jueves, 22 de abril de 2010

JUEVES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA: Jesús, pan de Vida, nos enseña el sentido del sufrimiento, y nos estimula a preocuparnos de los demás


Los Hechos (8,26-40) nos muestra hoy a Felipe, que un ángel le dice: «Ponte en marcha hacia el sur, por el camino que va de Jerusalén a Gaza a través del desierto». –(El evangelio está en los caminos y no en el Templo. ¡A Jesús se le encuentra por las carreteras! Por la vía que va de París a Marsella... Por la que va de Alejandría a Addis-abeba... Por la calle que va de «mi» casa a la casa de los demás). Y allí ve a un etíope eunuco, ministro de Candaces, reina de Etiopía, administrador de todos sus bienes, que había venido a Jerusalén, que regresaba y, sentado en su carro, leía al profeta Isaías. (Etiopía es el reino de Nubia, entonces su capital era Meroe, y se extendía al sur de Egipto más allá de Asuán, actualmente parte del Sudán, y Candace no era una persona real sino la dinastía de las reinas -entonces el país era gobernado por mujeres. Eunuco era en general un empleado de la corte, quizá ministro del tesoro).
El Espíritu dijo a Felipe: «Avanza y acércate a ese carro». Felipe corrió, oyó que leía al profeta Isaías y dijo: «¿Entiendes lo que estás leyendo?». Él respondió: «¿Cómo lo voy a entender si alguien no me lo explica?». Y rogó a Felipe que subiera y se sentara con él. (Felipe iría en mula, la ataría al carruaje del ministro y subiría a leerle el pasaje que no entiende, el poema del Siervo que hemos meditado durante la semana santa. Y se sorprende de que el «justo» sea conducido al matadero como un cordero mudo, de que la vida del "justo" sea humillada y de que se termine en el fracaso. El sufrimiento... la muerte de los inocentes... ¡Es también nuestra pregunta! La injusticia, la opresión...¡es la pregunta de todos los hombres! A Dios no se le encuentra cerrando los ojos ante las verdaderas preguntas de los hombres. No se logra hacer que los hombres encuentren a Dios, si uno cierra los ojos ante las verdaderas preguntas humanas que nuestros hermanos se formulan).
A veces la vida nos deja tristes y desconcertados, con una visión pesimista de la condición humana. Hay presiones, surge un sentimiento de insatisfacción, nos falta aire... "Tengo pena de la vida, siento lastima de mis lagrimas, mis ojos están secos de tanto llorar, mi alma está resentida de tantos golpes, mi corazón lleno de cicatrices de tantas puñaladas, mi vida es un libro con palabras cubiertas de pena, escucho mi voz y sólo son lamentos, tengo pena de esta vida resignada, tengo pena de mi cuerpo cansado, de este corazón marchito, tengo pena de la sequedad de sueños, tengo pena de mi falta de amor…, tengo pena por no poder soñar, tengo pena de lo que soy"… Así se leía en Internet, es la sensación que tiene alguien que sufre.
Me acordaba de la historia de una chica joven, que desconsolada cuenta a su madre lo mal que le va todo: “-los estudios, un desastre; con el marido, la cosa no va bien, el examen de conducir suspendido”… Su madre, de pronto, le dice: "-vamos a hacer un pastel". La hija, desconcertada por esta salida ilógica, le ayuda entre sollozos. La madre le pone delante harina, y le dice: "-come". Ella contesta asombrada: "-¡si es incomible!" Luego le pone unos huevos, y vuelve a decirle: "-come", y la hija: "-¡si ya sabes que los huevos crudos me dan asco!" Y luego un limón, y otros ingredientes…, y la hija que insiste en que eran cosas muy malas para comer. La madre lo revuelve todo bien amasado, luego lo pasa por el horno, y queda un pastel que dice “cómeme” de sabroso que está. La madre le dice a su hija la moraleja: "-Tantas cosas de la vida son impotables, no nos gustan, son malas. Decimos: ¡vaya pastel! Y muchas veces nos preguntamos por qué Dios permite que pasemos por momentos y circunstancias tan malos, y trabaja estos ingredientes malos, los revuelve bien, de la misma manera que hemos hecho ahora... dejando que Él amase todo esto, bien cocinado, saldrá un pastel pero no malo sino delicioso… Solamente hemos de confiar en Él, y llegará el momento en el que ¡las cosas malas que nos pasan se convertirán en algo maravilloso! Lo mejor siempre está por llegar.
El tiempo nos da muchas respuestas, vemos que el dolor ennoblece a las personas y las sensibiliza, las hace solidarias, al punto de olvidar su propio dolor y conmoverse por el ajeno... Aprendemos a valorar las cosas importantes que están cercanas, y no desear lo que está lejano… El silencio de Dios ante tanto mal es un silencio que habla en todas las páginas de la Escritura Santa, de la fe de la Iglesia, que habla en Jesús colgado en la Cruz, que sufre callando, que sintió “eso” en su vida, y murió para con su dolor dar sentido al nuestro. Este Dios vivo nos deja rastros a su paso por la historia, como los montañeros que dejan marcas en el camino por donde pasan, hay unos mensajes que nos llegan como en una botella a la playa, en medio del mar de dolor, mensajes que se pueden oír en cierta forma, cuando tenemos el oído y corazón preparado. Son pistas que nos hablan de confiar, de amar, de que ante nosotros se abren dos puertas, la del absurdo (el sin-sentido) y la del misterio (la fe): abandonarnos en las manos de Dios es el camino que da paz, aunque no está exento de dolor, pero éste adquiere un sentido.
Y sobre todo es Jesús en la Cruz que en tres horas de agonía nos muestra un libro abierto, hasta exclamar aquel “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” Él, sin perder la conciencia de que aquello acabaría en la muerte, cuando se siente abandonado incluso por Dios, se abandona totalmente en los brazos de Dios, y se produce el milagro: pudo proclamar aquel grito desgarrador por el que decretó que “todo está consumado”; así, con la entrega de su vida la muerte ha sido vencida, ya no es una puerta a la desesperación sino hacia el amor del cielo, la agonía se convirtió en victoria y podemos unirnos, por el sufrimiento, al suyo y a su Vida. Es ya un canto a la esperanza, a la resurrección, pues el dolor no se convierte en el ladrón que nos roba los placeres que hay en la vida, sino un camino que nos habla de que la muerte es la puerta abierta para el gozo sin fin que es el cielo. Jesús nos salva en la Pascua, pero sobretodo demuestra su amor en el sufrimiento llevado hasta la muerte, que es lo que tiene mérito: resucitar no tiene tanto mérito como dar la vida, esto sí cuesta, y es lo que hace Jesús por nosotros, para darnos la Vida.
b) Señor, que estemos atentos a las preguntas de nuestros hermanos.
-“Felipe tomó entonces la palabra, y, partiendo de ese texto bíblico, le anunció la Buena Nueva de Jesús”. La humillación de Jesús, su fracaso aparente, sólo son un pasaje. La finalidad de la vida de Jesús no ha sido la "matanza" del calvario, sino la alegría de Pascua. La finalidad de la vida del hombre no es el sufrimiento y la muerte a perpetuidad, ni la opresión y la injusticia para siempre...¡es la vida a perpetuidad, es la vida eterna, es la vida resucitada! «¡Era necesario que Cristo sufriera para entrar en su gloria!»
El pasaje de la Escritura que leía era éste: “Como cordero llevado al matadero, como ante sus esquiladores una oveja muda y sin abrir la boca. Por ser pobre, no le hicieron justicia. Nadie podrá hablar de su descendencia, pues fue arrancado de la tierra de los vivos”. El eunuco dijo a Felipe: «Por favor, ¿de quién dice esto el profeta? ¿De él o de otro?». Felipe tomó la palabra y, comenzando por este pasaje de la Escritura, le anunció la buena nueva de Jesús. Continuaron su camino y llegaron a un lugar donde había agua; el eunuco dijo: «Mira, aquí hay agua; ¿qué impide que me bautice?».
Este es el último punto de la andadura catecumenal, la marcha de toda iniciación cristiana, el ritmo del descubrimiento de Dios: 1. Una pregunta formulada por los acontecimientos, por la vida, por una lectura, por un encuentro... 2. Una respuesta hallada en la Palabra de Dios comentada por la Iglesia, y que da un «sentido» nuevo a la existencia... 3. La terminación del encuentro con Dios en un rito, signo sacramental, que explicita el «don que Dios hace al hombre»... La vida eterna, la salvación.
Y mandó detener el carro. Bajaron los dos al agua, Felipe y el eunuco, y lo bautizó. Al salir del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe. El eunuco ya no lo vio más, y continuó su camino muy contento. Felipe se encontró con que estaba en Azoto, y fue evangelizando todas las ciudades hasta llegar a Cesarea.
-“Y el Etiope siguió gozoso su camino”. Jesucristo está presente en todos nuestros caminos, pero está «velado». Está en todas nuestras casas, en todos nuestros ambientes de trabajo... ¡portador de alegría! (Noel Quesson). Es lo que canta el Salmo (66/65,8-9.16-17.20): “Pueblos, bendecid a nuestro Dios, proclamad a plena voz sus alabanzas; Él nos conserva la vida y no permite que tropiecen nuestros pies. Fieles del Señor, venid a escuchar, os contaré lo que Él hizo por mí. Mi boca lo llamó y mi lengua lo ensalzó. Bendito sea Dios, que no ha rechazado mi plegaria ni me ha retirado su misericordia”.

