domingo, 11 de febrero de 2024

Febrero, 11: Nuestra Señora de Lourdes, jornada mundial del enfermo

Febrero, 11: Nuestra Señora de Lourdes, jornada mundial del enfermo

 

  


Se acercan ya los 200 años de las apariciones de la Virgen a Santa Bernardita, la vidente de Lourdes, donde la Virgen hizo brotar la fuente que ha curado y sigue curando a miles (más de 66 historias clínicas de curaciones milagrosas científicamente documentadas). Celebramos "el día en que María Santísima, revelando a Bernadette Soubirous que era la Inmaculada Concepción, quiso que se erigiese y venerase en Massabielle, cerca de Lourdes, un santuario" (Benedicto XVI) que "evoca la serie innumerable de prodigios, mediante los que la vida sobrenatural de las almas y la salud de los cuerpos se han beneficiado de la bondad omnipotente de Dios". Es el lugar que pisaron los pies de María. En el año 1854 se definió el dogma de la Inmaculada Concepción y sólo 4 años después, en 1858, María Santísima se apareció allí: "Yo soy la Inmaculada Concepción".

   Como en las Bodas de Caná, María sabe adivinar las necesidades de los demás, y proclama aquel consejo tan sintético y esencial: "haced lo que Él os diga"; ella no sólo nos anima a seguir a Jesús sino también toca nuestro corazón y el de las personas que llevamos a verla. La Eucaristía y el Santo Rosario, resumen del Evangelio, son dos modos de vivir junto a ella. Es el Rosario una agradable conversación con ella, en la que a medida que se desgranan las cuentas con avemarías, se va dejando el corazón calentar al fuego del corazón de la Virgen, y de estas flores que son las palabras de amor que le decimos, ella va transformándolas en frutos de fe, esperanza y amor en nuestros corazones, que nos convierten en personas que dan paz a los parientes, amigos, y obtendremos "una felicidad no pasajera, sino honda, serena, humana y sobrenatural", como la tuvo la más excelsa de las mujeres: "una criatura existe que logró en este tierra esa felicidad, porque es la labor maestra de Dios: Nuestra Madre Santísima"; ella nos hará participar de su felicidad.

   Meditar sobre la Inmaculada Concepción de María es, pues, dejarse atraer por el «sí» que la unió admirablemente a la misión de Cristo, Redentor de la humanidad, y dejarse tomar y guiar de la mano por Ella, para pronunciar también nosotros el "fiat" a la voluntad de Dios con toda nuestra existencia entretejida de gozos y tristezas, de esperanzas y desilusiones, con la convicción de que las pruebas, el dolor y el sufrimiento enriquecen de sentido nuestra peregrinación en la tierra.

   No se puede contemplar a María sin ser atraídos por Cristo y no se puede mirar a Cristo sin advertir de inmediato la presencia de María. Existe un vínculo inseparable entre la Madre y el Hijo generado en su seno por obra del Espíritu Santo, y este vínculo lo advertimos, de modo misterioso, en el Sacramento de la Eucaristía, tal como lo han puesto de relieve los Padres de la Iglesia y los teólogos. "La carne nacida de María, que viene del Espíritu Santo, es el pan que ha descendido del cielo", afirma san Hilario de Poitiers, mientras que en el Sacramentario Bergomense del siglo IX leemos: "Su seno ha hecho florecer un fruto, un pan que nos ha llenado de un don angelical. María ha restituido a la salvación lo que Eva había destruido con su culpa". Del mismo modo, Pier Damiani observa: "El cuerpo que la Beatísima Virgen generó y nutrió en su seno con cuidado materno, ese cuerpo digo, sin duda y no otro, ahora lo recibimos del sagrado altar, y bebemos la sangre como sacramento de nuestra redención. Esto cree la fe católica, esto enseña fielmente la santa Iglesia".

   El vínculo de la Virgen Santa con su Hijo, Cordero inmolado que quita los pecados del mundo, se extiende a la Iglesia Cuerpo místico de Cristo. María es "mujer eucarística" con toda su vida por lo que la Iglesia, contemplándola como su modelo "está llamada a imitarla también en su relación con este Misterio santísimo" (S. Juan Pablo II, Enc. Ecclesia de Eucharistia, 53). En esta óptica se comprende aún más porqué en Lourdes al culto de la Beata Virgen María se une un fuerte y constante llamado a la Eucaristía mediante celebraciones eucarísticas cotidianas, con la adoración del Santísimo Sacramento y la bendición de los enfermos, que constituye uno de los momentos más fuertes cuando los peregrinos se detienen en la gruta de Massabielles.  

