domingo, 29 de octubre de 2023

Lunes de la 30ª semana (impar). Jesús nos hace alzar la vista que nos impedía antes mirar al cielo en las cosas de cada día

Lunes de la 30ª semana (impar). Jesús nos hace alzar la vista que nos impedía antes mirar al cielo en las cosas de cada día

 

A. Lecturas:

1. Romanos 8,12-17. Hermanos, estamos en deuda, pero no con la carne para vivir carnalmente. Pues si vivís según la carne, vais a la muerte; pero si con el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis. Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: «¡Abba!» (Padre). Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él para ser también con él glorificados.

 

2. Salmo 67,2 y 4.6-7ab.20-21.
Se levanta Dios, y se dispersan sus enemigos, huyen de su presencia los que lo odian. En cambio, los justos se alegran, gozan en la presencia de Dios, rebosando de alegría.

 
Padre de huérfanos, protector de viudas, Dios vive en su santa morada. Dios prepara casa a los desvalidos, libera a los cautivos y los enriquece.

 
Bendito el Señor cada día, Dios lleva nuestras cargas, es nuestra salvación. Nuestro Dios es un Dios que salva, el Señor Dios nos hace escapar de la muerte.

 

3. Lucas 13,10-17: "Un sábado, enseñaba Jesús en una sinagoga. Habla una mujer que desde hacía dieciocho años estaba enferma por causa de un espíritu, y andaba encorvada, sin poderse enderezar. Al verla, Jesús la llamó y le dijo: -«Mujer, quedas libre de tu enfermedad.» Le impuso las manos, y en seguida se puso derecha. Y glorificaba a Dios. Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús habla curado en sábado, dijo a la gente: -«Seis días tenéis para trabajar; venid esos días a que os curen, y no los sábados.» Pero el Señor, dirigiéndose a él, dijo: -«Hipócritas: cualquiera de vosotros, ¿no desata del pesebre al buey o al burro y lo lleva a abrevar, aunque sea sábado? Y a ésta, que es hija de Abrahán, y que Satanás ha tenido atada dieciocho años, ¿no habla que soltarla en sábado?» A estas palabras, sus enemigos quedaron abochornados, y toda la gente se alegraba de los milagros que hacía".

 

B. Comentario:

1. Pablo nos ha presentado la salvación en Jesucristo como una «liberación» de la muerte, del pecado y de la Ley. Pero es una «liberación» que hay que ir completando sin cesar. Encontramos aquí la comparación habitual en san Pablo, entre la «carne» y el «espíritu». La carne aquí es el «hombre entero cuando se ha apartado de la mirada de Dios», «el hombre sin Dios». El espíritu es precisamente lo contrario, no es el alma solamente, es el hombre entero en cuanto que animado por Dios.

-"Todos aquellos que se dejan conducir por el Espíritu de Dios, éstos son «Hijos de Dios»"... «Dejarse conducir»... no por un instinto como los animales, no por la razón solamente como podemos las personas, sino dejarnos llevar ¡por Dios! He ahí lo que reemplaza totalmente a la Ley. He ahí el centro de la vida cristiana, que si ha quedado explicada por Jesús en el corazón de Dios Padre que nos ama como vemos en la parábola del hijo pródigo, si nos da la oración confiada del Padrenuestro y el alimento de la Eucaristía, si lo importante no es tanto lo que hacemos sino dejar hacer a Dios, aquí nos pone san Pablo el modo de vivir como hijos de Dios, y es "dejarnos llevar" por ese divino instinto, algo intuitivo que nos guía, y que si le dejamos nos da fuerzas para «dejarse conducir por el Espíritu de Dios». ¡Es una inmensa simplificación de la moral! Pero esto no es nada fácil, pues tenemos ganas de hacer cosas, de cumplir, pero lo esencial no es esto, sino "dejar hacer" al Espíritu de Dios en nosotros, para cumplir esa vocación a la que Dios nos llama: "a los que recibieron la Palabra les dio poder de hacerse hijos de Dios" (Jn1,12) y "mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios: pues ¡lo somos!" (1 Jn 3,1).

-"El Espíritu que habéis recibido no hace de vosotros unos "esclavos" llenos de miedo... Es un Espíritu que os hace «hijos»"... sentirme hijo de Dios. ¡Desterrar el miedo! Señor, nos amas como una madre ama a su hijo. Y Tú esperas de nosotros el afecto y no el miedo. Ayúdanos a no considerar jamás nuestra vida cristiana y las renuncias que ésta comporta, como las cadenas que arrastra un esclavo.

-"Empujados por este Espíritu, clamamos al Padre llamándole: Abba: «Padre»": «¡papá!». Palabra tierna que dicen los niños a su padre; no fue nunca usado en la Biblia, ni en el vocabulario religioso del judaísmo, ¡es una invención de Jesús, usarlo para hablar de Dios! Es la palabra usada al comienzo del «Padrenuestro". Tenemos que detenernos sobre esta palabra. Repetirla sin cesar. Sólo este nombre puede «alimentar» toda una oración. Es lo que hacía santa Teresa de Jesús. Ser hijos significa no vivir en el miedo, como los esclavos, sino en la confianza y en el amor. Ser hijos significa poder decir desde el fondo del corazón, y movidos por el Espíritu: "Abbá, Padre". Significa que somos "herederos de Dios y coherederos con Cristo": hijos en el Hijo, hermanos del Hermano mayor, partícipes de sus sufrimientos, pero también de su glorificación.

