo... mis responsabilidades...
-Porque el pecado no dominará ya sobre vosotros: en efecto no estáis sujetos a la ley. Estáis sujetos a la gracia...
San Pablo vuelve a presentar aquí una oposición que nos repite a menudo. Hay dos concepciones de la religión: - aquella en que el hombre cree que llega a ser justo observando una Ley... - aquella en que el hombre cree que llega a ser justo, primero y esencialmente en virtud de una «actividad de Dios» en él, que el hombre ha de acoger en él por la Fe, pero que Dios mismo opera en lo íntimo de su ser. -Pues ¿qué? ¿Pecaremos porque no estamos bajo la ley sino bajo la gracia? ¡De ningún modo!... Pues después de haber sido liberados del pecado, os hacéis esclavos al servicio de la justicia. Esto es verdad: ¡el cristiano no tiene ya Ley que se le imponga desde el exterior! Es «libre». Pero es ahora «dócil a la actividad íntima del Espíritu que trabaja su ser desde el interior». Así, la condición humana se expresa en un dilema: o bien nos hacemos esclavos del pecado o bien nos hacemos, libremente, esclavos de Dios. Toda la vida cristiana consiste en esta elección. Someterse a Dios es la única verdadera libertad. El que ama se ajusta espontáneamente a la voluntad de aquel a quien ama. «Líbranos del pecado, Señor» (Noel Quesson).
¿A quién serviremos: a Cristo o al pecado? La obediencia a Cristo nos lleva a la Vida. La obediencia al pecado nos lleva a la muerte. No podemos servir, al mismo tiempo, a Dios y al Demonio. No podemos decir que permanecemos en la gracia y que, al mismo tiempo, vivimos pecando. Si por el Bautismo hemos sido unidos a Cristo en su muerte, que clavó en la cruz el cuerpo marcado por el pecado, no podemos, resucitados con Él y haciendo, así, nuestra la Justificación que nos ofrece, continuar siendo esclavos de aquello que ya ha sido destruido. No podemos negar la realidad del pecado que continúa en el mundo. Quienes viven pecando no conocen ni tienen con ellos a Dios. Nosotros, en cambio, que tenemos a Dios por Padre, nos hemos de comportar a la altura de nuestro ser de hijos de Dios, llevando una vida intachable y justa a los ojos del Señor. “Todos fuimos esclavos del pecado, pero cuando se nos transmitió la forma de la doctrina y decidimos obedecerla no sólo de palabra, sino de corazón y completa decisión, nos liberamos de la servidumbre del pecado y nos hicimos siermos de la justicia” (Orígenes).
2. No tenemos que volver atrás ni dejarnos esclavizar por el pecado. El salmo nos da la motivación para que sigamos confiando, a pesar de todo: "si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, nos habrían tragado vivos... nos habrían arrollado las aguas... nuestro auxilio es el nombre del Señor". A pesar de que cada día nos acechan mil tentaciones, ojalá podamos decir: "hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa del cazador". En el Catecismo 287: “La verdad en la creación es tan importante para toda la vida humana que Dios, en su ternura, quiso revelar a su pueblo todo lo que es saludable conocer a este respecto. Más allá del conocimiento natural que todo hombre puede tener del Creador (cf Hch 17,24-29; Rom 1,19-20), Dios reveló progresivamente a Israel el misterio de la creación. El que eligió a los patriarcas, el que hizo salir a Israel de Egipto y que, al escoger a Israel, lo creó y formó (cf Is 43,1), se revela como aquel a quien pertenecen todos los pueblos de la tierra y la tierra entera, como el único Dios que "hizo el cielo y la tierra" (Sal 115,15;124,8;134,3)”. Y también sobre el v 8, empleadas en la liturgia cristiana como antífona de comienzo de oración, dice el relato del martirio de S. Eulogio de Córdoba: “Señor, Dios omnipotente, verdadero consuelo de los que en ti esperan, remedio seguro de los que te temen y alegría perpetua de los que te aman: Inflama, con el fuego de tu amor, nuestro corazón y, con la llama de tu caridad, abrasa hasta el hondón de nuestro pecho, para que podamos consumar el comenzado martirio; y así, vivo en nosotras el incendio de tu amor, desaparezca la atracción del pecado y se destruyan los falaces halagos de los vicios; para que, iluminadas por tu gracia, tengamos el valor de despreciar los deleites del mundo; y amarte, temerte, desearte y buscarte en todo momento, con pureza de intención y con deseo sincero.
Danos, Señor, tu ayuda en la tribulación, porque el auxilio humano es ineficaz. Danos fortaleza para luchar en los combates, y míranos propicio desde Sión, de modo que, siguiendo las huellas de tu pasión, podamos beber alegres el cáliz del martirio. Porque tú, Señor, libraste con mano poderosa a tu pueblo, cuando gemía bajo el pesado yugo de Egipto, y deshiciste al Faraón y a su ejército en el mar Rojo, para gloria de tu nombre.
Ayuda, pues, eficazmente a nuestra fragilidad en esta hora de la prueba. Sé nuestro auxilio poderoso contra las huestes del demonio y de nuestros enemigos. Para nuestra defensa, embraza el escudo de tu divinidad y mantennos en la resolución de seguir luchando virilmente por ti hasta la muerte.
Así, con nuestra sangre, podremos pagarte la deuda que contrajimos con tu pasión, para que, como tú te dignaste morir por nosotras, también a nosotras nos hagas dignas del martirio. Y, a través de la espada terrena, consigamos evitar los tormentos eternos; y, aligeradas del fardo de la carne, merezcamos llegar felices hasta ti.
No le falte tampoco, Señor, al pueblo católico, tu piadoso vigor en las dificultades. Defiende a tu Iglesia de la hostigación del perseguidor. Y haz que esa corona, tejida de santidad y castidad, que forman todos tus sacerdotes, tras haber ejercitado limpiamente su ministerio, llegue a la patria celestial. Y, entre ellos, te pedimos especialmente por tu siervo Eulogio, a quien, después de ti, debemos nuestra instrucción; es nuestro maestro; nos conforta y nos anima.
Concédele que, borrado todo pecado y limpio de toda iniquidad, llegue a ser tu siervo fiel, siempre a tu servicio; y que, mostrándose siempre en esta vida tu voluntario servidor, se haga merecedor de los premios de tu gracia en la otra, de modo que consiga un lugar de descanso, aunque sea el último, en la región de los vivos.
Por Cristo Señor nuestro, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén».
Juan Pablo II explica: “El salmo 123, que acabamos de proclamar, es un canto de acción de gracias entonado por toda la comunidad orante, que eleva a Dios la alabanza por el don de la liberación. El salmista proclama al inicio esta invitación: "Que lo diga Israel" (v. 1), estimulando así a todo el pueblo a elevar una acción de gracias viva y sincera al Dios salvador. Si el Señor no hubiera estado de parte de las víctimas, ellas, con sus escasas fuerzas, habrían sido impotentes para liberarse y los enemigos, como monstruos, las habrían desgarrado y triturado. Aunque se ha pensado en algún acontecimiento histórico particular, como el fin del exilio babilónico, es más probable que el salmo sea un himno compuesto para dar gracias a Dios por los peligros evitados y para implorar de él la liberación de todo mal. En este sentido es un salmo muy actual.
Después de la alusión inicial a ciertos "hombres" que asaltaban a los fieles y eran capaces de "tragarlos vivos" (cf vv. 2-3), dos son los momentos del canto. En la primera parte dominan las aguas que arrollan, para la Biblia símbolo del caos devastador, del mal y de la muerte: "Nos habrían arrollado las aguas, llegándonos el torrente hasta el cuello; nos habrían llegado hasta el cuello las aguas espumantes" (vv. 4-5). El orante experimenta ahora la sensación de encontrarse en una playa, salvado milagrosamente de la furia impetuosa del mar. La vida del hombre está plagada de asechanzas de los malvados, que no sólo atentan contra su existencia, sino que también quieren destruir todos los valores humanos. Vemos cómo estos peligros existen también ahora. Pero -podemos estar seguros también hoy- el Señor se presenta para proteger al justo, y lo salva, como se canta en el salmo 17: "Él extiende su mano de lo alto para asirme, para sacarme de las profundas aguas; me libera de un enemigo poderoso, de mis adversarios más fuertes que yo. (...) El Señor fue un apoyo para mí; me sacó a espacio abierto, me salvó porque me amaba" (vv 17-20). Realmente, el Señor nos ama; esta es nuestra certeza, el motivo de nuestra gran confianza.
En la segunda parte de nuestro canto de acción de gracias se pasa de la imagen marina a una escena de caza, típica de muchos salmos de súplica (cf Sal 123,6-8). En efecto, se evoca una fiera que aprieta entre sus fauces una presa, o la trampa del cazador, que captura un pájaro. Pero la bendición expresada por el Salmo nos permite comprender que el destino de los fieles, que era un destino de muerte, ha cambiado radicalmente gracias a una intervención salvífica: "Bendito sea el Señor, que no nos entregó en presa a sus dientes; hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa del cazador: la trampa se rompió y escapamos" (vv 6-7). La oración se transforma aquí en un suspiro de alivio que brota de lo profundo del alma: aunque se desvanezcan todas las esperanzas humanas, puede aparecer la fuerza liberadora divina. Por tanto, el Salmo puede concluir con una profesión de fe, que desde hace siglos ha entrado en la liturgia cristiana como premisa ideal de todas nuestras oraciones: "Adiutorium nostrum in nomine Domini, qui fecit caelum et terram", "Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra" (v 8). En particular, el Todopoderoso está de parte de las víctimas y de los perseguidos, "que claman a él día y noche", y "les hará justicia pronto" (cf. Lc 18,7-8).
San Agustín hace un comentario articulado de este salmo. En un primer momento, observa que cantan adecuadamente este salmo los "miembros de Cristo que han conseguido la felicidad". Así pues, en particular, "lo han cantado los santos mártires, los cuales, habiendo salido de este mundo, están con Cristo en la alegría, dispuestos a retomar incorruptos los mismos cuerpos que antes eran corruptibles. En vida sufrieron tormentos en el cuerpo, pero en la eternidad estos tormentos se transformarán en adornos de justicia". Y San Agustín habla de los mártires de todos los siglos, también del nuestro. Sin embargo, en un segundo momento, el Obispo de Hipona nos dice que también nosotros, no sólo los bienaventurados en el cielo, podemos cantar este salmo con esperanza. Afirma: "También a nosotros nos sostiene una segura esperanza, y cantaremos con júbilo. En efecto, para nosotros no son extraños los cantores de este salmo... Por tanto, cantemos todos con un mismo espíritu: tanto los santos que ya poseen la corona, como nosotros, que con el afecto nos unimos en la esperanza a su corona. Juntos deseamos aquella vida que aquí en la tierra no tenemos, pero que no podremos tener jamás si antes no la hemos deseado". San Agustín vuelve entonces a la primera perspectiva y explica: "Reflexionan los santos en los sufrimientos que han pasado, y desde el lugar de bienaventuranza y de tranquilidad donde ahora se hallan miran el camino recorrido para llegar allá; y, como habría sido difícil conseguir la liberación si no hubiera intervenido la mano del Liberador para socorrerlos, llenos de alegría exclaman: "Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte". Así inician su canto. Era tan grande su júbilo, que ni siquiera han dicho de qué habían sido librados."
3.- Lc 12,39-48. A la comparación de ayer -los criados deben estar preparados para la vuelta de su señor- añade Jesús otra: debemos estar dispuestos a la venida del Señor como solemos estar alerta para que no entre un ladrón en casa. La comparación no está, claro está, en lo del ladrón, sino en lo de "a qué hora viene el ladrón". Pedro quiere saber si esta llamada a la vigilancia se refiere a todos, o a ellos, los apóstoles. Jesús le toma la palabra y les dice otra parábola, en la que los protagonistas son los administradores, los responsables de los otros criados. La lección se condensa en la afirmación final: "al que mucho se le confió, más se le exigirá".
Todos tenemos el peligro de la pereza en nuestra vida de fe. O del amodorramiento, acuciados como por tantas preocupaciones. Hoy nos recuerdan que debemos estar vigilantes. Las comparaciones del ladrón que puede venir en cualquier momento, o el amo que puede presentarse improvisamente, nos invitan a que tengamos siempre las cosas preparadas. No a que vivamos con angustia, pero sí con una cierta tensión, con sentido de responsabilidad, sin descuidar ni la defensa de la casa ni el arreglo y el buen orden en las cosas que dependen de nosotros. Si se nos ha confiado alguna clase de responsabilidad, todavía más: no podemos caer en la fácil tentación de aprovecharnos de nuestra situación para ejercer esos modos tiránicos que Jesús describe tan vivamente. LG 41 nos da una visión de las distintas vocaciones, y de su responsabilidad en la santidad: “Una misma es la santidad que cultivan en cualquier clase de vida y de profesión los que son guiados por el espíritu de Dios y, obedeciendo a la voz del Padre, adorando a Dios y al Padre en espíritu y verdad, siguen a Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz, para merecer la participación de su gloria. Según eso, cada uno según los propios dones y las gracias recibidas, debe caminar sin vacilación por el camino de la fe viva, que excita la esperanza y obra por la caridad.
Es menester, en primer lugar, que los pastores del rebaño de Cristo cumplan con su deber ministerial, santamente y con entusiasmo, con humildad y fortaleza, según la imagen del Sumo y Eterno sacerdote, pastor y obispo de nuestras almas; cumplido así su ministerio, será para ellos un magnífico medio de santificación. Los escogidos a la plenitud del sacerdocio reciben como don, con la gracia sacramental, el poder ejercitar el perfecto deber de su pastoral caridad con la oración, con el sacrificio y la predicación, en todo género de preocupación y servicio episcopal, sin miedo de ofrecer la vida por sus ovejas y haciéndose modelo de la grey (cf 1 Pe 5,13). Así incluso con su ejemplo, han de estimular a la Iglesia hacia una creciente santidad.
Los presbíteros, a semejanza del orden de los Obispos, cuya corona espiritual forman participando de la gracia del oficio de ellos por Cristo, eterno y único Mediador, crezcan en el amor de Dios y del prójimo por el ejercicio cotidiano de su deber; conserven el vínculo de la comunión sacerdotal; abunden en toda clase de bienes espirituales y den a todos un testimonio vivo de Dios, emulando a aquellos sacerdotes que en el transcurso de los siglos nos dejaron muchas veces con un servicio humilde y escondido, preclaro ejemplo de santidad, cuya alabanza se difunde por la Iglesia de Dios. Ofrezcan, como es su deber, sus oraciones y sacrificios por su grey y por todo el Pueblo de Dios, conscientes de lo que hacen e imitando lo que tratan. Así, en vez de encontrar un obstáculo en sus preocupaciones apostólicas, peligros y contratiempos, sírvanse más bien de todo ello para elevarse a más alta santidad, alimentando y fomentando su actividad con la frecuencia de la contemplación, para consuelo de toda la Iglesia de Dios. Todos los presbíteros, y en particular los que por el título peculiar de su ordenación se llaman sacerdotes diocesanos, recuerden cuánto contribuirá a su santificación el fiel acuerdo y la generosa cooperación con su propio Obispo.
Son también participantes de la misión y de la gracia del supremo sacerdote, de una manera particular, los ministros de orden inferior, en primer lugar los diáconos, los cuales, al dedicarse a los misterios de Cristo y de la Iglesia, deben conservarse inmunes de todo vicio y agradar a Dios y ser ejemplo de todo lo bueno ante los hombres (cf 1 Tim 3,8-10;12-13). Los clérigos, que llamados por Dios y apartados para su servicio se preparan para los deberes de los ministros bajo la vigilancia de los pastores, están obligados a ir adaptando su manera de pensar y sentir a tan preclara elección, asiduos en la oración, fervorosos en el amor, preocupados siempre por la verdad, la justicia, la buena fama, realizando todo para gloria y honor de Dios. A los cuales todavía se añaden aquellos seglares, escogidos por Dios, que, entregados totalmente a las tareas apostólicas, son llamados por el Obispo y trabajan en el campo del Señor con mucho fruto.
Conviene que los cónyuges y padres cristianos, siguiendo su propio camino, se ayuden el uno al otro en la gracia, con la fidelidad en su amor a lo largo de toda la vida, y eduquen en la doctrina cristiana y en las virtudes evangélicas a la prole que el Señor les haya dado. De esta manera ofrecen al mundo el ejemplo de una incansable y generoso amor, construyen la fraternidad de la caridad y se presentan como testigos y cooperadores de la fecundidad de la Madre Iglesia, como símbolo y al mismo tiempo participación de aquel amor con que Cristo amó a su Esposa y se entregó a sí mismo por ella. Un ejemplo análogo lo dan los que, en estado de viudez o de celibato, pueden contribuir no poco a la santidad y actividad de la Iglesia. Y por su lado, los que viven entregados al duro trabajo conviene que en ese mismo trabajo humano busquen su perfección, ayuden a sus conciudadanos, traten de mejorar la sociedad entera y la creación, pero traten también de imitar, en su laboriosa caridad, a Cristo, cuyas manos se ejercitaron en el trabajo manual, y que continúa trabajando por la salvación de todos en unión con el Padre; gozosos en la esperanza, ayudándose unos a otros en llevar sus cargas, y sirviéndose incluso del trabajo cotidiano para subir a una mayor santidad, incluso apostólica.
Sepan también que están unidos de una manera especial con Cristo en sus dolores por la salvación del mundo todos los que se ven oprimidos por la pobreza, la enfermedad, los achaques y otros muchos sufrimientos o padecen persecución por la justicia: todos aquellos a quienes el Señor en su Evangelio llamó Bienaventurados, y a quienes: «El Señor... de toda gracia, que nos llamó a su eterna gloria en Cristo Jesús, después de un poco de sufrimiento, nos perfeccionará El mismo, nos confirmará, nos solidificará» (1 Pe 5,10). Por consiguiente, todos los fieles cristianos, en cualquier condición de vida, de oficio o de circunstancias, y precisamente por medio de todo eso, se podrán santificar de día en día, con tal de recibirlo todo con fe de la mano del Padre Celestial, con tal de cooperar con la voluntad divina, manifestando a todos, incluso en el servicio temporal, la caridad con que Dios amó al mundo”.
La "venida del Hijo del Hombre" puede significar, también aquí, tanto el día del juicio final como la muerte de cada uno, como también esas pequeñas pero irrepetibles ocasiones diarias en que Dios nos manifiesta su cercanía, y que sólo aprovechamos si estamos "despiertos", si no nos hemos quedado dormidos en las cosas de aquí abajo. El Señor no sólo nos "visita" en la hora de la muerte, sino cada día, a lo largo del camino, si sabemos verle.
En el Apocalipsis, el ángel les dice a los cristianos que vivan atentos, porque podrían desperdiciar el momento de la visita del Señor: "mira que estoy a la puerta y llamo: si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" (Ap 3,20). Sería una lástima que no le abriéramos al Señor y nos perdiéramos la cena con él (J. Aldazábal).
Jesús exhorta a la vigilancia, especialmente a los pastores de la Iglesia, a los responsables de la comunidad (v.41). Ellos tienen el encargo especial de velar por el rebaño (1 P 5,1-4). La tentación típica del ministerio, al tardar el Señor, es la de olvidarse de que sólo se es administrador, actuar como si fuera el dueño, a su capricho, en su propio provecho. La tentación de explotar al rebaño, de apacentarse a sí mismos. La fidelidad al Señor, que es el amo, y a la comunidad, a cuyo servicio ha sido destinado, define la actitud radical de todo administrador (cf 1 Co 4,2). No debe olvidar que ha de rendir cuentas. Sólo si se ha mostrado fiel será el siervo asociado al reinado de Cristo. El siervo infiel, en cambio, no tiene parte en su Reino. No cabe excusa. El administrador ha recibido encargos de mayor responsabilidad. Pero ha recibido también dones correspondientes.
Esta parábola nos muestra que el tiempo de la espera se precisa para Lc como tiempo de servicio, porque el reino se refleja ya de forma decisiva en nuestra vida. Es muy posible que el mayordomo a quien se ha puesto al frente de la casa sea un símbolo de los dirigentes de la Iglesia. A todos se confía un tipo de servicio en el tiempo de la espera. La riqueza del reino se traduce para todos a manera de amor que dirige hacia los otros. Aquél que ha recibido el gran tesoro que le hace rico para Dios empieza a ser inmediatamente (tiene que ser inmediatamente) fuente de amor para los hombres (coment., edic. Marova).
El Señor de una casa está ausente, lejos. Durante el tiempo de su ausencia encarga a un capataz que cuide de atender con justicia y puntualidad a la servidumbre. Para este cargo se requiere fidelidad y sensatez: fidelidad porque el capataz sólo es administrador, no señor, por lo cual debe obrar conforme la voluntad del señor; sensatez, porque no debe perder de vista que el señor puede venir de repente y pedirle cuentas. Si este capataz obra con conciencia, es felicitado, pues el señor quiere encomendarle la administración de todos sus bienes. Si, en cambio, obra sin conciencia e indebidamente, maltrata a la servidumbre y explota su posición de manera egoísta para llevar una vida sibarítica, le espera duro castigo. (...) La tentación puede consistir para el administrador en que se diga: "El Señor está tardando", todavía no viene. Los instintos egoístas y los impulsos del capricho le seducen llevándolo a la infidelidad. Lucas parece haber dado a esta observación sobre la tardanza del Señor una importancia mayor de la que tenía en la redacción originaria de la parábola. Es posible que en la época en que vivía Lucas más de una autoridad en la Iglesia dejara que desear tocante a la fidelidad, a la vigilancia y a la sensatez, diciéndose: el Señor está tardando. La venida del Señor en un plazo próximo no se había cumplido. Entonces se pensaba: A lo mejor ni siquiera viene. El hecho de que Jesús ha de venir es cierto. Cuándo ha de venir, es cosa que se ignora. Con la venida de Jesús está asociado el juicio, en el que cada cual ha de rendir cuentas de su administración. (...) "¿Nos dices esta parábola a nosotros o a todos?" Así había preguntado Pedro, porque pensaba que los apóstoles tenían la promesa segura y que no estaban en peligro. Habían oído lo que había dicho el Maestro sobre el pequeño rebaño, al que Dios se había complacido en dar el Reino. También el apóstol debe dar buena cuenta de sí con fidelidad y sensatez, si quiere tener participación en el reino. También para él existe la posibilidad de castigo. La sentencia depende de la medida y gravedad de la culpa, del conocimiento de la obligación, y de la responsabilidad. Los apóstoles han sido dotados de mayor conocimiento que los otros, por lo cual también se les exige más y también es mayor su castigo si se hacen culpables. El que "no habiendo conocido la voluntad del Señor" hace algo que merece azotes, recibirá menos golpes. No estaba iniciado en los planes y designios del Señor, y por ello no será tan severa la sentencia de castigo. Pero será también alcanzado por el castigo, aunque menos, pues al fin y al cabo conocía cosas que hubiera debido hacer, pero no las ha hecho. Todo hombre es considerado punible, pues nadie ha obrado completamente conforme a su saber y a su conciencia. La medida de la exigencia de Dios a los hombres se regula conforme a la medida de los dones que se han otorgado a cada uno. Todo lo que recibe el hombre es un capital que se le confía para que trabaje con él (coment., edic. Herder).
-Si el dueño de la casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón... Estad también vosotros preparados: pues cuando menos lo penséis llegará el Hijo del hombre. Para el creyente, la historia no es un perpetuo volver a empezar; sigue una progresión que jalonan unas "visitas" de Dios, unas "intervenciones" de Dios, en días, horas y momentos privilegiados: el Señor ha venido, continúa viniendo, vendrá... para juzgar el mundo y salvarlo. Es verdad que los primeros cristianos esperaron, casi físicamente, la última venida -la Parusía- de Jesús... la deseaban con ardor y rogaban para adelantar esa venida: "Ven Señor Jesús" (1 Cor 16,22; Ap 22,17-20). Las nuevas plegarias eucarísticas, desde el Concilio, nos han retornado esa bella y esencial plegaria: "Esperamos tu venida gloriosa... esperamos tu retorno... Ven, Señor Jesús". Pero, ¿puede decirse que esas plegarias han entrado efectivamente en nuestras vidas? Por otra parte, no debemos estar solamente a la espera de la última venida de Jesús, la de nuestra propia muerte, la del fin del mundo. Porque, nunca se repetirá bastante, que las "venidas" de Jesús son múltiples, y nada ostentosas... incluso ¡podemos no verlas! podemos ¡rehusarlas! "Vino a su casa y los suyos no lo recibieron" (Jn 1,11 ) y Jesús lloró sobre Jerusalén "porque la ciudad no reconoció el tiempo en que fue "visitada" (Lc 19,44). El Apocalipsis presenta a Jesús preparado a intervenir en la vida de las Iglesias de Asia si no se convierten (Ap 2,3). Y cada discípulo es invitado a recibir la "visita íntima y personal" de Jesús: "He ahí que estoy a la puerta y llamo: si uno me oye y me abre, entraré en su casa y tomaremos la "cena" juntos" (Ap 3,20) "Llegará cuando menos lo penséis..." Oh Señor, ayúdame a pensarlo. Despierta mi corazón para esos encuentros contigo.
-Pedro le dijo entonces: "Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos en general?" El Señor responde: "¿Dónde está ese administrador fiel y sensato a quien el Amo va a encargar de repartir a los sirvientes la ración de trigo a sus horas? Dichoso el tal empleado si el Amo al llegar lo encuentra en su trabajo.
Después de invitar a cada cristiano a la vigilancia, Jesús, contestando a Pedro, hará una aplicación particular de la parábola o los "responsables de comunidades" que deben ser "fieles y sensatos". Sí, el servidor de los sirvientes es solamente un administrador, no es el amo... llegará el día en que tendrá que rendir cuentas. Su papel esencial es " dar a cada uno el alimento a sus horas" Así pues, toda la Iglesia tiene que estar en actitud de "vigilancia"... cada cristiano, pero también y ante todo cada responsable. El Reino de Dios ya está inaugurado.
Referirse a ese Reino -que ciertamente no estará "acabado" más que al Fin- no supone para la Iglesia un proyectarse en un futuro de ensueño, sino aceptar el presente como esperanza, y contribuir a que ese presente acepte y reciba el Reino que ya está aquí.
-"Dichoso el servidor si su amo al llegar le encuentra en su trabajo". Ayúdame, Señor, a estar en mi trabajo cada día y a captar tu presencia.
-Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le pedirá. La pregunta de Pedro podía quizá significar que, en su interior, se sentía muy seguro del Reino, y que no tenía nada que temer ya que había sido elegido responsable... La respuesta de Jesús va enteramente en sentido contrario: cuando mayor sea la responsabilidad, tanto más serán también las cuentas a rendir. Notemos, empero, la sutileza del pensamiento: el juicio dependerá del grado de culpabilidad... se puede ser inconsciente del daño causado y eso disminuye nuestra responsabilidad, dice Jesús. Ayúdanos, Señor (Noel Quesson).