Dios concede con su gracia a quien se dispone, que mueve el corazón, lo convierte a Dios, abre los ojos del alma y da la suavidad para aceptar y creer la verdad. La fe y la gracia y la filiación divina se corresponden, pertenecen a una misma realidad. Y en el discurso de la eucaristía vemos que tanto la fe como la comunión dan la vida eterna, que también son la misma realidad, vivir en Cristo.
El Evangelio (Jn 6,44-51) nos muestra a Jesús que dice: “nadie puede venir a mí si el Padre que me envió no lo trae, y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los profetas: Todos serán enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y acepta su enseñanza viene a mí. Esto no quiere decir que alguien haya visto al Padre. Sólo ha visto al Padre el que procede de Dios. Os aseguro que el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Éste es el pan que baja del cielo; el que come de él no muere. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».
Sacramento de nuestra fe, el núcleo de la fe está ahora anunciando Jesús en esta parte del discurso. El primer libro de la Biblia, el Génesis, afirma que Dios había hecho al hombre para la inmortalidad, pues estaba en un "jardín donde había el árbol de la vida". Siguiendo con lo que ayer veíamos, el último libro, el Apocalipsis, afirma que Dios volverá a dar esta inmortalidad: "Al vencedor le daré a comer del árbol de la vida, que está en el jardín de Dios". Jesús afirma aquí que esta inmortalidad nos está ya devuelta por la Fe, y por la Eucaristía... "Quien come de ese pan no morirá jamás": «El maná era signo de este pan, como lo era también el altar del Señor. Ambas cosas eran signos sacramentales: como signos son distintos, más en la realidad hay identidad... Pan vivo, porque desciende del cielo. El maná también descendió del cielo; pero el maná era sombra, éste la verdad... ¡Oh qué misterio de amor, y qué símbolo de la unidad y qué vínculo de la caridad! Quien quiere vivir sabe dónde está su vida y sabe de dónde le viene la vida. Que se acerque y que crea, y que se incorpore a este cuerpo, para que tenga participación de su vida...» (San Agustín). Se podría objetar: pero, ¡los que comen el pan eucarístico mueren como todo el mundo! Pues bien, Jesús afirma que el alimento eucarístico, recibido en la Fe pone al fiel en posición, ya desde ahora -en el presente- de una vida eterna a la cual la muerte física no la afecta en absoluto: «Cosa grande, ciertamente, y de digna veneración, que lloviera sobre los judíos maná del cielo. Pero, presta atención. ¿Qué es más: el maná del cielo o el Cuerpo de Cristo? Ciertamente que el Cuerpo de Cristo, que es el Creador del cielo. Además, el que comió el maná, murió; pero el que comiere el Cuerpo recibirá el perdón de sus pecados y no morirá para siempre. Luego, no en vano dices tú “Amén”, confesando ya en espíritu que recibes el Cuerpo de Cristo... Lo que confiesa la lengua, sosténgalo el afecto» (San Ambrosio).
El cristianismo es esto: ¡la divinización del hombre! El gozo y la acción de gracias -eucaristía en griego- deberían ser el estado normal de los cristianos. La grande, la gozosa, la "buena nueva" -evangelio en griego-, hela aquí: Dios nos da ¡su vida eterna! En este momento iremos viendo en el discurso un tono más explícitamente eucarístico: "el pan que Yo daré es mi carne... (Noel Quesson).
b) El discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaum sigue adelante, progresando hacia su plenitud. La idea principal sigue siendo también hoy la de la fe en Jesús, como condición para la vida. La frase que la resume mejor es: «os lo aseguro, el que cree tiene vida eterna». Ahora bien, a los verbos que encontrábamos ayer-«ver», «venir» y «creer»- hoy se añade uno nuevo: «nadie puede venir a mí si el Padre que me ha enviado no le atrae». La fe va unida a la gracia, el don de Dios, al que se responde con la decisión personal. Al final de la lectura de hoy ha empezado a sonar el verbo «comer». La nueva repetición: «yo soy el pan vivo» tiene ahora otro desarrollo: «el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo». Donde Jesús entregó su carne por la vida del mundo fue sobre todo en la cruz. Pero las palabras que siguen, y que leeremos mañana, apuntan también claramente a la Eucaristía, donde celebramos y participamos sacramentalmente de su entrega en la cruz.
Nosotros, cuando celebramos la Eucaristía, acogiendo la Palabra y participando del Cuerpo y Sangre de Cristo, tenemos la suerte de que sí «vemos, venimos y creemos» en Él, le reconocemos, y además sabemos que la fe que tenemos es un don de Dios, que es Él que nos atrae. Tenemos motivos para alegrarnos y sentir que estamos en el camino de la vida: que ya tenemos vida en nosotros, porque nos la comunica el mismo Cristo Jesús con su Palabra y con su Eucaristía. La vida que consiguió para nosotros cuando entregó su carne en la cruz por la salvación de todos y de la que quiso que en la Eucaristía pudiéramos participar al celebrar el memorial de la cruz. Creemos en Jesús y le recibimos sacramentalmente: ¿de veras esto nos está ayudando a vivir la jornada más alegres, más fuertes, más llenos de vida? Porque la finalidad de todo es vivir con Él, como Él, en unión con Él (J. Aldazábal), como pedimos en la Colecta: «Dios Todopoderoso y eterno, que en estos días de Pascua nos has revelado claramente tu amor y nos has permitido conocerlo con más profundidad; concede a quienes has librado de las tinieblas del error adherirse con firmeza a las enseñanzas de tu verdad», y también pedimos que seamos testimonios de la Verdad, como se dice en el Ofertorio: «¡Oh Dios! que por el admirable trueque de este sacrificio nos haces partícipes de tu divinidad; concédenos que nuestra vida sea manifestación y testimonio de esta verdad que conocemos». Es un vivir “para” los demás: «Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos. Aleluya» (ant. de comunión). Y en la Postcomunión: «Ven Señor en ayuda de tu pueblo y, ya que nos has iniciado en los misterios de tu reino, haz que abandonemos nuestra antigua vida de pecado y vivamos, ya desde ahora, la novedad de la vida eterna».
“Hoy cantamos al Señor de quien nos viene la gloria y el triunfo. El Resucitado se presenta a su Iglesia con aquel «Yo soy el que soy» que lo identifica como fuente de salvación: «Yo soy el pan de la vida» (Jn 6,48). En acción de gracias, la comunidad reunida en torno al Viviente lo conoce amorosamente y acepta la instrucción de Dios, reconocida ahora como la enseñanza del Padre. Cristo, inmortal y glorioso, vuelve a recordarnos que el Padre es el auténtico protagonista de todo. Los que le escuchan y creen viven en comunión con el que viene de Dios, con el único que le ha visto y, así, la fe es comienzo de la vida eterna. El pan vivo es Jesús. No es un alimento que asimilemos a nosotros, sino que nos asimila. Él nos hace tener hambre de Dios, sed de escuchar su Palabra que es gozo y alegría del corazón. La Eucaristía es anticipación de la gloria celestial: «Partimos un mismo pan, que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, para vivir por siempre en Jesucristo» (San Ignacio de Antioquía). Oculto bajo las especies sacramentales, Jesús nos espera, y le decimos: Tú eres nuestro Redentor, la razón de nuestro vivir.
c) Ya en el desierto Dios había alimentado al pueblo con el maná. Y el profeta Eliseo había alimentado a cien hombres con veinte panes de cebada que alguien le había llevado de regalo, y también en aquella ocasión había sobrado pan. Ahora Jesús, el profeta por excelencia, el mediador de la nueva alianza alimenta al pueblo hambriento en el desierto. En el naciente siglo XXI de las telecomunicaciones, la globalización y el mercado mundial, todavía hay millones y millones de seres humanos hambrientos. Millones de niños siguen muriendo de la enfermedad más elemental que podamos sufrir: el hambre, la desnutrición. El milagro de Jesús es una protesta por nuestra falta de solidaridad. Con lo que desperdiciamos en vanidades, en comidas superfluas que después nos hacen daño: golosinas, helados, exquisiteces, con eso nada más podríamos alimentar a nuestros hermanos necesitados. Con lo que los países desarrollados gastan en producir armas, la humanidad podría solucionar el problema del hambre en el mundo. Pero nosotros no somos como Jesús, no somos capaces de compadecernos, ni de invitar fraternalmente a la solidaridad. La gente agradecida reconoce que Jesús es “el profeta que tenía que venir al mundo”, el nuevo Moisés, y quieren hacerlo rey, porque Él sí se compadece de sus sufrimientos y los alivia, no como los reyes de este mundo que solo han explotado al pobre pueblo. Pero Jesús sabe que su reino no es de este mundo, ha despreciado el poder universal que le ofrecía el tentador, sabe que su misión es hacer la voluntad del Padre, por eso se retira, solo, a la montaña. Un buen propósito para hoy sería cuidar esas visitas a Jesús en el sagrario, al Santísimo Sacramento, y pedirle una fe más viva, que nos aumente la fe, pues así fomentamos que Él pueda acrecentarla en nosotros.

LA RELIGIOSIDAD DE LA SEMANA SANTA EN AMÉRICA LATINA.


Durante la Semana Santa que finalizó hace algunos días observamos devociones y prácticas religiosas que expresan la oración y meditaciones de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo: Misas, celebraciones litúrgicas, penitencias, comidas de Semana Santa. Visitas a santuarios y templos religiosos.

Pero, corremos el riesgo de quedarnos en una religiosidad popular ritual, que puede ser una práctica religiosa, que no lleve a una auténtica experiencia religiosa de fe. La Semana Santa debe llevarnos a Jesucristo, mediante la conversión, confesión, Eucaristía y testimonio cristiano en la Iglesia y la sociedad. Lo más importante en el camino de la santidad y de la Espiritualidad no es no cometer pecados y cumplir con una serie de ritos, sino algo más importante, comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, con la Virgen , la Iglesia y las demás personas que encierra lo anterior.

Las prácticas de la devoción en Semana Santa son un medio para seguir nuestro camino de fe hacia la perfección cristiana, no podemos conformarnos con que todo llega a esto y para qué más compromiso cristiano, así que se debe trabajar por la religiosidad popular auténtica y el compromiso cristiano que permite llegar a una amistad plena con Jesucristo, no poner peros a su amor infinito y santificador, ser Iglesia con los demás.

Parecen contradictorios los escenarios en que sucede la Semana Santa, en Europa, con el aire secularista, se quiere llevar lo sagrado a lo privado, para encerrar el culto, qué problemático este asunto, mientras en América Latina, hay una religiosidad de tanto fervor y piedad que sobran las prácticas religiosas y se multiplican con la espontaneidad y el afecto característicos de nuestra gente.

En estos días se han ofrecido promesas penitencias y mandas para alcanzar favores por la pasión del Señor y la intercesión de la Virgen, de los Angeles y los santos, se han caminado las procesiones con cirios y veladoras para tocar el corazón de Dios, se ha participado en familia de la procesión y Misa del Domingo de Ramos, en forma multitudinaria, llevando los tradicionales cogollos de palma, toda la familia en oraciones y buenos propósitos, no importando el sol y la lluvia en algunas ocasiones, se ha observado el ritual del lavatorio de los pies con escenas representadas por jóvenes y adultos, el Viernes santo, se ha venerado la Cruz en forma solemne y la participación en las escenas del Vía Crucis en vivo, verdaderos íconos cristianos representativos dando toque sagrado a nuestro contexto socio-cultural, nadie se pierde de esto, desde pequeños en brazos de sus padres y los mayores de edad, con una fe acumulada, con tanta tradición en sus espaldas y así se da la transmisión a través de los ritos de la fe cristiana. Se ha llevado en procesión a Cristo en el santo sepulcro hasta finalizar en el cementerio de la ciudad, de este pueblo grande que cree .

En la solemne Vigilia Pascual, la bendición de las veladoras y del agua que llevan en botellas plásticas, porque quieren llevarse un poco de lo sagrado a la casa, quieren hacer de su casa un templo, para el perdón de los pecados y la salvación de las familias. El Domingo de Pascua, después de la Misa, los bautismos de niños pequeños para ponerse al día con los mandamientos de la Iglesia.

Miguel Felipe Hernández Arteaga

martes, 20 de abril de 2010

MIÉRCOLES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA: Jesús, pan de vida y auténtica libertad más allá de la muerte


Hechos (8,1-8): "Y Saulo consentía en su muerte. En aquel día se
desató una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén,
y todos fueron esparcidos por las regiones de Judea y de Samaria, con
excepción de los apóstoles.
Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban, e hicieron gran
lamentación por él. Entonces Saulo asolaba a la iglesia. Entrando de
casa en casa, arrastraba tanto a hombres como a mujeres y los
entregaba a la cárcel. Entonces, los que fueron esparcidos anduvieron
anunciando la palabra. Y Felipe descendió a la ciudad de Samaria y les
predicaba a Cristo. Cuando la gente oía y veía las señales que hacía,
escuchaba atentamente y de común acuerdo lo que Felipe decía. Porque
de muchas personas salían espíritus inmundos, dando grandes gritos, y
muchos paralíticos y cojos eran sanados; de modo que había gran
regocijo en aquella ciudad".
La persecución fue el comienzo de la gran «expansión» misionera del
evangelio. Cuando parece que todo se pierde, que la Iglesia será
exterminada, entonces en la más negra noche amanece Dios… así pasará
con el terrible Saulo, que se levantará luego como san Pablo y Apóstol
de las gentes. Aparecen los mártires de la fe. Para el mártir, la
pérdida de la vida por dar testimonio de Jesús es una ganancia, pues
gana la vida eterna. Pero es también una gran ganancia para la Iglesia
que recibe así nuevos hijos, impulsados a la conversión por el ejemplo
del mártir y ve que se renuevan los hijos que ya tiene desde hace
tiempo. Juan Pablo II se muestra convencido de ello cuando, en el año
del Gran Jubileo, decía en su discurso en el Coliseo durante la
conmemoración de los mártires del siglo XX: «Permanezca viva, en el
siglo y el milenio que acaban de comenzar, la memoria de estos
nuestros hermanos y hermanas. Es más, ¡que crezca! ¡Que se transmita
de generación en generación, para que de ella brote una profunda
renovación cristiana!». La Iglesia, tal como Jesús la ha querido,
llevará el evangelio hasta los «confines de la tierra», y los mártires
con su sufrimiento son semilla de nuevos cristianos. El milagro de
Pentecostés está siempre haciéndose, por eso podemos rezar: Señor, una
vez más, agranda nuestros corazones a las dimensiones de tu proyecto
universal. Que el evangelio sea proclamado. Concede a todos los
cristianos de todos los tiempos no considerarse jamás como unos
poseedores privilegiados... sino como responsables. En el día del
juicio, Señor, Tú me pedirás cuenta de ese evangelio que he «guardado»
sin haberlo «difundido».
-"Los que se habían dispersado iban por todas partes anunciando la
Buena Nueva de la Palabra. Felipe bajó a una ciudad de Samaria y les
predicó a Cristo". Como los demás, Felipe, otro diácono, -como
Esteban- ha huido. Su camino pasa por Samaria. Recordemos que los
judíos despreciaban a los samaritanos. Jesús había roto ya ese
estrecho cerco al convertir a una Samaritana. Y les había anunciado:
«Los campos blanquean ya para la siega...» eran promesa de cosechas
abundantes en el mundo pagano. La multitud unánime escuchaba con
atención las palabras de Felipe. Efectivamente, Felipe «ha predicado a
Jesús» y, contrariamente a lo que podía pensarse, su predicación
obtiene un gran éxito en ese mundo nuevo que no está enfundado en sus
propias certezas y modas.
-"¡Y hubo una gran alegría en aquella ciudad!" «La alegría». Signo
evangélico. Cuando la Palabra de Dios es anunciada en «palabras de
hombres», esto provoca una gran alegría. ¡Ah Señor!, te ruego por tu
Iglesia, que sea siempre una fuente de alegría, un lugar festivo, de
una fiesta interior... con mirada de alegría (Noel Quesson).
Todo es para bien, según los designios de Dios lo reconduce todo hacia
algo bueno, y así señala san León Magno: «La religión, fundada por el
misterio de la Cruz de Cristo, no puede ser destruida por ningún
género de maldad. No se disminuye la Iglesia por las persecuciones,
antes al contrario, se aumenta. El campo del Señor se viste entonces
con una cosecha más rica. Cuando los granos que caen mueren, nacen
multiplicados».