-"El Espíritu Santo mismo se une a nuestro "espíritu" para decirnos que somos sus hijos, sus herederos". Experiencia de la presencia mística del Espíritu en nuestro espíritu (Noel Quesson; Maertens-Frisque).

2. El salmo nos ofrece una visión optimista: "Nuestro Dios es un Dios que salva..." En Cristo está la raíz de la dignidad de la persona humana, y del respeto que merece toda persona, también los más alejados y pequeños. Todos somos hijos. Por tanto, hermanos. Todos valemos mucho a los ojos de Dios, que no nos quiere como esclavos, sino como hijos. ¿Sentimos dentro de nosotros el Espíritu de Dios, el Espíritu de Jesús, que "nos hace gritar: Abbá, Papá"?

3. Vemos hoy a Jesús frente a la mujer encorvada. No podía mirar hacia arriba. «La enfermedad puede conducir a la angustia, al repliegue sobre sí mismo, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión contra Dios. Puede también hacer a la persona más madura, ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial para volverse hacia lo que lo es. Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a Él» (CEC.-1501). Aunque no se pueda mirar hacia arriba en algún caso, el Señor viene… como con esta mujer. Ella es como un símbolo de la humanidad "cautiva", muchos están curvados por el peso del hambre y de la pobreza, por el peso de los hijos y las preocupaciones familiares, por la falta de trabajo y los desvelos por no llegar a final de mes, por la guerra y la destrucción del odio. Por la incomprensión y la soledad. Por la dependencia de adicciones y los apegos. Curvados por el remordimientos, por los fracasos y las tristezas. Hombres y mujeres curvados por la falta de salud y por los años.

-"Al verla la llamó Jesús y le dijo "Mujer, quedas libre de tu enfermedad". Le impuso las manos, y en el acto la mujer se enderezó". Contemplo esa escena: Jesús "de pie" junto a esa mujer "enferma". Antes de que ella le hiciera petición alguna, Jesús toma la iniciativa: pone las manos sobre la espalda encorvada, y al instante le queda enderezada ¡Señor, enderézanos! ¡Señor endereza a todos los que van siempre inclinados hacia el suelo!

-"Y empezó a alabar a Dios." A lo largo de toda esa narración se descubre un nuevo sentido del sábado: pasa a ser el día del Señor Jesús, el día de la nueva dignidad de los hijos e hijas de Dios. Es el día de la alabanza, de la "eucaristía", de la acción de gracias a Dios. La misa, ¿es para mí, una acción de gracias? ¿Cuáles son mis motivos de alabar a Dios?

-"Intervino el jefe de la sinagoga indignado porque Jesús había curado en sábado… El Señor replicó: "¡Hipócritas! Cualquiera de vosotros, aunque sea sábado, desata del pesebre el buey o el asno, y lo lleva a abrevar..." Jesús no sigue los protocolos del sábado, apela al buen sentido. La Ley ha de ser siempre humana. "No es el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre", dijiste, Señor, para no divinizar ni siquiera las leyes más santas. "El hombre es el camino para la Iglesia", dijo Juan Pablo II. La ley proponía el "descanso del sábado" precisamente por consideraciones de orden absolutamente humanitario y social, teniendo en cuenta a los empleados de la casa y aun al ganado: "El séptimo día descansarás, para que reposen tu buey y tu asno y tengan un respiro el hijo de tu sierva y el forastero" (Dt 5,14; Ex 23,12). Efectivamente, Señor, nuestro mundo de hoy tiene mucha necesidad de "respirar", de tomarse un descanso. Ayúdanos a restituir ese sentido a cada uno de nuestros domingos. Día de alegría. Día en el que se acaba la Creación, el "séptimo día", el día del gran reposo de Dios (Gn 2,14) Y ¿sabemos procurar para los demás, a nuestro alrededor, ese espacio de "respiro" y de libertad? Domingo, día de liberación, día de la redención de Jesús, día de "salvación".

-"Y a ésta, que es hija de Abraham, y que Satán ató hace ya dieciocho años, ¿no había que soltarla de sus cadenas...?" Líbranos, Señor, de todas nuestras cadenas, de todas nuestras esclavitudes.

-"Según iba diciendo esto se abochornaban sus adversarios, mientras toda la gente se alegraba de tantos portentos como hacía". Haz que seamos sencillos, como la gente que sabe "maravillarse". ¡Que jamás no falle una ocasión de maravillarme de ti! Si hay alguna fuerza que te oprime y de la que no eres capaz de liberarte, di a Cristo que extienda su mano sobre ti y diga con fuerza su palabra: "KUM, levántate". Lucas siempre muestra esa predilección de Jesús por los pobres, los que están oprimidos, y concretamente por la condición femenina de aquellos tiempos. Para levantar la mirada de toda esclavitud o discriminación, y poder mirar al cielo.

"Así encontró el Señor a esta mujer que había estado encorvada durante dieciocho años: no se podía erguir. Como ella -comenta San Agustín- son los que tienen su corazón en la tierra". Muchos pasan la vida entera mirando a la tierra, atados por la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida (1 Juan 2, 16). La concupiscencia de la carne impide ver a Dios, pues sólo lo verán los limpios de corazón (Mt 5,8). La concupiscencia de los ojos, una avaricia de fondo, nos lleva a no valorar sino lo que se puede tocar: los ojos se quedan pegados a las cosas terrenas, y por lo tanto, no pueden descubrir las realidades sobrenaturales y llevan a juzgar todas las circunstancias sólo con visión humana.

Llucià Pou Sabaté

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