domingo, 10 de abril de 2011

Cuaresma 5, domingo A: Jesús abre los sepulcros de nuestro corazón y nos da la Vida


Cuaresma 5, domingo A: Jesús abre los sepulcros de nuestro corazón y nos da la Vida

Lectura del Profeta Ezequiel 37,12-14: Esto dice el Señor: -“Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor: os infundiré mi espíritu y viviréis; os colocaré en vuestra tierra, y sabréis que yo el Señor lo digo y lo hago. Oráculo del Señor.

Sal 129,1-2. 3-4ab. 4c-6. 7-8: Desde lo hondo a ti grito, Señor; / Señor, escucha mi voz: / estén tus oídos atentos / a la voz de mi súplica. // Si llevas cuentas de los delitos, Señor, / ¿quién podrá resistir? / Pero de ti procede el perdón, / y así infundes respeto.
Mi alma espera en el Señor, / espera en su palabra; / mi alma aguarda al Señor, / más que el centinela la aurora. / Aguarde Israel al Señor, / como el centinela la aurora. // Porque del Señor viene la misericordia, / la redención copiosa; / y él redimirá a Israel / de todos sus delitos.

Carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 8,8-11: Hermanos: Los que están en la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 11,1-45: En aquel tiempo [un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana, había caído enfermo. (María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera: el enfermo era su hermano Lázaro).]
Las hermanas le mandaron recado a Jesús, diciendo: -“Señor, tu amigo está enfermo”. Jesús, al oírlo, dijo: -“Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”.
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos: -“Vamos otra vez a Judea”. [Los discípulos le replican: -“Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver allí?” Jesús contestó: -“¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz”. Dicho esto añadió: -“Lázaro, nuestro amigo; está dormido: voy a despertarlo”.
Entonces le dijeron sus discípulos: -“Señor, si duerme, se salvará”. (Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño natural.) Entonces Jesús les replicó claramente: -“Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora vamos a su casa”. Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos: “Vamos también nosotros, y muramos con él”.]
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. [Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano.] Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: -“Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá”. Jesús le dijo: -“Tu hermano resucitará”.
Marta respondió: -“Sé que resucitará en la resurrección del último día”. Jesús le dice: -“Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?” Ella le contestó: -“Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”. [Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja: -“El Maestro está ahí, y te llama”. Apenas lo oyó, se levantó y salió a donde estaba él: porque Jesús no había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole: -“Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”.] Jesús, [viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, sollozó y] muy conmovido preguntó: -“¿Dónde lo habéis enterrado?” Le contestaron: -“Señor, ven a verlo”.
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: -“¡Cómo lo quería!” Pero algunos dijeron: -“Y uno que le ha abierto los ojos , a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?” Jesús, sollozando de nuevo, llegó a la tumba. (Era una cavidad cubierta con una losa.) Dijo Jesús: -Quitad la losa. Marta; la hermana del muerto, le dijo: -“Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días”. Jesús le dijo: -“¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?” Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: -“Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea para que crean que tú me has enviado”. Y dicho esto, gritó con voz potente: -“Lázaro, ven afuera”. El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: -“Desatadlo y dejadlo andar”.
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