Salmo (65,1-3a.4-5.6-7a): "Aclamad a Dios con alegría, toda la tierra.
Cantad la gloria de su nombre; poned gloria en su alabanza. Decid a
Dios: ¡Cuán asombrosas son tus obras! Toda la tierra te adorará, y
cantará a ti; cantarán a tu nombre. Venid, y ved las obras de Dios,
temible en hechos sobre los hijos de los hombres. Volvió el mar en
seco; por el río pasaron a pie; allí en Él nos alegramos. Él señorea
con su poder para siempre; Sus ojos atalayan sobre las naciones". El
salmista convoca a todos los pueblos a alabar a Dios; llegará el día
en que todos los países de la tierra alabarán al Dios verdadero: «Toda
la tierra te adorará».

El Evangelio (Juan 6,35-40) muestra que "Jesús continuó hablando a la
gente: Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el
que cree en mí no pasará nunca sed. Sin embargo, vosotros, como ya os
he dicho, aun viendo lo que habéis visto, no creéis. Todo lo que me da
el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque
he bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad del que
me ha enviado, a saber: que no se pierda nada de lo que me dio sino
que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que
todo el que vea al Hijo y crea en Él tenga vida eterna, y yo lo
resucitaré en el último día". "El «discurso del Pan de la vida» que
Jesús dirige a sus oyentes el día siguiente a la multiplicación de los
panes, en la sinagoga de Cafarnaum, entra en su desarrollo decisivo.
Esta catequesis de Jesús tiene dos partes muy claras: una que habla de
la fe en Él, y otra de la Eucaristía. En la primera afirma «yo soy el
Pan de vida»: en la segunda dirá «yo daré el Pan de vida». Ambas están
íntimamente relacionadas, y forman parte de la gran página de
catequesis que el evangelista nos ofrece en torno al tema del pan. Hoy
escuchamos la primera (repetimos de ayer, el v. 35: «yo soy el pan de
vida»). Los verbos que emplea son «el que viene a mí», «el que cree en
mí», «el que ve al Hijo y cree en Él». Se trata de creer en el enviado
de Dios. Aquí se llama Pan a Cristo no en un sentido directamente
eucarístico, sino más metafórico: a una humanidad hambrienta, Dios le
envía a su Hijo como el verdadero Pan que le saciará. Como también se
lo envía como la Luz, o como el Pastor. Luego pasará a una perspectiva
más claramente eucarística, con los verbos «comer» y «beber». El
efecto del creer en Jesús es claro: el que crea en Él «no pasará
hambre», «no se perderá», «lo resucitaré el último día», «tendrá vida
eterna».
La presentación de Jesús por parte del evangelista también nos está
diciendo a nosotros que necesitamos la fe como preparación a la
Eucaristía. Somos invitados a creer en Él, antes de comerle
sacramentalmente. Ver, venir, creer: para que nuestra Eucaristía sea
fructuosa, antes tenemos que entrar en esta dinámica de aceptación de
Cristo, de adhesión a su forma de vida. Por eso es muy bueno que en
cada misa, antes de tomar parte en «la mesa de la Eucaristía»,
comiendo y bebiendo el Pan y el Vino que Cristo nos ofrece, seamos
invitados a recibirle y a comulgar con Él en «La mesa de la Palabra»,
escuchando las lecturas bíblicas y aceptando como criterios de vida
los de Dios. El que nos prepara a «comer» y «beber» con fruto el
alimento eucarístico es el mismo Cristo, que se nos da primero como
Palabra viviente de Dios, para que «veamos», «vengamos» y «creamos» en
Él. Así es como tendremos vida en nosotros. Es como cuando los
discípulos de Emaús le reconocieron en la fracción del pan, pero
reconocieron que ya «ardía su corazón cuando les explicaba las
Escrituras». La Eucaristía tiene pleno sentido cuando se celebra en la
fe y desde la fe. A su vez, la fe llega a su sentido pleno cuando
desemboca en la Eucaristía. Y ambas deben conducir a la vida según
Cristo. Creer en Cristo. Comer a Cristo. Vivir como Cristo" (J.
Aldazábal).
a) En los orígenes, el hombre quiso probar el árbol de la vida para
hacerse como Dios. Y lo que era fuente de vida se convirtió en veneno:
en lugar de recibir su alimento por gracia, el hombre quiso producir
él mismo su felicidad. El hombre fue arrojado del paraíso, porque
quería vivir sobre su propia tierra, la que construiría él sólo. "¡Al
que venga a mí, no lo echaré fuera!". Al escuchar la palabra de Jesús
encontramos la tierra de nuestros orígenes. Jesús llama para recibir
la gracia y el perdón, y nosotros somos reintroducidos en el jardín
para gustar del fruto del árbol. El lo atrae todo a sí: plantada en el
corazón del mundo, su cruz es el nuevo árbol de la vida en el que todo
hombre puede encontrar su nacimiento. "Esta es la voluntad del que me
ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio".
El árbol de la cruz está plantado fuera de los muros de la ciudad,
sobre una colina, porque "muchos pasaban por allí", y el nombre que
salva está escrito en griego, en hebreo y en latín, para que cada cual
conozca en su propia lengua la maravilla de Dios: los brazos de Jesús
están abiertos a todos, porque el amor de Dios es para todos. La
salvación es universal, pues no hay justos: todos son enfermos y todos
están llamados a la curación. Para que el árbol dé fruto en
abundancia, el grano tuvo que ser arrojado al surco del Gólgota. La
Palabra de gracia sólo podrá germinar sembrada en las lágrimas y en la
sangre. La Vida no podrá salir victoriosa sino después de haber estado
aprisionada en una tumba. Una violenta persecución estalló contra la
Iglesia de Jerusalén; los que se dispersaron fueron a extender por
todas partes la Buena Noticia.
"Si el grano no muere, no puede dar fruto" (Jn 12,24). En cristiano,
no hay más que una ley de crecimiento: la de la vida entregada, la de
la esperanza que asume el riesgo, la del comenzar de nuevo, una y otra
vez, desde la sola confianza en la fidelidad del Espíritu. El árbol no
tiene otra razón de ser que no sea la de dar cobijo a los hombres que
buscan la vida. Sólo podrá crecer si hay hombres y mujeres que son
fieles hoy a la ley del crecimiento del Reino: si entregan su vida al
amor gratuito e incondicionado, por encima de toda coacción y en la
libertad del Espíritu.
Dios y Padre nuestro, no permitas que encerremos tu Palabra en el
reducido ámbito de nuestros hábitos, de nuestras certezas y de
nuestros sectarismos. Haz que madure en nosotros lo que Tú has
sembrado: la libertad del Espíritu, el entusiasmo del renuevo
primaveral y el gozo de estar salvados (tomado de "Dios cada día", Sal
terrae).
b) -Yo soy el pan de vida. Jamás ningún profeta había pedido creer en
su persona como lo hace Jesús. Incluso Moisés, sólo pedía que creyeran
en Yahvé. Jesús, en cambio, pretende algo exorbitante y radical: se
presenta como la fuente suprema de salvación, en múltiples fórmulas,
que evocan el "Yo soy el que soy" del mismo Dios: "Yo soy el Pan de
vida". Yo soy la Luz del mundo. Yo soy la Puerta de las ovejas. Yo soy
el Buen Pastor. Yo soy la Resurrección y la Vida. Yo soy la verdadera
Viña. "Yo soy el Pan." Fórmula de una fuerza extraordinaria, que
recuerda que "Yo soy" es título de Dios anunciado a Moisés, del que
vendría, y esto es "Emmanuel", "Yo soy con vosotros", como decimos en
la Misa: "El Señor esté con vosotros, y con tu espíritu", siempre con
el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús. Jesús se identifica a sus
enseñanzas: su doctrina es pan, Él mismo es pan... ¡capaz de mitigar
nuestra hambre! Esta semana contemplamos la Eucaristía en el discurso
de Cafarnaum, y en el trigo molido de Esteban y los primeros
cristianos, que son grano de trigo que al morir dan vida a muchos.
-"El que viene a mí ya no tendrá más hambre. Quien cree en mí, jamás
tendrá sed". El paralelismo de las dos frases permite aclarar la una
por la otra. El que "viene a Jesús", el que "cree en Jesús" no
necesita ir a otra parte para saciarse... ¡ya no tiene más hambre ni
sed! Jesús, fuente de equilibrio y de gozo, fuente de sosiego: la
mayoría de nuestras tristezas y de nuestros desequilibrios vienen de
no saber apoyarnos realmente sobre la roca de la Palabra substancial
del Padre que es Jesús. "Creer" y "venir a Jesús", son presentados
aquí como equivalentes: con ello se pone en evidencia el hecho de que
la fe es unirse a Cristo.
"Venir a Jesús", es imitarle, es reproducir su actitud. Cumplir la
Voluntad de Dios, es un alimento espiritual. Podríamos decir que esto
comporta dos exigencias:
-meditar la Palabra de Dios, alimentarse de su pensamiento... Es la oración.
-para poder someterse en los detalles a su Voluntad sobre nosotros...
Es la acción.
Minuto tras minuto, algunos quereres divinos están escondidos en
nuestras vidas cotidianas. Como para Jesús, el cumplimiento de esta
voluntad de Dios es el único camino de la santidad y del gozo total.
Corresponder a Dios por la Fe es ya "estar en comunión" con Él.
-"Y esta es la voluntad del Padre, que Yo no pierda a ninguno de los
que Él me ha dado… que Yo les resucite a todos en el último día; pues
la voluntad de mi Padre es que todo el que ve al Hijo y cree en Él
tenga la vida eterna". Contemplo detenidamente esta "voluntad" del
Padre... y hago mi oración a partir de esto (Noel Quesson), y pedimos
hoy al Padre: «Concédenos tener parte en la herencia eterna de tu Hijo
resucitado» (oración).
c) Vamos a ahondar más en este último aspecto, hacer la voluntad del
Padre, diciéndole a Jesús: "Eres la persona más libre, porque eres la
Verdad, y la verdad os hará libres. Tú conoces todo y puedes escoger
lo mejor con plena libertad, no como el engañado, o el ignorante, o el
que está cegado por sus pasiones. Tú, que escoges con la libertad más
plena y escoges lo mejor, escoges la obediencia. ¿Por qué? Parece un
contrasentido: eres el ser más inteligente y más libre, eres Dios, y
escoges no hacer tu voluntad, sino obedecer. ¿Es eso libertad? Jesús,
sabes bien que sí, porque sabes a quién obedeces: no hay nada más
inteligente que obedecer a Dios, pues Él sólo busca mi bien y además
sabe mejor que yo cómo conseguirlo. En la medida en que el hombre hace
más el bien, se va haciendo también más libre. No hay verdadera
libertad sino en el servicio del bien y de la justicia. La elección de
la desobediencia y del mal es un abuso de la libertad y conduce a «la
esclavitud del pecado». Jesús, a veces tengo ganas de ir por mi
cuenta, buscándome a mí mismo: lo que me gusta, lo que me interesa, lo
que «necesito». Incluso el ambiente actual quiere hacerme creer que
así soy más libre, porque decido lo que yo quiero, y no lo que quiere
otro. Que me dé cuenta de lo estúpida que es esta postura. Cuando
busco hacer tu voluntad, también decido lo que yo quiero, sólo que
decido mejor. "Nos quedamos removidos, con una fuerte sacudida en el
corazón, al escuchar atentamente aquel grito de San Pablo: «ésta es la
voluntad de Dios, vuestra santificación». Hoy, una vez más me lo
propongo a mí, y os lo recuerdo también a vosotros y a la humanidad
entera: ésta es la Voluntad de Dios, que seamos santos. Para pacificar
las almas con auténtica paz, para transformar la tierra, para buscar
en el mundo y a través de las cosas del mundo a Dios Señor Nuestro,
resulta indispensable la santidad personal" (San Josemaría Escrivá).
Jesús, Tú has venido a hacer la voluntad del Padre Celestial y me has
dado ejemplo de obediencia hasta en los momentos más difíciles. Ahora
me pides que siga ese ejemplo; que mi gran objetivo sea la fidelidad a
esa voluntad de Dios para mí que se me va manifestando día a día: mi
santidad personal. Porque ésta es la voluntad de Dios, vuestra
santificación.
Pero, ¿cómo conocer la Voluntad de Dios? Lo primero es estar lo más
unido posible a Él. ¿Cómo? Buscando unos momentos al día para
tratarle, para pensar en Él, para pedirle cosas, para darle gracias.
Así actuabas Tú, Jesús. Siempre encontrabas la forma de retirarte un
poco de la muchedumbre para rezar. Rezar: éste es el gran secreto para
unirse a Dios. La oración es fundamental en mi camino hacia la
santidad.
Y hay tres tipos de oración: la oración mental, que son estos minutos
dedicados a hablar contigo; la oración vocal, que es rezar oraciones
ya hechas, entre la que destaca el Rosario; y la oración habitual, que
es hacerlo todo en presencia de Dios, convertirlo todo en oración: el
estudio, el trabajo, el descanso, el deporte, la diversión, etc...
Ayúdame a decir sinceramente cada día: hoy, una vez más, me propongo
luchar por cumplir tu Voluntad, luchar por ser santo, luchar por
convertir todo mi día en oración (Pablo Cardona), y así, como pedimos
en la Postcomunión, «que la participación en los sacramentos de
nuestra redención nos sostenga durante la vida presente, y nos dé las
alegrías eternas».