   Hoy se celebra la Jornada Mundial del Enfermo, y la presencia en Lourdes de numerosos peregrinos enfermos y de voluntarios que los acompañan nos ayuda a reflexionar sobre la solicitud materna y tierna que la Virgen manifiesta hacia el dolor y el sufrimiento del hombre. Asociada al Sacrificio de Cristo, María, Mater Dolorosa, que a los pies de la Cruz sufre con su Hijo divino, es sentida cercana especialmente por la comunidad cristiana que se reúne alrededor de sus miembros que sufren, los mismos que llevan consigo los signos de la pasión del Señor. María sufre con los que están en la prueba, con ellos espera y es su consuelo sosteniéndolos con su ayuda materna. ¿No es quizá verdad que la experiencia espiritual de muchos enfermos anima a comprender cada vez más que "el divino Redentor quiere penetrar en el ánimo de todo paciente a través del corazón de su Madre Santísima, primicia y vértice de todos los redimidos"? (Juan Pablo II, Carta. ap. Salvifici doloris, 26).

   También ese santo Papa nos decía que "cuanto más se siente amenazado por el pecado, cuanto más pesadas son las estructuras del pecado que lleva en sí el mundo de hoy, tanto más grande es la elocuencia que posee en sí el sufrimiento humano. Y tanto más la Iglesia siente la necesidad de recurrir al valor de los sufrimientos humanos para la salvación del mundo (…) El dolor, acogido con fe, se convierte en la puerta para entrar en el misterio del sufrimiento redentor de Jesús y para llegar con El a la paz y a la felicidad de su Resurrección".

   La Virgen dijo a Bernardette: "Ve a la fuente a beber y a lavarte", y queremos ir espiritualmente y beber con devoción. Rememoremos esos momentos de la aparición:

   En la abertura de la roca de Massabielle se alza ante su vista una joven, inmóvil y silenciosa "tan bella que cuando se la ha visto una vez se querría morir para volverla a ver". El vestido blanco, un cinturón azul, y el rosario entre los dedos.

   «Me saludó, inclinando la cabeza creyendo engañarme, me restregué los ojos; pero alzándolos, vi de nuevo a la joven, que me sonreía y me hacía señas de que me acercase. Pero yo no me atrevía. Y no es que tuviera miedo, porque cuando una tiene miedo, huye; y yo me hubiera quedado allí, mirándola, toda la vida. Entonces se me ocurrió rezar, y saqué el rosario. Me arrodillé. Vi que la joven se santiguaba... Mientras yo rezaba, ella iba pasando las cuentas de su Rosario, sin decir nada. Y cuando yo dije: Gloria al Padre..., también Ella lo dijo. Terminado el Rosario me sonrió otra vez, se elevó un poco, y desapareció».

   Esta cita de Massabielle se repetiría 18 veces. En la sexta, el 21 de febrero, «dirigió un momento la mirada por encima de mi cabeza, para recorrer el mundo. Después, volviéndola llena de dolor sobre mí, me dijo: "Ruega a Dios por los pecadores".

   Igualmente, varias veces después: Penitencia, penitencia. En la undécima, este encargo: Vete a decir a los sacerdotes que hagan construir aquí una capilla.

   Y dos días más tarde: Deseo que se venga aquí en procesión.

   El 4 de marzo una madre sumerge a su hijo enfermo en el manantial nuevo que se ha abierto al lado de la gruta; y proclama la primera su alegría, al sentir sano a su hijo.

   El 25 de marzo «viéndola tan amable, le pregunté su nombre. Me sonrió. Se lo volví a preguntar, y volvió a sonreírse. Insistí de nuevo, y me dijo: "Soy la Inmaculada Concepción". El 16 de julio, más hermosa que nunca, sonriendo con dulzura inefable, inclinó la cabeza en señal de despedida y desapareció".

   Desde entonces se extendió la devoción y peregrinaciones a Lourdes, como una cita mundial de la plegaria eucarística, ante la Virgen; por los cuerpos, y, sobre todo, por las almas.

   Al aparecérsele la Virgen Inmaculada a Bernadette Soubirous en aquel ambiente del siglo XIX, en el que la incredulidad y el materialismo dominaban en Francia y por todas partes, quiso convertir a Lourdes en un signo evangélico. A los pocos años se iba a ver afluir allá a cuantos andaban en busca de perdón, de la salud de cuerpo y alma y a los pobres que llegaban para escuchar la Buena Nueva. Desde entonces, la Gruta de Massabielle se ha convertido en un lugar privilegiado de reunión para los cristianos de todas las naciones, que gozan allí de la  experiencia del amor vivido entre hermanos y sellan su unidad en la Eucaristía.

   «María es, al mismo tiempo, una madre de misericordia y de ternura, a la que nadie ha recurrido en vano; abandónate lleno de confianza en su seno materno, pídele que te alcance esta virtud (de la humildad) que Ella tanto apreció; no tengas miedo de no ser atendido. María la pedirá para ti a ese Dios que ensalza a los humildes y reduce a la nada a los soberbios; y como María es omnipotente cerca de su Hijo, será con toda seguridad oída. Recurre a Ella en todas tus cruces, en todas tus necesidades, en todas las tentaciones. Sea María tu sostén, sea María tu consuelo». (León XIII).

 

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