Comentario: “Los tres momentos de la fe -conversión, iluminación, comunión- quedan claramente destacados a través de los tres domingos de escrutinios. La samaritana es, sobre todo, conversión; el ciego de nacimiento es iluminación; la resurrección de Lázaro destaca la vida nueva que nos viene de la comunión con el Señor muerto y resucitado.
La característica de esta quincena que se inicia con el quinto domingo de Cuaresma, en la liturgia romana, es la atención intensificada hacia el misterio de la pasión del Señor. La cruz de Cristo se va convirtiendo progresivamente en el único centro de atención, sea en las lecturas feriales, sea en los textos eucológicos (vean p.e. la colecta de este domingo), sea en la liturgia de las Horas (vean la posibilidad, a tener en cuenta, de recitar los himnos de Semana Santa -"Vexilla Regis"- ya durante esta V semana), sea en el uso del prefacio I de Pasión”. La comunión con la cruz y la sepultura de Cristo, realizada sacramentalmente en el bautismo, nos hace entrar en una vida nueva, escondida con Cristo en Dios. “El esquema del prefacio, como en los domingos anteriores, vuelve a situarnos en el paralelismo de la humanidad y la divinidad de Cristo (a la samaritana le pide agua y le da el fuego del Espíritu; al linaje humano lo ilumina haciéndose hombre y comunicando a los hombres la adopción de los hijos de Dios): como hombre llora a Lázaro, como Dios eterno le hace levantar del sepulcro. Es interesante comprobar, ahora, como toda la Cuaresma ha sido una prolongación de las dos imágenes iniciales de Cristo: el hombre que ayuna y es tentado en el desierto es, verdaderamente, el Hijo de Dios que hay que escuchar, por voluntad del Padre”. El prefacio -como el del domingo IV- enseña que la palabra poderosa de Cristo, con la fuerza del Espíritu, resuena todavía en la Iglesia, en la celebración de los sacramentos. Por esa acción, la misericordia de Dios continúa vertiéndose sobre los hombres ("humani generis miseratus", compadecido del linaje humano).
La oración postcomunión nos recuerda esa fuerza transformadora en Cuerpo de Cristo que nos viene de la comunión con su Cuerpo, que nos trae la fuerza vital de la cruz de Cristo: "por la fuerza de la cruz, el mundo es juzgado como reo y el Crucificado exaltado como juez poderoso" (prefacio, tomado de san León Magno). La cruz es el "árbol de la vida", aunque esté teñida de sangre (Pere Tena). Esa vida que recupera Lázaro, imagen de la que nos consigue Jesús con la Pascua. «Cristo lo es todo para nosotros. Si quieres curar tus heridas, El es médico. Si la fiebre te abrasa, El es la fuente de agua fresca. Si te oprime el peso de la culpa, El es la justicia. Si necesitas ayuda, El es la fuerza. Si temes la muerte, El es la vida. Si deseas el cielo, El es el camino. Si huyes de las tinieblas, El es la luz. Si buscas comida, El es el alimento. Buscad y ved cuán bueno es el Señor; dichoso el hombre que espera el El» (San Ambrosio).
1. Ezequiel ha tenido la visión de unos huesos secos e informes que toman carne, se organizan y reviven. El pueblo de Dios está desterrado en Babilonia, tumba de los pueblos, lejos de la tierra y la relación con Dios que daban sentido a su historia. Es un pueblo sin libertad y sin vida propia: un pueblo muerto y sin destino. En esta circunstancia se hace presente la promesa de Dios: él apartará la losa de esa tumba para que el pueblo se levante, se organice y camine vitalizado por el Espíritu del Señor. Será una nueva liberación histórica, un nuevo éxodo, una nueva elección. Es imagen de la formación de la Iglesia, el nuevo pueblo unido por el Espíritu de Dios y no por lazos culturales o de sangre (“Eucaristía”).
Paralelamente ruah-viento-espíritu, soplo animador por los cuatro costados, vida por doquier. Huesos y espíritu, muerte y vida es el eje central de la visión, de la parábola y de la teología de este pasaje. "¿Podrán revivir esos huesos?"; el profeta se limita a responder: "Tú lo sabes, Señor". Se hace presente la vida: Yahveh. Los huesos se ensamblan, les nacen tendones, la carne los cubre, su piel se pone tersa... Y, con el soplo de Yahveh, aquellos cadáveres "revivieron, se pusieron en pie". "Huesos calcinados", es decir "esperanzas desvanecidas”; pensamientos negativos del tipo “estamos perdidos", corroen la raíz de la existencia… ante estos sepulcros la infusión "de mi espíritu en vosotros" les dará ser vivos-divinos, personas libres (Edic Marova).
2. El relato de la resurrección de Lázaro sigue esta idea, tan bien expresada en los versos del salmo de hoy: “Desde lo hondo a ti grito, Señor; / Señor, escucha mi voz… Mi alma espera en el Señor… porque del Señor viene la misericordia… él redimirá a Israel”. Aquí tenemos otros versos que glosan alguna de sus ideas: “Yo abriré vuestros sepulcros, pueblo mío, / que no puedo soportar vuestras tristezas; / yo bajaré a los infiernos de la angustia / y lloraré con vosotros vuestras penas, / y sembraré de alegría vuestras vidas / que seréis para siempre pura fiesta. // Y no puedo tolerar, amigos míos, / que arrastréis por más tiempo las cadenas / que os convierten en esclavos miserables. / Os libraré, os llevaré a la tierra / prometida, la tierra de la paz, / la tierra de la felicidad entera. // Yo mismo abriré, pueblo mío, los sepulcros / del miedo, el desencanto y las tinieblas; / clavaré mi bandera victoriosa / en la oscuridad de la conciencia, / y os regalaré hasta un lucero vivo / que os alegre y cure la ceguera. // Yo abriré los sepulcros de los odios / que miserablemente os pudren y os entierran; / os daré un corazón nuevo, como el mío, / en el que el amor y la amistad florezcan. / Abriré, pueblo mío, todos los sepulcros, / porque soy Resurrección y Vida plena; / lucharé cuerpo a cuerpo con la muerte, / aunque tenga que morir en la pelea; / pero os juro que vosotros viviréis / y llenaré de mi Espíritu la tierra” (de J. Gomis).
Este salmo de "Súplica" era utilizado por Israel en las ceremonias penitenciales comunitarias, particularmente en la fiesta de las Expiaciones: antes de renovar la Alianza, se ofrecían "sacrificios de expiación" en reparación por los pecados. Lo que llama la atención es que el "grito" del pecador no tiene por objeto confesar su pecado en forma circunstanciada y detallada: no se sabe de "qué" pecado se trata. Este salmo es ante todo un "grito de esperanza", "el más hermoso canto de esperanza que jamás haya salido quizá del corazón del hombre" (M. Mannati).
El plan de este poema relieva la sutil dialéctica del diálogo interior. Es un "movimiento" del alma, que va alternativamente del hombre a Dios, luego vuelve al hombre y pasa enseguida, nuevamente a Dios, se va alternando en las estrofas. Al mismo tiempo, el movimiento aparece con la repetición de palabras, en un avanzar en hacia el Señor (8 veces), hecho de aguardar (3 veces), esperar, acechar (2 veces), y el "grito", "la llamada", "la oración" (4 veces).
Juan Pablo II vio en María la intercesora, para esta misericordia divina, en la encíclica dirigida a este tema desglosaba aquellas palabras suyas: “la misericordia divina se extiende de generación en generación”: “Tenemos pleno derecho a creer que también nuestra generación está comprendida en las palabras de la Madre de Dios, cuando glorificaba la misericordia, de la que 'de generación en generación' son partícipes cuantos se dejan guiar por el temor de Dios. Las palabras del Magnificat mariano tienen un contenido profético, que afecta no sólo al pasado de Israel, sino también al futuro del Pueblo de Dios sobre la tierra. Somos, en efecto, todos nosotros, los que vivimos hoy en la tierra, la generación que es consciente del aproximarse del tercer milenio y que siente profundamente el cambio que se está verificando en la historia.
La presente generación se siente privilegiada porque el progreso le ofrece tantas posibilidades, insospechadas hace solamente unos decenios. La actividad creadora del hombre, su inteligencia y su trabajo han provocado cambios profundos, tanto en el dominio de la ciencia y de la técnica como en la vida social y cultural. El hombre ha extendido su poder sobre la naturaleza; ha adquirido un conocimiento más profundo de las leyes de su comportamiento social. Ha visto derrumbarse o atenuarse los obstáculos y distancias que separan hombres y naciones, gracias a un sentido acrecentado de lo universal, a una conciencia más clara de la unidad del género humano, a la aceptación de la dependencia recíproca dentro de una solidaridad auténtica, y gracias, finalmente, al deseo y la posibilidad- de entrar en contacto con sus hermanos y hermanas por encima de las divisiones artificiales de la geografía o las fronteras nacionales o raciales. Los jóvenes de hoy día, sobre todo, saben que los progresos de la ciencia y de la técnica son capaces de aportar no sólo nuevos bienes materiales, sino también una participación más amplia a su conocimiento.
El desarrollo de la informática, por ejemplo, multiplicará la capacidad creadora del hombre y le permitirá el acceso a las riquezas intelectuales y culturales de otros pueblos. Las nuevas técnicas de la comunicación favorecerán una mayor participación en los acontecimientos y un intercambio creciente de las ideas. Las adquisiciones de la ciencia biológica, psicológica o social ayudarán al hombre a penetrar mejor en la riqueza de su propio ser. Y si es verdad que ese progreso sigue siendo todavía muy a menudo privilegio de los países industrializados, no se puede negar, sin embargo, que la perspectiva de hacer beneficiarios a todos los pueblos y a todos los países no será a la larga una utopía si existe realmente una voluntad política a este respecto”, y junto a las luces ve las sombras, “inquietudes e imposibilidades que atañen a la respuesta profunda que el hombre sabe que debe dar”, como recuerda el Concilio Vaticano II: “En verdad, los desequilibrios que sufre el mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano. Son muchos los elementos que se combaten en el propio interior del hombre. A fuer de criatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior. Atraído por muchas solicitaciones, tiene que elegir y renunciar. Más aún, como enfermo y pecador, no raramente hace lo que no quiere, y deja de hacer lo que querría llevar a cabo. Por ello siente en sí mismo la división que tantas y tan graves discordias provoca en la sociedad... ante la actual evolución del mundo, son cada día más numerosos los que se plantean o los que acometen con nueva penetración las cuestiones más fundamentales: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio?”.
Hay que gritarle al mundo: Dios es Amor, Dios ama a todos los hombres. El mundo de hoy, lleno de espíritus ateos y agnósticos, es un mundo "huérfano". En un mundo "sin Dios", el mal ya no tiene sentido, se convierte en "fatalidad" implacable contra la cual una sola actitud es posible: la rebelión. Pero seamos claros, esta rebelión es radicalmente estéril, ya que el "mal" de la muerte lo superará. La ola de incredulidad del mundo occidental corresponde al "malestar existencial", a una profunda desesperación, a un frenesí de gozo inmediato (¿no es esto también un embrutecimiento estéril?) el condenado a muerte "se divierte" como puede, para no pensar en el fatal desenlace.
“Para el creyente, al contrario, el "grito" del hombre tiene una respuesta... El mal no es fatal... La muerte no es el último acto... El pecado no es una situación "sin salida". Cuando el hombre está en el fondo del abismo, se siente solo, abandonado, condenado a quedarse en su "hoya". Ahora bien, justamente al fondo de este abismo viene a buscarnos el amor de Jesús. Desde la profundidad, de la cual pedimos socorro... hay una salida, vertical, por la cruz de quien nos ama. No, el grito del hombre que sufre, no cae en un cielo "vacío", como dicen los ateos... Yo sé que mi Salvador está vivo, que está junto a mí cuando toco el fondo del abismo, que escucha mi llamado y que su oído está atento... Hay que repetirlo: el único "porvenir" posible para el hombre no está en un hombre-cerrado-sobre-sí- mismo, sino en un hombre-abierto-sobre-la-trascendencia. Si Dios "no existe", sólo queda una cosa segura: tampoco "existe" el hombre.
Como un vigilante que ansía la aurora. ¡He ahí el creyente! ¡Un vigilante! En este mundo que duerme pensando que la noche es definitiva, El, despierto, espera el despuntar de la aurora. El oficio del "vigilante nocturno" es muy evocador. Mientras la caravana duerme en el desierto, una persona vigila, un centinela protege el campamento. No es extraño ser "centinela" en plena guerra rodeado de enemigos: soledad, frío, tinieblas, ruidos sospechosos, riesgo de dormirse, de tensión nerviosa ante el enemigo que ronda. Los minutos son largos, la noche se hace interminable. Pero el centinela "sabe" que la aurora vendrá ciertamente. ¡Con qué impaciencia, el vigilante, acecha los primeros rayos, los primeros signos de la aurora! Ahora bien, lo que espera el creyente, es Dios. "Mi alma espera al Señor más que un centinela a la aurora". Jamás se dio una mejor definición de la esperanza. La dilación de la noche es temporal. Pero la humanidad camina hacia el mañana.
Solidarios, todos pecadores, todos salvados. Pasemos del "yo" al "nosotros" y oremos con este salmo no solamente por nuestros pecados individuales o nuestra muerte individual... sino en nombre de todos” (Noel Quesson).