MARTES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA: con la confianza puesta en el Señor, abandonamos en Él nuestro espíritu y todas nuestras cosas. La fe nos hace ver incluso en las contrariedades que todo será para bien


Hechos (7,51-60;8,1): Sigue Esteban con su discurso, que le llevará al
martirio: "Hombres de cabeza dura e incircuncisos de corazón y de
oídos, vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como fueron
vuestros padres, así sois también vosotros. ¿A qué profeta no
persiguieron vuestros padres? Mataron a los que predijeron la venida
del Justo, del cual vosotros ahora sois los traidores y asesinos;
vosotros, que habéis recibido la ley por ministerio de los ángeles, y
no la habéis guardado». Al oír esto estallaban de rabia sus corazones,
y rechinaban los dientes contra él. Pero él, lleno del Espíritu Santo,
con los ojos fijos en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie
a la derecha de Dios, y dijo: «Veo los cielos abiertos y al hijo del
hombre de pie a la derecha de Dios». Ellos, lanzando grandes gritos,
se taparon los oídos y se lanzaron todos a una sobre él; lo llevaron
fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos habían
dejado sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo. Mientras lo
apedreaban, Esteban oró así: «Señor Jesús, recibe mi espíritu». Y
puesto de rodillas, gritó con fuerte voz: «Señor, no les tengas en
cuenta este pecado». Y diciendo esto, expiró. Saulo aprobaba este
asesinato. Aquel día se desencadenó una gran persecución contra la
Iglesia de Jerusalén; y todos, excepto los apóstoles, se dispersaron
por las regiones de Judea y Samaría".
Este discurso, el más largo de los Hechos, resume la historia de
Israel hasta la Redención de Jesús. Los que escucharon fueron duros,
como a menudo yo, Señor, "soy «duro», «me encierro en mí mismo»... en
lugar de dejarme dócilmente conducir por tu Espíritu hacia nuevos
horizontes, hacia conversiones profundas, las que Tú deseas para todos
nosotros.
a) -Esteban, lleno del Espíritu Santo, los ojos mirando al cielo vio
la gloria de Dios y a Jesús que estaba en pie a la diestra de Dios.
Danos, Señor, esa mirada interior que nos hace «ver» a Dios, por el
Espíritu.
Esteban, hombre fogoso, contestatario, discutidor vigoroso, es también
un hombre de vida interior, contemplativo, un visionario que saca sus
ideas, sus palabras, sus actos, de su oración contemplativa.
-«Veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre en pie a la diestra de
Dios». Efectivamente, ¡Jesús está vivo, resucitado, exaltado! Y
Esteban vive con El, vive de El. Es el tiempo pascual. Es en esta
visión, alimentada ciertamente por la eucaristía que Esteban saca su
fuerza y su certidumbre. A partir de esto, ¡nada puede detenerle!
Reflexiono: Jesús, ¿es alguien para mí? ¿Tengo intimidad, compañerismo
con El?
-Gritando fuertemente, se taparon los oídos y empezaron a
apedrearle... Habían puesto sus vestidos a los pies de un joven,
llamado Saulo. En una explosión de furor, se le conduce a la muerte.
¡Saulo de Tarso está allí! Pronto cambiará su nombre por el de Pablo.
Toda su vida conservará el recuerdo de sus persecuciones a los
cristianos. Estaba allí aquel día en que mataban a un hombre a
pedradas. Desde aquel día debió de hacerse la pregunta: «¿De dónde le
viene esa valentía?» ¿Hay a mi alrededor paganos, no-creyentes,
indiferentes, que observan mi vivir? ¿Es mi vida una pregunta, una
interpelación para ellos? ¿Pueden adivinar que hay un secreto en mi
vida «una mirada fija en el cielo?»
-Mientras lo apedreaban, Esteban rogaba: «Señor, no les tengas en
cuenta ese pecado.» Esta muerte es admirable. Como su maestro Jesús,
Esteban perdona. Es la víctima que «ama» a sus verdugos, y «ruega» por
ellos, como había pedido Jesús. ¿A quién tengo que perdonar?" (Noel
Quesson). San Efrén: «Es evidente que los que sufren por Cristo gozan
de la gloria de toda la Trinidad. Esteban vio al Padre y a Jesús
situado a su derecha, porque Jesús se aparece sólo a los suyos, como a
los Apóstoles después de la resurrección. Mientras el Campeón de la fe
permanecía sin ayuda en medio de los furiosos asesinos del Señor,
llegado el momento de coronar al primer mártir, vio al Señor, que
sostenía una corona en la mano derecha, como si se animara a vencer la
muerte y para indicarle que Él asiste interiormente a los que van a
morir por su causa. Revela, por tanto, lo que ve, es decir, los cielos
abiertos, cerrados a Adán y vueltos a abrir solamente a Cristo en el
Jordán, pero abiertos también después de la Cruz a todos los que
conllevan el dolor de Cristo y en primer lugar a este hombre. Observad
que Esteban revela el motivo de la iluminación de su rostro, pues
estaba a punto de contemplar esta visión maravillosa. Por eso se mudó
en la apariencia de un ángel, a fin de que su testimonio fuera más
fidedigno».
Esteban quizá miró a Saulo. ¿Su sacrificio lo convirtió? Es el poder
de la debilidad…
b) La fe nos ayuda a ver que todas las cosas de la tierra, incluso los
problemas y las cosas malas, por culpa nuestra o sin ella, nos ayudan
a una vida mejor, que todo será para bien. Tenemos idea de lo que es
bueno y lo malo, pero no tenemos la perspectiva, visión de conjunto de
la historia del mundo y cada uno de nosotros. Recuerdo la pregunta que
nos hacíamos ante la desgracia de hace unos años en el desastre del
tsunami oriental, y es aplicable a cualquier circunstancia histórica
"¿Dónde estaba Dios el día del tsunami?" La catástrofe del terremoto
submarino (200.000 muertos, cinco millones de personas que perdieron
su casa...) es algo muy duro. Además, se necesitaran años para la obra
de reconstrucción. ¿Por qué el mal? ¿Por qué el tsunami, tanta muerte
y devastación? ¿Cómo es posible que Dios permita todo esto?, y si es
bueno, ¿cómo cuida de los hombres? Si es Omnipotente ¿por qué no hace
algo? Estas preguntas filosóficas son las que oímos muchos días, las
que se hace un niño de 10 años, las que hace una persona mayor.
¿Existe Dios? Mirando el orden del firmamento o la abeja que con sus
patas traslada el polen para fecundar las flores, pensando en la
armonía de todo lo creado, en el agua que cae en la lluvia y fecunda
la tierra para ir al mar y a través de las nubes rehacer el ciclo,
pensando en tanta belleza y sobre todo la maravilla del amor, la
riqueza de la memoria, la sed de entender,... sí, es fácil llegar al
Dios creador. Pero, ¿qué providencia permite los desastres?
Esta es la gran pregunta. Hay dos soluciones ante esta pregunta: o
todo es absurdo o la vida es un misterio. Pero acogernos al misterio
no significa dejar de pensar. No. También ahí se me presentan dos
opciones: Dios es malo porque yo no entiendo como permitiría esto, o
bien Dios es bueno y sabio, pero yo no entiendo de qué va la cosa. Es
como aquella historia de un aprendiz de monje que al entrar en el
convento le encargaron colaborar en tejer un tapiz. Al cabo de varios
días, dijo de golpe: "no aguanto más, esto es insoportable, trabajar
con un hilo amarillo tejiendo en una maraña de nudos, sin belleza
alguna, ni ver nada. ¡Me voy!..." El maestro de novicios le dijo: "ten
paciencia, porque ves las cosas por el lado que se trabaja, pero sólo
se ve tu trabajo por el otro lado", y le llevó al otro lado de la gran
estructura del andamio, y se quedó boquiabierto. Al mirar el tapiz
contempló una escena bellísima: el nacimiento de Jesús, con la Virgen
y el Santo Patriarca, con los pastores y los ángeles... y el hilo de
oro que él había tejido, en una parte muy delicada del tapiz: la
corona del niño Jesús. Y entendió que formamos parte de un designio
divino, el tapiz de la historia, que se va tejiendo sin que veamos
nunca por completo lo que significa lo que vemos, su lugar en el
proyecto divino. No lo veremos totalmente hasta que pasemos al otro
lado, cuando muramos a esta vida y pasemos a la otra.
Los judíos y cristianos, al ver los desastres humanos y naturales en
la historia, han creído en que aquello tenía un sentido escondido; la
confianza en Dios ha pasado por encima del diluvio, y la destrucción
de Sodoma y Gomorra, etc. Él es siempre refugio y fortaleza: "Por
ello, no tememos aunque tiembla la tierra o se derrumban los montes en
el mar, aunque bramen las olas, y tiemblen los montes con su fuerza.
El Señor... está con nosotros" (Salmo 45).
No somos los cristianos insensibles al sufrimiento, basta ver la
respuesta de caritas, que en España recaudó enseguida el doble de
dinero en ayudas que las que prometía el gobierno. Pero no aceptamos
que sea absurdo, pensamos que tiene un sentido escondido. De hecho
Jesús no vino a quitar el sufrimiento, sino a llenarlo de contenido,
al dejarse clavar en la cruz. Y enseñó incluso que los que lloran son
bienaventurados porque serán consolados (Mt 5, 4). De manera que el
mal es un problema difícil de resolver, pero ante él toda la tradición
cristiana es una respuesta de afirmación de que donde la cabeza no
entiende, el amor encuentra un sentido escondido cuando se ve con la
fe que Dios no quiere el mal, pero deja que los acontecimientos
fluyan, procurando en su providencia que todo concurra hacia el bien:
todo es para bien, para los que aman a Dios. Aunque cósmicamente
defectuoso, dice el Cardenal George Pell, Arzobispo de Sydney, el
mundo "va hacia la perfección. Dios ha dado la libertad a sus
criaturas, que puede ser usada para fines malvados, mientras que la
naturaleza avanza y cambia, por el contrario, según reglas fijas. Es
inexacto decir que el tsunami ha sido un acto de Dios porque no ha
sido Dios quien ha provocado este desastre. Podríamos preguntarnos
porque Dios no ha creado un mundo más perfecto, porque permite tanto
sufrimiento. No lo sabemos. El mal continúa siendo un misterio, pero
nosotros estamos llamados a combatirlo, y el mal es sólo una parte de
nuestra historia".
No es correcto ver un sentido de castigo a lo que ha pasados a esos
pueblos. No, las olas no han matado caprichosamente, no han hecho
ninguna distinción. Pero siempre nace en nuestro interior, junto al
sin-sentido del mal que requiere una re-ordenación divina, una
justicia celestial, un lugar donde vayan los justos, donde no sufran
ya más. Seguía diciendo el prelado: "Para los ateos no existe una
explicación. Por ellos la vida es pura fortuna, sin ningún objetivo.
Sólo un Dios bueno pide y da un sentido al amor universal y puede
hacer cuadrar todos los sufrimientos humanos en la próxima vida. Ahora
nuestra tarea es llevar a la práctica este amor que nosotros
profesamos y ofrecer ayuda a los supervivientes".

