XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
San Mateo 22,34-40: El mandamiento del amor, luz para una vida con sentido
A. Lecturas:
1. Éxodo 22,20-26: Así dice el Señor: «No oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto. No explotarás a viudas ni a huérfanos, porque, si los explotas y ellos gritan a mí, yo los escucharé. Se encenderá mi ira y os haré morir a espada, dejando a vuestras mujeres viudas y a vuestros hijos huérfanos. Si prestas dinero a uno de mi pueblo, a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero, cargándole intereses. Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás antes de ponerse el sol, porque no tiene otro vestido para cubrir su cuerpo, ¿y dónde, si no, se va a acostar? Si grita a mí, yo lo escucharé, porque yo soy compasivo.»
2. Salmo 17,2-3a.3bc-4.47.51ab: Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza; / Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.
Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte. / Invoco al Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos.
Viva el Señor, bendita sea mi Roca, / sea ensalzado mi Dios y Salvador. / Tú diste gran victoria a tu rey, tuviste misericordia de tu Ungido.
3. 1 Tesalonicenses 1,5c-10: Sabéis cuál fue nuestra actuación entre vosotros para vuestro bien. Y vosotros seguisteis nuestro ejemplo y el del Señor, acogiendo la palabra entre tanta lucha con la alegría del Espíritu Santo. Así llegasteis a ser un modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya. Desde vuestra Iglesia, la palabra del Señor ha resonado no sólo en Macedonia y en Acaya, sino en todas partes. Vuestra fe en Dios había corrido de boca en boca, de modo que nosotros no teníamos necesidad de explicar nada, ya que ellos mismos cuentan los detalles de la acogida que nos hicisteis: cómo, abandonando los ídolos, os volvisteis a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús desde el cielo, a quien ha resucitado de entre los muertos y que nos libra del castigo futuro.
3. Mateo 22,34-40. "En aquel tiempo, los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se acercaron a Jesús, y uno de ellos le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?» Él dijo: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los Profetas».
B. Comentario:
1. En el Sinaí ha tenido lugar el encuentro de Dios con su pueblo. De ella dimanan una serie de compromisos que el pueblo debe cumplir: todos hemos sido forasteros, y hemos de cuidar a los que lo son ahora, y todos los necesitados: huérfanos y viudas, pobres (en los códigos de la cultura babilónica, egipcia y fenicia, también se recoge ese mandato, pero aquí lo vemos por un motivo del amor que viene de Dios). Luego dirá Jesús hablando de esa atención al necesitado: "tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber" (Mt 25,31-46).
Irena Sendler fue la heroína que salvó a 2.500 niños de la muerte nazi. Su padre le decía: "aunque no sepas nadar, si ves a alguien ahogándose, lánzate a salvarlo". Y ella se lanzó. 450.000 judíos fueron encerrados en el gueto de Varsovia, para luego ser enviados a los campos de exterminio. El gueto ya era la tumba para miles y miles de personas, e Irena decidió sacar al menos a los niños más pequeños para que tuviesen la oportunidad de sobrevivir: en ambulancias, en ataúdes, cajas de herramientas, a través de una iglesia con dos accesos, uno al gueto y otro secreto al exterior. Los niños entraban como judíos y salían al otro lado con nueva identidad. La interrogaron. Soportó la tortura (le rompieron los pies y las piernas), sin decir nada del paradero de los niños que había escondido ni la identidad de sus colaboradores. Sentenciada a muerte, fue salvada por la resistencia y continuó ayudando. Sin pensar que fue héroe, decía: «No hice todo lo que pude, podría haber hecho más, mucho más y haber salvado así a más niños», y una hija suya se refería a su dolor al ver separar a los hijos de sus padres: «ella también era madre y sentía ese dolor tan profundo como si fuese suyo, de hecho todavía lo siente y sufre con esos recuerdos». ¿Por qué lo hacía? ¿Por qué hay gente que ayuda hasta dar la vida? Porque tiene un corazón inmenso, no hay nada más.
2. El salmista dice a Dios, en pocas palabras, que le amamos: "Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte. Invoco al Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos". Los salmos son un libro espléndido de oración, junto al Evangelio. Hay un poema para cada necesidad, abarca todos los sentimientos humanos, nos lleva a rezar con las palabras que el mismo Dios pone en nuestros labios: "Viva el Señor, bendita sea mi Roca, sea ensalzado mi Dios y Salvador. Tú diste gran victoria a tu rey, tuviste misericordia de tu ungido".
3. Todo don divino es tarea al mismo tiempo: llamada y respuesta, gratuidad y correspondencia. Dios nos quiere aunque nosotros no le queramos, pero no se impone a quien no se abre a Él, nos deja en libertad de abrir nuestro corazón (aquel "¡no tengáis miedo… abrid vuestro corazón a Cristo!" de Juan Pablo II). Ese amor que hoy vemos en las lecturas, podemos concretarlo en pequeñas incidencias diarias: hablar sin herir, la sonrisa a tiempo que desdramatiza una situación, la paciencia y serenidad en horas difíciles, el buen humor en los momentos de tensión, el no querer tener siempre razón... podemos pedir ayuda a la Santísima Virgen, maestra en el amor, que nos ayude a concretarlo en estos detalles.
4. Pregunta a Jesús un hombre que busca la verdad y "no está lejos del Reino de Dios" (aquí, lo mismo que en Lc 10,25, con ánimo de tentarle). Respondiendo a la misma cuestión el rabino Hillel (hacia el año 20 a. C.) había pronunciado esta famosa sentencia: "No hagas a otro lo que no quieras para ti: esto es toda la Ley. Lo demás es simplemente su explicación". Pero esto no es todo, en la regla de oro falta la perspectiva de la motivación. El amor a Dios es prioridad entre los judíos y lo repiten dos veces al día (cf. Dt 6,4-5). La novedad está en que Jesús coloca a un mismo nivel el precepto del amor al prójimo; más exactamente, en la declaración de que ambos preceptos son inseparables y constituyen un mismo centro y punto de apoyo de toda la Ley y los profetas. Pretender separar en la vida cristiana el mandamiento del amor a Dios y del amor al prójimo sería tan absurdo como intentar separar en Cristo lo humano y lo divino. Así proclamaba esta doctrina Benedicto XVI en su primera encíclica: "Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. En su Evangelio, Juan había expresado este acontecimiento con las siguientes palabras: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todos los que creen en él tengan vida eterna» (cf. 3, 16). La fe cristiana, poniendo el amor en el centro, ha asumido lo que era el núcleo de la fe de Israel, dándole al mismo tiempo una nueva profundidad y amplitud. En efecto, el israelita creyente reza cada día con las palabras del Libro del Deuteronomio que, como bien sabe, compendian el núcleo de su existencia: «Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas» (6, 4-5). Jesús, haciendo de ambos un único precepto, ha unido este mandamiento del amor a Dios con el del amor al prójimo, contenido en el Libro del Levítico: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (19, 18; cf. Mc 12, 29- 31). Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4, 10), ahora el amor ya no es sólo un «mandamiento», sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro". En un mundo que se usa el nombre de Dios para la venganza, odio y violencia, recordarlo es de gran importancia.
Llucià Pou Sabaté
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