3. La vida del nuevo pueblo de Dios es vida en el Espíritu. Estar o existir "en la carne" es vivir desde sí y para sí, con perspectivas limitadas a esta tierra y recortadas por el egoísmo. Existir "en el espíritu" es vivir motivado por el Espíritu de Jesús y radicado en su persona. Es aceptar gozosamente sus horizontes, su talante y sus fines y, como consecuencia, su resurrección. "El hombre que está en la carne" es el que padece la opresión del pecado del mundo y siente en sí mismo las consecuencias del pecado: la muerte y una concupiscencia desenfrenada que le esclaviza. Un hombre así ha perdido su armonía interior y no refleja en su vida la "gloria de Dios" (cf. 3, 23). “En la Biblia en general, y concretamente en los escritos de Pablo, no hay rastros de esa antropología maniquea que divide y enfrenta al espíritu contra la carne y convierte al hombre en un campo de batalla de dos fuerzas antagónicas e irreconciliables. Como si el Espíritu fuera siempre bueno y la carne fuera siempre y totalmente mala, como si el cuerpo fuera el enemigo del alma y ésta fuera lo único verdaderamente humano y con esperanzas de salvación”. "El hombre que está en el espíritu" es el hombre que ha sido salvado por Cristo y ha recibido el espíritu de Dios que da la vida. El espíritu de Dios se llama también espíritu de Cristo, porque en éste habita plenamente y de su plenitud participamos nosotros. La manera de ser del hombre según la "carne" hay que darla por liquidada en aquellos en los que Cristo es la vida de sus vidas. O también, que estamos muertos para el pecado y ahora debemos vivir para la justicia de Dios (cf. 7, 4ss.; 6, 11; 3, 21-31; 5, 1 y 21). Si el mismo espíritu de Dios que actuó en la resurrección de Cristo habita ya en nosotros, podemos esperar que actúe de nuevo en nuestra resurrección. Y no sólo en la resurrección futura, al final de los tiempos, sino también ahora alentando la vida por la justicia de Dios (“Eucaristía”). Así, “no estáis en la carne, porque no realizáis las obras de la carne consintiendo a sus concupiscencias; sino que estáis en el espíritu, porque os deleitáis en la ley según el hombre interior; a esto equivale lo que dice: “Si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros”. Pero si presumís de vuestro espíritu aún estáis en la carne. Si, pues, no estáis en la carne, sino en el espíritu, entonces no estáis en la carne… He aquí que en virtud de su misericordia poseemos el Espíritu de Cristo. Sabemos que mora en nosotros el Espíritu de Dios si amamos la justicia y mantenemos la integridad de la fe católica” (S. Agustín).
4. El relato de la muerte y resurrección de Lázaro también tiene un sentido cristológico: Lázaro es símbolo de Jesús. Hace dos domingos veíamos que Jesús se quedaba también "dos días" en el pueblo de los samaritanos (Jn 4. 40). A continuación de esos dos días el autor presenta a Jesús curando a una persona que está a punto de morir (Jn 4. 46-54). Los dos días son un recurso del autor para poner a Jesús a las puertas del tercer día y de lo que esta expresión significaba en la tradición cristiana cuando él escribía su Evangelio. Jesús es lo que significa el tercer día, es decir, resurrección, vida. Los dos días de espera no obedecen a la crónica de los hechos, sino al quehacer teológico del autor. Y hay también un sentido espiritual: Lázaro es símbolo de la destrucción del destino inexorable y de la fatalidad, no somos un ser para la muerte, Jesús es la resurrección y la vida (v. 25). ¡Qué fantástico sería si a la pregunta "¿Crees esto?", respondiéramos como Marta: "¡Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo!" (v. 27) (Dabar). Cristo convierte en realidad la metáfora de Ezequiel. «Yo mismo abriré tu sepulcro», amigo mío; yo te rescataré del lugar de los muertos; yo te llenaré de espíritu de vida; yo venceré tu muerte; yo derrotaré toda muerte.
En un cuadro plástico de gran belleza, se nos pinta la Vida y la Muerte enfrentados en el sepulcro de Lázaro. La resurrección del amigo es parábola y profecía de futuras victorias sobre todo tipo de muertes: Cristo ha venido para que «tengamos vida y la tengamos en abundancia» y la tengamos para siempre. El nos repite: «Amigo mío, pueblo mío, yo abriré vuestros sepulcros»; yo abriré todos los sepulcros.
En la narración evangélica no sabemos qué admirar más en Jesús: sus sentimientos humanos o su poder divino, al Jesús que llora o al que se proclama «resurrección y vida». Ambas dimensiones nos convencen de su verdad (“Caritas”).
Seguiremos ahora un sermón de S. Agustín que propone de modo magistral una interpretación espiritual para la escena de hoy. “Jesucristo realizó los milagros para significar algo con ellos, de forma que, exceptuando su ser algo admirable, grande y divino, aprendiésemos otra cosa con ellos. Veamos ahora qué quiso enseñarnos en los tres muertos que resucitó. Resucitó a la hija del jefe de la Sinagoga, cuya curación se le había pedido cuando estaba aún enferma. Hallándose en camino a casa se le anuncia su muerte. Y como si su fatiga fuese ya vana, se le comunica al padre: “La niña ha muerto, ¿por qué molestas todavía al maestro?” Jesús prosiguió su camino y dijo al padre de la joven: “No temas, cree solamente”. Cuando llegó a casa lo encontró todo dispuesto para los funerales. “No lloréis, les dijo; la joven no está muerta, sino que duerme”. Y dijo la verdad: dormía, pero sólo para quien tenía el poder de resucitarla. Una vez resucitada se la devuelve viva a sus padres.
También resucitó a un joven, hijo de una viuda... Se acercaba el Señor a la ciudad cuando sacaban al muerto de la casa. Conmovido de misericordia por las lágrimas de la madre viuda y privada de su único hijo, hizo lo que habéis oído diciendo: “Joven, yo te lo ordeno, levántate” (Lc 7,14). Resucitó el difunto, comenzó a hablar y se lo entregó a su madre. Resucitó igualmente a Lázaro, pero del sepulcro. A los discípulos con quienes hablaba, que sabían que Lázaro, amado con predilección por el Señor, estaba enfermo, les dice: “Lázaro, nuestro amigo, duerme”. Pensando en el sueño reparador de la salud, le responden: “Señor, si duerme, está curado”. Y él, de forma ya más clara: “Nuestro amigo Lázaro ha muerto” (Jn 11,11-14). Dijo la verdad una y otra vez: para vosotros está muerto, más para mí duerme.
Estos tres géneros de muertos corresponden a las tres clases de pecadores que Cristo resucita también hoy. La hija del jefe de la sinagoga se hallaba muerta dentro de casa; aún no la habían sacado al exterior. Allí la resucitó y entregó viva a sus padres. El joven ya no estaba en casa, pero tampoco en el sepulcro; había salido de la casa, pero aún no había sido sepultado. Quien resucitó a la difunta en la casa, resucitó a quien había salido ya de ella, pero aún no había sido sepultado. Sólo faltaba el tercer caso: que fuera resucitado estando en el sepulcro; esto lo realizó en Lázaro.
Hay personas que han pecado ya en su corazón, pero el pecado aún no se ha hecho realidad exterior. Un tal se sintió afectado por cierto deseo. El mismo Señor dice: “Quien viere a una mujer, deseándola, ya adulteró con ella en su corazón” (Mt 5,28). Todavía no ha habido contacto corporal, pero ya consintió en su corazón. Tiene el muerto en su interior; aun no lo ha sacado fuera. Pues bien, eso acontece, según sabemos, y a diario lo experimentan en sí los hombres cuando, oyendo en alguna ocasión como que la palabra de Dios les dice: “Levántate”, se condena el consentimiento al pecado y se respira salud y justicia. Resucita el muerto en la casa y se respira salud y justicia. Resucita el muerto en la casa y revive el corazón en lo secreto de la conciencia. Esta resurrección del alma muerta se produjo en el secreto de la conciencia; caso idéntico a aquel que resucitó dentro de su casa.
Hay otros que, después de haber consentido pasan a la acción; es el caso paralelo a quienes sacan fuera al muerto, para que aparezca a las claras lo que permanecía oculto. ¿Han de perder la esperanza éstos que pasaron a la acción? ¿No se le dijo a aquel joven: “Yo te lo ordeno, levántate”? (Lc 7,14). ¿No fue devuelto a su madre? Luego así también quien pecó de hecho, si amonestado y afectado por la palabra de la verdad se levanta ante la palabra de Cristo, resucita también. Pudo avanzar en el pecado, pero no perecer para siempre.
Quienes a fuerza de obrar mal se enredan en la mala costumbre de forma que esa misma mala costumbre no les deja ver el mal, se convierten en defensores de sus malas acciones, comportándose como los sodomitas, que en otro tiempo replicaron al justo que les reprendía su perverso deseo: “Tu viniste a vivir con nosotros, no a dar leyes” (Gn 19,9). Tan arraigada estaba allí la costumbre de la nefanda torpeza, que la maldad les parecía justicia hasta reprender antes al que la prohibía que al que la obraba. Los tales, sometidos a tan perversa costumbre, están como sepultados. Pero, ¿qué he de decir, hermanos? De tal forma sepultados que se les podría aplicar lo que se dijo de Lázaro: “Ya hiede” (Jn 11,39). La piedra colocada sobre el sepulcro es la fuerza oprimente de la costumbre que aprisiona al alma y no la permite ni levantarse ni respirar.
De Lázaro se dijo que llevaba cuatro días muerto. En efecto, el alma llega a esta costumbre de que estoy hablando como en cuatro etapas. La primera consiste en la seducción del placer en el corazón. La segunda en el consentimiento. La tercera es ya la realización y la cuarta la costumbre. Hay quienes rechazan tan radicalmente con sus mismos pensamientos las cosas ilícitas que ni siquiera se deleitan en ellas. Hay quienes se deleitan, pero no consienten; habría que decir que la muerte no es plena, pero que en cierto modo se ha iniciado ya. Si el consentimiento sigue a la delectación, ahí está la condenación. Tras el consentimiento se procede al hecho y el hecho conduce a la costumbre, provocando una cierta pérdida de esperanza, por lo cual se dice: Lleva cuatro días, ya hiede.
Llega el Señor para quien todo es fácil y te presenta alguna dificultad. Se estremeció en su espíritu y mostró que quienes se han endurecido tienen necesidad del gran grito de la corrección. Sin embargo, ante la simple voz del Señor que llamaba, se rompieron los lazos de la necesidad. Tembló el poder del infierno y Lázaro fue devuelto vivo. También libera el Señor a los que por la costumbre llevan cuatro días muertos, pues para él, que quería resucitarle, Lázaro sólo dormía. Pero ¿qué dice? Observad cómo fue la resurrección. Salió vivo del sepulcro, pero no podía caminar. Y Jesús dice a sus discípulos: Desatadlo y dejadlo ir (.in 11,44). Él resucitó al muerto y los otros lo desataron. Ved que algo es propio de la majestad divina que resucita. Alguien, enfangado en la mala costumbre, es reprendido por la palabra de la verdad. Pero ¡cuántos no han sido reprendidos por ella y no la escuchan! ¿Quién actúa en el interior de quien la oye? ¿Quién comunica la vida interior? ¿Quién es el que aleja la muerte secreta y otorga la vida también secreta? ¿No es verdad que después de las reprensiones y recriminaciones quedan los hombres solos con sus pensamientos y comienzan a reflexionar sobre la mala vida que llevan y la opresión que, por la pésima costumbre, soportan? Después, descontentos de si mismos, deciden cambiar de vida. Resucitaron: revivieron quienes se hallaron descontentos de su vida anterior; mas, no obstante haber revivido, no pueden caminar. Les atan los lazos de sus culpas. Es, pues, necesario que quien ha recobrado la vida sea desatado y se le permita andar. Esta función la otorgó el Señor a sus discípulos cuando les dijo: “Lo que desatareis en la tierra quedará desatado en el cielo” (Mt 18,18).
Amadísimos, oigamos esto de forma que quienes están vivos sigan viviendo y quienes se hallan muertos recobren la vida. Si el pecado está en el corazón y aún no ha salido fuera, haga penitencia, corrija su pensamiento y resucite al muerto en el interior de la conciencia. No pierdas la esperanza ni siquiera en el caso de haber consentido a lo pensado. Si no resucitó el muerto dentro, resucite fuera. Arrepiéntase de lo hecho y resucite rápidamente; no vaya al fondo de la sepultura, no reciba sobre sí el peso de la costumbre. Quizá estoy hablando a quien se halla oprimido por la dura piedra de la costumbre, quien se ve atenazado por la fuerza de lo habitual, quien quizá ya hiede de cuatro días. Tampoco éste ha de perder la esperanza: es verdad que yace muerto en lo profundo, pero profundo es Cristo. Sabe quebrar con su voz los pesos terrenos, sabe vivificar interiormente y entregarlo a los discípulos para que lo desaten. Hagan penitencia también ellos, pues ningún hedor quedó a Lázaro, vuelto a la vida, a pesar de haber pasado cuatro días en el sepulcro. Por tanto, los que gozan de vida, sigan viviendo; si alguien se halla muerto, cualquiera que sea la muerte de las tres mencionadas en que se encuentre, haga lo posible por resucitar cuanto antes”.
-En resumen, hoy tenemos una palabra clave: Vida. Una palabra se ha repetido hoy una y otra vez… sintetiza todo lo que significa la Pascua, nuestra fe. Vemos cómo Jesús se quedó dos días en el lugar donde estaba (es curioso cómo Jesús no se pone nervioso ante las cosas pendientes, va haciendo la voluntad divina, sin sentimentalismo ni rigideces...). Las cosas van saliendo, a su tiempo, no hay que desanimarse. Con Jesús, nos acercamos a Judea. Hemos visto cómo los discípulos de Jesús tenían miedo de ir donde había peligro de muerte… pero Jesús lleva la vida. Se ve en el diálogo impresionante con las hermanas; primero ellas se quejan, cada una por su lado: “si hubieras estado aquí…” dicen lo mismo las dos. Luego, Jesús: -“Yo soy la resurrección y la vida; el que me presta su adhesión, aunque muera, vivirá, pues todo el que vive y me presta adhesión, no morirá nunca. ¿Crees esto?" y sale de sus bocas aquella proclamación de la fe que también deseamos nosotros, fruto de nuestro diálogo esperanzador con el Señor en la oración, en camino hacia la Pascua.