Salmo (31,3-4.6-8.17-21): "Atiéndeme, ven corriendo a liberarme; sé tú
mi roca de refugio, la fortaleza de mi salvación; ya que eres tú mi
roca y mi fortaleza, por el honor de tu nombre, condúceme tú y guíame;
En tus manos encomiendo mi espíritu; tú me rescatarás, Señor, Dios
verdadero. Aborrezco a los que adoran ídolos vanos, pero yo he puesto
mi confianza en el Señor; tu amor ser mi gozo y mi alegría, porque te
has fijado en mi miseria y has comprendido la angustia de mi alma;
mira a tu siervo con ojos de bondad y sálvame por tu amor. tú los
guardas al amparo de tu rostro, lejos de las intrigas de los hombres;
tú los cobijas en tu tienda lejos de las lenguas mordaces".
Este salmo, que se aplica a Jesús en la cruz, también es apropiado
para este mártir que se une a la cruz de Jesús con las palabras:
"Padre; en tus manos encomiendo mi espíritu". Karl Rahner comentaba
estas palabras (Lc 23,46): "¡Oh Jesús, el más abandonado de todos los
hombres! Oh corazón traspasado de dolor, estás al final. He aquí el
final, en el que todo es arrancado, hasta el alma misma, el libre
arbitrio entre aceptación o rechazo, y en el que el hombre ya no se
pertenece a sí mismo…
Son las señales de la muerte. ¡Pero quién o qué cosa despoja así? ¿La
nada? ¿El destino ciego? ¿La naturaleza implacable? No. Es el Padre,
es el Dios de sabiduría y amor.
He aquí por qué te abandonas así. Con toda la confianza te entregas a
estas suaves manos invisibles, que para nosotros, incrédulos y
aferrados a nuestro yo, son las garras crueles del destino ciego de la
muerte.
Tú sabes que son las manos del Padre, y tus ojos oscurecidos por la
muerte todavía ven al Padre, se miran en los ojos serenos de su amor,
cuando la boca pronuncia la última palabra de tu vida: "Padre, en tus
manos entrego mi espíritu".
Todo lo das al que todo te dio. ¡Todo lo depositas, sin garantía ni
restricción, en las manos de tu Padre! ¿Es mucho, y cuán pesado y
amargo! Lo que constituía el peso de tu vida, tuviste que cargarlo tú
solo: los hombres con su dureza, tu misión, tu cruz, el fracaso y la
muerte.
Pero, ahora, terminaste de cargar todo esto, pues se te ha concedido
entregarlo todo, incluyéndote a ti mismo, en las manos del Padre.
¡Todo! ¡Estas manos cargan todo muy bien, con mucha dulzura! Manos de
madre.
Se encierra sobre tu alma, como nosotros encerramos un pajarito, con
precaución y cariño entre las palmas de las manos. Ahora nada pesa,
todo es suave, todo es luz y gracia, todo es seguridad, al abrigo del
corazón de Dios, en donde se pueden enjugar las lágrimas de dolor, en
cuanto el Padre, como un anciano, enjuga las mejillas del Hijo.
Oh Jesús, ¿entregarás también algún día mi pobre alma y mi pobre
cuerpo en las manos del Padre? Deposita, entonces, todo, el peso de mi
vida y de mis pecados, no en la balanza de la justicia, sino en las
manos del Padre.
¿A dónde huir, en dónde ocultarme, sino junto a ti, mi hermano en la
amargura, que sufriste toda la pena por causa de mis pecados? ¡Mira!
Hoy vengo a ti; me arrodillo ante tu cruz; beso los pies que sangraron
por seguirme, sin desviación y sin ruido, durante el trayecto
desordenado de mi vida. Abrazo tu cruz, Maestro de eterno amor,
corazón de todos los corazones, corazón traspasado, corazón paciente,
infinitamente bueno.
Ten piedad de mí. Recíbeme en tu amor. Y cuando llegue el final de mi
peregrinación, cuando el día decline y las sombras de la muerte me
envuelvan, pronuncia una vez más, en mi último instante, tu última
palabra: "Padre, entrego su alma en tus manos" ¡Oh buen Jesús! Amén".
–En tus manos encomiendo mi espíritu. Palabra que en Cristo encuentran
plenitud de sentido: el abandono, el sufrimiento, la confianza, la
liberación. Invitación a todos los creyentes a una apertura total a
Dios que revela los prodigios de su misericordia protectora. Por eso
empleamos el Salmo 3, en el que se insertan estas palabras: «Señor, sé
la Roca de mi refugio, un baluarte donde me salve, Tú que eres mi Roca
y mi baluarte, por tu nombre dirígeme y guíame. A tus manos, Señor,
encomiendo mi espíritu; Tú el Dios leal, me librarás; yo confío en el
Señor. Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría. Haz brillar tu rostro
sobre tu siervo, sálvame por tu misericordia. En el asilo de tu
presencia nos escondes de las conjuras humanas».
"Habiendo puesto este salmo "en labios" de Jesús, hay que ponerlo "en
nuestros propios labios", repetirlo por cuenta nuestra, y para el
mundo de hoy. ¡Hay tantos enfermos, en los hogares y en los
hospitales! ¡Tantos perseguidos, tantos despreciados, tantas personas
consideradas como "cosas"! ¡Tantos aislados, abandonados! Pero vayamos
hasta el fin del salmo, y repitamos también la acción de gracias"
(Noel Quesson).
""Tú eres mi Dios". Tú eres el Creador; yo no soy sino un poquito de
polvo en tus manos. Puedes configurarme a tu antojo o dejarme reducido
a la nada. Y, con todo, eres mi Dios; sí, mío, yo te tengo, me
perteneces. No me has creado para luego abandonarme, sino que te
ocupas de mí. Es cierto que riges al mundo entero, pero él no te
preocupa más que yo: "Tú eres mi Dios; mis días están en tus manos""
(Emiliana Löhr).
«Yo confío en el Señor». Confiar, ¡precioso verbo! En todo acto de
confianza hay un salir de sí mismo, un soltar tensiones y un entregar
al otro las llaves de la propia casa, como quien extiende un cheque en
blanco. En un salto más audaz, la libertad se encarama sobre un
pináculo mucho más elevado: «tu misericordia», expresión entrañable,
sinónimo en el Antiguo Testamento de lealtad, gracia, amor (más
exactamente, presencia amante), «es mi gozo y mi alegría». No
solamente a los fantasmas se los llevó el viento y a los miedos se los
tragó la tierra, sino que el salmista se baña en el océano de la
Bienaventuranza: paz, alegría, seguridad, casi júbilo. Y, para colmo
de tanta dicha, en los siguientes versículos viene a decir: cuando las
aguas ya me llegaban al cuello y sentía que me ahogaba, tú me mirabas
atenta y solícitamente, revoloteando sobre mí como el águila madre; no
has permitido que las sombras me devoraran ni me alcanzaran las manos
de mis enemigos, sino que, por el contrario, has colocado mis pies en
un camino anchuroso, iluminado por la libertad.
La libertad profunda, esa libertad tejida de alegría y seguridad,
consiste en que «brille tu rostro sobre tu siervo», en «caminar a la
luz de su rostro», en experimentar que Dios es mi Dios. Entonces, las
angustias se las lleva el viento, y los enemigos rinden sus armas por
el poder de «su misericordia», ya que los enemigos se albergan en el
corazón del hombre: en tanto son enemigos en cuanto se los teme; y el
temor tiene su asiento en el interior del hombre, pero el Señor nos
libra del temor.
No faltarán dificultades, pero esa confianza es refugio y abrigo (un
abrigo anti-balas); para quienes se acogen a El, Dios será una
presencia inmunizadora. Lloverán las flechas, pero se estrellarán
contra el abrigo de quien ha confiado, y ni siquiera rozarán su piel:
está inmunizado por la Presencia envolvente; Dios mismo es quien lo
envuelve y lo cubre, haciéndolo insensible a los dardos ("Salmos para
la vida"). Es la protección que pedimos en la Colecta: «Señor, tú que
abres las puertas de tu reino a los que han renacido del agua y del
Espíritu. Acrecienta la gracia que has dado a tus hijos, para que
purificados del pecado alcancen todas tus promesas». Y en el
Ofertorio: «Recibe, Señor, las ofrendas de tu Iglesia exultante de
gozo; y pues en la resurrección de tu Hijo nos diste motivo de tanta
alegría, concédenos participar de este gozo eterno». Esperanza que se
renueva en la Comunión: «Si hemos muerto con Cristo, creemos que
también viviremos con Él. Aleluya» (Rm 6,8) y en la Postcomunión:
«Mira, Señor, con bondad a tu pueblo, y ya que has querido renovarnos
con estos sacramentos de vida eterna, concédele también la
resurrección gloriosa».
«Acercaos a Él y saciaos, porque es pan. Acercaos a Él y bebed, porque
es fuente. Acercaos a Él y seréis iluminados (Sal 33,6), porque es luz
(Jn 1,9). Acercaos a Él y sed libres, porque donde está el Espíritu
del Señor, allí está la libertad (2 Cor 3,17). Acercaos a Él y sed
absueltos, porque es perdón de los pecados (Ef 1,7). ¿Preguntáis quién
es éste? Oídle a Él mismo que dice: "Yo soy el Pan de Vida; el que
viene a Mí no tendrá hambre; y el que cree en Mí no pasará nunca sed"
(Jn 6,35). Le oísteis y le visteis y no le creísteis; por eso estáis
muertos; ahora siquiera, creed para que podáis vivir». Es lo que
proclama el Evangelio (Jn 6,30-35): "Le replicaron: «¿Qué milagros
haces tú para que los veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra?
Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito:
Les dio a comer pan del cielo». Jesús les dijo: «Os aseguro que no fue
Moisés quien os dio el pan del cielo; mi Padre es el que os da el
verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del
cielo y da la vida al mundo». Ellos le dijeron: «Señor, danos siempre
de ese pan». Jesús les dijo: «Yo soy el pan de la vida. El que viene a
mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás".