jueves, 7 de abril de 2011

Cuaresma 4, miércoles: Dios, Señor de la historia, en Jesús nos muestra su misericordia, y nos da la Vida

Cuaresma 4, miércoles: Dios, Señor de la historia, en Jesús nos muestra su misericordia, y nos da la Vida

Libro de Isaías 49,8-15: Así habla el Señor: En el tiempo favorable, yo te respondí, en el día de la salvación, te socorrí. Yo te formé y te destiné a ser la alianza del pueblo, para restaurar el país, para repartir las herencias devastadas, para decir a los cautivos: "¡Salgan!", y a los que están en las tinieblas: "¡Manifiéstense!". Ellos se apacentarán a lo largo de los caminos, tendrán sus pastizales hasta en las cumbres desiertas. No tendrán hambre, ni sufrirán sed, el viento ardiente y el sol no los dañarán, porque el que se compadece de ellos los guiará y los llevará hasta las vertientes de agua. De todas mis montañas yo haré un camino y mis senderos serán nivelados. Sí, ahí vienen de lejos, unos del norte y del oeste, y otros, del país de Siním. ¡Griten de alegría, cielos, regocíjate, tierra! ¡Montañas, prorrumpan en gritos de alegría, porque el Señor consuela a su pueblo y se compadece de sus pobres! Sión decía: "El Señor me abandonó, mi Señor se ha olvidado de mí". ¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!

Salmo 145,8-9.13-14.17-18: El Señor es bondadoso y compasivo, lento para enojarse y de gran misericordia; / el Señor es bueno con todos y tiene compasión de todas sus criaturas. / Tu reino es un reino eterno, y tu dominio permanece para siempre. El Señor es fiel en todas sus palabras y bondadoso en todas sus acciones. / El Señor sostiene a los que caen y endereza a los que están encorvados. / El Señor es justo en todos sus caminos y bondadoso en todas sus acciones; / está cerca de aquellos que lo invocan, de aquellos que lo invocan de verdad.

Evangelio según San Juan 5,17-30: El les respondió: "Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo". Pero para los judíos esta era una razón más para matarlo, porque no sólo violaba el sábado, sino que se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre. Entonces Jesús tomó la palabra diciendo: "Les aseguro que el Hijo no puede hacer nada por sí mismo sino solamente lo que ve hacer al Padre; lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace. Y le mostrará obras más grandes aún, para que ustedes queden maravillados. Así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, del mismo modo el Hijo da vida al que él quiere. Porque el Padre no juzga a nadie: él ha puesto todo juicio en manos de su Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió. Les aseguro que el que escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene Vida eterna y no está sometido al juicio, sino que ya ha pasado de la muerte a la Vida. Les aseguro que la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oigan, vivirán. Así como el Padre dispone de la Vida, del mismo modo ha concedido a su Hijo disponer de ella, y le dio autoridad para juzgar porque él es el Hijo del hombre. No se asombren: se acerca la hora en que todos los que están en las tumbas oirán su voz y saldrán de ellas: los que hayan hecho el bien, resucitarán para la Vida; los que hayan hecho el mal, resucitarán para el juicio. Nada puedo hacer por mí mismo. Yo juzgo de acuerdo con lo que oigo, y mi juicio es justo, porque lo que yo busco no es hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió.

Comentario: 1. En la primera lectura el profeta Isaías describe el retorno del Exilio -signo y prenda de la liberación mesiánica- con los temas y las imágenes renovados del antiguo éxodo de Egipto. El amor eterno del Señor por su pueblo, parecido al amor de una madre por sus hijos, se expresa de una manera concreta en toda su gratuidad y fidelidad indefectible (Misa dominical). Isaías prometía ya esos bienes mesiánicos, para la vuelta del exilio.
a) El amor de Dios es maternal. Nos dice por el profeta: -“En tiempo favorable, te escucharé, el día de la salvación, te asistiré”. Sabemos que el conjunto de la población judía, entre los años 587 al 538 antes de Jesucristo, fue deportada a Babilonia, lejos de su patria. Esa experiencia trágica fue objeto de numerosas reflexiones. Los profetas vieron en ella el símbolo del destino de la humanidad: somos, también nosotros, unos cautivos... el pecado es una especie de esclavitud... esperamos nuestra liberación. Es momento para detenerme, una vez más, en la experiencia de mis limitaciones, mis cadenas, mis constricciones, no para estar dándole vueltas y machacando inútilmente, sino para poder escuchar de veras el anuncio de mi liberación.
-“Yo te formé, para levantar el país..., para decir a los presos: «Salid». No tendrán más hambre ni sed, ni les dañará el bochorno ni el sol”. Anuncios del Reino de Dios «en el que no habrá llanto, ni grito, ni sufrimiento, ni muerte», como pedimos en el padrenuestro: ¡Señor! venga a nosotros tu Reino. Con la resurrección de Jesús, se repitió esas mismas promesas: "llega la hora en que muchos se levantarán de sus tumbas...".
-“¡Aclamad cielos y exulta tierra! Prorrumpan los montes en gritos de alegría. Pues el Señor consuela a su pueblo, y de sus pobres se compadece”. ¿Cómo puedo yo estar en ese plan? En medio de todas mis pruebas, ¿cómo vivir en ese clima? Y en el contexto del mundo, tan frecuentemente trágico, ¿cómo permanecer alegre, sin dejarse envenenar por el ambiente de derrota y de morosidad? Comprometerme, en lo que está de mi parte, a que crezca la alegría del mundo. Dar «una» alegría a alguien... a muchos.
-“Sión decía: «El Señor me ha olvidado». ¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque una llegase a olvidarlo, Yo, no te olvidaré. Palabra del Señor todopoderoso”. Hay que detenerse indefinidamente ante esas frases ardientes, que Jesús nos recordará, para darnos pistas de cómo entrar en el corazón de Dios, que nos ama con amor maternal. Dios no nos olvida nunca: gracias, Señor, porque Tú no me olvidas jamás (Noel Quesson).
b) Dios es Señor de la historia. El texto tiene dos partes; en la primera (48,12-21) se describe cómo el persa Ciro, que destruye los enemigos persas, es instrumento de Dios: «Yo mismo, yo he hablado, yo lo he llamado, lo he traído y he dado éxito a su empresa» (48,15). Pienso que no es que Dios quiera las cosas que están sometidas a la malicia humana, o que provoque cosas que dependen de la libertad de las personas, pero sí que –sabiendo lo que va a pasar- aprovecha el resultado para reconducirlo hacia el bien, como enseña san Pablo en Romanos 8.
En la segunda parte (49,9b-13), Dios se ve como pastor que guía su pueblo. La identidad de Israel reside en escuchar y seguir la palabra creadora de Dios, el factor más importante de la fe bíblica. Yahvé está a nuestro lado, en todo momento histórico. Esta es la base de la teología de la historia. A diferencia del movimiento cíclico e impersonal de los griegos, la historia de salvación tiene un comienzo, la alianza y la creación; un plan propuesto por Dios, y un fin; y Dios está inmanente a todo: «Desde el principio no os he hablado en secreto; cuando las cosas se hacían, allí estaba yo. Y ahora Yahvé me ha enviado...» (48,16b). No es simplemente historia, sino historia de salvación, porque Yahvé ha estado siempre presente. En la historia de Israel, como en la nuestra, podemos ver una serie de oportunidades desaprovechadas; pensamos que el pasado es irreversible, pero en realidad Yahvé siempre sale a nuestro encuentro para “reciclar” aquellas situaciones adversas, para que de lo malo salga lo bueno; el bien vence al mal: «Exulta, cielo, y alégrate; romped en exclamaciones, montañas, porque ha consolado Yahvé a su pueblo, ha tenido compasión de los desamparados» (49,13)” (F. Raurell).
c) Cristo, el Siervo de Yahvé. Este poema de Isaías, uno de los cuatro cánticos del Siervo de Yahvé, nos prepara para ver luego en Cristo al enviado de Dios. El amor misericordioso se realiza plenamente en la venida de Jesucristo; en estos días se expresa con la preparación al bautismo, y con la penitencia, como predica San Agustín: «La penitencia purifica el alma, eleva el pensamiento, somete la carne al espíritu, hace al corazón contrito y humillado, disipa las nebulosidades de la concupiscencia, apaga el fuego de las pasiones y enciende la verdadera luz de la castidad». (Sermón 73).
2. Diremos en la Entrada: «Mi oración se dirige hacia ti, Dios mío, el día de tu favor; que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude» (Sal 68,14). El salmo profundiza en este mensaje, central de hoy: «el Señor es clemente y misericordioso... el Señor es bueno con todos, es fiel a sus palabras, el Señor sostiene a los que van a caer». Con tal que sepamos acoger ese amor, como nos dirá Jesús: "el que escucha mi palabra tiene la vida eterna, no es juzgado, ha pasado de la muerte a la vida". La muerte ha sido vencida con su muerte, que conecta con lo que hemos leído: "los muertos oirán su voz...", y se refiere también a los muertos espiritualmente, que son vivificados por la palabra de Jesús (aquellos que escuchan su palabra y creen, tienen la vida eterna, y para ellos, la experiencia de la muerte y del juicio está superada), como expresa la Colecta (del misal anterior, y antes del Gelasiano y Gregoriano): «Señor, Dios nuestro, que concedes a los justos el premio de sus méritos, y a los pecadores que hacen penitencia les perdonas sus pecados, ten piedad de nosotros y danos, por la humilde confesión de nuestras culpas, tu paz y tu perdón». Esta idea sigue en la Comunión («Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él»: Jn 3,17) y en la Postcomunión: «No permitas, Señor, que estos sacramentos que hemos recibido sean causa de condenación para nosotros, pues los instituiste como auxilios de nuestra salvación».
Juan Pablo II comentaba que el Salmo 145 “es un «aleluya», el primero de los cinco Salmos que cierran el Salterio”. Nos muestra “una verdad consoladora: no estamos abandonados a nosotros mismos, las vicisitudes de nuestros días no están dominadas por el caos o el hado, los acontecimientos no representan una mera sucesión de actos sin sentido y meta”. Canta el amor y la bondad de Dios. “Dios es el creador del cielo y de la tierra, es el custodio fiel del pacto que lo une a su pueblo, es el que hace justicia a los oprimidos, da el pan a los hambrientos y libera a los cautivos. Abre los ojos a los ciegos, levanta a los caídos, ama a los justos, protege al extranjero, sustenta al huérfano y a la viuda. Trastorna el camino de los malvados y reina soberano sobre todos los seres y sobre todos los tiempos. Se trata de doce afirmaciones teológicas que -con su número perfecto- quieren expresar la plenitud y la perfección de la acción divina. El Señor no es un soberano alejado de sus criaturas, sino que queda involucrado en su historia, luchando por la justicia, poniéndose de parte de los últimos, de las víctimas, de los oprimidos, de los infelices…
Es necesario vivir en la adhesión a la voluntad divina, ofrecer el pan a los hambrientos, visitar a los prisioneros, apoyar y consolar a los enfermos, defender y acoger a los extranjeros, dedicarse a los pobres y míseros. En la práctica, es el mismo espíritu de las Bienaventuranzas: decidirse por esa propuesta de amor que nos salva ya en esta vida y que después será objeto de nuestro examen en el juicio final, que sellará la historia. Entonces seremos juzgados por la opción de servir a Cristo en el hambriento, en el sediento, en el forastero, en el desnudo, en el enfermo, en el encarcelado. «Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mateo 25, 40), dirá entonces el Señor”.
3. El evangelio anuncia las maravillas de "vida" que marcan el Reino inaugurado: el Hijo da la vida a los muertos.
a) "Pero Jesús les dijo: Mi padre sigue trabajando y yo también trabajo". Era doctrina corriente en el judaísmo que Dios no podía haber interrumpido del todo su actividad el séptimo día, porque su actividad funda la del cualquier ser creado. “Jesús amplía esta concepción: El Padre no conoce sábado, no ha cesado de trabajar, porque mientras el hombre está oprimido por el pecado y privado de libertad, es decir, mientras no tenga plenitud de vida, no está realizado su proyecto creador. Dios sigue comunicando vida al hombre, su amor está siempre activo. Jesús actúa como el Padre, no acepta leyes que limiten su actividad en favor del hombre”. También la cultura de hoy debería abrirse a estas palabras, como decía Ratzinger: “Según el modelo de pensamiento dominante, Dios no podría entrar en la trama de nuestra vida cotidiana. En las palabras de Jesús: «Mi Padre trabaja siempre», está el desmentido. Un hombre abierto a la presencia de Dios se da cuenta de que Dios actúa siempre, y actúa hoy: debemos por lo tanto dejarlo entrar y dejarlo trabajar. Y es así como nacen las cosas que suscitan un acontecimiento y renuevan la Humanidad”.
b) "Por eso los judíos tenían más ganas de matarlo: porque no sólo violaba el sábado sino también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios" (v. 18). Jesús tiene una filiación divina peculiar, eminente y única. Y reclama una autoridad por la que "se hace igual a Dios". Se pone en peligro la Torá, como decía Ratzinger: “El tema cristológico (teológico) y el social están indisolublemente relacionados entre sí. Si Jesús es Dios, tiene el poder y el título para tratar la Torá como Él lo hace. Sólo en este caso puede reinterpretar el ordenamiento mosaico de los mandamientos de Dios de un modo tan radical, como sólo Dios mismo, el Legislador, puede hacerlo.
Pero entonces se plantea la pregunta: ¿Fue bueno y justo crear una nueva comunidad de discípulos fundada totalmente en El? ¿Era justo dejar de lado el orden social del «Israel eterno» que desde Abraham, Isaac y Jacob se funda sobre los lazos de la carne y existe gracias a ellos, declarándolo —como dirá Pablo— «el Israel según la carne»? ¿Qué sentido se podría reconocer en todo esto?
Ahora bien, si leemos la Torá junto con todo el canon del Antiguo Testamento, los Profetas, los Salmos y los Libros Sapienciales, resulta muy claro algo que objetivamente ya se anuncia en la Torá: Israel no existe simplemente para sí mismo, para vivir en las disposiciones «eternas» de la Ley, existe para ser luz de los pueblos: tanto en los Salmos como en los Libros proféticos oímos cada vez con mayor claridad la promesa de que la salvación de Dios llegará a todos los pueblos. Oímos cada vez más claramente que el Dios de Israel, que es el mismo único Dios, el verdadero Dios, el creador del cielo y de la tierra, el Dios de todos los pueblos y de todos los hombres, en cuyas manos está su destino, en definitiva que ese Dios no quiere abandonar a los pueblos a su suerte. Oímos que todos lo reconocerán, que Egipto y Babilonia —las dos potencias mundiales opuestas a Israel— tenderán la mano a Israel y con él adorarán a un solo Dios. Oímos que caerán las fronteras y que el Dios de Israel será reconocido y adorado por todos los pueblos como su Dios, como el único Dios”.
c) Luego Jesús va explicando su identidad con el Padre, y de cómo están en sintonía perfecta, incluso en resucitar muertos y dar. El relato acontece luego de levantar al inválido que leíamos ayer, dándole la salud y libertad; y no sólo tiene potestad sobre la vida y la muerte, la curación del cuerpo y del alma, sino también sobre el juicio final, que ya se anticipa en la toma de posición de cada uno frente a Jesús: "Os lo aseguro; quien escucha mi palabra y cree al que me envió, posee la vida eterna y no será condenado, porque ha pasado ya de la muerte a la vida" (v. 24), saliendo de ese estar muerto, que es "vivir sin Dios y sin esperanza en el mundo" (Ef 2, 12; cf. J. Aldazábal).
Así comentaba S. Agustín: «No se enfurecían porque dijera que Dios era su Padre, sino porque le decía Padre de manera muy distinta de como se lo dicen los hombres. Mirad cómo los judíos ven lo que los arrianos no quieren ver. Los arrianos dicen que el Hijo no es igual al Padre, y de aquí la herejía que aflige a la Iglesia.Ved cómo hasta los mismos ciegos y los mismos que mataron a Cristo entendieron el sentido de las palabras de Cristo. No vieron que Él era Cristo ni que era Hijo de Dios; sino que vieron en aquellas palabras que Hijo de Dios tenía que ser igual a Dios. No era Él quien se hacía igual a Dios. Era Dios quien lo había engendrado igual a Él. Si se hubiera hecho Él igual a Dios, esta usurpación le habría hecho caer; pues aquel que se quiso hacer igual a Dios, no siéndolo, cayó y de ángel se hizo diablo y dio a beber al hombre esta soberbia, que fue la que le derribó».
Jesús «obra» en nombre de Dios, su Padre. Igual que Dios da vida, Jesús ha venido a comunicar vida, a curar, a resucitar. Su voz, que es voz del Padre, será eficaz, y como ha curado al paralítico, seguirá curando a enfermos y hasta resucitando a muertos. Es una revelación cada vez más clara de su condición de enviado de Dios. Más aun, de su divinidad, como Hijo del Padre. Los que crean en Jesús y le acepten como al enviado de Dios son los que tendrán vida. Los que no, ellos mismos se van a ver excluidos. El regalo que Dios ha hecho a la humanidad en su Hijo es, a la vez, don y juicio (J. Aldazábal).

domingo, 6 de febrero de 2011

Viernes de la semana 4ª. Seguir a Jesús nos da fuerzas para una vida en la verdad,


Viernes de la semana 4ª. Seguir a Jesús nos da fuerzas para una vida en la verdad,
Hebreos 13,1-8.1 Permaneced en el amor fraterno. 2 No os olvidéis de la hospitalidad; gracias a ella hospedaron algunos, sin saberlo, a ángeles. 3 Acordaos de los presos, como si estuvierais con ellos encarcelados, y de los maltratados, pensando que también vosotros tenéis un cuerpo. 4 Tened todos en gran honor el matrimonio, y el lecho conyugal sea inmaculado; que a los fornicarios y adúlteros los juzgará Dios. 5 Sea vuestra conducta sin avaricia; contentos con lo que tenéis, pues él ha dicho: No te dejaré ni te abandonaré; 6 de modo que podamos decir confiados: El Señor es mi ayuda; no temeré. ¿Qué puede hacerme el hombre? 7 Acordaos de vuestros dirigentes, que os anunciaron la Palabra de Dios y, considerando el final de su vida, imitad su fe. 8 Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo, y lo será siempre.