LUNES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA: con la aceptación de Jesús realizamos en la fe la obra de Dios


Los Hechos (6,8-15) nos cuenta que Esteban, lleno de gracia y de
poder, "realizaba grandes prodigios y milagros en el pueblo". Unos
cuantos de la sinagoga se pusieron a discutir con él; "pero no podían
resistir la sabiduría y el espíritu con que hablaba. Entonces
sobornaron a unos hombres" y le montaron un falso juicio en el
tribunal supremo, acusándolo así: «Este hombre no cesa de decir
palabras contra este lugar santo y contra la ley; le hemos oído decir
que ese Jesús, el Nazareno, destruirá este lugar y cambiará las
costumbres que nos transmitió Moisés». "Entonces todos los que estaban
sentados en el tribunal clavaron sus ojos en él y vieron su rostro
como el rostro de un ángel". Es un espejo de vida en el que podemos
mirarnos todos los discípulos de Jesús. Él, perseverando en su
fidelidad hasta el fin, fue coronado con el martirio. Es ejemplo del
amor que sirve a los demás, del amor que se entrega en fidelidad, del
amor que perdona y ve los cielos abiertos. La "multiplicación de los
panes", del Evangelio de hoy nos habla de "Jesucristo, pan de vida".
Esteban, uno de esos primeros «diáconos» tiene que proveer al pan para
la gente, y todos hemos de hacernos "pan", darnos a los demás,
conformarnos a Cristo Jesús, como decimos hoy, si de veras «rechazamos
lo que es indigno del nombre cristiano y cumplimos lo que en él se
significa» (oración del día). Creer en Cristo es un venturoso
esfuerzo, audacia, riesgo, aventura. Es eso y mucho más. No cabe duda.
¿Podría decirse incluso que es una sinrazón porque nos pone en manos
de Dios, más allá de lo que perciben nuestra inteligencia y nuestros
sentidos? ¡Cuidado! Sinrazón no. Creer en algo más allá de nuestros
sentidos es algo muy positivo, admirable, delicioso, fascinante,
aunque sorprendente y arriesgado. Es como tener luz en medio de la
niebla. Ahí está su valor. Sólo los valientes lo alcanzan. "Creer en
Cristo, el enviado del Padre", es un trabajo de alma generosa,
abierta, esperanzada, sensible, y "agrada a Dios". Si ese don, la fe,
lo hemos recibido ya, démosle gracias. Si no, abrámosle las puertas de
nuestro corazón. Trabajo y amor.
Salmo (119,23-24.26.29): "Aunque los jefes se reúnan y deliberen
contra mí, tu siervo medita en tus decretos; tus decretos hacen mis
delicias, ellos son mis consejeros. Te he contado mis andanzas y tú me
has escuchado: enséñame tus decretos; señálame el camino de tus
mandamientos y yo meditaré en tus maravillas. Aleja de mí el camino de
la mentira y dame la gracia de tu ley; he elegido el camino de la
verdad y he preferido tus sentencias". Encaja perfectamente con San
Esteban. Una señal de que hemos resucitado con Cristo es el camino de
la verdad, los mandatos del Señor. Renacidos en Cristo por el
Espíritu, fortalecidos por el pan que ha bajado del Cielo y permanece
por siempre, cumplimos la voluntad del Padre.
Evangelio (Jn 6,22-29): "Al día siguiente la gente, que se había
quedado a la otra parte del lago, notó que allí había sólo una barca y
que Jesús no había subido a ella con sus discípulos, pues éstos se
habían ido solos. Entretanto, llegaron otras barcas de Tiberíades y
atracaron cerca de donde habían comido el pan después que el Señor dio
gracias. Cuando la gente vio que no estaban allí ni Jesús ni sus
discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de
Jesús. Lo encontraron al otro lado del lago, y le dijeron: «Maestro,
¿cuándo has venido aquí?». Jesús les contestó: «Os aseguro que no me
buscáis porque habéis visto milagros, sino porque habéis comido pan
hasta hartaros. Procuraos no el alimento que pasa, sino el que dura
para la vida eterna; el que os da el hijo del hombre, a quien Dios
Padre acreditó con su sello». Le preguntaron: «¿Qué tenemos que hacer
para trabajar como Dios quiere?». Jesús les respondió: «Lo que Dios
quiere que hagáis es que creáis en el que él ha enviado»".
El "Discurso sobre el Pan de Vida" nos va a acompañar estos días. Al
acabar la multiplicación de los panes y la marcha sobre las aguas,
hablará del "Pan de Vida", que tiene un sentido espiritual: "el pan de
vida", es "la persona de Jesús y su Palabra", que se asimila por la
Fe... pero también es propiamente eucarístico, del principio al fin:
el "pan de vida", es la eucaristía, una comida real. Los dos temas van
muy unidos: la Fe total en Cristo implica la Fe en su "presencia" en
la Eucaristía... La Eucaristía es el misterio de la Fe por
excelencia... meditar la Palabra de Jesús por la Fe y comulgar a su
Cuerpo se siguen el uno al otro... "Jesús se sirve de la comparación
del alimento para hacer comprender lo que El aporta a la humanidad.
Hay dos clases de vida y dos clases de alimentos: el alimento
corporal, que da una "vida perecedera" y el alimento venido del cielo
que ¡da la "vida eterna"! Creado por Dios y para Dios, el hombre tiene
hambre y sed de Dios. Nada, fuera de Dios, puede satisfacerle
enteramente. Todos los alimentos terrestres perecederos dejan al ser
humano insatisfecho.
-"¿Qué hay que hacer para "ejercitarnos en obras del agrado de Dios?
Jesús respondió: 'La obra agradable a Dios, es que creáis en Aquel que
El os ha enviado." Este alimento esencial del cual el hombre tiene
hambre es El mismo, Jesús, enviado por el Padre, y que tomamos ya por
la Fe "creyendo en El". Obrar, afanarse, trabajar... esforzarse, para
nuestra vida espiritual... es tanto más necesario que "ganarse el
pan"" (Noel Quesson).
No basta encontrar solución a la necesidad material; hay que aspirar a
la plenitud humana, y esto requiere colaboración del hombre
(trabajad). Han limitado su horizonte: el alimento que se acaba (el
pan) da sólo una vida que perece; el que no se acaba (el amor), da
vida definitiva. El pan ha de ser expresión del amor. Ellos ven el pan
sin comprender el amor, y en Jesús ven al hombre, sin descubrir el
Espíritu. Jesús es el Hijo del Hombre portador del Espíritu (sellado
por el Padre). Pedimos en la Postcomunión: «Dios todopoderoso y
eterno, que en la resurrección de Jesucristo nos has hecho renacer a
la vida eterna; haz que los sacramentos pascuales den en nosotros
fruto abundante y que el alimento de salvación que acabamos de recibir
fortalezca nuestras vidas». Comenta San Agustín: «Jesús, a
continuación del misterio o sacramento milagroso, hace uso de la
palabra, con la intención de alimentar, si es posible, a los mismos
que ya alimentó; de saciar con su palabra las inteligencias de
aquellos cuyo vientre había saciado con pan abundante, pero es con la
condición de que lo entiendan y, si no lo entienden, que se recoja
para que no perezcan ni las sobras siquiera... "Me buscabais por la
carne, no por el Espíritu". ¡Cuántos hay que no buscan a Jesús sino
para que les haga beneficios temporales! Tiene uno un negocio y acude
a la mediación de los clérigos; es perseguido otro por alguien más
poderoso que él y se refugia en la iglesia. No faltan quienes piden
que se les recomiende a una persona ante la que tienen poco crédito.
«En fin, unos por unos motivos y otros por otros, llenan todos los día
la iglesia. Apenas se busca a Jesús por Jesús... "Me buscabais por
algo que no es lo que yo soy; buscadme a Mí por mí mismo". Ya insinúa
ser Él este manjar, lo que se verá con más claridad en lo que
sigue...Yo creo que ya estaban esperando comer otra vez pan y sentarse
otra vez, y saciarse de nuevo. Pero Él había hablado de un alimento
que no perece, sino que permanece hasta la vida eterna. Es el mismo
lenguaje que había usado con la mujer aquella samaritana... Entre
diálogos la llevó hasta la bebida espiritual. Lo mismo sucede aquí, lo
mismo exactamente. Alimento es, pues, éste que no perece, sino que
permanece hasta la vida eterna». De este alimento distinto que hay que
buscar, el debate se eleva hasta la preocupación por el obrar que
agrada a Dios. A las obras múltiples que los galileos se muestran
dispuestos a cumplir, Jesús opone la única "obra de Dios", la que Dios
realiza en el creyente. Esta obra es creer en Jesús como el Enviado de
Dios. Santa Teresa de Jesús nos enseña a buscar al Señor y a creer en
Él: "Porque, a cuanto yo puedo entender, la puerta para entrar en este
castillo es la oración y consideración, no digo más mental que vocal,
que, como sea oración, ha de ser consideración; porque la que no
advierte con quién habla y lo que pide y quién es quien pide y a
quien, no lo llamo yo oración aunque mucho menee los labios".
"Dicen que hace mucho tiempo, vivía en un pueblo una aldeana muy
hermosa. Todos querían esposarla pero ella sentía que nadie le
aseguraba verdadero amor. Así, se le acercó el mercader más rico
diciéndole: "Te amaré a pesar de tu pobreza". Pero como en sus
palabras no encontró verdadero amor prefirió no casarse. Después se le
acercó un gran general y le dijo: "Me casaré contigo a pesar de las
distancias que nos separen". Pero tampoco aceptó la hermosa aldeana.
Más tarde se le acercó el emperador a decirle: "Te aceptaré en mi
palacio a pesar de tu condición de mortal". Y también rehusó la
muchacha a casarse porque tampoco veía en él un amor desinteresado.
Hasta que un día se le acercó un joven y le dijo: "Te amaré a pesar...
de mí mismo". Y como en sus palabras encontró un amor verdadero y
sincero, optó por casarse con él. Ojalá que en nuestra vida suceda lo
mismo. Que estemos buscando a Dios por amor desinteresado. Que le
ofrezcamos nuestro amor a pesar de nosotros mismos. No busquemos a
Dios por el alimento perecedero como lo buscaban las personas que
menciona el evangelio. Es claro que nosotros no buscamos a Dios por un
alimento material, pues sabemos y experimentamos que ese hay que
ganárselo. Pero sí podríamos acercarnos a Cristo buscando alguna
ganancia personal. Pidiéndole cosas que en lugar de acercarnos a
nuestra santificación nos aleja. Tal vez vemos en Jesús un genio que
nos concederá deseos si pronunciamos una fórmula mágica que nosotros
llamamos "oración". Cristo ve nuestras intenciones y sabe porqué le
pedimos las cosas, conoce porqué le seguimos y porqué le buscamos.
Busquemos a Cristo en la Eucaristía de forma desinteresada. No a pesar
de... lo que nos pueda gustar o disgustar de Él, sino sabiendo que la
Eucaristía es el punto privilegiado del encuentro del amor hacia
nosotros, de forma desinteresada, a pesar de nuestra condición de
mortal y a pesar de nuestra pobreza" (de mercaba.org).

Domingo 3º de Pascua, ciclo C. Jesús se aparece a los discípulos y come con ellos: sigue presente en nuestro mundo, nos acompaña con los Sacramentos, dándonos el alimento de su vida