Salmo 27,1,3,5,8-9 1 Yahveh es mi luz y mi salvación, ¿a quién he de temer? Yahveh, el refugio de mi vida, ¿por quién he de temblar? 3 Aunque acampe contra mí un ejército, mi corazón no teme; aunque estalle una guerra contra mí, estoy seguro en ella. 5 Que él me dará cobijo en su cabaña en día de desdicha; me esconderá en lo oculto de su tienda, sobre una roca me levantará. 8 Dice de ti mi corazón: «Busca su rostro.» Sí, Yahveh, tu rostro busco: 9 No me ocultes tu rostro. No rechaces con cólera a tu siervo; tú eres mi auxilio. No me abandones, no me dejes, Dios de mi salvación.

Evangelio según San Marcos 6,14-29. El rey Herodes oyó hablar de Jesús, porque su fama se había extendido por todas partes. Algunos decían: "Juan el Bautista ha resucitado, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos: Otros afirmaban: "Es Elías". Y otros: "Es un profeta como los antiguos". Pero Herodes, al oír todo esto, decía: "Este hombre es Juan, a quien yo mandé decapitar y que ha resucitado". Herodes, en efecto, había hecho arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, con la que se había casado. Porque Juan decía a Herodes: "No te es lícito tener a la mujer de tu hermano". Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo, pero no podía, porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía. Cuando lo oía quedaba perplejo, pero lo escuchaba con gusto. Un día se presentó la ocasión favorable. Herodes festejaba su cumpleaños, ofreciendo un banquete a sus dignatarios, a sus oficiales y a los notables de Galilea. La hija de Herodías salió a bailar, y agradó tanto a Herodes y a sus convidados, que el rey dijo a la joven: "Pídeme lo que quieras y te lo daré". Y le aseguró bajo juramento: "Te daré cualquier cosa que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino". Ella fue a preguntar a su madre: "¿Qué debo pedirle?". "La cabeza de Juan el Bautista", respondió esta. La joven volvió rápidamente adonde estaba el rey y le hizo este pedido: "Quiero que me traigas ahora mismo, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista". El rey se entristeció mucho, pero a causa de su juramento, y por los convidados, no quiso contrariarla. En seguida mandó a un guardia que trajera la cabeza de Juan. El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Después la trajo sobre una bandeja, la entregó a la joven y esta se la dio a su madre. Cuando los discípulos de Juan lo supieron, fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.