Hechos (5,27b-32.40b-41, como el jueves pasado). Los apóstoles están
contentos aunque sean llevados a la cárcel. Los sacerdotes judíos
tienen miedo de ser culpados de la muerte de Jesús. San Pedro evoca la
crucifixión de Jesús y su resurrección por obra de Dios; la vida de
Jesús es como una continuación de la alianza; por eso ha sido
constituido "Señor"; termina con una invitación al arrepentimiento. La
predicación que se atiene a lo esencial, que va derecha al asunto:
fundamentar la vida cristiana en la fe. Este es el mensaje central del
suceso pascual. La respuesta de Pedro da razón del valor que anima al
apóstol. Este es el principio básico de todo el que proclama con
verdad el nombre de Dios: el hombre tiene que estar siempre orientado
hacia Dios. La respuesta del apóstol es una denuncia, ya que obliga a
tomar posición ante el mensaje.
"Azotaron a los Apóstoles, les prohibieron hablar en nombre de Jesús y
los soltaron. Los Apóstoles salieron del Consejo, contentos de haber
merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús".
Salmo (28,2/4.5/6.11/12ª.13b): "Te ensalzaré, Señor, porque me has
librado y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.
Tañed para el Señor, fieles suyos, dad gracias a su nombre santo; su
cólera dura un instante, su bondad, de por vida.
Escucha, Señor, y ten piedad de mí. Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas. Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre".
Ante el peligro de una tempestad, se canta la protección divina, y las
maravillas que Dios hace en la creación, y se intuye la redención que
Jesús ha operado en la Cruz.
También hoy día, cuando se repiten los terremotos y las fuerzas de la
naturaleza, hay quien siente que es una voz divina que significa el
final del mundo o mensajes del más allá de tipo apocalíptico. Este
salmo nos ayuda, en medio de los "miedos" y de los terrores humanos, a
permanecer en paz en manos de Dios. Cuando todo tiembla alrededor, el
pueblo creyente, "canta serenamente la "gloria de Dios", se encuentra
tranquilo bajo las "bendiciones de un Dios" que lo colma de
beneficios". ¡Esto es admirable! ¡Es la palabra final de este salmo!
Con ojos abiertos y oídos atentos comprobamos que si bien el hombre se
ha liberado de algunos miedos que asediaban el cielo de nuestros
antepasados, es presa de otros terrores como el miedo atómico, el
miedo por el futuro, la degradación de la naturaleza, los terrores
sociales de toda clase, fuerzas nuevas difícilmente controlables, la
huelga, la inflación, los desequilibrios económicos, etc. Recitar este
salmo hoy día es erguirse arrogantemente, valientemente, y pensar que
el hombre de fe no tiene miedo, no tiene miedo de nada, pues sabe que
todo está en manos de Dios (Noel Quesson).
El salmo nos anima a buscar el rostro de Dios: el que se descubre en
la intimidad de la oración y en la celebración de la liturgia. La
fascinación que emana de su gracia, el misterio del amor que se
derrama sobre el fiel, la seguridad serena de la bendición reservada
al justo. Incluso ante el caos del mal, ante las tempestades de la
historia y ante la misma cólera de la justicia divina, el orante se
siente en paz, envuelto en el manto de protección que la Providencia
ofrece a quien alaba a Dios y sigue sus caminos. En la oración se
conoce que el Señor desea verdaderamente dar la paz.
San Basilio escribe: "Tal vez, más místicamente, "la voz del Señor
sobre las aguas" resonó cuando vino una voz de las alturas en el
bautismo de Jesús y dijo: "Este es mi Hijo amado". En efecto,
entonces el Señor aleteaba sobre muchas aguas, santificándolas con el
bautismo. El Dios de la gloria tronó desde las alturas con la voz alta
de su testimonio (...). Y también se puede entender por "trueno" el
cambio que, después del bautismo, se realiza a través de la gran "voz"
del Evangelio".

Apocalipsis (5,11-14). "Yo, Juan, miré y escuché la voz de muchos
ángeles: eran millares y millones alrededor del trono y de los
vivientes y de los ancianos, y decían con voz potente: «Digno es el
Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la
fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.» Y oí a todas las creaturas
que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar -todo lo
que hay en ellos- que decían: «Al que se sienta en el trono y al
Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de
los siglos.» Y los cuatro vivientes respondían: Amén. Y los ancianos
cayeron rostro en tierra, y se postraron ante el que vive por los
siglos de los siglos".
Se trata de una alabanza a Dios como tal, reconocimiento y
proclamación de él mismo. Es una actitud de adoración, de
reconocimiento y entrega, propio de nuestro ser de creaturas. El
cristiano es más que una simple creatura, porque también es hijo, pero
no deja de ser lo primero y no está mal que imite esta actitud
presentada aquí, por lo menos en algunas ocasiones. Se trata de la
gratuidad en nuestras relaciones con Dios.
En la visión, el autor del Apocalipsis no sólo ve lo que está
sucediendo (persecución actual de la iglesia por un poder concreto),
sino también lo que va a suceder en el futuro. La lucha actual entre
imperio romano e Iglesia nos evoca y es sólo reflejo de esa gran lucha
entablada entre Dios y Satán a lo largo de toda la historia de la
iglesia, historia erizada de dificultades, de luchas en las que las
nuevas fieras y prostitutas parecen llevar la mejor parte. La Iglesia,
según las apariencias, está abocada al caos, a la destrucción. En
realidad no es así. La desarmonía, luchas, persecuciones y catástrofes
cósmicas que nos encontramos a lo largo de todo el libro del
Apocalipsis y que son fruto del poder humano actual contrasta con la
armonía que reina en el cielo y que es fruto del poder divino. Este es
el fin de la historia humana representada en los veinticuatro ancianos
que evocan, quizá, a las doce tribus de Israel y a los doce apóstoles.
Es el nuevo pueblo de Dios triunfante que contrasta con el actual
pueblo de Dios que sufre.
Y esta armonía existente en la esfera celeste se implantaría en la
tierra, no a través de cualquier hombre, sino sólo a través de un
nuevo personaje que aparece en la visión: el "Cordero". Ocupa un lugar
privilegiado junto al trono para indicarnos su filiación divina, pero
además posee atributos humanos: es el "león de la tribu de Judá",
título que se aplica al Mesías al igual que el de "retoño de David".
El león es símbolo de poder y en este capítulo se le asocia a la
conquista, ya que puede abrir el rollo y destruir a las dos fieras y a
Satán hasta implantar en la tierra el reinado de Dios, la nueva
sociedad de salvados, representada por la Jerusalén celeste. Pero en
este texto el león es a la vez cordero; no triunfa por su violencia,
sino por su sufrimiento. Es degollado, matado con violencia, y su
sangre derramada nos ha redimido. Es la gran paradoja del N. T. en la
que el redentor no expía la sangre derramada, la sangre de otro, sino
la suya propia. Su muerte es victoria, y así ha formado un nuevo
pueblo de hombres libres en la tierra que forman su especial posesión.
Ante este nuevo orden instaurado por Cristo, la respuesta humana debe
ser el agradecimiento, la alabanza al Señor, al igual que el pueblo de
Israel alaba las intervenciones de Dios en su historia(Dabar 1977).
La fe en Dios creador y en su Hijo salvador. La última palabra en esta
alabanza cósmica la pronuncian los cuatro vivientes. Con su "Amén" se
cierra esta maravillosa liturgia, inmediata cercanía de Dios, allí
donde había comenzado; pero después de haber sido asociadas a la misma
fiesta todas las criaturas ("Eucaristía 1989").