Comentario: 1. Este pasaje, final de la carta, es una especie de poscriptum parenético sobre las condiciones de vida cristiana en el orden social y comunitario. El tono es muy diferente del de los primeros capítulos: no se puede, sin embargo, poner en duda la autenticidad de este capítulo 13. Puesto que el cristiano queda libre del sacrificio y del sacerdocio judío, entra en un sacerdocio y en una liturgia pertenecientes a un orden nuevo, cuyo contenido es la propia actitud ética.
a) La primera actitud que especifica al sacerdocio cristiano con relación al sacerdocio judío es la caridad fraterna (vv. 1-3). Esta caridad se revela sobre todo en la hospitalidad y atención para con los prisioneros (criminales, presos políticos y perseguidos). La razón de esta actitud hacia esos hombres es muy simple: si todos compartimos la condición de transeúntes de este mundo, todos tenemos la probabilidad de ser objeto de la persecución y de la política.
En cuanto a la hospitalidad: El huésped era persona sagrada y le eran debidas todas las atenciones y cuidados. En tiempos de dificultades y persecuciones la hospitalidad adquiría dimensiones nuevas; equivalía a la protección del indefenso, del perseguido, del buscado por su fe y a quien había que proteger recibiéndolo y ocultándolo en casa, aun con todo el riesgo que ello podía suponer. A los motivos que todos los lectores de la carta conocían para el ejercicio de la hospitalidad, añade el autor uno muy curioso. ¿No refiere el A. T. que a veces se presentaron de incógnito ángeles como forasteros pidiendo hospedaje? Se hace referencia a los relatos del Gn (18-19), en los que la solicitud de Abraham y de Lot, al hospedar a aquellos personajes misteriosos, se vio premiada al saber que eran ángeles de Dios. Así pues, cuide cada uno de no ser tan insensato que se exponga a cerrar la puerta a un enviado de Dios. La carta a los Hebreos había podido motivar, con razones cristológicas, el deber de la hospitalidad, como se hace en la parábola evangélica del juicio (Mt 25, 35): "venid, benditos de mi Padre porque tuve hambre y me disteis de comer -era forastero y me acogisteis..". El que escoja más bien a los ángeles depende quizá del interés que a lo que parece, mostraban sus lectores por los espíritus celestiales.
En lo referente a la atención a aquellos que están en prisión, y se recuerda para justificarlo la regla de oro que nos proporciona el evangelio: "haced con los otros lo que quisierais que hiciesen con vosotros".
b) Segunda actitud: la de los cristianos unidos por el matrimonio (v. 4). El lecho nupcial es comparado a un verdadero templo, pues la expresión "no manchado" era utilizada corrientemente por los judíos para designar la pureza del Templo (2 Mac 14, 36; 15, 34; cf. Sant 1, 27). El matrimonio es, por tanto, para el cristiano un auténtico lugar de culto, y la castidad exigida para este testado es sustituida en las antiguas leyes por la pureza legal.
"Que todos respeten el matrimonio, el lecho nupcial que nadie lo mancille, porque a los impuros y adúlteros Dios los juzgará". El adulterio y demás relaciones sexuales ilícitas eran consideradas por las cristianos entre los pecados más graves que eran cometidos en el mundo pagano. Y era una convicción clara que el juicio de Dios recaería implacablemente sobre los que cometían tales pecados.
c) La tercera actitud concierne al dinero (vv. 5-6). El cristiano vive el desinterés evangélico, contentándose con lo que cada día trae consigo, pues sabe que Dios no abandona a sus fieles. Pero es interesante destacar que el versículo que el autor cita para hacer alusión a esta providencia divina (Sal 118/119, 6) está tomado de un salmo litúrgico que cantaba el pueblo desde las puertas del Templo hasta el altar de los holocaustos. Mediante esta cita el autor pone de manifiesto su intención de dejar claro que toda actitud ética es realmente litúrgica.
"Vivid sin ansia de dinero, contentaos con lo que tengáis, pues él mismo dijo: "Nunca te dejaré ni te abandonaré". En relación con el dinero se condena la avaricia; lo mismo dice S. Pablo a Timoteo "la raíz de todos los males es el afán de dinero". Una avaricia que se manifiesta en el aferramiento a aquello que se posee y en la búsqueda de más y más. Al fundamentar nuestra vida en las cosas materiales excluimos a Dios y su providencia del horizonte de todas vida humana que se halle montada sobre esta clase de avaricia. Por eso, Cristo la condena radicalmente.
d) Cuarta actitud que se desprende de este pasaje: la veneración a los guías de las comunidades (v. 7), la adhesión a sus enseñanzas. El término "guía" que designa a los jefes es el mismo que se utiliza para designar a los grandes sacerdotes judíos. Estos guías serán venerados como representantes de Cristo (v. 8), que siempre va tras ellos animando su valor e inspirando sus enseñanzas (Maertens-Frisque).
De sus jefes les llama. Su muerte es presentada como ejemplo de fe. Probablemente habrían sido martirizados por su fe durante la persecución de Nerón. Y así demostraron una fe que no pudo ser conmovida por ninguna clase de dificultades y persecuciones. Aquella fe estaba cimentada en Cristo, que es inmutable, el mismo ayer, hoy y por los siglos. Los jefes cambian, el Jefe permanece; los pastores se suceden, el Pastor permanece el mismo. Debemos crecer en el conocimiento y el amor a este Jesús que permanece siempre en su actitud de entrega por nosotros.
La doctrina de la Fe se desarrolla en el curso de los años, como un «germen vivo», según anunció Jesús, desde «la pequeña simiente hasta ser un gran árbol». (Mt 13, 31.) El 14 de octubre de 1962, en la solemne apertura del Concilio, el Papa Juan XXIII expresó perfectamente ese problema permanente de la Iglesia: «En la actual situación de la sociedad, algunos no ven más que calamidades y ruinas; suelen decir que nuestra época ha empeorado profundamente con relación a los siglos pasados; éstos tales se comportan como si la Historia maestra de vida, no tuviera nada que enseñarles y como si desde los concilios anteriores todo fuera perfecto en lo que concierne a la doctrina cristiana, las costumbres y la justa libertad de la Iglesia... EI tesoro de la Fe no debemos solamente conservarlo, como si tan sólo nos preocupara el pasado, sino que tenemos que ponernos con decidida alegría al trabajo que exige nuestra época, prosiguiendo el camino por el que marcha la Iglesia desde veinte siglos".
Al terminar la carta, el autor vuelve a hablar de la muerte santificadora de Jesús, evocando su sufrimiento «fuera de las murallas» (v 12) y hace esta exhortación: «Salgamos, pues, a encontrarlo fuera de] campamento...» (13-14) y "ofrezcamos a Dios por medio de él un sacrificio de alabanza perpetua" (15- 16) «Salir fuera del campamento», elemento negativo complementario de "entrar en el santuario" (10,19-25), no es apartarse de los hombres, refugiarse en una comunidad o huir a la soledad, pues el hombre lleva dentro de sí mismo la raíz de su alejamiento de Dios y de los demás; «salir» es abandonar una vida centrada en la propia autoafirmación, en la estéril y equivocada búsqueda de la felicidad por el dominio, el poder, las posesiones; es dejar el mediocre egocentrismo que aleja de los demás y de Dios; no es ahí donde se halla la seguridad (9) ni donde radica nuestra ciudad permanente (14). Es preciso salir de este mundo mediocre y «ofrecer sacrificios que agradan a Dios» (15-16), acercándose al santuario (10,22), es decir, ofrecer la propia vida generosamente a Dios como Jesucristo en la cruz, sacrificio existencial que se expresa en «la confesión de la fe y en la comunión con los hombres» (15-16). En esta autodonación, el hombre se pierde aparentemente, pero encuentra en Dios lo que no puede conseguir por sí solo; aunque constituya su necesidad más radical: la seguridad de la vida (9). Nos hallamos ante el único caso en que el autor detalla algunas exhortaciones concretas sobre el amor fraterno, el matrimonio, las riquezas y la relación con los dirigentes de la comunidad ( 13,1-7.17). Toda la carta ha intentado mostrar la revelación central de la cruz de Jesucristo: la comunión del hombre con Dios consiste en su libre y personal donación a Dios en la sangre de Jesucristo; esto es su fe. Pues bien: esta donación se expresa en una vida concreta, constante, aparentemente nada heroica, que hace del Dios vivo la razón de ser de cada decisión; una vida que se sitúa ante los demás en actitud de amor fraterno, que acoge a todos, que se preocupa de los encarcelados, que vive el matrimonio con fidelidad, que se libera del dinero y pone la confianza en Dios. Esa es la fe que Dios quiere de nosotros (10,36-39) y que el pastor pide al terminar su escrito (13,20-21). El don de Dios y el esfuerzo del hombre se unen para conseguir la vida (G. Mora).
2. Sal. 27 (26). ¿De dónde nos vendrá el auxilio para permanecer firmes en nuestro camino hacia la Patria eterna? No podemos confiarnos de nosotros mismos, pues nuestra voluntad es demasiado frágil. No podemos confiarnos totalmente en alguna otra persona humana, pues cada uno tiene sus propios pensamientos y su manera de responder a la Palabra de Dios; más bien juntos, y en un diálogo fecundo, hemos de caminar hacia nuestra perfección en Cristo. Sólo Dios es nuestra luz, nuestro refugio y nuestro poderoso protector. ¿Quién como Dios? El que confíe en Él jamás será defraudado, pues Él jamás abandonará a los que confíen en Él y le vivan fieles Esta plena confianza en el Señor no puede hacernos descuidados respecto al trabajo que hemos de realizar para mantenernos en el camino de la salvación, y para esforzarnos de tal forma que muchos encuentren en Cristo la salvación y la vida eterna.
3.- Mc 6,14-29. La figura de Juan el Bautista es admirable por su ejemplo de entereza en la defensa de la verdad y su valentía en la denuncia del mal. De la muerte del Bautista habla también Flavio Josefo («Antigüedades judaicas» 18), que la atribuye al miedo que Herodes tenía de que pudiera haber una revuelta política incontrolable en torno a Juan. Marcos nos presenta un motivo más concreto: el Bautista fue ejecutado como venganza de una mujer despechada, porque el profeta había denunciado públicamente su unión con Herodes: «Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano». Herodes apreciaba a Juan, a pesar de esa denuncia, y le «respetaba, sabiendo que era un hombre honrado y santo». Pero la debilidad de este rey voluble y las intrigas de la mujer y de su hija acabaron con la vida del último profeta del AT, el precursor del Mesías, la persona que Jesús dijo que era el mayor de los nacidos de mujer. Como Elías había sido perseguido por Ajab, rey débil, instigado por su mujer Jezabel, así ahora Herodes, débil, se convierte en instrumento de la venganza de una mujer, Herodías. De Juan aprendemos sobre todo su reciedumbre de carácter y la coherencia de su vida con lo que predicaba. El Bautista había ido siempre con la verdad por delante, en su predicación al pueblo, a los fariseos, a los publicanos, a los soldados. Ahora está en la cárcel por lo mismo.
Preparó los caminos del Mesías, Jesús. Predicó incansablemente, y con brío, la conversión. Mostró claramente al Mesías cuando apareció. No quiso usurpar ningún papel que no le correspondiera: «él tiene que crecer y yo menguar», «no soy digno ni de desatarle las sandalias». Cuando fue el caso, denunció con intrepidez el mal, cosa que, cuando afecta a personas poderosas, suele tener fatales consecuencias. Un falso profeta, que dice lo que halaga los oídos de las personas, tiene asegurada su carrera. Un verdadero profeta -los del AT, el Bautista, Jesús mismo, los apóstoles después de la Pascua, y los profetas de todos los tiempos- lo que tienen asegurada es la persecución y frecuentemente la muerte. Tanto si su palabra profética apunta a la justicia social como a la ética de las costumbres. ¡Cuántos mártires sigue habiendo en la historia! Tal vez nosotros no llegaremos a estar amenazados de muerte. Pero sí somos invitados a seguir dando un testimonio coherente y profético, a anunciar la Buena Noticia de la salvación con nuestras palabras y con nuestra vida. Habrá ocasiones en que también tendremos que denunciar el mal allí donde existe. Lo haremos con palabras valientes, pero sobre todo con una vida coherente que, ella misma, sea como un signo profético en medio de un mundo que persigue valores que no lo son, o que levanta altares a dioses falsos (J. Aldazábal). He aquí pues a los "doce", ellos solos partiendo hacia los pueblos. ¿Qué hace Jesús durante ese tiempo? Marcos no lo dice. Jesús debe de estar pensando en sus amigos que afrontan el rechazo del cual les había advertido, debe de rezar por ellos... Es la primera experiencia de Iglesia, ¡todo es todavía muy frágil! Esta primera "misión" ha durado sin duda algunas semanas o algunos meses, pues Marcos, antes de contarnos su retorno junto a Jesús, ha creído necesario hacer un intermedio. Y lo que nos dirá no lo intercala al azar: Tendremos con ello una muestra del género de acogida que se hace a los "enviados de Dios"... Juan Bautista es humanamente y aparentemente el fracaso; es el ambiente dramático de la misión. "Como trataron al maestro, así también seréis tratados." -El rey Herodes oyó hablar de Jesús, pues su nombre iba adquiriendo celebridad. Sobre todo en el momento en que el grupo de los discípulos se rompe, para distribuirse por seis ciudades a la vez. Se habla de Jesús un poco por todas partes: ahora tiene "representantes que actúan en su nombre... su movimiento se organiza... empieza a ser notado por las gentes.
-Y Herodes decía: "Es Juan Bautista que ha resucitado..." otros decían: "Es Elías".' Y otros: "Es un profeta como uno de tantos..." Al principio, ya lo hemos visto, la muchedumbre iba a El simplemente por sus milagros. Ahora las gentes sencillas hacen sus hipótesis. Mientras que los adversarios ya han resuelto la cuestión: "es un loco, un poseso", la opinión pública sigue buscando: debe ser Juan Bautista, o Elías, o un profeta. Todas estas palabras indican la estima en que se le tiene. Es un gran hombre, es un hombre de Dios, es un hombre inspirado, es "un profeta". Y yo, ¿qué es lo que digo de Jesús? Para mí, ¿quién eres Tú, Señor? ¡La pregunta sobre Cristo sigue siendo actual hoy también! Recientemente, unas jóvenes decían a su consiliario que no llegaban a creer que "Jesús fuese Dios". ¡Esto no es nuevo! Los contemporáneos de Jesús que le veían con sus propios ojos, no llegaban tampoco a abarcar totalmente su misterio... y habitualmente se equivocaban sobre su profunda identidad. Señor, danos la Fe. Señor, aun en medio de nuestras dudas; conserva nuestras mentes disponibles y abiertas a nuevos y más profundos descubrimientos. ¡Revélate! Arrástranos en tu seguimiento hasta tu abismo, hasta la región inaccesib1e a nuestras exploraciones humanas, hasta el misterio de tu ser. Pero para ello se precisa una lenta, frecuente y perseverante relación. Una enamorada no descubre en un solo día todas las cualidades de la persona amada.
¿Cuánto tiempo paso cada día con Cristo? ¿Por qué me extraña pues que te conozca tan poco? -Herodes pues habiendo oído hablar de Jesús, decía: "Juan, aquel a quien hice decapitar, ha resucitado..." A menudo es a través de la voz de la conciencia que Dios se insinúa a los hombres. Herodes no está orgulloso de su conducta: ¡ha matado injustamente! Esto le inquieta. Jesús despierta su conciencia adormecida: ¿la escuchará? ¿Escucho yo mi conciencia? -Relato de la muerte de Juan Bautista. Marcos se aprovecha de esto para contar el homicidio, del que todo el mundo hablaba en Palestina. Jesús acaba de decir que el éxito aparente de la misión no está asegurado: ya advirtió a sus amigos antes de enviarlos. Y los primeros lectores de Marcos, en Roma, vivían también en la persecución. Es la Pasión redentora que ha comenzado, y que prosigue hoy (Noel Quesson). Hoy, en este pasaje de Marcos, se nos habla de la fama de Jesús —conocido por sus milagros y enseñanzas—. Era tal esta fama que para algunos se trataba del pariente y precursor de Jesús, Juan el Bautista, que habría resucitado de entre los muertos. Y así lo quería imaginar Herodes, el que le había hecho matar. Pero este Jesús era mucho más que los otros hombres de Dios: más que aquel Juan; más que cualquiera de los profetas que hablaban en nombre del Altísimo: Él era el Hijo de Dios hecho Hombre, Perfecto Dios y perfecto Hombre. Este Jesús —presente entre nosotros—, como hombre, nos puede comprender y, como Dios, nos puede conceder todo lo que necesitamos. Juan, el precursor, que había sido enviado por Dios antes que Jesús, con su martirio le precede también en su pasión y muerte. Ha sido también una muerte injustamente infligida a un hombre santo, por parte del tetrarca Herodes, seguramente a contrapelo, porque éste le tenía aprecio y le escuchaba con respeto. Pero, en fin, Juan era claro y firme con el rey cuando le reprochaba su conducta merecedora de censura, ya que no le era lícito haber tomado a Herodías como esposa, la mujer de su hermano. Herodes había accedido a la petición que le había hecho la hija de Herodías, instigada por su madre, cuando, en un banquete —después de la danza que había complacido al rey— ante los invitados juró a la bailarina darle aquello que le pidiera. «¿Qué voy a pedir?», pregunta a la madre, que le responde: «La cabeza de Juan el Bautista» (Mc 6,24). Y el reyezuelo hace ejecutar al Bautista. Era un juramento que de ninguna manera le obligaba, ya que era cosa mala, contra la justicia y contra la conciencia. Una vez más, la experiencia enseña que una virtud ha de ir unida a todas las otras, y todas han de crecer orgánicamente, como los dedos de una mano. Y también que cuando se incurre en un vicio, viene después la procesión de los otros (Ferran Blasi Birbe). Lansperge, el Cartujano (1489-1539) monje, teólogo escribe sobre el Sermón para la fiesta del martirio de S. Juan Bautista (Opera omnia II, pag, 514-515; 518-519) así: “Juan Bautista, muere por Cristo. Juan no vivió para él mismo ni murió para él mismo. ¡A cuántos hombres, cargados de pecados, no habrá llevado a la conversión con su vida dura y austera! ¡Cuántos se habrán visto confortados en sus penas por el ejemplo de su muerte inmerecida! Y a nosotros, ¿de dónde nos viene hoy la ocasión de poder dar gracias a Dios sino por el recuerdo de Juan, asesinado por la justicia, es decir, por Cristo?...
Sí, Juan Bautista ha ofrecido generosamente su vida terrena por amor a Cristo; ha preferido desobedecer las órdenes del tirano a desobedecer las de Dios. Este ejemplo nos tiene que mostrar que nada ha de ser más importante que la voluntad de Dios. Agradar a los hombres no sirve para mucho; incluso, a menudo perjudica en gran manera... Por tanto, con todos los amigos de Dios, muramos a nuestros pecados y a nuestras preocupaciones, aplastemos nuestro amor propio desviado y procuremos que crezca en nosotros el amor ardiente a Cristo”. Fortaleza en la vida ordinaria. El Evangelio de la Misa de hoy nos relata el martirio de Juan el Bautista porque fue coherente hasta el final con su vocación y con los principios que daban sentido a su existencia. El martirio es la mayor expresión de la virtud de la fortaleza y el testimonio supremo de una verdad que se confiesa hasta dar la vida por ella. Sin embargo, el Señor no pide a la mayor parte de los cristianos que derramen su sangre en testimonio de su fe. Pero reclama de todos una firmeza heroica para proclamar la verdad con la vida y la palabra en ambientes quizá difíciles y hostiles a las enseñanzas de Cristo, y para vivir con plenitud las virtudes cristianas en medio del mundo, en las circunstancias en las que nos ha colocado la vida. Santo Tomás (Suma Teológica) nos enseña que esta virtud se manifiesta en dos tipos de actos: acometer el bien sin detenerse ante las dificultades y peligros que pueda comportar, y resistir los males y dificultades de modo que no nos lleven a la tristeza. Nunca fue tarea cómoda seguir a Cristo. Es tarea alegre, inmensamente alegre, pero sacrificada. Y después de la primera decisión, está la de cada día, la de cada tiempo. Necesitamos la virtud de la fortaleza para emprender el camino de la santidad y para reemprenderlo a diario sin amilanarnos a pesar de todos los obstáculos. La necesitamos para ser fieles en lo pequeño de cada día, que es, en definitiva, lo que nos acerca o nos separa del Señor. La necesitamos para no permitir que el corazón se apegue a las baratijas de la tierra, y para no olvidar nunca que Cristo es verdaderamente el tesoro escondido, la perla preciosa (Mateo 13, 44-46), por cuya posesión vale la pena no llenar el corazón de bienes pequeños y relativos. Además esta virtud nos lleva a ser pacientes ante los acontecimientos, noticias desagradables y obstáculos que se nos presentan, con nosotros mismos, y con los demás. III. No podemos permanecer pasivos cuando se quiera poner al Señor entre paréntesis en la vida pública o cuando personas sectarias pretenden arrinconarlo en el fondo de las conciencias. Tampoco podemos permanecer callados cuando tantas personas a nuestro lado esperan un testimonio coherente con la fe que profesamos. La fortaleza de Juan es para nosotros un ejemplo a imitar. Si lo seguimos, muchos se moverán a buscar a Cristo por nuestro testimonio sereno, de la misma manera que otros tantos se convertían al contemplar el martirio de los primeros cristianos (Francisco Fernández Carvajal). Llucià Pou Sabaté, con textos de mercaba.org.