Evangelio (Juan 21,1-19): «Jesús se apareció otra vez a los discípulos
a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón
Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los
hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: "Voy a
pescar". Ellos le respondieron: "Vamos también nosotros". Salieron y
subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.
Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no
sabían que era él. Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tienen algo para
comer?". Ellos respondieron: "No". Él les dijo: "Tiren la red a la
derecha de la barca y encontrarán". Ellos la tiraron y se llenó tanto
de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba
dijo a Pedro: "¡Es el Señor!". Cuando Simón Pedro oyó que era el
Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se
tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la
red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la
orilla.
Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre
las brasas y pan. Jesús les dijo: "Traigan algunos de los pescados
que acaban de sacar". Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a
tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a
pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: "Vengan a
comer". Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién
eres?", porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan
y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Esta fue la tercera vez
que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.»
En el diálogo con Jesús no le habla de sus ovejas, sino "apacienta mis
corderos": son de Jesús, los ministros son vicarios de Cristo, único
pastor de las ovejas. Vemos aquí no sólo el encargo de Pedro sino cómo
el Señor le busca para que pueda afirmar abiertamente su adhesión al
Señor después de las 3 negaciones: acude más humildemente al
conocimiento que Cristo puede tener al respecto ("Tú sabes que te
amo"). En griego se ven matices, como que Pedro no habla del mismo
amor que Cristo. Jesús le pregunta por dos veces si siente hacia Él
amor ("agapê"), pero Pedro responde diciendo que siente apego hacia su
Maestro ("filia"). Pedro no quiere pronunciarse sobre el amor
religioso que Jesús le pide, se limita a manifestar su amistad. Todo
el afecto y la adhesión encerradas en la idea de "filia" se encuentran
ciertamente en la de "agape", pero no se atreve a decir que tiene un
amor de caridad. La tercera le pregunta Jesús por esa amistad, si
tiene "filia". La revelación del amor ("agapê") hecha por Cristo es el
mandamiento cristiano (Maertens-Frisque).
Es encantador ver a Jesús preparando unas tostadas, un desayuno con
peces asados, para ofrecer a los discípulos.
La pesca milagrosa tiene muchos símbolos: la obediencia de echar las
redes por donde indica Jesús, que en la orilla recoge los peces, los
frutos. La imagen de la unidad de la Iglesia expresada en que la red
esta vez no se rompe, lo mismo que lo era la túnica inconsútil de
Jesús en la cruz.
Voy a copiar una historia, que he recibido de los scouts de Argentina.
«El tren acaba de detenerse en la estación de Bossoleno, en Italia. Un
grupo de gentes míseras se afana para descender de un vagón de tercera
clase. Es toda una familia de emigrantes: el padre, la madre y tres o
cuatro niños que lloran... No poseen hermosas maletas de cuero
barnizado, sino más bien unos tristes paquetes mediocremente anudados
y atados con cuerdas. No acaban nunca de bajarlo todo, el jefe de
estación se enoja, los reta sin miramientos para que se apresuren a
cambiar de tren...
En un coche inmediato, un grupo de muchachos y de muchachas arma un
gran escándalo bajo la dirección de un gran muchacho de unos dieciocho
años. Pero ¿por qué no marcha el tren? Todos se asoman a las
ventanillas... «¡Ah!, todavía están ahí esos pobres emigrantes que no
acaban nunca. Sin embargo, bien sabe Dios la prisa que les mete el
empleado...»
El jefe de la pandilla de muchachos salta al andén. Ante la mirada
pasmada del jefe de estación y de sus compañeros agarra los equipajes
de esa pobre familia y los transporta al otro tren; después vuelve
para buscar a los niños y los instala en el vagón donde ya metió el
padre; luego le toca el turno a la madre y le ayuda a llevar a los
últimos paquetes... El muchacho sonríe abiertamente; está
contento..., sin embargo, sabe muy bien que las personas de su clase
social no tienen la costumbre de llevar los equipajes de los pobres.
Se llama Pier Giorgio Frassati. Su padre es dueño de una gran
fortuna. Preside la dirección de un gran periódico de Turín. Es
embajador en Alemania. Cuando va uno bien vestido como Giorgio,
cuando se tiene dinero, la vida debe ser muy hermosa... Pero Giorgio
escogió otra cosa: aquella riqueza, aquella grandeza, no le bastan.
Ha comprendido verdaderamente esta palabra del Señor: "El que entre
ustedes quiera llegar a ser grande, se haga servidor, y el que quiera
ser el primero, se haga el último". Y el Señor ha dicho también:
«Cuantas veces hicieron eso a uno de estos mis hermanos menores, a Mí
me lo hicieron». Él, que es rico, que tiene un gran porvenir, se pone
«a las órdenes de los pobres». Olvida toda su riqueza y se hace pobre
con los pobres. Cuando ve a un pobre, cree ver sufrir a Jesucristo, y
se pone a su servicio, como lo habría hecho por Jesús.
Un día vuelve a su casa con unas zapatillas viejas que ha recogido en
un rincón de una calle; había encontrado a un pobre con los pies
descalzos y acaba de darle sus elegantes zapatos... Otro día se
entera de que a una pobre mujer la van a echar de su casa porque no
puede pagar el alquiler. Giorgio reúne a sus amigos. Van en busca de
la propietaria, le suplican, insisten..., y acaba por dejarse mover a
piedad concediendo una prórroga. Si nadie hubiera hecho nada, habrían
echado a la calle a la pobre mujer.
Otra vez, con una religiosa, va a llevar ropa y víveres a una familia
desahuciada. Está cargado de paquetes. La gente se vuelve para mirar a
este hombre joven, de buen aspecto, bien vestido, en quien reconocen
al hijo del embajador... La religiosa siente vergüenza por él: «Deje
esos paquetes, señor Frassati, voy a llamar a alguien para que los
lleve». Y Giorgio se echa a reír: «¿Es un pecado, hermana?» «No,
desde luego» «Entonces, si no es pecado, puedo hacerlo. Y deje que
la gente diga lo que quiera.»
¿Para quién, pues, obra de esta manera? Para el Señor Jesús. Sabe
perfectamente que es el Señor quien le pide servir a los pobres, el
Señor, que ha dicho: «Pues Yo estoy en medio de ustedes como quien
sirve». «Porque Yo les he dado el ejemplo para que ustedes hagan
también como Yo he hecho». Todas las mañanas, Giorgio va a Misa y a
comulgar. Allí encuentra al Señor, que dio su vida por nosotros. Haya
el valor y el gozo; también él podrá gastar su vida y su tiempo por
los pobres. Con su alegre sonrisa dice: «Jesús viene a visitarme todas
las mañanas, en la comunión, y le devuelvo su visita del mejor modo
que puedo: visitando a los pobres.»
Giorgio amó mucho a Jesús en los pobres. Jesús va a pedirle un amor
mayor todavía... El 29 de junio del año 1925, Giorgio empieza a
sentirse mal. Sus piernas le parecen pesadas, sus brazos también, y
su cabeza mucho más todavía. Le cuesta trabajo comer, vomita... Sin
duda no será nada. Intentará ocultarlo a sus padres, que ya están
bastante inquietos a causa de la abuela, que está muy enferma. Pero a
los dos días, a Giorgio le cuesta cada vez más trabajo tenerse en pie.
El viernes ya no puede levantarse. Una especie de parálisis parece
invadirle por entero. Y ha llegado a estar como sus pobres. Él, que
ayudaba a los lisiados, porque era fuerte y vigoroso, he ahí que
también él ha llegado a estar impedido... ¿Dónde están las horas de
escalada y los instantes de la bajada vertiginosa con los esquíes?
Él, que iba a consolar con su sonrisa a las personas abandonadas,
ahora, a su vez, está solo. Sus padres todavía no se han dado cuenta
de su gravedad. En este verano, sus amigos han abandonado Turín...
Hacen que venga un especialista. Giorgio le ve inclinarse hacia él,
examinarle. Ve que vuelve a levantar la cabeza y le oye murmurar:
«Poliomielitis...» Giorgio va a morir, tiene veinticuatro años. Lo
mismo que sus pobres, lo ha perdido todo... Excepto su fe en el Señor
Jesús, en Jesús, que viene a visitarlo en esta última comunión que le
trae el sacerdote. Su dolorosa muerte le parecerá hermosa, a pesar de
todo. ¿No ha dicho el Señor: «El que pierde su vida la gana... El que
pierda su vida por Mí, la hallará»? Giorgio perdió su vida por
Cristo; por los pobres del Señor, la gastó sin calcular. Sabe que la
volverá a encontrar con el Señor, que, también Él, dio su vida y la
volvió a encontrar» (La pedagogía del héroe, Joseph Bournique).
Jesús le daba la fuerza para ayudar a los más necesitados, y
compartió su vida, como Jesús aquel desayuno, para recibir la vida
eterna, la intimidad del Señor, el alimento que sacia de verdad, al
que se hace uno digno con el servir mejor a nuestros hermanos, pues
Dios no está lejos... entre las nubes, Jesús se quedó entre nosotros
en la Eucaristía celebrada en la Iglesia, y podemos como este santo
decir que "voy a Misa porque lo necesito para ser una buena persona".
Esta comida matinal de la resurrección tiene otro símbolo: los
antiguos cristianos consideraban el pez como símbolo de Cristo, ya que
el nombre griego de "pez", Ichthys, tenía las letras iniciales griegas
de "Jesús Cristo, Hijo de Dios, Salvador. Para saciarnos nos da "Pan
del cielo", el alimento de los ángeles; divina presencia que, para
ellos, está al descubierto, pero que no por eso deja de estar para
nosotros bajo el velo de la figura simbólica. Desde la orilla eterna,
desde el altar del sacrificio nos llama la voz del glorificado:
"¡Venid y comed!"; y tanto para nosotros como para los discípulos no
quiere decir esto sino: "Venid, benditos de mi Padre; tomad posesión
del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo". Pues
"comer" con Cristo resucitado es participar del manjar sacrificial de
su santa carne y sangre; "reinar" con El "ya en vida". Es no
permanecer en el mar del error, sino estar con El en la orilla de la
Galilea de Dios. Galilea es el lugar de la revelación, la tierra de la
resurrección e inmortalidad; en este país es donde nos introduce
Cristo. País a un mismo tiempo presente y futuro. Galilea es donde los
discípulos se reunieron después de la resurrección del Señor y donde
lo reconocieron al compartir con El la comida. Galilea es la Iglesia;
allí, en el sacrificio y en los Sacramentos, en la oración y en la
lectura de la Sagrada Escritura, resplandece el "añorado rostro" de
Cristo en su glorificación pascual. Galilea es la Eternidad, donde
nosotros podremos contemplar gloriosamente a Aquel que ahora vemos
encubierto en el santo sacrificio eucarístico; pero de quien tenemos
una certeza tal, que nadie se atreve a preguntar: "¿Tú, quién eres?",
ya que todos sabemos muy bien "que es el Señor" (Emiliana Löhr).
-Pan y peces. El evangelio de este domingo nos relata una escena
sorprendente. Los discípulos han vuelto a su quehacer de cada día,
porque también ellos tienen que trabajar para vivir. Y allí está Jesús
en su lugar de trabajo, en la incertidumbre de su pesca, en la
angustia de su fracaso y en sus cavilaciones de no poder llevar nada a
casa. Está Jesús irreconocible, como un espectador indiferente, pero
está, y está pendiente de ellos. Les anima a intentarlo otra vez, a
volver a echar la red una vez más. Los pescadores están cansados,
rendidos, desanimados: los esfuerzos de toda la noche han sido un
fracaso. Pero dan gusto al desconocido, y sucede lo inesperado, lo que
parecía imposible se hace posible y realidad. Ahí está la red
rompiéndose del peso de tantos peces. Y de repente una luz, una
corazonada: ¡Es el Señor! No ha sido el azar. Las cosas no siempre
suceden por casualidad. Y la casualidad no es más que la ignorancia de
una causalidad compleja ("Eucaristía 1989").
Pedro dice a sus amigos: "Voy a pescar" y éstos le responden: "Vamos
nosotros contigo". Por más que ahora tomen de nuevo las redes y se
echen a la mar para hacer lo que siempre hicieron, no lo podrán hacer
como antes de encontrarse con Jesús y de creer en El. En adelante, su
vida cotidiana, estará transida por el recuerdo del Señor que se fue y
la esperanza en el Señor que les prometió volver. En medio de la noche
y del trabajo, bregando sin descanso en alta mar les acompañará
siempre la memoria de Jesús; y hagan lo que hagan, todo lo harán
provisionalmente y estarán siempre en otra cosa verdaderamente
necesaria. Vigilando atentos por si ven al Señor en la orilla. Pues el
Señor resucitado vive para siempre, y ellos saben que en cualquier
momento y de múltiples maneras pueden ser sorprendidos por la visita
del Señor.
-Sin olvidar que hemos visto al Señor y que puede aparecer de nuevo:
Esta fe en el Señor que vive y que ha de volver, esta memoria
despierta y esta actitud vigilante, lo cambia todo: Renueva al hombre
y su contorno, libera al creyente del hastío y de la rutina aunque no
del trabajo y de la necesaria paciencia en el tiempo de espera. Los
discípulos de Jesús saben muy bien que el Maestro puede aparecer en el
rostro del hermano que se acerca a pedirles un vaso de agua o un pez o
un rato de conversación en la orilla del lago de sus fatigas y de sus
intereses inmediatos ("Eucaristía 1983").
Acabamos de leer: "DICHO ESTO, AÑADIÓ: -SÍGUEME". Según los
evangelios, Jesús, repetidamente, durante sus breves años de
predicación por las tierras de Palestina, dijo esta palabra, hizo esta
invitación a hombres del pueblo: "Sígueme". Pero lo curioso, lo que
hoy quisiera subrayar al iniciar este comentario es que -según el
evangelio que acabamos de leer- la hizo también -lo dijo también- ya
resucitado.
¿Qué podemos deducir de ello? Me parece que algo que no se refiere
sólo a aquellos que le conocieron durante su vida en Palestina sino
también a nosotros. Es decir, que JC resucitado sigue diciendo
"SÍGUEME" dirigiéndose a cada uno de nosotros. Me parece que este es
el sentido más profundo del evangelio que hemos leído en este domingo
de Pascua: JC pasa, sigue pasando, por nuestra vida para invitarnos a
seguirle. Podemos imaginar -no como un sueño, sino como una realidad
no palpable pero sí verdadera, como una realidad de fe- que JC,
después de preguntarnos como a Pedro si le amamos, si le queremos, nos
dice también: "Sígueme". Y espera nuestra respuesta.
-Seguir a JC "Señor nuestro". Pero es importante que comprendamos bien
QUÉ SIGNIFICA SEGUIR A JC. Y me parece que comprender qué implica, qué
exige seguir a JC -responder a su invitación a seguirle- se identifica
con comprender qué quiere decir aquello que repetimos tan a menudo en
nuestra oración, especialmente en las oraciones de la misa, cuando
proclamamos que JESÚS ES EL SEÑOR, nuestro Señor.J/SEÑOR: Uno puede
votar a un partido, sentirse más o menos identificado con lo que
propugnan sus líderes, pero ni el partido ni su líder pueden ser
nuestro "señor". Porque podemos, a veces, discrepar, no estar de
acuerdo. Incluso cambiar nuestro voto en otras elecciones. Más aún:
uno puede querer mucho a su marido o a su mujer, al padre o a la
madre, al mejor amigo..., pero tampoco pueden ser nuestro "señor"
porque una cosa es la fidelidad debida a quien se ama y otra cosa es
la posibilidad de pensar diversamente incluso en cosas importantes.
Amar no es obedecer ciegamente, no es estar de acuerdo en todo y
siempre. Y también en la Iglesia: atender al magisterio de la
jerarquía eclesiástica -incluso del papa- no significa convertir a
ningún hombre, por más que tenga como Pedro la importante misión de
ser "pastor" en la iglesia, no significa convertirle en "señor". Sería
idolatría, sería olvidar que sólo tenemos un Señor que es JC. Y esto
es lo que significa seguir a JC: tenerlo como ÚNICO SEÑOR.
Es decir, como aquel que -como hemos leído en la segunda lectura que
Pedro dijo-, aquel que es nuestro "JEFE Y SALVADOR". Seguir a JC es
tenerle como norma, como ley, como camino. De El sí que no podemos
discrepar -aunque a veces nos cueste- a él sí que no podemos
abandonarle (no es el partido o el líder político que pueda
decepcionarnos; no es la persona querida pero con la que podemos
discutir seriamente; no es una encíclica o un documento episcopal que
nos afecten más o menos). JC es nuestra vida, es el criterio de
actuación, es la fuente de salvación. SEGUIRLE ES CONFIAR
INCONDICIONALMENTE -incondicionalmente- en El, es saber decir -muy de
verdad- "amén" a su Palabra, a su voluntad. J/SEÑOR/AMEN. Aunque
-inevitablemente- estemos muy lejos de serle fiel, de vivir como El
espera de nosotros. Este es nuestro pecado, pero nuestra fe nos debe
llevar a reconocer nuestro error SIN ROMPER con la verdad, con la gran
Verdad que es JC, nuestro Señor.
-"¿Me quieres?: Sígueme" Terminemos este comentario recordando lo que
hemos escuchado en el evangelio de Juan. PEDRO, el apóstol bueno y
generoso, el primer papa, HABÍA NEGADO a Jesús tres veces en momentos
difíciles (como nosotros le negamos no tres sino muchas veces en
momentos difíciles y quizá también en momentos más fáciles, casi por
tonterías: por respeto humano, por quedar bien, por debilidad, por
comodidad...). Pedro le había negado tres veces, tres veces no había
tenido valentía para reconocer en aquel hombre escarnecido,
aparentemente fracasado, camino de la cruz, en aquel Hombre a su
Señor. Como nosotros, tantas veces.
LA RESPUESTA DE JESÚS ES SENCILLA: le pregunta si le ama, si le
quiere. También tres veces, es decir TANTAS COMO Pedro le negó, como
Pedro se acobardó, como Pedro fue infiel. Y esto mismo -hermanos y
hermanas- es lo que Jc nos pregunta. Tantas veces como le negamos,
tantas veces como le somos infieles, tantas veces como olvidamos que
es nuestro Señor, nuestra vida más vida.
NOS PREGUNTA simplemente, cariñosamente: ¿Me amas? ¿Me quieres? Si
podemos decirle que sí, que El sabe que sí -a pesar de todo, a pesar
de nuestras negaciones- nos vuelve a decir, una y otra vez: "SÍGUEME".
Sígueme, sígueme. UNA Y OTRA VEZ: "Sígueme" (Joaquim Gomis).